Chocolate
—Mi papá es chileno —dijo sin despegar la vista de los papeles— puedo entenderte.
Freddie no estaba sorprendido por las palabras de la morena, sino por el oído tan agudo que poseía. Por un instante se quedó estático de la conmoción, sin palabras.
—¿Apenas te enteraste? —miró a Grace, ignorando a Freddie—. ¿Qué pregunta es esa? —lo dijo en un susurro para sí—. Te lo acaban de decir.
La noticia fué para Grace como acampar en el bosque y encontrarte a un oso hambriento. Anonadado, se restringió a pensar en Rebecca. No era una preocupación comparada a la que tendría con un ser querido, pero una parte de él seguía guardándole cariño a Jessica, por lo que sentía pena de imaginar a la hermana de la mujer que tanto quería terminando como ella.
—Los presento —dijo Freddie para avivar la conversación—: Grace, ella es Amanda: tercer mejor estudiante universitaria, tu futura esposita. Amanda: Grace Ackerman, el hombre de tus sueños.
Con el dedo índice movió el rostro de Grace para que viera cómo señalaba a la chica con los ojos, de manera coqueta, importándole si ella lo presenció cuando dejó de leer.
—¡Saluda a la dama, hombre! —exclamó Gula, enérgica, apareciendo detrás de Grace—. Bésale la mano, la mejilla, la boca. ¡Pero haz algo! Reclama a tu nueva perra, chulo. Pero no la dejes morir como a Grecia.
El ambiente se tornó extraño para ella, por lo que ideó algo para volver a sus deberes.
—Un gusto verlos, cuidense.
—¿Lo sabías? Lo de nuestro compromiso —preguntó Grace, recuperando el temple—. Eso fué rápido.
—¿Rápido? —Amanda actuaba como si conociera a Grace, puesto que hace tiempo estaba preparada para el momento para tener una plática con la persona con la que compartiría el resto de su vida, deteniendo su andar cuando este reaccionó—. Hace más de dos meses se hablaba de esto.
El pecoso miró a Freddie, esperando una respuesta.
—Pues... ¿Cómo te lo digo? —hizo una sonrisa malosa después de ser descubierto tras hacer una broma de mal gusto—. Desde que llegaste de Quito, la tía Angela buscó un prometido para su hermano, osea tú.
En ese instante Grace recordó un par de cosas: seguía siendo el hermano de Angela ante los que desconocían su identidad, y que su vida estuvo controlada desde el momento de pasar a manos de Angela, como ella se lo había dicho el día que la conoció.
—¡Diablo, manito! —Freddie trató de reparar la vacilación de Grace, aún así seguía diciendo algunas palabras en español—. Arruiné la sorpresa.
—¿Sorpresa? —Amanda estaba desinteresada de Freddie, pero quería saber porqué Grace era ignorante en el asunto—. Antes de eso: ¿me puedes hacer un favor? —no esperó aceptación alguna de Freddie—. Ya estamos un poco grandes como para actuar así. Deberíamos de comportarnos, ¿no? Hay niños presentes.
Ambos chicos pasearon el entorno con la mirada, denotando a unos niños junto a sus profesores que hablaban con los alumnos mayores.
—Ya ví por qué eres la indicada para mí amigo el emo —aplaudió con levedad—. ¡No hay alguien mejor que tú, Ami! Solo tú puedes ser como un mecánico que repara grandes autos a pesar de lo dañados que estén. Te encargo al señor pecas. Le vendrá bien algo de orden, ¿y qué mejor si no es la persona más estricta de nosotros?
Con los pensamientos de Grace, el tiempo se había ido tan rápido que ni cuenta se dio cuando estuvo en la cafetería de la zona universitaria junto a Freddie. Una zona menos agitada, tranquila por el tipo de personas que la habitaban. Jóvenes dedicados a comer en silencio, grupos haciendo tarea, y otros platicando sin tanto escándalo.
—¿Por qué no me dijiste que estaba comprometido? —interrogó Grace, airado de ser el último en enterarse de su futuro.
—No me culpes por seguir órdenes de mamá —trató de justificarse mientras buscaba una mesa libre para sentarse—. La cosa estaba muy complicada. Si te lo hubiera dicho sería como una verdad a medias, el compromiso se acaba de hacer oficial.
—La obedeces cuando te conviene —soltó sin delicadeza, exponiendo ese repudio y el poco respeto que tenía del pelo rosa—. Maldita víbora aprovechada, te arrastras para ir de dueño en dueño.
—No me lo vas a creer —respondió Freddie, sin preocupación alguna—. Ese es mi apodo: la víbora.
—Digno de alguien que se arrastra para lamerle los huevos al mejor postor —lo siguió, aunque seguían sin encontrar un lugar—. ¿Qué diría mamá si le digo que su hijo postizo juega a sus espaldas?
—Te dirá que eres un reverendo pendejo por confiar en una mierda como yo —rió entre dientes—. Nunca dije que era de fiar. Ella lo sabe, la tía Angela lo sabe, el propio Zinder Croda lo supo en su momento.
Grace se detuvo a mitad de la cafetería. Espero que el chico que iba cinco pasos adelante diera media vuelta para decirle:
—Grecia nunca será vengada. Los Pinkman tendrán una larga vida junto al tío Nacho, ¿sabes por qué? —aseveró—. Yo hice que ellos hicieran negocios con los Trujillos, y así seguirá siendo hasta que encuentres a alguien más que los quiera muertos. Porque déjame decirte algo: no siento remordimiento por Grecia. Qué bueno que se la llevó su puta madre, la hubieras visto cuando Lucrecia le voló la cabeza.
Eran pocas las veces que alguien podía desarmar al rastrero Freddie Benedetto, y esas eran una de las escasas anomalías donde el impulso de gritar le ganaba a su paciencia, pues ver la despiadada sonrisa de Grace le hacía querer ir a golpearlo.
Las manos le temblaban, evidenciándose con el líquido de la botella de bebida energética encima de la charola metálica que sostenía. Imploraba matar a Grace, no había algo que jamás hubiera querido como en ese tiempo.
—¡Mira, una mesa vacía! —emitió Grace al encontrar una mesa vacía, a tres metros de ambos—. El último en llegar se la come entera.
A comparación de Freddie que solo traía una hamburguesa en la charola, Grace tenía un tazón de camarones rebozados con arroz frito de acompañamiento, junto a una cubeta mediana de pollo crocante.
—¿Cómo puedes tragar tanto y no engordar? —preguntó Freddie, fingiendo amabilidad—. Deberías estar como un cerdo.
—Debería —respondió Grace, con comida en la boca— pero no. Las víboras no engordan, solo se hacen más grandes.
—¿Víbora?
—Acabo de ver algo interesante —dio un sorbo a su batido de vainilla—: tú y yo somos muy parecidos, a pesar de no tener la misma sangre. Manipulamos a los que nos rodean, nuestras palabras tienen veneno, nos arrastramos en silencio para que nuestra presa no se de cuenta de nuestra presencia. El apodo de víbora nos queda pintado.
—Yo soy la única víbora —lo dicho por Grace fue un golpe a su ego.
—¿Seguro? —alcanzó la cubeta de pollo cuando se acabó los camarones—. Bien dicen que pueden nadar dos cocodrilos en el río Nilo, así como pueden haber dos víboras en el desierto. Te equivocaste cuando dijiste que somos perros, porque ningún perro fiel es capaz de desobedecer a su amo.
—¿A dónde quieres llegar?
Volvió a ingerir su malteada hasta dejarla a la mitad.
—¿Notaste lo que provocaste por no decir nada de mi matrimonio? En menos de veinticuatro horas te clavé mis colmillos. —Señaló a Freddie—. Estoy cansado de que no haya lealtad entre los dos. Si seguimos así nos terminaremos matando, ¿de qué sirve destruirnos entre nosotros cuando podemos sacar provecho el uno del otro? ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Con esfuerzo y le soy leal a mamá —masculló—. Soy una mierda de persona, es mi naturaleza traicionar a los demás cuando me conviene.
—Ese es tu problema —amontonó los huesos de pollo sobre el tazón vacío—. No me quiero imaginar cuántos enemigos te hiciste por ser como eres. La diferencia entre las personas que abandonaste y yo, es que puedes tener mucho de mí. Recuerdo que dijiste que Lucrecia tenía la sangre de una reina gitana, eso me convierte en un príncipe. ¿Quieres ser amigo del príncipe, o ganarte su repudio hasta que te destroce y no quede nada de ti?
El pelo rosa meditó antes de dar una respuesta.
—No me pienso arrodillar para besarte los pies.
—No te estoy pidiendo eso —aseguró—. No quiero un aliado, ni una persona a mi lado por conveniencia. Quiero que nos comportemos como lo que somos: hermanos. Sinceramente no me caes mal, aunque me debes estar odiando por lo que dije de Grecia. Era mentira, no la odiaba, y si quieres matar a sus padres, lo harás cuando llegues el momento.
—¿Prometes que los Pinkman serán míos?
—Te doy mi palabra —extendió la mano.
Freddie estrechó la mano de Grace.
—Mamá y la tía Angela piensan que no sabes nada del compromiso.
—Ya nos vamos entendiendo —sonrió levemente.
—Volverán a hacer la cena familiar de cada viernes —miró a Grace—. Invitarán a Amanda y a sus padres para que se conozcan. Como te dije antes: quieren hacerlo una sorpresa.
—¿Por qué? —puso una mano sobre su mentón.
—Porque ellas son así. Llevaban meses arreglando el compromiso, más bien, la tía Angela buscó a la mamá de Amanda.
El pecoso no dijo nada para que Freddie siguiera hablando.
—Hay cosas que desconozco, como el por qué la tía Angela quiere casarte con Amanda. Lo más probable es por la influencia que los Croda tienen en la política. Todo estaba arreglado, solo había un problema: mamá.
—¿Mamá? —siguió el consejo de Rebecca con respecto a las preguntas que hacía.
—Mamá sabía que la tía Angela quería sacar mucho provecho de ti, esa fue una de las cosas que la hizo hacer todo el desmadre junto al tío Nacho y el tío Kande —confirmó ciertas sospechas de Grace—. Era por ella que no te habías casado con Amanda, hasta ahora.
—¿Qué le habrá hecho cambiar de opinión?
—Lo sabré si me dices lo que hablaste con ella —dijo Freddie—. ¿Qué le dijiste?
El chico le contó la conversación con Lucrecia, siendo específico en las partes que consideraba relevantes.
—Diablo, manito —chistó—. Lo sospeché desde un principio: apretaste todos los botones.
—¿Qué crees que la hizo cambiar de opinión?
—Si lo que le dijiste es verdad, eres el único de sus hijos que se da a respetar —confesó—. Yo me cogería a una anciana con tal de que me pague unas vacaciones en el paraíso. Isela se volvió una zorra de la noche a la mañana, después de que la comprometieran con Zinder Croda. Le alegró saber que eres hombre de una sola mujer, tendría sentido porque Amanda es un muy buen partido. Hasta diría que ese futuro mujerón es mucho para ti.
—¿Quién es Amanda?
—Amanda Florencia González Croda: hija única de los divorciados Gustavo González y Monserrat Croda. Tercer mejor estudiante universitario, tricampeona de ajedrez y actual representante principal del festival de fin de año. Va por su primer año de contaduría y maestría en derecho —Miró al pecoso con envidia—. Insisto: ella es mucho para ti. ¿No quieres cambiar de cuerpo conmigo? Prometo que la llevaré a la luna por todos los que anduvieron atrás de ella. Y es normal por los tremendos melones que se carga.
—No niego que actualmente soy un pésimo partido para alguien como ella. Parece que todo lo que tengo es por mamá y la tía Angela —volvió a sonreír—. Pensándolo dos veces, creo que Amanda se vería bien a mi lado, aunque no me sienta muy atraído por las chicas bronceadas.
—Quiero preguntarte algo —Freddie no esperó que Grace le dijera que si—: ¿Qué prefieres: fresa, vainilla, coco o chocolate?
—¿A qué viene eso?
—Solo responde.
El pecoso pensó.
—Vainilla.
—Tendrás que olvidarte de las rubias —le devolvió la sonrisa—. Escuché de primera mano que Amanda es muy directa y posesiva. Si tú sabor favorito es la vainilla, la tendrás que dejar por el chocolate. Una rica, hermosa y radiante barra de chocolate puro.
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