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❈ 16


Sajir se mostró bastante optimista con el estado de aquel chico. Había cosido la herida y solamente debíamos cuidar de que no corriera el riesgo de infectarse; tenía la mirada brillante y las mejillas arreboladas, con los ojos clavados en Eo durante todo el tiempo que estuvo hablando.

Incluso había conseguido bajarle la alta temperatura.

Ahora que habíamos cumplido eficientemente con nuestro cometido —salvar la vida de aquel desconocido del callejón—, nuevas incógnitas aparecían dentro de mi cabeza. Era evidente que Sajir no podía quedárselo allí, pues vivía con su maestro y el sanador podría convertirse en un auténtico incordio cuando descubriera que tenía un nuevo —y herido— inquilino. Lo que nos dejaba a Eo y a mí.

Mi amiga no podía aparecer de sorpresa en su casa, cargando con un desconocido; su madre y Cassian, especialmente él, montarían en cólera, asumiendo aún más riesgos.

En mi caso... era cierto que mi padre había vuelto a su rutina de pasar largos períodos fuera de casa, lo que me convertía en la opción más atractiva si necesitábamos un lugar dónde dejarle hasta que se recuperara lo suficiente y pudiera continuar con su camino, fuera el que fuese. Mi hogar no era demasiado amplio, lo suficiente para que pudiésemos sobrevivir mis padres y yo.

Eo se me acercó con timidez. Continuábamos en casa del sanador sin que el maestro de Sajir hubiera aparecido; no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que hubiéramos abandonado nuestras respectivas casas con el único —e inocente— propósito de acudir al mercado para hacer unas compras. ¿Estaría Cassian preocupado por la ausencia de su hermana? Me froté el rostro con fruición, imaginando la reacción de mi amigo.

—Sajir me ha prometido hacerse cargo hasta que mejore —me confió en voz baja—. Puede esconderlo en su dormitorio y cuidar de él.

Me giré hacia mi amiga con una expresión que no lograba ocultar el alivio de saber que todo lo que había empezado a maquinar dentro de mi cabeza no sería necesario. Eo me dedicó una sonrisa conspirativa y yo contuve las ganas de echarme a reír al comprender qué había sucedido para que el aprendiz de sanador hubiera aceptado a cuidar del desconocido mientras se recuperaba de sus heridas.

—Cualquiera diría que lo tienes embrujado —susurré a modo de broma.

Eo batió sus pestañas, quizá del mismo modo que había hecho con Sajir.

—Es mi encanto natural.

Un carraspeo sonó detrás de nosotras, sobresaltándonos. La sonrisa desapareció de mi rostro al girarme; Sajir nos observaba a ambas con una expresión demasiado seria para las circunstancias. De manera inconsciente me moví para cubrir con mi propio cuerpo a Eo; era posible que ella confiara en aquel chico, pero yo no lo conocía de nada... y podía traicionarnos en cualquier momento. El dinero podía resultar mucho más atractivo que mi amiga, y el horror que se vivía en aquellos barrios de la ciudad era un incentivo para volvernos los unos contra los otros.

La mirada de Sajir pasó de mí a Eo y viceversa.

—Creo que tenemos que hablar.

Nos hizo un gesto para que le siguiéramos de regreso a la habitación donde reposaba el chico inconsciente. Mis ojos estudiaron con atención al aprendiz; se estaba secando las manos con un trozo de tela lleno de manchas... de sangre, del desconocido del callejón, supuse. Busqué en su atuendo cualquier indicio de que estaba armado... o portaba algún objeto que pudiera servir a ese propósito.

Mientras que él ocupó uno de los lados de la mesa, yo hice lo mismo con el otro, arrastrando a Eo conmigo. Mis músculos se tensaron cuando llevó su mano hacia el cuerpo del chico herido, retirando la sábana que había usado para cubrirlo; pestañeé para comprobar que había hecho un buen trabajo a la hora de coser la herida, haciendo que, en el futuro, solamente quedara una larga cicatriz de recuerdo.

Luego fui consciente de las otras.

Gracias al tono ligeramente tostado de su piel pude apreciar las cicatrices que tenía repartidas por todo el torso. Alterné la mirada entre el pecho del muchacho y el rostro de Sajir, que había enarcado una ceja en un gesto irónico.

—Yo también me he quedado sorprendido al verlas —reconoció con tono grave—. Hay demasiadas para cualquier chico...

«Normal». Aunque no se atrevió a continuar hablando, la palabra flotó sobre nosotros como si lo hubiera hecho; su cuerpo parecía un mapa de cicatrices y eso había hecho saltar mis alarmas. No negaba que, quizá, hubiera sido más sorpresivo toparnos con una piel inmaculada, pues en los barrios menos privilegiados de la ciudad todos lucíamos algún tipo de cicatriz.

Pero no tantas.

A mi lado, Eo parecía estar impresionada por la visión de todas ellas. Muda.

—No sabíamos nada de esto —me obligué a hablar—. Le encontramos en un callejón, inconsciente... No pudimos sonsacarle nada, ni siquiera un nombre.

Estaba empezando a arrepentirme de haberme dejado convencer tan rápido por Eo. Mis sospechas sobre el tipo de persona que era parecían estar cumpliéndose poco a poco; tragué saliva mientras mi mente tomaba las riendas de nuevo, imaginando quién podía ser aquel desconocido que estaba tumbado en la mesa. Y de dónde venía.

Sajir ladeó la cabeza, evaluándome. Conocía a Eo, pero yo era una completa desconocida; era evidente que no confiaba del todo en mí y estaba comprobando que no estuviera mintiendo. Que no le ocultara nada.

Le sostuve la mirada.

—Eso no es todo lo que he descubierto —claudicó al final, tras unos instantes de batalla de miradas.

Me incliné hacia delante y apoyé mis palmas sobre la mesa. Sajir cogió con cuidado el cuello del chico inconsciente y lo giró hacia un lado; tuve que inclinarme y entrecerrar los ojos hasta ver los trazos de tinta negra que recorrían el final de su cuello.

Un tatuaje.

Un sol partido por los picos de una montaña.

Una sensación helada bajó por mi espalda mientras que Eo ahogaba un grito de horror. Todos los presentes en la sala reconocíamos aquellas líneas negras, el dibujo que conformaban, porque aquel tatuaje servía para marcar a todos aquellos que eran enviados a la prisión de Vassar Bekhetaar. Un inhóspito lugar que mantenía encerrados a los más peligrosos.

Una tumba de la que no volvían a salir jamás.

Sajir vio el miedo en mi mirada y su rostro se suavizó al comprender que ninguna de las dos sabíamos de la existencia de aquel tatuaje. De lo que significaba.

—Es un prófugo —jadeé.

Eso podía explicar la cantidad de cicatrices que poblaban su cuerpo. Aquella prisión era el peor lugar en el que podías terminar; los rumores afirmaban que muchos de los presos suplicaban la ejecución antes de continuar en aquel infierno recubierto de piedra.

Y aquel joven que estaba tumbado sobre la mesa provenía de ahí.

Me sentía sorprendida e intrigada por saber cómo era posible que alguien como él hubiera conseguido huir de un lugar como la prisión de Vassar Bekhetaar para terminar escondido en un callejón, desangrándose.

—Y podría ser peligroso —apostilló el aprendiz.

Me mordí el labio inferior. Sajir tenía razón al afirmar que el tipo que se encontraba ahí tendido podía ser peligroso, muy peligroso; y más aún por el hecho de que había conseguido huir de la prisión. De aquel infierno del que todo el mundo había oído rumores, donde decían que enviaban a los nigromantes en formación para entrenar sus habilidades.

—Quizá deberíamos darle un voto de confianza... una presunción de inocencia —inquirió Eo.

Contuve las ganas de poner los ojos en blanco: no podías ser inocente si habías terminado en la prisión de Vassar Bekhetaar.

La ingenuidad de la que pecaba la hermana de Cassian me produjo una mezcla de ternura y exasperación. Era evidente que Silke había intentando proteger a su hija menor de los horrores que asolaban nuestra ciudad, y Eo tenía el corazón tan puro que no era capaz de ver el peligro ni aunque lo tuviera delante de sus narices.

—Quizá deberíamos avisar a los Sables de Hierro —opiné, una clara contraposición a la idea de mi amiga—. Si se ha escapado de aquel lugar, es alguien peligroso... y seguramente ofrezcan una recompensa por él.

No sería extraño. Bien era cierto que aquel era un precedente, que nunca nadie antes había logrado escapar de la prisión de Vassar Bekhetaar; y era muy posible que el Emperador hubiera puesto precio a su cabeza o a cualquier información que pudieran hacerles llegar sobre su paradero. Me retrotraje al callejón de nuevo y empecé a hacerme preguntas: ¿cómo había logrado huir? La prisión estaba a kilómetros de distancia, fuera de las murallas de la ciudad. ¿Cómo habría conseguido pasar los puestos de seguridad? ¿Cómo habría resultado herido? ¿Y cómo se las habría apañado para llegar hasta ese callejón estando herido?

Fui consciente del brillo de codicia que pasó por la mirada de Sajir cuando mencioné que podría haber en juego dinero. Sin duda alguna, aquel muchacho era demasiado impresionable y no renunciaría a la oportunidad de hacerse más rico; a mi lado, Eo parecía muy disconforme con mi idea de entregarlo.

—Jem, no podemos hacer eso —susurró.

Mi mirada se vio atraída de nuevo hacia el desconocido del callejón. No habíamos tenido oportunidad alguna de sonsacarle cualquier dato sobre su identidad, como tampoco nos habíamos dado cuenta del tatuaje que llevaba en la nuca que revelaba, al menos, de dónde procedía.

Todo lo que le rodeaba eran preguntas sin respuestas y sospechas. Muchas sospechas.

Eo compuso un gesto de decepción cuando la miré. Sin duda alguna, sabía cómo jugar bien sus cartas para salirse con la suya; con ese aspecto suyo angelical era capaz de hacerte sentir mal... y eso era lo que estaba consiguiendo conmigo en aquellos precisos instantes. La maldije a ella por hacerme eso y a mí misma por ser tan débil de caer en sus trampas.

Sajir se mantenía en silencio, observándonos a ambas. Era evidente que mi sutil apreciación podía haber hecho que optara por no echarnos una mano; la promesa de una gran cantidad de dinero por entregar a un prófugo de Vassar Bekhetaar era demasiado atrayente para hacerle cambiar de opinión.

Habíamos perdido aquel sitio como un escondite seguro hasta que el chico del callejón recuperara la consciencia y ahora tenía que buscar un modo de sacarlo de allí antes de que aquel aprendiz de sanador optara por llevar a cabo mi sugerencia de avisar a los Sables de Hierro. De manera inconsciente estudié la habitación, intentando hallar otras salidas que no fueran la puerta; Eo pareció intuir que algo sucedía, ya que sentí cómo se pegaba a mi espalda.

—Sajir —mi mirada se clavó en el susodicho en cuanto mi amiga pronunció su nombre—, eres mi amigo —en aquellos momentos dudaba que aquella amistad que parecían compartir fuera a importarle mucho, pero no dije nada—. ¿Cuidarás de él?

Estudié al aprendiz de sanador, en su reacción. Había visto la codicia en sus ojos al escuchar la promesa de una recompensa a cambio de entregar al chico, y sabía lo complicado que resultaba deshacerse de esa dulce voz que te susurraba al oído; cerca de mi mano izquierda entreví el mango de un cuchillo. Comprobé que Sajir estuviera atento a Eo antes de deslizar la palma sobre la madera y aferrarlo, atrayéndolo hacia mi cuerpo.

Las cosas podían torcerse y no iban a tomarme desprevenida. Ni desarmada.

El silencio se extendió por la habitación cuando Sajir no respondió a la pregunta de Eo. Me obligué a no mirar a mi amiga, adivinando la expresión de decepción que debía tener tras descubrir que el aprendiz no era tan honorable como aparentaba; aunque no lo hubiera dicho en voz alta, todo parecía indicar que Eo le veía como algo más. Quizá no fuera amor, pero había sentimientos en mi amiga por aquel chico.

Y estaba sufriendo por ello.

—Sajir... —insistió Eo.

Pero él continuaba en silencio, apretando los labios con fuerza como si no tuviera una respuesta a esa pregunta, o no se atreviera a decirla en voz alta. Delante de mi amiga.

Todo en la habitación pareció quedarse congelado cuando escuchamos un gruñido bajo. Mis ojos no tardaron mucho en encontrar la fuente que había producido ese sonido; las miradas de todos los presentes se desviaron hacia la mesa de madera donde reposaba el chico del callejón, quien estaba empezaba a recuperar el sentido.

Apreté los dedos en torno al mango del cuchillo que mantenía escondido mientras alzaba la mirada hacia Sajir, cuya expresión se había ensombrecido. Aquello no le beneficiaba en su plan de entregarlo.

—No lo hagas —dije repentinamente— o, de lo contrario, les haré creer a los Sables de Hierro que le conocías... y que por eso le has ayudado.

Sajir pareció ligeramente atemorizado.

—Vosotras sois quienes me lo habéis traído —esgrimió—. Es evidente que creerán que las que tenéis algún tipo de relación con él no soy yo.

Le dediqué una sonrisa llena de desdén.

—No te recomendaría que me pusieras a prueba, aprendiz.

La mirada del aprendiz se clavó en mí, apartando su atención del prófugo de nuevo, tras escuchar mi amenaza velada.

—No voy a permitir que abandones esta habitación —continué—, como tampoco que traigas hasta aquí a los Sables de Hierro —hice un gesto con la barbilla para señalar al recién llegado desde el mundo de la inconsciencia—. Él se viene con nosotras.

Los ojos de Sajir alternaban entre mi rostro y el desconocido del callejón. La codicia luchaba contra la angustia ante mi amenaza; quizá no me hubiera del todo en serio, simplemente por el hecho de ser mujer, pero yo podía demostrarle lo equivocado que se encontraba si trataba de huir.

—No puedo permitirlo —dijo Sajir—. Es un criminal

Esbocé una sonrisa llena de sarcasmo.

—Oh, un buen y honrado ciudadano —cacareé y luego mi rostro se ensombreció—. O un oportunista cuyo único deseo es el dinero.

Un rictus apareció en la cara de Sajir cuando expuse sus intenciones; Eo dejó escapar un gritito de contrariedad. Yo era la oportunidad que necesitábamos para salir de aquella casa y huir, antes de que el aprendiz quisiera dar la voz de alarma; el hecho de que tuviera que encargarme de Eo como del desconocido del callejón aumentaba la lista de mis crecientes problemas.

El aprendiz dio un paso hacia un lado y yo me moví como si fuera su reflejo.

—Eo, ayuda al chico —le pedí sin apartar la mirada de Sajir.

Por el rabillo del ojo intuí la silueta de mi amiga cumpliendo eficientemente la orden que le había dado. Necesitaba confiar en que Eo pudiera cargar lo suficiente con el herido mientras yo cubría nuestras espaldas, impidiendo que Sajir pudiera tratar de tendernos algún tipo de emboscada.

—Tú misma lo has dicho —me echó en cara el aprendiz, aunque tuvo la prudencia de no moverse—: es un criminal que necesita ser entregado a las autoridades competentes. ¿Te arriesgarías por un asesino? ¿Por alguien de su calaña?

Sacudí la cabeza.

—Tú lo estás haciendo por el dinero —contesté.

—¡Como tú! —chilló en respuesta.

No tuve tiempo de reaccionar cuando Sajir se abalanzó sobre mí como un toro desbocado. Mi cuerpo impactó con violencia contra el suelo, provocando que me quedara momentáneamente sin aire; el aprendiz del sanador me mantenía apresada, con los ojos llenos de rabia. Escuché un grito de horror proveniente de Eo y tuve miedo.

La hermana de Cassian no estaba preparada del mismo modo que yo, Sajir podría herirla y eso era algo que jamás me perdonaría.

Me sacudí bajo el peso del aprendiz, intentando quitármelo de encima. Vi a Eo abandonar al confuso chico del callejón antes de intentar llegar hasta donde nos encontrábamos; mi grito la detuvo en seco y vi que sus ojos estaban abiertos de par en par, como un animalillo asustado.

—No te acerques, Eo —le advertí con el poco aliento que me quedaba.

El cuchillo que había mantenido en mi mano había desaparecido de ella cuando Sajir y yo habíamos caído en el suelo. El aprendiz no parecía saber qué hacer conmigo, me mantenía apresada contra el suelo, resollando; aproveché su indecisión para cerrar el puño y golpearle con fuerza en el cuello. Sajir soltó un gruñido ahogado antes de caer hacia atrás, llevando sus manos hacia la zona donde mis nudillos le habían acertado; liberé una de mis piernas para darle una patada en el vientre, alejándolo de mí mientras buscaba con la mirada el cuchillo que se me había escapado.

—¡Jem!

Eo se encontraba arrodillada a unos metros de mí y sostenía entre las manos el cuchillo.

—Deslízalo hacia mí, Eo —la instruí, cuidando de usar un tono calmado—. Vamos.

Vi las dudas nublando su mirada, el temblor que recorría sus manos mientras intentaba mantener el arma sin que se le cayera. Sabía que la situación podía desbordarla, pero la necesitaba centrada; necesitaba su ayuda si queríamos huir. El hecho de que hubiera pedido que me pasara el cuchillo posiblemente no hubiera ayudado, pero entre mis intenciones no se encontraba apuñalar al aprendiz del sanador.

—¡Eo! —exclamé, consciente de que Sajir podía reponerse al dolor de mis golpes y tratar de devolvérmelos... con ganas.

Mi grito pareció traerla de sus propios pensamientos. Me lanzó una mirada confundida antes de ceder finalmente y deslizar el cuchillo por el suelo hasta que regresó a mi mano; me levanté a toda prisa y acudí hasta donde estaba Sajir, quien me recibió con un barrido contra mis tobillos que me mandó de regreso al suelo. Gruñí una maldición mientras esquivaba otro golpe lanzado casi a ciegas por Sajir.

No dudé cuando utilicé la empuñadura del cuchillo para darle un golpe seco al aprendiz en la sien. Tampoco me permití sentir nada cuando escuché a Eo gritar a mi espalda, contemplando cómo el cuerpo de Sajir caía a plomo.

Jadeé y lancé una mirada a Eo, que estaba pálida.

—Sigue respirando —le aclaré—. Lo he dejado inconsciente.

Me puse en pie y observé el caos que habíamos montado en parte de la habitación gracias a aquella pelea. El estruendo de varios objetos cayendo al suelo me recordó que había un chico herido y que había recuperado la consciencia en la habitación; mis ojos lo encontraron aferrándose al borde de la mesa mientras trataba de mantenerse en pie. Jadeaba con esfuerzo y nos daba la espalda.

Primer error de principiante.

Eo continuaba en el suelo, arrodillada mientras trataba de digerir lo que acababa de vivir. Alterné la mirada entre el chico del callejón y mi amiga, sin saber a quién acudir primero para poner las cosas en orden; al final opté por Eo y, con un ojo clavado en el otro, me acuclillé frente a ella y apoyé una de mis manos sobre su hombro, sobresaltándola.

No me salió ninguna sonrisa tranquilizadora, no después de haber visto las pupilas dilatadas y el miedo que había en el fondo de sus ojos.

—Lo siento —sentí que debía disculparme, que parte de la culpa recaía sobre mí—. Nos hubiera entregado, a todos.

Si Sajir hubiera logrado advertir a los Sables de Hierro, los soldados del Emperador no nos habrían dejado en paz. Puede que nos hubieran interrogado, pero eso no sería lo único que nos hicieran; creerían que teníamos algún tipo de vínculo con el chico del callejón y los dioses sabían qué habría sido de nosotras.

Lo había hecho para protegerla, porque Cassian jamás me perdonaría —ni yo misma— si algo le hubiera sucedido a Eo. La pequeña e inocente Eo.

La hermana que nunca tuve porque los nigromantes me robaron esa posibilidad, junto a mi madre.

La mención de nuestro funesto futuro pareció arrancarle algún tipo de respuesta a mi amiga, que pestañeó y tragó saliva. Vi lágrimas acumulándose en las comisuras de sus ojos y maldije para mí misma: en aquellos instantes no nos favorecía que se echara a llorar; nuestra prioridad era irnos lo más lejos posible. Luego yo me encargaría de Sajir, aunque quise creer que se mantendría en silencio.

Una opción poco probable.

Estreché su hombro con cariño y la ayudé a ponerse en pie. El otro cabo suelto continuaba aferrado al borde de la mesa, seguramente tratando de despejarse de las drogas que había usado Sajir para poder curarle sin contratiempos; apreté los labios con fuerza, pensando en qué decir.

—Eo, necesito que seas fuerte —le susurré, mirándola a los ojos y tratando de transmitirle algo de energía... o valor—. Al menos un poco más.

La dejé para que consiguiera recomponerse y me dirigí hacia donde estaba el chico. Percibí cómo la línea de sus hombros se tensaba al escuchar mis pasos, pero no se volvió; continuó dándome la espalda de manera premeditada mientras yo acortaba la distancia y alzaba una mano para llamar su atención.

Algo plateado destelló.

En aquella ocasión mis reflejos me salvaron de ser apuñalada con un bisturí que debía haber conseguido al trastabillar para mantener el equilibrio. Conseguí aferrarle por la muñeca antes de que la punta de su arma alcanzara mi clavícula y no me costó mucho retorcérsela hasta que la soltó; me encontré entonces con su rostro, que ya conocía, y... su mirada.

Unos ligeramente rasgados ojos de color gris me observaban con recelo y rabia después de haber detenido su ataque.

Bloqueé su puño con facilidad cuando trató de golpearme en el estómago y le dediqué una sonrisa traviesa.

—¿Qué clase de educación te han dado? —le espeté sin ocultar mi desdén—. ¿Acaso es así como das las gracias a quién te ha rescatado de ese pútrido callejón antes de que murieras desangrado? ¿Y desde cuándo está bien visto golpear a una señorita? ¿No te dijeron siendo niño que si te portas así de mal vendrá Phile y te hará arder como si fueras una brocheta humana?

Mi retahíla consiguió hacer que titubeara, sin saber qué decir. Aproveché la situación para empujarle contra la mesa y buscar con la mirada algo de cuerda... la suficiente para poder atar dos pares de muñecas; el desconocido del callejón —y que había intentado atacarme— continuaba mudo, pero la rabia que antes había iluminado sus ojos de color gris se había desvanecido, dejando en su lugar una sombra de sospecha.

—¿Me vas a obligar a atarte las muñecas o vas a colaborar conmigo? —le pregunté, adelantándome a sus pensamientos—. Estoy en tu mismo bando, al menos por el momento.

Los ojos del chico abandonaron mi rostro para concentrarse en algo que veía por encima de mi hombro. Apreté los labios al comprender que Eo debía haber llamado su atención; los tímidos pasos de mi amiga apenas resonaban contra el suelo, pero sabía que estaba a mi espalda. Quizá observando del mismo al chico del callejón.

—Queremos ayudarte —intervine, buscando que rompiera el contacto visual con Eo y se centrara en mí.

Le liberé y di un paso atrás, colocándome estratégicamente delante de mi amiga para poder defenderla en caso de que el prófugo decidiera repetir la experiencia de hacer uso de su fuerza para intentar reducirnos; el chico nos estudió y luego pasó a contemplar el entorno.

El tiempo se nos agotaba a cada segundo que transcurría mientras aquel tipo se entretenía admirando el paisaje: en cualquier momento podría aparecer el sanador y no estaba muy por la labor de tener que noquearlo del mismo modo que había hecho con su aprendiz.

Di una palmada.

—No es por interrumpir la ardua tarea de contemplar el hogar de un sanador, pero tenemos prisa —le dije, muy seria—: tenemos que huir antes de que su aprendiz recupere el sentido y dé la voz de alarma. Supongo que no tienes ningún interés en toparte con los Sables de Hierro, ¿verdad?

La simple mención de los soldados del Emperador sirvió para que apretara la mandíbula, confirmando mis sospechas. Me humedecí el labio inferior, procurando que la histeria que burbujeaba en la boca de mi estómago se mantuviera a raya; Eo continuaba a mi espalda, en silencio.

Alcé ambas cejas cuando los ojos grises del chico se clavaron en mi rostro.

—Vas a tener que confiar en nosotras —dije— y nosotras en ti. No hagas que me arrepienta, chico.

  ❈ ❈ ❈   

Comprobé las ataduras de las muñecas de un inconsciente Sajir y sonreí con satisfacción. Eo y el chico aguardaban cerca de la puerta, a la espera de que abandonáramos aquella casa; eché un rápido vistazo a mi alrededor y luego me giré hacia ellos.

Habíamos tenido que tomar prestadas algunas prendas de ropa, ya que las que había robado en el callejón estaban llenas de sangre y eso llamaría demasiado la atención. Enarqué una ceja al pillarle rascándose la nuca con aspecto nervioso; tanto Eo como yo habíamos acordado tácitamente no desvelar que le habíamos visto el tatuaje, fingiendo que todo aquel jaleo había sido motivado por las intenciones de Sajir por cobrarnos en especie. Mi amiga estaba a su lado, fingiendo no ser consciente de sus discretos gestos, aguardando a que yo diera la próxima orden.

—Esta casa tiene una puerta trasera —elucubré, los sanadores solían usarlas de modo clandestino—. Es nuestra vía de escape más segura.

Especialmente si daba a un callejón vacío del que poder partir y entremezclarnos con la multitud sin que nadie nos viera salir por la puerta principal de la casa del sanador. Cuantos menos testigos, mejor.

Les hice una señal para que salieran al pasillo y fueran hacia la zona trasera de la casa. Eché un vistazo por encima del hombro y contemplé la escena que había creado para la ocasión: existía la posibilidad de que mi golpe hiciera que Sajir olvidara algunos acontecimientos —y rezaba a los dioses por ello—, por lo que su maestro creería que había sido un desafortunado robo que había cogido a su pobre aprendiz por sorpresa, provocando que los ladrones le dejaran sin sentido y lo maniataran para poder proceder con mayor libertad.

Di la vuelta y los seguí a través del pasillo hacia lo que parecía una cocina... o un laboratorio, tal como se viera. Todas las superficies estaban ocupadas por frascos de distintas formas y tamaños; no me entretuve con aquella amplia colección del sanador y adelanté a Eo para mostrarles la puerta que buscábamos, y que se encontraba convenientemente camuflada entre tanto desorden.

Empujé con el hombro la madera y bufé por el esfuerzo hasta que escuché el milagroso sonido de la puerta deslizándose. Luego hice que Eo y el desconocido fueran los primeros en cruzarla, atenta al modo en que el chico se apoyaba en mi amiga, todavía bajo los efectos de la droga de Sajir.

No había nada extraño en apariencia, solamente la búsqueda de mantenerse en pie y el hecho de controlar que los puntos de sutura no se soltaran; sin embargo, no iba a bajar la guardia: Eo no tenía la misma preparación que yo. No sería capaz de reaccionar si el chico trataba de huir.

Con cuidado me coloqué a su lado, fingiendo estar allí a modo de apoyo. Cuando desvió su mirada hacia mí, le sonreí, mostrándole todos mis dientes.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté.

Frunció el ceño.

—¿No eres un poco directa? —contestó.

Mi sonrisa se hizo mucho más grande... y peligrosa.

—Lo habría sido si hubiera empezado por preguntarte cómo te hiciste esa herida... o quién, para ser más exactos —repliqué con dulzura.

Tragó saliva y yo batí mis pestañas, continuando con aquel burdo juego de fingida coquetería que había iniciado con el único propósito de hacerle enfadar... o sentirse incómodo.

—Me llamo Darshan —dijo tras unos segundos, justo cuando estábamos a punto de alcanzar la calle principal.

Pero no era suficiente.

Compuse un mohín de disgusto y le vi apretar los labios con contrariedad.

—Darshan Mnemus —contestó con algo de rigidez.

Apunté mentalmente ese nombre para investigarlo más adelante. Los rebeldes contábamos con agentes dentro del gobierno del Imperio y quizá alguno de ellos podría acceder a los archivos de todos los que eran enviados a la prisión, en especial a aquel que tuviera ese nombre... si es que existía.

Fingí tragarme su mentira y continué con aquel inocente interrogatorio mientras nos entremezclábamos con la multitud. Eo parecía haberse puesto en alerta, con sus ojos moviéndose de un sitio a otro; Darshan tampoco parecía encontrarse mucho mejor, vi cómo se llevaba una mano al abdomen, donde había sido herido. Sajir nos había pedido que guardara reposo... pero las circunstancias habían cambiado ligeramente.

—Dime algo, Darshan Mnemus —me acerqué a su lado e incliné la cabeza en su dirección—: ¿qué quieres?

Ladeé la cabeza al recibir de nuevo su silencio como respuesta.

—Recuerda: confianza —ronroneé—. En los dos sentidos. Nosotras nos estamos jugando mucho y es evidente que alguien va a por ti...

Mi insinuación ensombreció el rostro de Darshan.

—Estoy buscando a una persona —murmuró—. A un hombre.

Aquello iba en buena dirección, sin duda alguna. Esa pieza pareció encajar en el rompecabezas que formaba Darshan Mnemus: prófugo de Vassar Bekhetaar, herido en el transcurso de esa huida y con el único objetivo de encontrar a un hombre. ¿Venganza? ¿Saldar viejas cuentas pendientes? Por todos los dioses, estaba emocionándome al intentar poner algo de orden en su difusa historia.

—Prabhu Vishú —añadió con algo de renuencia.

Me tensé de pies a cabeza. Todo el mundo —o al menos aquellos que tenían un problema gordo— sabían a quién recurrir: Prabhu Vishú, un poderoso comerciante que era capaz de hacerte desaparecer del mapa. Miré a Darshan con una mezcla de enojo y fascinación, entendiendo por qué buscaba a ese tipo.

Era un prófugo.

Los Sables de Hierro, si los nigromantes no decidían unirse a la fiesta, estarían buscándolo por haber logrado escapar de Vassar Bekhetaar; sin embargo, había un modo de escurrirse del control de los soldados: desapareciendo del mapa. Consiguiendo una nueva identidad que te permitiera moverte a tu antojo sin que nadie sospechara de ti.

Prabhu Vishú no era el honorable comerciante que parecía: su negocio principal era una buena tapadera para lo que hacía en las sombras y cuyos servicios no eran baratos.

Pero eso no era todo.

Él también formaba parte de la Resistencia.

* * *

fun fact: Darshan, en la versión anterior, allá cuando entré en crisis con la historia y decidí mandarla a borradores, se llamaba BAIL FA (que no se note que estaba muy on fire con la película de Mulán, par favar)

¿Qué opináis del convicto?

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