15
Agotados luego de una estresante noche, en la que no pudieron descansar en lo más mínimo, los hermanos Veder, acompañados por Noah, se acercaron nuevamente a Las Siete Rosas, pero un nudo se formó en la garganta de los tres al ver el estado externo del bar.
Todas las ventanas del primer piso estaban absolutamente destruidas, al igual que la puerta principal; las paredes no se encontraban en mejores condiciones, y lo que era peor, estaban en gran parte cubiertas por enormes manchas de sangre, que podían apreciar casi a la perfección bajo los rayos de sol de la mañana.
Esperando lo peor, el trío aceleró el paso, hasta el punto en que llegaron corriendo al lugar.
Para su sorpresa, todavía quedaba gente viva adentro, entre ellos Alan, que se había sobresaltado y ahora apuntaba un arma contra el reducido grupo.
El ayudante del sheriff, al reconocer a sus inusuales compañeros, bajó el arma, se sentó lentamente, y volvió a clavar su mirada en el suelo. El grupo se propuso interrogarlo para saber qué había pasado la noche anterior, pero algo les decía que aquel hombre no estaba en condiciones de hablar, así que decidieron buscar a Phil.
El interior del bar no estaba más arreglado que el exterior. Las manchas de sangre estaban por doquier, y el suelo estaba cubierto de casquillos de bala y trozos de vidrio, pero lo más impresionante de todo era el cadáver prácticamente decapitado de Stephen Johnson, el cual nadie se había atrevido a mover hasta el momento, aunque si lo habían cubierto pobremente con una sábana blanca que continuaba cayéndose debido a las correntadas de viento que entraban ahora al bar.
La moral de los sobrevivientes de Kingville estaba por el suelo. Muchos de ellos habían tenido su primer encontronazo cercano con los invasores por primera vez esa noche, y todavía no podían superar los horrores que debieron presenciar. La mayoría caminaba de aquí para allá sin decir una palabra, cumpliendo tareas casi rutinariamente, como si eso fuera lo único que evitaba que se volvieran absolutamente locos.
Al reconocer al muchacho que lo había ayudado a encontrar a Kim en primer lugar, Dave dio un paso al frente y lo tomó por los hombros. En el rostro del muchacho se notaba que había estado llorando, profusamente.
—Pete, ¿qué diablos pasó aquí? —preguntó Dave, pero él sabía muy bien que esa no era una pregunta difícil de responder— ¿Dónde está Phil?
Por un segundo, Peter Cockers no reaccionó. Miró a Dave con ojos vidrioso, y por un segundo el joven Veder se preguntó si el chico no se encontraba demasiado en shock como para siquiera empezar a hablar, hasta que finalmente unos leves murmullos salieron de su boca.
—Fue... fue una masacre... —dijo, sin mirar a Dave a los ojos, y Kim tragó saliva al escuchar estas palabras—. Ellos llegaron... y arrasaron con todo...
—Peter, necesitamos que te concentres —lo interrumpió Kim— ¿Puedes decirnos donde está el Sheriff?
El joven dirigió su mirada a la hermosa muchacha, y con mucho esfuerzo recobró un poco la compostura.
—En su oficina... con Nancy...
Dave, Kim y Noah asintieron casi al unísono, y rápidamente se encaminaron hacia las escaleras. Para los hermanos Veder, si Phil aún estaba vivo, entonces la esperanza no había muerto.
Pasando por entre los atónitos y deprimidos sobrevivientes, el trío se acercó lentamente a la habitación y pudieron oír al sheriff murmurando suavemente, de forma que los hermanos Veder no pudieron distinguir de qué se trataba todo eso. Por otro lado, el corazón de Noah se aceleró.
Dave golpeó con cuidado la puerta, como si un sonido demasiado fuerte pudiera desatar otra crisis en el bar, y de inmediato los murmullos se detuvieron.
Phil no tardó más de dos segundos en abrir la puerta, y al correrse para dejarlos pasar, todos pudieron ver a Nancy, la secretaria, postrada en una silla y tomando una sopa caliente mientras observaba a sus nuevos visitantes, las primeras personas que había visto desde su despertar, a excepción del sheriff claro está.
Con excesiva amabilidad, la secretaria colocó a su lado la sopa y haciendo acopio de sus pocas fuerzas se levantó para saludar.
—Dave y Kim, presumo —dijo ella con una sonrisa forzada en el rostro—. Phil me estuvo poniendo al tanto de todo lo que está pasando, es... difícil de creer.
Durante un segundo, a los hermanos Veder les costó comprender aquella muestra de amabilidad, y solo entonces cayeron en la cuenta de que Nancy había estado fuera de sí durante una semana. No había estado tan involucrada en el desastre que era Kingville en ese momento, y probablemente le llevaría un tiempo ajustarse a ello. Por un segundo Dave se preguntó cómo sería cuando volviera al mundo "normal", ¿seguiría siendo aquel chico atento y educado que todos en la oficina conocían? ¿o algo habría cambiado, muy profundo en su ser?
Noah, por su parte, permaneció en el umbral de la puerta, indeciso sobre si pasar y saludar, o mantenerse fuera de la situación. Su corazón se aceleró una vez más cuando la secretaria finalmente posó su mirada en él, pero para su sorpresa no vio miedo en los ojos de aquella mujer, a pesar de que lo sabía responsable de todo lo que estaba pasando.
—Recuerdo poco de lo que sucedió el día que aquel bastardo me atacó, pero sé que te debo mi vida —dijo la secretaria finalmente—. Phil me dice que ahora te haces llamar Noah, ¿eh? Me gusta más que Andrew.
Algo incómodo, el licántropo esbozó una media sonrisa y se adentró en la habitación.
El pequeño grupo se mantuvo en silencio por algunos segundos, tratando de acostumbrarse a la extraña situación en la que se encontraban en ese instante, pero todos allí adentro sabían que el reloj estaba corriendo, y quedarse en el bar ya no era una opción viable.
—Creí que nosotros la habíamos pasado mal, pero parece que ustedes vivieron un verdadero infierno —comentó Kim.
—¿Cuántas bajas? —preguntó Noah sin rodeos.
—Dos —respondió Phil, pero de inmediato se dio cuenta de que lo más probable era que no volvieran a ver a Joanna, y decidió cambiar su respuesta—. Tres. ¿Qué hay de ustedes? ¿Algo que reportar?
—Una de las criaturas se adentró en la comisaría, tuvimos que matarla —confesó Dave.
—¿Ustedes? ¿Pudieron acabar con alguno de esos malditos? —inquirió Noah.
—No podemos estar seguros —continuo el sheriff—. Sabemos que lastimamos a unos cuantos, a algunos de gravedad, pero no sabemos si alguno de ellos murió camino a su escondite. Pero eso es de poca importancia, ustedes vieron el estado en el que se encuentra el bar, ya no podemos seguir aquí, y sin el almacén la mayoría de la comida que tenemos se echará a perder en unos pocos días.
El grupo volvió a sumirse en silencio por algunos segundos. La situación era delicada, lo sabían, pero habían llegado demasiado lejos como para rendirse en ese momento.
—No quedan muchas opciones más, debemos irnos de Kingville —dijo sin más Nancy, que había estado en silencio hasta ese instante.
—Lo intentamos, pero la ruta principal está cerrada, y no podemos arriesgarnos a cruzar por el bosque, la mayoría de nosotros no lo lograría —explicó Phil.
—¿Qué hay del lago? —preguntó la secretaria.
—Fue lo primero que pensé, pero hay pocos botes en el muelle, y son todos pequeños, ninguno tiene la capacidad de llevar a más de tres personas a la vez, cinco si los exigimos de mucho —continuó el Sheriff.
—Tal vez no todos tengamos que irnos —dijo una voz a espaldas del grupo.
Todos se dieron vuelta para ver a Alan parado en el umbral, todavía con los ojos hinchados de tanto llorar.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Kim.
—Estoy hablando de contraatacar, un verdadero contraataque, no solo una advertencia como lo de la biblioteca —continuó el ayudante.
—Estamos escasos en munición y gente... —empezó a decir el sheriff.
—Pero también ellos... —lo interrumpió Noah, y todas las miradas se posaron en él—. Ya perdieron por lo menos a cinco de los suyos, casi la mitad de la manada.
Dave y Kim intercambiaron miradas, no estaban del todo seguros de si les gustaba a donde estaba yendo la conversación.
—Hemos visto de lo que son capaces. Así sean tres, podrían destruirnos a todos, en cuestión de minutos si nos exponemos a estar allí afuera durante demasiado tiempo —intentó razonar el sheriff.
Aunque intentaba ocultarlo, Phil había quedado terriblemente afectado por los eventos de la noche anterior. Hasta ese mismo instante había creído que tenía la situación bajo control, y que eventualmente iba a poder sacar a toda la gente que le importaba de aquel infierno. Pero el ataque a Las Siete Rosas simplemente demostró que había tenido suerte.
Lo cierto es que por primera vez en todos sus años de trabajo, verdaderamente sentía que la situación lo sobrepasaba, y ahora tenía un miedo muy claro: que su próxima decisión termine con más gente muerta.
—La prioridad es sacar a esta gente de aquí, eso no ha cambiado —señaló Alan, algo enojado ante la actitud de su jefe—. Si nosotros nos quedamos atrás, a defenderlos mientras suben a los botes, tienen una oportunidad.
Phil estaba a punto de lanzar un grito que pusiera fin a la discusión, cuando Noah dijo algo que captó su atención.
—Tal vez podemos matar dos pájaros de un tiro... —comentó el licántropo, tan críptico como siempre.
Los otros cuatro se lo quedaron mirando, esperando más información, pero Noah seguía con la mirada perdida, como si ni siquiera se hubiera percatado de que aquellas palabras salieron de su boca.
—¿Te importaría elaborar? —preguntó Kim, algo ansiosa por el ambiente tenso que se había generado desde que Alan había llegado.
—Perdimos a muchas personas, tal vez ahora podamos hacerlos entrar en los botes, pero sin lugar a dudas Marko y lo que queda de su manada van a intentar detenernos, así que tenemos que estar preparados para ellos, y creo que tengo justo lo necesario —continuó Noah.
—Si existe una oportunidad, debemos tomarla... —murmuró Dave, mirando al sheriff, quien por su parte no apartaba la mirada de encima de Noah.
—Las posibilidades son escazas, pero todavía tengo los ingredientes para crear una dosis de la cura en el escondite que use ni bien llegué a Kingville —soltó finalmente Noah—. Eso, claro está, si Marko no lo quemó.
Casi instantáneamente después de oír esas palabras, Alan dio un paso al frente y golpeó con fuerza al licántropo, lanzándolo al suelo con un profundo corte en su labio, y probablemente hubiera seguido atacando de no ser porque Dave y Phil se interpusieron.
—¿¡Tuviste una cura todo este tiempo y no nos lo dijiste!? —exclamó Alan, rojo de ira— ¡Joanna podría estar viva, bastardo!
Noah se limpió el labio, e ignorando la ayuda que le ofrecían Nancy y Kim, se levantó y miró al ayudante del sheriff a los ojos, aunque sin odio alguno.
—No podía arriesgarme a que lo supieran y la usaran contra mí —confesó.
Phil miró a los ojos a Alan, y este, a pesar de que su corazón corría a mil, hizo lo posible para mantener la calma.
—¿Confías lo suficiente en nosotros para dárnosla ahora? —preguntó Kim, con serias dudas.
—Confío en que todos queremos salir de aquí con vida, y esta es nuestra mejor opción —dijo, mirando a ese grupo de humanos que no paraban de medirlo con la mirada—. Pero como dije, tengo los suficientes materiales para una dosis, así que tenemos que hacerla valer. Solo podemos utilizarla contra Marko, de lo contrario será en vano.
—Digamos que conseguimos "curar" a Marko, ¿qué evitaría que el resto nos haga pedazos? —inquirió Phil.
—La manada perdería a su alfa, van a estar forzados a retroceder, al menos durante el tiempo suficiente para permitirnos salir de Kingville —explicó Noah.
Phil Jones miró alrededor, y notó que todos estaban analizando las posibilidades que tenían de hacer funcionar semejante plan. Salir en semejante grupo a las calles, y tomarse el tiempo para alistar los botes del muelle llevaría bastante tiempo, y sin lugar a dudas atraería la atención de Marko y su manada. Pero si podían hacer que aunque sea una persona llegue al otro lado del lago... si podían salvar a alguien, ¿no habría valido la pena?
Todo estaba en juego en ese momento, y, como siempre, la responsabilidad de tomar la decisión final caía en el sheriff, que tras un sopesarlo durante algunos segundos, se dirigió a su escritorio, y se sirvió un trago de whisky, que bebió con ávido placer antes de volver la mirada a sus compañeros.
—Necesitamos planear esto bien —dijo finalmente, poniendo el vaso sobre el escritorio, y al oír esas palabras sonrisas aparecieron en los rostros de Dave, Kim y Nancy—. Tendremos que chequear los botes y asegurarnos de que estén en condiciones, pero no podemos implementar esto inmediatamente, así que vamos a buscar un lugar nuevo para pasar la noche. También hay que encargarnos de conseguir los ingredientes de la cura, eso toma absoluta prioridad, ¿está bien? —Phil miró a los demás, y solo encontró aprobación en sus rostros, así que sonrió levemente—. A trabajar.
Ya eran cerca de las tres de la tarde. Los habitantes de Las Siete Rosas habían sacado el cadáver de Stephen Johnson del bar con cuidado, y lo habían colocado en la parte de atrás de una de las tantas camionetas que había paradas por todo el lugar. No se sentía bien simplemente dejarlo tirado por allí.
Desde que Nancy había despertado, ninguno de ellos había tenido noticias de parte de Phil Jones o de su ayudante, aunque entendían los motivos de este último. Más de uno ya empezaba a desesperarse, a cuestionarse si todo no habría sido demasiado para el sheriff, si finalmente aquel viejo testarudo se había quebrado.
Al oír los pasos de sus botas proviniendo del segundo piso, todos dirigieron la mirada hacia allí, y fue solo cuestión de tiempo hasta que lo vieron aparecer en las escaleras, acompañados de los demás.
Durante unos pocos segundos, el silencio dominó el bar. La mayoría se temía más malas noticias, a otros ya ni les importaba lo que fuera a pasar, y un pequeño grupo todavía no se recuperaba de los horrores vividos la noche anterior. Sin embargo, con unas pocas palabras, el sheriff pudo captar la atención de todos.
—Nos vamos de Kingville.
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