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Capítulo 1 - El ritual de apareamiento.


El destino es una delgada línea que cada uno de nosotros tenemos dibujada al nacer. Los antiguos dicen que los dioses de las tres lunas son los únicos con el don de hacerlo. Durante años lo creí, las enseñanzas de nuestro pueblo... Pero, hoy día sé que no es más que un cuento para niños, no son esos tres seres los que eligen el destino de los mortales, hay algo más ahí fuera, algo que está por encima de todos nosotros, incluso por encima de esos imberbes dioses.

Antes veía muy lejos la opción de elegir un futuro distinto, pero en aquel momento, sabía que tenía opción de elegir. Esa diosa me lo dio, aunque por supuesto, poder elegir y querer hacerlo, son dos cosas bien distintas.

Elegir.

Me senté sobre el tronco del árbol, debajo de aquellas mustias flores que nos rodeaban, mientras la diosa seguía explicándole a Nacrol cuál era su misión en todo aquello. Yo, por supuesto, no podía participar en aquella conversación.

Había perdido mucho, había dejado escapar al único hombre que siempre lo significó todo, pero nunca tuve opción de elegirle, no cuando me había valido de una mentira para retenerle a mi lado.

Cuando todo empezó...

¿Cuándo empezó?

Me toqué la cabeza, intentando recordar, pues mis recuerdos aún se resistían a volver del todo.

Acaricié una pequeña flor que había crecido hacia mí, como si tratase de tocarme, y entonces lo vi, aquello que ansiaba recordar...

«Rodeaba el castillo, dejando atrás la celebración, después de que los grandes guerreros de mi padre volviesen de la batalla del norte. Guardianes, no necesitaba que regresasen para salvar a la princesa, no necesitaba que aquellos dos idiotas volviesen a cuidar de mí. Quizás a Belkam podría soportarle, pero no al prepotente de Hakon. Le odiaba.

Pronto unas risas, detrás del seto, me hicieron levantar la vista, descubriendo allí a uno de los protagonistas de la noche, aprovechándose de una de las criadas, mientras esta intentaba soltarse, ganándose una buena cachetada por su parte.

Un ruido al pisar una rama, hizo que aquel animal dejase a aquella joven, se colocase de forma correcta el pantalón y mirase hacia mí, molesto por haber sido interrumpido, mientras la joven se escapaba, después de hacerme una leve reverencia.

–Princesa – saludó él, con chulería, mientras yo le asesinaba con la mirada. Esa pose de seductor me daba asco, al igual que la tizne que cubría su rostro. Ni siquiera lo había lavado aún después de la batalla.

–Ya no estáis en la batalla – me atreví a decirle, por lo que levantó una ceja, sorprendido de que me atreviese a dirigirle la palabra. Tan sólo tenía quince años, y él dieciocho – no podéis aprovecharos de las mujeres de palacio...

–¿Ah no? – porfió él, dando un largo sorbo a la petaca que llevaba consigo. Se notaba a leguas que estaba algo borracho – ¿y quién va a impedírmelo, seréis vos?

–Seré yo – dijo mi hermano, justo detrás de mí, haciendo que él palideciese, y yo sonriese, satisfecha – no la mires así – le reprochó, llegando hasta él, para luego empujarle, dejándole claro cuál era su lugar – las princesas no pueden joder con cualquiera...

–Deja de hacer eso – se quejó él. Le miré, sin comprender, observando como aquellos dos se asesinaban con la mirada. – ¿Crees que vas a poder penetrar en mi mente sólo porque esté borracho?

–Eres una vergüenza para los de tu especie – espetó, haciendo que el otro riese a carcajadas, negando con la cabeza antes de mirar hacia mí – vuelves a palacio borracho, a tu propia fiesta de celebración – negó con la cabeza, sin quitar esa tonta sonrisa de su rostro – deberías sentirte orgulloso por ser el guardián de la princesa...

–Pero yo no quiero esta mierda – se quejó él, observándome con asco, molesto con todo aquello – no soy un puto guardián, soy un guerrero, el mejor en el campo de batalla.»

¿En qué momento ese palurdo egoísta se convirtió en otra persona? Porque el tipo que veía a diario, del que huía, no se parecía en lo absoluto a ese tipo.

–Nemrac – me llamó mi hermano. Levanté la vista para mirarle, y entonces le sentí, intentando penetrar en mi mente, sonreí, calmada, negando con la cabeza, en señal de que no iba a conseguirlo. – Esto es frustrante – se quejó. Sonreí y me giré para mirar hacia la diosa, no había ni rastro de ella – ha ido a meditar, las apariciones la cansan demasiado. Volvamos a casa, algo ha ocurrido – le miré, en busca de explicaciones, pues yo aún no podía dominar mis poderes tan bien como me gustaría. – Hakon ha pedido permiso para el ritual de apareamiento – mi mundo se detuvo en cuanto escuché esas palabras. Sabía exactamente lo que quería decir. El hombre al que amaba había elegido una mujer en la que plantar su semilla.

En el bosque de la sabiduría, frente al templo de las tres lunas, el ritual de apareamiento de uno de los protectores de la princesa Nemrac tenía lugar. Era ella misma, es decir, yo, la que tenía que bendecir aquel ritual, a pesar de lo mucho que eso me partía el alma, pero decidí hacía mucho que dejaría que tomase un camino distinto al mío, si con eso conseguía darle la libertad que él necesitaba.

Hakon con una fina camisa blanca, al igual que sus pantalones de lino, del mismo color, con la cabeza afeitada y el rostro afeitado, sin un pelo, se preparaba para aquel momento, agarrando las manos de la mujer que lo había elegido para darle un hijo, que fuese varón era su único deseo, para seguir prolongando su estirpe. Frente a él se hallaba ella, con cabellos dorados y ojos claros, feliz, de poder unir su destino, aunque fuese momentáneamente a aquel hombre, pues en cuanto diese a luz a su hijo, volvería a convertirse en una simple esclava, cómo era tradición entre nuestras gentes.

–Yo – comencé, haciendo que todas las miradas se posasen en mí, con el cuenco con la pintura dorada en mi poder, levantándolo en alto, para que los dioses lo bendijesen – Nemrac, hija de Racso, rey de Solap, doy consentimiento de buena fe... – metí dos dedos en aquella pasta dorada, dibujando un triángulo con un ojo en la frente de Hakon – ... para que el ritual de apareamiento tenga éxito... – pinté el mismo triángulo, sin nada en su interior en la frente de la muchacha – ... y dote al gran Hakon, el guerrero del norte, con la benevolencia de los dioses, para que Ainos, nuestra esclava de palacio, pueda engendrar el fruto de la vida en su vientre – coloqué el cuenco en mi cabeza, y levanté las manos hacia el cielo, cerrando los ojos, quedándome en silencio.

Luché con todas mis fuerzas para mantenerme impasible, recordando aquel recuerdo que había tenido días antes, a ese guerrero volviendo de batalla. ¿Cuándo se convirtió en alguien que estaría dispuesto a dar su vida por la princesa?

«Corría por el bosque, dejando atrás el lugar en el que solía ir a meditar, junto al río, después de ser descubierta por los nómadas del sur. Eran peligrosos, los únicos hombres que nacieron sin poderes, y se habían atrevido a contradecir los dictámenes de nuestro pueblo. Se ocultaban detrás de la cascada y vivían al margen de la ley.

Se suponía que jamás visitaban esa parte del bosque, o de lo contrario, serían cazados por los hombres de mi padre, pero en aquella ocasión, habían osado acercarse demasiado.

–¡Belkam! – grité hacia la nada, arrepintiéndome de haber salido en mitad de la noche del castillo, sin protección. – ¡BELKAM! – insistí, con toda la fuerza que mis cuerdas vocales me permitían, sintiendo entonces como mis pies se llenaban de agua. Miré hacia abajo, percatándome de que me había metido de lleno en un pequeño estanque, sin darme cuenta.

–Hola, preciosa – llamó uno de ellos, con lanza en mano, más que dispuesto a todo con tal de probar el sabor de una mujer. Negué con la cabeza, horrorizada, observando como todos los demás formaban un círculo a mi alrededor, aún sobre tierra firme.

Un leve bufido se escuchó en el lugar, haciendo que todos se detuviesen y mirasen hacia mí, sorprendidos. Dejé de prestar atención hacia mi alrededor y miré a mi lado. Allí, de pie, se encontraba Hakon. Ese estúpido que no hacía otra cosa más que maldecir su suerte al ver sido ordenado guardián.

–Pero mirad a quién tenemos aquí – dijo uno de ellos, con sorna – si es el gran Hakon, el guerrero legendario que acabó con la vida de cinco soltados Sesenolecrab.

–¡Matadlo! – gritó uno de aquellos bárbaros.

–Dejad que nos la llevemos – insistía el primero, negué con la cabeza, horrorizada – así ya no tendréis nada que proteger y podréis volver al frente... – tres de ellos emprendieron la marchar, entrando en aquella ciénaga, mientras él me escondía detrás de él, intentando salvarme.

–Alto – los detuvo, con la vista fija en aquellos hombres – dad un paso más y estáis muertos.

–No tienes suficiente poder para todos nosotros – añadió uno de ellos, mientras yo empezaba a tiritar, y él se preocupaba al respecto.

–No necesito derrotaros a todos – contestó – solo crear una distracción para poder escapar – añadió, para luego hacer su magia. Ni siquiera pude apreciar lo que ocurría a mi alrededor. Era como si una fuerza sobrenatural los elevase a todos por los aires, como si él nos estuviese haciendo ver todo aquello, cuando en realidad, los únicos que nos movíamos éramos nosotros, tele-transportándonos a los jardines que rodeaban el castillo. Levanté la vista entonces, fijándome en él, que lucía preocupado, fijándose en nuestro alrededor, como si algo no hubiese salido bien. – ¿Estáis bien? – quiso saber, observándome con atención. No dije nada, sólo le observé, porque era la primera vez en la que veía algo distinto en él. Ni siquiera sabía lo que era en aquel momento, pero ... era la primera vez que él se había preocupado por mi bienestar. – Contestadme – insistió, apoyando sus manos sobre mis hombros. Asentí, algo aturdida aún. – ¿En qué momento pensasteis que desobedecer una orden real era buena idea? – gritó, sorprendiéndome. – ¡Podrían haberos herido, podríais estar muerta! – dio un par de pasos hacia atrás, no podía creerme que me estuviese montando una escena. Él no era mi padre. ¿Quién se creía que era?

–¿Qué os importa? – me quejé, dándole la espalda, mirando hacia las dos lunas llenas que había en el hermoso cielo, y la tercera, naciente. Era hermoso. – Ellos tenían razón, si algo malo me sucede, podréis volver al campo de batalla... – me detuve al sentirle a mi lado, incluso acarició mi mano. Me fijé en ese punto y luego en él, pero él parecía estar absorto en las estrellas que iluminaban el cielo.

–La vida de una princesa es más valiosa de lo que creéis – contestó, dejando que sus pensamientos se expandieran y dejasen de atormentarle, por un momento – deberíais sentiros orgullosa, cuando cumpláis la mayoría de edad, os marcharéis a servir a los dioses del templo. Es un honor que muy pocos...

–¿Un honor? – retiré la mano con rapidez, asqueada. – ¿Un honor para quién? ¿Para ti? – me miró, con incredulidad, pues se suponía que las mujeres, las princesas, no podíamos hablar así al sexo contrario. – ¿Para mi padre? ¿sabes si quiera lo que seré para ellos? – Volví a mirar hacia las estrellas, intentando calmarme, no podía dejar que él viese que era distinta a las demás, que tenía miedo de cumplir mi cometido, que no quería ser entregada a unos hombres que podrían disfrutar de mi cuerpo cada día. Me centré en otra cosa, y terminé dando con un tema de conversación adecuado. – Dicen que los guerreros tienen la oportunidad de joder con sirvientas, después del campo de batalla – él no dijo nada, solo tragó saliva. – Los dioses del templo también tienen esa dicha, aunque ellos podrán hacerlo con princesas...

–Es tarde. Deberíais subir – asentí, sin decir nada más, dándome cuenta de que él no sentía absolutamente nada, no era más que un hombre con poderes, como todos los demás. Todos ellos pierden la opción de amar cuando nacen, después de la visita de los Dioses fundadores.»

Se suponía que ellos debían empezar a besarse, que los aplausos de nuestro pueblo aparecerían entonces, pero tras varios minutos esperando, nada sucedió. Así que abrí los ojos, observando a Ainos de rodillas, mientras él intentaba volver a ponerla en pie.

–Suficiente – dijo Aknos, bajándose de su trono, con su cetro en la mano, arrastrándolo por el suelo, caminando con tanta elegancia que parecía estar flotando, caminando sobre el aire, hasta llegar hasta nosotros. Agarró a Ainos del cuello y la levantó el mismo, mirándola con interés, incluso la olisqueó, pero la soltó pronto, el problema no parecía estar en ella, así que en aquella ocasión pidió, respetuosamente la mano de Hakon, observándola con interés, mirando luego hacia sus ojos. – ¿Habéis solicitado un ritual de apareamiento con anterioridad? – él lo observó, con incredulidad.

–Por supuesto que no – se quejó – en la guerra del norte nos dejaban joder con las esclavas, pero no estaba permitido plantar nuestra semilla en ellas – insistió – soy un buen lunático, respeto nuestras reglas, nuestras costumbres, mi señor.

–Intentémoslo de nuevo – pidió él, volviendo a colocar a la mujer frente a Hakon, pero en cuanto él hizo el amago de coger sus manos si quiera, la muchacha volvió a caer al suelo, haciendo que el dios entrase en cólera. – ¿Me estáis ocultando algo, Hakon? – quiso saber, estudiándolo con la mirada.

–No – contestó, con total tranquilidad, porque en su infinita sabiduría no conocía la verdad, yo misma la borré de su mente.

–No se os permite más de un hijo por guerrero – insistía el dios, haciendo que él mirase hacia su hermano, sin comprender lo que estaba sucediendo – son las leyes de nuestro mundo. Si el gran ojo que todo lo ve no os permite procrear con esta sierva, es porque vuestra semilla ya ha sido sembrada.

¡Mierda!

¿Qué cojones quería decir eso?

¡Oh Dios Mío!

No podía estar en cinta. No podía estar esperando un hijo de Hakon. Porque eso lo complicaría todo incluso más.

Un hijo, fruto de una relación que estaba basada en una mentira.

Hakon se sentó a meditar, sin poder dar crédito a la decisión de los dioses, mientras el pueblo entero le miraba por encima del hombro, como si no pudiese creer su descaro, era la vergüenza de este. Y todo por qué.... Por mi culpa, de nuevo.

Mi hermano tiró de mí para que nos marchásemos y le dejásemos a solas con su hermano, tendrían que hablar de sus cosas, pero yo no quería abandonarle, en cierta forma me sentía responsable.

–¿Estás seguro de que no has roto alguna de nuestras normas? – Hakon rompió a reír, sin dar crédito de lo que estaba escuchando, de su propio hermano. – El gran ojo nunca se equivoca, hermano.

–Sé perfectamente que no he dejado mi semilla en ninguna de esas mujeres, Belkam – se quejaba el otro, descruzando sus manos, frustrado con la situación, justo cuando se quedaron a solas – esto es una maldita pesadilla. Algo más que añadir a este sin sentido.

–¿Qué quieres decir? – quiso saber él, sentándose a su lado, en aquel tronco que su hermano hizo aparecer de la nada, para poder sentarse.

–El anillo no funciona – declaró, haciendo que el otro le mirase sin comprender – hace unos días que no puedo canalizar mi magia cómo es debido, como si hubiese perdido efectividad, como si la piedra que lo hizo hubiese perdido su magia.

–Deberías hablar de esto con nuestro rey, es peligroso andar por ahí sin un catalizador que retenga nuestra magia.

–Lo solucionaré – prometió, porque estaba cansado de que todos fuesen problemas – iré a las montañas del norte, a comprobar que la piedra que le da su poder esté en perfectas condiciones y luego volveré a casa, todo estará bien, y podré proseguir con el ritual.

–Entonces ... ¿crees que es eso lo que hace que el ojo no quiera darte la oportunidad de procrear?

–¿Qué más podría ser?

–Los dioses nunca se equivocan, Hakon. Si ellos dicen que hay una mujer con tu semilla...

–No he yacido con una mujer desde la guerra del norte, Belkam – se quejaba, poniéndose en pie, cabreado – ha pasado mucho tiempo desde entonces, ¿crees que si mi semilla hubiese sido sembrada no me hubiese enterado ya? ¿Por qué iba una mujer con un hijo mío a no entregármelo? Está prohibido, hermano, es imposible. Si una mujer del norte, una esclava, hubiese dado a luz a mi hijo, ya lo sabríamos.

Nacrol estaba particularmente callado, sabía que estaba intentando penetrar mi mente para cerciorarse de que no tenía nada que ver con lo que había sucedido en el bosque. Pero era en vano, mi mente estaba bien protegida.

–Dímelo de una vez – se quejó en voz alta, lo suficiente alto para que sólo lo escuchase yo. Sonreí, divertida, permitiéndole entrar en un lugar seguro, dentro de mi mente, pero sin mostrarle nada más – dime que no fuiste tan estúpida de entregarte a él en el mundo no mágico, dime que lo que pasó entre vosotros sólo fueron un par de besos, al igual que lo que sucedió aquí.

–Es imposible que los dioses tengan razón – contesté, evitando su pregunta, todo esto en ese lugar seguro, para que nuestro padre y los demás no pudiesen escucharnos.

–Los dioses nunca se equivocan, pueden ver al gran ojo, aunque ni siquiera saben cómo usarlo, no como lo hacía su creadora, su hermana.

–Entonces ella sabe la razón por la que Hakon no puede engendrar un hijo – asintió.

–Los dioses también lo saben, ha plantado su semilla en una mujer. Sólo espero que no seas tú.


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