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PARTE I

Caminaba por la acera de la calle Agustín Gómez, cerca de la licorería, en una zona no muy segura. El Sol hace mucho que se ocultó y la luz en los faroles brillaba por su ausencia; la energía eléctrica se fue en toda la urbanización, y como mi miopía era enorme, apenas y notaba mis zapatos con esa luna menguante. Me pregunté si aquella licorería habría cerrado por el apagón, pues tenía la necesidad de mojar mi lengua con alcohol; no la he pasado nada bien.

Una semana antes...

Llegué del trabajo muerto, me dolía todo el cuerpo; estar doce horas editando documentos, con solo una de descanso para almorzar, me lo provocaba. Eran las 9:37 PM, y como siempre, llegué al apartamento con comida rápida para engañar a mi estómago antes de dormir. Revisé brevemente las redes sociales en un celular que pedía urgentemente que se lo cambie por uno nuevo; el pago del alquiler, el banco, los alimentos y "demás gastos importantes" impedían semejante lujo.

Ese día no toqué la ducha, pese al cansancio que me cargaba; mañana no habría que laburar, así que estaba bien dejarse llevar un poco. Ya al despertar, vi en mi celular que eran las 8:43 AM, entones exclamé: "¡Maldita sea! ¡El carro de la basura ya pasó hace más de una hora y yo me quedé dormido!"; nunca me he caracterizado por ser alguien limpio u ordenado. Como no había limpiado en unos tres días —más o menos— todo era un desastre, y la pereza imperante en mí insistía en que deje mi hogar en la inmundicia; felizmente la razón le ganó, eso sí, con algo de dificultad.

Acabé de limpiar, así que me tomé una ducha para deshacerme de toda la mugre en mi cuerpo; realmente la necesitaba. Inmediatamente después entré en una dicotomía absurda: "Aunque quiero dormir, necesito comer, ya son casi las 2:00 PM. Perdí el desayuno, ¿es justo para mí hacer lo mismo con el almuerzo?". Levemente frustrado acerté en la idea de ir a comer, pero eso sí, no iba a cocinar: "Mi cuerpo está malamente agotado, no tiene ganas de cocinar". Para evitar hacerme un popurrí en la cabeza, y con las ganas de quitarme la pereza de mis hombros; acerté en la idea de que no me vendría mal una caminata hacia el restaurante, por muy molesta que esta pueda parecer.

Y allí me tenías, esperando el Pollo al Spiedo que pedí; todo el que se esmera obtiene recompensas, ¿no? Vaya vago estaba hecho, ¿siempre me comporté así?, ¿hubo algún momento de mi vida que haya tenido como valor principal la responsabilidad...? Seguro sí, mas no lo recuerdo. "¡Dios mío niño, te he dicho que no quiero comprarte nada! ¿¡Entiendes de impuestos!? ¡Pues claro que no, si fuera el caso, no joderías de esta forma a la gente! ¡Aléjate de aquí!", así le grite a un niño que me pedía le compre unos caramelos sabor fresa: "No está mi vida resuelta como para apoyar a otros", pensé. "Quizás exageré con aquel niño, no debí gritarle de esa forma, que llegue la comida le convidaré algo de esta"; sí que era idiota, ¿no? La comida ya estaba en la mesa y lucía muy rica, entonces volteé a ver al niño quien me observaba pasivamente; decidí llamarle: "¿Quieres un poco de esto, mocoso? Te puedo dar un poco de mi plato, seguro que eso te evita problemas luego. No es edad para que trabajes así, al menos ten algo de esto". Siempre había tenido corazón, pero nunca me di cuenta.

Pasaron las horas y yo me encontraba ya en casa, estaba tocando mi piano; quizá el único pasatiempo medianamente interesante que tengo. Mientras tocaba la Sonata N°16 en Do Mayor K.645 de Mozart, recibí una llamada de un viejo amigo mío, Oscar; no hablaba con él hace ya unos buenos años. Me comentó algo que me hizo olvidar abruptamente el hecho de que me interrumpió en pleno acto del piano: "Ella murió en un accidente automovilístico, espero puedas venir a darle despedida. De joven era lo más importante para ti, sé que aún la amabas". Cuando él colgó el teléfono, caí al suelo, mis ojos lloraban sin que yo haga ruido; yacía tirado, dando lástima...

En la noche hice mis maletas, volvía a mi ciudad natal; era la necesidad de verla por última vez. Me desperté cabizbajo, con los ojos enrojecidos; pasé toda la madrugada llorando: "Soy indudablemente débil". Ya en la agencia, compré un boleto de ómnibus, era un viaje de 3 horas, y claro, nunca solicité permiso en el trabajo; realmente no me importaban las sanciones, pues, en ese momento, mis pensamientos estaban llenos de memorias sobre el pasado. Llevaba más de 2 horas de viaje, y el carro paró; tal parece que iba a bajar gente. Aquella parada limitaba con una gasolinera, así que decidí colarme en ese grupo; yo debía bajar allí. Claro está que mi destino no era ese, pero necesitaba comprar cigarros; el dolor perdió ante la necesidad del vicio y la mediocridad.

Afuera de la tienda de la gasolinera posaban unas bancas de madera; se me hizo un sitio bastante familiar. Entré a la tienda después de que el ómnibus partiera y le dije al encargado que me dé una cajetilla de cigarros sabor chocolate; contaminar los pulmones con la esencia de mi dulce favorito era sumamente placentero. Salí y me senté en una de las bancas a "quemar" y relajarme; el tiempo pasaba demasiado rápido. Era de noche y me quedaba solo un cigarrillo, así que esperé allí por un carro para irme; que pena, ninguno arrimaba. Deslicé mi rostro y fumé la poca nicotina que quedaba para luego conversarle a la nada: "Ah, se siente muy bien... ¿Recuerdas cuando fumábamos después de salir del instituto? Yo chocolate y tu menta; qué combinación tan sublime...".

Mientras deliraba, se acercó a mí un hombre que tenía peor aspecto que yo; eso ya era complicado. Agarraba con fuerza una petaca, y de ella pegó un trago de alcohol, probablemente whisky: "Sabes, yo vivo solo, creo que también es tu caso, me doy cuenta con solo verte; sé reconocer a los fracasados, ya que lucen igual a mí". Le contesté con algo de indiferencia: "Qué más da si así fuera, no le debería de importar el aspecto ni la vida de un desconocido, ¿verdad?"; qué hipócrita fui, en mi mente hacía lo mismo que él: criticarle. El hombre se rio y me dijo: "No te hagas el duro oye. Creo que el encontrarte aquí es un golpe de suerte. Ven a cenar a mi casa, te daré posada. Dudo que a esta hora pase un carro por acá. Además, admito que me daría algo de alegría cenar con alguien después de tanto tiempo". Desconfié de sus palabras, pero su discursito me conmovió; noté una profunda soledad en él. Al final, terminé por acompañarle a su hogar.

Lo primero que miré al entrar fue una mesa artesanal, como para dos personas; dos bancas de plástico, verdes como las algas; una repisa donde posaba un cuadro con una foto que parecía ser bastante antigua; un televisor viejo que pronto implosionaría por su estado defectuoso; un aparador con dos botellas de whisky, tres de sidra y una de vino; y una caja de cereales en el suelo. Una vez dentro, me senté en uno de esas bancas mientras él se dirigió a la cocina: "Traeré tostadas, jamón y jugo de naranja; es lo único que tengo ahora para compartirte. Siéntete como en tu casa y perdona la poca comodidad que puedas tener en mi sala". Ciertamente el entorno era inquietante y a mí me ponía incómodo; incluso me arrepentí un poco el haber ido a su casa en ese momento. Volvió, efectivamente, con lo que dijo que traería, pero solo con ración para mí, luego cogió la botella de whisky a medio acabar y llenó su petaca; creo que no le importaba cenar. El hombre se llamaba Samuel y tenía 54 años, trabajaba en un establo del lugar por las mañanas, de lunes a sábado, descansando los domingos; él ganaba lo suficiente como para vestirse humildemente, comer, pagar luz y agua, y claro, comprarse licores.

Empezamos a hablar sobre lo que me llevó a ese pueblo tan pequeño, el cómo llegué allí; me escuchó atentamente. Cuando acabé de contarle, se dirigió a uno de los dos cuartos de la casa, así que le esperé; fueron unos minutos que se sintieron como horas. Regresó con un collar de perlas rosas en sus manos, era demasiado hermoso y reluciente; definitivamente, para mí tener uno de esos no era más que un lujo innecesario y notablemente caro. El hombre cogió el cuadro con la foto que posaba en la repisa y se volvió a sentar para luego poner una cara algo deprimente: "¿Ves a esta pareja? Es mi mujer y yo cuando éramos jóvenes; esa foto fue después de que yo le declare matrimonio. El collar que lleva en la foto es el que traigo yo en mis manos". Después de decirme eso, pegó un trago de whisky con bravura; sus expresiones corporales, en cambio, eran tiembles y espasmos. Yo quedé quieto y atento, pensé que no tenía que interrumpirle, además la curiosidad surgió en mí; quería que contase más, necesitaba comprender la soledad que veía tras sus ojos llorosos.

Seguí callado, rodeado de un silencio envolvente; me encontraba seriamente agobiado. Volteé la mirada de él, sentía una presión muy grande; "Este tipo, ¿qué tiene?", pensé. Justo en ese momento me dijo: "Escucharás atentamente mi historia y la compararás con tu vida. Estoy seguro que así entenderás que hay gente igual a ti en el mundo, que sufre lo mismo que tú, pero en distintas realidades y con distintos sucesos". Inmediatamente después empezó con el relato, sentí una intriga equiparable a la de un niño cuando a este le prometen leerle un cuento:

—Hace ya casi treinta años, yo me gradué de la universidad como ingeniero agrónomo; fui el que más destacó. Con lo que te digo, pensarás que aquellos días fueros todos geniales, pero nada de eso muchacho, solía encapsularme el estrés y la desesperación; yo nunca me rodeé de gente ni formé parte de un grupo social. Luego, cuando salí a buscar trabajo, descubrí una verdad sobre el mundo: "Tener título no te garantiza conseguir empleo al momento exacto de graduarte". Sé que lo comprendes muy bien, ya que dijiste que eras editor; probablemente te costó mucho acceder a ese trabajo que tienes. Acabé pateando latas, vivía con mi padre aún, y claro, me sentía un parásito asqueroso. Un día, de esos que ya eran muchos, salí a buscar trabajo como de costumbre.

—Cuando llegué al lugar, en los asientos de espera para la entrevista, justo a lado mío, había una chica muy linda; esta de la foto. A pesar de que la gente adelante de nosotros era mucha, yo no me aburrí en ningún momento, pues gocé de una conversación entretenida con ella. Pasó el tiempo y ya le tocaba entrevistarse, yo deseé mucho el que le fuera bien y así sucedió. Era mi turno y estaba nervioso, ella dijo que me esperaría fuera del lugar. Ya adentro, no sabía que decir, casi como en todas las veces que intenté conseguir un trabajo, pero en esa ocasión sé y recuerdo que di lo mejor de mí; de todas formas, no lo logré. Fui decaído a donde ella, no podía mirarle a los ojos después de todo; era como ahora, un fracaso. Aún con todo eso, yo seguí presentándome a cada entrevista posible, y en los mismos días, conocía más a quién sería mi mujer.

—Poco después conseguí trabajo en la fábrica de mi papá, tal parece que él se compadeció de mí; laburé como mecánico. Mi vida iba mejor, tenía novia y trabajo; sentí una enorme gratitud con el destino. Con mi esfuerzo y el de ella, logramos ahorrar lo suficiente como para comprarnos un departamento amoblado y cómodo; éramos muy felices. Ese día, yo le regalé este collar de perlas, me costó muchos favores en la fábrica de mi padre; era mi propuesta de matrimonio. Pasaron los meses y me enteré de algo grandioso: iba a ser papá. No podía con tanta emoción, prometí que a mi hijo nunca le faltaría nada y así fue en un principio.

—Pasaron los años, pero la vida ya no me daba alegrías, mas bien amarguras. Mi hijo creció en un ambiente que se tornaba tóxico, todo era discusiones y más discusiones. Yo en la relación era el apestado mecánico y ella la opulenta ingeniera; su sueldo era casi 5 veces mayor al mío. Descubrí por un compañero del trabajo que ella me engañaba con un abogado, todo mi entorno lo sabía, hasta mi padre; que ironía. Le confronté e interrogué por la noche, y ella me lo confirmó con unas palabras que nunca olvidaré: "Cualquier hombre es mejor tú". Una semana después se fue con mi hijo a vivir con aquel sujeto, dejando la foto y el collar conmigo; solo tengo en lo material, recuerdos de ella.

—Vendí ese departamento a un primo, renuncié a la fábrica de mi papá, y me fui de la ciudad; traje conmigo simples baratijas y lo que ya puedes ver. Llegué a este poblado, y con el dinero que obtuve, compré un terreno pequeño, construyendo este con dos cuartos; tal vez vuelva por mí... Pasé todos estos años acá, trabajando en un establo para no morirme de hambre ni de sed, con el entendimiento de que en esta vida no tuve una felicidad verdadera."

No supe qué responder, pues estaba siendo preso de las memorias de ese hombre; no me dejaban vocalizar. Dejó su petaca en la mesa para luego pararse y decirme: "Termina de beber y comer, yo duermo en el cuarto de la mano izquierda, tú te vas para el otro. Espero puedas descansar, no pienses mucho en el pasado, ya que este, como vez, genera incluso más heridas de las que ya existen en uno cuando se le presta atención. Buenas noches muchacho". Él se fue después de eso dejándome con una consternación: "¿Será qué habrá un titiritero con hilos infinitos, e infinitos también los muñecos rotos que tiene en sus enormes manos?"; ya había acabado de cenar... Me recosté, cerré los ojos y la vi gritando por piedad, puede que le haya atacado el demonio de las inseguridades, ese que reside en cada uno de nosotros; el mío es mi confidente. Sin darme cuenta me dormí, pues no recuerdo nada más; el cansancio suele ser concienzudo. Me levanté de aquella cama con la certeza de que encontraría a Don Samuel en a la sala, pero no fue así; solo vi una hoja escrita sobre la mesa, dos panes y una tajada de queso. Antes de comer, leí lo que yacía escrito en el papel: "Joven, le dejo allí en mi mesa un desayuno para que se vaya con energías, ya que las necesitará; perdone más bien mis pocas mañas. Le agradezco mucho el que ayer me acompañara y se quedara en mi casa, para mí fue grato tener a alguien conviviendo conmigo, aunque sea un día; a alguien como yo. Espero le vaya bien el viaje, vuelva a ver a este individuo famélico y desabrido algún día, no se olvide de él." Desayuné con dolo, pero me sentí reconfortado por el hombre, incluso sin que él estuviese allí: "Es igual a mí". Partí de aquel lugar con sufrimiento, pero también con un distinto sabor en mi espíritu.

Un carro notablemente moderno pasó por allí y frenó frente mío; raro se me hizo que una persona haya hecho eso sin que yo le llame. Del vehículo bajó un rostro conocido, Serena, ella fue una amiga del Instituto. Serena no vivía en mi ciudad natal, ella fue la única de mi torpe grupito juvenil que pudo prosperar en demasía; siempre tuvo las cosas claras, no sé por qué se juntó con nosotros. "¿Qué hacías en esa parada...? Ay, Dios... No deberías dejarte llevar por tus excentricidades, y menos en un momento tan caótico para todos. ¿Sabes?, parece que murió por una sobredosis, eso me dijo Oscar... ¡Maldita sea! ¿¡Me estás escuchando!? ¡Oscar y yo te llamábamos casi siempre que podíamos! ¡Tratábamos de seguir con esa relación amical que nos unió hace años, pero ella y tú simplemente se alejaron! ¿¡Qué podíamos hacer al respecto...!? No nos tomaban en cuenta... Tú te alejaste por miedo a salir lastimado, simplemente huiste de tus problemas... Simplemente huimos como los cobardes que somos..."; solo pude contestarle con un "perdón", así me cubrí de sus confrontaciones. Calló unos minutos, logró con eso que el silencio tome la puesta de la escena, se permitió decirme: "No eres tan distinto a ella, la única diferencia es que tú le tienes miedo a la muerte, por eso sigues vivo. A pesar de ser mi amigo, hoy puedo decir con firmeza, que eres exactamente ese tipo de persona que nunca supo crecer, incluso tras huir... Debe ser por eso que la entendías tan bien, entenderla de esa forma en la que ni Oscar ni yo pudimos hacerlo". No repliqué nada, tenía razón, acertó en todo lo que esbozó; antes de que llegáramos, yo ya había sido definido perfectamente por ella.

Llegamos a mi ciudad natal, justo a la hora de almorzar; fuera otro el motivo, otro paisaje apreciaría. Serena fue a la casa de sus padres sin antes dejarme en la de los míos; ella fue lo suficientemente dura conmigo como para quedarse un rato: "Nos vemos a las 5:00 PM, la misa empezará a esa hora". Entré a aquella casa que vio mucho de mi vida, que experimentó conmigo un tortuoso amor y una arrebatada juventud; quién pudiera no ver sus desgastadas paredes como yo lo hago. Un abrazo de mi madre: "Hijo, discúlpanos", una mirada sollozada de parte de mi padre: "Sé fuerte"; eso me irritó. Tres platos en la mesa, tres sillas ocupadas, tres rostros maltrechos; una misma incomodidad. Mi padre rompió el hielo preguntando lo que suele ser ya un tópico: "¿Cómo te va en el trabajo?; quise ser ignaro con él: "Padre, yo he estado bien... El trabajo también va bien... Todos los días en mi vida están bien... Lo que no está bien es que yo me sienta mal entre esa aparente comodidad". Mientras tanto, mi madre no quitaba los ojos de mi plato, pues este estaba aún repleto: "Hijo, no te límites, hay más. Puedes terminar la comida que te hice"; qué fraternidad. Me paré sin probar la comida de mi madre, no quería seguir en el show de las "máscaras sonrientes", de armonía y felicidad; daba asco: "¡Ya basta, como fastidia esta condescendencia maquinada! ¡Ustedes ni siguiera me entienden! ¡Nunca se han propuesto hacerlo y yo soy el resultado de esa indiferencia! ¡Sus arrepentimientos no ayudaré a erradicar, pues eso no se puede! ¡Solo déjenme tomar todo este dolor, porque es a mí a quién le pertenece! ¡Esto no es suyo...!" Es claro, incluso estando lleno de rabia, de frustración y en calvarios; nunca podré sortear el miedo que me ataca en las discusiones.

Pasaron unos minutos, yo me encontraba en mi antigua habitación, mirando ese techo frío: "Hahh, estuviste aquí"; un estado de perdición. Me quedé dormido, desperté cuando ya eran las 4:30 PM, así que me cambié con lo más presentable que tenía en ese momento; a mí no me importaba ir como un vagabundo, pero no quería reproches infundados. Mis padres no vinieron conmigo, se quedaron en casa; ellos siguen atrapados en la ficción. Me encontré con Serena y Oscar en el parque donde solíamos "perdernos", ambos estaban serios; le quedó a este hombre seguirles el paso en expresiones. Partícipe de una marcha, un desfile en la bruma, en el silencio; una caminata repleta de retentiva. Y con la calma, estábamos frente de la parroquia, a pocos pasos de una exaltación caótica y longeva; con la certeza de que éramos rotos y carcomidos; una tensión sentida al unísono. Cuatro, no, cinco personas aparte de nosotros: los padres, su vecina, una prima y el cura; ella no tuvo feligreses fuera de mí. "¡Eh! ¿¡Qué hace él aquí!? ¡Engendro, lárgate! ¡Insensato, falso! ¿¡Cómo traen a este sujeto, Oscar, Serena!? Ella te necesitaba... ¡Por ti acabó así, maldita sea! ¡No vengas...! No vengas...", así arremetió su madre contra mí mientras su esposo y sobrina retenían su impotencia sujetándola; cada persona tiene un chivo expiatorio a quien culpar en este tipo de situaciones, ese a cuál desprecian y sacrifican.

"¡Calma todos, ya va a empezar la misa!", dijo Oscar con clara molestia; quizá le dio rabia tanta hipocresía. Ya todos tranquilos, con los "hocicos parchados", se dispusieron a escuchar la misa; en la poesía divida de lo macabro, todo el ambiente desfalleció a favor de la presión colectiva. El cura, en sus aposentos, tomó la palabra, y con tal acción, daría inicio la ceremonia:

"Dios mío, ven en mi auxilio.

Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.

Tú que diste tu vida por nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.

Tu amor es más fuerte que la muerte. Cristo, ten piedad de nosotros.

Tú que regalas una vida nueva y eterna. Señor, ten piedad de nosotros.

Dios es bueno y misericordioso. A él le encomiendo a *********

Que los ángeles te guíen al paraíso,

los santos mártires te saluden

y te conduzcan a Jerusalén, la Ciudad Santa.

Que los coros de los ángeles te reciban

y que goces de la vida eterna, por Cristo que murió por ti.

Dios te salve, María,

llena eres de gracia;

el Señor es contigo.

Bendita Tú eres

entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Dios santo, recompénsale por todo lo que ella ha hecho bien.

Perdónale todos sus pecados y culpas.

Consuela a todos los que lloran y ayúdanos a los vivos.

Por todos los que han muerto, incluso por aquellos que ya han sido

olvidados: Concédeles vivir en tu luz.

Fortaléceme en la fe y la confianza en ti.

Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy

nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal. Amén.

Dale Señor el descanso eterno.

Brille para ella la luz perpetua.

Descanse en paz. Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Amén."

El recorrido empezó tras ello, todos, en alza, por las calles de la ciudad; se levantó el ataúd de una "Esmeralda". De rodillas caí en el trecho, a socorrerme fue Serena, que en sus manos llevaba un vaso de agua; su mal pulso hacía imposible el beber. Oscar nos ayudó a seguir con resiliencia, pareciera que, en su plenitud, pactó con él mismo para fortalecerse. Adelante los padres, la prima y nosotros, y atrás la banda de músicos; sonatas hechas penumbra contextualizaron una escena de tragedia:

"Réquiem, era su réquiem,

justo y necesario ahora.

Presos somos todos del destino, que aguarda calamidad;

y estamos cegados por el dolor,

cerrados en una visión de ingenuidad.

Tal parece que es el arte de vivir:

Una dicha que gozaré;

las presencias que aquí desfilan,

son morteros putrefactos

cerca del oro del cielo...

Pude aquella vez ver la verdad."

Ya en el cementerio, todos los caretos cayeron, todas las señales se detuvieron; el tiempo paralizó para los pocos que estaban presentes. Me dije a mi mismo: "Por eso odio los duelos, drenan mi energía en demasía, y en este caso..., no solo eso". El cielo se ennegreció como todo en esa atmosfera, las nubes lucían llenas a la vista: "Pronto llorará y acompañará, servirá de base para los cánticos que se están formando". Cada palada de tierra que enterraba el ataúd me devolvía en el tiempo, a recuerdos que han forjado quién soy; es impresionante como una persona puede significar tanto para el desarrollo de la personalidad de otra. La madre desmayó después de la ceremonia, no pudo con tanto sufrimiento; no hay palabra en el diccionario que defina la pérdida de un hijo. El padre miró a Serena y a Oscar, pero sobre todo a mí: "Al final se quedarán ustedes cuatro, como en los viejos tiempos"; el hombre se fue con su mujer y su sobrina, esta última ayudó a su tío con la "carga del dolor". Serena suspiró, Oscar desfalleció su cuerpo en el césped; de inmediato atiné a pensar que querían una charla nostálgica:

— Mujer, tu hombre volvió, pero da casi tanta lástima como tú —esbozó Serena mirando la zona donde se la enterró—. Mira que tuviste que morir para que nos reunamos otra vez —finalizó mientras las lágrimas les salían a cántaros—.

— Qué absurda que es la vida, me dan espasmos de pensarlo —dijo Oscar como "respuesta" a Serena— ¿Qué tan grave es el hecho de que esté tiritando? ¿Será por la lluvia que se viene o por mi nula rudeza? —pensó en voz alta, así le atacó la desolación—.

— Chicos, quiero que se vayan, pronto lloverá y no me gustaría que se enfermen. Dejen que la naturaleza me corroa —les dije eso como una orden; ¿trataba de ser fuerte...?, aún me lo pregunto—.

Después de unos minutos de silencio absoluto, donde nuestros rostros se ignoraban y el ambiente era lúgubre, Serena volteó y se fue sin replicarme; poco después Oscar se paró e hizo lo mismo. Mi egoísmo ganó, se posicionó con algarabía frente a la tragedia de ellos dos; era nuestra última cita y estas se componen de dos personas. Empezamos a conversar, a platicar; fue un diálogo sin receptor físico:

— Yo no quise escaparme aquel día, pero definitivamente no tomé control de mi ser en ese entonces. Oscar y Serena lo notaban; dos semblantes únicos con muecas de líder y de liderado. Era la primera vez que hacíamos eso, en esa ocasión, solo estaban nuestras almas bailando, así como ahora; la diferencia está en que antes todo era ingenuidad..., en este preciso momento ya no sé qué es ¿Fuimos siquiera algo trascendente?, lo notaba en ese semestre; tal visión no coincidía con la mía, entonces, ¿por qué nunca te contradecía?; creo que estaba cegado y tú también, tirando ambos delirios de madurez. En todo era así, ¿no? Empezaste a introducirme a un mundo que se volvió mi perdición, el inicio de mi torpe sendero... Verás, tanta era tu destreza que terminaste llevándome una ventaja abrumadora...; ganaste la carrera incluso con todo lo que eso acarrea, ¿no es así? Adiós, *********, yo seguiré siendo un fracaso por mucho tiempo, pues en este cuento mi papel es el del perdedor, el tuyo lo desconozco.

Volví a la casa de mis padres e ignoré todo lo que me dijeron al entrar; qué fastidiosos saben ser siempre. Alisté mis cosas, pues al otro día me largué, yo ya no tenía lugar en esa ciudad. Salí temprano, sin despedirme de nadie; como un espectro aparecí y me desvanecí: "Sí que sabes dar asco a veces, el tener que crearme como una persona miserable solo para aliviar tu estrés. Eres despreciable", no sé por qué dije eso al subir al ómnibus, pero traté de olvidar tal hecho; quizá me convertí en ese instante en orate. Ah, y sí se lo preguntan, al final sí lloró...

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