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8

Inmediatamente después del sonido del disparo, los gritos inundaron el interior de la farmacia. El caos y la desesperación se metió por cada uno de los poros de quienes allí habitaban, mientras que los cuatro cazadores los perseguían por los pequeños pasillos del lugar, abriendo fuego ante la primera señal de movimiento.

Por su parte, Dave había reaccionado lo suficientemente rápido para correr hacia la puerta y cerrarla antes de que el joven futbolista que lo había apaleado poco antes pudiera acertar un tiro fulminante a Phil, quien en el suelo se tomaba el hombro herido y se quejaba del dolor.

Dave sabía que los cazadores eran peligrosos, pero nunca se imaginó que iban a abrir fuego frente a los ojos del oficial Jones, mucho menos dispararle a él. Claramente no estaban en sus cabales, y la tensa situación generada por él mismo esa noche no había ayudado para nada. Pero recordó las palabras que Phil le había dicho. Debía concentrarse en salir de allí vivo, luego tendría tiempo para culparse.

El futbolista que disparó a Phil intentó abrir la puerta, y consideró patearla, pero finalmente concluyó que no hacía falta. El sheriff estaba herido, había sido aislado y no representaba un peligro inmediato. Luego podrían ocuparse de él, de momento debía unirse a sus compañeros y continuar eliminando a todo aquel que se les pusiera enfrente.

—¡Con un puto demonio! —exclamó Phil, aún en el suelo.

Noah se acercó al oficial herido, y este lo miró con desconfianza. Claramente lo seguía culpando por lo que estaba pasando en Kingville, y tenía sus motivos. Pero hasta el obstinado Sheriff Phil Jones reconocía que necesitaba ayuda en ese momento, y entre un asustado muchacho, una profesora, y su secretaria inconsciente, Noah parecía ser el más calificado para la tarea entre manos.

Solo bastó una mirada entre los dos hombres para que Noah supiera que estaba autorizado para acercarse, e inmediatamente se dispuso a revisar minuciosamente la herida.

—Parece que la bala pasó de lado a lado y no tocó nada muy importante —anunció el misterioso sujeto, aliviando un poco los ánimos en la parte trasera de la farmacia—. Pero debemos desinfectar la herida, de lo contrario se puede poner feo.

—¿Qué necesitas? —preguntó Dave, acercándose a ellos.

—Alcohol y unas gazas principalmente, si encuentran algo más potente mejor —replicó Noah de inmediato.

Claramente el tiempo era un factor de importancia, así que sin perder un segundo los dos hermanos asintieron y salieron en direcciones opuestas del depósito.

—Lamentablemente para ellos no me dieron en mi brazo bueno —masculló Phil, que estaba haciendo lo posible por aguantar el dolor. Descubrió que la ira que lo inundaba lo ayudaba.

—Tranquilo, oficial Jones. Tenemos que recomponerlo antes de que pueda empezar a planear su venganza —le advirtió Noah.

—Y no pienses que porque me ayudaste aquí estas libre de culpa. Tienes mucho por lo qué responder.

—A su debido tiempo, aclararé todas las dudas.

En ese momento, Dave llegó con las gazas y Kim apareció tras él con una exageradamente grande botella de alcohol. Ambos elementos fueron alcanzados inmediatamente a Noah, quien se puso a trabajar sin desperdiciar tiempo.



Al otro lado de la puerta, los cazadores recorrían los pasillos con sus armas en alto, esquivando los cadáveres de sus pobres vecinos que tuvieron la mala fortuna de ponerse en la mira.

El número de sobrevivientes en la farmacia había caído drásticamente y la sangre empezaba a recorrer el piso al punto en que empezaba a ser un peligro resbalarse, pero eso no parecía preocupar a los cazadores.

Por su parte, Martha, una de las tres personas que habían quedado vivas allí dentro por la mera casualidad de que había ido a buscar unos chicles cerca de la caja registradora cuando el tiroteo comenzó y que logró ocultarse tras una de las góndolas, se cubría la boca con las manos para evitar gritar. Cada pocos segundos asomaba la cabeza para observar los movimientos de los cazadores, pero cada vez se encontraba distraída por el cuerpo de Tom, uno de sus antiguos compañeros de colegio, que yacía a escasos metros de ella, con un agujero en donde solía estar su ojo izquierdo y el otro clavado directamente en ella.

Ya hacía quince años que había abandonado la secundaria, pero veía a Tom todos los días en las calles de Kingville. De hecho, veía a casi todos sus compañeros, por lo menos a los que no se habían mudado. Pero ahora esos días se habían terminado para siempre, y lo que más deseaba en ese momento es que Tom quitara su ojo de muerto de encima de ella. Lo peor era que sabía que, de ahí en adelante, vería a su ex compañero todos los días. La imagen de su cadáver había sido grabada a fuego en sus retinas.

Podía escuchar cómo los cazadores avanzaban lentamente por los pasillos de la farmacia, apuntando los haces de luz de sus linternas en todas las direcciones posibles, buscando a los pocos sobrevivientes que sabían que habían quedado. A pesar de su rudeza, eran hombres inteligentes. Se tomaron el tiempo de contar a cada uno de los sobrevivientes de la farmacia, y también llevaban la cuenta de cuántos estaban muertos. Había más sangre por ser derramada.

Martha, desde su incómoda posición, podía observar a Rick a su derecha. El joven enfermero también se encontraba escondido tras una góndola, pero a diferencia de Martha, él contaba con un plan.

Cuando el tiroteo comenzó, el único portador de armas en toda la farmacia alzó la escopeta que habían recuperado de la oficina de Bradlee e intentó detener a los cazadores sin ningún éxito. Ellos fueron más rápido con el gatillo, y atravesaron de lado a lado la garganta de su adversario con una precisa bala, dejando que se desangre ante la mirada de Rick y Martha.

Cuando el cuerpo cayó, el arma se deslizó a escasos metros del joven enfermero, y tenía muy en claro lo que debía hacer si quería sobrevivir la noche.

—¡No, por favor! —exclamó una quebrada voz femenina al otro lado de la farmacia, y solo recibió como respuesta un disparo.

—¡Solo quedan dos! —agregó uno de los cazadores, el más joven del grupo, y el que acababa de ejecutar a esa pobre mujer a sangre fría.

Sabiendo que ellos eran los siguientes, Rick clavó la mirada en la escopeta corredera que yacía a escasos centímetros de él. Era su única oportunidad, pero sabía que al moverse revelaría su posición, y posiblemente la de Martha. Él jamás había empuñado un arma, ni siquiera había acompañado a sus amigos a los muchos viajes de cacería que habían organizado a lo largo de los años. Desde su postura, matar animales por deporte no era bajo ningún punto de vista un deporte. Los "cazadores" simplemente caminaban unos cuantos metros en el bosque, sacaban sus rifles con miras telescópicas y visión térmica o rayos lasers, o cualquiera estupidez que el humano hubiera inventando para asesinar a animales inocentes en ese momento, y disparaban desde una distancia en la que el animal no podía verlos, ni protegerse, ni contraatacar. Más de una vez se preguntó cómo les iría a los supuestos cazadores si tuvieran que enfrentarse mano a mano con un león, o un oso, mierda, con un puto ciervo. Para Rick, cazadores como los que acababan de aniquilar a casi todos los sobrevivientes de la farmacia eran sencillamente un grupo de cobardes, y se sorprendió al darse cuenta que ni siquiera cambiaban sus tácticas; después de todo, acababan de abrir fuego contra una población civil desarmada y desprevenida. Alguien debía enseñarles una lección, tal vez ese alguien era él.

—Por favor, no... —murmuró con lágrimas en sus ojos Martha, al ver la determinación en los ojos del enfermero.

Rick tomó una gran bocanada de aire y se lanzó sobre la escopeta. Un disparo pasó extremadamente cerca de su pierna, pero falló. Con el arma entre sus manos, el enfermero se levantó y abrió fuego contra los incautos cazadores, que pensaban que para esa altura ya nadie tendría las pelotas para hacerles frente.

Los perdigones cruzaron la farmacia a toda velocidad y casi le arrancan la cara al líder de los cazadores, pero en su lugar impactaron en unos recipientes de talco, que estallaron llenando el ambiente de polvo. La potencia del arma desorientó brevemente a Rick. Fue un milagro que el retroceso del arma al disparar no le diera directo en la quijada, probablemente no quedaba un dentista vivo en Kingville que pudiera reparar el daño.

Tanto los cazadores como Rick volvieron a ponerse a cubierto tras el disparo. Para su desgracia, el grupo de cuatro había quedado separado por las góndolas, de forma que no podían comunicarse con la mirada para coordinar un ataque. Rick, por su parte, tardó un segundo en darse cuenta de que debía volver a bombear el arma para poder disparar.

"Lo estás haciendo bien, Ricky, esos hijos de puta la van a pagar", se decía a sí mismo el enfermero, que respiraba con dificultad, sintiendo el olor a pólvora que salía del arma que estaba empuñando.

A pesar de las señas de Martha para que se quede quieto, el joven Rick volvió a asomar por encima de su cobertura, pero la farmacia se mantenía en silencio, y la oscuridad reinaba absolutamente. Apenas unos leves rayos de luz lunar que entraban por los espacios que no habían quedado tapeados de la ventana principal iluminaban los pasillos de la farmacia, y al estar a su espalda, Rick contaba con una ligera ventaja, pudiendo observar los sutiles movimientos de sus contrincantes.

Cuando uno de los jóvenes futbolistas asomó su cabeza, el enfermero reaccionó rápido y abrió fuego sin más. Un alarido de dolor se escuchó por toda la farmacia. Los tres cazadores restantes se levantaron casi al unísono, y abrieron fuego contra la silueta del enfermero. Las balas impactaron en el estómago, el pecho y el pómulo izquierdo de Rick, quien ni siquiera logró llegar a recargar su arma antes de caer al suelo, agonizando, pero incapaz de gritar o emitir otro sonido que no sean unos débiles intentos por tomar aire, interrumpidos por la gran cantidad de sangre que se acumulaba en su boca.

Martha gritó, pero los cazadores estaban preocupados por su compañero, que había caído al suelo tras el disparo del enfermero y que seguía gritando y retorciéndose en el suelo, sujetándose el rostro.

—Tim, déjame ver —le pidió el líder del grupo al joven, tratando de tranquilizarlo a pesar de que la sangre se escurría entre los dedos del muchacho, pero al ver que no parecía reaccionar se vio obligado a levantar la voz— ¡Tim!

El grito devolvió al muchacho al planeta tierra. El dolor seguía ahí, pero debía permitir que sus compañeros lo revisen, así que con cuidado removió la mano de su herida. El disparo del enfermero había rozado el cachete derecho del futbolista, dejándole simplemente uno jirones de carne colgados en su cara, y, por si eso fuera poco, también le había arrancado la oreja en seco. Teniendo en cuenta que le habían disparado con una escopeta a corta distancia, Tim podía considerarse afortunado. Si el enfermero hubiera tenido mejor puntería, o hubiera apuntando un centímetro más a la izquierda, la cara del joven estudiante habría desaparecido por completo.

Al ver el rostro deformado de Tim, su compañero de equipo palideció. Tim siempre había sido considerado el galán del colegio, el chico malo por el cual las chicas se derretían al verlo pasar. Probablemente eso no volvería a ocurrir. Su deformado rostro apenas y se parecía al del bello don juan que había conquistado corazones en toda la secundaria.

—Estarás bien, Tim, trataremos las heridas y te recuperaras —intentó calmarlo su líder, pero al ver la cara con la que lo observaba su amigo fue incapaz de contener las lágrimas—. Ustedes dos, dejen de estar parados aquí como unos inútiles y terminen el trabajo.

Martha escuchó esas órdenes y supo que vendrían por ella. Entre todo el alboroto, y sabiendo que su anterior posición se había visto comprometida, ella había aprovechado para moverse y colocarse cerca de la oficina del viejo Bradlee. Pero los cazadores ya se estaban moviendo, podía escuchar sus pasos apagados por los charcos de sangre. Necesitaba un plan, y lo necesitaba rápido.

Entonces lo recordó. Había visto a Phil Jones dirigirse hacia la parte trasera de la farmacia junto a Kim Veder y otro muchacho. El Sheriff seguro que seguía vivo, ni siquiera estos bastardos podrían liquidarlo, ella estaba segura de eso. Durante años ella vio a Phil combatir el crimen incansablemente (aunque el crimen en Kingville eran básicamente disturbios provocados por los borrachos de siempre), de hecho siempre había pensado que él era bastante atractivo, y más de una vez fantaseó con que él la invitara a tomar algo, cual una niña enamorada en día de San Valentín. Hoy Phil Jones era su única salvación.

Mientras las luces emitidas por las linternas de los cazadores se movían de aquí para allá, Martha se armó de valor y empezó a moverse pacientemente por los pasillos de la farmacia.

Podía sentir los pasos lentos a su alrededor, la muerte moviéndose en torno a ella. Temía que cualquier paso en falso fuera su perdición, y no se equivocaba. Los cazadores estaban atentos a todo, y de momento lo único que podían oír eran los sollozos bajos de su compañero herido, que seguía siendo atendido por su líder.

Martha siguió avanzando. Los cazadores se encontraban un poco más delante de donde estaba ella. Debería pasar justo por al lado de ellos si pretendía llegar a su objetivo. Las góndolas le servirían de cobertura, pero debía ser paciente. Sus piernas ya empezaban a doler de estar tanto tiempo en cuclillas; su rostro empezaba a cubrirse de transpiración por la tensión. Cada paso lento que daba la acercaba más a su objetivo, pero se le antojaba una tortura cruel.

En su mente los cazadores habían tomado la forma de terribles monstruos sacados de la peor pesadilla. Se arrastraban a su alrededor, acechándola, tratando de ver quién sería el primero de ellos en sacarles una gota de sangre, disfrutando mientras se imaginaban asesinándola a sangre fría.

Martha se detuvo a centímetros del joven futbolista que la estaba buscando con un arma en su mano. La respiración del muchacho era pesada, pero calmada. "La respiración de un depredador", pensó ella.

El joven miró a su alrededor, le parecía sentir algo. Sospechaba que su presa se encontraba cerca, pero era puro instinto, un instinto que no se había desarrollado plenamente, de lo contrario, tal vez Martha hubiera muerto en ese mismo instante. Sin embargo, él continuó su camino, y ella no pudo evitar lanzar un imperceptible suspiro de alivio.

Continuando hacia su destino, Martha se vio obligada a pasar por encima del cadáver de varias personas con las que había compartido el tiempo desde que el infierno se desató en Kingville. La mayoría de ellos aún tenían los ojos abiertos, la muerte los había tomado por sorpresa, y Martha se le antojaba que la estaban observando, justo como lo hacía Tom, su ex compañero, lo que le daba aún más ansias de llegar al depósito.

Las piernas de Martha le fallaron faltando pocos metros para llegar y ella cayó de rodillas, más no se rindió. Gateando entre charcos de sangre, ella continuó su camino, y al cabo de unos segundos sus manos pudieron sentir el metálico y suave tacto del picaporte. Sin embargo, justo en ese instante, pudo sentir el cañón de un arma apoyada contra su cabeza, y alcanzó a cerrar justo los ojos antes de que el joven futbolista apriete el gatillo y termine con su vida para siempre.

El disparo tomó por sorpresa al líder del grupo y al otro cazador, que de inmediato se dieron vuelta para observar a aquel joven.

—¿Esos son todos? —preguntó el cazador desde la otra punta de la farmacia.

—Sí, creo que si... —respondió con cansancio el futbolista.

En ese momento se dio vuelta para ver a su última víctima, pero se encontró con que la puerta del almacén había sido abierta y con el cañón del revolver de Phil Jones colocado justo entre sus cejas.

—No debieron haber hecho esto —fue lo único que dijo Phil antes de apretar el gatillo.



Mientras los cazadores ejecutaban su matanza, en el almacén Kim, Dave y Noah atendían al lastimado Phil Jones. Desde allí, el Sheriff debió escuchar cómo mataban una por una a las personas que él había jurado proteger, sintiéndose más y más inútil con el correr del tiempo.

Ni bien su brazo herido estuvo en condiciones, él se levantó del suelo y de inmediato desenfundó su arma, dispuesto a detenerlos de una vez por todas.

Kim y Dave, trastornados por toda la situación, apenas y llegaban a reaccionar, de manera que fue responsabilidad de Noah advertir a Phil sobre los peligros de moverse excesivamente en sus condiciones actuales. Por supuesto, Noah sabía lo suficiente del oficial como para darse cuenta de que, aún si hubiera perdido una pierna y un brazo, no iba a poder detenerlo. Él necesitaba su venganza, y Noah no sería el hombre en interponerse en su camino.

Cuando el primero de los cazadores hubo caído a manos de Phil, con un enorme agujero de baja en la parte trasera de su cabeza, los dos que quedaban en combate reaccionaron rápidamente y Dave y compañía se encerraron nuevamente en el almacén. El líder del grupo abandonó de inmediato al muchacho que estaba atendiendo, dejándolo sólo y asustado en el suelo de la farmacia, y el otro simplemente se agachó y se escondió detrás de las góndolas, justo como sus víctimas habían hecho hacía apenas unos minutos.

Phil Jones observó con cuidado las difusas formas de la farmacia en la oscuridad. Los cazadores, inteligentemente, apagaron sus linternas segundos después de que él disparara, dejando casi todo a oscuras. Su brazo todavía dolía, pero no por eso iba a dejar de cazar a esos bastardos que lo apuñalaron por la espalda, y, a diferencia de ellos, él no planeaba ser paciente.

Con pasos seguros y cargados de ira, el Sheriff fue avanzando por los pasillos con su revolver en alto. Todavía quedaban cinco tiros, y tres enemigos por lo que él sabía. Los cazadores se movieron agachados por entre las góndolas. Nuevamente habían quedado separados y no podían coordinar su ataque, pero si algo habían aprendido en todos sus años en el bosque era que lo mejor que podían hacer era flanquear a su presa y tomarla por sorpresa. Sin embargo, ellos no estaban teniendo algo en cuenta: desde que Phil Jones se levantó... ellos habían dejado de ser los depredadores y se habían convertido en las presas.

El Sheriff pasó junto al cuerpo de Tim. El muchacho intentó a hablar por primera vez desde que había recibido el disparo del enfermero y se encontró con que parte de su quijada también había sido destrozada, de forma que apenas y podía formular palabras. Sin embargo, por la mirada en su rostro, Phil comprendió que pedía clemencia, algo que él no estaba dispuesto a darle.

Sabiendo que no era una amenaza, Phil simplemente pateó el arma lejos del cuerpo de Tim, y continuó buscando a los cazadores restantes.

—Van a pagar por esto, Jason, lo prometo —le advirtió Phi al líder de los cazadores.

—¿Pagar por esto? ¡Estamos haciendo esto por la gente en Las Siete Rosas? —replicó la voz del cazador desde otro sector de la farmacia, hacia el cual Phil empezó a dirigirse de inmediato—. ¿U olvidaste que es tu responsabilidad cuidarlos?

—¡Mi responsabilidad es proteger a todos los ciudadanos de Kingville! —exclamó Phil, con clara furia en su voz—. Y también es mi responsabilidad asegurarme de que todos los criminales como tú reciban su merecido.

En ese instante, el otro cazador se levantó de su escondite y abrió fuego contra Phil, pero el disparo fue tan apresurado que falló por varios metros, y le dio el tiempo justo al Sheriff para responder con dos disparos, uno en el pecho y otro en el cuello.

Jason, líder de los cazadores se levantó y disparó varias veces, forzando a Phil a tomar cobertura, pero para su mala fortuna, ninguna de las balas logró alcanzar su objetivo. Él estaba acostumbrado a utilizar su arma circunstancias muy diferentes. Solía esperar pacientemente durante horas en un apostadero hasta que los animales se acercasen y él pudiera aniquilarlos con tranquilidad, a lo sumo podía caminar unas cuantas horas en el bosque y eliminar alguna que otra alimaña. Su puntería era perfecta cuando podía tomarse unos segundos para apuntar, para respirar entre disparo y disparo. Pero eso ya no era una cacería, era un tiroteo, y el gatillo más rápido era el que ganaba.

En un desesperado intento por tomar ventaja, Jason salió corriendo por el pasillo, esperando poder tomar un poco de distancia del enfadado oficial, pero lo único que logró es que Phil disparara contra él e impactara en su pierna izquierda, haciendo trastabillar y dejándolo indefenso.

Jason gritó de dolor. Al caer, su arma se deslizó lejos de él, así que empezó a arrastrarse entre la sangre sus víctimas, tratando de tener una oportunidad más de pelea. Pero justo cuando estaba posando sus temblorosas manos sobre su arma, la pesada bota de Phil Jones cayó sobre sus dedos, aplastándolos y haciéndolo gritar nuevamente.

—Por favor... —empezó a suplicar Jason con lágrimas en los ojos.

Sin embargo, la única respuesta fue un disparo. El último de los cazadores en pie murió al instante.

—Pueden salir —anunció Phil sin quitarle la mirada de encima al cadáver de Jason.

La puerta del almacén se abrió lentamente y Noah, Dave y Kim aparecieron por ella lentamente, sorteando los cadáveres apilados de Martha y el joven cazador que había agredido a Dave.

Los tres observaron el desastre en el que se había convertido la farmacia. Un nudo se formó en la garganta de Kim; todos los que habían estado a su cargo estaban muertos, había fallado estrepitosamente. Sintió ganas de llorar, de gritar con fuerza, pero Dave la tomó de la mano inesperadamente y ella se sintió contenida. Ella y su hermano compartían un vínculo especial, aún sin mediar palabras podían hacer que el otro se sintiera repentinamente bien, que se sintiera fuerte, y eso era justo lo que ella necesitaba en ese instante.

—Tomen todas las provisiones que puedan, nos marchamos cuando antes —anunció Phil, quien, a pesar del dolor, se agachó y recogió el arma de Jason.

—Oficial Jones, no podemos partir ahora —le advirtió Noah—. Debemos esperar al amanecer.

Phil iba a discutir con el muchacho, pero había algo en sus ojos, tal vez era miedo, tal vez era sabiduría, pero había algo que Noah sabía y que lo convertía en su mejor ventaja para sacar su gente con vida de Kingville, así que sencillamente asintió.

—Recogeremos todo lo que podamos ahora y nos encerraremos en el almacén a esperar el amanecer —reelaboró el Sheriff, y todos estuvieron de acuerdo con este plan.

Durante los siguientes quince minutos, los cuatro recorrieron los pasillos de la farmacia, recogiendo cualquier cosa que pudieran considerar útil. También se aseguraron de encontrar todas las armas que habían quedado tiradas luego del tiroteo. Todos pasaron junto al aterrado Tim tarde o temprano. El muchacho seguía allí tirado, incapaz de hablar y de moverse, esto último más por el miedo y el shock que por una verdadera falla en su capacidad para hacerlo.

Cuando todo estuvo recogido, Phil dio la orden de que vuelvan al almacén, y se acercó al inmóvil Tim, quien lo miró e intentó balbucear algunas palabras. El Sheriff se arrodilló a su lado y lo miró directamente a los ojos.

—Podría torturarte durante diez años, y aun así no habrías derramado sangre suficiente para pagar por tus crímenes —dijo con total tranquilidad Phil—. Mataste gente, Tim. Gente inocente. Y me traicionaste. Eres un peligro para mí y para los habitantes de Las Siete Rosas.

El muchacho, viendo que su futuro empezaba a oscurecerse, intentó comunicarse nuevamente con desesperación, pero solo logró emitir unos gritos ahogados y patéticos.

—Lamentablemente, yo no soy quién para imponerte una pena. Siempre fui quien generaba las condiciones para que un poder más alto que el mío tomara las decisiones apropiadas —continuó Phil—. Y en este momento solo conozco un poder más grande que el mío.

Dicho esto, Phil caminó hasta la entrada de la farmacia, nuevamente sorteando los cadáveres tendidos en el piso, y cuando llegó a la puerta, la abrió de par en par, para luego quedarse observando la oscuridad aún reinante en la calle.

Con la misma paciencia, regresó junto a Tim y volvió a arrodillarse.

—Lo que sea que esté ahí fuera va a tomar la decisión esta noche —agregó el Sheriff—. Si cuando mañana por la mañana emprendamos nuestro regreso a Las Siete Rosas todavía estas aquí y estás vivo, te llevaré de vuelta y me aseguraré de que te recuperes. De lo contrario... bueno, sabré cuál fue la sentencia que recibiste.

Sin decir otra palabra, Phil se levantó y volvió al almacén junto a los demás.

Tim pudo oír como echaban llave a la puerta, y pudo sentir una repentina corriente de aire fresco recorriendo su cuerpo. Incapaz de dormir, se mantuvo varias horas con la mirada en el techo. Sus lágrimas cayeron hasta que sus ojos empezaron a doler.

De repente, un ruido. Algo cayó en el frente de la farmacia. Intentó gritar, intentó girar la cabeza, pero no pudo conseguirlo. Otro sonido, más cerca. Pisadas. Podía sentir su corazón acelerándose. Un terrible hedor llegó a su nariz. Un gruñido.

Algo lo tomó por las piernas y a toda velocidad arrastró su cuerpo hacia la oscuridad de la noche, y nunca más se volvió a saber de Tim, el futbolista. 

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