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Capítulo 12 - Destino.


Agarró de forma correcta a nuestra hija, entre sus brazos, con sumo cuidado, y caminó hacia mí, acortando nuestras distancias, con una gran sonrisa. Se había enamorado de ella, de eso no me quedaba ninguna duda.

La escena me parecía digna de una estampa, lo apuesto que él estaba desde aquel punto, con nuestra hija entre sus brazos, tanto, que incluso me olvidé de que mi decisión de morir no lo abarcaba a él, en lo absoluto.

Depositó a aquel pequeño ser sobre mi regazo, haciendo que me fijase en ella. Era incluso más bonita de lo que jamás pensé que sería. Sonreí, como una tonta, fijándome en cada detalle de su rostro, en sus preciosos ojitos que se fundían con los míos, esos preciosos ojos verdes, y su escaso cabello moreno, sonriéndome, ilusionada de conocerme al fin.

–¿Elin? – pregunté, observando como ella asentía, tocando las palmas de sus manos, emocionada de estar allí, frente a las dos personas que le habían dado la vida. La observé sin poder quitar los ojos de ella, era tan bonita, que me parecía imposible no hacerlo, durante tanto tiempo, que ni siquiera me di cuenta de que mis padres entraban en la habitación, fijándose en la familia que había creado.

Mi pequeña levantó su manita, apoyándola sobre mi pecho, irradiando una magia pura y curativa, que calentó mi corazón, haciéndome comprender qué era lo que había sucedido. Había sido ella, la que me había salvado la vida, no tenía ninguna duda sobre ello.

–No querías crecer sin tu mamá, ¿verdad? – pensé, observando como ella levantaba la vista para observarme, de nuevo, como si entendiese lo que acababa de decirle. Tan sólo me miró, embobada, durante un buen tiempo, para luego romper esa conexión al escuchar la voz de mi padre, fijándose en su abundante barba, sorprendiéndose.

–Lorcan – llamó mi madre hacia mi hermano, haciendo que este dejase de babear por su sobrina. Os prometo que era imposible no hacerlo, era un bebé realmente bello – ve a preparar el coche.

–Eso no será necesario – dijo Hakon, haciendo que recordase que él estaba allí, y ni siquiera habíamos hablado aún – nosotros nos marcharemos ahora.

–¿Qué os marcharéis? – preguntaba mi padre, sin dar crédito – ¿a dónde vas a llevarte a mi hija y a mi nieta? ¿Pretendes volver a apartarla de mi lado? – se avecinaba una disputa que duraría algún tiempo, pero yo estaba demasiado cansada de luchar.

–No voy a volver, Hakon – declaré, haciendo que todos pusiesen los ojos en mí, por la familiaridad por la que yo le hablaba, y era algo normal, pues, según habían adivinado, él era el padre de mi hija – mi lugar está aquí, con mi familia.

–Vuestro lugar está en Solap, con vuestro pueblo y ... – negué con la cabeza, levantando la vista para observarle – Helena...

–Es Carmen ahora – contesté, haciendo que él negase con la cabeza, como si no pudiese aceptar aquella respuesta. Sonreí, tragando saliva, levantándome de la cama, parecía irreal que acabase de parir, cuando no tenía ni un poco de dolor. Elin siempre fue capaz de sanar cualquier tipo de dolencia, era una niña increíble, ya en aquel entonces. Dejé a mi pequeña en los brazos de su abuela y le hice una señal a mi padre para que se mantuviese calmado – necesito un momento, id bajando vosotros – mi familia asintió, dejándonos a solas a Hakon y a mí, y entonces me posicioné frente a él, con aquella bata de hospital.

–No – contestó, antes si quiera de que se lo hubiese pedido – no voy a marcharme sin vos, sin mi hija... – apoyé mi mano en su mejilla y acaricié esta con mis dedos, con lágrimas en los ojos, dejando caer la mirada un momento antes de despedirme del único hombre al que amé en las dos vidas que la diosa me había dejado vivir.

–Sois un buen hombre, Hakon el guerrero – mis lágrimas cayeron y él se preocupó tanto de que aquello fuese una despedida, que empezó a negar, cada vez más rápido, dejando escapar sus propias lágrimas – es hora de que volváis a casa.

–No sin ti – dejé caer la mano, y sentí su frente sobre la mía, aterrada, porque una parte de mí aún se resistía a dejarle marchar – no quiero volver a un mundo en el que no puedo teneros. – aferró mi mano a la suya, y la acarició.

–Nuestro destino nunca fue el de estar juntos – reconocí, dejando escapar algunas lágrimas más, afligida – siempre fui un dolor de cabeza para vos, siempre os pesó ser elegido como protector de la princesa.

–Siempre fui un hombre de acción, eso es cierto – contestó – desde muy niño fue lo único que conocí, fui educado para ello, pero ... – tragó saliva, aferrándose a mi mano libre, para que no pudiese huir – vos me enseñasteis que el mundo era mucho más que luchar en una guerra que nunca tenía fin. Mi visión del mundo cambió cuando os conocí – negué con la cabeza, horrorizada, porque me aterraba volver a dejarle entrar, perderle al final – hace mucho que mi vida dejó de tener sentido, y después de encontraros en este mundo... todo volvió a tenerlo.

–Ya no soy la princesa Nemrac – me quejé – no me siento como ella, no creo que pueda...

–Os amo – me cortó – en todas vuestras versiones.

Nuestros labios se unieron, y yo me sentí a salvo, como hacía mucho que no. Aquello derrumbó todos mis muros, y calmó todos mis miedos.

–¿Os quedaríais por mí, en este mundo? – pregunté, aun sin haberme alejado demasiado. Sonrió, mirando hacia mis labios.

–Por vos haría cualquier cosa – contestó, haciéndome sonreír – pero esta vez, quiero una promesa por vuestra parte – le miré, sin comprender – debéis dejar de privarme de mis recuerdos – sonreí, al darme cuenta de que volvía a bromear, justo como ese pirata que fue en antaño – podría haber soportado todo, pero mejor acordarme de que mi semilla estaba dentro de ti, para no andar siendo el hazmerreír de todo el pueblo – rompí a reír, divertida, perdiendo esta tan pronto como me di cuenta de la razón por la que lo hacía.

–Pensé que te había embrujado de alguna forma – sonrió.

–Oh, sí, lo has hecho, pero de forma metafórica – insistió – aunque... es raro, porque los hombres no podemos sentir amor. Los dioses nos quitan ese derecho al nacer.

–¿Sabes por qué lo hacen? – le pregunté, me miró, con atención, mientras yo acariciaba su mano, encantada por la forma en la que encajaban – fue porque la diosa creadora de todos nosotros, nos dotó con la única debilidad de amarnos, logrando que el hombre hiciese cualquier cosa por la mujer a la que ama. Los dioses de la luna siempre vieron ese sentimiento como una debilidad – él asintió, en señal de que lo entendía – te devolví ese sentimiento sin darme cuenta, Hakon, como hice con mi hermano, cuando era niña – tragó saliva, sonriéndome – nací con poderes, pero nunca lo supe.

–Yo siempre supe que eras especial, ¿cómo si no hubieses logrado que me enamorase de ti?

–Mi madre pidió ayuda a la diosa para quedarse en cinta, y ella tuvo que hacer un trato, dotándome con los poderes de la diosa, para que un día pudiese vengar su muerte – asintió.

–Así que ahora que eres una diosa, como yo... – comenzó, justo iba a cortarle, porque yo ya no tenía magia en mi interior, la gasté toda para acabar con los dioses de la luna, y para devolver a la diosa del destino a la vida, incluso acepté mi propia muerte. Si no hubiese sido por mi hija... ya lo estaría – ... podríamos hacer cualquier cosa – me llevó de nuevo con él, tele transportándome a un mundo que conocía bien, era la época pirata. Sonreí – o quizás aquí – volvimos a viajar en el tiempo, deteniéndonos en una fiesta en la calle, en una aldea vikinga. Sonreí.

–¿Y qué tal aquí? – pregunté yo, agarrándole de la camisa, viajando de nuevo, usando sus poderes, deteniéndonos en una discoteca con la música a todo volumen, haciendo que se asustase y yo rompiese a reír, al darme cuenta de que no había perdido mi don. Podía seguir robando magia de los que me rodeaban, pero también tenía el don de devolverla.

–El futuro – adivinó, mientras yo asentía, y él echaba una leve ojeada a nuestro alrededor – ¿por qué las mujeres llevan pantalones? - ¿eso era en lo único que podía fijarse? – Podemos crear un futuro juntos aquí, Helena – sonreí, ilusionada con aquella idea – pero sin mentiras, sin volver a borrar recuerdos. Uno se siente vacío cuando una parte de nosotros mismos sabe que ha perdido algo, sin poder recordar el qué - me besó entonces, metiendo sus manos entre mis cabellos, volviendo a convertirlos al rubio, haciéndome reír, porque sabía lo que estaba haciendo – no vuelvas a hacerlo nunca, mentirme, borrar mis recuerdos.

–Te amo – me atreví a decirle, por primera vez en mi existencia.

Hakon y yo aparecimos en el aparcamiento del hospital, cogidos de la mano, con una gran sonrisa en nuestros rostros, con él asombrándose al mirar hacia su alrededor, mirando hacia los coches, recordando nuestras conversaciones en el pasado, donde yo le conté al respecto.

–¿Cuál de todos es? – preguntó, señalando con su mirada hacia el coche. Sonreí – ¿Coche? – adivinó, asentí, justo cuando nos detuvimos frente al auto.

–¿Al final viene con nosotros? – quiso saber mamá. Asentí, abriendo la puerta, indicándole a Hakon que subiese. Me miró algo desconfiado, pero le indiqué que todo estaba bien, y entonces entró, sentándose junto a Lorcan, que sostenía al bebé entre sus brazos, en su cunita portátil.


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