Capítulo 9
Tal vez quiero que la respuesta sea que no puedo ocultarlo.
Aunque de vez en cuando —en especial al ver las flores, asomadas en lugares visibles— desearía que no fuera así, que no quisiera esto y que fuera posible esconder mis emociones, mi relación —mi amistad— con Rebecca se siente mucho más sincera desde el momento en el que me di cuenta de la verdad, de que sigo enamorada de ella. Desde la primera vez en doce años que hice crecer una rosa. Desde el momento en el que ya no quise excusas para no perdonarla, sino pretextos para hacerlo.
Desde que siento cómo mis ojos se humedecen apenas veo su sonrisa. Desde que puedo corresponder a ese gesto sin hacer esfuerzo alguno.
—¿Te agrado ahora? —preguntó una vez Rebecca en medio de una noche sin estrellas mientras lavábamos los trastes. Tallaba una taza mientras me miraba, no curiosa, pero tampoco herida, sino que bastante sonriente.
A pesar de todo, esa vez no pude corresponderle, porque mi corazón ardió, no en una llama de amor, sino con todo el dolor del mundo. ¿Cómo puede ser que creyera que hubo un tiempo en el que no me agradó, en el que lo imposible no lo fue? Luego reconocí la causa de mi dolor: No solo el hecho de que Rebecca pudiera sentir que no era querida, sino saber que eso probablemente era mi culpa. Sin quererlo, con mis emociones dominándome, ignoré su pregunta y me dediqué a analizar mentalmente todas mis interacciones con ella, intentando encontrar el error, el momento en el que di a entender eso que mi amiga interpretó. Y la chica me siguió mirando, sus ojos cambiando segundo tras segundo, cada vez más entrecerrados y brillantes.
—¿Isa? —preguntó después de un rato, con la cabeza ladeada y una expresión de completa duda. Apretó los labios justo mientras yo reaccionaba, parpadeando rápido, abriendo la boca como si estuviera confundida o sorprendida. Que no lo estaba.
No lo estaba, porque por suerte aún recordaba su pregunta; por suerte no se me había olvidado cómo surgieron todos mis demás pensamientos.
—Jamás dejaste de agradarme —dije la verdad. Ella pareció creerla rápidamente, tal vez porque ahora sí pude sonreír, de forma involuntaria, recordando el momento en el que me reencontré con ella, feliz de que eso hubiera ocurrido al mismo tiempo que empezaba a arrepentirme de no haber disfrutado lo suficiente ese momento cuando pasó, cuando lo estaba viviendo de verdad.
Ojalá no hubiera perdido ese instante intentando tenerle rencor a Rebecca.
—¿En serio? —Me sacó de mis pensamientos con su siguiente interrogación; fue allí cuando dejé de prestarme atención, decidida a dársela toda a ella. No podía seguir así de distraída. No podía arriesgarme a que volviera a pensar algo tan absurdo como que podría no agradarme; no cuando lo que sentía en realidad era todo lo contrario.
—Sí —dije, intentando ensanchar mi sonrisa, como si eso fuera posible, como si no hubiera estado ya sonriendo tan grande como mi cuerpo me permitía. Las comisuras de mis labios empezaron a doler y lo consideré éxito. Luego hice una pregunta, justo en el momento en el que me vino a la mente—: ¿Por qué lo preguntas?
—Me has tratado mejor últimamente —responde como si ese fuera un dato obvio para mí.
Y sí, de hecho era obvio, pero no me había dado cuenta de otra cosa: Ni siquiera estaba intentando tratarla bien, solo me salía, como los gestos de alegría al estar con ella; la ternura en mí brotaba como las flores entre las tablas del piso, que empezaron a crujir bajo mis zapatos.
Aunque mi corazón lo notó, saltándose un latido, mi mente no logró entrar en pánico, porque estaba notando algo distinto: No había nada tan malo en no poder ocultar lo que pasaba dentro de mí; Rebecca lo disfrutaba, y yo lo sentía bonito, mucho menos hartante, si lo pensaba así. Si pensaba en que ella lo piensa como que me agrada y no como que estoy tan enamorada de ella que no puedo ocultarlo.
Todo se empezó a hacer fácil. Yo empecé a ser más sincera. Y Rebecca empezó a darme mucho más cariño también, sintiéndose cómoda, segura, tal como debe sentirse.
Ahora la estoy mirando mientras andamos en bicicleta, y aunque me siento nerviosa, aunque algo en mi interior me dice que me estoy delatando —aún más de lo que me delata el simple hecho de amar—, sigo pensando que Rebecca está interpretando todo de manera diferente. Tal vez en su mente solo estoy cuidando de ella, vigilando que esté feliz, tal vez poniendo atención a la forma en la que de vez en cuando quita una mano del manubrio para quitarse el pelo que le entra a la boca cuando se ríe sin razón.
A ella aún le molesta el pelo en la boca, y tal vez siempre sea así, mientras que yo, maravillada con ella y sintiendo la vida tan hermosa por este amor que siento, aunque sé que también tengo cabello pegado a los labios, los dientes y —aún más molesto— la lengua, no le presto atención y mucho menos intento que las cosas sean diferentes; mi pelo sigue metido en mi boca mientras replico la risa de mi amiga, la cual suena extraña en mi voz. Jamás podré reír tan bien, de una forma tan hermosa como aquella en la cual Rebecca lo hace. Y tampoco podría sonreír como ella sonríe, de una forma enternecedora, capaz de encender las mejillas de la gente. Las mías arden mientras la miro y agradezco que ella no me esté viendo de vuelta.
Puedo verla maravillarse al ella presenciar cómo, mientras vamos en sentido contrario al río, un pájaro marrón y pequeño parece caer para morir en el agua pero termina convertido en un pez y sigue la corriente, nadando junto a los otros peces como si siempre hubiera pertenecido al agua. Sus ojos brillan como si se hubiera olvidado de que las cosas son así, de que, de una forma u otra, la vida es eterna.
Por un momento ella también parece renacer, ahora convertida en la persona que siempre debió ser: Una persona que aprecia este mundo y lo que vive en él.
Subimos difícilmente la colina que lleva hacia el parque del pueblo, y nos detenemos justo en el punto en el que acaba de ponerse el señor que vende helados; lo vimos llegar justo cuando empezamos a pedalear cuesta arriba. El hombre nos sonríe, y no sé si le agradamos o solo está feliz por la certeza de que, si nosotras estamos allí, venderá algo. Meto la mano al bolsillo de mi pantalón y saco el sueldo de la semana incluso antes de saber qué vamos a pedir, y me arrepiento de inmediato, pensando en que, a pesar de todo, no confío mucho en el vendedor de helado, mucho menos en que no desee robarme.
Suspiro. Me volteo hacia Rebecca como siempre.
—¿Fresa? —Le pregunto, adivinando el antojo que tiene. Ella sonríe y así me hace saber que tengo la razón, tal como todas las veces que digo "fresa".
—Sí —habla con la voz más suave y al mismo tiempo más emocionada que puede tener. Sonríe tanto y sus ojos están tan encendidos que parece que podría explotar con solo un poco más de felicidad, y amo verla así, y aunque suene extraño, deseo hacerla explotar; siempre deseo hacerla explotar.
Intento sonreírle como ella lo hace, pero mi propio gesto, forzado y tal vez triste, me hace saber que no vale la pena. Ella no apreciaría mi expresión de la misma forma en la que aprecio la suya; ella nunca haría crecer flores a su alrededor solo con verme, solo con pensar en mí e imaginarme amándola.
Seguro ella ni siquiera piensa en mí cuando no me está viendo.
Suspiro; luego recuerdo que no estoy sola, que no puedo quedarme solo parada pensando. Estaba en medio de una conversación.
—Uno de fresa, por favor —Le pido al heladero. Él me mira con esa cara molesta de "sí, ya sé" y asiente con la cabeza; yo intento no sentirme mal por ello—: Y también uno de... —Me inclino para poder ver dentro del carrito. Hoy no hay helado de menta y el señor del carrito me está mirando con ese tipo de ojos que demuestra que ya no me tiene paciencia—: Cereza —digo rápidamente.
—Cereza —repite él.
Rebecca me abraza y no sé por qué, y espero que no se note lo roja que estoy. Bajo la cabeza mientras el hombre frente a nosotras sirve nuestros conos; vuelvo a alzarla cuando mi amiga me suelta para tomar el suyo, uniformemente rosado; yo me acerco al cono con la bola más pálida pero con trozos de fruta, de un rojo intenso. Muerdo uno de éstos y sabe a gloria.
Tal vez tengo un nuevo helado favorito.
Acomodamos mejor las bicicletas en el muy pequeño estacionamiento que hay junto al heladero y luego caminamos hacia los columpios; no subimos porque unos niños logran hacerlo primero, tal vez justo al ver cómo nos acercábamos. Sonreímos y, cuando miro el brillo en los ojos de la chica, sé que está sintiendo algo muy similar a lo que también me inunda: Una gran nostalgia por los momentos en los que tuvimos la edad de esos chiquillos y entonces éramos nosotras quienes subían a los columpios y dejaban a los jóvenes veinteañeros mirando, recordando lo que alguna vez fue suyo, lo que tal vez podrían volver a tener cuando llegara la noche.
Pero no nos quedaremos hasta la noche, claramente; hay que cenar. Aparte de que parece que hoy la luna va a llover.
Rebecca lame el helado repetidas veces con una inmensa violencia; se lo empieza a acabar rápidamente mientras que yo aún tengo la mayor parte de mi postre en la mano, empezando a derretirse, a manchar la servilleta. Comienzo a apurarme también, no por tener el mismo apetito que mi amiga, sino por el tiempo que siempre estoy perdiendo, que se escurre entre mis manos como el agua dulce. Y por alguna razón, mientras como, mientras quiero pensar que me estoy concentrando en terminar, solamente puedo meditar cómo esto que estoy haciendo se ve muy tierno en Rebecca y tal vez muy ridículo en mí.
Mi propia forma de comer de pronto también trata de ella. Por un momento lo odio y por otro más lo siento hermoso, porque es sincero, tan real como la alegría de Rebecca —que ama que la ame en secreto— y como la rosa que empieza a crecer en la cadena de uno de los columpios. La niña en éste se emociona cuando la siente tocando su dedo.
—¡La magia existe! —exclama al darse cuenta de ello por primera vez; luego baja del columpio y corre con su padre, tal vez para notificarle su hallazgo; tal vez para que él le explique por qué nació allí, entre el calor y el óxido.
Y la vida es tan hermosa como el amor; como la magia misma.
La imagen de Rebecca comiéndose un helado no abandona mi cabeza ni siquiera cuando intento dormir, y aunque intento echarle la culpa a la cantidad de luz que hay en el cuarto por la lluvia de luna que ocurre afuera —la cual me siento orgullosa de haber predicho—, yo sé cuál es la verdad: No concilio el sueño porque Rebecca existe y yo no pienso en ella de una forma normal; las flores que crecen a mi alrededor, atándome las muñecas, me delatan, hacen que no pueda ignorar mi propia actitud. Y hacen que tenga miedo de que alguien más se dé cuenta.
Suspiro y me abrazo a mí misma. Sigo mirando la luz y luego cierro los ojos, rindiéndome, sabiendo que no me dará sueño pero que de todas formas la oscuridad me ayuda a pensar en Rebecca. La imagino bailando bajo una lluvia normal, luego bajo un arcoíris, luego sobre un charco y bajo el sol; la imagino sonriente como merece estar, y la imagino mirándome, apreciando cómo yo la miro. Mariposas revolotean en mi estómago y doy patadas sobre la cama mientras me acuesto de lado, mirando todas las rosas que hay atando mi brazo izquierdo al colchón.
Imagino a Rebecca diciendo lo hermosas que son mientras me abraza por detrás, su cuerpo reposando en el otro lado de la cama. Mariposas otra vez, y una nueva flor. Suspiro y sonrío también; lo disfruto porque es lo único que puedo hacer. Y tal vez justo lo que debo.
La siguiente gota es pesada; lo sé porque su luz es más intensa y suena fuerte contra el techo; unos segundos después, me sorprendo de que éste no se haya roto, de que no haya cedido ante lo que fue probablemente un trozo sólido de la luna, y al mismo tiempo, me alivio; sigo segura.
Luego se escuchan más golpes, pero no me alarmo; son suaves y suenan contra la puerta, y estoy tan acostumbrada a ese ruido que es fácil saber quién me busca, quién mira a la puerta y desea que pronto sea reemplazada por mi cara.
Obviamente, me siento feliz de que sea Rebecca. Y luego dejo de respirar.
Mierda, es Rebecca, y yo estoy llena de flores y con lágrimas en los ojos que no sé cuándo, cómo ni por qué brotaron. Mi corazón late muy fuerte y me pregunto cómo voy a ocultar todo este desastre, cómo voy a ocultar mi corazón. Salto de la cama con tanta energía que logro romper los tallos solamente con ese movimiento. Luego, todavía acelerada, me miro al espejo sobre el peinador y, con la tenue luz que hay, intento descifrar dónde están mis lágrimas y las seco.
Empiezo a dirigirme hacia la puerta cuando recuerdo las flores sobre la cama, y me volteo solo para darme cuenta de que ya no están. No me como la cabeza preguntándome por qué; solo asumo que la naturaleza misma me está protegiendo, como cuando Rebecca y yo escapamos de su papá.
Golpes contra la madera otra vez, ahora más suaves, como si no quisiera molestarme. Voy corriendo hacia la puerta, hacia la manija.
—Disculpa —pido una vez que veo a la chica—. Por tardarme en abrir, ya sabes.
—¿Te desperté?
—No, yo... aún no me dormía. No puedo dormir.
Los ojos de Rebecca brillan mientras sonríe; me pregunto en qué piensa, y mi lengua se prepara para decir que sí a cualquier idea que se le haya cruzado por la cabeza, incluso si lo que quiere es salir a quemarnos bajo la lluvia de luna.
—Yo tampoco puedo dormir, tengo hambre —Se queja mientras se tira sobre mi cama, haciendo saltar las sábanas.
Sin querer, empiezo a reírme.
—¿Cómo tienes hambre? Comiste helado y la milanesa que hicieron mis papás —pregunto. De nuevo, sin pensarlo ni quererlo, libero una risa, pero logro cerrar la boca cuando Rebecca me mira con expresión de estar ofendida—. Lo siento.
No dice nada, aunque sus ojos siguen hablando; dicen que le recuerdo a su padre y al odio que tanto él como ella tuvieron a veces hacia su cuerpo, hacia la grasa en su barriga, sus muslos y en todas partes.
—Lo siento —repito, más fuerte, con más sentimiento, arrepentida.
Sonríe y sé que mi disculpa es aceptada.
—No sé cómo tengo hambre, solo la tengo —dice, escuchándose menos lastimada ahora.
—¿Quieres volver a intentar hacer las galletas del otro día? —pregunto, y extiendo mi mano hacia ella. Sus ojos lo aceptan antes de que su brazo pueda hacerlo.
Cuando lo hace, caminamos juntas hacia la cocina, el nuevo hogar del libro de recetas que mi madre alguna vez dejó olvidado, y abrimos éste para encontrar la página que buscamos. Esta vez es Rebecca quien busca todos los ingredientes mientras yo los dicto y repito una y otra vez, pues de vez en cuando, después de buscar en unos tres cajones diferentes, se olvida de qué deseaba encontrar.
Tarda un rato, pero al final da con todo lo que necesitamos. Me mira mientras trae, muy lentamente, la harina. Yo la miro de vuelta e, inevitablemente, sonrío ante la sensación en mi abdomen.
Deja la harina y se queda paralizada, y temo. Temo por lo que podría haberla detenido.
—¿Por qué me miras tanto? —pregunta, aunque siento que quiere preguntar otra cosa. Al mismo tiempo, lo que acaba de pronunciar me hace saber qué debo estar pensando.
¿Se está dando cuenta?
Tal vez fue un error pensar que no debía ocultar este desastre.
HOLIIIII.
Dato curioso: Este capítulo fue terminado justo un día antes de la actualización, así que esta es una nota súper súper reciente. ¡Feliz lunes! Feliz martes también, claro, de una vez. La cosa es, JAMÁS ME CREERÁN LO QUE ME PASÓ.
Dejémoslo en que no estuve sana, aunque en sí la enfermedad no me impidió escribir, pero si supieran cuánto sueño me da la medicina esa... Ojalá no la vuelva a tomar nunca (seguro estaré tomando otra vez para octubre/noviembre). Y luego el miércoles tuve tarea. Y luego el jueves me picó una abeja y por alguna razón eso también me dio sueño; o tal vez solo estaba ya cansade. Mis únicos días buenos para escribir fueron viernes y sábado (porque el domingo tuve, claramente, MÁS TAREA).
Que chingue a su madre Computación en la nube. A menos que mi profe esté leyendo esto, entonces es la mejor materia en la historia de la ingeniería.
Ah sí, me metí a IDS. ¿Me arrepentiré después? Ojalá no. Estoy disfrutando mucho programar, ojalá las IAs no lo arruinen (*llanto*)
En fin, SOBRE EL CAPÍTULO. No mentiremos, es relleno; igual disfruté mucho escribirlo, y fue algo muy muy rápido; amo DEMASIADO la relación entre Isabel y Rebecca, y también la narración que está teniendo esta historia... No sé, la voz de Isabel (o mi propio estilo, por qué no) navega la historia de forma increíble. Estoy feliz.
La idea es que en el siguiente capítulo pase algo más interesante antes de que la historia avance más; es todavía poquillo relleno antes del cap trece, que es donde como que empiezan a explotar las cosas. Y LES VA A ENCANTAR.
No, en serio, estoy muy emocionada por lo que viene.
Ah, y por cierto, EN ESTE CAP SE HICIERON TREINTA MIL PALABRAS. La historia en total tendría entonces casi unas setenta mil, si la segunda mitad se extiende tanto como esta (que aún no termina, pero está a punto...)
En fin, mi siguiente entrega de tarea es hasta el viernes y ya llevo hecho un buen tramo (aka ya terminé el programa y solo me falta el reporte), así que creo que esta semana será mucho más compatible con ser escritora. Y eso significa que lo más probable es que también haya cap la siguiente semana :)
Así que, ¡nos leemos el siguiente martes! A menos que el universo se ponga en mi contra, claro.
Me voy a leer por el momento, que aparte las protas del libro con el que estoy justo ahora tienen el mismo ¿trope? que Isa y Becca y eso hace que me esté gustando MUCHO. Y quiero ver cómo lo desarrolló esta autora.
Y eso, adiós. Nos leemos muy muy pronto :)
Byeee :D
Mari
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