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❈ 30

          

—No tenéis nada de lo que hablar —respondió Cassian, acercándose más a mí.

En los labios de Darshan empezó a formarse una mueca de maquiavélica diversión, aceptando el desafío que mi amigo le había lanzado al interponerse entre ambos, dándole a entender que no estaba dispuesto a dejarlo a solas conmigo por la nula confianza que sentía hacia él. Su relación había sido un constante tira y afloja desde que Cassian descubriera que estaba acogiéndolo en mi hogar hasta que se recuperara lo suficiente; por no hacer mención de la testosterona que se respiraba en el ambiente en aquellos instantes.

—Por si tu memoria selectiva te ha fallado, ella y yo trabajaremos juntos de ahora en adelante —replicó Darshan, cruzándose de brazos y dedicándole una media sonrisa condescendiente—. Si tanto te enerva la idea, podrías haberlo evitado proponiéndote como voluntario.

Los músculos de mi amigo se tensaron ante la insinuación que había dejado Darshan flotando en el aire, el hecho de que Cassian hubiera preferido mantenerse en silencio, permitiendo que mi padre intentara desacreditarme. Intentando que su hija quedara apartada a un lado como un simple objeto. Sin embargo, no le culpaba por ello, por mucho que Darshan me hubiera empujado a ello con aquel comentario malintencionado por su parte.

Adelanté a Cassian y me interpuse entre ambos antes de que el muchacho consiguiera su propósito de hacerle perder los papeles a mi amigo, provocando que ambos se enzarzaran en una pelea.

—Tienes cinco minutos de mi tiempo —le advertí.

Percibí la indignación de Cassian a mi espalda, pero decidí ignorarla y no romper el contacto visual con Darshan, quien parecía ufano por mi respuesta. Sus ojos grises me contemplaron con atención unos segundos antes de desviarse de nuevo hacia mi amigo, que continuaba rumiando su enfado en silencio. Hecho que agradecí en mi fuero interno.

—Quizá deberíamos buscar un sitio más privado —sugirió, enarcando ambas cejas.

Me crucé de brazos, oyendo el gruñido que dejó escapar Cassian cuando leyó entre líneas; cuando comprendió que Darshan no quería tenerle allí delante cuando tuviéramos que hablar sobre nuestra misión conjunta.

—Este sitio es idóneo, ya que no nos tomará mucho tiempo —le contradije con firmeza.

Darshan ladeó la cabeza, como si quisiera contemplarme desde un mejor ángulo tras mi negativa a seguirle a cualquier rincón para poder hablar con más privacidad.

Luego se encogió de hombros, fingiendo no darle la más mínima importancia.

—Creo que deberías considerar algo antes de ponerte al servicio de esos perilustres —dijo, haciendo que la cuenta atrás diera comienzo.

Enarqué una ceja de manera interrogativa; el chico pareció señalar con un gesto de barbilla mis antebrazos. Y yo entendí a qué estaba refiriéndose, provocando que mis mejillas empezaran a arder... además de que me cuestionara cómo había sabido lo que escondía si yo nunca le había mostrado mi tatuaje y me había cuidado de cubrírmelo para que no lo descubriera.

—¿Cómo demonios...? —farfullé, colocando una protectora mano sobre la manga de la camisa que llevaba.

Las comisuras de los labios de Darshan temblaron.

—Mientras defendías tu plan y gesticulabas se te ha movido la tela, permitiéndole echar un vistazo parcial —contestó con tono engreído—. Conozco ese tipo de tatuajes, pelirroja; además, he estado investigando sobre ti por aquí y me he enterado de dónde terminaste la última vez que te presentaste voluntaria.

Mis dedos se cerraron con fuerza alrededor de mi antebrazo y casi sentí la quemazón de la tinta sobre mi piel. El maldito Darshan tenía razón al afirmar que continuar llevando aquel tatuaje era peligroso; no en vano aquella maldita marca había logrado hacer que me metiera en algunos líos de los que había salido indemne gracias a la suerte.

Le mostré los dientes en una mueca molesta.

—No es fácil encontrar a un elemental de la tierra —hice uso de la misma excusa que había puesto ante Perseo cuando se percató de que no había eliminado el tatuaje de mi piel—. Y mi padre se ha encargado de mantenerme alejada de aquí, como bien habrás podido adivinar.

Darshan sacudió la cabeza.

—De cualquier modo, y si quieres que esto funcione, tenemos que deshacernos de ella —insistió, luego hizo una pausa—. Y no te preocupes: seré yo quien se ponga en contacto contigo para recibir los informes; tú limítate a que no te echen de esa maldita casa.

❈ ❈ ❈

Apreté mis dientes hasta notar como crujían. Cassian se removió a mi lado mientras contemplaba cómo el elemental al que habíamos acudido hacía su trabajo; Darshan, por el contrario, alternaba la mirada entre mi antebrazo enrojecido y sanguinolento y mi rostro colorado, mis ojos brillantes a causa de las lágrimas que había logrado tragarme por puro orgullo.

Tenía el brazo extendido en aquella desvencijada mesa, con el puño fuertemente cerrado, con una corrosiva capa de fina tierra escarbando en mi piel para eliminar la tinta que me había marcado como una de las chicas de Al-Rijl. El elemental tenía su sudoroso ceño fruncido mientras controlaba su herramienta de trabajo, procurando causar el menos daño posible.

No se trataba de un asunto limpio, prueba de ello era la masa sanguinolenta en la que se había convertido mi antebrazo. Además, no quedaría tan bien como si un nigromante se hubiera hecho cargo.

Se me escapó un débil jadeo de dolor cuando los gránulos volvieron a serrar mi carne; los ojos del elemental se alzaron desde la zona en la que estaba concentrado hacia los míos.

Parecía estar sufriendo como si yo fuera la elemental que estuviera haciendo que la tierra mordiera su carne para eliminar la tinta.

—Lo siento —se disculpó, para luego añadir—: Ya falta menos, te lo prometo.

Traté que mis labios formaran una sonrisa que tranquilizara al pobre hombre, pero lo único que me salió fue una mueca que acrecentó la presión que ya cargaba sobre sus hombros aquel elemental.

Mientras la tierra arañaba de nuevo mi piel pensé en la oferta de Perseo, que me la había repetido hasta en dos ocasiones. Al ser un nigromante, su control sobre el cuerpo le permitiría generar una nueva capa de piel que cubriría el tatuaje; una acción mucho más rápida pero no menos dolorosa, eso sí.

Suspiré de alivio cuando el elemental retiró la arena y pude ver aquel amasijo de carne de mi antebrazo donde antes había mostrado aquel tatuaje. Las respectivas miradas de Cassian y Darshan también se clavaron en el mismo punto, cada uno mostrando una reacción diferente: mi amigo parecía conmocionado con el resultado, que no debía acercarse al que había tenido en mente, y el otro apretaba los labios, como si estuviera conteniéndose a sí mismo para hablar.

El elemental pasó un trapo húmedo por mi antebrazo, retirando la sangre seca y haciendo que la carne retorcida y carcomida por la tierra quedara mejor expuesta a los ojos. En su defensa tenía que decir que parecía verdaderamente avergonzado.

—Los elementales de la tierra no podemos hacer mucho más —se disculpó, bajando la mirada hacia sus propias manos—; la mejor opción para este tipo de situaciones es... es un nigromante.

Pero era una opción imposible. Nadie confiaba en aquellos monstruos que servían al Emperador; nadie nunca se arriesgaría a ponerse en manos de uno de ellos por el miedo que despertaban, por el peligro que representaban.

Aparté a Perseo una vez más de mi mente e intenté que mi sonrisa fuera sincera, pues aquel hombre lo había hecho lo mejor posible, dadas las circunstancias. Su ayuda era inestimable dentro de la Resistencia, su don era un regalo.

—Te estoy agradecida, Imran Fakih —pronuncié de corazón, provocando que sus mejillas se enrojecieran de manera más que evidente.

Por el rabillo del ojo vi la fantasmal sonrisa de Darshan, pero decidí ignorarlo. Ni siquiera sabía por qué había decidido acompañarnos tras haber expuesto sus intenciones respecto a la misión que compartíamos: él se encargaría de buscarme, y yo únicamente tenía que preocuparme de que nadie descubriera que era una rebelde... además de mantener el puesto de trabajo. Algo de lo que Darshan parecía tener serias dudas.

—Tienes que vigilar el antebrazo —me advirtió al mismo tiempo que yo me ponía en pie—, al menos durante unos días.

Asentí aún con la sonrisa en los labios, deseando salir de aquella habitación y conteniendo las ganas de rascar la masa de carne que se había formado en mi antebrazo gracias a él.

—Lo haré —prometí—. Gracias.

Escuché a Cassian repetir mi agradecimiento mientras salíamos de allí. Ni siquiera me preocupé por comprobar si Darshan nos seguía: ahora que había conseguido deshacerme del tatuaje delator, tenía que enviar un mensaje urgente a la casa de la gens Horatia para informar a aquella mujer que aceptaba el trabajo.

Mi amigo dejó escapar un silbido y tomó mi antebrazo con cuidado para poder observarlo desde más cerca. Casi parecía un niño que estuviera contemplando algo extraño por primera vez.

—En mi cabeza el resultado era mucho mejor —cuchicheó.

Eché el brazo por el que me tenía sujeta hacia atrás, lo suficiente para que mi codo impactara en su pecho. En aquella zona de las cuevas apenas había tránsito, pues se trataba de una zona de descanso; las cortinas que habían instalado a modo de puertas conducían a los pequeños habitáculos donde los rebeldes que vivían allí —de manera temporal o definitiva— podían dormir... o encontrar un poco de paz e intimidad.

—Jedham, no hemos terminado todavía.

La voz de Darshan resonó a nuestra espalda, chocando contra las paredes de piedra. Cassian soltó mi brazo mientras ambos girábamos por la cintura para ver cómo el chico caminaba hacia nosotros.

—Creí que tu consejo sobre el tatuaje y la advertencia sobre mantener mi puesto de trabajo habría sido todo —respondí.

Darshan no tardó en alcanzarnos, lo que nos obligó a que nos detuviéramos en un tramo del pasillo.

—Mhaar Asaash dijo que necesitabas entrenamiento —prosiguió el chico como si yo no hubiera hablado.

—No necesito entrenamiento —protesté. Había cumplido mi formación hacía años, no estaba indefensa y no me gustaba que Darshan creyera lo contrario.

Vi cómo ponía los ojos en blanco ante mi repentino cabreo. Un gesto que resultó casi condescendiente y que hizo que apretara los puños contra mis costados... e imaginara dentro de mi cabeza cómo uno de ellos le golpeaba en la cara.

—No necesitas entrenamiento —repitió como una concesión—, pero supongo que sí necesitarás un pequeño repaso.

Enarqué una ceja al mismo tiempo que me cruzaba de brazos, contemplándole con una expresión forzosamente tranquila... y abierta. Como si estuviera dispuesta a seguir escuchando por qué creía que necesitaba volver a entrenar.

Como si no hubiera caído en la cuenta de que debía tratarse de otra de sus malditas pruebas.

—Lo que me estás proponiendo es absurdo —declaré con rotundidad.

Darshan sonrió con malicia.

—Si tan segura estás de ello, enfréntate a mí.

Pestañeé hasta en tres ocasiones, creyendo haberle oído mal.

—No estás hablando en serio —le acusé.

El chico ladeó la cabeza con un gesto divertido.

—Crees que no necesitas prepararte para lo que te espera —repitió con lentitud—, y yo no soy de tu misma opinión, por lo que estoy ofreciéndote la oportunidad de que me demuestres lo equivocado que estoy. Enfréntate a mí, Jedham...

«Ciérrame la boca», parecía querer estar diciendo.

Por algún extraño motivo, Darshan creía que iba a tener que recurrir a mis aprendizajes sobre enfrentamientos físicos dentro de aquella casa. También estaba seguro de que no estaría a la altura, de que me encontraría oxidada después del tiempo que había pasado en aquel burdel.

Y estaba dándome la oportunidad de demostrarle que estaba equivocado, que no necesitaba retomar ninguna clase. Que podía hacerlo.

Pero la experiencia que había ido ganando en aquel poco tiempo que nos conocíamos me advirtió que no podía ser tan sencillo, que tenía que haber algún tipo de trampa en sus palabras. Que no confiara en él.

—Estás herido —observé con tono aburrido.

Darshan sonrió y se palmeó el costado.

—Los sanadores se han encargado muy bien de mí desde la última vez que nos vimos.

Era un cebo.

Cassian se removió a mi lado, recordándome su presencia tras haber permanecido mudo desde que Darshan nos hubiera interrumpido. Mi amigo miraba fijamente al otro, evaluándole; quise creer que él también había caído en la cuenta de que las intenciones de Darshan de animarme a que nos enfrentáramos a una pelea física era un asunto, cuanto menos, sospechoso.

—Jedham no tiene por qué...

Darshan chasqueó la lengua con fastidio.

—Creo que ella es perfectamente capaz de tomar una decisión por sí sola —le interrumpió, sus ojos grises se clavaron en mí—. ¿O necesitas que tu amiguito lo haga, Jem? ¿Te sientes mucho más segura dejando que otros tomen decisiones por ti, que manejen tu vida a su antojo?

Sus provocaciones surtieron efecto, quizá cumpliendo con su objetivo: sacarme de quicio. Hacer que perdiera el control y cediera al enfado. Haber permitido que sus palabras me afectaran, dándole munición suficiente para poder hacerlo de nuevo, en otra ocasión.

Antes de que ninguno de ellos pudiera saber qué estaba pasándoseme por la mente, me abalancé sobre Darshan y aferré el cuello de la camisa que llevaba entre mis dos puños; sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha, a pesar de lo cerca que me encontraba de darle un buen puñetazo en su bonita cara.

—Vas a arrepentirte —le escupí entre dientes.

Darshan acercó su rostro al mío.

—Eso ya lo veremos —respondió.

Cassian se quedó cerca de la pared, dejándonos a Darshan y a mí aquel cuadrilátero de arena. Al fondo de aquella enorme y familiar cueva se encontraban los pocos instructores con los que contábamos en la Resistencia junto a los nuevos miembros, casi todos ellos de mi misma edad.

Darshan no había dudado un segundo en conducirnos hasta allí, listo para la acción.

Muchos de los chicos y chicas que se entrenaban al otro lado de la cueva desviaban la mirada en nuestra dirección, curiosos por saber qué iba a suceder. O quizá ansiosos de ver correr la sangre, no lo sabía.

Había rechazado el galán ofrecimiento de Darshan para que me cambiara de ropa, escogiendo algo mucho más cómodo. Lo único que tenía en mente en aquellos instantes era en hacerle morder el polvo y pulverizar su orgullo masculino; demostrarle lo equivocado que se encontraba.

Machacarlo.

Observé a Darshan desde la otra punta del cuadrado de arena, el modo en que rotaba sus hombros mientras se preparaba para la pelea que estaba a punto de tener lugar. Ladeé la cabeza cuando giró sobre la punta de sus pies para encararse conmigo, incluso me permití dedicarle una sonrisita diabólica.

—Gana el que haga que su contrincante se rinda —anunció Darshan.

Flexioné los brazos y cubrí mi rostro con mis puños.

—¿Las damas primero? —me burlé.

Darshan me respondió con una sonrisa torcida. Un segundo después cruzaba a toda velocidad la distancia que nos separaba; me quedé momentáneamente aturdida por la rapidez con la que se movía, por la seguridad de cada una de sus zancadas.

Bloqueé a duras penas el puñetazo que iba dirigido a mi estómago y respondí con una patada cuyo objetivo era uno de sus muslos; la sonrisa de Darshan creció de tamaño al entender mis intenciones. Retrocedió como una víbora, haciendo que mi pie ni siquiera le rozara.

Un puño salido de la nada me golpeó con rotundidad en el hombro, haciéndome trastabillar a causa de la fuerza. Me tambaleé sobre mis propios pies mientras trataba de no caer al suelo; sentía un dolor sordo allá donde el puñetazo de Darshan me había acertado, obligándome a que apretara los dientes con furia.

Volví a la cara como un toro desbocado, pero él ya me estaba esperando. Esquivó mi puñetazo y me recompensó con una traviesa sonrisa cargada de satisfacción mientras sus pies se enredaban con los míos; el estómago pareció subírseme a la boca cuando dejé de sentir el suelo bajo mis pies.

Antes de que todo mi cuerpo impactara contra el suelo, levantando una nube de arena a mi alrededor. De manera inconsciente busqué con mi empeine algún asidero, enredándolo sobre su propio tobillo y provocando que Darshan perdiera el equilibrio del mismo modo que yo lo había hecho segundos antes.

Lo que no había calculado con dicha —y algo desesperada— maniobra era que dónde caería... o sobre quién.

El aire se me escapó de los pulmones con un jadeo cuando su cuerpo cayó pesadamente sobre mí, aplastándome bajo su peso.

Sus piernas se enredaron con las mías, manteniéndolas inmóviles para impedir que pudiera utilizarlas en su contra. Su sudoroso rostro se mantuvo a poca distancia del mío; sus ojos grises resplandecían cuando nos miramos el uno al otro.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás enfadada conmigo, Jem? —me preguntó en un susurro.

Y, maldito fuera, tenía razón.

A pesar de que era un desconocido, alguien que había entrado a empujones a mi ya desordenada vida, sentía que me había defraudado de algún modo. Que me había fallado cuando apenas nos conocíamos; cuando apenas teníamos algo en común.

—Mentiroso —escupí—. Eres un maldito mentiroso.

Darshan enarcó ambas cejas en un gesto de sorpresa antes de que esbozara otra de sus irritantes sonrisas cargadas de superioridad. Tragué saliva al ser consciente de cómo su cuerpo presionaba el mío contra la arena; las áreas que estaban en contacto.

—Me culpas por no haberte dicho que pertenecía a la Resistencia —comprendió con un timbre de perversa diversión—. El problema, Jem, es que no tenía ningún motivo para hacerlo.

Tenía razón.

Estaba siendo irracional.

Y eso hizo que me enfadara aún más con Darshan y conmigo misma. Porque no tenía ningún derecho a recriminarle nada; porque no entendía a qué venía aquel cúmulo de ira dentro de mis venas, acrecentando las ganas de golpear cualquier cosa. Acrecentando las ganas de quitármelo de encima, de poner distancia entre los dos.

—Yo tampoco confío lo más mínimo en ti —contesté.

Empecé a rebelarme contra su aplastante peso, intentando sacudírmelo; los ojos de Darshan relucieron de diversión ante mis infructuosos intentos de apartarlo. Un molesto pitido se instaló en mis oídos al contemplar lo mucho que estaba disfrutando de la situación.

—Tengo malas noticias entonces, Jem: formamos un equipo —susurró con malicia—, y eso significa que vas a tener que brindarme un poco de tu confianza si quieres que todo esto funcione.

Su mano se movió entonces hacia mi cuello. La alarma hizo que todos mis nervios se pusieran de punta, sin entender su próximo movimiento; antes de iniciar aquel estúpido enfrentamiento había avisado que sería hasta que uno de los dos se rindiera. ¿Qué pretendía hacer, entonces? ¿Acaso me había engatusado para...?

¿Para qué, exactamente?

Se me escapó un jadeo ahogado cuando sentí su palma contra mi cuello, haciendo que algo se me clavara en la carne hasta casi hacerme sentir una arcada. Pataleé con mayor ímpetu hasta que vi cómo el rostro de Darshan perdía color y sus ojos se abrían como platos; la mano que antes había presionado contra mi garganta se apartó, como si algo le hubiera quemado.

Hice acopio de lo que me quedaban de fuerzas para darle un brusco empujón que lo mandó de cabeza al suelo mientras yo aspiraba una gran bocanada de aire. Luego me llevé una mano al cuello, topándome con el colgante que siempre llevaba conmigo; mis dedos se cerraron alrededor de la piedra, comprendiendo que había sido aquel objeto lo que se me había clavado en la garganta cuando Darshan había apoyado ahí su mano.

Tragué saliva con esfuerzo y giré el cuello.

El chico se encontraba a cuatro patas, resollando y con aspecto de no encontrarse del todo bien. Su rostro estaba pálido cuando me miró, cuando sus ojos resbalaron desde mi rostro hacia lo que aún sostenía entre mis dedos.

—¿Qué es eso...?

Antes de que pudiera responderle, vomitó sobre el suelo.

* * *

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