❈ 24
Una voz gritó en mi cabeza «¡LO SABÍA!», haciéndome salir de la sorpresa inicial que me había causado descubrir que Darshan, el chico herido y a las puertas de la muerte que rescaté de aquel callejón, había resultado ser un compañero de armas; otro de los rebeldes que operaban en la Resistencia.
—No es posible —escuché a Cassian farfullar.
Una parte de mí quería aferrarse a ese pequeño hilo de conexión junto a mi amigo, a la incredulidad que nos había embargado después de que Darshan hubiera pronunciado aquel nombre con aquella pasmosa familiaridad, haciendo que una pieza más encajara en el puzle que conformaba desde que nuestros caminos se hubieran cruzado por azares del destino... o la maldita voluntad de los dioses.
Mis piernas se pusieron en movimiento antes siquiera de que fuera consciente de lo que estaba haciendo o qué intenciones guardaba con aquel arriesgado movimiento. Oí decir algo a Cassian, pero el molesto pitido que parecía haberse instalado en mis oídos me impidió distinguir las palabras; el hombre que nos había recibido se había quedado congelado en su sitio, con la máscara todavía cubriendo su rostro e intentando mantener la fachada de indiferencia con la que intentaba guardar lo que realmente sentía al respecto, sabedor de lo que escondía la identidad de la persona que Darshan había mentado para su «inocente» encargo.
Prabhu Vishú pestañeó, con una mezcla de desconcierto y recelo, al verme rodear el costado del otro chico para encararlo. La doncella que nos había recibido continuaba muda a la espalda de su señor, conmocionada por el giro que había sufrido aquella inesperada visita por nuestra parte.
Los ojos de Darshan se desviaron hacia mí con un gesto lánguido. Recordé la lista de adjetivos que le había dedicado en el saloncito de mi humilde hogar, el modo en que él se había burlado añadiendo algunos de su propia cosecha; ahora tendría que apuntar otro nuevo: mentiroso.
Aquel tipo era un mentiroso.
Escuché a la voz de mi conciencia —que se asemejaba demasiado a Cassian— gritar mientras mi puño se movía directo hacia el perfecto y atractivo rostro de Darshan; haciendo alarde de sus habilidades, el chico no tuvo ningún problema en detener mi golpe antes de que le alcanzara justo donde quería: la nariz. Sus dedos se cerraron alrededor de mi puño y una extraña sensación helada se extendió por mi brazo y, después, por el resto de mi cuerpo.
Nos sostuvimos la mirada el uno al otro mientras Darshan me obligaba a la bajar el puño, alejándolo de su objetivo y haciendo que una llamarada de rabia sustituyera el frío de antes. Sentí a Cassian a mi espalda, sus brazos rodeándome y la fuerza de su complexión contra mí, haciendo que retrocediera y que Darshan soltara mi puño aún atrapado entre su cepo con un brillo de intriga en sus ojos plateados.
—¡Embustero! —le escupí entre dientes.
Una vocecilla racional me susurró al oído que mi enfado era absurdo. ¿Por qué tendría que haber desvelado su verdadera identidad, el hecho de que fuera un rebelde? Yo tampoco lo había hecho; cada uno había guardado recelosamente sus secretos ante el otro por una simple cuestión: supervivencia. De haber hablado, los riesgos a los que nos hubiéramos expuesto respectivamente hubieran sido demasiado altos.
El temor a ser traicionados y vendidos a los Sables de Hierro nos había alentado a que no dijéramos una sola palabra.
Además, de entre todas las opciones que existían, ¿cómo iba a poderme imaginar —incluso Darshan respecto a mí— que era un maldito rebelde? Su endeble historia jamás hubiera hecho que me inclinara a pensar que había pasado los dioses sabían cuánto tiempo en aquella prisión por otro motivo distinto a haber cometido algún delito.
Darshan entrecerró los ojos ante mi arranque violento. ¿Por qué alguien que no conociera el nombre de Ramih Bahar iba a reaccionar de ese modo? Cualquier otra persona hubiera podido creer que se trataba de algún familiar... o de alguien a quien le debía algo.
Solamente unos pocos relacionaríamos ese nombre con uno de los líderes de la Resistencia.
Cassian parecía incapaz de controlar sus nervios mientras me apartaba de Darshan para impedir que pudiera intentar abalanzarme de nuevo contra el chico. Sus dedos me presionaban con demasiada fuerza, como si no fuera consciente de ello... o quizá de modo premeditado para indicarme que guardara silencio y no enredara las cosas más de lo que ya estaban.
Prabhu Vishú salió de su sorpresa inicial y vi cómo sus labios se curvaban en su familiar sonrisa que dedicaba para los negocios. Alternó la mirada entre los tres como si estuviera intentando resolver un rompecabezas dentro de su mente y luego juntó sus palmas del mismo modo que lo habría hecho si quisiera ponerse a rezar en aquel preciso instante; me tensé entre los férreos brazos de mi amigo cuando un brillo de codicia iluminó sus ojos castaños.
—Qué... interesante —dijo.
Darshan no nos quitaba la vista de encima a Cassian y a mí, haciéndome imaginar unos engranajes girando a toda velocidad dentro de su cabeza. Aquel chico no era estúpido, tarde o temprano establecería las suficientes conexiones para saber que, aunque no lo hubiéramos sabido hasta ese maldito momento, los tres nos encontrábamos en el mismo bando: la Resistencia.
De nuevo recordé lo poco que sabía sobre ella, lo estratificada que se encontraba, como la tela de una araña. Era una organización cuyos hilos se dividían hasta confundirte, una estrategia pensada para impedir que el Emperador pudiera destruirla por completo; aunque las informaciones que llegaban eran la continua desaparición de miembros y la ausencia de noticias sobre su paradero.
¿A qué facción pertenecería Darshan? Si había mencionado a Ramih Bahar... bueno, no todos los rebeldes tenían el placer de conocerlo. La identidad de los rebeldes que habían fundado la Resistencia no era de dominio público dentro de ella, sino que se trataba de una información a los que unos pocos afortunados tenían acceso tras ganárselo... quizá como el propio Darshan.
—Este... asunto... no es para tratarlo en mitad de mi vestíbulo —habló de nuevo Prabhu Vishú, con un tono que pretendía embaucarnos—. ¿Por qué no pasamos a uno de mis salones para hablarlo con más calma?
Darshan fue el primero en seguir a Prabhu Vishú cuando éste dio media vuelta y, sin tan siquiera comprobar que nos movíamos tras él, se encaminó hacia una de las ornamentadas puertas que había a su derecha; su fiel servidora caminaba un paso por detrás del hombre, mostrando con aquel simple gesto —con aquella simple distancia entre sus cuerpos— que estaba por debajo de la posición de la que alardeaba su amo.
Cassian me soltó con cuidado.
—No empeores la situación, Jem —me susurró al oído.
Giré el rostro hasta que mi perfil quedó encarado con el suyo: mi amigo tenía el ceño fruncido y observaba con gran intensidad la espalda de Darshan. También parecía recuperado de la sorpresa que acababa de soltar el chico minutos antes.
—¿Empeorarla? —repetí con fingida inocencia—. Pero si esto sólo puede ir a mejor.
Las comisuras de los labios de Cassian temblaron, pero mi amigo logró impedir que la sonrisa llegara a formarse. Me dio un elocuente golpecito en la parte baja de la espalda, instándome a que me pusiera en marcha y no tardara en alcanzar al reducido grupo de tres personas que se dirigían hacia la ornamentada puerta de madera tallada que debía conducir a uno de los salones donde Prabhu Vishú seguramente recibiría las visitas más problemáticas a las que tendría que hacer frente en su negocio.
Procuré mantener una expresión neutra que impidiera reflejar la mezcla de estupefacción y horror que me embargó al atravesar el umbral de la puerta y poner un pie en aquel enorme salón donde lo que más llamó mi atención fueron la ingente cantidad de estatuas que decoraban aquella habitación; Cassian tuvo que darme otro golpecito para hacerme avanzar.
Prabhu Vishú ya se había acomodado en uno de los elegantes divanes que estaban situados casi al fondo de la sala, sobre una lujosa alfombra que parecía ser...
—Es piel de tigre —confirmó el hombre mis sospechas, percatándose de dónde se encontraba clavada casi toda mi atención—. Auténtica. Un pequeño capricho que tuve que importar de la lejana Hexas.
Me tensé ante la inocente mención de la península que se encontraba al sur, atravesando el mar en un viaje de varias semanas que, en ocasiones, era sin retorno. Cassian y yo habíamos estado evaluando la procedencia del frustrado intento de asesinato que había recaído en las manos de Melissa, otra de las bailarinas que el Emperador había escogido para su disfrute personal.
Tanto el reino vecino como la península del otro lado del mar tenían intereses directos en el Imperio. Quizá incluso hubieran puesto sus miras en nosotros, deseosos de expandir su territorio y anexionar nuestro propio país al suyo con todos los beneficios que pudiera reportarle aquella arriesgada operación.
Mi rostro se ensombreció mientras nuestro anfitrión chasqueaba los dedos hacia su doncella, un elocuente gesto cuyo mensaje estaba más que claro: «Trae algo de beber.»
Observé a la chica retirarse en silencio, como si quisiera pasar desapercibida; Darshan también la siguió con la mirada, mostrando de nuevo su carácter desconfiado... y el recelo de que Prabhu Vishú nos hubiera decidido invitar amablemente a acompañarlo a aquel salón que mostraba lo mucho que aquel hombre anhelaba el lujo y el poder que había ido atesorando a costa de la desesperación de los que acudían a él buscando su ayuda.
Cassian se mantuvo a mi lado, procurando que su rostro no transmitiera lo más mínimo. Seguramente sus planes terminaban con nosotros dos perdiendo de vista a Darshan después de haber conseguido llevarle hasta Prabhu Vishú; en ningún momento nos hubiéramos imaginado que toda la situación desembocara en eso: en descubrir que el prófugo de Vassar Bekhetaar había resultado ser un rebelde. Un rebelde con una misión, a todas luces, de lo más peligrosa.
Un rebelde que había terminado con una fea herida en un mugroso callejón.
Fuimos de nuevo estudiados en silencio por Prabhu Vishú, cuya mirada transmitía mucho más que su perfecta máscara de actor. En aquel enorme salón me sentí demasiado expuesta y todo mi cuerpo empezó a cosquillear a causa de aquella sensación que había despertado en mi interior ahora que la chica nos había dejado a solas con su amo.
La avispada mirada de Prabhu Vishú se clavó finalmente en Darshan, que había iniciado todo aquel asunto al mencionar a Ramih Bahar con aquel escueto mensaje.
—Una petición interesante, la tuya —comentó en tono reflexivo.
Tanto Cassian como yo nos mantuvimos en silencio, escuchando con atención cada palabra que fuera pronunciada en aquel salón.
—Nada fuera de lo común —respondió Darshan, haciendo alarde de su cautela.
Prabhu Vishú se frotó con energía su barbilla cubierta por una recortada —y puntiaguda— barba mientras continuaba el escrutinio al que estaba sometiendo a Darshan. Aquel hombre colaboraba con la Resistencia, estaba en contacto con algunos miembros de la organización. Miembros como Ramih Bahar, quien acudía hasta allí para hacer negocios con Prabhu Vishú.
Luego su mirada pasó a nosotros, evaluando nuestro papel en aquel turbio asunto que había llamado a su transitada puerta. Casi podía escuchar el hilo de los pensamientos al intentar encajar nuestra presencia y si podía hablar con libertad frente a ambos sobre la identidad que se ocultaba tras el nombre de Ramih Bahar; sin embargo, ni Cassian ni yo estábamos dispuestos a desvelar que pertenecíamos a la Resistencia.
O, al menos, no todavía.
El silencio que se había instalado dentro del salón se vio roto al regreso de la doncella. Miré por encima del hombro para ver cómo transportaba entre los brazos una bandeja con un bonito juego de té plateado; con la mirada clavada en el frente, pasó por delante de nosotros como si no estuviéramos ahí presentes.
Su amo esbozó una media sonrisa de difícil interpretación mientras la chica depositaba con cuidado la bandeja sobre una de las mesas; vi a Darshan echar un vistazo y contuve una mueca al ver cómo no bajaba la guardia ni un solo instante.
Una vez se deshizo de la bandeja y su contenido, la doncella retrocedió hasta un rincón de la sala, intentando pasar desapercibida y hacer que nos olvidáramos de su presencia. Entrecerré los ojos cuando Prabhu Vishú tomó la tetera con cuidado y vi que sus labios se estiraban para hacer su sonrisa mucho más amplia.
Empezó a servir el té en las pequeñas tazas a conjunto sin decir una sola palabra. De nuevo sentí un escalofrío premonitorio bajando por mi espalda ante aquella inofensiva acción; miré de refilón a Cassian, pero mi amigo no parecía percibir la amenaza que flotaba en el ambiente.
Continué viendo a Prabhu Vishú sirviéndonos el té con aquella extraña sensación recorriendo mis venas, despertando aquel familiar cosquilleo en la punta de mis dedos... un cosquilleo que empezó a extenderse por el resto de mi cuerpo. De manera inconsciente busqué el colgante y lo aferré, como siempre hacía cuando me encontraba nerviosa; los ojos del hombre se desviaron entonces hacia lo que sostenía entre las yemas con un brillo de interés.
Me tensé, a la espera de que dijera algo, pero Prabhu Vishú no pronunció palabra alguna y regresó a la ardua tarea de rellenar las tazas con aquel líquido caliente. ¿Qué había sido eso? Solté el colgante que me regaló mi madre y dejé que volviera a ocultarse bajo la tela del vestido.
No sé cuánto tiempo pasamos en aquella misma posición, viendo cómo aquel hombre llenaba con algo de parsimonia las tazas y, una vez hecho, depositaba la tetera de plata sobre la bandeja; todavía mantenía su sonrisa y observé con un ramalazo de desconfianza, cómo cogía algo de la bandeja y lo guardaba en su puño. Alterné la mirada entre la doncella que aguardaba en la pared —y que parecía haberse convertido en una maldita estatua— y aquel hombre; algo estaba a punto de suceder.
Y mi instinto no parecía creer que fuera nada bueno.
El índice de Prabhu Vishú recorrió con lentitud los diseños de la taza que tenía más cerca antes de dirigir su atención a Darshan, cuyo cuerpo parecía haberse tensado. Quizá intuyendo lo mismo que yo: que algo no iba como debía ir.
—Tu petición, joven, es algo inusual —dijo entonces Prabhu Vishú, reclinándose sobre su asiento y volviendo a acariciar su cuidada barba con sus dedos—. Especialmente por el destinatario.
Me moví con toda la discreción posible, intentando eliminar la poca distancia que me separaba de Cassian. Mi amigo también debía haber sospechado que todo aquel papel representado por Prabhu Vishú no estaba terminando de encajar con la situación; necesitaba indicarle que teníamos que salir de allí antes de que las cosas se torcieran más.
Había llegado el momento de separar los caminos, pues ya habíamos cumplido con lo que nos habíamos prometido hacer: acompañar a Darshan hasta Prabhu Vishú.
La cuestión era ¿cómo? Dejé vagar mi mirada por el salón, buscando una vía de escape... o una excusa para poder marcharnos de allí lo antes posible.
Resonó un brusco golpe desde el vestíbulo que me puso todo el vello de punta.
La sonrisa de Prabhu Vishú se tornó escalofriantemente maliciosa.
Darshan se puso en pie con brusquedad, dirigiendo una mirada incendiaria a Prabhu Vishú, que fingió no verla. El hombre se arrellanó en el diván en el que estaba sentado, pasando un brazo por el respaldo mientras disfrutaba de la tensión que había empezado a llenar el ambiente.
El sonido de varios pasos nos llegó desde el otro lado de la puerta, acrecentando nuestros nervios. Maldije para mí misma, sabiendo que estábamos desarmados y sin una auténtica oportunidad de salir victoriosos; escuché a Cassian blasfemar y vi a Darshan apretando los puños contra sus costados.
¿A quién habría avisado? Un auténtico pavor empezó a burbujear en mi estómago al valorar la posibilidad de que las personas del vestíbulo fueran Sables de Hierro. Fulminé con la mirada a Prabhu Vishú, conteniéndome para no abalanzarme sobre aquella traicionera sabandija y descargar mis puños sobre su irritante sonrisa hasta hacerla desaparecer bajo una capa de sangre.
Pero mi cuerpo se había quedado paralizado. La posible presencia de Sables de Hierro —y todo lo que ello conllevaba— actuaba como un poderoso imán que me mantenía clavada en el suelo.
Cada segundo que transcurría nos acercaba más al desastre.
—No es nada personal, muchachos —escuché que decía Prabhu Vishú—: solamente cumplo órdenes.
Giré mi cuello en su dirección, cediendo un poco a la idea de arrancarle la sonrisa a base de golpes.
—Maldito hijo de puta —le gruñí.
Lo único que recibí como respuesta fue un guiño de ojo.
La puerta se abrió con estruendo, provocando que chocara contra las paredes —y arrancándole una mueca al dueño, por la brutalidad de aquel movimiento—, desvelando a cinco hombres al otro lado: dos de ellos tenían los puños en alto, con llamas acariciando su piel sin causarles el más mínimo dolor.
Elementales.
Tragué saliva al contemplar a los dos elementales de fuego, que flaqueaban a sus tres compañeros, listos para calcinarnos vivos. La risa de Prabhu Vishú se escuchó a mi espalda, divertido por cómo se estaban desarrollando las cosas; Cassian y yo observamos a los cinco recién llegados, especialmente a los elementales.
Ninguno de ellos tenía aspecto de pertenecer a los Sables de Hierro.
Lo que nos dejaba una única opción...
El grupo de cinco se dividió, dejando paso a otro hombre que parecía rondar la edad de mi padre, quizá un par de años de diferencia. Me fijé en las canas que salpicaban sus sienes, las arrugas que se le formaban en la frente y las comisuras de los labios... aunque lo más llamativo era la cicatriz que cruzaba su mandíbula y parte de la garganta. Los ojos del hombre, de un vivo color verde, nos contemplaban con suma atención.
Prabhu Vishú pasó a mi lado con absoluta tranquilidad, dirigiendo sus pasos hacia aquel recién llegado. Su doncella no tardó en seguirle, intentando no quedarse cerca de nosotros por las posibles represalias que pudiéramos tomar contra ella.
Porque había sido aquella chica la que había debido enviar un mensaje mientras estaba fuera de aquel salón donde su amo nos había entretenido lo suficiente con todo aquel número del té para ganar tiempo hasta que ellos llegaran.
El hombre de la cicatriz sacó una bolsa de uno de los bolsillos y se la entregó a Prabhu Vishú, que hizo un gesto de agradecimiento llevándose dos dedos a la frente. Nos lanzó una última mirada antes de abandonar aquella habitación, haciendo tintinear las monedas que iban en el interior de aquella bolsa que había pasado de unas manos a otras como recompensa por el chivatazo.
Una vez Prabhu Vishú y su doncella abandonaron el salón, dejándonos a merced de aquel grupo de hombres, el tipo de la cicatriz dio un paso hacia delante, todavía con sus ojos clavados en nosotros tres. Percibí a Darshan moviéndose a mi espalda, sigiloso como una maldita pantera.
—Creo que me buscabais —oí a Cassian ahogar una exclamación, cayendo en la cuenta de quién era aquel hombre—. Al parecer, queríais hacerme llegar un mensaje...
El estómago se me encogió con una mezcla de angustia y temor cuando la inconfundible silueta de Darshan pasó por mi lado. Había seguridad en su postura, incluso un poco de altanería; una fachada que pretendía ocultar lo evidente: la herida del abdomen. La misma que casi lo condujo a las puertas de la muerte.
—Ramih Bahar —Darshan arrastró su nombre en un acto cargado de osadía—. Pensé que no te gustaba ensuciarte las manos, que eso se lo dejabas a tus subalternos.
Un músculo tembló en la mandíbula del hombre, molesto por el modo en que se había dirigido hacia él. Los cinco hombres que lo respaldaban tampoco parecieron muy contentos; Cassian y yo, por el contrario, nos mantuvimos en un tenso silencio, todavía entumecidos por la idea de encontrarnos frente a uno de los fundadores de la Resistencia.
Una leyenda entre todos los que nos habíamos unido mucho tiempo después, del que solamente nos habían llegado sus historias.
—Pareces conocerme bien, chico —repuso Ramih Bahar—. Y por eso mismo vais a tener que acompañarnos.
Darshan dio otro paso.
—Soy uno de los vuestros —repuso.
Ramih Bahar enarcó una ceja, dejando claro que no terminaba de creerse que Darshan fuera un rebelde. Las dudas empezaron a cosquillear en mi vientre ante aquel gesto de desconfianza. ¿Y si Darshan nos había tratado de engañar a todos? ¿Y si no era un rebelde...?
—Fui destinado junto a otro de los nuestros a Vassar Bekhetaar —insistió Darshan, sin alterar su tono de voz. Como si el hecho de haber sido puesto en duda no tuviera el más mínimo efecto, como tampoco el riesgo que corría con aquellos dos elementales de fuego listos para entrar en acción.
«... con otro de los nuestros...»
Pestañeé ante aquel nuevo descubrimiento. Darshan había logrado huir de la prisión, pero ¿qué había sido de su compañero? De manera inconsciente pensé en Enu, en el modo en que la había abandonado cuando el Usurpador ordenó a sus perros a que se deshicieran de otra chica y de mí.
El reconocimiento iluminó los ojos verdes de Ramih Bahar, haciendo retroceder el recelo que antes mostraban. Ladeó la cabeza y pude intuir cierta ansiedad en su postura, los hombros ligeramente inclinados hacia delante mientras el hombre trataba de mantener aquella falsa imagen de calma.
—¿Dónde está tu compañero, muchacho?
Cassian y yo compartimos una mirada, sin saber qué hacer.
Atrapados.
Pero fue la respuesta de Darshan lo que hizo que nos quedáramos congelados en nuestro sitio:
—No consiguió salir de allí.
Ramih Bahar apartó el rostro, aunque no lo suficientemente rápido: un gesto de dolor deformaba sus facciones, delatando que la pérdida del compañero de Darshan le había afectado más de lo que nos haría creer. ¿Quién había sido el elegido?
Pasaron unos segundos antes de que Ramih Bahar escondiera bajo una máscara de fría indiferencia el hecho de que no era indiferente a esa pérdida. Sus ojos verdes se movieron de Darshan a mi amigo y a mí, que continuábamos al margen... aunque no por mucho tiempo más.
—Vais a venir con nosotros —sentenció y yo me encogí ante aquel tono cargado de autoridad—. Por las buenas... o por las malas.
* * *
Un sábado más es un capítulo menos hasta el número 27 #justsaying
¿No se estará poniendo el tema candente con la identidad secreta de Darshan?
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