Confección
El ¿qué me dirías?
Las miradas con descaro que el resto de alumnos dirigían sobre el andar en el pasillo del par de pelinegros era, como Grace lo esperaba, una deshonra para el tipo de trato con el que era abordado por Jesse.
Si bien el día anterior sintió el verdadero terror por presenciar el lado más sádico de la trilliza mayor, parte de su orgullo había quedado aplastado por perder la apuesta con Jessica Hamilton.
—¿Llevas todos tus útiles? —preguntó la chica mientras pasaban a un lado de un grupo de chicas que se rieron por lo escuchado—. Es importante que estés preparado para tu segundo día de clases.
Al pecoso le calaba sentir los aires de superioridad por parte de la chica, pues era un golpe muy duro para su ego haber perdido en algo que implicaba la infiltración y el rastreo, dado que se le daba bien el pasar desapercibido.
—Oye, dejando a un lado esos comentarios que hacen elevar tu falso ego —,bisbeó Grace, metros antes de llegar al salón 3-F de la zona de bachillerato—. ¿Cuando veré a Angela?
Su cuestionamiento no recibió respuesta alguna, mas que una melodia que ella tararearba al momento de tocar la puerta que se encontraba abierta del aula a la que el chico pertenecía. Saludó a la maestra que, como todos los que conocían al chico, se sorprendió de saber que había un cuarto hermano de los herederos Ackerman. Pasada la quisquillosa despedida de Jesse frente a los compañeros de él con un beso en la mejilla, el chico se acopló a la clase que la profesora de matemáticas —Miyuki Nazawa— estaba a punto de iniciar. Aunque era una pérdida de tiempo, puesto que nadie en ese grupo prestaría atención.
El joven pecoso detectó las miradas de reojo que recibía de los demás estudiantes a su alrededor. Algunas eran descaradas, otras más disimuladas, como si dentro de todo lo que cabía, aquellos jóvenes que asemebajaban hienas al acecho preferían evitar un conflicto con Grace. Volteó a su derecha, y ahí estaba ella. La castaña que hace dos días apartó de un grupo de obesos que trataban de aprovecharse de ella.
Grecia, a diferencia del resto, estaba enfocada en tomar nota de lo que la profesora impartía. Era algo poco visto en alguno de los estudiantes del grupo f, pero al menos así la maestra de matemáticas sentía que la saliva gastada no era tan desperdiciada como pensaba.
El pecoso no despegó la vista de ella. Desconocía si era por lo bien que se veía a comparación de la primera vez en que la conoció, o porque antes no le había prestado tanta atención, pero ella era bien parecida.
Tanto las pulseras que colgaban de su mano derecha, o la trenza francesa sostenida por la pinza con forma de cisne que caía de su hombro, o lo rojo de las mejillas maquilladas que se acoplaban a su piel. Pero Grecia tenía algo que llamaba la atención del chico. No era atracción natural, se debía a algo que Grace se replanteba averiguar.
Cuando la clase terminó, algunos jóvenes abandonaron su pupitre para formar grupos a los que cada quien pertenecía para charlar antes que la siguiente clase diera inicio. El grupo más escandaloso —como Grace proclamó— cerca de él no paraba de querer llamar la atención, ya sea por la presunción de artilugios obsequiados por sus padres, viajes y cenas a restaurantes lujosos, entre otras cosas que componían a un ser humano del montón. Las palabras llenas de altanería de ellos comenzaba a fastidiar al chico, no obstante; cayó en cuenta de que era parte de su trabajo tolerar toda clase de majadería si su intención era no volver a destacar.
Volvió a mirar a la castaña a tres asientos del suyo. Ella, al igual que él, estaba sola, apuntando las fórmulas que habían en el pizarrón. Pareciera que no se percataba del chico, ni siquiera de unas chicas que hablaban mal de ella, las cuales formaban parte del grupito cerca de Grace.
—¿Qué tanto odio le deben tener sus padres como para obligarla a salir con un cerdo como Tenorio? —en vez de tomar lo dicho como una pregunta en sí, parecía una afirmación que salió de una chica.
—Su vida debe ser una mierda.
Los comentarios acerca de situación que Grecia vivía siguieron hasta la llegada del siguiente profesor, con una castaña que estaba al tanto de lo que se hablaba a sus espaldas. Grace los escuchó todos y cada uno, cosa que lo dejó con otro tanto de sentimientos encontrados. Pues, lentamente comenzaba a sentir empatía por la castaña, y eso lo odiaba
Pasada la cuarta clase, muchos en el salón soltaron un gran respiro del alivio que sentían por la llegada del receso. Sin excepción, cada uno salió el fila como hormigas en dirección a la cafetería de la primera planta del edificio. Una escena graciosa para Grace, que siguió al resto, siendo de los últimos en salir.
—Ayer no viniste —dijo Grecia—. Dicen que te metiste en problemas.
La chica había interceptado al pecoso cuando estuvo cerca de la puerta de salida, lo que se le hizo fácil llamar su atención cuando no había casi nadie en el aula. Lo analizó de pies a cabeza mientras que a Grace le interesaba poco ser husmeado como una rata de laboratorio ante la curiosa mirada de ella.
Grace miró a la chica que portaba el uniforme
—Tuve algunos asuntos familiares, ya sabes, una disputa entre hermanos —respondió lo más normal posible—. Debería ser yo quien pregunte como estas tú. ¿Ya te sientes mejor después de lo que tu madrina te dio?
—Ella acostumbra a hacerme ese tipo de limpias sin avisar —agregó Grecia de igual modo, alzando los hombros—. Solo necesitaba descansar, desde ayer estoy mejor.
—Por un momento creí que te estaba purificando para que ser sacrificada en un ritual satánico —soltó Grace como si nada.
Por un momento creyó que la chica lo miraría como un bicho raro por decir algo que no tenía que ver con el tema, lo que no esperó fue que ella se riera.
—Que loco —dijo Grecia mientras tapaba su boca de modo que no se notaran sus dos dientes de conejo.
—¿Puedo saber por qué no me ignoras como el resto? —preguntó Grace.
—No lo se, ¿tengo motivos para hacerlo? Además, dijiste que me ayudarías con mi problema. Sería tonto no dirigirte la palabra cuando debemos trabajar juntos.
Aunque Grace era un experto en no cumplir promesas e ignorar los acuerdos, ese atisbo de esperanza que rodeaba a Grecia le decía que, por más ciego que era, ella estaba esperanzada en él, lo cual era ridículo a su parecer, dado que apenas tenían un día de conocerse. Se perdió en esos semirrasgados ojos azulados antes de alzar las comisuras de los labios, darle un toque a la puntiaguda nariz de la chica y salir, siendo seguido por ella.
—Tienes los mismos ojos que ella —su comentario confundió a la castaña.
—¿Ella?
—Si —volvió a sonreír, pero esta vez dejando la sonrisa socarrona de lado—. A una hermosa mujer no me puedo quitar de la cabeza —rápidamente se le vino a la mente Lúlu, la rubia que emergió detrás suyo, abrazándolo por la espalda.
La cafetería a la que Grace visitó en su primer día de clases se encontraba, por así decirlo, el doble ruidosa que antes. En realidad era un error. Ya que, siendo de las más espaciosas y la que mas variedad de platillos tenía, era que se volvió la favorita de muchos. Incluso alumnos de otros niveles escolares visitaban para almorzar.
No queriendo repetir los mismos errores, en esa ocasión el chico dejó que Grecia fuese la que decidiera dónde se debían sentar, escogiendo una mesa redonda justo en medio del lugar. Una zona apenas escogible por la tenuidad de las luces amarillas que apenas llegaba a dar.
—¿De verdad estás tranquilo? ¿O solo estás aparentando? —preguntó Grecia, después de llevarse un trozo de panqueques con miel de maple a la boca.
—Se necesita de alguien más castroso que yo, decidido a joderme la vida para que esté preocupado —respondió el chico de mechones plateados—. Y hasta la fecha no he conocido a alguien más latoso que yo.¡Arriba el patriarcado, perras!
—Hace dos días te metiste con Tenorio —farfulló Grecia, con el rostro lleno de preocupación—. No tienes idea de lo que la familia de Tenorio es capaz.
—Una vez estuve rodeado de personas que me apuntaban con armas de fuego, patito feo —se estiró al frente para tomar el pasador que sostenía la trenza de la chica—. Un gordito diabético no es nada. Y hablando de ese beicon andante, ¿dónde está? Ya se tardó para venir a buscar revancha.
—Si esperas que Tenorio venga con su grupo de amigos para golpearte, te quedarás esperando, eso nunca llegará. Él... —vaciló, ingiriendo un poco de la malteada de vainilla cerca de sus panqueques a medio terminar — mejor dicho: ellos, no son gente que van a los golpes cuando saben que perderán.
—¿Y exactamente qué está esperando?
Idéntica a una casualidad difícil de creer de no ser porque la presenciaron, las pequeñas bocinas cuadradas en las esquinas sonaron para pronunciar el nombre de ambos chicos, quienes eran llamados a la oficina de maestros.
—Bueno —sonrió, contrario a Grecia que aumentó su desesperación— si estaba esperando una señal, supongo que ya llegó.
El pecoso se apeó tras unos momentos de ser el centro de atención, puesto que los presentes en la cafetería lo ubicaron al instante mientras susurraban lo que días antes había sucedido.
—Supongo que ahora tocará pelear con palabras, ¡mi terreno favorito!
En vez de estar agobiado de meterse en un lío, Grace parecía estar emocionado de intuir el como se desenvolvería la situación. Algo había cambiado en él, ya no se encontraba afligido de los últimos acontecimientos que volcaron su vida. O eso trataba de aparentar con esos gestos relajados.
—Tengo miedo —por inercia, Grecia sostuvo la mano del pecoso cuando pasó a su lado—. Si el padre de Tenorio está con los míos esperando a que lleguemos, yo...
El temblor en ella evidenciaba el pavor de la chica. Por tanto que el chico minimizó un problema que para el era una cosa sin sentido, olvidaba que con la castaña era diferente. Él desconocía la forma en la que ella vivía, sus miedos o las consecuencias de lo que había ocurrido. Total, el pecoso siempre se las había apañado por su cuenta, viviendo de problema tras problema. Ambos provenían de clases muy distintas, y eso lo supo con verla en un estado agobiante.
—Grecia —dijo el pecoso, menos pícaro—: ¿qué tan poderoso es mi apellido?
La pregunta desconcertó a la chica, a lo que meditó antes de responder en cuanto soltaba la manga de la camisa blanca de Grace.
—Los Ackerman son conocidos por lo relacionados que están en la política. Son dueños de todos los salones para eventos importantes en la capital. También organizadores de fiestas, ceremonias, bodas, entre otras cosas. Prácticamente están bien posicionados si hablamos de clase social, eso quiere decir que de alguna forma son indispensables para muchos aqui. ¿Por qué preguntas por tu familia?
—Deberías estar tranquila si caminas junto a alguien con mi apellido —alzó el rostro de ella al momento de tomar su barbilla para que se vieran a los ojos—. Te dije que te sacaría de tu infierno, y cumpliré mi palabra.
—Aunque lo digas con esa seguridad, es imposible que pueda librarme de Tenorio. Creo que era mejor dejar las cosas como estaban, no debiste involucrarte en esto —sonó con una decepción que combinaba con la tristeza de su rostro.
Grace se desesperaba con la negatividad de la chica que de golpe perdió la esperanza. Sin embargo, conocía perfectamente lo que era estar arrinconado. Esa sensación de querer ayudar a la chica que tanto le recordaba a Jessica Hamilton —Lúlu— volvía a surgir en su interior. Desconocía si era por melancolía, o si muy en el fondo del subconsciente sentía un pequeño interés emocional en ella. Lo que estaba decidido era que Grace se jugaría todas sus cartas para buscar una salida para Grecia.
El chico la tomó de las mejillas y dijo con la mayor seriedad que pudo:
—Di mi palabra de que haría algo para ayudarte. Y lo voy a intentar, créeme que lo haré.
—¿Por qué te arriesgas por una extraña? Ni siquiera nos conocemos del todo. Perdona que te lo diga, pero yo no haría lo que tu haces si estuviera en tu lugar.
—No me preguntes los motivos, porque aún sigo buscando uno que sea más que válido para arriesgar tanto por ti. Es cierto, eras una desconocida de la cual no tenía interés por la amarga primera impresión que me diste. Acepta la ayuda que te doy, esa de la que en el futuro te arrepentirás. Solo te diré una cosa, y quiero que la recuerdes cada vez que me mires: te liberaré de ese gordo de mierda solo para encadenarte conmigo. Porque no lo haré gratis. Pero no te preocupes, patito feo. No quiero que abras las piernas por la fuerza, pero ten por seguro que de ahora en adelante estarás conmigo... y sólo conmigo. Te volverás de mi propiedad. Si... mi querida Jessica... mi amada Lúlu.
La sala de profesores era, por así decirlo, un espacio creado con la finalidad de brindar silencio a los maestros que la frecuentaban para hacer sus trámites en silencio.
Por más que el letrero colgado en la puerta corrediza que indicaba la prohibición del ruido, la mayoría de los trabajadores del colegio la ocupaban para descansar en las horas libres. Ya sea escuchando música del estéreo de grandes bocinas, o degustando una película en la pantalla de ochenta pulgadas, sentados en los muebles café de terciopelo donde cuatro personas estaban reunidas.
Grecia suspiró al momento de frenar sus pasos, quedando frente a la entrada al lado de Grace. Estaba claro que aún conservaba fragmentos de inseguridades dentro de ella.
—¿Crees que funcionará? —preguntó ella.
—No lo sabremos hasta intentarlo la —la animó Grace, que rápidamente deslizó la puerta para que la chica no dudase tanto.
El lugar de paredes color verde parecía de todo, menos un espacio para maestros. La falta de personas era evidente, sin contar a los cuatro que voltearon al par de adolescentes, del cual fue Grecia la que se sorprendió cuando una mujer castaña que rondaba los cuarenta años se dirigió hacia ella, recibiéndola con una fuerte bofetada que dejó un eco.
—Estamos jodidos contigo —aseveró la mujer con parentesco a la chica, de mirada insensible y escrutadora—. Si no te escapas por días, te metes en cada problema, pero siempre tienes que arruinar nuestro maldito día.
El miedo de la castaña era tanto que se abstuvo de justificarse, tallando la mejilla enrojecida que le ardía. Bajó la cabeza y escuchó con la vista sobre el suelo marmoleado.
Grace divisó a las otras tres personas, de las cuales era el chico obeso con la nariz vendada que más disfrutaba de lo que pasaba con ella. Los otros dos hombres aguardaron en silencio, pero tampoco despegaban su atención en el regaño de la mujer mayor.
—¡Dios! —exclamó Grace, exagerando su tono—. ¡Eso tuvo que doler!
El comentario del joven que iba con intenciones burlescas no tuvo el efecto deseado en la mujer que no se dignó en prestarle atención. En cambio, otro par de cachetadas fueron asestadas en el rostro de la castaña menor.
Después de haber descargado parte de su furia, la madre de Grecia regresó al largo sillón junto a su esposo, siendo alcanzada por Grace y Grecia que tomaron el otro mueble libre de cara a las cuatro personas.
Pasado un breve lapso, otra persona abrió la puerta para entrar, acción que avivó la curiosidad del pecoso.
—Es de mi desagrado decirles que la señorita Ackerman se encuentra atendiendo unos pendientes fuera de la ciudad —dijo Rebecca Hamilton en cuanto se situó a un costado de Grace sin tomar asiento, con su típico tono cancino— pero de igual modo le manda saludos, señor Trujillo. —posó los ojos en Grace de forma acusadora—. De antemano dice que lamenta los problemas que su hermano les ha causado a todos.
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