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Capítulo 4 - El lago.


En el bosque sur de Solap, junto al lado de los peces Tirit, una joven de cabellos rubios y vestido blanco se encontraba, no era humana, y tampoco real, sólo una alucinación que una princesa como yo podía ver.

La magia salía de mi alrededor, en forma de pequeñas motas de luz que rodeaban la escena, mientras mi mentora sonreía, como si estuviese logrando dominarla.

–Pronto serás enviada con mis hermanos – aseguró, dejando de prestar atención a la forma en la que el viento mecía aquellas pequeñas luciérnagas blancas – pronto se celebrará el ritual de despedida.

–Estoy preparada – contesté, calmada, dejando caer las manos, haciendo que todo a nuestro alrededor cesase.

–Alguien se acerca – dijo Elin en mi mente. Sonreí, viéndole en mi mente, caminando por el bosque, con su hacha en mano, completamente solo, avanzando hacia el lugar en el que nos encontrábamos.

Levanté la mano, justo a tiempo, creando un hechizo de confusión, para que él no pudiese vernos, dirigiendo los dedos a mis labios, indicándole a la diosa que debía guardar silencio. La mujer desapareció, dejándome a solas.

Hakon se acercó al lago, pasando por delante de mí, dejando el hacha en el suelo, en la orilla, echando una leve ojeada a su alrededor, para luego comenzar a desvestirse.

¡Maldita sea! Iba a bañarse en el lago. Eso me traía recuerdos del pasado...

«Una joven de cabellos castaños, molesta con las decisiones de su propio hermano, caminaba por el bosque, ocupada con sus propios pensamientos, con aquel vestido rosa pastel adornando su cuerpo, desobedeciendo las reglas de la realeza.

Se suponía que no podía salir de palacio, pero allí estaba, junto al lago, escuchando un leve chapoteo, girándome por completo, fijando la vista en aquel que me había dado un susto de muerte. Era Hakon.

Me acerqué, despacio, a la orilla, intentando no hacer demasiado ruido, observándole, con cautela, pues le conocía, era mi protector.

Tragué saliva, sin saber qué decir, en cuanto me sentí descubierta, con su mirada fija en la mía.

–¡Princesa Nemrac! – exclamó al verse descubierto por mí, haciéndome tragar saliva, histérica al verle así, desnudo de la parte de arriba, metido en el lago. Me fijé en sus ropas, que descansaban en la orilla, y en su arma, que le seguía a todas partes – se supone que la princesa no puede salir de palacio.

–Necesitaba... – me detuve cuando le vi salir del agua, sin absolutamente nada de ropa en la parte de abajo, pero me obligué a mí misma a mirar hacia su rostro. Jamás en mi vida había visto a un hombre desnudo, así que estaba... aterrada.

–Os llevaré de vuelta a palacio – aseguró – ni siquiera sabéis que tipo de peligros acechan nuestras tierras – negué con la cabeza, en señal de que iba a ser tozuda aquella vez. – Princesa – me llamó, haciendo que me diese cuenta de que se encontraba delante de mí, colocándose sus ropas de la parte de abajo, divertido. Me daba igual lo que estuviese haciendo, sólo podía fijarme en el medallón que colgaba de su cuello, era el que solían llevar los hombres de categoría cinco, el triángulo con el ojo en medio, el ojo que todo lo ve.

–¿Qué es...? – comencé, en acto reflejo, levantando la mano para acariciar con las yemas de los dedos su colgante, haciéndolo también, sin apenas pretenderlo con su piel.

Agarró mi muñeca, sin tan siquiera pretenderlo y me miró molesto. ¿Cómo me había atrevido a hacer algo así? Las mujeres no podíamos tocar a los hombres sin permiso, así que... ¿cómo se me había ocurrido hacerlo sin más?

–Yo no... – me disculpé, o lo intenté, pues al mirar de nuevo hacia sus ojos, me di cuenta de que no podía quitar sus ojos de mí, maravillado por algo que desconocía.

–Este bosque está lleno de peligros – insistió, soltándome al fin, como si acabase de salir de su hipnotismo, quitándose su medallón, colocándomelo ante mi sorpresa, pues nadie jamás había hecho algo así. Tragué saliva, aterrada – el ojo que todo lo ve te protegerá – no entendía que era lo que estaba sucediendo, pero no me quejé, ni siquiera cuando agarró mis manos, sin previo aviso, entrelazándolas con las suyas, y comenzó a andar, de espaldas, tirando de mí hacia el lago – un hechizo de protección – explicó, indicándome que era lo que iba a hacer. Asentí, como si confiase en él, fijándome en la forma en la que nuestras manos se unían. Jamás había sentido algo así, su áspera piel tocando la suavidad de la mía.

–Hakon – le llamé, justo cuando vi sus intenciones de ahogarme para sellar el hechizo que estaba conjurando. Pero me hizo caso omiso, introduciéndome por entera en el agua, para luego sacarme con calma.

–Ahora estáis a salvo – me calmó, frente a mí, quitándome su colgante, para volver a colocarlo en su lugar, mientras una leve luz quedaba reflejada en mi pecho, como dibujada, con la misma forma que ese colgante, que fue desapareciendo poco a poco.

–¿Qué es lo que habéis hecho? – me quejé, acariciando la piel, justo en el lugar donde había estado dibujado ese símbolo. Estaba asustada, por eso, cuando sentí su dedo en mi mejilla me sentí tan perdida. Quizás porque era la primera vez que él se atrevía a hacer algo así.

–Jamás haría algo que os hiciese daño – contestó, mientras yo levantaba la vista, fijándome en sus preciosos ojos claros – fui elegido por los dioses de la luna para ser vuestro protector... - dejé de escucharle en cuanto me fijé en sus preciosos labios carnosos, y en lo mucho que me apetecía besarlos. Debí volverme loca para hacerlo, para cometer aquella locura que empezó aquello que terminaría en tragedia.

Uní mis labios a los suyos, sin tan siquiera pensar en lo que estaba haciendo, dejándole tan sorprendido, que ni siquiera respondió al roce, permaneció impasible, hasta que me separé. La forma en la que me miró después de eso fue lo que me quitó el aliento, dejándome desnuda, desamparada, frente a un hombre, por primera vez en mi vida.

Acarició mis labios, con su pulgar, haciendo que cerrase los ojos, con el corazón agitado, incluso que me faltase el aliento. Sus labios no se hicieron esperar, aferrándose a los míos, como jamás pensé que pudiese suceder.»


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