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Prefacio.

Prefacio.

La suave brisa acariciaba mi rostro mientras observaba las peculiares flores de los jardines del castillo. Eran muy diferentes en cuanto al color y forma de las que soléis ver en vuestro mundo.

La gravedad en Solap también era diferente a la de la tierra, la gente se movía con majestuosidad, como pudiesen andar sobre las nubes, con elegancia y esmero.

El olor era singular, pero familiar, pues una parte de mí conocía perfectamente ese agradable aroma a jazmín.

Bajé la mirada, tan pronto como escuché las voces de aquellos dos guardianes, dejando de prestar atención al bello bosque que rodeaba el castillo.

Me agarré al borde de la muralla que rodeaba los altos Sorerom, con grandes hojas azules, porque la vegetación en aquel lugar, era de ese singular color. Sonreí, fijándome en los bellos frutos rojos que ese precioso árbol daba. Sarom. Eran de un sabor amargo, pero a medida que los masticaba, se volvían dulces. Me hacían recordar a las moras, incluso... si lo pensaba, eran ellas... solo que dichas al revés.

–Princesa – llamó la voz de una de las sirvientas reales, a mis espaldas, haciendo que me fijase en ella un momento. Esa bonita muchacha de cabellos rubios, ojos verdes, y vestimenta verdosa, estaba destinada a ser la esposa de aquel al que amaba. Su nombre era Ainos.

Me pasó de largo y se dirigió hacia los guardianes, mientras yo los observaba desde lejos.

Había vuelto a casa, pero ... ¿a qué precio? Tuve que borrar los recuerdos de todos los que conocía, crear una ilusión en los ciudadanos de nuestro mundo, y fingir que nada había pasado. Quizás eso fue lo más duro, tener que fingir que no sentía nada, cuando en realidad... lo sentía todo.

Su hermano le guiñó un ojo, justo cuando Ainos llegó hasta él, cediéndole el vaso jugo de frutas. Él lo agradeció, y bebió un largo sorbo, sonriendo después a la criada.

–Vuestro hermano me dijo que aún no habéis elegido mujer que traiga a vuestro hijo a este mundo – comentó ella, haciendo que él perdiese la sonrisa, dejando de prestar atención al recién exprimido Nomil – dadme a mí esa dicha, joven Hakon – tragó saliva, sin saber qué responder, bebiendo el resto de aquel mejunje, fijándose entonces en la princesa que los espiaba.

Bajé la mirada, con rapidez, al sentirme descubierta, incluso me di la vuelta, con la intención de marcharme. No podía permitirme a mí misma seguir espiándole, hacerme daño con todo aquello.

–¿Qué decís? – insistió la joven, haciendo que él dejase de mirar hacia mí, y volviese a dirigirse hacia ella.

–Lo pensaré – contestó, con indiferencia, sin ningún tipo de sentimiento en su interior.

–¿Acaso ya os lo han propuesto? – quiso saber ella, mientras él negaba con la cabeza, para luego dejar el vaso vacío sobre sus ásperas manos, marchándose hacia las mazmorras, sin más.

Atravesé el jardín, entré en palacio, caminé por el largo pasillo, bajé las escaleras y volví a perderme por esas largas hileras, hasta llegar a las cocinas, el único lugar en el que solía sentirme a salvo. Me dejé caer sobre la pared de la alacena, y giré la cabeza para mirar hacia el lugar en el que hacía ya mucho tiempo él y yo nos encontramos por primera vez.

«Llenaba una tinaja de oro con un poco de agua de la gran cuba de barro que había en la estancia, sólo disponible para la realeza, mientras él entraba en la estancia, asustándome, aunque fingí no darme cuenta de su presencia, ni siquiera levanté la vista cuando se detuvo junto a mí.

–Una princesa no debería hacer eso – levantó la mano, agarrando el cazo con el que vertía agua – dejad que os sirva.

No dije nada, ni siquiera le devolví la mirada, aunque podía sentir la suya quemándome la piel, dejando luego el cazo en el interior de la cuba, sujeta en el borde.

–Gracias – agradecí, para luego agarrar la tinaja, más que dispuesta a marcharme, atreviéndome a mirarle sólo una vez, observando su gran sonrisa. Me di la vuelta con rapidez, histérica, marchándome a mis aposentos.»

En aquella época tan sólo tenía 15 años, y fue entonces cuando comencé a tener sentimientos por alguien que no me correspondía.

Mi corazón dolía, aunque solía calmarlo a menudo, pensando en la vida que él podría tener, en lo feliz que sería al conseguir un hijo de su sangre, siguiendo con aquella vida bélica que adoraba.

Mis ojos se llenaron de lágrimas en seguida, al pensar en las atrocidades que había tenido que hacer para llegar a dónde estaba, los tratos que tuve que hacer, el hechizo que desplegué, sin saberlo, para cautivar el corazón del hombre al que amaba. No era digna de estar allí, viva, pues alguien que podía tener tal poder no merecía absolutamente nada.

–Princesa Nemrac – llamó Belkam, sorprendiéndose de encontrarme allí. Levanté la vista para mirarle. Tenía rasgos muy parecidos a los de su hermano. Dejé escapar un par de lágrimas, preocupándole – ¿no se encuentra bien? ¿Debería llamar al médico real? – negué con la cabeza, limpiando mis lágrimas – princesa, vos... no deberíais estar en un lugar cómo este.

–Quería una jarra de agua – mentí, observando como él abría la despensa, sacando una tinaja de metal, acercándose a la tina, más que dispuesto a llenarla. Sin lugar a dudas, era mucho más apuesto que su hermano, cualquier otra se habría fijado antes en él, incluso era más amable y considerado con las mujeres. Pero... fue Hakon el que siempre llamó mi atención, desde el principio.

–Princesa Nemrac – levanté la vista, observando la tinaja que Belkam me daba – ¿puedo hacer alguna otra cosa más, por usted? – negué con la cabeza, agarrando el recipiente plateado, para luego marcharme de nuevo a mis aposentos, cruzándome por el camino con mi padre, que ni siquiera se dignó a mirarme. Había olvidado que las mujeres en aquella época éramos basura, simples esclavas que no merecíamos más que servir a los dioses.

Entré en la habitación, dejé la tinaja sobre la cómoda, y me adentré en mis aposentos. A medida que lo hacía me daba cuenta de que no estaba sola, Nacrol se encontraba allí, sentando en mi sillón, comiéndose una anaznam (una fruta similar a las manzanas, pero con un toque dulce. De color beige por fuera y roja o verde por dentro).

Me hizo una señal para que me acercase y lo hice, sentándome junto a él, en el otro sillón, y jugué con mis manos, nerviosa, tocándome una y otra vez el borde de mis uñas, comprobando su largura, que era más bien escasa.

–Nuestra madre y la diosa tienen planes para ti... – comenzó, asentí, sin decir nada, sin mirarle aún – ... pero lo estropearás todo si sigues actuando así, yendo de un lado para otro, como un alma en pena – me mantuve en silencio, hasta que él agarró mi brazo – Hakon tendrá una vida plena, vivirá como si nunca te hubiese conocido y ... – dos lagrimones cayeron, sin que hubiese podido hacer nada por remediarlo – si sabías que iba a ser tan difícil, ¿por qué no lo retuviste a tu lado un poco más?

–Supongo que estaba cansada de engañarme a mí misma – contesté, dejando que mis lágrimas siguiesen su camino, una tras otra, sin intención de detenerme – retener a alguien por medio de un hechizo ... – me detuve, incapaz de continuar, dejando escapar mi dolor, dejando que mi llanto inundase la habitación.

–Serás libre cuando todo esto acabe, quizás entonces puedas...

–¿Por qué pensasteis que yo podría hacerlo? – pregunté, aterrada, sintiendo aquella opresión en mi pecho, que apenas me deja respirar. Poniéndome en pie, rígida, con los puños apretados, molesta por aquella situación de mierda – ¿por qué ni siquiera me preguntasteis si quería hacerlo? ¡No soy tan fuerte! ¡No quiero hacerlo! – se levantó y me siguió hasta que llegué al balcón, acercándose a mí, despacio, limpiando mis lágrimas, abrazándome sin más.

Me aferré a aquel abrazo con uñas y dientes, descargando mi llanto de nuevo, sobre su hombro, aterrorizada por el dolor que sentía en mi interior. Perder a alguien al que se ama dolía horrores, pero perder a alguien con el que viviste una mentira duele incluso más. Me sentía tan ultrajada, como si me hubiesen robado la voluntad, la razón de existir.

–Eres la única que puede hacerlo, la única que tiene dentro los poderes de una diosa. Podrás acabar con los dioses de la luna, traer la paz a nuestro pueblo.

–¿Y mi paz? ¿quién va a devolvérmela, cuando he sido capaz de obligar a alguien a amarme en contra de su voluntad? – me aparté, mientras él intentaba llegar a mí, pero no le dejé. – ¡Soy un monstruo, Nacrol! – negó, intentando calmarme. – ¿Qué clase de lunática soy, que ni siquiera puede controlar sus poderes?

–Sólo necesitas un catalizador – me calmó.

–No, yo soy el catalizador de la magia de esa diosa – contesté, al recordar las palabras que él me dijo en la cueva del rey Salomón, antes de que tomase mi lugar – pero este recipiente está podrido, soy malvada, ¿cómo si no podría haberle hecho eso a Hakon?


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