Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❈ 15


Las dudas se entremezclaron en mi interior. La presencia de aquel camino de manchas de sangre, que parecía querer conducirnos a lo más profundo del callejón, no se me antojaba como una buena idea. A decir verdad, me resultaba de las peores, teniendo en cuenta la situación en la que nos encontrábamos en aquellos instantes, con los nigromantes rondando a unos metros de nosotras.

Eo temblaba de pies a cabeza a mi lado, con sus ojos clavados en aquel rastro sangriento, atrapada en sus propios dilemas. Mi mirada se dirigió de manera inconsciente hacia la boca de aquel callejón donde nos habíamos refugiado, intentando divisar algún nigromante entre la multitud... deseando que todos ellos estuvieran lejos de allí.

—Jem tenemos que hacer algo —susurró a mi lado mi amiga.

Algo como dar media vuelta y marcharnos de allí a toda prisa, rezando para que nadie nos parara mientras intentábamos alcanzar la salida del mercado. Los dedos de Eo se me clavaron en el brazo, haciéndome entender que mi idea no coincidía con la suya: ella quería descubrir qué se escondía al final de aquel camino de sangre.

—¿Y si ya es demasiado tarde? —pregunté, con un nudo en el estómago.

Era una posibilidad. Además, por la cantidad que había en la arena... El destino no parecía estar muy por la labor de echarnos una mano, y yo tampoco quería que la hermana de Cassian tuviera que enfrentarse a la imagen de un cadáver. No era una estampa agradable y quería preservarla de ese horror.

Eo me lanzó un reproche con la mirada.

—Podría necesitar nuestra ayuda.

Y nosotras también necesitábamos ayuda: teníamos que abandonar el mercado a toda prisa y poner la máxima distancia antes de que los nigromantes pudieran echarnos el guante. Un escalofrío de temor me recorrió la espalda. ¿Qué sucedería en caso de que alguno de esos monstruos me reconociera? La chica de pelo de color fuego viva, aun cuando el Emperador dio instrucciones precisas de lo que quería que hicieran con la otra chica y conmigo...

¿Y si Perseo se encontraba entre ellos? El nigromante creía que era una pobre prostituta más, movido por la pena —o eso me había hecho creer a mí misma— me había ayudado a abandonar el palacio y luego me había recomendado que huyera lejos... que buscara otra vida lejos de las garras de Al-Rijl. Recordé sus ojos azules —lo único que podía recordar con claridad de aquella monstruosa máscara que mantenía sus facciones escondidas— y un nuevo escalofrío se paseó por mi columna vertebral, casi como una advertencia.

En aquella ocasión no correría tanta suerte, de eso estaba segura.

Eo pasó por mi lado como una exhalación, impidiéndome que pudiera atraparla antes de que se adentrara más en aquel callejón y nos pusiera en riesgo, ignorando las consecuencias de aquel mero capricho. ¡Aún tenía tanto que madurar! Refunfuñando para mí misma la seguí, echando de vez en cuando algún que otro vistazo por encima del hombro para comprobar que nadie nos seguía.

Especialmente los nigromantes.

Casi choqué con el cuerpo de mi amiga por no prestar la debida atención. Eo se encontraba detenida, con ambas manos cubriendo su boca; mis ojos abandonaron el gesto atemorizado de Eo para toparme con el cuerpo de un chico escondido. Me sorprendió creer ver su pecho subir y bajar, indicando que todavía estaba vivo; la ropa que llevaba estaba vieja... manchada y rota en algunos lugares. No me costó mucho divisar de dónde procedía la sangre que nosotras habíamos visto, que nos había conducido hasta él.

Era joven. Quizá un par de años mayor que yo.

Tenía el cabello oscuro casi rapado por completo y su piel —en condiciones normales de un tono aceitunado— estaba mortalmente pálida. Su rostro, para qué negarlo, podría haber resultado atractivo si no mostrara aquella mueca de absoluto sufrimiento; una de sus manos presionaba su abdomen, donde debía encontrarse la herida.

—Mírale —susurró Eo, fascinada a pesar de que el chico parecía un pobre moribundo.

—Lo estoy viendo —repliqué, sonando un poco más molesta de lo que había querido en un inicio.

—Sigue vivo —señaló, como si yo no hubiera sido consciente de ese pequeño detalle.

Me obligué a cruzarme de brazos, evaluando al chico que se desangraba delante de nosotras. El instinto me gritaba que era peligroso... y solamente había que verlo —en especial la herida del abdomen, que no cesaba de sangrar— para confirmar lo que me insinuaba una vocecilla dentro de mi cabeza; además, ¿qué pensaba Eo que hiciéramos con él?

—Eo...

No me atreví a decirle en voz alta que era un hombre muerto. Una herida de tal calibre, aunque no hubiera podido verla de más cerca, prácticamente condenaba a la persona que la sufriera; ninguna de las dos éramos elementales de la tierra, como tampoco —gracias a los dioses— nigromantes. No teníamos ni una sola posibilidad de poder ayudarle.

Tampoco salvarle.

Pero la hermana de Cassian no parecía querer ver las cosas: ignorando mi advertencia, se inclinó hacia el chico y le pasó una mano por la frente, como si quisiera comprobar su temperatura.

—Está ardiendo —dijo.

Bufé.

—Eo, no podemos hacer nada por él —contesté.

—Continúa respirando, aún tenemos una oportunidad para salvarle la vida —insistió Eo, renuente a aceptar que el chico estaba perdido.

Contuve mis ganas de gritar ante la ceguera que estaba mostrando Eo. En ocasiones así podía ver las similitudes entre ambos hermanos: Cassian también era demasiado terco cuando se lo proponía... y eso me sacaba de quicio.

Descrucé mis brazos y señalé con el brazo al muchacho inconsciente, al moribundo que habíamos encontrado en aquel callejón mientras intentábamos buscar un lugar donde protegernos de la sombra amenazante de los nigromantes.

—Seguramente la herida esté infectada, Eo —le expliqué, mascando mi enfado, que aumentaba por momentos—. Este chico está condenado... Y tiene todo el aspecto de ser peligroso.

Eo frunció el ceño, apartando la mano de la frente del muchacho. Alternó la mirada entre mi rostro y el del moribundo, sopesando mis palabras; quise añadir que, a cada segundo que pasaba, la vida de aquel chico se escapaba de su cuerpo. Gota a gota.

—Ayúdame, Jem —me suplicó.

Nuestra batalla de miradas se alargó unos instantes más hasta que escuchamos perfectamente el gruñido de dolor proveniente del chico herido. Eo se mordió el labio inferior con fuerza antes de inclinarse hacia él para intentar cargar con el moribundo; quise hacerme la dura, dejar que su idea se ahogara por su propio peso, pero una nueva mirada hacia el desconocido herido me hizo replantearme la idea. Hacia la sangre que manchaba la mano con la que presionaba su herida.

Me avergoncé de mi decisión de mantenerme apartada, viendo cómo aquel chico moría. En cierto modo, no pude evitar comparar mi comportamiento tan pasivo como el que mostraban los nigromantes; eso me enfureció, pues no quería tener nada en común con aquellos monstruos con máscaras plateadas. No sabía quién era aquel muchacho, no sabía su historia... y había estado a punto de dejarlo morir, había estado a punto de sentenciarlo. Envidié a Eo y su fe, cómo se aferraba a cualquier resquicio de esperanza, por pequeña que fuera.

Le hice un gesto a mi amiga para que se hiciera a un lado y me coloqué de modo que parte del peso de aquel chico quedara apoyado sobre mi costado. Eo me dirigió una mirada agradecida y yo negué con la cabeza: no merecía aquello. No después de lo que había estado a punto de hacer.

Condenar a uno de nosotros, otro superviviente de la tiranía de aquel maldito usurpador que nos oprimía desde hacía demasiados años.

Entre ambas conseguimos echar a andar hacia el final del callejón, que había resultado tener otra salida distinta a la que habíamos tomado en el mercado cuando habíamos salido huyendo; contuve un suspiro de alivio mientras arrastrábamos entre Eo y yo aquel muchacho.

Nos dirigimos con esfuerzo hacia la luz que indicaba el final de aquel callejón, escuchando los gemidos cargados de agonía que dejaba escapar el desconocido que llevábamos entre ambas entre sus dientes fuertemente apretados. Le estudié por el rabillo del ojo, me pregunté qué habría sucedido para que terminara en aquel rincón escondido, condenado a morir sin que nadie fuera consciente de su presencia e hiciera nada por ayudarlo.

Mientras renqueábamos hacia la salida, le pregunté a Eo:

—¿Qué vamos a hacer con él?

Mis conocimientos sobre la sanación eran casi inexistentes, resumiéndose en heridas de poca gravedad. Dudaba mucho poder ser de algún tipo de utilidad con la fea herida que mostraba el chico en el abdomen; y dudaba que alguien pudiera echarnos una mano de manera altruista. Debido a la desgracia y pobreza que asolaba nuestra ciudad, al menos los poco afortunados que no pertenecían a los perilustres, los favores no resultaban ser gratis.

Y aquel especialmente nos iba a salir caro, ya que tendríamos que acudir a un sanador o un elemental de tierra para poder salvar su vida.

Los ojos de Eo se iluminaron cuando escuchó mi pregunta. Casi no parecía ser consciente del lío en el que acabábamos de meternos por intentar ser amables con aquel desconocido. Por mostrar clemencia ante uno de nosotros, otra víctima de las duras políticas de nuestro Emperador.

Una mezcla de odio y miedo atenazó mi corazón. Mi mente aún no había conseguido relegar a un oscuro rincón las imágenes de nuestro señor asfixiando con sus propias manos a aquella mujer, después de descubrir que ella iba a hacer lo mismo con él; trastabillé al recordar cómo nos había condenado al resto.

Y luego el ritmo de los latidos se me aceleró brevemente cuando ese nigromante se materializó. Aquel monstruo que había mostrado un mínimo de piedad conmigo, salvándome de una muerte casi segura.

—Conozco a alguien... —contestó Eo de manera enigmática.

Pero no le di tiempo a que siguiera, pues frené con brusquedad antes de salir del callejón. Había sido una estúpida al no caer en la cuenta antes: nos delataríamos a nosotras mismas si arrastrábamos por una calle transitada a aquel chico; llamaríamos demasiado la atención y eso podría conducirnos al desastre. No sabía si los nigromantes continuaban sembrando el caos en el mercado, no sabía si ya habrían abandonado la zona... o estarían patrullando las aledañas.

Escuché el sonido de protesta que emitió Eo cuando notó que me quedaba plantada en el suelo, a unos pocos metros del final del callejón.

—Espera —le pedí en un susurro.

Vi cómo Eo me dirigía una mirada, alzando ambas cejas, por encima de la cabeza del herido.

—Llamamos demasiado la atención —le expliqué.

Sus labios formaron una sorprendida «o» al ser consciente de los riesgos a los que nos expondríamos de no tomar las medidas adecuadas. El chico gimió entre ambas, recordándonos que el tiempo no era inagotable; de manera inconsciente me vi contemplando de nuevo la herida. La sangre se había extendido sobre la tela y el estómago me dio un violento vuelco.

¿Qué sucedería si no llegábamos a tiempo? No podíamos pasearnos con un cadáver tan tranquilamente, pero tampoco podíamos dejarlo ahí abandonado. Todo el mundo merecía una buena despedida.

Sacudí la cabeza, alejando esos turbulentos pensamientos e intentando pensar en frío. Le pedí a Eo que me ayudara a apoyar de nuevo al herido contra la pared y procedimos a hacerlo con cuidado, procurando no empeorar su ya delicada situación; luego hice que mi amiga se quedara a su lado mientras yo me internaba de nuevo en el callejón y contemplaba mi alrededor con urgencia.

Alcé la mirada y el corazón empezó a latirme con energías renovadas: sobre mi cabeza se encontraban colgadas algunas prendas de ropa de las casas que conformaban aquel pasillo oscuro y apestoso. Justo lo que necesitaba.

Me aupé con un par de cajas de madera que había desperdigadas cerca de mí y alcé los brazos, rezando para que mi improvisada pirámide de cajas fuera lo suficientemente alta para poder alcanzar sin problema algunas de las prendas que había encima, a poca distancia de mis manos.

Mis dedos se cerraron con facilidad en la camisa que tenía más cerca y tiré hacia mí, consiguiendo que las pinzas que la sostenían se soltaran y la prenda cayera lánguidamente sobre mis brazos.

Repetí la misma operación con un chaleco y un rudimentario gorro. Era el perfecto disfraz para que el chico herido no llamara la atención mientras buscábamos ayuda para él.

Regresé con Eo, llevando la pila de ropa que había tomado prestada. Mi amiga alzó la cabeza de golpe al escuchar mis pasos resonando contra las paredes de ambas casas; su expresión se suavizó al reconocerme y yo le mostré el botín que había conseguido.

—Ayúdame a ponérselas —pedí con urgencia.

Entre las dos conseguimos tapar la camisa ensangrentada y, por tanto, la herida; el gorro sirvió para cubrir su rostro, impidiendo que alguien pudiera reconocerlo a primera vista. Desconocíamos su identidad y andábamos a ciegas, intentando ayudarle sin saber si estábamos echando una mano a, no sé, un criminal, en el peor de los casos que se me pasaban por la cabeza.

Cargamos de nuevo con el chico entre las dos y dudamos unos instantes antes de que Eo tomara la iniciativa, dando el primer paso que nos acercaba al final del callejón. Mordí mi labio inferior con fuerza mientras elevaba en mi fuero interno plegarias a los dioses para que nos ayudaran con aquella alocada idea.

El aire se me quedó atascado en los pulmones cuando salimos finalmente del callejón, incorporándonos a aquella transitada calle. De manera inconsciente me vi espiando a todos y cada uno de los transeúntes que nos rodeaban, comprobando que ninguno de ellos suponía una amenaza.

Dejé que Eo fuera quien nos guiara a través de la multitud, sintiendo cómo el hombro se me adormecía tras cargar con parte del peso de aquel chico. Mordí con más fuerza mi labio, animándome a continuar; la boca empezó a saberme a algo amargo cuando nos vimos interceptadas por un chico cuyo rostro me sonaba familiar, del barrio donde vivíamos.

Me tensé mientras Eo frenaba con suavidad. En su rostro había aparecido una sonrisa mientras sus manos se cerraban alrededor de la tela del chaleco con fuerza, haciendo que sus nudillos se pusieran blancos.

—¡Aden! —exclamó.

El aludido sonrió en respuesta antes de que sus ojos se clavaran en el chico que llevábamos. De pronto su rostro mudó a una expresión especulativa mientras su mirada alternaba entre los tres; procuré esbozar una sonrisa como la que había blandido Eo, pero lo único que conseguí fue una mueca que demostraba lo poco que me había gustado su interrupción.

Opté por dejar a un lado la amabilidad, no había tiempo para un coqueto intercambio de sonrisas y un par de palabras. Casi podía sentir la sangre colándose por la tela de la segunda camisa que llevaba el desconocido del callejón, como una señal luminiscente que podría atraer a indeseados. Como los nigromantes.

Reanudé la marcha, dispuesta a obligar a Aden a que se hiciera a un lado por la fuerza, evitando ser arrollado por nosotras. Vi a Eo por el rabillo del ojo intentar mantener la sonrisa, pero no parecía un gesto muy convincente.

—Tenemos prisa —gruñí.

Pero Eo se encargó de suavizar mi ladrido, consciente de que Aden nos estaba observando con cierto recelo. Y eso quería decir que habíamos despertado sus sospechas y podría delatarnos ante cualquiera, lo que no nos convenía lo más mínimo.

Con el brazo que tenía libre, dio un par de palmaditas en el antebrazo del chico, llamando su atención y haciendo que sus ojos se desviaran de nuevo hacia ella. Eo era pura dulzura comparada conmigo, lo que podría beneficiarnos en aquella situación.

—Es su hermano —le explicó apresuradamente mientras aceleraba el paso para dejarlo atrás; giró el cuello para sostener la mirada del chico e hizo un puchero, luego susurró, aunque lo escuché perfectamente—: Problemas con la bebida.

Aquello pareció ser suficiente para aplacar la curiosidad y la sospecha de Aden. Sus ojos pasaron del chico inconsciente a mí con un brillo de comprensión; dejé que su cabeza continuara imaginando. Dejé que creyera que era una hermana que tenía que enfrentarse sola a los problemas y que estaba cansada de tener que ir al rescate.

Todos conocíamos a familias que sufrían el mismo tipo de problemas y sabíamos lo complicado que podía resultar. Por no hablar de la rabia e impotencia que se sentía de ver cómo un ser querido echaba a perderlo todo de ese modo, hundiéndose en un pozo cada vez más profundo.

Conseguimos avanzar entre el gentío sin que Aden nos siguiera. Sin embargo, no confiaba del todo en el chico; y no quería arriesgarme a que saliera corriendo a buscar a los soldados o nigromantes. El vello se me erizó al pensar en ello, en cómo su poder era capaz de convertirte en una simple marioneta; los nigromantes eran mucho más peligrosos que los elementales y no sentía ningún interés en repetir la experiencia de ver cómo uno de ellos lograba hacerse con el control de mi cuerpo. Teniendo mi vida entre sus manos.

Eché un vistazo por encima del hombro para comprobar que nadie nos seguía, que contábamos con unos segundos de ventaja.

Permití que Eo volviera a tomar las riendas de nuestra huida, encargándome de vigilar nuestro alrededor. La zona parecía tranquila, nada que ver con el pandemonio que se había formado en el mercado cuando alguien dio la voz de alarma, gritando que los nigromantes habían llegado.

Casi no podía sentir el hombro, pero no me quejé.

—¿Sabes siquiera a dónde vamos? —quise saber.

Eo resopló.

—Por supuesto que sí.

Contuve mi lengua, refrenando mi réplica.

El cansancio y el esfuerzo de tener que arrastrar un peso muerto estaban empezando a causar estragos en mí, provocando que mi humor se viera alterado. La tensión de vernos al descubierto, siendo emboscadas y atrapadas por los hombres del Emperador, tampoco ayudaban mucho.

Bufé mientras comprobaba que la manga de mi antebrazo no mostraba la marca que ocultaba. Lo último que desearía era verme sorprendida —y confundida— con una prostituta delante de Eo, lo que generaría incómodas preguntas a las que yo no sabría cómo responder.

—Estamos cerca —escuché que decía Eo a mi derecha.

Aquellas dos simples palabras hicieron que la esperanza resurgiera dentro de mi pecho, animándome a seguir adelante. Confiaba en Eo y en su criterio a la hora de encontrar a alguien que pudiera ayudarnos; quizá eso hizo que me mostrara un poco más entusiasta y acelerara el paso de manera inconsciente.

Eo nos obligó a girar hacia una estrecha calle y mi ceño se fue frunciendo al sospechar que nuestro destino era una de las puertas que había en aquel discreto lugar. Específicamente la que tenía plantas disecándose en la fachada, y que anunciaba que un sanador vivía allí.

Los sanadores no resultaban baratos, pero hubiera sido aún peor acudir a un elemental de la tierra.

—Eo... —traté de advertirle, pero mi amiga hizo caso omiso y nos condujo hasta la puerta.

Me dirigió una mirada de disculpa antes de deshacerse del peso, obligándome a mí a hacer un doble esfuerzo para impedir que el chico herido cayera al suelo o ambos lo hiciéramos; resoplé a causa de verme casi aplastada por el peso del cuerpo y fulminé a Eo, que ya se encontraba frente a la madera y la golpeaba con cierta urgencia.

Unos segundos más tarde escuché el glorioso sonido del cerrojo abriéndose y un muchacho se asomó. Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer a Eo, que se retorcía con nerviosismo; yo continuaba haciendo serios malabarismos para mantenerme en pie, sintiendo en la palma de mi mano una sensación pegajosa.

—Sajir, necesito tu ayuda —balbuceó Eo, señalando a su espalda. A mí.

La mirada del chico que había abierto la puerta siguió la dirección de su brazo hasta detenerse en nosotros. Primero me estudió a mí de pies a cabeza, pero su escrutinio se vio interrumpido cuando descubrió el cuerpo que sostenía entre mis cansados brazos. Se apresuró a saltar a la calle para echarme una mano; por la palidez que cubrió su rostro, supe que había visto la sangre.

Me ayudó a cargar con el chico herido hasta el interior de la casa sin hacer una sola pregunta. Su silencio duró hasta que estuvimos dentro y la puerta se cerró a nuestras espaldas; vi cómo alternaba la mirada entre nosotros, tragando saliva mientras buscaba una forma de empezar a bombardearnos a preguntas.

Eo no parecía saber cómo reaccionar, así que asumí —otra vez— el papel de ser la que tuviera que dar las respuestas pertinentes.

—Lo encontramos en un callejón —fue lo primero que dije, antes incluso de que hiciera la pregunta.

Sajir abrió los ojos de par en par.

—No podíamos dejarle abandonado —apostilló Eo, adoptando de nuevo ese aire que te hacía muy complicado negarle algo.

La mirada de Sajir alternó entre ambas y vi cómo sus labios se apretaban con fuerza. Estaba en el mismo dilema en el que me había encontrado yo, evaluando los pros y contras de echarnos una mano; Eo, anticipándose a una posible negativa, batió sus pestañas y apoyó su delicada mano sobre el antebrazo del chico.

Las mejillas de Sajir se colorearon.

—Significaría mucho para mí tu ayuda —susurró con un tono que casi logró enternecer mi corazón si no la conociera como la conocía, después de años siendo amigas y saber la mayoría de sus trucos.

Con aquella simple súplica, Eo se había hecho con la victoria.

  ❈ ❈ ❈  

Estudié a Sajir mientras se afanaba en moverse de un lado a otro, abriendo armarios y haciendo repiquetear los frascos que se encontraban en su interior. Me había ayudado a llevar al herido hacia una de las habitaciones de la planta baja, quizá el lugar donde el sanador llevaba a cabo todas sus operaciones, y lo habíamos tendido sobre una enorme mesa de madera; Sajir se había apresurado a retirar la tela que cubría la herida del muchacho, frunciendo la nariz al verla más de cerca.

Luego nos informó que aún no era tarde, que existía una posibilidad de salvarle.

—Ha perdido mucha sangre —nos explicó mientras la retiraba con cuidado gracias a un paño húmedo—. Pero tiene el pulso firme.

Quizá era su forma de decirnos que su vida no corría peligro... por el momento. Después de ello, Eo y yo nos habíamos limitado a obedecer siempre que Sajir requería nuestra ayuda, y ahora me entretenía observando con suma atención al chico. Un aprendiz de sanador, me había confesado Eo en un tímido susurro, al que había conocido por casualidad cuando su madre la envió a por la ropa sucia que su maestro necesitaba con urgencia.

Un maestro que se encontraba en aquellos momentos ausente gracias a los trabajos desinteresados que llevaba a cabo en las zonas más pobres de aquel barrio, según nos dijo su aprendiz.

—Voy a desinfectar la herida —anunció Sajir.

Clavé mis ojos en el chico que habíamos encontrado en el callejón. El aprendiz de sanador había usado una poderosa mezcla de hierbas para alargar su inconsciencia e impedir que sintiera el dolor; me fijé otra vez en su aspecto. Atractivo pero con un innegable aire lleno de rudeza.

Pude intuir líneas blancas sobre su piel. Cicatrices difuminadas de antiguas heridas.

¿Quién era y de qué huía?

«Problemas.»

Aquella palabra se formó en mi mente un instante después de que hubiera formulado mi pregunta. Las cicatrices que cubrían sus brazos y parte del pecho eran una señal de advertencia, un aviso de que podría ser un tipo peligroso. ¿Y si habíamos salvado a un asesino? Vale que no estuviera tan indefensa como lo aparentaba mi imagen, pero hasta yo sabía reconocer que me resultaría complicado ganar contra un tipo como él.

Me dediqué a contemplar al aprendiz de sanador llevar a cabo su tarea. Pasó varias veces un trapo humedecido con un emplaste casero por la herida, consiguiendo que la tela se tiñera de rojo; luego cogió aguja e hilo. No hizo falta que nos indicara qué iba a continuación.

—Es atractivo —cuchicheó Eo a mi lado.

Me pregunté si estaba refiriéndose a Sajir o al chico que habíamos rescatado de una muerte casi segura. Mi amiga se mordisqueaba el labio inferior, con los ojos clavados en lo que sucedía en la mesa de madera; había un brillo en ellos que no terminaba de gustarme.

—Y además lo compensa con ser aprendiz de sanador —añadí premeditadamente, refiriéndome a propósito a Sajir.

Las mejillas de Eo enrojecieron ante mi inocente mención del joven aprendiz, casi confirmando mis sospechas.

—Cállate, Jem —me espetó, pero su sonrisa bobalicona la delató.

Una parte de mí se alegró de haber conseguido desviar la atención de Eo sobre el desconocido del callejón, que en aquellos instantes estaba siendo atendido por un concentrado Sajir armado con aguja e hilo; me preocupaba por la hermana menor de Cassian porque mi instinto no se había equivocado al sospechar que aquel tipo inconsciente no era de fiar.

Y quería evitarle cualquier tipo de dolor a Eo.

Empezando por un corazón roto.

* * *

En compensación por la ausencia de capítulo que correspondía hace dos sábados, he decidido ponerme las pilas y subir uno hoy. Because tenía ganitas de desvelar el misterio que puse el sábado pasado.

No, no era Perseo.

Era un tío medio muerto y con aspecto de volverse main en la trama.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro