Alabado sea... ¿quién?
Ni ver las caricaturas que marcaron la infancia de dos generaciones, ni el desayuno favorito de su hermana secuestrada podían llenar el vacío en ella.
Rebecca estaba en las mismas circunstancias, ya que cuando Angela no estaba, Jill dormía con ella cada jueves para hacer lo mismo: despertar por las mañanas, sentarse a ver televisión mientras desayunaban. Lo que conllevó a darle una melancolía que la mantenía despierta, en una posición firme, a un lado de Angela que comía con toda tranquilidad, sentada en el sofá favorito de su hermana.
Ackerman rió cuando escuchó a un conejo preguntar: "¿qué hay de nuevo viejo?"
—¿Ya te conté que esa fué la primera frase que dijo Jill? —no quería una respuesta—. Sonará raro, pero eso es lo primero que ella dijo. No fué una palabra como papá, o mamá. Recuerdo que papá estaba sentado en el comedor grande, junto a mamá comiendo filete. Tu mamá era la jefa de sirvientas en ese entonces; cuidaba de esos tres monstruitos. En eso llegué de la escuela, los saludo a todos, a ellas con un beso en la mejilla. Y cuando beso a Jill, ella se saca el chupón de la boca y como pudo me dijo: ¿qué hay de nuevo viejo? ¡Fué tan lindo!
Angela dejó el plato casi lleno en la mesa, quedando a la cabeza de Rebecca.
—Sopla —dijo con respeto.
—¿Qué?
—Se dice disculpe. Cuando tú patrona te habla, te diriges a ella con respeto —era tajante, pero no actuaba con soberbia, más bien diplomática—. Tu aliento, sopla.
Rebecca hizo caso, recibiendo un gesto de desagrado.
—Te apesta la boca. —La miró de pies a cabeza—. No estás peinada, tu uniforme está mal —se acercó para olfatearla—. Hueles a sudor. ¿Así atendiste el evento de Sonia?
—No —quiso excusarse—. Los invitados se habían ido, el uniforme me apretaba y el peinado me jalaba el cabello. Quería sentirme más cómoda.
—¿Cuándo has visto que una sirvienta se quite el uniforme mientras trabaja? —aseveró Angela, inexpresiva—. Te estás tomando mucha libertad.
Rebecca estaba expuesta, no podía defenderse al decir que ella ya no era una sirvienta, pues era su mano derecha, y fracasó en la tarea más importante que tenía: proteger a sus hermanas.
—Lo siento —se limitó a pedir disculpas.
—¿Dónde está el?
—¿Quién? —vaciló—. ¿Grace?
—Deja de tutear a mi familia, ¿quieres?
—Debe estar en su cuarto.
—¿Debe? —cuestionó—: ¿Estás segura si está ahí, o no?
—Un chófer lo trajo mientras me quedé en el evento. Debe seguir dormido.
Angela inspiró hondo, retirándose de la sala para subir las escaleras.
—Ve a bañarte, así como estás me daría vergüenza que alguien nos viera juntas —se detuvo en el tercer escalón—. Antes de eso, lleva los waffles al cuarto de mi hermano. Y te pones el informe, por favor. Te veo en diez minutos.
—¿Que me ponga qué? —Rebecca no lo podía creer. Después de años en esforzarse, volvía a ser degradada para ser tratada como parte de la servidumbre.
—Tu uniforme —reafirmó Angela—. Y quiero que laves cada parte de tu cuerpo, hasta el interior. Los dientes, y ambos lados de abajo. ¿Sabes lo que quiero decir, o me vas a obligar a ser más específica?
Grace.
—Buenas, buenas dormilón. ¿Cómo durmió el bebé?
Grace no sabía si era de día o de noche debido a las gruesas cortinas en la ventana, siquiera estaba al tanto de la nieve que caía.
—¡Vamos! —clamó Gula con júbilo—. Ya es de día, no querrás recibirlas durmiendo.
El pecoso se frotó los ojos para espabilarse.
—Déjame dormir, coño —contestó con pereza, mirando que eran las seis de la mañana—. Me falta una hora.
—¿Seguro que esa es la forma de hablarme? —sonó como si quisiera sembrar dudas en él—. Si te digo que te levantes es porque necesito que lo hagas.
La rubia que estaba acostada a un lado de Grace se sentó en la cama, estirándose, resaltando los grandes atributos debajo de la pijama verde en conjunto.
—¿Que pasó? —preguntó con pereza.
—Algo muy importante —dijo ella al salir de la cama—. Algo muy importante va a pasar, y necesito que te prepares para la ocasión.
—Dame cinco minutos.
—Si en dos minutos no te metes a bañar, arruinarás la sorpresa que ella tiene para ti —siseó Gula—. Andando. A menos que quieras comer cosas podridas. Porque puedo hacerlo.
Las frígidas gotas de agua lo ayudaban a despertar en lo que pasaba el jabón por todo el cuerpo. No estaba sucio, o apestaba, pero lo hacía por petición del demonio con cara de angel.
—¿Por qué tengo que bañarme a las seis de la mañana?
—Lo sabrás cuando la veas —dijo en un tono pícaro—. Hoy será un gran día, ya lo verás.
Al igual que Grace, Gula estaba desnuda a sus espaldas, simulando bañarse aunque el alguna no la mojara.
—Esto es lo que tiene que estar más limpio —tomó el miembro del joven para estimularlo, increíblemente podía sentir su mano—. Hay que lavarlo como se debe —rió coquetamente.
La sensación de sentir una mano ajena que le masajeara la entrepierna no se podía comparar a cuando lo hacía por su cuenta. Pronto la sangre llegaría para culminar con una erección que fué impedida por ella al soltarlo.
Grace se contuvo de soltar alguna obscenidad por lo que ella hizo, pero desapareció, dándole la soledad que tanto quería.
Rebecca.
Rebecca era alguien que gozaba de tantos privilegios para ser mayordoma. Uno de ellos era que tenía la libertad de usar ropa casual, siempre y cuando fuera un conjunto de jeans, poleras y zapatos cerrados. A veces trajes elegantes cuando tenía que ir a reuniones importantes en nombre de Angela, por lo que nunca esperó volver a portar las prendas que le recordaban su lugar: una empleada del montón.
Ya aseada, con los dientes lavados y, de manera vergonzosa, habiéndose hecho un lavado anal como le fue ordenado, se miró al espejo con los pantalones oscuros que iban a juego con el saco y la camisa blanca.
No se veía mal, no obstante, volver a portar el uniforme era una prueba de su fracaso, uno que su jefa se lo hacía recalcar mediante el trato cordial con el que se dirigía a ella.
—Te dije diez minutos —dijo Angela Ackerman que entró a la habitación sin tocar, posándose en la entrada—. Llevas dos segundos de retraso.
—Lo siento —dijo Rebecca, aunque internamente se sentía fatigada con lo pesada que Angela resultaba ser.
Sin decir más, siguió a la pelinegra hasta la habitación de Grace, haciendo lo mismo que con ella: entrar sin tocar la puerta. Para vergüenza del chico, ellas abrieron justo cuando acababa de salir del baño, con una toalla que le cubría la cadera y por encima de las piernas.
—¡Carajo! —exclamó Grace, furioso. Después se cohibió cuando notó que tenía a Angela cara a cara.
—¿Esa es forma de recibirme? —preguntó la mujer mayor que se acercó para darle un breve abrazo—. Es bueno ver que sigues vivo y en una pieza.
El pecoso no sabía cómo responder ante la acción de Angela, corresponder al abrazo o quedarse estático.
—Es mejor verla de nuevo —masculló por lo bajo, recordando los acontecimientos desatados hace menos de veinticuatro horas—. Disculpe, pero es un mal momento para entrar.
No le importó.
—¿No te hicieron nada? —preguntó, actuando natural, tomando distancia de él que le respondió negando con la cabeza—. Gracias a dios.
—Pero Jesse... —vaciló, mirando hacia el suelo.
—Si —suspiró lentamente—. Está un poco delicada, pero fuera de peligro. No sabemos cuando va a despertar. Y Jackie —chistó—, los doctores dicen que no quiere comer ni hablar.
—Lo siento —susurró— no pude hacer nada para defenderlas. Se llevaron a Jill, y mataron a...
—Lo sé todo, pero pudo ser peor —farfulló, escasa de emociones—. ¿Ya comiste?
La mujer hizo que Rebecca le pasara el plato de waffles que estaba en el buró junto a la cama mediante un chasquido, el cual había dejado momentos antes de meterse a bañar.
—Come algo —con el tenedor cortó un pedazo de cada cosa y lo llevó a la boca del joven que por miedo no se opuso a comer—. Estoy algo cansada, ¿te parece si me acuesto mientras desayunas?
Grace se sentía como un cachorro de raza indefinida frente a un pitbull rabioso al tener la mirada de Angela en él, acostada a un lado suyo mientras se encontraba sentado en la cama, comiendo con incomodidad. Volteó a Rebecca, ella no hacía nada salvo permanecer parada detrás de la mujer que imponía tensión en el lugar, aunque no mostrara indicios de furia.
—Escuché que has hecho cosas que no debías —sus palabras hicieron que el chico sintiera una descarga recorriendo su espalda—. ¿En qué habíamos quedado? Prometiste que serías un niño bueno.
—Si. Vera, yo —su nerviosismo no le permitía articular algo coherente.
—Golpeaste al hijo de un hombre que por dentro nos desprecia con tal de salvar a una niña, la cual, por azares del destino terminó quedándose con nosotros. Fuiste al restaurante Grillo's cuando claramente te prohibí ir. Gastaste muchísimo dinero —negó mientras emitía un sonido con la lengua—. Mereces un castigo. Uno que claramente me tocaba darte —volvió la mirada a Rebecca—. Yo, única y exclusivamente yo. Nadie más que yo.
—Hice cosas que no debía —se disculpó—. No pensé que mis actos afectarían a otros. Ya he pagado por mis errores, prometo que no lo volveré a hacer.
—Sé que así será —acarició la cabeza del chico, manteniendo esa serenidad a la hora de hablar, pero sin mostrar estoicismo—. Es normal que eso pase cuando le das poder a alguien que en su vida ha tenido tantos privilegios. —Miró de reojo a la rubia que se lamentaba por dentro—: ¿No es así, Becca?
—Desde entonces, yo —sin saber que decir, pensó que sería bueno alargar sus disculpas.
—También escuché cosas muy buenas de ti —Angela volvió a quitarle la palabra—. Después de tus días de rebeldía, pediste ayuda a los profesores para estudiar. La profesora Nazawa te ayudó, y en el poco tiempo que estuvo contigo te enseñó a ser un alumno ejemplar. En tu grupo, pero ejemplar. Entregabas tus tareas en tiempo y forma, asistías a todas las clases, no te metiste en más problemas. Te redimiste cuando pudiste escoger el camino fácil al presentarte y usar los privilegios de nuestro apellido.
Desconocía la razón, pero le era inevitable seguir comiendo pese al banquete que se había dado la noche anterior.
—Por algo tengo que empezar si es que quiero ser alguien en la vida. Mi vida antes de llegar al burdel donde me sacaron no fué la mejor. Apenas aprendí a leer con libros quemados y otros partidos a la mitad —comentó después de ingerir lo que tenía en la boca—. Verá, yo vengo de la zona muerta. Incluso en un lugar tan pobre como ese, los niños que no tienen padres son tratados peor que la basura. Y yo nunca conocí a los míos.
Dicho dato no fué pasado desapercibido por Rebecca, que desconocía los orígenes de Grace.
—Lo sé —respondió Angela—. Te la pasabas comiendo basura, o robándole al resto para vivir. Es algo que ningún niño debería pasar.
—Sin embargo así fue —ahora era Grace quien tomó el poder de la palabra— hasta que conocí a la mujer que me adoptó. Ella terminó de enseñarme a leer, escribir, retener información y enseñarme palabras que desconocía para tener una mejor conversación. También me enseñó primeros auxilios, con eso pude tratar las primeras heridas de Jesse.
—Estoy muy agradecida por lo que hiciste —sin previo aviso, Angela abrazó al chico. No para intimidarlo o con intenciones revestidas—. Hiciste lo que pudiste. Eso es mejor que no hacer nada.
—No me agradezca a mí —terminó de llevarse la última porción de comida a la boca, masticar y tragar—. La mujer que me enseñó todo lo que sé, sin ella no pude hacer nada. Debe agradecerle a Trinidad Jeager, que en paz descanse.
—¡¿Qué?! —la mayordoma estaba atónita de oír lo salido de Grace—. ¿Tu mamá es Trinidad Jeager? Entonces... —su mente procesó lo revelado, teniendo la pieza faltante del enigma detrás del chico, y porqué Angela lo hizo parte de su familia—. Formaste parte de ella. Eres uno de sus hijos adoptados, el bebé que le quitaron a Lucrecia cuando dio a luz. Tú eres... Edik Benedetto, el hijo que Lucrecia tuvo con... el hermano difunto de Angela. —Miró a la mayor con los ojos crispados—. Él es tu sobrino. Por eso lo rescataste.
Tan pronto Rebecca abrió la boca, Grace quedó igual o más estupefacto que ella, siendo el más afectado, puesto que conocer la identidad de sus progenitores era algo imposible. Siendo algunos vagabundos que lo abandonaron. Ahora, saber que compartía lazos sanguíneos con gente de renombre lo dejaba sin palabras. La boca se le secó, los ojos casi se le salían de las cuentas de lo abiertos que estaban. Quedó tan ensimismado que se le quitó la pena de estar en toalla frente a ambas mujeres.
—Rebecca —Angela parecía molesta por la imprudencia de la rubia. Ahora era evidente con el tono que usaba—. ¿Quién dijo que podías abrir la puta boca?
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