❈ 52
— Si estás aquí, retrocede al capítulo 51: hoy toca doble actualización y no quiero que empieces comiéndote algún que otro spoiler —
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza a causa de las prendas húmedas, haciendo que me rodeara con los brazos de manera inconsciente. Mi mirada no era capaz de quedarse detenida en un solo punto de aquel lugar, curiosa por saber qué había pasado allí.
Perseo fue el primero en reunir el valor suficiente para internarse aún más en aquel sitio, haciendo que sus pasos resonaran contra las paredes mientras los sonidos de la tormenta se intensificaban, anunciando su proximidad; eché un último vistazo al vestíbulo antes de llegar a la conclusión de no querer quedarme sola. Troté a la espalda del nigromante, alcanzándolo casi sin esfuerzo.
El interior de aquella propiedad abandonada me provocaba sensaciones contradictorias: por un lado tenía todo el vello de mi cuerpo erizado; por otra parte... sentía una extraña sensación a causa del ambiente, como si hubiera algo en él que me hiciera sentir nostálgica. Lo cual era un completo disparate: nunca había puesto un pie allí hasta aquel preciso instante; por no hacer mención del aspecto viejo y olvidado que delataba el largo período de tiempo que aquella finca se encontraba abandonada.
Me fijé en los pocos retratos que colgaban de las paredes, todos ellos con los lienzos rajados y con partes arrancadas. Todos ellos echados a perder por alguien que había disfrutado destrozándolos y volviéndolos casi irreconocibles.
Perseo giró en un altísimo arco que conducía a un enorme salón que hubiera sido esplendoroso de no haber presentado el mismo aspecto que el resto de la propiedad. Seguí su estela, esquivando muebles rotos y tratando de no fijarme en las manchas oscuras que había en algunas de las alfombras que no habían sido retiradas, hasta nuestro objetivo; ladeé la cabeza cuando vi los asientos que rodeaban aquella enorme chimenea abierta y circular que estaba enclavada en el centro.
Mis dedos casi empezaron a cosquillear ante la idea de retirar la capa húmeda y tener un fuego cerca.
—Debió pasar algo horrible en este lugar —comenté, alzando la mirada hasta los techos.
Dudé unos instantes antes de atreverme a tomar asiento en uno de los curvados divanes que rodeaban la chimenea apagada. Perseo estaba moviéndose por la sala, recogiendo algunas piezas de madera del estropicio para poder emplearlos en hacer fuego; emitió un sonido de asentimiento mientras proseguía con su tarea.
Mi mirada volvió a vagar por los rincones de aquel sitio, haciendo que todo mi cuerpo sufriera un escalofrío de inquietud. ¿Qué había sucedido en aquel lugar? ¿Qué había sido de la familia que vivía allí?
El hilo de mis pensamientos quedó en suspenso cuando vi a Perseo regresar, echando al hueco de la chimenea la madera que había recolectado de aquel destrozo. Se deshizo de la capa, tirándola despreocupadamente sobre uno de los asientos y volvió a centrar toda su atención en aquella nueva misión: conseguir hacer fuego.
—¿No llamaremos la atención si conseguimos encender la chimenea? —pregunté, cayendo en la cuenta en aquel preciso instante.
Aquel lugar estaba abandonado, no pasaría desapercibido el humo que brotara del conducto hacia el exterior. Quizá alguien sintiera curiosidad por descubrir qué estaba sucediendo y se atreviera a venir a investigar, descubriéndonos a ambos; y tenía la sospechosa certeza de que el rostro descubierto de Perseo era indudablemente reconocible debido a su ascendencia.
Perseo me miró por encima del hombro, con una expresión sombría.
—Nadie ha puesto un pie aquí desde hace mucho tiempo —hizo una pequeña pausa, para luego añadir—: Y no lo harán ahora, te lo puedo asegurar.
Me incliné sobre mi asiento.
—¿Por qué? —quise saber.
—Creen que este sitio está maldito —contestó al cabo de unos segundos— y que Zosime desatará su cólera sobre cualquiera que se atreva a visitar este tipo de... lugares.
Mi rostro se retorció de confusión, sin lograr establecer un vínculo entre aquella propiedad abandonada y la diosa prohibida, la misma que veneraban los nigromantes y les fue arrebatada por el Emperador, quien ordenó que todo lo relacionado con su culto fuera destruido.
Perseo atisbó mi desconcierto y sus labios formaron una sonrisa triste, anticipándome de algún modo lo que diría a continuación.
—Hubo grandes familias que estaban conformadas por nigromantes en el pasado —me erguí ante aquella información, que ya había oído antes; por medio de Aella, quien pareció aterrada de compartirlo conmigo—. Todas ellas fueron aniquiladas por una simple orden por parte del Emperador —sus ojos se desviaron hacia aquel salón destruido, quizá recreando en su cabeza cómo fue—. Este lugar pertenecía a una de esas gens, Jem.
Una sensación helada se deslizó por mi espalda al encajar todas las piezas, al comprender que había tenido la respuesta demasiado cerca. No pude evitar contemplar de nuevo nuestro entorno, ahora con la verdad flotando dentro de mi cabeza; permitiendo que mi imaginación tomara las riendas y pudiera intuir la masacre que se había vivido bajo aquel techo.
Las manchas oscuras que había contemplado en las alfombras y algunos tapices que colgaban sobre las paredes cobraban un nuevo sentido. Uno que hizo que mi estómago se agitara desagradablemente.
Siguiendo un extraño impulso, me puse en pie y también me deshice de la capa húmeda, dejándola en el asiento que acababa de desocupar. Dejé a Perseo con la honorable misión de encender la chimenea y deshice mis pasos hasta que regresé al vestíbulo; la tormenta continuaba rugiendo en el exterior, haciendo que los sonidos que emitían los truenos resonaran contra las paredes, incrementando su volumen.
Los arcos de las entradas a otras habitaciones de aquella planta carecían de puerta, por lo que podía ver lo que había en ellas sin necesidad de poner un pie dentro; aún notaba mi cabeza embotada después de haber descubierto que aquella propiedad había pertenecido a una de las gens de nigromantes que el Emperador había ordenado aniquilar.
Comprobé que se trataban de un enorme comedor y lo que quedaba de una biblioteca, ambas en el mismo estado que el resto de la casa, antes de dirigir mis pasos hacia la enorme escalera de caracol que conducía al piso superior. El polvo se adhirió a mi palma cuando me apoyé en la baranda para empezar mi ascenso y mis ojos se abrieron de par en par al llegar al descansillo; las paredes de aquella zona de la finca estaban cubiertas por retratos familiares, similares a los que había visto en el pasillo que conducía al despacho de Ptolomeo.
Contemplé a duras penas los rasgos que podían distinguirse de los destrozados lienzos, los rostros de aquellas personas que habían sido consideradas una amenaza para el tambaleante trono del Emperador y, por ello, ejecutadas. Mis pies se quedaron detenidos frente a un marco concreto; un retrato familiar que estaba cerca de una puerta cerrada.
Ladeé la cabeza con interés al intuir el inconfundible tono rojo que tenían dos de las personas que mostraba la rajada pintura. De manera inconsciente di un paso hacia delante, alzando la mano para depositarla sobre la tela; a pesar de las aberturas que habían causado los filos que los atacantes habían empleado, pude distinguir que se trataban de dos mujeres. Quizá madre e hija.
De la más joven lo único que quedaba unido era la parte superior de su rostro. Sus profundos ojos azules, que me devolvían la mirada desde la pintura y me causaban un extraño sentimiento dentro del pecho; como si no fuera la primera vez que me topaba con aquella mirada.
Otro hecho imposible.
Dirigí mi atención entonces a la otra mujer que se intuía mucho mejor que la más joven a través del destrozo. De igual modo que su hija —o eso supuse—, llevaba el cabello suelto, dejando que las ondas de color rojo cayeran sobre la línea del cuello y se desplegaran en sus hombros; sin embargo, su mirada era de color castaño y parecía mucho más suave que la implacable de la más joven.
Con el vello erizado tras echar un vistazo por última vez a las mujeres de la pintura, le di la espalda a esa pared y me concentré en la tarea de registrar las habitaciones de aquella planta.
Diez habitaciones destrozadas después, alcancé el tercer y último piso de la finca. No me sorprendió toparme con otra hilera de retratos familiares, como tampoco reencontrarme con algunas caras ya conocidas; la misma chica que había visto en la primera planta me devolvió la mirada desde una pintura individual. En aquella ocasión había sido retratada con un elaborado recogido en la coronilla, con algunas joyas de color blanquecino entrelazadas en los mechones de color rojo oscuro; los desgarrones producidos por las armas empleadas para destrozar el lienzo parecían ser menores que en otros, permitiéndome contemplar mejor a la desconocida que me devolvía la mirada desde el cuadro.
Era hermosa, sin lugar a dudas. Su piel pálida me recordaba a la de Aella pero, al contrario que la prima de Perseo, aquella chica poseía un rostro cincelado en piedra; no había amabilidad en su mirada, tampoco dulzura en la fina línea que formaban sus labios.
Me fijé que sostenía algo en la mano, pero me resultó imposible adivinar el qué debido a los desgarros del lienzo en aquella parte en concreto del retrato. Lo poco que se intuía en la pintura inclinaba a pensar que se trataba de una cadena, quizá una vieja reliquia familiar con la que había querido ser inmortalizada; por mucho que me acercara, no lograba descubrir de qué se trataba... o qué aspecto tenía.
Tras dejarlo por imposible, me encaminé hacia las pocas puertas que había en aquel último piso. La intuición me decía que se trataba de la zona reservada a la rama principal, al dominus y su familia; Perseo había pasado a ocupar el viejo dormitorio de su padre en el tercer piso de la propiedad de su abuelo, compartiendo espacio con Ptolomeo y su esposa.
La primera puerta por la que me decanté chirrió cuando la empujé para que se abriera. Una bocanada de aire viciado me recibió, además del habitual caos que reinaba en cada rincón de la finca; las viejas cortinas que flotaban a causa del aire de la tormenta estaban hechas jirones, lo mismo que las pertenencias de su antigua dueña, a juzgar por los cristales desperdigados cerca del tocador roto que había a unos metros de la puerta.
Entre aquella vorágine de destrucción descubrí más pistas que apoyaban mi teoría de que aquel dormitorio había pertenecido a una mujer: además del tocador, los atacantes se habían encargado de vaciar los armarios, destruyendo su contenido y desparramando los restos por el sucio suelo.
Me acerqué a tocador y mis ojos se quedaron clavados en los pequeños joyeros que continuaban allí a pesar del tiempo que había transcurrido. Si Perseo estaba en lo cierto sobre las viejas y supersticiosas creencias de que aquel sitio se encontraba maldito, ¿habrían decidido no saquear la casa por temor a ser castigados por una divinidad prohibida?
La cerradura del primer joyero no se resistió a mis dedos, abriéndose con un ligero chasquido. Un trueno resonó en la habitación, casi como una advertencia ante la profanación que estaba llevando a cabo, haciendo que mi cuerpo se sobresaltara; recorrí con la mirada la habitación, como si alguien estuviera allí, antes de devolver mi atención al interior de aquella labrada cajita.
No pude contener mi asombro al descubrir que no estaba vacío. Nadie parecía haber tocado ni una sola de las piezas que aguardaban en aquel espacio forrado de terciopelo oscuro; movida por un extraño impulso, indagué entre las joyas, que debían costar una pequeña fortuna, hasta que mis yemas se toparon con el frío tacto de un pequeño guardapelo. Lo saqué con cuidado, admirando el brillo del oro con la poca luz que nos brindaba aquel día nublado y tormentoso; acaricié con el pulgar la superficie de aquella cara del objeto, sintiendo el grabado de las dos iniciales.
«G.F.»
No me costó mucho imaginarme a la chica de los cuadros en aquella habitación, sentada frente al tocador y llevando aquella joya al cuello. Tampoco me resultó complicado continuar con aquella fantasía que había creado mi mente, donde la joven perilustre estaba siendo atendida por su camarilla de doncellas para estar lista, resplandeciendo como anfitriona de la fiesta que iba a celebrarse en aquel mismo lugar...
—Jedham.
El guardapelo resbaló de mi mano al mismo tiempo que dejaba escapar un grito de sorpresa. La joya rebotó contra la madera mientras yo me giraba en la dirección desde la que había provenido aquella voz, sintiendo el desbocado latido de mi corazón dentro del pecho.
Perseo me observaba desde el umbral de la puerta, con el ceño fruncido, casi sorprendido de haberme descubierto en aquel sitio.
Me apresuré a recoger el guardapelo para devolverlo a su legítimo lugar y luego cerré la tapa del joyero, maldiciéndome a mí misma por mi exagerada reacción. El nigromante abandonó su posición junto a la puerta, atreviéndose a internarse en la habitación; sus ojos se desviaron de mí para poder contemplar el caos que nos rodeaba.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó cuando llegó a mi lado.
Mis dedos tamborilearon sobre el tocador.
—Investigando —respondí.
Los ojos de Perseo se clavaron de nuevo en mi rostro, escrutándome.
—Deberíamos volver abajo —sentenció, echando de manera inconsciente un rápido vistazo a nuestro alrededor—. He conseguido encender la chimenea, así podrás secarte un poco y entrar en calor.
La dulce promesa del fuego, además de poder alejarme de aquel tétrico lugar, hizo que no dudara un segundo en tomar a Perseo por la muñeca para arrastrarlo fuera de la habitación, de regreso al salón que habíamos decidido ocupar hasta que la tormenta amainara.
Sin embargo, las iniciales de aquella joya siguieron dando vueltas por mi cabeza, reacias a hundirse en el olvido.
❈ ❈ ❈
Se me escapó un gemido de satisfacción cuando acerqué las manos al fuego que ardía en aquella chimenea circular. Había ayudado a Perseo a colocar nuestras capas cerca de aquella fuente de calor para que se secaran, y ahora los dos nos afanábamos por intentar que la humedad de nuestras ropas desapareciera, alejando el frío que se pegaba a nuestros huesos a causa de las prendas mojadas.
A través de las ventanas rotas podíamos escuchar con claridad el repiqueteo de la lluvia y el rugido de los truenos, que amenazaban con partir el cielo en dos. Perseo se removía a mi lado, con su mirada inquieta saltando de un rincón a otro de aquel abandonado salón; la trágica historia de lo que realmente había sucedido allí, tanto tiempo atrás, parecía volverse tangible en aquellos instantes, en especial después de que hubiera sido testigo de la devastación que había provocado el Emperador con todos aquellos que podrían convertirse en una amenaza para su trono en algún momento del futuro.
¿Cuánta gente recordaba a las gens de nigromantes antes de que fueran aniquiladas y borradas del mapa? Ahora los veíamos como monstruos, pero ninguno de nosotros parecía ser consciente de la verdad que se ocultaba tras sus máscaras plateadas; de todo lo que habían tenido que sufrir, al contrario que los elementales.
El Emperador nunca había sentido mucho interés por ellos, concentrándose en los nigromantes. Sin embargo, cualquier indicio de poseer una sola gota de magia corriendo por las venas era convenientemente ocultado por el temor que inspiraba el Usurpador; el Imperio no era un lugar seguro para los elementales, y mucho menos para los nigromantes que habían logrado esquivar el férreo control del Emperador. Salvándose de sufrir una terrible instrucción que los moldearía hasta convertirlos en seres carentes de sentimientos.
—¿No hubo ningún superviviente? —la pregunta se me escapó de manera inconsciente mientras continuaba dándole vueltas a aquella macabra historia, con mis ojos clavados en el crepitante fuego.
Perseo dejó escapar un suspiro bajo. Aquel sonido hizo que desviara mi mirada en su dirección, descubriéndole con una expresión apesadumbrada; la línea de sus hombros se hundió mientras pensaba en su respuesta.
—El Emperador fue directo a las ramas principales y círculos más cercanos —me explicó y acercó sus manos más al calor, como si lo necesitase para seguir hablando—. Por supuesto que hubo supervivientes, pero ninguno de ellos lo suficientemente importante como para ser tenido en cuenta... y posteriormente eliminado.
Me mordí el labio inferior, impidiendo que mi mente volviera a sumergirme en aquellas cruentas imágenes donde se desarrollaba una auténtica carnicería; donde los nigromantes eran exterminados. El Emperador no había mostrado piedad con sus posibles enemigos, y había decidido despejarse el camino; eso incluía a los más jóvenes.
Especialmente a ellos, supuse. Ya que los supervivientes más jóvenes hubieran heredado algún día el legado de sus padres... y habrían querido venganza por la sangre derramada; no habrían permitido que ese acto cruel quedara impune.
Habrían tomado represalias contra el Emperador por las vidas que les habían arrebatado sin motivo.
—De todos modos, ninguno fue lo suficientemente estúpido para levantarse contra el Emperador —agregó Perseo—. Prefirieron doblegarse a perder la vida. Prefirieron convertirse en esclavos a seguir el mismo destino que sus parientes.
Pensé en todos aquellos que habían visto morir a sus seres queridos y a los que se les había ofrecido una oportunidad. El miedo de que el Emperador decidiera condenarlos del mismo modo había sido un aliciente para que aceptaran las condiciones impuestas por el Usurpador, obligándose a pasar desapercibidos desde aquel momento; procurando no llamar la atención de su soberano para que los recuerdos del pasado no salieran a flote y sus vidas no corrieran peligro.
Apoyé la mejilla sobre mis rodillas mientras me pegaba las piernas al pecho y contemplaba a mi acompañante, que había vuelto a sumirse en un reflexivo silencio. No pude evitar recordar a Roma; la madre de Perseo aparentaba la edad suficiente para poder haber vivido aquella masacre de las que muy pocos parecían guardar en su memoria. Además, ella era nigromante. ¿Habría pertenecido a una de aquellas gens? ¿Cómo había logrado sobrevivir a la matanza que se llevó a cabo? ¿Quizá por eso había decidido convertirse en la ramera del Emperador, para protegerse a sí misma...?
Un segundo después me arrepentí de haber seguido ese hilo de pensamientos: ella era una asesina; no podía permitirme olvidarlo ni un solo instante. Tampoco podía olvidar la promesa que me había hecho a mí misma.
En lugar de seguir pensando en Roma, dejé que mi mente vagara sobre cualquier tema banal... Como el modo en que la camisa que llevaba Perseo se le pegaba a sus duros músculos o lo interesante que me resultaba la línea de su cuello. Mis mejillas enrojecieron ante aquel nuevo rumbo que estaba siguiendo dentro de mi cabeza mis traicioneros pensamientos y me mordí el labio inferior, tratando desesperadamente de ignorar el cosquilleo que aquella simple imagen del nigromante había logrado despertar en mi interior.
No pude evitar fijarme en cómo la comisura de su labio tembló antes de que sus ojos azules me cazaran contemplándolo de ese modo. El sonrojo de mi cara se intensificó al verme al descubierto.
—Tranquila, Jem —me dijo, divertido—. El corazón se te va a saltar del pecho de seguir así...
Pero sus palabras no me ayudaron en absoluto y el brillo de su mirada se incrementó al contemplarme fijamente, sin lugar a dudas disfrutando de mi propia zozobra. El pulso se me disparó cuando se inclinó en mi dirección, a propósito; le maldije en silencio, y después me maldije a mí misma por el modo en que Perseo me afectaba cuando estábamos juntos.
Los labios del nigromante se estiraron, formando una sonrisa completa.
—Tus latidos han aumentado su ritmo —observó con perversa satisfacción.
—Pareces muy seguro de todo lo que sucede en mi cuerpo —repliqué con un forzado timbre de burla aunque, en el fondo, no podía sentirme menos bravucona.
Perseo se acomodó en su sitio, moviendo los dedos frente al fuego, haciéndome saber que mis palabras habían dado en la diana y habían hecho que se sintiera un tanto incómodo al recordar los pocos momentos de intimidad que habíamos tenido para nosotros.
—Los nigromantes aprendemos a elegir bien nuestros objetivos —respondió, pero la diversión que antes había encontrado en sus ojos azules se había tornado en algo completamente distinto.
Espoleada por aquel cambio en el ambiente, me moví de mi asiento hasta reducir el espacio que había entre nosotros. La mirada de Perseo se clavó en el diminuto hueco que había entre nuestros cuerpos, como si aquellos centímetros se hubieran vuelto de lo más interesantes, y el valor que antes me había abandonado al verme al descubierto pareció resurgir de sus cenizas.
—¿Así que es el corazón de vuestras víctimas vuestro primer objetivo? —tanteé—. ¿O es... otra cosa?
Los ojos de Perseo se oscurecieron ante la insinuación. Había respetado la promesa que le había hecho de no acelerar las cosas, de permitir que fuera él quien marcara el ritmo; incluso entendía la postura del nigromante de querer ir despacio después de que me hubiera confesado los métodos de sus instructores para moldearle a él y a sus compañeros —por no hacer mención de cómo Perseo me había demostrado estar más que dispuesto a deshacerse de aquellas cadenas que le retenían debido a aquellos años de castigos físicos que pretendían reprimirlos— pero no me resultaba sencillo pensar con claridad cuando el deseo se aferraba a mis huesos de esa forma, con esa virulencia.
Deseaba a Perseo de un modo que hacía tiempo que no sentía.
Y él me deseaba a mí, lo sabía, pero el recuerdo del látigo restallando sobre su espalda o la visión de la carne levantada en la de sus compañeros era un freno que todavía lograba detenerlo en seco, impidiéndole cruzar aquella última línea.
Me deslicé sobre su regazo con facilidad y sus manos se apoyaron sobre mis caderas de manera tentativa. La piel de mi espalda estaba menos resentida gracias a la ayuda de su magia, lo que provocaba que mis movimientos fueran mucho más fluidos y no sintiera aquella terrible tirantez de las heridas abiertas; pasé mis palmas por encima de su pecho, paladeando el acelerado retumbar de su corazón, y las entrelacé tras su cuello, ladeando la cabeza.
—No has respondido a mi pregunta —dije al ver que habían transcurrido unos instantes sin que Perseo hubiera pronunciado palabra alguna.
Me mordí el interior de la mejilla cuando se inclinó hacia delante de manera provocativa, acortando la distancia entre nuestros rostros. La timidez y los reparos que había mostrado al inicio se habían ido desvaneciendo después de que hubiéramos conseguido algo de intimidad; y lo cierto es que la sangre vibraba dentro de mi cuerpo cuando Perseo adoptaba ese aire lleno de seguridad. El mismo que tenía cuando nos conocimos en palacio.
—No me has dado oportunidad —replicó en un tono bajo y ronco que me erizó la piel.
A modo de venganza, fingí recolocarme sobre su regazo, haciendo que sus dedos se me clavaran como garras a través de la ropa. El atronador sonido de la tormenta parecía haber quedado relegado a un segundo plano y el calor que provenía de la chimenea no hacía más que alimentar el ambiente, incitándonos a que continuáramos por aquel camino que habíamos iniciado; acaricié la piel de su nuca de manera distraída, incapaz de apartar mis ojos de los suyos.
—¿Qué se siente? —pregunté en un murmullo, pasando mis uñas por su carne de manera provocativa—. ¿Qué sientes cuando estoy cerca?
Perseo humedeció su labio inferior en un gesto pensativo y yo apreté mis muslos de manera inconsciente contra su cuerpo.
—Puedo percibir los latidos de tu corazón —empezó, con la voz enronquecida y los ojos chispeantes—. El modo en que la sangre... fluye por todo tu cuerpo; el modo en que tu pulso se acelera cuando estoy cerca... cuando me observas y crees que no lo noto. Acorté la distancia entre nuestros rostros y me atreví a mordisquear el labio que segundos antes se había humedecido. Un sonido ronco brotó de lo más profundo del pecho de Perseo, encendiendo mi sangre y aumentando el calor que se había instalado en la parte baja de mi vientre.
—Te deseo —susurré junto a su oído.
Las manos de Perseo abandonaron mis caderas, colándose por debajo de mi vieja camisa y alcanzando la piel, donde me provocó deliciosos escalofríos allá donde sus dedos me rozaban; sus ojos oscurecidos continuaban atentos a los míos, anhelantes por seguir adelante.
Revelándome en su mirada lo mismo que había murmurado apenas unos segundos atrás.
Mientras sus manos vagaban por debajo de la tela, con cuidado de no tocar mis recientes cicatrices, Perseo alcanzó mis labios con los suyos, ahogando un gemido que se me escapó al sentir cómo sus dedos se volvían mucho más osados y dejaban atrás las tentativas caricias de hacía unos instantes, deslizándose en dirección descendente por mi torso; me aplasté contra su pecho mientras Perseo intentaba profundizar nuestro beso y yo desenredaba los brazos de su cuello para permitir que mis manos se movieran a su antojo, especialmente cuando dejé atrás la suave tela de su lujosa camisa y rocé con la yema de mis dedos la calidez de su piel. La pulsación que parecía percibir; ecos de su desbordante poder.
Alcanzado ese punto, empecé a sentir que las prendas estaban convirtiéndose en un estorbo y que el calor estaba tornándose asfixiante. La necesidad se enroscó en mi estómago, suplicándome ser saciada; Perseo hundió el rostro en la curva de mi cuello, cerca del lóbulo de mi oreja, cuando mis manos rozaron la cinturilla de sus pantalones, dejando escapar un siseo que delataba lo cerca que se encontraba de perder definitivamente el control.
—Jem —su susurro fue casi como una exhalación.
Logré colar mis dedos por la cinturilla, haciendo que Perseo soltara un exabrupto entre dientes. Su respiración se encontraba agitada, chocando violentamente contra la piel de mi cuello y provocándome pequeños escalofríos que se extendían por todo mi cuerpo.
—Jem —Perseo repitió mi nombre, con mayor urgencia en esta ocasión.
Mis movimientos se detuvieron en el acto y alcé mi mirada hacia la suya, topándome con sus iris oscurecidos y un intenso rubor cubriendo la zona de sus mejillas; el aliento se le escapaba de los labios en rápidas exhalaciones y la evidente prueba de que me deseaba del mismo modo que yo a él estaba apretada contra mí, haciendo que aquel contacto me entrecortara la respiración.
Los ojos de Perseo se desviaron, abandonando los míos, mientras intentábamos recuperar el aliento y yo esperaba que dijera algo más.
—Ha dejado de llover —fueron las siguientes palabras que me dedicó, provocando que mi calor interno se extinguiera.
Retrocedí lo suficiente para brindarnos algo de espacio, pero no me abandoné su regazo; casi a regañadientes dirigí mi mirada hacia los ventanales rotos, comprobando que el nigromante estaba en lo cierto: la lluvia había cesado, pero el sol continuaba escondido tras los densos nubarrones que todavía se resistían a desaparecer.
Nos quedamos unos instantes en silencio, contemplándonos, hasta que tomé la iniciativa y me deslicé para ponerme en pie, tomando como excusa ver si las capas habían logrado secarse; le di la espalda a Perseo y le escuché aclarándose la garganta. Sin embargo, yo continué con mi tarea de comprobar el estado de nuestras capas.
—Estoy preparado para que demos ese paso, Jedham —me aseguró mientras seguía dándole la espalda, fingiendo estar comprobando el tejido de las prendas—. Pero no en este lugar.
Un ramalazo de vergüenza me azotó al comprender los motivos por los que Perseo se había detenido. Yo nunca me había considerado una persona romántica, nunca antes había mantenido una relación... así; mis encuentros con otros hombres habían sido esporádicos y sin la dedicación que estaba reservándose Perseo para ese momento. Habían sido actos improvisados cuya única motivación fue la satisfacción de ambas partes, nada más; fugaces instantes de auténtico olvido en cualquier rincón oscuro.
Sus brazos me rodearon por la cintura y su voz sonó cerca de mi oído.
—Te mereces mucho más que esto...
Una luz se encendió dentro de mi cabeza ante la promesa de que pudiéramos saltar la última línea que nos quedaba, ante el anhelo de que pudiéramos estar juntos; giré sobre la punta de mis pies hasta que quedamos cara a cara de nuevo.
—No vuelvas a la finca hoy —le pedí, entrelazando mis brazos tras su cuello—. Quédate conmigo el resto del día.
* * *
Perseo, en medio del momento 🔥: «Ha dejado de llover...»
Una vocecilla que lee nuestros pensamientos: Y se esperan cielos despejados, no te fastidia.
Pista: hay datos importantes para el futuro en el capítulo
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