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❈ 22

          

Aquella segunda noche el sueño no quiso venir a mí. Darshan hacía tiempo que se había marchado a mi dormitorio y no era capaz de escuchar un solo sonido que pudiera delatar si tampoco podía dormir; pensé en cómo la conversación se había apagado entre ambos después de que yo hiciera una pequeña lista, describiéndole. Antes de ello había podido percibir un cambio en Darshan al saber que la Rajva estaba cerca; no había hecho comentario alguno sobre su paso en la prisión, solamente un simple —y doloroso— apunte sobre cómo el tiempo perdía su sentido mientras estuvo allí.

Intenté ponerme de nuevo en su lugar, imaginar cómo debía haber sido aquella horrible vivencia. Un escalofrío me bajó por la espalda cuando mi mente empezó a jugar conmigo, creando distintos escenarios sobre cómo sería Vassar Bekhetaar; todos ellos terminaban en un mismo punto: con un nigromante de ojos azules torturándome antes de hacer que mi corazón se detuviera dentro de mi pecho.

Mordí mi labio con fuerza al pensar en Perseo, en ver cómo se colaba de nuevo en mi cabeza. La noche que regresé a casa tuve una pesadilla donde aparecía mi madre... y también él; era posible que me hubiera ayudado a escapar de las garras del Emperador, pero no podía olvidarme de qué era.

Un monstruo.

Una abominación.

Me removí sobre mi improvisado colchón formado por los cojines que teníamos en la pequeña salita que cumplía diversas funciones. Había decidido quedarme allí en vez de usar el otro dormitorio que quedaba vacío; la idea de ocupar la cama de mis padres... o poner un simple pie allí me parecía inconcebible. Como si aquella habitación fuera terreno prohibido.

Hacía años que no entraba a aquel lugar, y no iba a romper la regla que me había autoimpuesto después de que mi madre desapareciera de mi vida de ese modo tan brusco.

No podía hacerlo.

Por eso mismo me obligué a quedarme allí, dando vueltas hasta que me convencí a mí misma de que aquello no iba a ayudarme a conciliar el sueño. Estaba inquieta por la extraña presencia que parecía estar espiándome, y que también la había sentido Darshan; por la cercanía de la Rajva; por el hecho de que el fugitivo que al que me había arriesgado a cobijar bajo este mismo techo no sanara lo suficientemente rápido... Demasiados asuntos pululaban dentro de mi cabeza, impidiéndome poder regresar al mundo de los sueños. Recordé la tensa conversación que mantuve con mi padre, en la que me pidió que me hiciera a un lado... que abandonara la Resistencia y siguiera una vida normal.

Pero esa vida que me esperaba tendría que esperar un poco más... hasta que acabara con la nigromante responsable de la muerte de mi madre.

Mi padre me había recordado que mi venganza podría llevarme años, que Roma no era una persona de fácil acceso; la puta del Emperador disfrutaba de los lujos que le proporcionaba su posición en el palacio. Aquella noche me sorprendió no verla rondando por allí, pero su presencia no parecía ser necesaria; el Usurpador tenía las miras puestas en otras mujeres para calentar su cama.

Me incorporé de golpe ante la línea que estaban siguiendo mis pensamientos. Después de descubrir la identidad de la asesina de mi madre, no me había quedado de brazos cruzados: entrené duro para formar parte de la Resistencia y empecé a recabar información sobre la nigromante; todos aquellos años que habían transcurrido no habían sido en vano, pero sí algo frustrantes. Pensé en qué hubiera sucedido de haberla reconocido en el salón, entre la multitud. Bien era cierto que todos los nigromantes llevaban la mitad superior del rostro cubierto por una máscara plateada, pero supuse que la reconocería en cualquier parte; que la deuda de sangre que teníamos pendiente me ayudaría a saber quién era ella, a pesar de llevar su rostro casi cubierto.

Dejé mi mirada vagar por la salita, apenas iluminada por la luz que proporcionaba la luna y que entraba por la ventana. Mi padre llevaba fuera demasiado tiempo, algo que o me resultaba ajeno. ¿Qué sucedía si aquella vez era diferente? Las sienes empezaron a presionarme con fuerza. La Resistencia no siempre se adelantaba a las órdenes del Emperador, que estaba ávido por aplastarnos; las fuentes del Usurpador eran mucho más amplias que las nuestras y siempre existía la posibilidad de que alguno de los nuestros nos delatara...

Sacudí la cabeza, obligándome a alejar esos turbios pensamientos de mi cabeza. Culpé a Darshan y al hecho de que se hubiera mostrado tan conmocionado de saber  que la Rajva estaba a solo unos cuantos días de distancia, después de haber pasado mucho tiempo en un sitio donde los días habían perdido su valor; el ser consciente de cómo debía sentirse tras haber logrado huir... sabiendo que, aun así, no podría recuperar su vida, había tocado algo dentro de mí.

No había querido indagar en el pasado de Darshan, en cómo había sido su vida antes de terminar en Vassar Bekhetaar. No había querido imaginar el hecho de que podría tener una familia esperándole en la otra punta de la ciudad, unos padres que lloraban por su hijo perdido, creyéndole muerto; me pregunté si Darshan sentiría la urgencia de ir hasta el que había sido su hogar, aunque fuera por última vez. Aunque fuera para comprobar cómo se encontraban sus seres queridos antes de desvanecerse.

De nuevo sentí las paredes abalanzándose sobre mí al ponerme yo en el lugar de Darshan, en su piel. Me levanté de golpe y traté de moverme con el mayor sigilo posible; la noche anterior había caído rendida, ofreciéndole una oportunidad de oro al chico para que pudiera hacer lo que quisiera. Especialmente deshacerse de mí para poder huir, dejando solamente una testigo sobre su paradero.

Atravesé el pasillo en puntillas, controlando mis pasos y evitando que la vieja madera crujiera bajo mi peso. Por segunda vez me sentí extraña viendo a Darshan durmiendo en mi cama; se encontraba de costado, de cara a la ventana.

Mi objetivo.

Inspiré hondo antes de cruzar la distancia que me separaba de ella. Los postigos cedieron con facilidad, abriéndose para mí y haciendo que la brisa nocturna golpeara mi rostro; las calles se encontraban vacías a esas horas y las ventanas a oscuras, indicando que sus ocupantes estaban dormidos. Eché un vistazo a mi espalda, comprobando que el intruso al que había cedido mi cama continuara sumido en un profundo sueño, antes de encaramarme al alféizar y empezar a trepas por las viejas escaleras que conducían a la vieja azotea.

Ascendí por ellas como tantas otras veces había hecho en el pasado, agradeciendo el frescor que había traído consigo la llegada de la noche. Una vez estuve arriba, me coloqué sobre el borde y contemplé las hileras de casas hasta alcanzar la zona más luminosa de Ciudad Dorada, el motivo por el que así había sido bautizada cuando se fundó: el enorme palacio del Emperador y las villas privadas de los perilustres se encontraban iluminadas por multitud de fuegos que daban esa apariencia de oro a las fachadas y que alumbraban con tanta fuerza en la oscuridad. Una señal luminosa para los menos afortunados, quienes teníamos que restringir nuestras pocas provisiones.

Un continuo recordatorio de quién se encontraba en la cúspide del poder.

Observé la opulencia que podía atisbarse desde la lejanía, como las figuras hechas de oro de las águilas que coronaban las esquinas del edificio donde vivía el Usurpador. Luego las villas de las gens más poderosas, de distintos tamaños y formas; traté de imaginarme allí pero, al hacerlo, mi mente regresaba a aquella fatídica noche donde había culminado de un modo desastroso la misión a la que me había ofrecido. La que había fallado.

No sabía si la Resistencia habría sacado ya a Enu del burdel, pero rezaba a los dioses para que mi compañera estuviera lejos de aquel horrible lugar.

La piel se me puso de gallina cuando percibí una presencia moviéndose a mi espalda. Mi instinto me gritó al oído que no me encontraba sola en aquel lugar, rompiendo la poca tranquilidad que me había proporcionado; mantuve mi cuerpo en la misma posición, fingiendo estar absorta en la visión de la zona rica de la ciudad. Pero mis ojos ya se encontraban buscando cualquier objeto que pudiera utilizar como arma contra mi silencioso compañero. Me pregunté si descubriría la identidad de aquella sombra que parecía haberme acompañado desde que regresara a casa, la que me había despertado de aquella premonitoria pesadilla.

Mi cuerpo me cosquilleó ante la fantasiosa idea de que fuera aquel nigromante. Pero ¿qué querría de mí? me sentí estúpida un instante después, cuando recuperé el control de mis pensamientos y pude analizarlo con frialdad: que aquel tipo que me había salvado la vida me hubiera seguido hasta allí no era bueno, nada bueno. Descubriría que mi vida no correspondía a la que hubiera imaginado; expondría a mi padre y a nuestros secretos frente a uno de los sabuesos del Emperador.

«Solamente mato cuando así me lo ordena. Cuando mi señor lo decide, no cuando mis víctimas me lo suplican.»

Era irritante la facilidad con la que mi mente había recreado el frío tono de Perseo cuando había pronunciado esas palabras exactas. Mordí mi labio inferior con fuerza, teniendo la certeza de que nada ni nadie podrían salvarme si el Usurpador ordenaba a su nigromante que se deshiciera de mí, Perseo había sido claro al respecto.

Mis brazos se quedaron agarrotados cuando oí perfectamente el roce de unas suelas contra las piedras que había en el suelo de aquella azotea y que habían sido depositadas allí después de algunas violentas rachas de viento que tenían lugar cuando llegaban los meses más calurosos; la búsqueda de cualquier cosa que pudiera servirme en mi propósito fue infructuosa, aumentando la inquietud que había traído consigo aquel furtivo sonido.

Había llegado el momento de tomar cartas en el asunto y pasar a la acción.

Cogí impulso con las palmas de mis manos para girar mi cuerpo, con el objetivo de apartarme de aquella peligrosa zona en la que era muy vulnerable; mis ojos no tardaron en divisar la sombra que trataba de confundirse con la oscuridad. Se había quedado paralizada en un rincón, lo que me brindaba unos valiosos segundos antes de que saliera de su estupor y decidiera hacer lo que estaba a punto de hacer yo misma.

Me abalancé sobre la sombra y caí sobre ella, haciendo que se desplomara y yo terminara sentada sobre su estómago, con mis rodillas inmovilizándole los brazos para impedir que pudiera golpearme.

Mis ojos se abrieron de par en par cuando me topé con una mueca dolorida en un rostro que conocía como la palma de mi mano.

—¡Cassian! —siseé.

Mi amigo dejó escapar un resoplido de disgusto mientras continuábamos en aquella incómoda posición.

—¿En qué demonios estabas pensando? —le recriminé.

Entrecerró los ojos, obstinado.

—¡Responde! —le insté.

Vi cómo apretaba su mandíbula, reticente a contestar a mis preguntas.

El corazón aún me latía con fuerza dentro del pecho después de haber creído que mi amigo podía ser, en realidad, otra persona. Alguien mucho más peligroso; alguien a quien había replegado al fondo de mi mente por el temor que me inspiraba. Por la deuda que podría querer saldar, de la que yo no podría negarme.

Contuve las ganas de darle un puñetazo a Cassian por ser tan malditamente obstinado, y por encontrarse con tan pocas ganas de cooperar. En mi interior trataba de recobrar el control de mis propias emociones, de la extraña sensación que me había embargado —una mezcla de excitación y miedo— al pensar, por unos instantes, que Perseo podría estar merodeando por allí.

—Cassian, no juegues conmigo —le advertí en un tono bajo y amenazador.

Mi amigo giró la cabeza, apartando la mirada y haciendo que sus ojos apuntaran hacia la lejanía. Hacia aquella hilera de villas señoriales que estaban iluminadas por aquellos enormes fuegos que las hacían resplandecer contra la noche, como si quisieran burlarse de ella... o de nosotros, de todos aquellos que vivíamos en la oscuridad.

—Estaba preocupado por ti —admitió Cassian al final, casi a regañadientes.

Por supuesto que lo estaba. Había podido ver su indecisión y las dudas que le habían carcomido desde que yo hubiera optado por finalizar su visita sorpresa, pidiéndole a Eo y a él que se marcharan; mi amigo no confiaba lo más mínimo en Darshan y, a pesar de las coloridas amenazas que le había hecho al fugitivo, no había querido dejarlo ahí.

Negué con la cabeza mientras me levantaba, quitándome de encima de él. Cassian se mantuvo en la misma posición, negándose a devolverme la mirada; el peso de nuestra discusión se aposentó de nuevo en el fondo de mi estómago, recordándome el comentario y el golpe bajo que había hecho a mi amigo cuando Cassian solamente se había preocupado por mí.

Le tendí una mano para ayudarle a ponerse en pie.

—Sabes que puedo cuidarme de mí misma —dije, intentando sonar conciliadora.

Con aquello logré que volviera a mirarme, y que frunciera el ceño. Nos conocíamos desde niños, tenía que darme la razón en eso, al menos: podía cuidar de mí misma; lo había hecho desde que mi madre murió y mi padre decidió volcar sus esfuerzos en la Resistencia, en memoria de ella.

Cassian ignoró mi mano tendida hacia él y se incorporó, apoyando los codos sobre sus rodillas y dirigiéndome una intensa mirada que me hizo sentir incómoda.

—Jem, sé que puedes hacerlo —reconoció—. Pero no siempre es así, no siempre vas a ser capaz de hacerlo; no eres invencible. ¿Entiendes los riesgos que has asumido al permitir que esa alimaña esté compartiendo techo contigo?

Mordí el interior de mi mejilla.

—Está herido —repuse, pero soné como una niña sin argumentos suficientes.

El rostro de Cassian se ensombreció.

—A un tipo de esa calaña no le detendrá una herida si quiere hacerte daño, Jem.

Me crucé de brazos de manera defensiva. Darshan había tenido oportunidades de sobra para poder eliminarme de su camino; incluso para desaparecer como si nunca hubiera existido o nuestros destinos se hubieran cruzado en aquel callejón. Sin embargo, el chico había aceptado mi ayuda a regañadientes y habíamos alcanzado una extraña tregua en la que intentábamos confiar en que el otro no nos la intentaría jugar.

—Sigo respirando —bromeé, pero el rostro de Cassian no mudó de expresión—. No sabemos siquiera por qué terminó en Vassar Bekhetaar.

—Podría ser lo peor que haya podido escapar de ese lugar infernal —comentó mi amigo.

Pensé en lo poco que había compartido Darshan conmigo, la efímera información en la que me había confesado que había tenido que asesinar a un Sable de Hierro que se había metido en su camino hacia la libertad; recordé lo afectado que parecía al rememorar ese duro momento. Pero no me parecía correcto compartir lo que Darshan me había confesado con Cassian, por eso mismo guardé silencio y dejé que mi amigo continuara hablando.

—Entiendo que hayas querido hacer una buena acción —hizo una breve pausa—. Entiendo que te dejaras encantar por Eo, pero ambas habéis corrido un grave riesgo... Tú aún continúas en peligro —añadió.

Me arrodillé frente a Cassian.

—Cass —empecé a decir.

Pero mi amigo negó con la cabeza, interrumpiéndome.

—No quiero discutir contigo, Jem —dijo a media voz—. No quiero que las cosas entre nosotros estén tan... tirantes. Raras. Nunca hemos estado tanto tiempo separados... y me resulta doloroso no poder compartir nada de lo que me sucede porque no estás ahí, a mi lado.

Me removí sobre el polvo y los granos de arena que cubría el suelo. Las hirientes palabras que le dirigí aquella noche en aquella casa que mi amigo había encontrado para que pudiésemos refugiarnos y comprobar que mi huida en el palacio no había causado ningún revuelo innecesario se repitieron en mis oídos, haciéndome sentir avergonzada por el modo en que le había escupido en su cara una de sus mayores preocupaciones.

Uno de los pesos con los que Cassian debía acarrear solo.

Tragué saliva mientras reunía el valor suficiente para dar el primer paso, reconociendo mis errores y pidiendo perdón por ello. Mi amigo desvió entonces la vista hacia la imagen que daba en la lejanía la opulencia en la que vivían los perilustres, todos aquellos cerdos cuyo problema más grave era escoger con qué vino querrían acompañar su cena.

—No he sido justa contigo, Cass —reconocí en voz alta y sentí mis mejillas ardiendo—. Aquella noche... aquella noche no debí decir nada de lo que dije.

Su mirada volvió a mí, y yo me obligué a continuar.

—Tú también eres mi familia.

Siempre había estado a mi lado. Siempre había podido contar con Cassian y nunca me había fallado. Era posible que no compartiéramos lazos de sangre, pero le consideraba como a un hermano; le confiaría mi vida a ciegas y pondría mis manos en el fuego por mi amigo.

No había sido justo que yo le hubiera echado en cara uno de sus mayores miedos.

No había sido justo que hubiera usado en mi propio beneficio —y más aún sabiendo que le haría daño— aquella confesión que me había hecho, uno de sus secretos que yo había jurado proteger. Guardar hasta que acabara en la tumba.

Alcé mi mano con cautela y la deposité sobre la suya, sintiendo el calor que desprendía su piel. Pude notar el flujo de la sangre en sus venas, como una canción que me envolviera; los ojos de Cassian conectaron con los míos y las sensaciones que me habían embargado al rozarle la piel se silenciaron en mi interior.

De nuevo me repetí que era una persona egoísta que se negaba a soltarle, a permitir que continuara con su camino. Yo le había arrastrado hasta aquella situación, hasta ese punto de encontrarse al borde de sus fuerzas; yo había sido la que había insistido en que ambos nos uniéramos a la Resistencia.

De haber sabido las consecuencias que acarrearía aquella decisión en mi amigo, me habría negado a que lo hiciera. Pero me moví por mi propio egoísmo, por mi sed de venganza.

—A veces pienso que los dioses te pusieron en mi camino para brindarme la sensatez de la que carezco —suspiré, alzando la mirada hacia el cielo nocturno—. Y les estoy agradecida por ello.

No me atreví a mirar a mi amigo, a ver su reacción después de aquella estrepitosa disculpa por lo mal que me había comportado. Clavé mis ojos en el cielo y contemplé aquellas luces intermitentes en el firmamento, dejando que los recuerdos de nosotros siendo niños y haciendo eso mismo me envolvieran; el silencio se extendió entonces entre los dos, provocando que mi corazón diera un vuelco. ¿Y si mi disculpa había llegado demasiado tarde?

Tardé unos segundos en reunir el valor suficiente para atreverme a encararlo y, cuando lo hice, me topé con el rostro de mi amigo iluminado por una sonrisa cargada de picardía.

—Tienes que mejorar tus disculpas, Jem —canturreó.

Pellizqué el dorso de su mano hasta arrancarle un respingo dolorido.

La tensión que nos había envuelto desde aquella noche se había empezado a disipar; las aguas estaban volviendo a su cauce y Cassian parecía haber recuperado parte de su antiguo humor. Pero aquella pequeña tregua que habíamos alcanzado se rompió cuando mi amigo decidió retomar cierto tema.

—Hay algo en ese tipo que no termina de encajarme —dijo en modo reflexivo.

Recordé lo retraído que me había parecido al principio, tras recuperar la consciencia y darse cuenta que su vida no había terminado en aquel pútrido callejón donde había logrado encontrar refugio tras su huida de Vassar Bekhetaar; sin embargo, el chico había resultado ser toda una caja de sorpresas, dejándonos ver parte de su encanto cuando Cassian había aparecido con Eo aquella misma mañana.

Mi amigo estaba en lo cierto al afirmar que había demasiadas incógnitas rodeando a Darshan, y que él permanecía cerrado a cal y canto.

—Pronto se convertirá en una anécdota —dije, intentando levantarle el ánimo.

Cassian frunció el ceño.

—Eo estaba preocupada por ti, Jem —me confió—. Ayer, cuando apareció por casa tras vuestra salida, estaba inquieta. No me costó mucho sonsacarle el motivo de aquel estado —hizo una breve pausa—. Me dijo que tuvisteis problemas para salir de la casa del sanador al que acudisteis.

Me encogí de hombros, restándole importancia a lo que había sucedido realmente.

—El tipo no fue ningún problema —contesté.

Pero quizá sí que nos traería problemas: Sajir conocía a Eo. Podría enviar a los Sables de Hierro tras nuestra pista, encontrando a Darshan; una simple confesión por aquel aprendiz de sanador y no habría salida posible.

Sin embargo, esperaba que mis amenazas hubieran sido suficientes para disuadir a Sajir de decir una sola palabra de lo que había sucedido. Rezaba a los dioses para que fuera así o, al menos, para que la visita de los Sables de Hierro buscando a un fugitivo de Vassar Bekhetaar se retrasara hasta que Darshan estuviera lejos de allí.

Los dos contemplamos el cielo en silencio, dejándonos hipnotizar por aquel tímido parpadeo de las estrellas.

Un nuevo silencio nos envolvió a ambos, llenándonos de una extraña paz que no sentíamos desde hacía mucho tiempo. ¿Cuánto hacía que no subíamos hasta allí para hacer... eso? Semanas. Meses. La Resistencia nos había absorbido por completo con nuestras respectivas responsabilidades: Cassian había tenido que hacerse cargo de un grupo especialmente difícil y yo había tenido que prepararme junto a Enu para que ambas termináramos en el burdel de Al-Rijl, con aquella sanguijuela aceptándonos en su maldito harén.

—Tu padre me pidió que no te lo dijera, pero creo que mereces saberlo...

El repentino susurro de Cassian rompió el silencio y la burbuja de paz. Bajé la cabeza de golpe para observar a mi amigo morderse el labio inferior, mostrando el dilema en el que estaba atrapado; mientras que yo me había obligado a mantenerme en casa, intentando contentar los deseos de mi padre, Cassian había podido acudir a la base donde estaba concentrada la Resistencia para saber qué estaba sucediendo. Obteniendo información.

Contuve el aliento, a la espera.

—Nos han llegado rumores de que han desaparecido algunos miembros de la facción de Tammam —me confió a media voz, atento a mi reacción.

Fruncí el ceño ante aquel pedazo de información. Ignoré la llamarada de rabia al saber que mi padre había pedido expresamente a Cassian que no me dijera una sola palabra al respecto y me concentré en lo que suponían aquellas desapariciones; la Resistencia estaba conformada en multitud de facciones lideradas por una persona distinta que, a su vez, respondían ante otro superior. Aquella cadena de mando era una precaución para que fuera complicado llegar a todos los que formábamos parte de la Resistencia.

Una medida de protección a las altas esferas que se encargaban de monitorizarlo todo.

En mis oídos volví a escuchar a mi padre repetir con vergüenza el alivio que había sentido cuando los nigromantes pasaron de largo de nuestra puerta, dirigiéndose hacia el hogar de un matrimonio joven inocente. En mi cabeza volví a repetir lo que mi padre me había advertido: alguien estaba traicionándonos.

De manera inconsciente me froté el antebrazo donde tenía grabada la marca de Al-Rijl.

—Quizá deberíamos acudir a Mishaal —opinó Cassian, adivinando lo que había debajo de la tela.

En la Resistencia contábamos con pocos elementales, agentes extremadamente valiosos por sus dones, que accedían a poner sus habilidades al servicio de los rebeldes que luchaban contra el Usurpador. Mishaal era un elemental de la tierra, cuyo don podía sernos de utilidad para eliminar el tatuaje.

Un proceso largo y doloroso, pues los pequeños granos de tierra arañarían mi carne hasta eliminar la tinta de mi piel. Nada que ver con la facilidad con la que un nigromante podría hacerla desaparecer —aunque el dolor no desaparecería tampoco, en este caso—... tal y como Perseo se había ofrecido en aquella habitación del ala del servicio del palacio.

—Lo haré —acepté.

No podía continuar llevando aquella marca, pudiendo ser confundida otra vez. Un escalofrío me recorrió la espalda al rememorar aquel perilustre del mercado, el amigo del tipo que había intentado ofrecerme su oro a cambio de mis servicios; el mismo chico que Eo había afirmado haber visto ayer, antes de que los nigromantes hicieran su entrada en escena, obligándonos a salir huyendo.

Una pregunta empezó a rondarme por la cabeza.

—¿Me has estado espiando en más ocasiones, Cass?

Mi amigo me dirigió una mirada extrañada.

—Hoy es el primer día —contestó y su ceño volvió a fruncirse—. Y creo que ese tipo me ha visto.

No dije nada más, pero me vi de manera inconsciente espiando a nuestro alrededor.

Temiendo que la verdadera persona que había estado espiándome aquellos días pasados estuviera vigilándonos en aquel preciso momento, protegido por la oscuridad de aquella noche cerrada.

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