
13
Gracias a la luz de la luna que entraba por la pequeña ventana enrejada de la celda, Dave y Kim pudieron observar todo el terrible proceso que sufrió el cuerpo de Noah.
Los gritos de dolor no cesaron jamás. Ellos miraron a aquel pobre diablo retorcerse, intentando liberarse de las cadenas que lo retenían, mientras que sus huesos se reordenaban dentro de su cuerpo, produciendo unos crujidos espantosos.
Noah abrió la boca de par en par, lanzando otro de sus horribles alaridos, y los hermanos Veder pudieron observar con detalle cómo unos gigantescos colmillos crecían en ella, haciendo que chorros de sangre salgan despedidos, ensuciando el suelo de la celda. Pronto notaron que sus gritos ya no eran los de una persona, sino los de una bestia herida, y Kim debió llevarse su mano a la boca para reprimir sus propias exclamaciones de horror ante aquella imagen.
Una oscura capa de pelos fue cubriendo lentamente el cuerpo desnudo de Noah, hasta dejarlo prácticamente irreconocible. Fue en ese entonces que las cadenas se rompieron y la criatura salió despedida hacia las rejas de la celda, estrellando su cara contra ellas y extendiendo sus manos hacia los aterrados hermanos. Gracias a esto ellos pudieron ver cómo las garras que estaban creciendo empujaban las uñas humanos, llenando las manos del licántropo de sangre y convirtiéndolas en unas afiladas zarpas, listas para destrozar a quien osara con ponerse delante.
Noah estaba parado allí, gritando hacia los Veder, y ellos pudieron captar que la criatura era por lo menos unos veinte centímetros más alta que el muchacho, y también que su musculatura había aumentado de forma bastante exagerada. Sin embargo, la postura de la bestia era pobre por la extraña forma de sus fuertes piernas, que lo obligaban a estar levemente encorvado y que con toda seguridad le darían una gran ventaja a la hora de correr en cuatro patas.
Lo último que Dave y Kim pudieron observar fue cómo la cara de Noah se iba deformando y cubriendo de pelaje al punto de perder casi todo rastro de humanidad. Ya no eran solo sus dientes, sino que su nariz también se deformó, volviéndose animalesca; sus orejas se volvieron puntiagudas, y sus ojos... sus horribles ojos brillaban con un terrible fulgor amarillo.
La bestia intentó abrir varias veces la puerta de la celda, incluso empezó a saltar y golpearse contra la misma, mientras que su cuerpo sufría los últimos cambios. Sin embargo, cuando todo hubo terminado, Noah, bajo la luz de la luna, pareció calmarse un poco y clavar su mirada en la pequeña ventana de la celda. Con una fuerza animal, Noah lanzó un aullido que heló la sangre de Dave y Noah, y ellos supieron que aquel muchacho callado y misterioso había desaparecido por la noche... solo la bestia permanecía.
En Las Siete Rosas, otro aullido se hoyó, mucho más poderoso y proveniente del bosque. Phil Jones se encontraba en la azotea del bar cuando ocurrió, e inmediatamente supo que esa era la señal que había estado esperando toda la noche. Aquellos malditos liderados por Marko se habían transformado, y no tardarían en estar en su puerta, intentando adentrarse y acabar con la vida de todos allí.
"Pudimos matarlos una vez, lo haremos de nuevo", se repetía una y otra vez el sheriff, mientras escrudiñaba las inmediaciones del bosque con sus binoculares. Sin embargo, esa noche no había fogata, no había cuerpos colgando de los árboles, absolutamente nada, y sólo llegaba a distinguir vagas formas bajo la luz de la luna.
-Todos dentro, van a estar aquí en cualquier momento -ordenó Phil, bajando los binoculares.
Alan tomó una gran bocanada de aire e hizo la señal de la cruz antes de bombear la escopeta que llevaba consigo; el viejo Kiddman, imperturbable como siempre, apagó el cigarrillo que colgaba en su boca, uno que había estado guardando para una ocasión especial desde que todo aquel caos había comenzado, y se dispuso a bajar las escaleras.
Phil fue el último en cruzar la puerta de la azotea, la cual cerró con todas las trabas, y luego procedió a ponerle una mesa metálica que habían arrastrado desde el sótano. Era una defensa bastante pobre, pero no estaba realmente esperando un ataque desde arriba.
Con un frío sudor recorriendo su espalda, el sheriff bajó a la planta baja para encontrarse con todos aquellos valientes que habían decidido portar un arma esa noche y defender el bar. A la primera que identificó fue a la novia de Alan, Joanna, quien portaba un rifle de cazador en sus manos y tenía una mirada sería y decidida en su rostro; a Phil le costó trabajo asociarla con aquella chica divertida y atenta que había conocido cuando Alan lo invitó a cenar a su casa a las pocas semanas de haberse transferido a Kingville. Por supuesto, Alan había tratado de convencerla de que se fuera al sótano con el resto de las personas que no lucharían esa noche, donde se encontraría segura, pero ella protestó hasta que él entendió que no tenía sentido seguir insistiendo.
-¡Luces fuera! -ordenó Phil ni bien se hubo bajado de la escalera.
Obedeciendo inmediatamente, aquella improvisada milicia se movió con rapidez, apagando todas las velas, las pocas lámparas eléctricas que todavía tenían batería, las linternas, y hasta algunos viejos faroles a gas que habían logrado conseguir, dejando a Las Siete Rosas en la más profunda oscuridad. El plan de batalla era bastante sencillo, tratar de ocultar que se encontraban allí y esperar que Marko y su manada pasaran de largo, y abrir fuego cuando eso inevitablemente fuera a salir mal.
Alan había sugerido una estrategia similar a la del estacionamiento de la biblioteca, colocando algunos explosivos en los pocos autos que había fuera del bar, pero aunque a Phil le atrajo la idea, con todo el trabajo que tuvieron que poner en cubrir las puertas y ventanas no les quedó nada de tiempo para llevarlo a cabo, así que debían conformarse con las pocas armas de fuego que había allí adentro y esperar que aquellas criaturas no fueran tan duras como Noah las había planteado.
Cuando la última luz se hubo apagado, también se detuvieron todas las voces, sumiendo al bar en silencio, y permitiendo escuchar todos los siniestros e interesantes sonidos de la noche.
Durante cerca de una hora, el reinado del silencio fue absoluto, hasta que se vio interrumpido por dos disparos, seguidos al instante de un escalofriante grito de dolor, un grito indudablemente humano. Phil Jones supo en ese instante que Morgan Matthews había muerto, pero no había tiempo para lamentos; si habían alcanzado a Morgan, las criaturas se encontraban a unas pocas cuadras, y debía prepararse para lo peor.
Como para comprobar las sospechas del Sheriff, pocos minutos después del espantoso grito emitido por el improvisado francotirador, gruñidos pudieron ser oídos en las afueras del bar. Aquellos sonidos eran similares a los que emitía un perro preparándose para atacar, pero mucho más potentes. Sin embargo, lo más aterrador era que provenían de todas las direcciones posibles, haciendo imposibles para los sobrevivientes concentrar su atención en un punto en particular.
Lentamente las armas fueron alzándose, pero con semejante delicadeza que no se produjo ningún sonido que pudiera develar la posición de aquellos guerreros. Sin embargo, no cabía duda de que Marko y su manada ya los tenía rodeado y sabían que estaban allí dentro, era solo cuestión de esperar a ver quién hacía el primer movimiento.
Peter Cocker, a quien le habían confiado un pequeño pero efectivo .38 quitó el seguro, produciendo un leve chasquido, y los corazones de todos dentro del bar parecieron paralizarse durante un segundo. De repente, las criaturas empezaron a lanzarse con fuerza contra las puertas y ventanas del bar de Las Siete Rosas, haciendo que los refuerzo que los sobrevivientes habían colocado con tanto esfuerzo durante se sacudan y empiecen a ceder poco a poco.
Dos de aquellos que se habían ofrecido a proteger el bar lanzaron un grito de horror, soltaron las armas y salieron disparados en dirección al sótano. Phil enfundó su confiable revolver y se lanzó sobre el rifle Winchester que había quedado en el suelo.
-¡Esperen! -exclamó el sheriff, al notar que algunos de los sobrevivientes estaban a punto de abrir fuego.
Mientras tanto, las criaturas continuaron gruñendo y golpeando con fuerza los distintos puntos de acceso al bar. Todos allí podían oír la madera cediendo, quebrándose en miles de pedazos poco a poco.
Con cada choque, la ansiedad crecía en el pecho de los defensores, el sudor comenzaba a acumularse su frente y sus manos sufrían de un leve temblor.
-Esperen... -repitió Phil, un poco más calmado, y con el rifle puesto en su objetivo.
El choque contra una de las ventanas fue tan fuerte que quebró una de las maderas con las que la habían tapiado.
-¡Phil! -exclamó Alan, moviendo la mira de su escopeta de la puerta principal del bar a las distintas ventanas que tenía a su alrededor.
Un horroroso brazo atravesó por la pequeña abertura de la madera quebrada en la ventana, extendiendo sus garras e intentando atrapar a algún sobreviviente desprevenido.
-¡Fuego! -exclamó el sheriff con furia.
El sonido de las armas al gatillarse dentro del bar fue ensordecedor durante algunos segundos, y sin embargo la mayoría de los disparos fallaron a su objetivo, aunque bastaron para hacer retroceder el peludo brazo de la criatura, quien se retiró chillando y dejando un rastro de sangre detrás.
Otro agujero se abrió, esta vez en la puerta principal, y Alan disparó sin pensarlo dos veces, haciendo retroceder a la criatura en su implacable azote, sin embargo, los perdigones terminaron por incrementar el daño causado por la bestia.
-¡Solo disparen si tienen a la criatura a vista! -exclamó Phil, con el rifle listo para abrir fuego en caso de que alguna de ellas volviera a intentar meterse por el agujero abierto en la ventana.
El griterío dentro del bar, sumado a los estruendos producidos por las bestias al intentar entrar bastaba para poner nervioso a cualquiera, sin embargo, Bill Kiddman todavía no había disparado su confiable rifle de caza. Él se encontraba detrás de la barra, con el cañón apoyado para no perder estabilidad, y la mirada clavada en la puerta principal.
Alan se giró y disparó contra la cabeza de una criatura que había logrado traspasar por un agujero en la ventana y gruñía y babeaba profusamente, sin embargo los perdigones aterrizaron justo encima del objetivo.
Aprovechando la distracción, otro de los licántropos metió su mano por un agujero en la puerta y tomó al ayudante del sheriff por el pantalón con una fuerza sobrehumana, fuerza que fue suficiente para arrojarlo al suelo de fauces y obligarlo a soltar su arma.
-¡Alan! -gritaron casi al unísono Phil y Joanna.
Sin embargo, Kiddman abrió fuego en ese preciso instante. La bala atravesó la puerta de madera de lado a lado y dio en el pecho de la criatura, que con un terrible alarido de dolor soltó al aterrado muchacho, que se arrastró como pudo hacia su arma, antes de recibir la ayuda de Peter Cocker para levantarse.
Stephen Johnson, armado con la escopeta recortada de dos cañones que guardaba bajo la barra en caso de que alguna vez intentaran robarle, o que algún borracho armado quisiera armar escándalos en su bar, había avanzado hacia el ayudante del sheriff para darle una mano antes de que Cockers llegara a él. Sin embargo, en su apuro cometió el error de pasar demasiado cerca de una ventana, y no pudo escapar de las peligrosas garras que se adentraron por ella. Johnson emitió un grito de dolor y desesperación al sentir que aquellas filosas uñas se clavan y desgarraban su carne.
Phil apuntó en su dirección, pero no podía conseguir un tiro limpio, y a pesar de sus mejores intentos Bill tampoco lo lograba. Mientras tanto, el dueño del bar, ante la aterrada mirada de todos, gritaba de dolor. La criatura lo golpeaba contra la pared, con la esperanza de poder llevarlo afuera y deleitarse con su carne, pero la abertura era demasiado pequeña, y el cuerpo de Stephen simplemente golpeaba contra ella y la llenaba de sangre. Sin embargo, el licántropo logró abrir otra abertura, lo suficientemente grande para hacer pasar su terrible mandíbula, y procedió a hundir sus dientes en aquel pobre anciano, quien emitió un nuevo alarido de dolor, mientras que podía sentir que su boca se llenaba de sangre.
No pudiendo aguantar y segundo más aquella tortura, y con un pulso débil y tembloroso, Stephen Johnson colocó la escopeta recortada justo debajo de su mentón, y con la poca fuerza que le quedaba jaló el gatillo, cubriendo la pared con sangre, sesos y trozos de cráneo.
Los hermanos Veder, al oír los múltiples disparos en lo que había sido una noche silenciosa hasta el momento en que Noah sufrió su espantosa transformación, se alejaron por primera vez de la celda, y acordaron hacer una recorrida por las entradas a la comisaría para asegurarse de que todo estuviera en orden.
El joven licántropo luego de ser forzado a cambiar por los mágicos poderes de la luna había estado algo alterado durante algunos minutos, sobre todo por la presencia de dos personas armadas que no quitaban sus ojos de encima de él. Sin embargo, al poco tiempo se calmó, y su estado no se vio alterado por los disparos provenientes de Las Siete Rosas. Dentro de su celda, se movía lentamente, ora erguido sobre sus piernas traseras, ora en cuatro patas, pero siempre mirando a Kim y a Dave con sus penetrantes ojos amarillos. A Dave le había bastado una sola mirada a la extraña actitud del hombre lobo para saber a qué se debía tan extraña actitud: Noah los estaba acechando, como cualquier animal del bosque acecha a su próxima presa.
Él les había advertido que su sed de sangre aumentaría durante la luna llena, pero ni Dave ni Kim se lo habían imaginado así. Aquella criatura no parecía querer carne, parecía necesitarla, anhelarla con tal desesperación que haría cualquier cosa para conseguirla, y eso sencillamente espantaba a los hermanos Veder, haciendo que un escalofrío recorriera sus espaldas cada vez que cruzaban miradas con la bestia.
Haber salido de la zona de celdas fue una verdadera bendición para ellos, que aprovecharon para liberar un poco la tensión que se había ido acumulando desde el momento en que observaron la transformación de Noah.
Mientras recorrían los pasillos del precinto ambos trataron de iniciar conversaciones, en un patético intento por liberarse de las sensaciones que semejante espectáculo de horror les había generado. Pero sencillamente no había palabras para expresarlo, de forma que optaron por el silencio, levemente interrumpido por la profunda respiración de la bestia que tenían encerrada con ellos.
Sin embargo, al llegar al arsenal, Dave se detuvo en seco y tomó a su hermana por el brazo.
-¿Qué pasa? -preguntó ella con preocupación.
-¿Escuchas eso? -replicó él, aún sin soltarla.
-No escucho na... -empezó a decir ella, pero entonces una ligera sombra se movió en las afueras del precinto.
Ellos apenas y llegaron a apreciarla por las pocas aberturas que habían quedado en la ventana del arsenal, pero fue suficiente para helarle la sangre a ambos. Los dos sabían muy bien que aquella sombra no podía haber sido proyectada por una persona, así que sin pensarlo demasiado se tiraron al suelo y volvieron a guardar silencio.
Kim agudizó su oído y, entre el sonido de los disparos, pudo distinguir aquello a lo que se refería su hermano anteriormente: unas suaves pero audibles pisadas, haciendo crujir ramas y hojas, y develando la posición de la criatura, que se desplazaba por las inmediaciones de la comisaría.
Algo había desviado la atención de aquella bestia de la batalla que se estaba llevando a cabo en el bar y la había atraído en dirección a los hermanos Veder, pero no tenía sentido ponerse a deliberar al respecto. Ambos habían cubierto sus cuerpos con una extraña crema que Noah llevaba en su mochila, la misma que habían utilizado para ocultar su olor cuando emboscaron a Marko y su manada en el estacionamiento de la biblioteca, así que esperaban poder pasar desapercibidos si tan solo se mantenían en silencio.
Dave miró a su hermana e intentó tranquilizarla, y Kim respiró suavemente al sentir que las pisadas se alejaban.
Agachados como estaban, ambos se fueron moviendo con cuidado, tratando de mantenerse justo debajo de las ventanas para que la criatura no pudiera verlos.
Con cuidado fueron siguiendo el rastro de las pisadas, rogando internamente que la bestia se alejara de la comisaría, pero nada parecía lograrlo. De inmediato ellos notaron que el monstruo se dirigía hacia el lobby, y ambos tomaron cobertura detrás de la recepción.
Justo en ese momento, Noah, aún encerrado en la zona de celdas, emitió un poderoso y ensordecedor aullido y los dos hermanos compartieron una mirada de terror.
La bestia que acechaba afuera se detuvo, gruñó y completamente enloquecida comenzó a embestir la puerta de entrada, doblando más y más el metal con cada golpe, y haciendo temblar los muebles que Dave y Kim habían pasado toda la tarde acomodando.
-¡Vamos! -exclamó Dave, levantándose rápidamente y abandonado su cubertura.
Los dos hermanos salieron disparados por los pasillos del precinto, en búsqueda de un mejor lugar para plantar su defensa, pero los ruidos emitidos en el proceso hicieron que la criatura redoblara sus esfuerzos por entrar.
Kim acababa de cerrar detrás de si la puerta de la zona de celdas cuando la pila de muebles cayó emitiendo un sonido estrepitoso, y la criatura pudo observar el interior de la comisaría con su espantoso ojo amarillo; solo el metal dañado y doblado de la puerta principal lo mantenía fuera, por lo que continuó lanzándose hacia ella con fuerza sobre humana.
-Kim, tengo una idea -soltó Dave, respirando agitadamente-. Necesito que entres en esa oficina, ¿está bien?
-¿Qué? ¿¡Por qué!? -interrogó ella.
La puerta principal cayó, y las pisadas de la bestia pudieron sentirse sobre el metal, junto a su inconfundible gruñido.
-¡No hay tiempo! ¡Entra! -ordenó él, tratando de mantener la compostura.
Con lágrimas a punto de salir de sus ojos, Kim obedeció y se adentró en la pequeña oficina conjunta a la zona de celdas y Dave se apresuró a cerrar la puerta detrás de ella. Arrodillada, la más joven de los Veder se deslizó por el suelo hasta colocarse justo detrás del escritorio, en el momento justo para escuchar como el licántropo enemigo empezaba a golpear la puerta.
Sin perder un solo segundo, Dave alzó el arma y abrió fuego contra la criatura que aún se ocultaba de su vista detrás de la puerta de la zona de celdas, pero él supuso con certeza que los perdigones traspasarían el débil metal de la misma sin muchos problemas.
La criatura al otro lado emitió un quejido de dolor, y Noah en su celda lanzó un alarido y llevó sus espantosas manos hacia sus orejas, ensordecido por el estruendo del arma.
De repente la comisaría volvió a sumirse en silencio, pero Dave sabía muy bien que la bestia seguía con vida, podía oír su pesada respiración al otro lado de la puerta, probablemente recuperándose del disparo, pero le bastaba con llamar su atención para alejarla de Kim.
-¡Ven por mí! -exclamó Dave, antes de echarse a correr por otra puerta.
En ese momento el licántropo, ya bastante recuperado, se lanzó con toda su fuerza hacia la puerta, adentrándose en la zona de celdas con ferocidad, y haciendo que Kim tiemble de terror. Ella quería levantarse e ir a buscar a Dave, pero las piernas no le respondían, el terror había dominado todo su cuerpo.
Con cuidado, asomó la cabeza por encima del escritorio, y por la ventana de la oficina pudo ver que los dos licántropos se miraban y se gruñían. De no haber estado las rejas de la celda, probablemente hubieran estado revolcándose en el piso en ese mismo instante, intentando aniquilarse.
De repente, la criatura se dio vuelta para observar la oficina, y Kim se ocultó una vez más detrás del escritorio, llevándose sus manos a la boca para no gritar.
A pesar de los gruñidos de Noah, el licántropo se giró y empezó a avanzar hacia la oficina. La luz de la luna proyectaba la figura de la criatura justo para que Kim pudiera verla de su escondite.
Otro disparo se escuchó en el interior del precinto, y la bestia reaccionó inmediatamente girando su cabeza en dirección al sonido y apresurándose a perseguirlo.
-¡Conserven munición! -exclamó Phil, quien ya había tenido que despojarse del rifle Winchester y ahora blandía su confiable revolver.
Habían pasado más de dos horas desde que Stephen Johnson había optado por volarse los sesos frente a todos, y su cadáver aún yacía en el suelo del bar, apoyado contra la pared, con la escopeta en su mano y su ropa empapada de sangre.
Durante todo este tiempo aquellos sobrevivientes habían podido contener a las criaturas fuera del bar, pero las balas empezaban a escasear y se notaba. Ya nadie disparaba frenéticamente como cuando habían entrado en contacto con las criaturas por primera vez, los disparos eran medidos cuidadosamente y cualquier bala podría ser la última.
Las defensas en las ventanas y puerta principal habían sufrido daños irreparables. Las bestias ya podían incluso meter su torso por los agujeros más grandes, y más de una lo había intentado, forzando a aquellos valientes a reaccionar rápidamente para evitar su entada al bar.
Sin embargo, los alentaba un poco el hecho de que las criaturas también parecían estar retrocediendo. Ya no se acercaban con confianza, ni se lanzaban ferozmente contra el bar. Phil no estaba seguro de si habían herido de muerte a alguna de las bestias, pero podía afirmar que por lo menos habían lastimado lo suficiente a unas cuantas como para que se lo pensaran dos veces antes de intentar entrar en Las Siete Rosas.
"Solo unas horas más", se repetía una y otra vez en su mente el sheriff, tratando de divisar cualquier atisbo de luz en el cielo. Pero la luna aún era reina, y la noche parecía ser eterna.
Phil notaba que el cansancio de semejante lucha ya empezaba a pasar factura entre su gente. La adrenalina se iba desgastando, y los ojos agotados empezaban a aparecer, las guardias empezaban a bajarse y ese era el momento más peligroso para ellos, porque estaba seguro que las criaturas sabrían aprovecharlo.
-¡Lejos de las ventanas! -recordó el sheriff a sus luchadores, notando que algunos en su agotamiento empezaban a divagar por el bar.
Justo en ese instante la rueda de un auto se adentró en Las Siete Rosas por los restos de una de las destruidas ventanas, causando el susto y la desorganización entre los sobrevivientes.
Los que estaban cerca abrieron fuego contra el "inofensivo" neumático (aunque Phil sabía muy bien que si hubiera impactado a alguien de lleno podría haberlo matado), y el resto se dispersó con velocidad para mantenerse lo más alejados posibles del lugar.
Fue entonces cuando un estridente grito se hoyó desde la otra punta del bar, y todos desviaron su atención hacia allí, descubriendo que una de las criaturas había atrapado a un pobre diablo que, en su susto, había cometido el error de ponerse al alcance de una de las bestias, que atravesó otra ventana y envolvió sus poderosas garras en el brazo del hombre.
Aquel sujeto se sacudía y gritaba, blandía su pistola 9mm con la esperanza de tener a tiro a la criatura, pero lo único que lograba era poner en riesgo al resto de los sobrevivientes. Phil, Alan y Bill intentaron buscar un ángulo que les permitiera salvar a aquel pobre hombre, pero los movimientos eran tan bruscos que no podían disparar con seguridad.
En un acto de puro heroísmo, Joanna cargó contra la bestia y calvó una botella rota que había en el suelo del bar en su brazo, lo que solo logró hacerla enfurecer más y más, y terminó por arrastrar a su víctima hacia las calles de Kingville, haciendo añicos lo poco que quedaba de la ventana.
-¡No! -exclamó Joanna, alzando su arma y parándose justo delante del destruido ventanal, sólo para encontrarse con una nueva criatura que se erguía frente a ella y la miraba con sus feroces ojos.
-¡Jo! -gritó Alan, corriendo en dirección a la muchacha.
Sin embargo todo pasó muy rápido. La criatura tomó a la pobre chica del cuello, y la sacó del bar de un solo tirón, sin embargo, y para sorpresa de todos, el licántropo se la cargó al hombro y empezó a retirarse del lugar, pasando junto a dos de sus compañeros que descuartizaban el cadáver de su víctima anterior.
Phil se apresuró a detener a Alan, que ya estaba a punto de saltar por la ventana e ir a buscar a su amada, y Bill se posicionó junto a los dos agentes del orden.
-La tengo a tiro, puedo acabar con su sufrimiento ahora -comentó con extrema frialdad el viejo Kiddman.
La mira de su arma estaba posicionada justo en la frente de Joanna, quien aún pataleaba y gritaba, intentando hacer que la bestia la suelte.
-¡Ni se te ocurra, hijo de puta! -gritó Alan, que luchaba por quitarse al sheriff del encima- ¡Si lo haces te mataré!
Sin embargo, Bill Kiddman mantuvo la mira en su lugar.
-Bill, no... -dijo con suavidad Phil, y aquel callado anciano obedeció de inmediato.
En cuestión de segundos, los tres hombres estuvieron de pie, mirando cómo las criaturas se iban alejando del bar por la calle, una de ellas aún con el brazo del pobre tipo que murió segundos antes de que raptaran a Joanna en su boca.
La batalla había terminado, y el sheriff supo que habían perdido.
Dave se encontraba oculto en las sombras del arsenal, con el cañón de su escopeta clavado en la puerta, y sus manos temblando levemente. Podía oír los pesados pasos de la bestia, su respiración feroz, y sabía que se estaba acercando.
La puerta del arsenal se fue abriendo lentamente, emitiendo un leve chirrido, y él pudo ver la figura del gigantesco licántropo en el umbral. No sabía cómo, pero la criatura no había tardado ni un segundo en encontrarlo, y ahora le gruñía desde allí.
Los brillantes ojos de la criatura se mantenían encima de Dave, que estaba casi como petrificado ante semejante visión. El joven Veder llevó lentamente su dedo al gatillo, pero entonces una explosión a espaldas de la criatura lo sobresaltó.
El licántropo cayó adolorido en el suelo del arsenal, y Dave pudo ver que detrás de él se encontraba su hermana con la escopeta entre sus manos, largando un sutil humo de su cañón.
Sin embargo, el disparo a quemarropa no había bastado, y la bestia no tardó en ponerse de pie nuevamente, esta vez concentrando toda su atención en Kim, que al verse enfrentada por la criatura no tuvo mejor idea que darse media vuelta y salir corriendo.
El licántropo lanzó una especie de grito, y empezó a perseguirla a toda velocidad por los angostos pasillos del precinto, y Dave tuvo que salir de su escondite a toda velocidad para detenerlo.
Kim se adentró una vez más en la zona de celdas, pero tropezó justo antes de alcanzar la puerta de salida, y para cuando se dio vuelta ya tenía a aquella impresionante criatura a escasos pasos de ella.
Dave, que había seguido muy de cerca a ambos, llegó justo a tiempo para disparar contra el lobo, dejándolo una vez más en el suelo, y evitando así que ponga sus peligrosas garras sobre su hermana.
Kim se arrastró por el suelo lejos de la criatura y con ayuda de su hermano se puso de pie. El licántropo, adolorido, luchaba por levantarse, y al cabo de unos segundos lo logró, solo para encontrarse con que los hermanos Veder lo tenían justo en la mira.
Sin embargo, antes de que ellos pudieran abrir fuego, las filosas garras de Noah pasaron por entre las rejas y tomaron a la herida bestia del cuello. La criatura se sacudió, pero Noah jamás la dejó ir.
Lentamente las garras del Lupus Lux fueron enterrándose en la piel de su fatal enemigo, desgarrando carne, venas, nervios, todo lo que había a su paso. La bestia luchó con las escazas fuerzas que le quedaban, pero al cabo de unos segundos, Noah dio un poderoso tirón que cortó el cuello de la bestia, haciendo que se desangre lentamente frente a la mirada aterrada de los hermanos Veder.
El licántropo agonizó en el suelo de la zona de celdas durante unos sólidos tres minutos, y ninguno de los presentes pudo quitarle la mirada de encima, por lo menos hasta que los primeros atisbos de luz se vieron a través de las ventanas, y Dave y Kim pudieron presenciar con la misma fascinación del inicio de la noche, cómo Noah empezaba a volver a su forma humana.
La criatura enjaulada lanzó un poderoso aullido y se tomó la cabeza con sus poderosas manos. En su rostro se notaba que estaba sufriendo. Nuevamente el tronido de los huesos se hizo oír en toda la comisaría, y los alaridos de dolor recomenzaron.
El tamaño de la criatura se redujo rápidamente, aunque era difícil percibirlo ya que se encontraba tirada en el suelo. El pelaje fue desapareciendo poco a poco, hasta el punto en que ellos ya pudieron percibir el desordenado pelo natural de Noah.
Lo último en volver a la normalidad fueron las facciones del rostro del muchacho, y no fue sin dolor que esto sucedió.
Al cabo de unos minutos, los hermanos Veder observaban el desnudo cuerpo de Noah, acurrucado en el sucio suelo de la celda, temblando y manchado con la sangre de la criatura que había asesinado.
-Tráiganme la ropa -dijo por lo bajo cuando el dolor empezó a desaparecer.
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