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Capítulo 14

Cuando el relato de Rebecca termina, pongo atención a cómo las lágrimas caen de mis ojos rápidamente, sin que yo me hubiera dado cuenta; pero sé que empecé a llorar desde antes, porque cuando me llevo las manos a la cara, noto que mis mejillas ya se encuentran húmedas por completo, y luego me fijo en cómo en el pecho de mi playera se ven algunas manchas de agua salada.

Miro a Rebecca para ver cómo ella me ve de vuelta, con una expresión preocupada, pero sin llorar aunque fue ella misma quien vivió el trágico relato que acaba de contarme, quien ya lloró por éste varias veces antes, quien ha llorado también al recordarlo mil veces; porque lo sé, ella debió pensar demasiado en ello, en especial cuando su padre jamás la dejó volver a tener una vida normal, cuando nunca tuvo permitido pasar página.

Y de pronto me preocupa que sea justo eso, el recordarlo y llorarlo demasiado, lo que hace que mi amiga no llore justo ahora, que hace que parezca que ya no lo siente y que lo cuente como si fuera solo otra historia más; con todos los detalles, pero con mucha menos alma de la que debería haber.

No puedo evitar llorar más.

—Lo siento mucho... —digo al mismo tiempo que me arrojo al hombro de la chica, llorando en éste mientras la abrazo con fuerza, esperando que pueda darse cuenta de lo mucho que la quiero, y de lo mucho que de verdad lo lamento. Las palabras se quedan cortas para explicar cómo me siento.

—No es tu culpa —responde ella mientras me acaricia el pelo, muy lento y con las manos temblando, como si no estuviera segura de lo que hace. Y parece que tampoco está del todo segura de qué le dije, pero no la corrijo como por un momento siento que debería hacer.

—Lo siento —repito, en su lugar. Y Rebecca no pronuncia nada más, sino que me abraza de vuelta y sigue acariciando mi pelo.

Luego empieza a derramar lágrimas sobre mí, y lloramos juntas por minutos, por horas... Hasta que nos cansamos de ello.

Y cuando por fin estamos menos conmovidas y nuestro ánimo es mejor, dejamos de abrazarnos y solo nos sostenemos por nuestros húmedos hombros. Nos miramos a los ojos. Intentamos sonreír, aunque aún no podemos; ni siquiera estamos dispuestas aún.

Pero yo sí que estoy dispuesta a hacer otra cosa.

Suelto sus hombros y alzo las manos, todavía mirando hacia sus ojos. Toco sus mejillas húmedas con cierta duda, y otra vez siento que voy a llorar, pero no lo hago, ni siquiera cuando siento que me cuesta tomar valor para decir lo que deseo.

Trago saliva, luego lo fuerzo a salir, sosteniendo el rostro de Rebecca con más fuerza, haciéndola mirarme mientras yo observo directo a sus ojos, intentando hacer el mensaje más significativo:

—Rebecca, yo también te amo. Yo también te he amado desde que éramos niñas.

Y procedo a contarle la historia de cómo yo me dí cuenta de que me había enamorado de ella, y le hablo de lo que sentí; le cuento el dolor que tuve por más de la mitad de mi vida, que no se parece en lo absoluto al suyo pero que vuelve a sacarme gotas saladas; que hace que tenga que volver a abrazarla y que solloce mientras sigo con mi relato.

Y cuando termino, siento que algo debería seguir, que deberíamos estar haciendo algo más que riéndonos de cómo, entre las confesiones, ni siquiera nos dimos cuenta de cuándo amaneció cuando supuestamente a eso habíamos subido al techo. Cuando vuelvo a mirarla a los ojos, justo después de que decidamos que hay que bajar y de todas formas no lo hagamos, siento que deberíamos discutir qué significa lo que sentimos, a donde nos llevará, o quizá solo debamos hacer algo tan simple como besarnos...

Creo que ella también lo desea; creo que ella siente lo mismo que yo. Pero no hacemos nada al respecto; el miedo gana.

Creí que, una vez que le dijera a Rebecca lo que en verdad sentía, todo cambiaría, fuera para bien o para mal. Creí que mi vida jamás volvería a ser la misma, fuera por haberme ganado su odio o por el hecho de tener su amor. Pero no, en realidad nada cambia; todos los días pasan de una manera tan normal como lo habían hecho siempre, solo un poco más felices; tan felices que ni siquiera me atrevo a preguntarme por qué las cosas no son diferentes a pesar de todo; no necesitan serlo.

Las siguientes dos semanas pasan como siempre: Rebecca se levanta un poco más temprano que yo y, cuando abro los ojos, extraño su presencia y la forma en la que solía saludarme al despertar, la forma en la que me sonreía; pero me alegro con su canto suave y el sonido de la ducha, y empiezo a prepararme para empezar mi propio día. Desayunamos juntas por un rato y, obviamente, ella termina unos cuantos minutos más temprano para empezar su turno en la florería a tiempo; la abrazo antes de salir y lo único diferente a otros días es que ahora todas las mañanas me quedo esperando un beso que nunca llega, porque el miedo siempre gana.

Pero no me molesta, yo también tengo miedo; yo tampoco me siento lista. Puedo esperar.

—Te amo —Le digo siempre mientras está cerrando la puerta, cuando tal vez ya ni siquiera puede escucharme, o cuando yo no puedo escuchar cómo me contesta, y siempre siento la mirada atenta y chismosa de mi madre, esperando a que le diga la verdad.

¿Pero qué le digo? Todavía no sé bien cómo explicar lo que pasó ese día en el techo, o antes, cuando me despertó y me dijo que quería ver el amanecer conmigo, o en sí cómo empezó todo ni en qué está terminando justo ahora.

No puedo explicar nada, simplemente las cosas pasaron. Le respondo a mi madre con una sonrisa cada vez, y solo espero que no pregunte nada específico.

Por suerte, nunca lo hace.

El resto de la rutina también continúa tal como siempre, como ha sido desde el día en el que regresó y pidió quedarse en la casa: Regreso del trabajo, descanso un rato y luego invito a Rebecca a salir al parque en nuestras bicicletas, con una implícita invitación a comer helado también, a lo cual siempre dice que sí con una sonrisa no solo feliz, sino completamente emocionada a pesar de que estas cosas ya son rutina.

Una rutina que realmente se siente más feliz desde el día en el que supe que me ama.

—Te amo —Le repito todos los días cuando le doy su helado, aún ante la mirada del señor que los vende, que aunque no dice nada y quiero pensar que no nos juzga, sí que se ve extrañado; todas las veces. Y parece estarnos mirando como si esperara la confirmación de que las cosas son como él las cree.

Siempre nos alejamos antes de afirmarle cualquier cosa, de decir nuestra hermosa pero no muy aceptada verdad.

Y comemos el helado para luego volver a casa y cenar, para después irnos a dormir, ahora con un poco menos de vergüenza; abrazadas, con los rostros cerca, sin sentir tantos nervios o miedo como alguna vez los hubo.

Solo un día las cosas son diferentes al acostarnos, al mirarnos a los ojos, sonreír e intentar darnos las buenas noches... Solo intentar, no simplemente darlas como en otras noches, como en cualquier día normal. Hay algo que se siente raro e incorrecto en despedirse hoy, y parece que ambas lo sabemos; abrimos la boca al mismo tiempo una vez que se ha apagado la luz, y también la cerramos al mismo tiempo, tal vez queriendo dejar a la otra hablar, o tal vez solamente olvidándonos de qué queríamos decir. Esto vuelve a pasar unas dos veces más. Luego no decimos nada, y parece que Rebecca intenta dormir, pero yo no hago lo mismo; me sabe mal irme a dormir sin haberme despedido de ella, aunque parece solamente lo que debería hacer si ella se queda dormida antes que yo.

Suspiro. Me pongo boca arriba en la cama y espero poderme dormir, aún con esa inquietud y con lo especialmente intensa que se ve la luz de luna en esta noche específica.

Después de unos minutos, me atrevo a mirar de reojo a mi amada, solo para encontrarme con que ella me está observando también; no logro saber si desde antes o si volteó al mismo tiempo que yo, sincronizada conmigo o tal vez solo leyéndome la mente.

Sus ojos se ven tiernos y al mismo tiempo muy llenos de lágrimas. Sus labios se encuentran tensos, al igual que el resto de su cuerpo; al igual que, especialmente, su brazo, que se mueve lentamente mientras su mano parece querer encontrar la mía, lo cual le facilito para que las entrelace y sonría, aún con cierto estrés alrededor de su boca.

—¿Qué pasa? —Le pregunto mientras acerco más nuestros cuerpos, mientras mi mano se aferra más a la suya y la aprieta para que su tensión se vaya.

No parece funcionar, sino que mi amiga parece ponerse todavía más nerviosa; y me pasa lo mismo una vez que noto cómo nuestros alientos se mezclan, cómo siento de nuevo que hay algo que hace falta, y también algo que sobra: El espacio sobra. Un beso es lo que falta.

Siento que debería separarme, dejar que el miedo gane como siempre, pero prefiero preguntarle a Rebecca si eso es lo que ella quiere.

No obstante, no logro hablar antes de que ella haga una pregunta:

—¿Recuerdas que dije que me quería casar contigo?

Trago saliva mientras empiezo a sentir el corazón apretado. Intento que mi mente no salte de inmediato a lo peor, a la idea de que tal vez mi amiga se ha arrepentido de decirme que me ama, o que ha descubierto que en realidad no es así, que se había confundido pero que en realidad solo siente algo platónico por mí; que termine una relación que en realidad nunca empezamos y que me confirme que viviré sin amor por siempre. Porque realmente no me creo capaz de amar a alguien que no sea ella, o de sentirme feliz haciéndolo.

—Bueno, que me quiero casar contigo —Se corrige a sí misma, tal vez habiendo notado todo lo que pasaba dentro de mi cabeza.

Suspiro de alivio, y me río un poco después, justo cuando ella también lo hace ante mi nueva expresión, ante mi sonrisa por fin despreocupada.

—Sí, me acuerdo. ¿Por? —cuestiono de vuelta.

—Bueno... —Empieza a hablar, aunque parece que por un momento desea arrepentirse. De todas formas, continúa antes de que yo pueda decirle que está bien, que no tiene que hablar si no lo desea—: En las bodas se dan besos —musita, tal vez avergonzada, e incluso con el poco brillo que hay dentro del cuarto logro ver cómo se enrojece—. ¿Quieres practicar? —pregunta después, escupiendo la interrogación con nerviosismo, muy similar al que yo siento después.

Aún no sé si estoy lista para este momento. Aún no sé si estoy lista para esto que, aunque lo he hecho ya con varias personas, es la primera vez que siquiera pienso en hacerlo con alguien que de verdad amo, con la persona a la que he deseado desde que tengo memoria.

Respiro profundo; luego pienso y digo algo para evitar lo que más quiero:

—Bueno, las personas que se casan primero que nada son novias, Rebecca —Le sonrío aunque no siento mucha confianza en mi frase.

Hay un momento de silencio que me hace pensar que las cosas no son mucho mejores ahora. Que le propuse algo que tal vez signifique más.

—Seamos novias —pide mientras encuentra mi otra mano y la toma sin ninguna dificultad aparente.

Trago saliva e intento que mi voz no tiemble, aunque lo hace, muy notoriamente:

—Sí.

—¿Y ahora puedo besarte? —pregunta la que ahora es mi novia, obligándome a respirar profundo y, por fin, decidir.

Mi voz vuelve a temblar cuando hablo de nuevo:

—Sí.

Pasa un rato antes de que el beso se dé de verdad, porque aún lo dudamos, porque el miedo aún quiere ganar, pero nos seguimos acercando y cerramos los ojos; nos preparamos para el que espero que sea el momento más perfecto de nuestras vidas.

Y lo es.

Es perfecto el momento en el que nuestros labios por fin se tocan y se nota cómo ambas estábamos esperando este momento por mucho tiempo; es perfecta la forma en la cual pareciera que no podemos separarnos, porque no lo hacemos aún cuando empezamos a quedarnos sin respiración. Siento cómo el aire tiembla entre nosotras y, aún así, sigo probando sus labios de sabor perfecto; sabor a cereza como el de su labial o como el de ese helado que pido cuando no hay de menta.

Siento el corazón latiendo fuerte, a mi cara enrojeciéndose, mi estómago llenándose de mariposas y cómo las flores empiezan a rozarme los brazos y las piernas. Siento la necesidad de acariciar a Rebecca por todas partes... y no me siento nada culpable; no me siento como lo hice en otros momentos.

Pegada a sus labios, solo logro sentirme libre.

¡Holiii! Una disculpa por no actualizar la semana pasada, pero siempre siento que los recuerdos y los capítulos vienen mejor juntos, así que tuve que esperar un poquito más para publicar. Y bueno, tanto el recuerdo como el cap tomaron una semana cada uno, aunque este último habría tomado un poco menos si no hubiera tenido tarea de probabilidad y estadística.

Pero bueno, es lo que es. Y el punto es que YA TERMINÉ.

Amé escribir este conjunto de partes, en especial considerando que el recuerdo 4 es como leer un infierno y este capítulo es poder llegar al cielo. Yo AMO.

Por cierto, y aunque tal vez a nadie le importe, hoy (sí, justo en la fecha de publicación del cap) es cumpleaños de mi pareja, así que si quieren dejarle felicitaciones, adelante <3

Y... No sé qué mucho más decir; solo he estado ocupada y he estado mal del estómago (hoy empecé a medicarme y me siento algo mejor, aunque igual intento comer bien), y... Bueno, ahora no estoy ocupada. Yippie. Me pondré a trabajar en el siguiente capítulo el domingo o lunes (hoy es viernes).

Muchas gracias por estar leyendo esta historia y espero que les haya gustado esta actualización. Nos leemos la siguiente semana si hay chance.

Byeee :D

Mari.

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