16
Las tareas fueron repartidas inmediatamente, acorde a lo planeado por el Sheriff y los demás. Hubo algunas protestas, no todos estaban de acuerdo en abandonar la "seguridad" del pueblo y arriesgarse a cruzar el lago, sin embargo Phil se encargó dejar en claro que quienes quisieran quedarse en Kingville estaban más que invitados a hacerlo, pero que no se interpusieran en el camino de aquellos que deseaban sobrevivir. De repente el número de disidentes cayó a cero.
La gran mayoría de los sobrevivientes, coordinados por Nancy y Kim, comenzaron la mudanza en cuanto todos estuvieron listos, y marcharon hacia su guarida provisoria hasta el día siguiente: "El Riel Dorado", una enorme tienda de artículos de pesca y campamento ubicada apenas a tres cuadras del muelle. Por otro lado, Phil y Alan tenían la tarea de comprobar los botes, y pasar por la casa del guardabosque para conseguir un arma de dardos a pedido de Noah, quien, por su parte, marchó junto a Dave hacia el bosque, en búsqueda de la pequeña choza donde el solitario licántropo se había refugiado al llegar al pueblo.
Sabiendo que tenían solo unas cuantas horas parar reunir lo necesario, todos partieron en direcciones diferentes, agotados y al borde del colapso, pero determinados a cumplir sus tareas y salir del pueblo antes de que fuera demasiado tarde.
Dave y Noah atravesaron Kingville con precaución debido a las trampas, y se dieron el lujo de relajarse un poco una vez abandonaron el pavimento y comenzaron a intentarse en el bosque. No es que el peligro hubiera sido superado, de hecho ambos pudieron identificar varios rastros de sangre de distinta antigüedad, y unas cuantas marcas de garras en los árboles de alrededor. Quienes habían intentado escapar en aquella dirección no habían tenido suerte. Sin embargo, ambos sabían que Marko y lo que quedaba de su manada eran más débiles durante el día, y que la gran mayoría de las trampas habían sido activadas ya hacía algún tiempo.
—¿Me vas a decir de qué se trata la cura? —preguntó finalmente Dave, que realmente estaba muriendo de la curiosidad desde que se había enterado de que tal cosa existía.
—La "receta" es solamente para el conocimiento de los Lupus Lux. Por nuestra propia seguridad ningún humano puede saberla —respondió el licántropo, que se encontraba unos metros más adelante en el bosque, observando cuidadosamente en búsqueda de trampas.
—Realmente crees que los lastimaríamos si la supiéramos —dijo Dave, algo ofendido por la idea, lo que logró que Noah se detuviera.
—He visto como ustedes tratan a los que son diferentes, incluso a los de su propia raza —replicó mirando al muchacho a los ojos—. Nosotros no somos el mayor peligro para los humanos, son ustedes mismos, y aun así nos cazarían despiadadamente.
—¿Quiénes fueron los que sitiaron la ciudad y mataron a casi todo un pueblo para matar a uno de los suyos? —respondió con seriedad Dave, generando un tenso momento de silencio en el bosque.
—Touché —dijo Noah con una sonrisa al cabo de unos segundos, y Dave se dio cuenta que era la primera vez que hacía sonreír a aquel tipo duro.
Ambos siguieron caminando, pero las charlas, ahora un poco más animosas, continuaron. Dave realmente había perdido noción de cuánto se habían internado en el bosque, y de repente se dio cuenta de porqué era imposible escapar por allí. El lugar era inmenso y había kilómetros y kilómetros de vida silvestre antes de encontrar el próximo pueblo. No había forma de cruzarlo en un solo día, y por más lejos que te fueras de Kingville, cuando la noche llegara, ellos iban a encontrarte.
—No digo que estés equivocado, sé que los humanos no somos los mejores —continuó Dave, esta vez haciendo un esfuerzo por seguir más de cerca a su compañero—, pero, por esta vez, estamos en el mismo bando, y todos aquí sabemos cuánto has hecho para ayudarnos. No voy a decir que todos, pero sé que la mayoría te aprecia a pesar de las circunstancias.
—Eso lo sé, pero ¿qué pasara cuando esto termine? No puedo arriesgarme —dijo Noah con tono taciturno—. Soy el último Lupus Lux, el último que conoce la fórmula capaz de ayudar a cientos, sino a miles de gente como yo, que jamás tuvo elección sobre qué ser, que sólo desean una vida normal. Si algo llegara a pasarme, las esperanzas para ellos se acaban en un abrir y cerrar de ojos.
—Sí, entiendo, pero tal vez el primer paso sea confiar —agregó Dave, algo dubitativo.
—Ya lo veremos —respondió tajantemente Noah—. Vamos, estamos cerca.
Ambos apuraron el paso, pero tuvieron para detenerse durante algunos segundos para desarmar las trampas que Marko y su gente habían preparado para recibir a Noah en caso de que deseara volver a aquella vieja y destartalada cabaña de cacería, que había visto sus mejores días hacía ya muchísimos años.
Sin embargo, al acercarse, Dave pudo notar que la cabaña había sufrido daños graves muy recientemente. Había marcas de garra alrededor de las puertas y ventanas, la puerta de entrada estaba tumbada y el interior estaba repleto de sangre por todos lados. Dave pensó que parte de esa sangre pertenecía a los animales que el Sheriff le comentó que habían estado apareciendo mutilados, pero otra parte sin lugar a dudas pertenecía al licántropo que caminaba junto a él.
Noah caminó lentamente, en parte por miedo a posibles trampas que aún estuvieran activas, en parte por los terribles recuerdos de la noche en que Marko y sus lacayos lo habían encontrado. Acababa de volver de alimentarse en un campo cercano al pueblo, ya casi con el amanecer. Los bastardos lo dejaron acercarse y esperaron pacientemente que comenzara a volver a su forma humana para empezar su ataque. Si no hubiera sido porque emitieron algunos ruidos sospechosos, tal vez él hubiera muerto esa misma noche, pero no. Peleó, rasgó y mordió hasta liberarse de sus atacantes, y a pesar de no tener nada de ropa encima corrió hasta el pueblo, abandonando su bestial forma con cada paso que daba hacia la civilización. Fue entonces cuando el Phil lo encontró caminando por Kingville, cubierto de sangre, y la pesadilla comenzó.
El licántropo sacudió la cabeza, el pasado no podía modificarse, y un paso en falso podía significar su fin, por no mencionar que aún debían volver para terminan de elaborar el plan de ataque junto a los demás.
Mientras su compañero seguía inspeccionando con horror los estragos causados por su batalla contra los Lupus tenebris, él se dirigió a un viejo y desgastado colchón que la había servido de cama durante su estadía allí. Justo como esperaba, en el lugar no había quedado absolutamente nada. Marko y compañía se habían asegurado de llevarse su ropa, su mochila y todo el equipo con el que él había estado recorriendo el mundo desde hacía ya algunos años, sin embargo, había aprendido algunos trucos, y contaba con que sus enemigos lo ignoraran.
Sin más, Noah quitó el colchón y comenzó a quitar con cierta dificultad unas maderas del suelo. Su corazón latía a mil, aunque parecía que todo estaba en su lugar. Sabía que si Marko había encontrado el escondite todo estaba perdido, en Kingville no podría encontrar ni la mitad de los materiales necesarios para elaborar la cura.
Sin embargo, y para su tranquilidad, allí se encontraba el morral que había dejado oculto entre una gran cantidad de secas ramas de acónito.
—Lo tengo —dijo Noah, colgándose la desgastada bolsa al hombro, y llamando la atención de su impresionado compañero.
A kilómetros del oscuro y misterioso bosque, el reducido grupo de sobrevivientes de "Las Siete Rosas" acababa de terminar de instalarse en "El Riel Dorado". Agotados, deprimidos y en silencio, ellos habían marchado cuidadosamente por las calles de Kingville, con Nancy y Kim a la cabeza.
Las dos mujeres, a pesar de todo lo vivido, lograron mantener la compostura sorprendentemente bien, liderando a los sobrevivientes sin mayores dificultades y repartiendo las tareas que debían cumplir al llegar. Nancy siempre decía que unas manos ocupadas eran la mejor distracción para una cabeza preocupada, y Kim tuvo que reconocer que al tener un objetivo claro, los sobrevivientes parecieron despertarse un poco y recuperar los ánimos.
En primer lugar, el grupo de sobrevivientes revisó el enorme local de punta a punta. No quedó una puerta sin abrirse, ni un armario sin ser revisado. Solo pudieron encontrar dos trampas colocadas por sus enemigos, en la entrada principal y en la puerta trasera del lugar, las cuales fueron desactivadas con facilidad por Kim, asistida por el viejo Kiddman y su implacable paciencia. Claramente Marko y compañía no consideraban al Riel Dorado un punto de importancia, ya que tan solo se dedicaba a vender artículos de pesca y camping, siendo que el dueño aborrecía las armas. Kim no pudo evitar pensar en cuántos habrían muerto tratando de ingresar a la armería del pueblo.
Barrido el edificio, y totalmente asegurado, lo siguiente era construir barricadas en las puertas y ventanas del lugar. Tenían los materiales, pero a cada segundo la noche se acercaba y estaban sencillamente cansados, así que el trabajo iba a resultar realmente arduo si querían terminar a tiempo. Las instrucciones eran simples, aunque algo contradictorias: las barricadas debían ser lo suficientemente fuertes para aguantar un posible ataque, pero a su vez se tenían que poder desarmar rápidamente, para permitir un escape veloz del lugar.
Dadas las especificaciones, un grupo de sobrevivientes se puso a trabajar, siendo coordinados por lo que probablemente era el último arquitecto de Kingville, y supervisados por Kiddman, quien parecía ser un experto autodidacta en la materia.
Por su parte, Kim, Nancy y Peter se dedicaron a recorrer el local, buscando todos los elementos que Phil les había dicho que podrían servir para su escape a través del lago, habiendo acordado dejarlos cerca de la salida para facilitar el escape.
—¿Estas preocupada por él? —preguntó Nancy por lo bajo, pero no necesitaba respuesta, Kim había estado tensa desde el momento en que había perdido de vista a Dave.
—Algo no está bien, han estado fuera demasiado tiempo... —respondió Kim.
—Cariño, esos bosques son traicioneros, y aún si no lo fueran, ellos están lejos —la tranquilizó con un tono maternal la secretaria—. Volverán, lo sé.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila en estos momentos? —preguntó la joven Veder, sin una pizca de reproche, realmente admiraba la fortaleza de aquella mujer.
—Oh, no estoy tranquila para nada, realmente estoy aterrada —respondió Nancy con una sonrisa amable—. Pero creo... creo que en momentos como estos encontramos realmente nuestra fortaleza. Siempre me imaginé que ante el peligro iba a quedarme paralizada, o sencillamente rompería en llanto. Pero en su lugar, siento algo... más. Un impulso a seguir, a pesar de todo, un instinto, si así lo quieres, y eso es lo único que está evitando que tenga una crisis nerviosa en este momento.
Kim le devolvió la sonrisa. No lo había sabido podido poner en palabras, pero ella sentía exactamente lo mismo, y ahora estaba segura de lo que se trataba. Era exactamente lo que había dicho Nancy: un instinto, algo tal vez muy profundo dentro de la "programación" humana, algo que tan solo salía a la luz en los momentos más desesperados para asegurar la supervivencia. Era algo salvaje, pero profundamente humano, y a Kim le hubiera gustado poder comprenderlo mejor, o, por lo menos, ser tan intuitiva como Nancy a la hora de describirlo, pero le alegraba saber que no era la única.
—Aun así, Dave me preocupa —continuó Kim, luego de meter su mano debajo de un estante para alcanzar una caja llena de tanzas. Suponía que podrían darle un buen uso, siendo que era un hilo tan resistente—. Él no pasó tanto tiempo en Kingville como yo, no está acostumbrado a este lugar. En muchos sentidos, creo que él nunca perteneció aquí, por eso jamás se me ocurrió reprocharle que se fuera, era lo correcto para él, se le veía desde que éramos niños.
—Ese chico te ama, Kim, se le nota a la legua, y no hay nada que no haría para proteger a su hermana —dijo Nancy—. Él luchará hasta su último aliento si es lo que hace falta, pero logrará sacarte de aquí, de eso no me cabe la menor duda.
Nancy y Kim compartieron una última y breve sonrisa antes de enfocarse totalmente en la tarea que tenían por delante, todavía había mucho que hacer antes del anochecer, y todos tenían que hacer su parte.
Sin embargo, Kim no pudo dejar de pensar en lo último que Nancy le había dicho, y eso era por un solo motivo: sabía que tenía razón. A pesar de que su hermano no era necesariamente un "hombre de acción", había demostrado una y otra vez que estaba dispuesto a todo para protegerla y mantenerla a salvo, incluso si eso significaba ponerse en riesgo él mismo.
Supo entonces Dave haría lo necesario para sacarla de Kingville, aunque eso significara su muerte, y ese sencillo pensamiento la asustaba más que la idea de enfrentarse Marko y toda su manada.
Mientras tanto, a unas cuantas cuadras de "El Riel Dorado", el Sheriff y su ayudante forzaban la puerta del guardabosque Matthews. Acababan de pasar por el muelle y se encontraron con que la mayoría de los botes estaban en buenas condiciones y apenas necesitaban desengancharse para poder zarpar. Sin embargo, esto solo era seguro de afirmar con aquellos navíos que no funcionaban a motor, pues haber probado estos últimos habría interrumpido el sepulcral silencio de Kingville, y podría haber alertado a los lobos de sus planes. Tendrían que remar, y rápido, pero, en general, creían que el objetivo podía alcanzarse, o por lo menos eso había opinado Phil.
Por su parte, Alan se mantuvo en silencio y tan solo respondió a las palabras del Sheriff con un gruñido apenas perceptible y asintiendo con la cabeza. Por lo general a Phil ese tipo de respuestas lo molestaban de sobremanera, pero considerando la situación, Alan tenía un pase libre.
—Parece que no ha habido nadie aquí en algún tiempo —dijo Jones, observando lo largo que había crecido el pasto en la propiedad, y lo sucio que se encontraba el lugar en general.
No era que el resto de Kingville se encontrar en mejores condiciones, pero de alguna manera ese lugar se encontraba ligeramente peor, y un ojo entrenado como el del Sheriff se percataba de los detalles. Phil lamentó el estado en el que estaba el lugar. Se trataba de una casa antigua, pero muy bien conservada, y eso se debía en parte a que Jim Matthews era un hombre prolijo que se dedicaba a mantener la propiedad en perfectas condiciones.
Ellos tenían algo de historia, se conocían desde que eran apenas niños, y habían compartido colegio e incluso jugado al básquet juntos durante sus años de estudio. No eran grandes amigos, pero si buenos conocidos, y más de una vez se habían sentado a compartir una cerveza y tener una amena charla. Fue en una de esas charlas que Jim le contó que tenía el arma de dardos tranquilizantes en su casa y no en la oficina, aunque a Phil se le escapaba la explicación que le había dado en aquel momento, pero sí sabía que le había sonado bastante razonable.
Lo que sí recordaba el Sheriff era que Matthews le había comentado (repetidas veces) con emoción la única vez que aquella arma había sido disparada. La hazaña se llevó a cabo cuando un oso había bajado de las montañas y estaba merodeando peligrosamente cerca del pueblo. Phil recordaba aquellos días en los que el pánico cundió entre los ciudadanos, y tuvieron varias reuniones a lo largo de la semana para debatir qué hacer con el animal. Le habían quedado grabados particularmente los llantos y gritos de una madre quejándose de que su hijo (un pequeño regordete que no salía de su habitación más que para ir al colegio y para ir a la cocina a tragar postre tras postre) no estaba seguro mientras aquella bestia estaba en libertad, y que debía ser aniquilada al instante por la "seguridad" de todos.
Se decidió finalmente que el animal debía ser tratado con cuidado y devuelto a su hábitat, así que Jim rastreó al animal con un pequeño grupo de voluntarios (entre los que se encontraba nada más y nada menos que el viejo Kiddman), lo adormilaron, lo cargaron en una jaula, y se lo llevaron de vuelta hacia las montañas.
"El bastardo debía pesar unos 500 kilos", le había asegurado Jim Matthews con ojos brillosos debido al alcohol y una sonrisa engreída, no muy propia de él.
"Por supuesto que sí, Jim, era toda una bestia", le respondió en aquella ocasión Phil, siendo la tercera o cuarta vez que escuchaba la historia de la cacería.
Lo cierto es que probablemente el animal era más pequeño de lo que él imaginaba, y la cacería no había sido más que unas pocas horas de caminar por el bosque y dispararle al animal desde un lugar donde él no pudiera verlos, a una distancia prudente y segura. No era la gran aventura épica del hombre contra la naturaleza por la que Jim la quería hacer pasar, pero lo cierto era que si era lo más interesante que le había ocurrido al guardabosque en sus años de servicio, así que el Sheriff sencillamente lo escuchaba, asentía y sonreía cada vez que oía la historia.
Fue revisando la propiedad que a Phil se le ocurrió que no recordaba con exactitud cuándo fue la última vez que había visto al guardabosque. Probablemente una semana o dos antes de que los lobos invadieran Kingville, y entonces se le ocurrió una idea terrible: ¿y si Jim Matthews, el simpático guardabosque, había sido la primera víctima de aquellas bestias? Era absolutamente probable, después de todo gran parte de su trabajo consistía en estar en el bosque y habría sido el primero en detectar a un grupo de personas instalas en él sin la correspondiente autorización.
"Probablemente habrás pensado que eran un grupo de cazadores furtivos", se imaginó Phil, mientras buscaba alguna llave que el guardabosque hubiera mantenido cerca de la puerta para emergencias, "y no habrías estado del todo equivocado, solo que estos cazadores no eran necesariamente humanos. Tenían colmillos y garras, y estaban más que felices de arrancarte la cabeza por meter tu nariz en sus asuntos".
El Sheriff estaba ya convencido del fatal destino que había sufrido Jim Matthews en el bosque, cuando un estallido lo sustrajo de sus pensamientos. Por un segundo no pudo identificar de qué se trataba y retrocedió un poco como asustado, pero al instante se dio cuenta de que sencillamente se trataba de vidrios rompiéndose. Era como si el cerebro se estuviera moviendo a una velocidad mucho mayor que su conciencia de la realidad, con el fin de mantenerlo con vida.
Al alzar la vista se encontró con Alan metiendo su mano por un agujero que había abierto con su codo en una de las pequeñas ventanas de la puerta, intentando destrabarla. Al cabo de uno segundos se sintió un chasquido, y el ayudante del Sheriff empujó la puerta y se adentró en el hogar del guardabosque, dejando a su jefe solo afuera.
Phil gruñó por lo bajo y lo siguió. Su cuota de paciencia con Alan se estaba agotando, y empezaba a notarse. Pronto se dio cuenta que la paciencia que se le estaba agotando era con él mismo. Sabía que tenía que hablar con Alan, hablar de verdad, pero lo estaba posponiendo todo lo posible. Se sentía incómodo en aquella posición, nunca había sido bueno para compartir sus sentimientos (probablemente por su propia historia de apego inseguro, sugirió una psicóloga que estuvo unos años en Kingville y con la que Phil tuvo un breve amorío), y le costaba bastante escuchar a otras personas hablar sobre los propios. Pero iba a tener que hacerlo. Alan se estaba consumiendo, no encontraba una palabra más exacta para describir el estado de su ayudante. De repente se dio cuenta que el breve enojo que había sentido con él ocultaba algo más profundo detrás: lástima. Phil no podía imaginarse cómo sería que te arrancaran al amor de tu vida justo frente a tus ojos, no comprendía ese dolor, y probablemente jamás lo haría.
La casa se encontraba en silencio y prácticamente a oscuras, pero, dejando de lado el polvillo que se había acumulado en el suelo y sobre los muebles, estaba ordenada y bastante limpia. El lugar tenía un ambiente realmente deprimente. Casi daba la sensación de que la casa aún esperaba a su legítimo dueño, convencida de que Jim volvería a cruzar la puerta en cualquier momento. Pero Phil sabía que eso no volvería a ocurrir. Alan y él probablemente serían los últimos en poner un pie en el lugar durante algún tiempo, y luego de eso aquel hogar acogedor permanecería en silencio, acumulando aún más polvo, deteriorándose poco a poco, convirtiéndose en el hogar de pequeñas alimañas que se prenderían a ellas como parásitos, quitándole la vida de a una telaraña a la vez. Hasta el punto en que aquella casa no estaría en mejor estado que una casa embrujada de alguna de las producciones más baratas de Hollywood.
Al entrar, Phil se encontró solo. Alan no estaba por ningún lado, y por un segundo su corazón se aceleró, hasta que escuchó el sonido de algo cayéndose en la habitación contigua. El Sheriff apuró el paso, solo para encontrar a su ayudante tirando el contenido de algunos muebles al suelo, buscando casi desesperadamente por el arma.
—Alan, detente. —Phil se paró en el marco de la puerta, y no pudo evitar pensar cuánto Jim Matthews habría odiado aquella escena—. Alan, basta.
Phil trataba de mantener la calma, uno de los dos debía hacerlo, pero las actitudes de su ayudante lo estaban poniendo francamente nervioso. No sólo porque recaía en él la responsabilidad de detenerlo, sino también porque en el silencioso Kingville, cualquier sonido podría alertar a sus poderosos enemigos, y eso habría significado el fin.
—¡Tiene que estar por aquí, maldita sea! ¡Tiene que estar! —exclamó Alan, y arrojó un inocente mueble que contenía platos al suelo.
El estruendo fue la gota que rebalsó el vaso para el Sheriff, y sin mediar una sola palabra empujó a su ayudante contra la pared, y antes de que este pudiera siquiera reaccionar lo tomó del cuello y lo miró durante unos eternos segundos a los ojos. No era la charla que el Sheriff quería tener con él, pero era la charla que debía tener, y la única que podía ofrecerle en ese momento, así que Alan iba a tener que conformarse.
—¡Suficiente! —gritó el Phil. Los dos hombres tenían la cara roja como tomates, pero Alan parecía estar teniendo problemas para respirar, así que el Sheriff lo soltó—. Suficiente.
Durante algunos segundos se mantuvo un tenso silencio entre aquellos hombres, y un observador extraño podría haber dicho que estaba a punto de irse a las manos. Pero nada de eso ocurrió. Alan estalló en llantos. Sus piernas temblaron, y si no hubiera sido por que logró apoyarse de nuevo en la pared, habría terminada en el suelo sin lugar a dudas.
—Ellos... ellos se la llevaron, Phil... se llevaron a Jo —dijo él entre lágrimas, tras tomar una gran bocanada de aire—. Y yo no pude hacer nada por detenerlos. Le fallé. Ella solo vino aquí por mi trabajo, ¿lo sabías? Lo había dejado todo atrás: su trabajo, su familia, sus amigos. Todo por mí, y cuando contaba, no pude hacer nada.
—Lo sé, hijo, pero ella no va a volver —contestó Phil. El corazón se le partía por aquel muchacho—. El pasado no va a cambiar, no importa cuánto grites, o cuantos muebles destruyas. Lo que sí puede ser diferente es el futuro, pero para ello necesitas trabajar. Yo necesito que trabajes conmigo, para poner a nuestra gente a salvo y detener a los hijos de puta que mataron a Joanna, ¿está bien?
Alan no respondió, sencillamente asintió despacio. Pero Phil no lo dejó ir, no todavía. Ambos compartieron un abrazo. Fuerte, sincero y esperanzador. Phil no recordaba jamás haber abrazado a alguno de sus subordinados, pero ver a Alan en ese estado aflojó algo en su interior, y se dejó llevar.
Cuando se separaron no dijeron nada, pues las palabras jamás llegarían a aplacar el dolor, tan solo les quedaba seguir adelante, y cumplir la misión. Eso era todo lo que importaba. Así que metódicamente, como dos detectives dispuestos a encontrar la pista que les daría la clave para resolver un caso difícil, inspeccionaron el hogar de Jim Matthews de arriba abajo en búsqueda del arma.
Fue al cabo de treinta minutos de búsqueda que Phil dio con un enorme baúl oculto bajo la cama y lo sacó de un tirón. Alan inmediatamente se colocó a su lado.
Aquel viejo baúl estaba cubierto de polvo, mucho más que el resto de la casa, y daba cuenta de que no había sido abierto en años, detalle que se volvió más evidente cuando tuvieron que luchar para destrabar los oxidaos broches de seguridad, que se quejaron durante algunos segundos antes de saltar y permitir a los agentes de la ley inspeccionar el contenido de la caja.
Fue entonces que Phil recordó por qué el guardabosque mantenía aquella arma en su casa. Más de una vez algunos jóvenes traviesos habían roto una ventana de su oficina y entrado a revolver las cosas. No se habían llevado nada, tan solo ensuciaron un poco (lo que sí había molestado a Jim Matthews), pero fuera de eso todo normal. Sin embargo el guardabosque no podía quitarse la sensación de que si el arma hubiera estado ahí habría desaparecido. En el mejor de los casos, luego tendría que explicar en el ayuntamiento que necesitaban dinero para comprar una nueva, y tardarían unos cuantos meses con todas las estupideces burocráticas; en el peor, alguno de los pequeños sabandijas terminaría en el hospital y él se sentiría culpable hasta que se pudiera poner de pie, sí se podía poner de pie. Como motivación, a Phil le pareció más que adecuada.
El aquel baúl reposaba el arma, guardada pulcramente junto algunos daros y jeringas, lista para ser cargada y puesta en uso una vez más. En uno de los bordes del baúl estaba pegada la foto de Jim junto al oso dormido al que había disparado, con una gran sonrisa en satisfacción.
"Vaya, el bastardo no mentía", pensó Phil mientras miraba la foto. Aquel oso era enorme.
Pocas horas después, Noah y Dave regresaban sucios, cansados y merecedores de un descanso a la ya fortificada tienda que les serviría de refugio por la noche. Phil y Alan ya habían regresado hacía algún tiempo, y lo habían aprovechado para revisar las barricadas, ultimar detalles y estudiar el arma que habían tomado de la casa del guardabosque.
Al cruzar el umbral, Kim abrazó con fuerza a su hermano, y tuvo que contenerse para no llorar, mientras que Noah sencillamente siguió de largo y fue a reunirse con el Sheriff que lo observaba expectante.
—¿Y bien? —preguntó Phil, tratando de no sonar muy ansioso.
—Necesito un lugar tranquilo para poder preparar el antídoto —fue lo único que contestó el licántropo, y el Sheriff apenas pudo contener una sonrisa de satisfacción.
Si todo salía bien, aquella sería su última noche en aquella pesadillas, la última noche en Kingville.
Todos fueron tomando las posiciones que les habían sido asignadas, y pronto todo estuvo en su lugar. El plan estaba listo, y la libertad se sentía cerca. Pero los planes, aún aquellos mejor trazados y pensados, rara vez sobreviven al contacto con el enemigo. Phil no quería pensarlo, pero lo sabía, y pronto descubriría cuán acertado estaba.
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