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❈ 32

Salí de la enfermería con un gesto sombrío.

Mi amigo, que esperaba con aire impaciente pegado a la pared de piedra, no tardó ni un instante en aparecer a mi lado, ansioso por saber qué había pasado allí dentro; por qué le había pedido que me dejara a solas con Darshan. Sin embargo, estaba tan exhausta debido a la multitud de interrogantes que todavía sobrevolaban mi cabeza, que me limité a hacer uso de una media verdad que pudiera calmar a Cassian y hacerle olvidar el tema.

—He intentado limar asperezas con él —repuse mientras nos alejábamos de la enfermería— después de lo sucedido. No en vano vamos a formar un equipo y me juego el cuello, literalmente.

El ceño de Cassian se frunció cuando saqué a colación aquel tema que nos había conducido a que Darshan y yo nos enfrentáramos en aquella cueva, terminando con él en la enfermería después de aquella extraña reacción.

Contuve las ganas de sacar de nuevo el colgante para contemplarlo de nuevo, de descubrir si Darshan estaba en lo cierto al acusarme de que aquel objeto contenía magia oscura, tal y como había afirmado cuando se lo mostré en la enfermería. Mis dedos cosquilleaban a causa de ello, pero me obligué a seguir caminando junto a Cassian y a fingir que la extraña conversación que había mantenido con el chico no me había afectado lo más mínimo.

—Mnemus tenía razón.

Estuve a punto de tropezar con mis propios pies cuando escuché a Cassian pronunciar aquella frase; giré el cuello en su dirección, incapaz de ocultar mi asombro, pero la atención de mi amigo se encontraba fija en el fondo del corredor, como si le costara devolverme la mirada después de haber hecho semejante declaración sin avisar.

Fingí que me limpiaba el oído con el dedo meñique, pero el rostro de mi amigo continuaba siendo una máscara demasiado seria.

—Creo que he escuchado mal —dije.

Cassian no dio señales de haberme escuchado, o lo fingía bastante bien.

—No debería haberme quedado a un lado, Jem —agregó de manera pensativa... y arrepentida—: tendría que haber ocupado su lugar, ofreciéndome voluntario en lugar de él.

Abrí y cerré la boca varias veces antes de poder decir algo.

—Cass, no quiero que te culpes por ello —le pedí—. Porque yo no lo hago, te lo aseguro.

En aquella ocasión mi amigo sí me miró, muy serio. Demasiado.

—¿Crees que te coacciono de algún modo? —me preguntó y yo tragué saliva—. ¿Crees que no te permito tomar tus propias decisiones?

Tomé una bocanada de aire, maldiciendo a Darshan y a sus malintencionadas palabras.

—Creo que te preocupas como lo haría un hermano mayor con su hermana pequeña —contesté, pero Cassian no pareció muy convencido—; creo que soy afortunada de tenerte a mi lado, brindándome la sensatez de la que carezco.

Me incliné hacia él con intención de abrazarlo, pero lo único que pude hacer fue aferrarme de su brazo y colgarme como si fuera un mono. Cassian sacudió la cabeza, divertido, mientras yo continuaba con aquella pantomima, buscando alejar esos turbulentos pensamientos de la mente de mi amigo.

Tuve que alzarme de puntillas para intentar llegar a su oído.

—Tienes claro que eres muy importante para mí, ¿verdad? —le susurré.

Cassian frenó y ambos nos detuvimos en mitad de aquel pasillo excavado. Sus ojos habían perdido esa sombra que antes los había cubierto a causa de la maliciosa intención de Darshan de malmeter en nuestra amistad haciendo ese tipo de comentarios; le dediqué una media sonrisa cuando sus brazos me rodearon para que acabáramos fundiéndonos en un apretado abrazo.

—Yo también te quiero, si es eso lo que intentabas decir —respondió en tono de broma.

Me eché a reír hasta que alguien carraspeó, haciendo que Cassian y yo nos separáramos apresuradamente; mi padre nos miraba alternativamente a mi amigo y a mí con una expresión meditabunda. Era evidente que tenía un asunto pendiente con él tras nuestra confrontación en aquella habitación, rodeados por otros rebeldes; quizá por eso me había buscado: para que pudiésemos dar por finalizada aquella amarga discusión.

Di una palmada en el brazo de mi amigo, intentando restar importancia al asunto.

—Luego te alcanzo —le dije a modo de despedida.

Cassian nos contempló del mismo modo que momentos antes mi padre había hecho con ambos antes de reanudar la marcha, en esta ocasión sin mí. No despegué los ojos de la espalda de mi amigo hasta que desapareció por el recodo del final del pasillo; dejé pasar unos segundos, preparándome para hacerle frente a mi padre.

—Jem, tenemos que hablar.

Contuve las ganas de poner los ojos en blanco y me giré hacia donde esperaba.

—Soy toda oídos —repuse.

Aún me encontraba algo resquemada por las formas en las que me había tratado dentro de aquella habitación, el modo en que había intentado desacreditarme frente a sus colegas, alegando que no estaba preparada para enfrentarme a esa situación; haciéndoles creer que debían elegir a otra persona, cuando había sido yo la persona que había conseguido esa jugosa oferta que podría brindarnos información útil sobre los movimientos del Emperador.

Los pasos de mi padre resonaron contra las paredes de piedra mientras se acercaba hasta donde yo me encontraba detenida. Me crucé de brazos de manera inconsciente, una medida de protección frente a la fuerza que transmitía mi padre; ante todo aquello de lo que yo carecía.

Sus ojos —mis ojos— me miraron con un brillo que no ocultaba lo preocupado que se encontraba... como tampoco lo contrariado que estaba por el modo en que me había enfrentado por defender mi legitimidad en aquella misión.

—No te ha gustado lo que he hecho —me adelanté antes de que tuviera oportunidad de empezar a echarme en cara todo lo que, según él, había hecho mal.

Mi padre imitó mi postura.

—Me prometiste que te mantendrías apartada de todo esto —me costó mucho que mi rostro no delatara cómo aquel golpe bajo había dado de lleno en su diana—; me prometiste que te quedarías en casa y que no volverías a correr ningún riesgo.

Hundí las uñas contra el tejido de mi camisa, buscando con aquel pellizco de dolor que la mente se me despejara. Que no permitiera que los remordimientos por haber faltado a mi palabra ganaran terreno dentro de mí.

Los ojos de mi padre perdieron parte de su dureza, y yo supe que estaba rememorando esa noche; la noche en que los nigromantes hicieron una redada en nuestro barrio y él había creído, por unos eternos segundos, que el objetivo era nuestra familia. No en vano se habían llevado a mi madre hasta la tumba, quizá había llegado nuestro momento de reunirnos con ella.

La realidad fue ligeramente distinta: un joven matrimonio con el que había crecido siendo niña terminaron siendo la presa de los nigromantes. Pero el miedo que había sentido mi padre —y el posterior, además de vergonzoso, alivio— no se habían esfumado cuando supo que estábamos a salvo. Aún continuaban reptando por su piel, en especial después de saber lo que había sucedido con el Emperador.

—Era una oportunidad que no podíamos desaprovechar —argumenté a media voz.

La seguridad en mí y el valor de enfrentarme a mi padre empezaron a flaquear cuando vi el gesto desgarrador de su rostro. El modo en que no dejaba de pensar en aquel matrimonio, en lo cerca que habíamos estado; mi padre odiaba al Imperio, y en especial a los perros del Emperador.

Mis mejillas se calentaron al recordar a Perseo, el deseo que había retorcido mi vientre en aquel oscuro callejón; la facilidad con la que me había entregado a sus besos, sabiendo que no lo conocía, no realmente. Sabiendo que era un nigromante, un monstruo sin sentimientos...

¿Qué diría mi padre si llegara a enterarse de que aquella maravillosa oportunidad procedía de uno de nuestros enemigos? ¿Cómo era capaz de mirarle —a él, a Cassian...— tras haber sentido aquella atracción por Perseo? Una atracción que no se había desvanecido del todo, que me asaltaba siempre que me mantenía con la guardia baja y me hacía rememorar el modo en que nuestros labios habían encajado, la necesidad que había sentido de saborear la calidez de su piel.

Descubrir lo que ocultaba bajo la máscara.

—Una oportunidad que puede aprovechar cualquier otro, Jem —insistió mi padre y vi cómo alzaba las manos en una señal de súplica, de hacerme entender.

—La oferta me la hicieron a mí, exclusivamente —repetí—: no funcionaría con cualquier otro.

Los ojos verdes se le tiñeron de desconfianza y pude adivinar sus recelos, los mismos que habían embargado a Cassian cuando aquel esclavo se presentó en la puerta de mi hogar. Había demasiados cabos sueltos en mi historia, y yo no era capaz de brindarles una respuesta satisfactoria; no podía.

No podía hablar con ninguno de ellos de Perseo.

—¿Quién te hizo esa oferta y por qué, Jem? —me interrogó.

Me sentí atrapada cuando le escuché formular aquellas preguntas a las que no podía darle respuesta.

—Eso no es importante —traté de desviar el tema—: voy a hacerlo, y cuento con la aprobación de mi líder y con alguien que me mantenga en contacto con vosotros sin levantar sospechas.

Pero mis pobres intentos no surtieron ningún efecto: lejos de convencer a mi padre, hice que su ceño se frunciera y que cruzara la distancia que nos separaba hasta quedar cara a cara. Tragué saliva con nerviosismo, sin saber qué alegar... o qué decir para salir del apuro.

—¿Por qué has recibido una oferta tan generosa por parte de una de las gens más poderosas dentro del Imperio? —insistió, inflexible—. ¿Quién fue, Jem?

Me encontraba atada de pies y manos, sin saber cómo salir de aquel enorme agujero donde mi evidente silencio solamente empeoraba más la situación. Los ojos de mi padre se entrecerraron al verme dudar, al ver que no era capaz de darle una respuesta a algo tan fácil.

Una luz se encendió dentro de mi cabeza cuando abrí la boca, brindándome la salida que necesitaba. Y permitiéndome mantener a Perseo en la sombra un poco más, tal vez para siempre.

—Uno de ellos...uno de ellos era cliente de Al-Rijl, creo que le oí decir que se trataba del heredero... o algo así —mentí descaradamente, procurando no apartar la mirada de los ojos de mi padre; a mantenerme firme mientras me creía mi propia historia—. Aquella noche que acudió al prostíbulo me eligió a mí. No podía negarme, no sin poner en riesgo nuestra tapadera, por lo que subí con el... con el perilustre a uno de los dormitorios; las cosas no salieron como esperaba, y aquel perilustre se marchó, haciéndome temer que pudiera hablar con Al-Rijl sobre lo sucedido... provocando que se encolerizada por no haberle dado un servicio a la altura.

»Sin embargo, no dijo nada y todo siguió con normalidad. Me olvidé por completo de lo sucedido, de aquel perilustre... y continué adelante —una media verdad, pues estaba pensando en Perseo cuando hablaba de ese ficticio encuentro, de aquella historia inventada que pudiera brindarme una vía de escape—. Me reencontré con él en el mercado y quizá vio la marca que todavía llevaba en el antebrazo; quizá decidió apiadarse de mí después de lo que sucedió en el prostíbulo y me buscó para brindarme un futuro mejor.

Llegados a ese punto de mi mentira, me topé con mi padre pestañeando a causa de la estupefacción. El comportamiento de aquel perilustre no encajaba con su forma de ser; un hombre de su posición social jamás se arriesgaría a abrir las puertas de su casa a una prostituta.

Un hombre de su posición jamás se preocuparía por alguien como yo.

Ahogué una exclamación de sorpresa cuando mi padre me tomó por los brazos en un movimiento del que no pude adelantarme. La estupefacción de unos segundos antes se había transformado en una rabia congelada que me hizo preguntarme en qué había podido fallar.

—¿Te hizo daño? —preguntó con ímpetu.

Tardé unos segundos en entender la pregunta, en entender a qué estaba refiriéndose.

Al igual que yo, mi padre había caído en la cuenta de que debía haber sucedido algo grave para que un perilustre decidiera ofrecerme un puesto dentro de su hogar, tenerme más cerca. Una ira ciega cubrió sus ojos y sus dedos se clavaron con fuerza en mi carne, provocándome una oleada de dolor que ascendió hasta mis hombros.

—¿Ese bastardo te dejó embarazada?

La conclusión a la que había llegado me dejó estupefacta. Sin embargo, parecía ser la opción más plausible, dadas las circunstancias: el único motivo que parecía encajar en aquella enrevesada historia era el hecho de que aquel perilustre podría haberme dejado embarazada durante aquella visita, y yo se lo contara en el reencuentro en el mercado, empujándole a que me ayudara.

Abrí y cerré la boca, muda por la impresión. Lo que acrecentó aún más la ira que carcomía a mi padre por la simple posibilidad.

—¡Por todos los dioses —conseguí decir, saliendo de mi estupor—, por supuesto que no estoy embarazada y ese bastardo tampoco lo logró, si es lo que estás pensando ahora mismo!

El enfado que había embargado a mi padre fue calmándose poco a poco, conforme mis palabras iban calando en su mente. Retrocedió un paso, soltando mis brazos durante ese movimiento; luego sacudió la cabeza con incredulidad mientras mis mejillas se calentaban de nuevo, en esta ocasión por el tema menos agradable que pensar en Perseo.

De repente nos envolvió un incómodo silencio que me hizo creer que debía utilizar para despejar cualquier duda que todavía pudiera quedar en su mente.

—Creo que lo hizo por lástima —dije, pensando en Perseo; en los motivos que el nigromante podría haber tenido para tomar aquella decisión.

Dejé a un lado los motivos que podrían haberle empujado a que termináramos besándonos de manera desenfrenada en aquel callejón, después de que hubiera acabado con la vida de aquellos tipos tan fácilmente como chasquear los dedos.

Aquel apunte pareció ser suficiente para terminar de convencer a mi padre y permitir que los ánimos volvieran a calmarse. Sus ojos ya no reflejaban tampoco la hostilidad de antes, el dolor por mi supuesta traición al romper mi promesa.

—¿Ese tipo...? —se aclaró la garganta—. ¿Crees que es seguro lo que estás a punto de hacer?

Ladeé la cabeza, contemplándole.

Perseo había acudido a uno de sus conocidos para permitirme un puesto dentro de su servicio, creyendo que así estaba brindándome una oportunidad de futuro lejos de las garras de Al-Rijl. Una punzada de culpabilidad me atravesó al pensar en cómo había engañado al nigromante, cómo había decidido aprovecharme de aquella buena —y extraña— buena intención conmigo para ser útil a la Resistencia.

Para impedir que mi padre pudiera apartarme definitivamente.

Hice que mis labios formaran una amplia sonrisa y me dije a mí misma que estaba preparada; que sería sencillo. Estaba acostumbrada al trabajo duro, no me resultaba ajeno; encajaría con el papel y obtendría toda la información posible.

—Estaré bien —le aseguré.

* * *

Spoiler malintencionado por parte de la escritora:

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