Capricho
—¡Eso te pasa por zorra! —farfulló Lúlu—. ¡Y eso que la puta era yo!
No era novedad que el chico iniciara el día con toda clase de comentarios que le recordasen que su vida se denominaba en una palabra: mierda. Incluso si todos los días eran malos, habían unos peores que otros. Por desgracia, ese jueves matutino era uno de los casos.
Aunque las nubes oscuras que acaparaban el cielo, junto a las cortinas de la habitación eran impedimento para determinar si el sol se estaba comenzando a asomar, la voz de Lúlu resonó en la cabeza de Grace. Tres minutos antes que dieran las siete de la mañana, como en el último par de días acostumbraba a recibirla.
Lentamente, el chico abrió los ojos, segundos antes de que el servicio de voz inteligente conectado a la bocina del buró a un lado de su cama diera inicio a la alarma programada. La canceló de inmediato, en cuanto su vista se acoplaba al oscurecido entorno de la habitación.
La notoria diferencia entre esa mañana y la primera que pasó en la residencia Ackerman era notoria, comenzando por la falta de polvo y telaraña acumulada en los rincones junto al piso que había sido limpiado por el chico, en el mismo día que perdió su apuesta con Rebecca para persuadir a Jesse.
Aunque su derrota fué inminente, la segunda hermana mayor de los Ackerman tuvo la delicadeza de no llevar al chico directo a la escuela cuando lo arrinconó en la sala de cine en el martes que había pasado. En cambio, ella lo guió por la plaza comercial con el propósito de comprar lo necesario para amueblar el espacio privado del pecoso, como gesto de superioridad y buena voluntad.
Ese era el principal motivo por el que amaneció con una relativa paciencia, gracias a las suaves y gruesas colchas verdes que cubrían su cuerpo desnudo, las almohadas de felpa con forma de alienígena, y el nuevo colchón más suave con el que había dormido.
—Mira que la has vuelto a cagar. A veces me pregunto si el ser humano ya viene siendo pendejo por naturaleza, o si el único que no aprende de sus errores eres tú. Siempre tropiezas en la misma piedra que no te deja salir del lodo.
Grace se giró para estar de cara al otro costado de la cama, donde se encontraba la versión estudiantil de Lúlu recostada.
—¿Ahora que quieres? —el chico fue tajante, hundiendo medio rostro en una de las almohadas.
—Ayer nos salvamos por los pelos. No... —carraspeó, seguido de dar unas risillas— en realidad estuvimos a punto de morir, si tan solo mami Rebecca no hubiera estado cansada.
Lúlu acarició el derecho ojo del chico, hinchado, que era protegido por un parche. Después la mejilla cubierta con una gasa, seguido de tocar la mano vendada —producto de la pelea con Rebecca— que segundos después comenzaron a doler.
—Esa maldita perra —susurró Grace, desvaneciendo la buena actitud con la que planeó iniciar el día tras tocar sus heridas con el brazo menos adolorido—. Se nota que le gusta tragar verga.
—La chica pega duro —Lúlu parecía un felino que jugaba con su presa al toquetear al pecoso, desde el rostro hasta la entrepierna—. Es natural. Recuerdo que papá nos enseñó a matar desde que teníamos memoria. Después de todo, ambas fuimos criadas para cuidar de la familia Ackerman.
—Ésa promiscua, sus golpes se sintieron muy personales —chistó—. Es como si hubiera descargado todas las emociones negativas que tenía acumulada en mí. ¡Carajo!
—¡Bueno, bueno, bueno! Tampoco es que hayas sido una blanca paloma con ella. Prácticamente eres el principal motivo por el que su vida ha dado muchas vueltas. Desde perdonarte la vida por la fuerza, ya que tú le recuerdas a mí, hasta involucrarte con gente que no debías. Y no dije la gota que derramó el vaso: rompiste la voluntad de la niña a la que supuestamente salvaste. ¿Cómo crees que se sintió mami Rebecca cuando vio que una chica bastarda murió en vida, tal y como en su momento yo lo hice ante sus ojos? Sin duda te ganaste su desprecio, y créeme: no va a ser bonito tenerla de enemigo.
Queriendo ignorar la verdad que Lúlu impartía sin tacto, con dificultad abandonó los aposentos junto al evidenciado descontento de tener a su propia mente en contra, cerrando la puerta del baño en la habitación mediante un brusco azote al que llegó cojeando por el dolor del tobillo derecho.
—Tienes el carisma para hacer que la persona más testaruda se ponga de tu lado, de eso no hay duda. Por desgracia, también eres tan narcisista e imbécil que conviertes los asuntos pequeños en problemas muy graves, haciéndote de enemigos innecesarios —la voz de la chica era sensual, brusca y opresiva al son de sus movimientos que tallaban el cuerpo del pecoso, mientras las gotas de la regadera le caían encima—. ¡Dios, mi pobre angelito! Si tan solo hubieras usado tus cartas de la forma correcta, no estarías todo magullado y, muy probablemente tendrías a la linda putita durmiendo en tu cama y así ya no seguirías apestando a virgen.
Al igual que anoche, Grace se colocaba las vendas de modo que no se sintiesen apretadas, pero tampoco tan holgadas. Una vez superado ese tedioso proceso de dolor, se dirigió al armario que había abastecido de ropa, otra razón para creer en los cambios de su vida que, al deslizar la puerta del clóset, se percató de la falta que hacían esas tantas prendas nuevas y costosas. En el interior solo se encontraban los uniformes del instituto, algo que en un inicio lo desconcertó, aunque imaginó a la responsable de tal saqueo.
Poco indignado, a sabiendas del sobreexagerdo presupuesto que ahora poseía, tomó uno de los uniformes que, a diferencia de los anteriores, estos parecían más anticuados —pantalones holgados, camisa ridículamente ancha de las mangas largas y, unos zapatos que serían los esenciales para una persona de tres generaciones pasadas—, aunque no le importó, puesto que pensaba y se trataba de una manifestación por parte del enojo de Rebecca sobre él.
Se dirigió hacia el buró junto a su cama donde debía estar su mochila, pero no había nada.
Articuló una sonrisa levemente irritada antes de salir de la habitación para descender a la primera planta de la casa.
El sonido que emitía un locutor que brindaba las noticias a primera hora del día en Inglés se escuchaba mejor, conforme descendía los peldaños del pequeño pasillo con retratos estilo victoriano sobre los alrededores de las escaleras. Algunos cuadros eran los rostros de las hermanas Ackerman, otros de personas con las mismas facciones que ellas, solo que de épocas anteriores. El que de verdad le llamó la atención fue uno donde se encontraba Rebecca junto a cuatro personas más que parecían rondar entre los dieciocho a veintitantos años. Claramente reconoció a tres de las cuatro mujeres que la acompañaban, pues una era la propia Angela que vio por una sola vez, otra era la mujer que lo crió desde su infancia, y la otra era la propia Lúlu.
El aroma de la increíble calidad de café recién preparado se podía percibir, incluso antes de que pudiera entrar a la cocina cuando cruzó las dos pequeñas puertas similares a las de una cantina del lejano oeste.
—Tres días —dijo Rebecca, sentada en la pequeña mesa redonda de madera—. No llegamos a final de semana y ya desperdiciaste alrededor de cien grandes. Tu chiste de comprar los boletos de una sala de cine entera costó casi cuarenta mil pílares. Luego compraste la ropa más cara de esa maldita tienda italiana. ¿Acaso piensas que cagamos el dinero?
Cerca de la mesa estaba la estufa eléctrica pegada a la barra que también estaba junto a las paredes negras, donde se encontraba Grecia cocinando unos panqueques, vestida para ir a la escuela. La castaña vio con desdén al chico cuando éste se acercó a la mesa sin tomar asiento, a la espera de algo que la mujer mayor le debía —la mochila donde guardaba su celular y tarjeta dorada—, quien seguía mirando algunos recibos junto a la libreta que usaba para tomar apuntes, junto a otras facturas que ejecutaba mediante una computadora portátil.
—Se supone que debería pedir perdón, lo cual haría si tan solo me naciera hacerlo —procuró no mostrar emociones negativas ante ella para no caer en su juego—. Ese dinero estaba ahí, a la espera mientras pasaba por cada tienda mientras esos hermosos billetes me decían: gastanos en la primera estupidez que veas. Aquí te pregunto: ¿qué hubieras hecho en mi lugar?
—Los ineptos como tú refuerzan mi forma de pensar —Rebecca se apeó para demostrar que era aproximadamente treinta centímetros que el pecoso—: el dinero y el poder no es para todo el mundo. Por eso están quienes gobiernan, aquellos que siguen a los líderes; y después están los parásitos como tú.
—Es una buena forma de describirnos —Grace asintió, orgulloso de sí, aunque no lo suficiente para ser engreído—. ¡¿Quién, además de Grecia y yo tienen tanta suerte para librarse de algo que pudo haber desatado tremendo quilombo?! ¡Somos la evolución de nuestros precedentes!
Por tanto que deseaba romper el cuello del chico que ahora se encontraba casi vulnerable, Rebecca se tranquilizó. Contó hasta tres, devolvió la sonrisa y del bolsillo de la chaqueta de cuero colgada en el soporte de la silla extrajo el celular y la tarjeta dorada de Grace.
—Exacto —le restregó sus pertenencias en la cara—. ¡He aquí las consecuencias! Nos llevarás a la banca rota con los lujitos que te quieres dar, lujos que no te corresponden, ni mereces.
—Angela dijo que podía darme los gustos que quisiera.
—Angela te puede endulzar los oídos, pero yo soy quien tiene la última palabra.
Los insultos lanzados a diestra y siniestra entre ambos que, en cuanto escalaban de groserías y creatividad para expresarse, la distancia entre ellos se reducía hasta volver a quedar a centímetros el uno del otro, de modo que sus alientos se fusionaran.
Pronto, el idioma entre ambos cambiaba de maneraesporádica. De vez en cuando, Rebecca soltaba palabrotas en francés —su lengua de origen— mientras que Grace se las regresaba en ucraniano.
No faltaba mucho para que los dos volviesen a querer solucionar sus diferencias con los puños, aunque la rubia se veía más intacta —por no decir que fresca si se hablaba de apariencia superficial— de la pelea de anoche, opuesto a Grace que sintió un escalofrío recorrer por creer que todo terminaría así, aunque no se retractaba.
En la última provocación de ambos, la cual daría inicio a un final agravio, un sonido seco junto a un leve empujón, saliente de la mesa por un par de platos que se colocaron encima, con el suficiente ruido para recordarles que no estaban solos.
—No habían muchos ingredientes. Apenas y alcanzó para nueve tortas, tendrán que conformarse con tres cada uno —Grecia acaparó al par, aprovechando que interferían su paso por la mesa—. Necesitamos ir por despensa si queremos salir de casa con el estómago lleno. Lo digo por usted, señorita Hamilton, nosotros podemos comer en la escuela.
Grecia estaba tan acostumbrada a las riñas matutinas, cosa que le dio la experiencia de saber en qué momento interferir para que las cosas no llegaran a mayores. Por ende, se puso en medio de ambos para que se distanciaran medio metro, de forma sutil, ajena a la molestia que eso les ocasionó, haciéndoles ver que el desayuno estaba servido.
—Solo encontré miel y cajeta —volvió a la barra para tomar un par de botellas transparentes y enseñarlas—: ¿qué le pondrán a sus panqueques?
La castaña parecía un repelente de conflictos para Grace y Rebecca, que eran como el agua y el aceite, visto que ninguno hizo por dar el primer golpe. Se sentaron y comieron en silencio hasta terminar para que la rubia llevara a los jóvenes menores a la escuela. Incluso Grace subió al coche, aunque no quería viajar en el mismo espacio que Rebecca, la cual, ni bien los sacó del coche, fue rumbo a los lugares que necesitaba para hacer sus pendientes.
Pese a la lentitud de las clases, los constantes vistazos que Grace le daba a Grecia dejaron de ser una cosa normal. Ya no le importaba si llevaban unos días de conocerse, aceptó que de alguna u otra forma comenzó a empatizar con ella. Si bien estaba de acuerdo con recibir displicencia de su parte, tampoco permitió que ella viese la relevancia que tenía en él.
Al concluir el primer bloque de clases, se acercó al asiento de la chica que, viendo de reojo que las intenciones de Grace eran hablarle, se dirigió a la salida mientras que era seguida por el chico.
—¿Vas a seguir ignorándome después de lo que pasamos? —no necesitó alzar la voz para ser escuchado, gracias a que ambos eran los únicos en el aula.
Grecia se detuvo antes de salir, pendiente de todas las miradas que recibió del chico durante las horas de estudio, de las cuales detectó un interés de su parte, no obstante, se negaba a seguirle el juego. Cerró los ojos, bufó, meditó antes de gesticular las palabras que tanto le dolían, manteniéndose con la vista frente a la puerta mientras le daba la espalda al pecoso.
—¿Se le ofrece algo, amo? —sonó educada, cual niña de modales, tragándose las náuseas de saber que cayó muy bajo.
—¡Deja esa maldita mierda! —exclamó Grace—. ¡Lo sé! Me expresé mal. No debí actuar como un imbécil. Pero necesitaba hacerlo, las cosas sucedieron tan rápido que dije lo primero que se ocurrió. Yo también tenía miedo. Incluso si te ofendiste por simples palabras, fueron esas mismas las que hicieron que no pasaras más noches con Tenorio.
—Soy consciente de eso, amo. Le estoy muy agradecida por su ayuda —por fin se dignó a voltear para denotar la sonrisa más hipócrita que jamás había hecho, al igual que la más dulce que pudo aparentar—. Anoche no pude agradecerle como se merecía. Ahora que estamos lejos de la señorita Hamilton, es libre de ordenarme lo que quiera. En el edificio hay unos sanitarios que ocupaba con Tenorio, ¿gusta que vayamos? Le regresaré el favor como es debido.
No era lo que deseaba expresar. Ni ella misma entendía lo que la hacía proceder con la actitud de una regalada, incluso, a cada segundo que seguía con eso, el respeto en ella misma se perdía. Le asustaba, en cambio, ese miedo desaparecía conforme los segundos pasaban junto a Grace que, al ser su nuevo dueño por órdenes de sus padres, y el nuevo jefe de éstos mismos, no se podía permitir otros castigos externos al de ofrecer su cuerpo. Pues prefería mil veces sentir el relativo placer de sentir un pedazo de carne en su interior, que el dolor de ser golpeada e insultada.
—Comienzas a ser un dolor de huevos —siseó Grace—. Si quisiera aprovecharme de ti, ya lo habría hecho desde un inicio. No necesitaría pedir tu permiso. ¡Pero no te hablo porque quiera eso! ¡¿Qué quieres para que dejes de actuar como una idiota?!
Atónito y temeroso del futuro de la chica si seguía así, el pecoso se acercó a ella para sacudirla de los hombros. Por otra parte, Grecia aprovechó el contacto del chico para sujetarle la delgada mano y llevarla a uno de sus grandes pechos mientras los apretaba con los dedos del conmocionado Grace.
La muñeca lesionada del chico se contrajo de la fuerza con la que era sujetada, mientras que una mezcla de dolor por los dedos de la chica en sus huesos carpianos y esa suavidad de la masa de carne cubierta por un brasier y camisa se apoderaba de su palma.
—Eres libre de hacer lo que esa cabeza hueca pueda imaginar. ¿Quieres tocarme? Hazlo —comenzó a estimular su seno con el tacto del chico—. ¿Quieres una chupadita? Estaré indicada como las monjas que tanto viste rezar. ¿Quieres coger? Podemos hacerlo rápido o lento. Solo tienes que pedirlo —se acercó al oído de Grace para lamer su lóbulo mientras que con la mano libre le tocaba la entrepierna— solo ten los huevos para tomarme por la fuerza. Soy el objeto, un pedazo de carne después de todo.
La voluntad de avanzar que Grecia perdió era lo de menos para Grace. Aunque esos hermosos ojos azules estaban apagados, la sonrisa de oreja a oreja que radiaba sadismo, el atrevimiento sin pudor en esas palabras que eran acompañadas en una picardía que superaba la suya era suficiente para dejarlo perplejo.
Pusilánime ante alguien que carecía de dignidad, retrocedió unos pasos al compás de sentir un vacío en el estómago que le hizo temblar. Lo que jamás esperó era que ella siguiera sosteniéndolo. Entonces la volvió a ver. Sin duda era ella; la versión más corrompida de Jessica Hamilton encarnada en Grecia.
—¡Maravilloso! —exclamó Lúlu.
A sus espaldas la pudo escuchar. Esas carcajadas evidentes a sus espaldas mientras era envuelto por los brazos de la rubia con la apariencia que tenia antes de perecer que se manifestó, completamente desnuda, cubierta de sudor y secreción vaginal. Era como olía después de pasar una noche con muchos hombres a la vez.
—¡Hace días que no vemos un rostro tan hermoso como ese! ¿No es así? Placer, placer y más placer. Vamos, ¡dale a la nena lo que quiere! Es como ella dice: ¡Deja de ser un maricón y tómala de una vez!
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