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Capítulo 10

Rebecca está en la cocina moliendo los granos del café; se ve tranquila; despreocupada y muy concentrada a la vez. Sonríe al mismo tiempo que tuerce los labios, como si no supiera bien cómo reaccionar, si la tarea la relaja o si requiere estresarse aunque sea un poco. Muestra los dientes, como si la sonrisa quisiera ganar, pero sus labios siguen fruncidos. La expresión, tan vaga y específica a la vez, me causa ternura.

No puedo dejar de mirarla. Pero luego ella es quien me mira a mí, fugazmente.

Bajo la vista y finjo que la encimera de mármol falso es la cosa más interesante que existe sobre la faz de la Tierra; la golpeo con las uñas ligeramente y espero a dejar de sentir la mirada de la chica sobre mí, a que el ambiente se sienta menos tenso, más seguro. Pasan los segundos; pasa, tal vez, medio minuto, y nunca me siento mejor. Vuelvo a ver a Rebecca solo para darme cuenta de que ya no me está mirando, de que tal vez me quitó los ojos de encima hace ya un buen tiempo; y yo estuve estresada sin razón.

Suspiro. Estar enamorada me hace daño. O tal vez solo quiero pensar eso para ver si así puedo, de una vez por todas, deshacerme de esto, convenientemente antes de arruinarlo todo, de dejar de poder ocultarlo, de que Rebecca vuelva a notar lo rara que me pongo junto a ella y me confronte por eso al por fin notar lo que en realidad pasa en mi interior, lo que pienso, lo que siento.

Pero por más que intente convencerme, no va a funcionar. Tal como durante los pasados doce años, parece que este amor se quedará conmigo hasta el día de mi muerte, y lo único que puedo hacer es seguir sufriendo por todo lo que no es posible.

No es posible que no note la intensidad de mi enamoramiento si yo soy quien trae los granos de café que muele cada mañana y noche, quien se llena los bolsillos del pantalón y de la chaqueta con frutos y ni siquiera intenta que no se note, quien le dice a sus padres y a sus compañeros que solo se está llevando las sobras pero en realidad dejó de cumplir con los mínimos que pide el patrón y está arriesgando su trabajo por una chica con la que perdió el contacto por doce largos años y aún no sabe cómo es que la quiere de nuevo, cómo es que la ama de nuevo.

Tampoco es posible que no lo note si, en vez de guardar mis muy pequeñas ganancias, ahora uso todo en cosas que tienen que ver con ella; en llevarle esa blusa que vi en la boutique que, con ese diseño de flores rosadas por toda la tela, solo podía recordarme a ella, esos aretes de cristales blancos que resaltan tan bonito entre el montón de pelo rojo que cae sobre sus hombros, esas galletas que recordaba que le gustaban cuando éramos niñas y parece que aún le encantan; en llevarla por helado después de nuestros paseos en bicicleta a la orilla del río; solo gastar en amarla y amarla y que ella ame lo que hago para hacerla feliz.

Y me delato más en mi acto de amor más grande, en ponerme en peligro a mí, completa, en arriesgar mi seguridad junto a ella por las cosas que alguna vez fueron suyas, por lo que aún debería ser de su propiedad y que sigue amando. Por todas las cosas que su padre le arrebató injustamente. Hoy volveremos por más de su ropa y por algunos de los libros que tenía. Y tal vez este domingo, como empieza a hacerse tradición de nuevo, robemos más de los cassettes que tiene la vecina.

Y yo nunca me imaginé así, rompiendo reglas, haciendo travesuras e incluso maldades por amar a una chica en vez de por estar solo intentando hacerlo; mucho menos me imaginé sintiéndome realmente bien, muy pocas veces arrepentida, por hacer cosas así, mucho más graves de las que alguna vez hice por esos chicos que me daban flores que no quería recibir o por esas chicas a las que les rompí el corazón solo después de lograr meterme en sus camas para no quedar satisfecha.

Esto es el amor de verdad y lo que siempre había querido, y no hay forma de que Rebecca no lo note, que no piense ni un momento en cómo yo me arrancaría el corazón si eso fuera necesario para ganarme el suyo. No es posible que no lo haga aunque sea dentro de años.

Pero si hay algo todavía menos posible, que no veo la forma de que ocurra ni siquiera en años, es que ella me ame de vuelta. Y justo por eso es que las cosas imposibles duelen; arden como si mi corazón se quemara en cada segundo que pasa, como si el incendio jamás quisiera detenerse.

E irónicamente, el incendio hace que mis ojos suelten agua. Solo dejo de pensar cuando siento ligeramente húmeda una mejilla y bajo la cabeza para ver que dejé una lágrima sobre la imitación de mármol.

—¿Qué pasa, Isa? —Para colmo, Rebecca logra ver mi agitación, y duele más, porque sé que no puedo decirle la verdad, y tal vez no pueda decírsela nunca; no se siente posible. Ella no es posible.

Suspiro, y eso no me hace ver como si me sintiera mejor, o como si al menos me sintiera bien.

Ojalá me tragara la tierra.

—Nada —intento decir, aunque no es nada creíble, mucho menos con lo mucho que arrastro la voz y con la forma en la que mi garganta amenaza con liberar un sollozo.

Pero al menos mi amiga entiende que no debería preguntar más. Lo malo de eso es que entonces sonríe, tal vez intentando tranquilizarme, y funciona; sonrío junto a ella aunque hace unos segundos mis labios parecían no poder curvarse.

Es peor cuando toma una de mis manos, muy suavemente, solo recordándome que está allí, tocándome, y aún así es inalcanzable. Me mira a los ojos y no puedo evitar sentirme afortunada; tan afortunada que podría romper en llanto.

—No llegues tarde al trabajo —Me dice, y no sé cómo la escucho con el sonido de mi corazón retumbando en mis oídos.

Mierda, sí, el trabajo. Llevo minutos aquí y ni siquiera me he bañado.

—Claro, es... es cierto. Gracias. Ya no me acordaba —Le digo, mis palabras atándose las unas con las otras, y abro paso a mi apuro para que se apodere de mí, aunque casi no quiere hacerlo, aunque mis pies me piden quedarme aquí todavía viendo cómo la chica del pelo rojo muele el café.

Corro al baño más rápido de lo que haya hecho antes en la vida, dolorosamente ignorando lo que sea que Rebecca me pregunta después, y empiezo mi rutina con toda la premura del mundo, pero ésta no me distrae. Aún yendo acelerada, lloro en la ducha pensando en mi muy apreciada amiga.

El amor es un asco. Y odio las rosas que crecen sobre el piso del baño.

Rebecca extiende una pierna y, muy delicadamente, coloca la suela de su zapato sobre el suelo de afuera de su casa; levanta polvo y el césped, que parece no haber sido podado desde hace meses, roza sus tobillos y los rasca cada vez que sopla el viento, haciendo bailar a la hierba, moviéndola de un lado al otro.

Sonrío a la chica, satisfecha con lo que acaba de hacer, y preparándome mentalmente para abandonar de nuevo la que alguna vez fue su casa —que ahora es solamente la vivienda de un hombre que no debería tener hogar— con lo que acaba de conseguir; carga en dos de los dedos ganchos con parte de sus vestidos, y sobre una de sus palmas lleva, de forma horizontal, una pila de libros; mayormente clásicos que yo solo leí porque los encargaron en la primaria, y otros cuantos que parecen títulos más nuevos, que no reconozco en lo absoluto pero que de repente tengo ganas de leer, pensando en las partes de su alma que están aplastadas en medio de las hojas de papel.

La miro; le digo con los ojos una verdad: Estoy orgullosa de ella y la amo. Me sonríe como si entendiera lo que le expresé y entonces solo puedo arrepentirme de haberlo hecho, y concentrarme en no enrojecer, como si eso de verdad pudiera evitarse.

Pero no me siento arder, y eso me tranquiliza.

Suspiro. Sigo sonriendo. Sigo viendo a Rebecca, con un pie dentro de la casa y el otro afuera; me pregunto por qué no nos estamos yendo ya, por qué seguimos solamente esperando a estar en peligro. Casi lo cuestiono en voz alta, pero luego veo cómo me acerca la mano con la que está sosteniendo las cosas; por alguna razón, eso basta para hacer el silencio, al menos por mi parte. Mi amiga sí habla, interroga:

—¿Me cuidas estas cosas, por favor?

Y me las acerca aún más.

Aún sin pronunciar palabra, solo asintiendo con la cabeza, las tomo, de la misma forma que hizo ella, aunque llevando los ganchos con los vestidos alrededor de la muñeca y no en los dedos. Solo tardan unos segundos en empezar a dejarme marcas rojas en la piel, pero lo soporto para que mi amiga pueda volver a levantar la pierna...

La misma pierna que ya había tocado el pasto frente a mi. Para llevarla adentro de nuevo y desaparecer otra vez en el pasillo que lleva a su cuarto. No entiendo qué pasa y empiezo a esperar no hiperventilarme, pero lo hago; pienso en todo lo malo que podría pasar y en cómo el papá de la chica podría estar viniendo a casa justo ahora, cómo esta vez probablemente no salgamos igual de bien que la anterior, cómo esta vez puede ser que no reaccionemos a tiempo o que los árboles decidan no protegernos.

Dejo de sentir calor y me estremezco; escucho y siento el latido de mi corazón. Pienso en Rebecca en un intento de calmarme solo para descubrir que eso me pone más nerviosa.

No quiero que le pase nada, y estamos tan cerca de ser descubiertas, de que su padre le pase...

No sé cuánto tiempo transcurre antes de que regrese; al menos el hombre no alcanzó a volver antes de que eso aconteciera. Intento sonreír para que mi amiga no note lo ansiosa que estuve, para que no tenga que preocuparse por mí, porque ella no debería cuidarme, sino que es quien debería ser cuidada, cuidada por mi. Amada.

Trae más ganchos con ropa en los dedos, esta vez en los cinco de una mano; en la otra lleva, de forma mucho más cómoda, un solo libro adicional; ese es el que termina llamándome más la atención: Un recuerdo tan importante que quiso llevárselo solo.

Sin usar ninguna de las manos, mantiene el equilibrio para sentarse en el alféizar de la ventana y luego subir las piernas a éste. Gira y vuelve a poner los pies en el suelo, levantándose sin esfuerzo aparente. Me maravilla, y sonrío.

—¿Nos vamos? —pregunto, aunque ella parece ya dispuesta a eso.

—Sí.

Y aunque no tenemos por qué huir, lo hacemos; hacemos lo mismo que la primera vez, cuando su padre casi nos llegó a atrapar: Corremos hacia el bosque y dejamos que los árboles se cierren los unos contra los otros conforme vamos pasando, creándonos un espacio privado donde intentar ver el cielo nocturno a través de las hojas de los árboles.

Nos tiramos allí y no logramos ver el firmamento, pero vemos la luz. Las luciérnagas moradas, apareciendo gracias al verano, vuelan alrededor de nosotras y hacen que el rostro de Rebecca se vea mucho más hermoso que de costumbre. Se ve más feliz ante la rareza que flota sobre ella.

Y yo me descubro teniendo unas muy fuertes ganas de besarla.

Dejo de mirarla en el momento en el que me doy cuenta de ello, e intento que mi respiración agitada no se escuche, solo para que lo único que logre sea, en realidad, dejar de respirar y sentir más mi corazón, apretando mi pecho, pidiéndome que vuelva a inhalar el fresco aire de esta noche.

No lo hago.

Vuelvo a mirar a Rebecca, solo unos segundos, solo para volver a querer besarla y pensar una verdad que me lastima: Si fuera cualquier otra chica, ya lo habría hecho. Si la persona a mi lado no fuera Rebecca sino alguna de esas muchachas de las que nunca me enamoré, que solo me causaron curiosidad, ni siquiera habría dudado en pegar mis labios a los suyos por primera vez, no habría pensado en lo que podría perder; no habría nada para perder mas que a la misma chica, a alguien que sabía perfectamente que no quería, a alguien a quien no podría extrañar ni aunque lo intentara.

Y bueno, a Rebecca sí la quiero; la quiero tanto que no quiero imaginar una vida tras perderla de nuevo, y mucho menos quiero ser la razón por la cual hubiera vuelto a desaparecer. No quiero imaginar sentirme, de nuevo, eternamente adolorida, y no quiero imaginar todo lo que podría pasarle a ella, en qué lugares podría terminar, a qué personas podría encontrar; cuánta violencia aún peor que la de su padre podría sufrir.

No quiero arruinar la vida de ambas con un solo beso, así que dejo a mi amiga en paz mientras las luciérnagas vuelan sobre ella.

En medio de la noche, en mi habitación, extraño la luz violeta, extraño a los bichitos que la emitían, y extraño la imagen de Rebecca sonriendo bajo el brillo de los insectos aunque ésta sigue pegada en mi cabeza, visible incluso cuando cierro los ojos, incluso cuando intento concentrarme en el paisaje que hay detrás de la ventana, incluso cuando siento que estoy empezando a quedarme dormida...

Definitivamente hoy no podré conciliar el sueño.

El roce de las bugambilias contra mi piel es incómodo y escuchar cómo cruje de nuevo la madera del alféizar de la ventana cada vez que pienso que ya no lo volverá a hacer me estresa. Aprieto los ojos esperando que ocurra un milagro y nunca pasa; no dejo de pensar, no dejo de sentir, no empiezo a soñar; tal como todas las noches, lo que me queda es seguir pensando en Rebecca, en lo que hicimos hoy, y tal vez esperar que toque mi puerta como últimamente hace tanto.

Pero cada que toca es solo para decirme que tuvo una pesadilla, y por eso no quiero esperar a que venga; no quiero sentirme bien por algo que en realidad solo hace cuando se encuentra asustada.

Pero allí está, el golpe en la puerta, suave pero desesperado, repetido, rápido. De pronto tengo ganas de llorar, pero me levanto de todas formas tras ver cómo las flores empiezan a desaparecer, se esconden para que yo abra. Suspiro antes de girar la perilla.

—Tuve el mismo sueño —dice ella, y se sienta en mi cama mucho antes de que yo pueda siquiera pensar en invitarla a hacer eso.

Me siento junto a ella y la dejo llorar.

Visualizo en mi cabeza el sueño que ella siempre me dice que tiene, que estos días se ha repetido tanto: Ese en el que ella y una chica rubia a la que no le ve la cara están frente a su padre, y él, como siempre, está enojado; no les habla, pero las mira con toda la rabia del mundo y luego se va un momento a la cocina, un momento en el que Rebecca dice sentirse tranquila, o al menos no tan tensa como siempre se sentía con el hombre delante. Un momento en el que, incluso, abrazaba a la joven a su lado e intentaba decirle —sin éxito, las palabras no le salían— que, si desaparecían un momento, el enojo del señor se pasaría. Pero no lograban desaparecer antes de que volviera con un cuchillo de carnicero y les cortara la cabeza a ambas, cayendo primero la de Rebecca y después la de su acompañante.

—Aún tengo miedo a que ella... ya sabes, la chica... seas tú. Se parece a ti; tiene tu cabello —cuenta mientras tiembla, mientras su voz lo hace también—. Y... y aún siento el cuello partido, no sé cómo estoy hablando...

Alza la mano hacia su boca y la hace un puño, el cual muerde con fuerza mientras intenta que las lágrimas dejen de correr.

Yo tomo su puño y lo coloco de nuevo sobre las sábanas, con las cuales quito la saliva que quedó en su ahora extendida mano.

—Está bien, es solo un sueño; estoy bien ahora, y tú también —digo mientras le vuelvo a acariciar el pelo para después levantarme a encender la lámpara y cerrar la puerta del cuarto, así ambas dejando de ver la oscuridad que hay fuera de la habitación.

Sigo abrazando a mi amiga y luego la invito a acostarme a mi lado, como también ya lleva haciendo por una cantidad considerable de días. Empiezo a acostumbrarme, en realidad, aunque eso no significa que ya no me quede haciendo sin querer lo que justo ahora estoy realizando: Miro a Rebecca mientras se va quedando dormida y siento cómo enrojezco, deseando que no abra los ojos para ver eso y notar también cómo una rosa le empieza a brotar entre el hombro y la oreja.

Solo me desconcentro cuando empieza a roncar, muy suavemente, y habiéndose tranquilizado mucho más rápido de lo que yo hice. Yo aún me imagino su sueño y temo por ella, por lo que podría ocurrir dentro de su cabeza esta misma noche, a mi lado, en mi cama. Apago la lámpara y abrazo a mi amiga después, mi cara quedando cerca de la suya, muy cerca... Lo suficiente para que mi respiración y la suya se mezclen.

Ya no quiero pensar en besarla, pero lo sigo haciendo. Intento dormir, y de una forma u otra, aún después de muchas vueltas en la cama, lo logro.

Pero el pensamiento no abandona mi cabeza; sueño con besar a Rebecca.

¡Holaaaa! Creo que ya va mucho tiempo sin que escriba una nota.

¡Una disculpa por dejarles sin cap la semana pasada! Tenía que acostumbrarme de nuevo a escribir. Y bueno, también estuve algo cansada y pasando tiempo con mi pareja; descansando un ratito en lo que también me acostumbro a la universidad (ayuda, tengo que presentar el avance de mi proyecto final de programación este viernes (y con "este viernes" me refiero al 6 de septiembre)).

Y bueno, este cap fue un poco difícil de escribir, porque al principio sabía bien a dónde iba y luego el final del capítulo se perdió un poco entre mi escritura; iba a terminar diferente, pero creo que el anterior final ahora solo lo añadiré como un detallito en el siguiente cap o en el 12.

Que por cierto, AQUÍ LLEGAMOS A LA MITAD DE LA HISTORIA. Después de 10 capítulos, 3 recuerdos, la intro... que equivalen a 33k palabras, HEMOS LLEGADO A LA MITAD.

¿Qué esperan que ocurra en los siguientes capítulos? Que conste que la trama irá rapidísimo a partir del 13.

¿Y cómo creen que va a terminar?

Y bueno, ya no sé qué más decir; iré a leer a partir de ahora. Y de nuevo, una disculpa por no publicar capítulo la semana pasada, ¡pero la pasé muy bien! Y también disfruté mucho escribiendo este capítulo; es uno de esos tan fluidos que se pudo escribir en dos/tres días. Con suerte, podré publicar también la siguiente semana y avanzar un poco con mi proyecto secreto :)

Gracias por estar leyendo; nos vemos el próximo martes :D

Byeee :D

Mari.

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