Capítulo 6 - El ritual de las musas.
Los tambores resonaban en aquella noche oscura, en la plaza, frente al templo de las tres lunas, en la gran hoguera del ritual de iniciación.
Vestida con un largo vestido blanco, de transparencias, el cabello suelto, con una cítara sobre la cabeza, en tono dorado, y la cara repleta de miles de símbolos pintados con diferentes colores, más que dispuesta a aceptar mi destino.
Todo ciudadano de Solap estaba allí, más que dispuesto a presenciar el ritual de iniciación de las 6 princesas que serían las nuevas musas del templo de las tres lunas.
Levanté la vista, mirando a mi alrededor, observando a Nacrol, con la mirada cabizbaja. Sabía cuánto odiaba él ese tipo de rituales, la forma cruel en la que los nuestros trataban a las mujeres. Pero era algo necesario para lo que se avecinaba, eran nuestras costumbres. Evité mirar hacia Hakon, pero terminé haciéndolo. Lucía ocupado, hablando con su hermano sobre algo, así que ni siquiera se percató de que le miraba, cosa que agradecí.
La princesa Rehtse iba delante de mí, se preparó para ser marcada, con el hierro ardiendo con aquella estrella formada por dos triángulos, ese que, al ser grabado de esa manera, nos convertía en propiedad de aquellos dioses supremos.
La muchacha gritó, adolorida, para luego introducirse en la tinaja llena de aquel mejunje dorado, cuando salió no había ni rastro de sus ropas, se encontraba completamente desnuda, y la marca de su brazo brillaba de una forma especial.
Filius se acercó a ella, dejando su cetro sostenido en el aire, justo al lado de su trono, y al caminar lo hizo como si en lugar de caminar estuviese pisando sobre el aire, de forma majestuosa y con lentitud.
–Vuestro nombre, querida – pidió.
–Rehtser, princesa de Adibar Al – contestó, bajando la cabeza, evitando el contacto visual con su nuevo señor.
–¿Cuál es la ofrenda que haces a tus dueños? – quiso saber, mientras ella tragaba saliva, pensando en ello un momento.
–Mi cuerpo, mi señor – dijo la muchacha – pongo a disposición mi cuerpo siempre que lo deseéis – el hombre sonrió, complacido, dejando caer la mano sobre el pecho izquierdo de la muchacha, haciendo que esta cerrase los ojos, aterrada, mientras él lo apretaba, marcándola como su favorita.
Tragué saliva, en cuanto la joven entró en el templo de las tres lunas, dándome cuenta de que era mi turno.
Me acerqué al desollador, y dejé que marcase la piel desnuda de mi muslo, para luego caminar con dificultad hacia la tinaja, introducirme en ella, y dejar que me despojase de mis ropas, al salir, completamente desnuda, fue Aknos quién me recibía, con una sonrisa de oreja a oreja.
–Princesa Nemrac – me saludó. Él me conocía bien, siempre supe que deseaba que llegase el día en el que la princesa cumpliese la mayoría de edad, para poder acostarse con ella, sin romper las reglas de nuestro mundo – como nuevo dueño y señor, yo elegiré vuestra ofrenda – abrí mucho los ojos, aterrada, pues algo así se suponía que no debía de suceder – renunciareis a vuestras salidas, no abandonareis el templo bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para hacer recados – tragué saliva, sin saber qué decir – os convertiréis en la nueva Némesis – (Cuidadora de los hilos del destino).
Algo así se suponía que no debería suceder, pero sucedió, y nadie estaba dispuesto a hacer nada para contradecir al dios supremo. Tragué saliva, aterrorizada, observando a la tercera princesa avanzar hacia el desollador, y entendí que tenía que entrar al templo.
Aquel lugar resultó ser incluso más aterrador de lo que esperaba. Las musas eran tratadas como carnaza, aquellos tres dioses se turnaban a mis compañeras para que le hiciesen felaciones, para practicar sexo duro, o incluso para impartirles dolor antes de ser tomadas contra su voluntad.
Yo corrí más suerte que el resto, al ser considerada la Némesis sólo me miraban, mientras daba vueltas por los hilos del destino, dejando caer un poco de Nem cuando el hilo estaba seco de él, para que siguiese retorciéndose tomando los destinos que habían sido diseñados por aquellos dioses.
Aunque no me tocaban, si me ganaba alguna que otra mirada lasciva por parte de Aknos el dios que había propiciado mi destino allí. Era alto, moreno, grande, con mucho bello en el cuerpo, y no parecía tener más de 33 años humanos.
Aquella tarde, cuando entré en sus aposentos como cada mañana, a dejar las estimaciones sobre la mesa, le encontré allí, sentado en su sillón, completamente desnudo, mientras Airam le hacía una felación.
La forma en la que me miró cuando me descubrió me desarmó, abrí mucho los ojos, dejando la vasija con Sis sobre la mesa, e hice el amago de marcharme, escuchándole entonces.
–Nemrac – me llamó, con la voz marcada por el deseo, mientras mi compañera seguía haciéndole aquello, en contra de su voluntad. Tragué saliva, dándome la vuelta, observándole, haciéndome una señal para que me acercase – tu no pares – le ordenó a Airam, mientras yo me acercaba a ambos – Eso es... ¡Ah! Para – la agarró del cuello, apartándola de él, fijándose entonces en mí, para luego hacer un giro con el brazo, cortándole la respiración a mi compañera, haciendo que fuese palideciendo más y más, mientras yo solo observaba la escena sin saber qué decir, soltándola al fin, permitiéndole vivir – no olvides la benevolencia de tu señor, esta vez – la muchacha asintió, aterrada, marchándose sin más, mientras yo temía por mi propia existencia – desnúdate. Quiero ver el cuerpo desnudo de mi sierva Nemesis – tragué saliva, pero le obedecí al instante. Dejé caer la túnica roja que me vestía y me presenté ante él, como dios me trajo al mundo – mira esto... – acarició la marca que tenía en la pierna, la que indicaba que era de su propiedad – ... tu piel es tan suave... – recorrió mi cuerpo con su mirada lasciva, sin atreverse a tocarlo, por todas partes, altamente deseoso de hacerlo. – Mis hermanos piensan que los cuerpos de las hembras son todos iguales, pero ... cada uno presenta sus propias peculiaridades – agarró mi mano, con su mano libre, tirando de mí, sentándome sobre él. Me estremecí, aterrada, por lo que ese dios pudiese hacerme, e hice lo posible por mantener la calma. Se suponía que no podía tocarme, esa eran las reglas del templo, las Nemesis eran las únicas a las que no podían poseer. Me di cuenta en seguida de que a él parecían darle igual esas reglas, pues se aferró a mi trasero enseguida, apretándome contra él. Si no hacía algo pronto terminaría poseyéndome de esa forma que sólo permití a Hakon, y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir – guarda silencio, Nemesis – me llamó, sacándome de mis pensamientos, logrando hacer lo que los amantes solían hacer en la intimidad.
El terror y la angustia que sentía en aquel momento, hicieron que mi magia saliese al exterior, contaminando la realidad.
Me levanté y le apreté del cuello, distorsionando la verdad, haciendo que viese algo totalmente distinto, mientras clavaba mis uñas en su piel, tan fuerte que creí que iba a penetrarla. Por supuesto él no lució ni un poco preocupado, pues las imágenes que estaba poniendo en su mente se lo impedían. Gimió, de forma entrecortada, al sentir como nuestros sexos se abrazaban, haciendo aquello que él había deseado durante toda su existencia.
–Sois muy fogosa, Nemrac – me dijo, cuando le hice creer que abría la boca para disfrutar, descolocándole por completo. Se suponía que lo hacía en contra de mi voluntad, que no debía gustarme, pero iba a mostrarle que lo hacía, para poder hacer con él lo que me diese la gana. Estaba hechizando a uno de los más poderosos dioses de nuestro mundo.
Agarró mi mano libre, haciendo que dejase de apretar su piel, concentrándome sólo en la alucinación, acercándome a él, besándome con desesperación, haciendo que estuviese a punto de perder la conexión, pero conseguí recuperarme, echarme hacia atrás, y fingir que aún le besaba.
–¿Os hacéis una idea de lo mucho que os deseaba? – preguntó, justo cuando creía llegar al éxtasis final, viéndome justo como estaba, en la realidad, sentada sobre él. Sonrió, divertido – os deseo tanto aún, que ni siquiera habéis logrado calmarme.
–¿Desde hace cuánto me deseabais, mi señor? – quise saber, haciéndole ver en su mente que volvíamos a hacer aquel acto íntimo.
–Erais sólo una niña en vuestro catorce cumpleaños, apenas estabais desarrollada y os encantaba romper las reglas – gemí, como si yo también estuviese disfrutando, haciendo que él me besase, aferrándose a mis labios con tanta fiereza que incluso me olvidé del hechizo, y sentí sus manos aferrándose a mis nalgas, volviendo a entrar en mi interior, aquella vez de verdad.
Intenté volver a controlar la situación, pero por alguna extraña razón no estaba funcionando, y él estaba notando que algo distinto ocurría, por lo que terminó poniéndose en pie, tirándome sobre la cama, haciendo que cayese sobre ella boca abajo, sintiéndole sobre mí.
Traté de crear una alucinación de aquel momento, justo lo estaba logrando, cuando sentí sus manos aferrándose a mis pechos, volviendo a traerme a la realidad, desconcentrándome.
–Sabía que algún día os tendría a mi merced, aquí, en mi cama – dio una leve cachetada a mi trasero, haciéndome despertar de nuevo. ¡Oh Dios! Tenía que controlar la situación, o sería el fin – justo como ahora... – la forma en la que me tomaba me sorprendió tanto que perdí la respiración por unos minutos, mientras él seguía haciéndome aquello, mordiendo mi hombro con cada embestida, mientras yo apretaba mis labios, incapaz de reaccionar. Me apretaba cada vez más, buscando una reacción por mi parte, pero sólo mis silenciosas lágrimas emborronaban la escena – esperaba resistencia, dolor y suplicas... – tragué saliva, aterrada – pero parece que sois demasiado traviesa... – agarró mi cuello, por detrás, apretándome contra la cama, sin darme tregua. Intenté soltarme, sin éxito – romper las reglas y escaparos de palacio es una cosa, pero ... entregar vuestro cuerpo a un hombre que no sea uno de vuestros dueños está mal, princesa.
¡Mierda!
Me había descubierto.
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