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A la mañana siguiente Ghaada se comportó como si nada hubiese sucedido, como si la visita la noche anterior por parte de Darshan nunca hubiera tenido lugar. Ante el mutismo por parte de la nigromante sobre ese asunto, decidí guardarme la conversación que había escuchado entre ambos para cuando Cassian y yo estuviéramos a solas, pudiendo hablar de ello con relativa libertad. Acordamos que había llegado el momento de marcharnos; la única opción viable, dadas las circunstancias, era conseguir refugio en mi antiguo hogar. La simple idea de volver a la propiedad de Ptolomeo me retorcía el pecho, ya que no era una opción; no después de lo que había presenciado la noche anterior.

Rechazamos la oferta de Ghaada para abusar un poco más de su hospitalidad, aunque sí aceptamos las dos capas gemelas que nos tendió la nigromante como último gesto de voluntad a favor de la ayuda que nos había tendido al vernos aparecer en la puerta de su casa, conmigo desangrándome en brazos de mi amigo.

No pude evitar observar a la mujer con demasiada atención mientras ella me explicaba cómo debía ocuparme de mi costado herido hasta que lograra sanar. Busqué pequeños detalles que pudieran delatar la verdad que conocía; lo que suponía aquel fragmento de información para aquel rompecabezas que seguía girando dentro de mi cabeza.

Los ojos azul grisáceo de Ghaada me devolvieron el escrutinio, en especial la zona de mi cuello, donde asomaba el colgante de damarita que mi madre me había regalado siendo niña. Un relámpago de reconocimiento pasó fugazmente por su mirada al contemplar la piedra de color sangre.

No obstante, no dijo una sola palabra al respecto.

Nos despedimos en la puerta, agradeciendo de nuevo la hospitalidad e inestimable ayuda que nos había brindado. Después nos calamos las capuchas hasta que nuestros rostros quedaron ocultos y nos arrastramos hacia la vespertina multitud que ya se había echado a las calles en aquel nuevo día; no nos costó mucho mezclarnos entre la muchedumbre, dirigiendo nuestros pasos hacia mi hogar.

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La desgastada madera de la puerta crujió a nuestras espaldas cuando Cassian la cerró. Aspiré una trémula bocanada de aire, empapándome de aquella imagen tan familiar y vacía; mi padre continuaba ausente a juzgar el ligero abandono que flotaba en el aire, revelándome que seguía estando en las cuevas, junto a la Resistencia.

Observé la sala polvorienta antes de cruzarla, llegando al pasillo que conducía a mi antiguo dormitorio. De manera inconsciente recordé que había dejado una gran cantidad de pertenencias en la habitación prestada que tenía por ser doncella de Aella mientras me dejaba caer sobre mi viejo colchón; Cassian me seguía de cerca, vigilando cada uno de mis movimientos. Comprobando que me limitara a seguir las indicaciones de la nigromante.

El silencio se extendió entre nosotros y pensé: «¿Y ahora qué?». No teníamos noticias de los rebeldes que habían ido a la nave, cayendo en esa emboscada; no sabíamos qué había sido de ellos debido a que Cassian había tenido que huir conmigo, siguiendo las indicaciones de Darshan para encontrarnos con aquella nigromante que vivía en la clandestinidad.

«Como muchos otros...», susurró una voz dentro de mi cabeza. La propia Ghaada lo había confirmado, aunque fuera a regañadientes: existían nigromantes en el Imperio que ocultaban sus dones para impedir que el Emperador los esclavizara, convirtiéndolos en peligrosas y mortíferas armas.

Cassian se sentó a mi lado, haciendo que el colchón se hundiera aún más bajo el peso de ambos. Su mirada recorría de manera distraída el interior de mi habitación, un ambiente que debía resultarle demasiado familiar, ya que habíamos pasado mucho tiempo entre aquellas viejas cuatro paredes; demasiados recuerdos que compartíamos en tantos años de amistad.

—Hacía mucho tiempo que no me tumbaba en esta cama —comentó de manera casual, palpando las desgastadas mantas con la punta de sus dedos—. No recordaba lo dura que podía resultar.

Mis labios se curvaron en una sonrisa de manera inconsciente, recordando a una versión mucho más joven que nosotros en aquel mismo lugar. Agradeciendo la distracción.

—Creo que hubo una ocasión en la que no te pareció tan incómoda —dije con una sonrisa insidiosa, provocando que Cassian se echara a reír entre dientes.

Poco después de entrar en la adolescencia, mi atención por los chicos pareció incrementarse de golpe. Había escuchado a escondidas cómo algunas de las chicas del barrio relataban sin ningún tipo de pudor algunas anécdotas sobre sus encuentros con chicos —encuentros que nada tenían que ver con fogosos besos en cualquier callejón a los que estaba acostumbrada— que me habían hecho enrojecer por la cantidad de detalles explícitos que contenían; Silke también había aportado su pequeño granito de arena, llevándome hasta su dormitorio para poder desvelarme aquello que no se decía en aquellos corrillos de chicas. Los riesgos a los que tendría que hacer frente si no tomaba las precauciones pertinentes cuando decidiera dar ese paso.

Tras mucho meditarlo, llegué a la conclusión de que mi primera vez sería alguien que tuviera mi plena confianza, no cualquiera de los chicos del barrio que solamente sabían rebuznar como asnos cuando tenían delante a cualquier potencial objetivo.

Alguien como Cassian.

Mi amigo, por lo que tenía entendido, se encontraba en la misma situación que yo, pero eso no impidió que se mostrara entre confundido y horrorizado a partes iguales cuando le expuse mi idea. También expliqué mi postura al respecto, señalando que nada tenía por qué cambiar entre nosotros; que nuestra amistad no se vería afectada. Que aquello era solamente una muestra más de lo sólido que era nuestro vínculo, un paso que decidíamos dar juntos.

Finalmente conseguí que Cassian accediera, aunque fuera a regañadientes.

Acordamos que lo mejor sería hacerlo en un entorno que nos resultara familiar, además de cómodo, a ambos; por aquel entonces mi padre pasaba más tiempo ausente que presente en mi vida, por lo que ofrecí mi dormitorio, sabiendo que no correríamos el riesgo de sufrir una interrupción indeseada y que desataría una situación muy difícil de explicar.

Cuando el momento llegó, los dos estábamos demasiado nerviosos para saber cómo empezar. Había besado a otros chicos, pero hasta ahí llegaba mi casi nula trayectoria; respecto a Cassian, no sabía bien lo lejos que había podido llegar con las chicas con las que había estado. Nos miramos el uno al otro, inmóviles... repentinamente tímidos; conscientes de lo que supondría para ambos aquella decisión. De aquel posible punto de inflexión entre los dos.

«Prométeme que esto no cambiará nada, Jem», me pidió Cassian con un deje de auténtico temor a que toda la situación nos explotara entre las manos. «Prométeme que las cosas seguirán igual que siempre...»

Mucho más tarde, años después de aquella torpe tarde donde ambos perdimos la virginidad, creí entender la apresurada petición de mi amigo: Cassian tenía miedo de que sintiera algo por él y que aquella decisión me hiciera desear más por su parte, aun después de que yo le hubiera asegurado que aquella decisión no quebraría nuestra amistad; desde niños habíamos estado oyendo las bromas y comentarios jocosos que se hacían sobre nosotros, el hecho de que todo el mundo diera por supuesto que terminaríamos juntos, formando una familia. Quizá tanta insistencia por parte de aquel entorno en el que habíamos crecido había provocado que esa mínima posibilidad se desvaneciera.

Porque Cassian no me veía de esa manera.

Y yo tampoco.

—¿Te arrepientes? —le pregunté a media voz.

—Nunca —contestó sin dudas—. Fuiste la elección correcta, Jem.

Pensé en Perseo de manera inconsciente. El nigromante no había tenido esa oportunidad de elegir: su abuelo había decidido el momento, el lugar y la persona con la que compartir aquel íntimo momento sin que su nieto tuviera voz y voto en la toma de aquella decisión, su decisión; el corazón se me encogió de pesar al darme cuenta de lo limitada que había sido la libertad de Perseo, de las cadenas que siempre le mantendrían preso.

Y de lo injusta que yo había sido al negarle la oportunidad de que pudiera explicarse.

—Voy a ir a las cuevas —anunció Cassian, sacándome de mis turbulentos pensamientos.

Alcé la mirada en su dirección, topándome con su mirada llena de resolución.

Era la opción más sensata, y lo sabía. Cassian podía obtener información sobre lo sucedido si se marchaba, reuniéndose con la Resistencia; pero yo debía quedarme allí, a la espera, pues mi costado herido y los tirantes puntos de sutura no harían más que retrasarlo.

Sus dedos se enroscaron alrededor de mis muñecas con suavidad. Quería verbalizar mis más profundos deseos; quería suplicarle a Cassian que trajera noticias sobre Perseo, sobre lo que había sido de él, no pudiendo ignorar por más tiempo la extraña presión que constreñía mi corazón, después de haber visto su cuerpo caer a los pies de Darshan y los remordimientos que ahora me empezaban a asfixiar por mi maldita impulsividad.

El asunto de su compromiso con Ligeia, nuestra discusión en aquel pasillo, el modo en que le pedí que me liberara, sabiendo que sería un adiós definitivo... Todo aquello había quedado relegado a un segundo plano; una ácida angustia por conocer el destino del nigromante me corroía bajo la piel como fuego líquido, pero no quería ahondar en la herida que había abierto en Cassian al confesarle que me había enamorado del enemigo.

Le dirigí una mirada suplicante que él supo interpretar sin necesidad de que yo añadiera nada más.

—Averiguaré todo lo que esté en mi mano, Jem —me prometió.

❈ ❈ ❈

Me quedé en mi dormitorio, inmóvil sobre la cama, mientras las horas pasaban. A través de los postigos de la ventana pude orientarme con el lento paso del tiempo, contemplando cómo el sol iba desapareciendo poco a poco detrás de los enormes edificios, trayendo consigo aquel telón de oscuridad sin que Cassian hubiera dado señales de su regreso.

Traté de convencerme, argumentando que el trayecto era largo... y que no sería sencillo para mi amigo recabar información, ya que también tendría que responder alguna que otra pregunta sobre lo sucedido en aquella nave; mi presencia en aquel lugar no había pasado desapercibida, quizá alguno de los rebeldes que habían participado en aquella incursión me habría reconocido...

Como el propio Perseo.

La culpa cayó en lo más hondo de mi estómago cuando recordé el horror y la incomprensión en el rostro del nigromante cuando me descubrió allí, herida aunque él no lo supiera debido a la vasta distancia que nos mantenía apartados al uno del otro.

Le había distraído. Lo suficiente para que Darshan aprovechara la oportunidad y... No, no sabía qué había sucedido; Darshan podría haberle dejado inconsciente, creyendo que podría ser un prisionero valioso.

Pero nada de aquello tenía sentido.

Había encontrado los mensajes en el escritorio de Perseo que demostraban que el nigromante estaba en contacto con alguien de dentro de la Resistencia. Las apariciones de Darshan habían sido sospechosamente oportunas, por no hacer mención de lo bien que se movía por la propiedad de Ptolomeo, como si no fuera la primera vez que ponía un pie allí. Por no hacer mención de cómo había intervenido aquella noche para proteger a Roma del veneno. Todo aquello encajaba perfectamente con mi teoría de que era Darshan la persona que estaba haciéndole llegar información sobre los rebeldes, pero no así con su comportamiento al enfrentarse al nigromante.

Las dudas empezaron a asediarme en el silencio de mi dormitorio.

¿Cómo explicar, si Darshan era el traidor, que nuestros caminos se hubieran cruzado en aquel callejón, estando él malherido? Una herida real, profunda y peligrosa que Sajir había tenido que suturar, descubriendo poco después el delator tatuaje que señalaba al misterioso chico como un prófugo de una de las cárceles más peligrosas dentro del Imperio.

Darshan no habría podido saber quién era yo, una rebelde más, cuando despertó; y conocía bastantes cosas sobre la Resistencia. Tenía una sólida historia detrás, ya que había sido interrogado personalmente por uno de los líderes de la Resistencia.

Las sienes empezaron a palpitarme mientras seguía intentando encajar todas las piezas, intentando descubrir qué había detrás de aquel misterioso chico; si lo habría sido desde un inicio.

Un traidor y un...

El sonido de la puerta cerrándose con fuerza hizo que perdiera el hilo de mis pensamientos y mi cuerpo se sobresaltara. Mis doloridos músculos se pusieron en tensión ante la posibilidad de que fueran soldados del Emperador, Sables de Hierro que nos hubieran seguido la pista desde que lográramos escapar de aquella nave donde los rebeldes habían sido emboscados; busqué con un ramalazo de angustia cualquier objeto que pudiera usar como arma para defenderme y mis dedos se quedaron congelados cuando vi aparecer a Cassian.

Su rostro estaba pálido, los ojos abiertos de par en par y las pupilas dilatadas.

—Jem...

Mi costado se resintió a causa de los puntos cuando me incorporé de la cama, sintiendo una extraña pesadez por todo mi cuerpo. Cassian vino a mi encuentro, rodeándome con los brazos y permitiéndome que fuera testigo de su acelerada respiración; del temblor que le sacudía de pies a cabeza.

Nos miramos el uno al otro en silencio, dejando que la angustia fuera apoderándose de mí. Que mis mayores temores, esos a los que había pretendido ignorar, refugiándome en un falso optimismo, estuvieran a una sola palabra de hacerse realidad.

—Lo siento mucho.

Un molesto pitido se instaló en mis oídos mientras Cassian seguía sosteniéndome, manteniéndome en pie.

—El nigromante... Perseo...

El pitido se convirtió en rugido, ahogando parcialmente la voz de mi amigo.

—Darshan hizo que llevaran lo que quedaba de su cadáver a la Resistencia.

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