13. El conjuro. [1]
Pequeña mini serie a la que no pondré aparte o haré mil episodios como con Complicado. Fantasía, drama y romance corto. Cuento.
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Érase una vez, en tierras lejanas, dos reinos que estaban en constante conflicto. Durante años, los reyes y generales intentaron negociar la paz, pero los agravios del pasado siempre resurgían como brasas en un incendio. En medio de esta discordia, un tercer poder surgía desde las sombras: el Rey Brujo, una figura temida en ambos reinos. Con su magia oscura y su ejército de criaturas leales, extendió su influencia, avivando la enemistad entre los dos reinos para mantenerlos divididos y débiles.
Para sellar una alianza, los reyes de ambas tierras comprometieron a sus hijos desde pequeños: la dulce princesa Izumi y el valiente príncipe Shōto, el menor del linaje Todoroki. Los años pasaron, pero antes de que el compromiso pudiera cumplirse, una tragedia golpeó. Una noche oscura, una maldición cayó sobre Izumi. Mientras dormía en su lecho, fue arrebatada por un misterioso hechicero y encerrada en una torre lejana donde dormiría eternamente. Nadie sabía cómo romper el hechizo, pero las antiguas profecías hablaban de un "beso de amor verdadero", dado que el amor siempre triunfa sobre el mal.
El príncipe Shōto, decidido a cumplir con su deber y movido por un sentido de responsabilidad, partió en una travesía para salvarla. Su corazón no estaba lleno de amor por Izumi, pues apenas la conocía, pero creía que era lo correcto al tratarse de su futura esposa. En su viaje, el destino lo llevó a un bosque encantado, donde encontró a un extraño hombre que parecía tan fuera de lugar como fascinante.
Este hombre, que se hacía llamar Katsuki, tenía un aire misterioso y ojos que reflejaban la sabiduría de mil inviernos como la más ardiente de las flamas. Ayudó a Shōto a enfrentarse a las criaturas mágicas del bosque y le ofreció consejo, aunque sus palabras siempre parecían esconder un significado más profundo. A medida que viajaban juntos, Shōto comenzó a sentirse atraído por Katsuki. Había algo en su presencia, en la intensidad de su mirada y en la forma en que hablaba con él, que encendía algo nuevo y desconocido en su pecho.
Katsuki, por su parte, observaba al príncipe con creciente curiosidad. Había esperado encontrarse con un joven arrogante y superficial, un típico hijo de reyes, pero en cambio descubrió a alguien valiente y honesto, que cargaba con el peso de expectativas que no había elegido. Sin darse cuenta, el corazón del Rey Brujo empezó a latir a favor de las sonrisas de Shōto, pues Katsuki era en realidad el hechicero que había maldecido a Izumi derivado a un viejo rencor.
El viaje estuvo lleno de peligros, pero también de momentos compartidos. Shōto y Katsuki se acercaron, y en sus conversaciones bajo las estrellas, el príncipe habló de sus dudas, de su deseo de ser más que un símbolo de un tratado. Katsuki escuchó con una empatía que lo sorprendió a sí mismo, extrañado de consolar a aquel que consideró su enemigo. Por primera vez en siglos, el Rey Brujo experimentó lo que era sentir algo parecido al amor.
Cuando finalmente llegaron a la torre, Katsuki dudó. Quería confesar su verdadera identidad, pero temía el rechazo. En lugar de eso, ayudó a Shōto a abrirse camino hasta la princesa. “Haz lo que viniste a hacer,” dijo, tratando de ocultar el dolor en su voz.
Shōto subió las escaleras y encontró a Izumi dormida en su lecho, tan hermosa como decían las historias. Recordando su deber, se inclinó y depositó un beso en sus labios. La princesa despertó, y en ese instante, el hechizo se rompió.
Pero con el despertar de Izumi, algo más se rompió: el corazón de Katsuki. Desde las sombras, observó cómo la princesa miraba al príncipe con ojos llenos de amor y gratitud. Shōto, aunque confundido por la intensidad de sus propios sentimientos, tomó la mano de Izumi, sabiendo que su deber estaba cumplido.
Sin decir una palabra, Katsuki desapareció en un torbellino de sombras. Cuando Shōto se dio cuenta de su ausencia, una punzada de pérdida lo atravesó, pero no pudo perseguirlo. Tenía un reino que salvar y un compromiso que honrar.
Mientras tanto, en su torre, el Rey Brujo reflexionaba sobre su locura. Había esperado que alguien como Shōto pudiera amarlo, que viera más allá de su magia y sus errores, pero se había equivocado. El amor verdadero no era para alguien como él. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, no podía olvidar las palabras y las miradas que había compartido con el príncipe.
Pero era demasiado tarde, porque los héroes se relacionan con los buenos y los villanos con los malos, así que por más que su corazón se agriete, jamás podrá conseguir aquello que llaman final feliz.
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