1._Siempre
-¿De dónde sacaste eso?- preguntó Mary a su compañera, que con mucho entusiasmo instalaba la figura photocall en la entrada de su librería.
-La tiraron en el cine de la otra cuadra- le contestó la chica con entusiasmo, limpiando la fotografía con la mano- Supongo que la película dejó de estar en cartelera y está imagen promocional no les sirve más.
-Y tú pones al pobre tipo a promocionar artículos de papelería- comentó Mary con un tono divertido, mientras se apoyaba en el umbral de la puerta?
-¿Pobre tipo? ¿No sabes quién es?- le cuestinó la chica rubia, un tanto escandalizada.
-Obvio lo sé ¿Quién no conoce a Dai cinco veces ganador de la estatuilla al mejor actor?
-Pero no lo digas así ¿No te gusta acaso?
-No discuto que está guapo- contestó Mary- Pero no sabe actuar- señaló y entró al local para terminar de ordenar los estantes.
Sobre el mostrador había un pequeño televisor en que se transmitía la premiación anual de espectáculo. Mary no puso atención al evento, pero su amiga sí y no desaprovechó la oportunidad para decirle lo mucho que le gustaba Dai, el más célebre actor de la nación y el continente. Quién hizo su aparición en más de un centenar de películas en los últimos cuarentena años. Y la amiga de Mary las había visto todas.
Vistiendo su eterno traje azul, aquel hombre de baja estatura y blanco cabello avanzó hacía el escenario acompañado por un coro de aplausos forzados. Sin prisa y con su postura de caballero, Dai recibió su sexto galardón al mejor actor en la última película de género dramático del pasado año. Sonriendo dió las gracias y un lacónico, pero contundente discurso para después volver a su puesto en aquellas aterciopelada butaca. Con el trofeo entre las manos y la actitud elegante de costumbre, fijo sus ojos en un punto muerto delante de él. A su espalda un par de jóvenes actores comentaba que el premio al mejor actor era una estatuilla fuera del alcance de cualquier si él, Dai, estaba en la competencia. Decían, también, que cualquier película en la que él apareciera era un éxito seguro, sin embargo, el célebre actor no merecía tal reconocimiento, pues su talento era bastante cuestionable.
Dai permaneció impasible. No se tomó la molestia de mirarlos si quiera. Y no es que pasará sin mella de ese tipo de comentarios, sucedía que era él el primero en darles la razón. Los directores se peleaban por tenerlo en sus producciones, los jóvenes actores querían parecerse a él y un interminable séquito de fans lo adoraba e idolatraba apoyando, sin demasiados criterios, cualquier
papel que interpretara. Daba igual la calidad de su actuación, si aparecía cinco minutos o era protagonista. Si él estaba en una película no dudaban en poner su foto en publicidad, porque su imágen era atractiva y la gente la compraba sin conocer la saciedad. Si su primera aparición fue realmente tan buena como se decía en su biografía, que llegó a ser un best seller, nadie lo recordaba. Ni siquiera él. Fue en una película de poca monta que hizo su debut. Interpretó a un sacerdote de temple frío y modales elegantes, que en la época en que el largometraje invadió los cines, era un carácter un poco inusual para un hombre de Dios. De inmediato su aspecto y actitud cautivaron a la audiencia femenina que comenzó a enviar cartas al estudio, pidiendo información del actor que hizo de sacerdote. Desde entonces fue llamado a toda clase de producciones que esperaban atraer a la mayor cantidad de espectadores y vender, vender, y vender.
Dai se convirtió en mercancía. Al principio, cuando era jóven, nada de eso le molestaba. Disfrutaba del poder que le otorgaba el ser famoso y por supuesto de las riquezas que fue adquiriendo. Nunca fue ambicioso, pero la comodidad y el estatus eran buenos. Sin embargo, el paso de los años cambia todo. No era capaz de recordar todos los personajes que interpretó en cuarenta años de carrera, pero si podía decir como fueron todos porque todos fueron, o la mayoría, iguales. Los roles de sus personajes se podían dividir en dos facciones. Por un lado era un hombre frío, educado, elegante que conocía a una mujer sencilla, de gran corazón que lo hacía sentir cosas que era ridículo suponer nunca antes sintió. Siempre tenía que aparecer alguien en su vida que lo condujera hacia la sensibilidad de la que él no gozaba. La otra cara de sus interpretaciones era la del villano frio, educado y elegante que atormentaba, casi siempre, a alguien noble sencillo y de buen corazón. Pocas veces fue alguien diferente. Nadie lo quería de una forma diferente. Lo que el público aclamaba era un único personaje. Un papel que se encarnó en su piel, se fusiono con él, desbaratando los límites de la ficción y su real carácter.
Cuando la ceremonia terminó se retiro rápido. No se quedó a la fiesta posterior y evitó a los periodistas. Ni siquiera subió a su automóvil. Salió a la calle e hizo parar un taxi con un chófer tan apático que ni siquiera lo saludo. Si bien lo miró con curiosidad por ir tan elegantemente vestido, no hizo ningún comentario y lo llevó a un hotel, como él se lo pidió. Se registró con otro nombre. El más vulgar que se le ocurrió en ese momento y subió a su cuarto usando la escalera. La mayoría prefería el ascensor y él no quería ver a ninguna persona esa noche. Se encerró en aquel cuarto absolutamente exhausto.
Nunca se había dejado caer en la cama como en esa oportunidad. Simplemente se desplomó de espaldas sobre ella, quedando con los brazos extendidos cual si lo hubieran crucificado sobre esas blancas mantas, que como nieve parecían estarlo abrazando de forma helada. Con los ojos cerrados y todavía sosteniendo la estatuilla en su diestra, Dai soltó un suspiro como si se le hubiera ido la vida en ello. Al abrir los ojos, varios minutos después, sintió como si estuviera despertando de un sueño largo y profundo.
-Ser o no ser - murmuró viendo al techo y enseguida se sonrió como burlándose de si mismo.
Se quedó ahí, sin mover un solo músculo, terminando por dormirse. Al despertar su trofeo estaba en el suelo y por el costado de su boca caía un hilo de saliva que fue a dar a las mantas. Los brazos los tenía algo duros por dormirse en tan incómoda postura, pero el dolor de cabeza se llevó toda su atención. Se tomó varios minutos antes de ir al baño para refrescarse. Mientras se secaba el rostro con una toalla de mano, frente al espejo, y su cuerpo estaba cubierto por una bata blanca, Dai advirtió lo diferente que lucía sin sus elegantes atuendos y con su cabello suelto. Su melena era rizada. Le caía hasta debajo de la oreja. Su mirada, su lozano semblante más su pelo al natural le daban un aspecto menos formal. Un tanto... No pudo definirlo en ese momento. Con cierto desdén salió hacia el cuarto.
Su teléfono celular tenía el mínimo de carga, pero pudo ver la cantidad de mensajes y notificaciones de redes sociales. Él no lo sabía, pero se imaginaba lo que su repentina salida de la premiación pudo generar en los medios y en su agente. Después de apagar el teléfono regreso al espejo. En esa oportunidad abotonandose la camisa. Todavía no se peinaba por lo que su reflejo conservaba ese aspecto extraño, en que una camisa no abotonada hasta el cuello quedaba muy bien. Se apartó un rizo de la frente para mirarse mejor y evocó una idea que tuvo unos años atrás. Era una tontería. Una ocurrencia de un muchacho que deseaba una última aventura antes de comprometerse de algún modo. Un argumento de una mala película como esa en la que una vez hizo de un padre homofóbico y cruel. Cerró los ojos y sonrió con desprecio por tan descabellada idea. Él tenía casi sesenta años aunque su apariencia hiciera indefinible su edad. Mas entonces formuló una pregunta que no se hizo durante toda la noche: ¿Por qué huyó de la celebración? La respuesta surgió rápidamente: estaba molesto.
Las palabras de esos jóvenes actores le pusieron el dedo en la herida y eso lo puso de muy mal humor. A ratos Dai odiaba todo y a todos. Las muestras de admiración de sus fans podían llegar a serle molestas. Las constantes peticiones de los directores para que interpretará un personaje lograban agotarlo. En muchas situaciones sólo tenía ganas de gritar que lo dejarán en paz. Pero seguía sonriendo y siendo gentil como su personaje lo exigía. Era un personaje interpretando a otros personajes. Un ridículo total. Pensar en eso agrio su ánimo y molesto dejó la habitación para pagar e irse de ese hotel. De la ciudad. Su despojo de esa vida y de si mismo lo hizo dejar tirado su premio en el papelero del baño, junto a su teléfono celular. Ese galardón no tenía valor para él y ese aparato era una molestia.
En la recepción había un chica diferente a la que estaba en la madrugada. La nueva no pareció reconocerlo. Una vez el trámite del pago terminó ella sólo le dió las gracias por escoger ese hotel y lo invitó a volver. En la calle tampoco llamó la atención. Solo era un tipo más entre un montón de personas que iban a prisa hacia alguna parte. Hacia un poco de frío, pero dejó la chaqueta atrás y no volvería por ella. Buscó un cajero automático, retiró tanto dinero como pudo y se fue a un café para pensar un poco. Para intentar calmarse. Ese enojo que sentía lo venía molestando hace mucho y no le gustaba ni podía ignorar sus exaltaciones. Le eran demasiado incómodas. Estando en aquella terraza no pudo evitar notar su fotografía en todas partes. No sólo en los carteles de sus últimas películas, sino también en afiches publicitarios de relojes finos, costosos perfumes y marcas de ropa exclusiva. Necesitaba un respiro. Conectarse otra vez con su esencia comercializada masivamente.
¿Y qué si perdía contratos? ¿Y qué si no volvían a llamarlo para hacer de nuevo el papel de siempre? Le daba igual. Lo mismo le importaba su carrera, su imagen manoseada y el mundo entero. Pagó dejando el valor justo del café para después marcharse lejos, como esos personajes que parten en un viaje de autoconocimiento. Como el más trillado de los argumentos cinematográficos y literarios. Mientras se montaba en un tren no podía evitar sonreír divertido por como su arranque lo estaba volviendo otro cliché.
No llevaba equipaje, pero se aseguró de conseguir dinero suficiente para vivir al menos un mes sin recurrir a un banco o usar sus tarjetas. No quería que alguien lo rastreara y fuera a fastidiarlo allá donde fuera que llegase. Los pueblos al sur eran la mejor elección para dejar atrás esa parte de él que tanto tedio le causaba. Después de unas siete horas de viaje llegó a una localidad campestre por la que deambuló buscando una hostería. El lugar era muy bonito en verdad. Las casas eran antiguas, pero se contaba con la tecnología suficiente para no sentirse a principios de siglo. Las calles estaban cubiertas de ese pavimento oscuro gastado y la plaza tenía árboles viejos, decorados con luces que comenzaban a encenderse. Era un sitio agradable, donde la gente lo miraba con la extrañeza que se ve a cualquier forastero. Su enojo se estaba extinguiendo cuando al doblar en una esquina se encontró con algo que lo dejó con una expresión entre la intriga y la idiotez. Es que como iba a imaginar llegar a encontrar allí una publicidad con su imagen. Y no un afiche o cartel sino que una fotografía tamaño real suya puesta fuera de una librería a la que por medio de un globo como de viñeta, invitaba a entrar porque allí encontrarían todo lo que un estudiante necesita.
Aquel evento fue la gota que lleno el vaso de los enfados de Dai, que caminó directamente hacia allá con un único propósito: encontrar al responsable de aquella impertinencia. El lugar estaba siendo cerrado por una mujer que llevaba un suéter largo, amplio y que descubría un hombro pálido. La melena de la muchacha estaba recogida con una cola a la altura de la nuca, por lo que sus audífonos podían verse colgando de sus orejas, pero eso no evitó que él le hablara de una forma dura, sería y bastante hostil para averiguar quién y por qué puso esa imágen ahí.
-Fue idea de la dueña- le respondió la mujer que ponía unos candados en la cortina metálica- Además ese sujeto tiene el toque de Midas. Todo lo que toca se convierte en oro- agregó en un tono algo burlón, antes de girarse a la persona con la que estaba hablando.
-¿El toque de Midas?- repitió aquel sujeto de cabello blanco apartando uno de sus rizos de su rostro- Que poético...
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