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❈ 65

Solamente hizo falta un simple gesto por parte de Ramih para que sus hombres se abalanzaran sobre nosotros. Los puntos de mi costado se resintieron cuando tensé los músculos de mi cuerpo para defenderme; no tenía ni una sola posibilidad de salir victoriosa, y si optaba por tomar ese camino... No, no lo haría. Porque eso significaría dar munición a Darshan y a las dudas que parecían haberse aferrado Ramih tras la sorpresiva acusación de Darshan. No me resistí cuando los hombres se abalanzaron sobre mí, cumpliendo órdenes: me resigné a permitir que me inmovilizaran y me obligaran a doblar los brazos a mi espalda. La emisaria de Assarion se limitó a hacerse a un lado mientras Cassian trataba de intermediar, insistiendo a Ramih que era un error.

Pero el líder de la Resistencia no parecía muy propenso a escucharle.

Darshan también pareció ser consciente de lo poco que serviría oponer resistencia: cayó de rodillas y con ambos brazos unidos a la espalda. Su mirada gris estaba clavada en la emisaria de Assarion, quien permanecía inmóvil junto al resto de rebeldes; sin que nadie tratara de apresarla como a nosotros dos.

Los ojos de la mujer se limitaban a seguir con una pizca de atención todo lo que sucedía.

—Ponedlos bajo custodia hasta que pongamos algo de orden en todo este... asunto.

Con poca amabilidad, mis captores me obligaron a que empezara a andar, arrancándome un quejido cuando los puntos de mi costado se resintieron ante mis movimientos forzados. Cassian tenía el rostro pálido de angustia al verme en aquella situación; sus pupilas estaban dilatadas por el miedo, por el modo en que las cosas se habían torcido cuando lo único que buscábamos era desenmascarar a Darshan frente a todos. Al pasar a su lado, moví mis labios en una silenciosa súplica.

«Trae a mi padre.»

❈ ❈ ❈

El chasquido que emitieron los grilletes al cerrarse sobre mis muñecas resonó contra las paredes de piedra. Aquella medida no había sido por cautela, impidiendo que pudiera huir: sino para mantenerme separada de Darshan e impedir que pudiera causarle algún daño. El traidor había sido encadenado en la otra punta de la sala, con otra pareja idéntica a la mía de grilletes normales; como si mi acusación sobre su peligrosa naturaleza no hubiera sido tomada en cuenta. Como si el metal fuera suficiente para contener su poder letal.

Un poder que, hasta el momento, no se había manifestado.

Darshan no había intentado huir después de que yo le señalara como nigromante y la persona que nos había estado vendiendo. En aquellos instantes se encontraba apoyado contra la pared, con las muñecas apoyadas sobre sus rodillas; los hombres de Ramih Bahar se limitaron a lanzarnos una última mirada antes de cerrar la puerta con estruendo, dejándonos encerrados en aquella cámara hasta que decidieran venir a interrogarnos.

Resbalé hasta quedar sentada en el duro suelo de piedra y luego dejé caer la nuca hacia la pared que había a mi espalda, aún intentando digerir el fracaso de mi maravilloso plan para salvar a la Resistencia.

El modo en que mi silencio, confirmando la acusación de Darshan, me había condenado a parecer sospechosa de traición. Pero ¿acaso no lo era? Me había enamorado de un nigromante y, aunque no había transmitido ni uno solo de los secretos de la Resistencia, mi simple relación con Perseo podía considerarse como un acto de traición; me había enamorado de uno de nuestros enemigos. De un monstruo que sesgaba vidas sin sentir el menor remordimiento.

Aunque eso no era cierto.

Había visto a Perseo atrapado en aquella bañera de agua fría, a merced de los fantasmas que había dejado tras su misión, intentando eliminar la sangre de sus víctimas y confesándome que ya no le resultaban indiferentes. Que no era ajeno al dolor que causaba.

Una parte de mí se preguntó si no habría sido una actuación. Perseo había resultado ser una caja llena de secretos, ninguno de ellos agradable; él había estado en contacto todo ese tiempo con Darshan, haciendo acopio de la información que éste le enviaba para ponerla en conocimiento de sus superiores. Sentí un doloroso pellizco en el pecho cuando recordé el modo en que cayó en el suelo de aquella nave, las noticias de Cassian sobre su supuesto cadáver... La dolorosa verdad que había descubierto en aquella morgue, después de creer que estaba muerto.

Me pregunté dónde estaría ahora.

Me pregunté si me estaría buscando.

—¿Quién eres en realidad, Darshan Mnemus? —le pregunté a mi compañero de celda, rompiendo el silencio.

Todavía quedaban muchas preguntas sin respuesta. Si era un agente del Imperio, ¿por qué llevaba grabado el tatuaje de los presos de Vassar Bekhetaar? ¿Cómo era posible que tuviera tanta información sobre la Resistencia, incluyendo el nombre de uno de sus líderes? ¿Cómo terminó en aquel callejón, malherido hasta que Eo y yo nos topamos con él por pura casualidad?

Sus cadenas sonaron cuando se removió en el suelo, frente a mí en la distancia que nos separaba. Los ojos grises del chico se mostraron repentinamente serios, demasiado serios.

—No es una conversación que me apetezca tener en este lugar —respondió.

Un chispazo de rabia recorrió mi cuerpo al detectar un timbre chulesco en sus palabras, aplacando levemente la curiosidad que sentía por él. Apreté los dientes, conteniendo las repentinas ganas que me sacudieron de poner a prueba cuán lejos llegaba la cadena que mantenía unidos mis grilletes a la pared de mi espalda; Darshan parecía saber con exactitud cómo exasperar a las personas, además de tener un férreo control sobre sus propias emociones.

Como un maldito nigromante.

Sin embargo, no pude evitar recordar a Ghaada. La mujer había logrado esquivar el decreto que la condenaba a formar parte de las huestes del Emperador; había escondido su magia para protegerse... pero ¿qué había de Darshan? De haber sido reclutado, también habrían ido a por su familia, a por Ghaada, pues el Usurpador no habría perdido la oportunidad de añadir más miembros a su ejército de nigromantes.

Las sienes me punzaron al añadir nuevas incógnitas sobre quién era aquel chico.

Necesitaba distraerme con urgencia. No sabía el tiempo que había transcurrido desde que aquel grupo de rebeldes encabezados por Ramih Bahar hubieran acudido a mi llamada; tampoco podía precisar cuánto había pasado mientras Darshan y yo estábamos allí encerrados, a la espera de que fuéramos interrogados.

Elevé una plegaria a los dioses para que Cassian trajera a mi padre y me liberara, brindándome la oportunidad de explicarle lo sucedido.

Un pesado silencio creció dentro de la celda mientras los segundos continuaban transcurriendo con lentitud. Mi mente no pudo evitar volver a traer consigo a Perseo, sus secretos y las dudas que ahora me embargaban después de haber descubierto el modo tan activo en el que participaba para erradicar a los rebeldes que luchaban por expulsar al Usurpador de su trono.

—Reconozco que tu aventura con Perseo es como una vieja y trágica historia —la repentina intervención de Darshan rompiendo el silencio hizo que alzara la mirada en su dirección.

Las cadenas que iban unidas a sus grilletes repiquetearon cuando le vi hacer aspavientos con ambas manos, como si estuviera tratando de dar forma a algo. La tensión se expandió a lo largo de mi columna vertebral cuando mencionó mi relación de aquel modo.

—Ya sabes: enemigos que caen rendidos en brazos del amor, entregándose el uno al otro sin importar que pertenezcan a bandos distintos —continuó con su relato, con su mirada clavada en mí, atento a mi reacción—. Desenlace atroz, lleno de traiciones e, indudablemente, un corazón destrozado...

Mis dientes rechinaron.

—Cállate —le espeté—. No sabes nada, no pretendas fingir lo contrario.

Darshan me dirigió una mirada complacida, satisfecho de haber arrancado de mí la respuesta que esperaba. La garganta se me resecó al intuir la dirección que estaba tomando aquella conversación que el propio Darshan había iniciado de manera intencional, quizá buscando eso.

—¿Estás segura de ello, Jem? —ronroneó con placer.

Retrocedí de manera inconsciente, presionando mi espalda contra la pared de piedra y clavándome sus puntiagudos bordes en las cicatrices que cruzaban mi piel.

—Mientes —insistí, reacia a caer en sus juegos.

Darshan ladeó la cabeza del mismo modo que lo haría un depredador antes de abalanzarse sobre su indefensa presa.

Así me sentí yo en aquellos instantes, atrapada en aquella celda sin posibilidad de escapar de allí... y de sus palabras. Mirando cara a cara a Darshan antes de que se lanzara contra mí, sabiendo que estaba perdida.

—Quizá Perseo también lo hiciera, pelirroja —comentó en tono casual, reclinándose sobre su lado de pared—. No en vano es el heredero de Ptolomeo Horatius... Desde niño se le educó para las intrigas, y eso incluye una habilidad sorprendente para la mentira.

Quise golpearlo, pero la cadena no era lo suficientemente larga para que pudiera cumplir con mi deseo. La rabia y algo más latieron a fuego lento dentro de mi estómago, haciendo que la sangre pareciera hervirme dentro de las venas; la voz de Darshan se repitió en mis oídos como una burla.

—¿Por qué mentirme? —le pregunté, aferrándome a ese pequeño clavo en el que deposité mi tambaleante seguridad de que era Darshan quien lo estaba haciendo por el simple placer que le producía usarme como entretenimiento hasta que decidieran sacarnos de allí... o proceder a interrogarnos—. Perseo no podía saber que yo era una...

«Rebelde.»

No fui capaz de pronunciar la última palabra. La celda pareció estremecerse a mi alrededor cuando llegué a la conclusión que Darshan buscaba: insinuar que Perseo había sabido desde el principio mi mayor secreto, el hecho de que formara parte de la Resistencia, pero aquello no tenía ningún sentido...

No cuando el nigromante había colaborado de manera activa a su destrucción.

Pero Perseo, después de salvarme, decidió saber más de mí porque, supuestamente, había llamado su atención. Me siguió a escondidas, refugiándose en la oscuridad como si fuera una sombra; durante días, sentí su silenciosa presencia acechándome, observando cada uno de mis movimientos. ¿Y si había escuchado mis conversaciones...?

—De haber sabido que era una rebelde, jamás hubiera hecho lo que hizo por mí —dije, pero la voz me tembló al no estar tan segura como había querido aparentar.

Los ojos grises de Darshan relucieron con malevolencia.

—Quizá le resultaras más útil viva que muerta —respondió.

Los grilletes de las muñecas me presionaron la carne cuando mis manos se agitaron de rabia contenida.

—¿A ti o a él, Darshan? —repuse con acidez—. Era gracias a mi estúpida tapadera como doncella de Aella tenías la excusa perfecta para intercambiar mensajes con Perseo, dándole información.

❈ ❈ ❈

Las dudas cayeron sobre mí como losas de piedra mientras el silencio se instauraba de nuevo entre nosotros y me replegaba lo más posible a mi rincón de la celda, alejando aquel cúmulo de turbulentos pensamientos que las insinuaciones de Darshan habían traído consigo; mi mirada se desvió en varias ocasiones, casi de manera desesperada, hacia la puerta cerrada, rezando a cualquiera de los dioses que debían estar observándonos desde allí arriba para que Cassian y mi padre no se retrasaran ni un segundo más, apareciendo en aquel preciso instante.

Pero nuestras deidades parecían tener un sentido del humor un tanto retorcido: cuando la puerta emitió un esperanzador crujido, alcé la mirada y me topé con los rostros de Ramih Bahar y la mujer que antes había descubierto con Darshan en aquel pasadizo sin salida.

Los dos se internaron en la celda, observándonos a los dos prisioneros con expresiones parejas de absoluto hermetismo. La supuesta emisaria de Assarion clavó su intensa mirada en Darshan, pero el muchacho no pareció complacido por la atención que parecía suscitar en la mujer; por otro lado, el líder de la Resistencia no perdía detalle de ninguno de los dos, la sospecha asomó ligeramente en sus ojos oscuros.

—Ludville —habló entonces Ramih, desvelando el nombre de la misteriosa mujer—. Espero que puedas brindarme tu... habilidad para obtener algunas respuestas.

La incomprensión inicial ante las palabras del líder fue disipándose cuando entendí de golpe que había sabido desde el principio que Ludville, como así se llamaba la mujer, era una nigromante... Y quería que empleara su poder letal cuando llegara el momento de interrogarnos, empleándolo como método de tortura para que respondiésemos a sus preguntas.

Los ojos castaños de Ludville relucieron de molestia al escuchar la petición de Ramih Bahar.

—La diosa nos brindó estas habilidades, como tú las has denominado, para que protegiéramos vidas, no para que las quitáramos —respondió con firmeza.

Pero el hombre no pareció en absoluto conmovido, como tampoco pareció estar dispuesto a cambiar de planes de utilizar Ludville como arma. Aquella idea hizo que mi estómago se agitara al pensar en el Emperador y en la semejanza de ambos hombres en aquella situación.

—No tengo ninguna intención de arrebatar ninguna vida, Ludville —le aseguró con una media sonrisa—. Pero tu poder es el único modo que tengo de obtener lo que busco: la verdad.

La nigromante se giró hacia el hombre con el ceño fruncido, mostrando las primeras dudas al respecto.

—Pensaba que odiabas a los nigromantes, Ramih Bahar —intervino Darshan con altanería, obligándonos a que todos miráramos en su dirección—. ¿Qué dirían todos tus seguidores si supieran que tienes tratos con ellos?

La mirada del aludido relució con visible molestia.

—Mis asuntos no te conciernen —le espetó de malos modos—. Y limítate a responder a lo que se te pregunte cuando lo haga —luego se giró hacia la nigromante con una expresión que rozaba la impaciencia—. Ludville.

Aquella simple palabra escondía una inconfundible orden que tampoco pareció pasar desapercibida para la propia mujer, cuyo malestar no hizo más que aumentar al comprobar que Ramih Bahar no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente.

—No puedes tratarme como si fuera un maldito perro al que dar órdenes —protestó.

El hombre enarcó una ceja.

—¿Debería desconfiar de ti, Ludville? —insinuó con voz glacial—. Resulta demasiado sospechoso el que te hayan descubierto en un rincón tan apartado e íntimo en compañía de alguien acusado de ser un nigromante... y el traidor que nos ha estado vendiendo al Imperio.

El rostro de Ludville se retorció en un gesto de evidente molestia cuando escuchó la velada acusación en las palabras de Ramih Bahar.

—¿Te atreves a insinuar que estoy colaborando con el Emperador? —le espetó, sin ocultar lo mucho que le desagradaba la idea—. Llevo años en contacto con alguien de dentro del palacio que sigue de cerca los movimientos de ese maldito bastardo de Nerón, arriesgando su vida para que tú puedas continuar con tu rebelión —dio un paso hacia el hombre, que no se amedrentó a pesar de la amenaza que se leía en los ojos castaños de Ludville—. Assarion te ha ayudado a mantener todo esto en pie, Ramih Bahar: nunca lo olvides. La deuda que tienes con mi país sigue creciendo a cada día que pasa y a mi rey no le gustaría escuchar que guardas alguna duda sobre dónde se encuentra nuestra lealtad.

La amenaza velada que le devolvió Ludville sobre quién le proporcionaba lo necesario para que todos los rebeldes pudieran seguir subsistiendo, continuando la lucha contra el Emperador y su tiranía, no pareció tener ningún efecto en Ramih, a juzgar por la sonrisa casi lobuna que esbozó en dirección hacia la reticente nigromante.

—No soy el único que se beneficia de mi rebelión, Ludville —contestó con inquina—: tu país y tu rey también salen generosamente beneficiados si logramos que el Emperador muera.

Me removí en mi sitio, inquieta por el intercambio de reproches que habían comenzado a lanzarse el uno al otro tras los reparos de la nigromante a emplear sus poderes a favor de Ramih y su plan. Había quedado confirmado que Ludville sí que procedía de Assarion, además de ser una de sus emisarias aquí, en el Imperio; lo que no me quedaba tan claro era cómo era posible que Ramih Bahar se hubiera aliado con nigromantes, y si alguien más dentro de la Resistencia era consciente de ese acuerdo que parecía haberse establecido entre Assarion y el líder de la rebelión.

Ludville no encontró respuesta a esa acusación, confirmándola: nuestro país vecino parecía estar muy interesado en apoyar la rebelión contra el Usurpador, lo que me hizo preguntarme si Hexas, aquella isla que se encontraba al sur de la península que conformaban el Imperio y Assarion, no tendría también planes para su propio futuro.

—¿Fuisteis vosotros quienes enviasteis a esa chica, Melissa? —pregunté abruptamente, recordando a la muchacha de cabello oscuro que había formado parte de la pequeña delegación de chicas de Al-Rijl para complacer al Emperador en una cámara privada.

Nadie se percató de su verdadera identidad, de quién era en realidad, hasta que el propio Emperador la detuvo al no ver la marca que todas las chicas en el antebrazo, sabiendo que ella no formaba parte de la nutrida colección de jóvenes con la que contaba Al-Rijl para complacer a sus valiosos clientes perilustres.

Ludville pestañeó en mi dirección con un brillo de reconocimiento.

—Creímos tener una oportunidad —fue lo único que dijo—. Nos equivocamos.

No vi arrepentimiento o pena por la muerte de aquella chica que había entregado su propia vida al intentar arrebatar la del Emperador. Melissa no fue más que un peón más en aquel juego de poder que estaba teniendo lugar entre las sombras; un juego que no conseguía entender todavía.

Ramih Bahar, cansado de no obtener lo que quería, se dirigió hacia el rincón donde estaba encadenado Darshan, tomándolo por la camisa y obligándole a que se incorporara. Su fría mirada se desvió a mí unos tensos segundos.

—Deberías guardar el aliento para cuando llegue tu turno, señorita Devmani —me recomendó con tono amenazador.

Darshan se mantuvo inmóvil, con las muñecas rodeadas por los grilletes pegadas contra el pecho, alternando la mirada entre Ludville y Ramih Bahar. Pude intuir una ligera tensión en la línea de sus hombros, lo que delataba que el chico no parecía ser tan indiferente a su futuro como pretendía aparentar. ¿Estaría preocupado por lo que podría suceder en el transcurso de aquel interrogatorio? ¿Temería a ser víctima del poder de la nigromante, la misma que parecía haber tratado de ayudarle antes de que yo los interrumpiera?

—Tenía ganas de que llegara este momento, Darshan —dijo Ramih con un ramalazo de placer.

Hizo un gesto con la mano que tenía libre a Ludville, indicándole que se acercara. La mujer dudó unos segundos antes de resignarse a hacer lo que aquel hombre quería de ella; su mirada perfilada se cubrió de una pátina de dureza mientras sus ojos no se apartaban de Ramih.

—Quiero que me confirmes si es un nigromante —fue lo primero que exigió el rebelde.

Ludville entreabrió los labios, pero no dijo una sola palabra.

—Vamos, querida —le insistió Ramih, con una nota de impaciencia—, la experiencia respecto a vosotros me ha demostrado que sois capaces de percibir a los que poseen la magia de la esencia. Afinidad entre iguales, ¿no es cierto?

Las fosas nasales de la nigromante se hincharon cuando resopló con visible disgusto.

—Deberías saberlo, ya que pareces conocer tanto sobre nosotros —respondió con una evasiva burlona.

El rostro de Darshan se tensó levemente cuando Ramih clavó sus dedos en el hombro por el que le mantenía sujeto.

—Me gustaría tener tu confirmación —sus labios se retorcieron hasta formar una sonrisa despectiva—. Supongo que habrás tenido oportunidad de descubrirlo en la intimidad de aquel pasadizo oscuro antes de que os interrumpieran.

Si buscaba hacer sentir incómoda a la nigromante con su comentario, no logró su propósito: el rostro de Ludville se mantuvo imperturbable, casi diría que un tanto aburrido por las continuas insinuaciones que no había dejado de lanzar al aire desde que cruzaran la puerta de la celda.

Los segundos transcurrieron en un ambiente que se volvía cada vez más tenso. La mirada gris de Darshan se clavó en la mía mientras aguardábamos a que Ludville diera su veredicto al respecto. ¿Qué sucedería si...?

—Ese chico es un nigromante —confirmó Ludville al final.

Ramih sonrió, complacido. Luego su mano se deslizó como una serpiente hasta rodear la garganta de Darshan, cuya fachada estaba cada vez más cerca de derrumbarse ahora que su mayor secreto había salido a la luz.

—¿Debería pedirle a Ludville que te rompa las dos muñecas o vas a cooperar?

El rostro de Darshan empalideció ante la amenaza, incluso la nigromante parecía conmocionada por lo que acababa de decir. La reacción de ambos nigromantes no hizo más que aumentar la confianza que Ramih Bahar tenía en sí mismo, sabiendo que era quien tenía las riendas de la situación.

—Sé que usáis vuestras manos para poder controlar la magia —reconoció con orgullo—. Vuestros secretos sobre la nigromancia no lo son tanto, al menos para mí.

Los conocimientos que supuestamente poseía Ramih Bahar sobre los nigromantes lograron quebrar parte de la seguridad que Darshan había mostrado. Tampoco Ludville parecía indiferente ante la revelación del líder de la Resistencia; sus ojos castaños se tornaron recelos, cuestionándose cuánto sabría de aquellos secretos que pertenecían a los nigromantes únicamente.

—Las palmas hacia abajo, Darshan —ordenó con voz inflexible; el chico obedeció en silencio—. Muy bien. Ya sabes cómo funciona todo esto, ¿verdad? Yo pregunto, tú respondes y si intuyo que no estás siendo sincero conmigo, Ludville se encargará de disuadirte.

La nigromante alzó ambas manos en dirección a Darshan, que pareció encogerse sobre sí mismo ante las palmas dirigidas a su persona. Yo me limité a mantenerme en silencio, en aquel segundo plano al que me habían condenado hasta que terminaran de extraerle toda la información posible; mis ojos no podían quedarse quietos en un solo punto de la celda. No cuando Ramih Bahar había resultado ser mucho más retorcido de lo que aparentaba en un principio.

—¿Te llamas realmente Darshan Mnemus? —preguntó el líder.

Un músculo de la mandíbula del interpelado tembló al escuchar la primera pregunta de su interrogatorio.

—Sí.

Ramih asintió, dando por válida su respuesta.

—¿Qué hay del tatuaje de tu espalda, chico? —lanzó su segunda pregunta—. Una marca que no solamente llevan los presos, ¿no es cierto? He oído decir que los hombres del Emperador destinados allí también son marcados con ese mismo tatuaje, como si fuera una especie de castigo...

La sorpresa se abrió paso en el rostro de Darshan, entumecido por la cantidad de información que poseía sobre la prisión. Sobre todo lo que él había intentado ocultar, valiéndose de mentiras y medias verdades.

Pese a la apreciación sobre su tatuaje, no dijo una sola palabra al respecto, no cayó en la provocación de Ramih que podría condenarlo.

—Tu historia parecía sólida la primera vez que la escuché —añadió entonces el líder de la Resistencia—. Pero había algo en ti que no encajaba, muchacho; algo que hizo que mis alarmas saltaran y decidiera seguirte el juego hasta ver dónde llegabas de lejos.

Los ojos grises de Darshan se mostraron recelosos. ¿Ramih Bahar nunca había creído a Darshan? Entonces ¿por qué había esperado tanto tiempo, dejando que el chico siguiera transmitiendo información a los hombres del Emperador, condenando a nuestra propia gente? ¿Qué tipo de juegos se traía Ramih Bahar entre manos?

—Tu temple, Darshan —añadió el hombre tras unos segundos en silencio—. Eras demasiado controlado contigo mismo. Siempre evaluando la situación, calculando... No era un atributo normal, no después de haber convivido durante tanto tiempo con muchachos ansiosos por ser útiles; por servir bien a la Resistencia y colaborar en el derrocamiento del Usurpador. Por eso mismo decidí confiar en mis mejores hombres para descubrir qué había pasado con los dos agentes que terminaron en la prisión, trayendo consigo un par de datos interesantes que no parecían coincidir con tu versión.

El rostro de Darshan mudó a una expresión rígida cuando Ramih expuso el diminuto error que había cometido, un error que no había pasado inadvertido al líder de la Resistencia. Y él había optado por permitir que Darshan siguiera adelante con sus propios planes.

Había optado por sacrificar a algunos de los nuestros para ver lo lejos que el traidor podía llegar después de haber averiguado lo que pasó tras los muros de Vassar Bekhetaar.

—Ahora, Darshan, vas a decirnos qué sucedió en realidad con mi hijo y su acompañante en Vassar Bekhetaar —exigió con voz mortífera.

Un atronador silencio se hizo en el interior de la celda cuando Darshan optó por guardar silencio... otra vez. Un silencio que no gustó a Ramih, quien dirigió una intencional mirada a Ludville; una mirada con un único mensaje: «Hazlo.»

El vello se me erizó cuando el poder de la nigromante despertó. No titubeó cuando sus palmas se movieron hasta quedar a poca distancia del cuerpo del muchacho, que continuó sin emitir un solo sonido; la tenacidad de atreverse a desobedecer los deseos de Ramih, sabiendo las consecuencias de ese acto, hizo que sintiera un leve ramalazo de admiración.

—Ralentiza su pulso —le ordenó el líder de la Resistencia—. No tardaremos mucho en subyugarlo y hacer desaparecer esta... obstinación.

Los dedos de la nigromante se curvaron como garras, pero Darshan continuó con los labios firmemente sellados.

❈ ❈ ❈

No fui capaz de calcular el tiempo exacto que transcurrió hasta que los primeros estragos del poder de Ludville en Darshan empezaron a manifestarse. Una capa de sudor cubría su frente, pero el chico no había intentado hacer uso de su propio poder para defenderse de la nigromante; sus ojos estaban vidriosos por las continuas manipulaciones que había sufrido, siempre a orden de Ramih, que se había mantenido en silencio, ansioso por ver cómo se quebraba y le proporcionaba las respuestas que quería.

Había sido testigo de cómo le habían empujado casi hasta la inconsciencia, alterando el ritmo de su corazón; de cómo habían presionado sus pulmones hasta hacerle creer que moriría asfixiado... De las heridas que Ludville había abierto sobre sus brazos, haciendo que la sangre manara de ellas, cortando después su flujo.

Y, a pesar de ello, Darshan había logrado mantener la boca cerrada para frustración de Ramih Bahar, quien estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de obtener una confesión completa.

Darshan respiraba entrecortadamente, apoyado contra la pared de piedra, rodeado por Ludville y el líder de la Resistencia. Sus ojos grises resplandecían con menos fiereza, denotando su propio cansancio; sus palmas continuaban apuntando al suelo y no había tratado de hacer uso de su magia.

—Tu cabezonería no te ayudará, Darshan —dijo Ramih Bahar—. Y no te conviene jugar más con mi paciencia, chico.

Repitió el mismo gesto que le había visto hacer cuando quería que Ludville empleara su poder para subyugar a su víctima. La espalda se me tensó cuando observé cómo Darshan luchaba contra el dolor físico que estaba infligiéndole la nigromante... hasta que echó el cuello hacia atrás, dejando escapar un alarido que retumbó contra las paredes de piedra.

Ramih dejó que la tortura continuara unos instantes más, disfrutando del sonido de los gritos del chico, antes de detener a la mujer, quien parecía estar cerca de la extenuación tras la resistencia que había mostrado Darshan.

Tragué saliva al escuchar los jadeos ahogados que brotaban de los labios del muchacho, del dolor que se adivinaba en ellos. El ligero temblor que recorría su cuerpo mientras luchaba por mantenerse en la misma postura, sin dejarse vencer por el cansancio de aquellos eternos momentos de tortura.

Y la derrota que se adivinaba en el fondo de su mirada.

—Estaba... estaba destinado a Vassar Bekhetaar —balbuceó Darshan, cediendo al fin—. Habíamos... logrado... reunir información sobre vosotros... gracias a los pobres... pobres desgraciados que... terminaban allí... y pedían clemencia a... cambio de lo que... sabían...

La respiración parecía rasparle en la garganta, haciendo un sonido ronco y cargado de esfuerzo mientras trataba de seguir con su confesión.

—Sigue —ladró Ramih.

El rostro de Darshan se arrugó en una mueca, cerrando los ojos unos instantes a causa del dolor.

—Descubrimos... descubrimos que dos de los prisioneros... estaban fuera de sus celdas, en las zonas... donde sabíamos que estaban encarcelados... algunos rebeldes que aún... que aún no habían sido ajusticiados... Nuestro superior... nuestro superior nos ordenó que nos los lleváramos a otra... a otra sala... para interrogarlos —se pasó la lengua por el labio inferior—. No nos costó mucho tiempo... saber la verdad... incluyendo algunos datos... de interés...

El estómago se me revolvió al pensar en aquellos dos chicos, sufriendo en sus carnes lo mismo que estaba pasando Darshan, pero mucho más magnificado: los nigromantes del Emperador no mostraban tanta consideración como Ludville, infligían daño sin pensar en sus víctimas.

—Prosigue —presionó el líder de la Resistencia, abriendo y cerrando los puños contra sus costados.

La apagada mirada gris de Darshan se clavó en él.

—Continuamos con los interrogatorios... arrancándoles hasta el más mínimo detalle... para poder usarlos —una tos sacudió su cuerpo, obligándole a detenerse y luego tragar saliva—. Uno de ellos... uno de ellos no fue capaz de soportar el interrogatorio... y el otro... el otro logró escapar... —Darshan apretó los labios—. Se me ordenó en su persecución y que lo eliminara... Conseguí arrinconarlo, deteniéndole antes de que pudiera... pudiera avisaros... Tuve que hacerlo —la mandíbula de Ramih Bahar se apretó y sus ojos relucieron de rabia contenida ante la confesión del asesinato de su único hijo.

—Mataste a mi hijo, pero él consiguió herirte antes de morir —las palabras temblaban de furia mientras brotaban de sus labios. Los músculos de sus antebrazos parecieron hincharse cuando el líder de la Resistencia apretó los puños con fuerza—. ¿Dónde dejaste su cuerpo? ¿Qué hiciste con él?

—Me aseguré de que estuviera... bien escondido... y luego... luego lo abandoné —Darshan hizo una breve pausa para tomar aire—. Huí.

Las piezas que antes habían encajado en su lugar dejaron paso a las auténticas, formando una imagen nada agradable dentro de mi cabeza: Darshan había terminado herido a causa del hijo de Ramih, quien había luchado por su vida... y había perdido; después de terminar con su misión de eliminar la amenaza que suponía para sus planes, trató de volver, pero...

—¿Por qué no te curaste la herida? —inquirió Ramih.

Miré con atención a Darshan, preguntándome eso mismo. Si era un nigromante... ¿por qué no curarse a sí mismo, evitando terminar en aquel callejón, desangrándose y casi infectándose la herida?

—Estaba... estaba débil tras el enfrentamiento.

Mentía.

Entrecerré los ojos al captar la mentira en sus palabras, el modo en que había titubeado al darle a Ramih una respuesta. Sin embargo, el líder de los rebeldes estaba tan atrapado en el dolor por su hijo, en abrir esa vieja cicatriz de nuevo, que no pareció ser consciente de ello.

—Serás ejecutado —sentenció Ramih—. Y luego enviaremos tu cadáver al Emperador como advertencia.

El aire quedó atrapado en mis pulmones cuando Ramih Bahar abandonó a un debilitado Darshan para dirigirse hacia mi rincón de la celda. Ludville se quedó retrasada, contemplando al muchacho luchar consigo mismo para impedir colapsar contra el suelo; la vi morderse el labio inferior, además de un fugaz sentimiento de arrepentimiento cruzar su mirada perfilada.

No pude continuar con mi escrutinio, ya que el enorme cuerpo de Ramih se interpuso en mi campo de visión, obligándome a reconsiderar mis opciones y centrar toda mi atención en él.

—Ha llegado el momento de que hables, Devmani —dijo.

Me pregunté si también le pediría a Ludville que le ayudara con mi interrogatorio. Había sentido el poder de los nigromantes, cuando Perseo me inmovilizó en aquel pasillo del palacio o cuando trató de acelerar la curación de las heridas que el látigo de Eudora abrió sobre la piel de mi espalda; sabía por experiencia que no era agradable y que, por mucho bien que intentaran hacer, el dolor no desaparecía.

Ramih ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa condescendiente.

—Veo que, al menos, has aprendido a mantener tu afilada lengua controlada —observó con una pizca de satisfacción.

La réplica quedó atrapada en la punta de mi lengua cuando Ludville se situó junto al hombre, estudiándome en silencio. Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza con detenimiento, como si estuviera buscando algo en concreto; aquel escrutinio hizo que me sintiera inquieta.

—Detecto el rastro de dos... tres nigromantes en ella —comentó en tono crítico, corrigiéndose a sí misma—. Uno de esos rastros es leve, como si el nigromante que usó su magia en ella quisiera que pasara desapercibida.

Los ojos de Ramih relucieron ante la información mientras que yo no era capaz de entender el tercer nigromante que había usado su magia en mí: solamente Ghaada y Perseo habían empleado su poder conmigo, pero...

Mi mirada se vio atraída de manera inconsciente hacia el rincón donde Darshan se recuperaba. Los ojos grises del chico estaban fijos en nosotros, atentos del mismo modo que habían estado los míos cuando le habían arrancado una confesión tras una larga tortura a manos de Ludville. ¿Podría ser que...?

—Así que has tenido tratos con nigromantes, Devmani —murmuró Ramih—. Qué interesante.

Me aferré a mi silencio, casi entendiendo por qué Darshan lo había hecho antes que yo.

La mirada del líder de la Resistencia se enturbió mientras mis ojos registraban cómo su brazo se movía con lentitud, dispuesto a darle la misma orden a la nigromante para que empleara su magia en mí.

El pánico se desató por todo mi cuerpo, pero mis extremidades parecían haberse vuelto de piedra. Dejándome anclada al suelo, sin poder apartarme de las palmas de Ludville y lo que desataría después su magia.

—¡Tengo todo el derecho a estar ahí dentro! —se escuchó una atronadora voz que hizo que mi corazón diera un vuelco.

La puerta de la celda se abrió con un fuerte golpe, mostrando a mi padre y a Cassian esperando al otro lado. El rostro de mi padre estaba furibundo, con su mirada verde deslizándose por cada uno de nosotros; yo fui la última de sus objetivos, la que hizo que sus ojos se quedaran detenidos en los grilletes que rodeaban mis muñecas.

—¿Qué significa todo esto? —exigió saber mi padre con un tono de voz que pocas veces le había visto emplear.

La llegada de mi padre, su interrupción, no sentó nada bien a Ramih, pero logró disimular su molestia con una sonrisa que pretendía ser amigable... y con una pizca de culpabilidad. Como si fuera un niño al que hubieran pillado haciendo una travesura.

—Bhasvah —le saludó con normalidad, de un modo que nadie sospecharía lo que había estado a punto de desatar sobre mí mediante Ludville.

Mi padre, seguido de Cassian, que me lanzó una mirada que no era capaz de ocultar su preocupación extrema por descubrirme encadenada, se dirigió como una exhalación hacia donde yo me encontraba, con una mirada cargada de dureza; la nigromante se hizo a un lado, permitiendo que mi padre pudiera hincar la rodilla frente a mí y tomar mis muñecas para rozar con la yema de los dedos el metal de los grilletes.

—¿Por qué mi hija está encadenada? —preguntó mi padre, cada vez menos amable.

La mirada de Ramih se tornó seria.

—Ha confraternizado con el enemigo —respondió.

Mi padre se encaró hacia el líder de la Resistencia.

—No sabemos... —trató de añadir, pero fue interrumpido.

—Sé lo sucedido, Ramih —tanto el interpelado como yo miramos a mi padre con expresiones parejas de sorpresa—. Y respondo por mi hija: ella no ha dicho ni una sola palabra.

—Hay huellas de nigromancia en ella —protestó Ramih.

Los ojos de mi padre eran implacables, a excepción de un rápido relámpago de preocupación que cruzó rápidamente su mirada al escuchar los rastros que la magia de tres nigromantes había dejado sobre mi piel; no atisbé ni un indicio de duda cuando le escuché responder:

—Si la acusas de traición es como si me estuvieras acusando a mí de no ser fiel a la Resistencia, y sabes perfectamente a todo lo que he renunciado en estos años por ella.

Se me agitó el estómago al recordar los períodos que mi padre pasaba lejos de casa. Cuando mi madre aún seguía con nosotros, sus ausencias eran mucho más llevaderas gracias a ella; sin embargo, todo aquello cambió después de que nos fuera arrebatada: sola como me encontraba, los largos períodos que mi padre pasaba junto a la Resistencia se volvían eternos.

Y yo me hubiera sentido tan sola de no haber sido por Cassian y su familia...

La insinuación de mi padre pareció aplacar a Ramih, que me lanzó una mirada ilegible.

—Hablemos fuera, viejo amigo —le pidió mi padre, mucho más conciliador que a su llegada.

Ramih Bahar se pensó su respuesta, clavando sus ojos en la pared de piedra, durante unos largos instantes.

—Vosotros dos —dijo entonces, refiriéndose, supuse, a Ludville y a Cassian—: podéis marcharos.

La nigromante pareció aliviada de escuchar la orden que la dispensaba de continuar un solo segundo más en aquel lugar. Hizo un gesto de despedida con la cabeza al líder de la Resistencia y se apresuró a abandonar la celda, sin mirar atrás; Cassian, por el contrario, dudó unos segundos hasta que mi padre le indicó que le esperara en la habitación que tenía en las cuevas. Un dormitorio que llevaba mucho tiempo sin visitar, pero un territorio seguro.

Mi amigo me echó un vistazo antes de obedecer a mi padre, cerrando la puerta a su espalda.

—Bhasvah...

—Estoy al tanto de lo sucedido y sé que Jedham no ha dicho una sola palabra sobre nosotros —reiteró mi padre, inamovible en su decisión de convencer a Ramih de que era inocente.

—Pero existen rumores que la involucran con un nigromante, y no un nigromante cualquiera: sino con el heredero de la gens Horatia.

Me encogí sobre mí misma cuando mencionó a Perseo.

—Vayamos fuera y hablemos de ello —repitió mi padre.

La mirada de Ramih se tornó inquisitiva.

—Ojalá hubieras mostrado tanto interés en encontrar a tu esposa...

El cuerpo de mi padre se puso rígido a causa de la impresión, pero no respondió.

❈ ❈ ❈

Ramih cedió a la súplica de mi padre, alegando que lo estaba haciendo por la vieja amistad que compartían después de tantos años en la Resistencia. Pude ver un ápice de alivio en mi padre —aunque la pátina de tensión no se había desvanecido después del extraño comentario que había hecho Ramih— cuando ambos se dirigieron hacia la puerta de la celda, dejándome de nuevo a solas con Darshan, quien se había mantenido en un silencioso segundo plano mientras recuperaba fuerzas y trataba de no desmayarse ahí mismo.

Mis ojos lo buscaron de manera inconsciente una vez estuvimos los dos solos.

—Sé que has mentido antes, cuando le has dicho que estabas cansado para curarte a ti mismo, tras el enfrentamiento con el hijo de Ramih: fui testigo de la rapidez con la que tu herida sanaba mientras estuviste refugiado en mi hogar, Darshan, y en esa ocasión también te encontrabas débil —se me escapó, recordando mi sorpresa cuando retiré los vendajes y vi el estado de aquel corte en el abdomen, cuyo aspecto no parecía coincidir con la que me topé días atrás—. ¿Por qué lo hiciste?

Darshan alzó la mirada en mi dirección, sus ojos grises continuaban apagados... y tremendamente cansados.

—¿Por qué trataste de envenenar a Roma? —dijo con voz ronca.

Entrecerré los ojos, sorprendida por su pregunta.

—Yo respondo a tu pregunta si tú respondes a la mía —le propuse de manera inconsciente mientras mi padre continuaba dialogando con Ramih fuera de la celda.

Darshan me hizo un gesto, indicándome que aceptaba la oferta que le había extendido. Los eslabones de la cadena chocaron los unos con los otros cuando se recolocó sobre el suelo, sin apartar la mirada de mí.

—No poseo la misma instrucción que otros... nigromantes —escuché que respondía Darshan con esfuerzo, cumpliendo su parte del acuerdo—. Siempre lo he mantenido escondido por mi propia seguridad.

Pero no siempre había podido hacerlo, y ahora era capaz de ver las señales que habían delatado su auténtica naturaleza.

—Cuando te descubrí en mi dormitorio, la noche que trataron de asesinar al Emperador, perdiste el control de tu magia —recordé de repente, la debilidad que me postró en cama durante días; Darshan lo confirmó con una expresión arrepentida—. Y no fue la única vez: cuando me hirieron en la emboscada... tú usaste tu magia para contener la hemorragia.

Darshan se mordió el labio inferior.

—Te estabas asfixiando con tu propia sangre, Jedham —me corrigió, pues yo apenas tenía recuerdos de aquellos tensos momentos cuando colapsé en brazos de Cassian—. El arma con el que fuiste apuñalada alcanzó uno de tus pulmones y yo no... no pude negarme cuando Cassian me pidió ayuda. De no haberlo hecho, no habrías tenido una sola oportunidad de sobrevivir.

Forcé a mi mente a recuperar los pocos retazos de imágenes que tenía de lo sucedido aquella noche. Recordé caer en brazos de Cassian, de sentir cómo mi cabeza iba perdiéndose poco a poco en una oscura nubosidad y luego... luego una oleada de calor extendiéndose por mi cuerpo, alejándome de aquella negrura sin salida. Aquella bocanada de aire sin el férrico sabor de la sangre.

—Salvaste mi vida —jadeé, sintiendo cómo mis pulmones se contraían.

Pensé en Ghaada. En la conversación que había oído a escondidas, después de descubrir que Darshan se había presentado en casa de la nigromante. Ghaada debía haber sentido el rastro de la magia del chico en mí, por eso mismo le dijo que sabía lo que había hecho —dejar a un lado la promesa de no emplear su poder para curarme, salvándome de la muerte— y Darshan fingió no escucharla, desviando la conversación de manera intencionada. Y luego...

—Tu madre estaba preocupada por lo que hiciste, tenía miedo de que alguien más lo supiera —insinué—. Entonces ¿por qué decirle a Cassian dónde vivía, arriesgándote a ser descubierto?

Darshan esbozó una sonrisa torcida.

—Sí, mi madre se esforzó y sacrificó mucho por mantenerme a salvo, pero yo nunca me hubiera perdonado a mí mismo haber dejado que murieras: por eso le dije a Cassian donde encontrar ayuda —respondió, a pesar de que no tenía ninguna obligación de responderme—. ¿Por qué intentaste envenenar a Roma, Jedham?

Algo se retorció dentro de mi pecho antes de que llegara mi turno de cumplir mi parte del acuerdo.

—Ella mató a mi madre —el aire pasó por mi garganta como un silbido y añadí sin saber muy bien por qué—: No puse el veneno en su copa. Al final no lo hice.

Me callé el verdadero motivo que me empujó a dejar a un lado mi venganza personal; me callé que fue gracias a darme cuenta de que mi amor hacia Perseo era mucho más poderoso a mis ganas de continuar con mi venganza, abriéndome los ojos antes de cometer aquel terrible error.

El sonido de la puerta deslizándose sobre la puerta interrumpió, provocando que la tensión se instalara sobre todos nuestros músculos. Tanto la expresión de Ramih como la de mi padre era sombría, un signo nada halagüeño de lo que podría haber sucedido entre ambos allí fuera.

—Tras mucho debatirlo, y escuchar a Bhasvah, hemos acordado que tu relación con el nigromante debe ser penalizada por el riesgo al que te expusiste, a ti y a nosotros —habló Ramih con voz firme—. Por eso mismo serás confinada aquí, en las cuevas, y puesta bajo vigilancia hasta que estemos seguros de que tu lealtad está con nosotros.

»Y si vuelves a reunirte con tu amante, serás condenada por traición.

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