Poema a su sirena del dolor
Mi musa tiene nombre y apellido;
surcando los mares se la oye,
entre la serenidad del crujido de olas
flotando su navío
con la guía de una estrella flamante.
Divina flor que desconoce los cantares, ella exhorta a las voces;
son voces frágiles, nacidas del barroco,
de un océano invicto de aires melancólicos;
el azul oscuro las reluce en destellos
y las presume
en el reflejo de las estelas graduales.
Las burbujas saben de ellas,
hermanas se llaman entre sí como sinuoso al perfume,
y se reconocen en las playas de la tierra
como al carbón pariendo diamante.
Le brillan los iris de sus ojos, y la seda de sus labios
ruge alegrías
de ensoñación constante.
Musa de apariencia frígida,
mirando al techo te conviertes en la pintura
de los cielos y mares
de mi alcoba.
Musa, que eres mía
e invisible
a los pedestales de gentes caóticas.
Que nunca te conocen, y tú traduces lo que me inspiras
en el arte de mis frágiles manos.
Musa divina e intachable,
¡pensada! para tu poeta descarado
dame un soplo de tu brisa perfumada,
el que bautiza tu nombre coronado;
dame una sonrisa de tus párpados,
y pestañea, a las estatuas de finos detalles que retratan
el mármol de tu piel labrada.
Musa inquilina de mis ventrículos palpitantes
te llaman Mustia,
y te apellidas
como las rosas cortadas.
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