12
A pesar de la relativa victoria que habían obtenido, ese día no hubo festejos en Las Siete Rosas. Las advertencias de Noah habían sido suficientes para alertar a los sobrevivientes de que lo peor apenas y estaba por venir.
Phil, contando con unas pocas horas hasta el anochecer, debió moverse rápido para organizar una mejor protección para el bar. En lugar de un vigía, esa noche habría tres en los tejados, equipados con las mejores armas con las que disponían. También permitió, en un acto de excesiva confianza en esa gente, que algunos puedan portar armas dentro del bar, solo por si acaso.
El sol ya se estaba ocultando para cuando los habitantes de Las Siete Rosas lograron reforzar todas las entradas posibles al bar. Incluso la puerta que daba a la terraza debió ser puesta bajo llave y cubierta, de forma que los tres vigías quedaban aislados durante todo su turno, hasta que los próximos venían a relevarlos.
Sin embargo, y para sorpresa de Noah, la noche fue más tranquila que de costumbre, lo que realmente daba a todos los que estaban dentro del bar un muy mal presentimiento. Los turnos se fueron rotando, pero realmente nadie durmió en Las Siete Rosas. La sensación general era que, en caso de cerrar los ojos, tal vez no volverían a abrirlos.
Las horas se fueron pasando, y a las tres de la mañana, el turno de vigilancia de Phil Jones llegó.
Acompañado de Bill Kiddman y Dave, el sheriff subió las escaleras y relevó al grupo que estaba pasando frío en la azotea, sin embargo, se llevaron una sorpresa al encontrarse con que Noah también estaba allí arriba, a pesar de que ningún puesto de vigilancia se le había sido asignado, y tampoco ningún arma. Después de todo, aún no era seguro que pudieran confiar en él.
—Insistió en quedarse —dijo Alan a su jefe, tiritando de frío y con grandes ojeras—, y no parecía dispuesto a obedecer órdenes.
—No hay problema, ve a descansar —aseguró Phil, y su ayudante asintió antes de desaparecer tras la puerta, la cual cerró con llave y le colocó la traba, solo para asegurarse.
Sin más, los tres nuevos vigilantes tomaron posición en la azotea, Phil tomando la esquina más cercana a Noah, más para mantenerlo vigilado que para tener una charla amigable. Sin embargo, debía admitir que el muchacho estaba demostrando ser confiable y, hasta cierto punto, estaba feliz de haberlo encontrado. De lo contrario, Marko y compañía probablemente hubieran acabado con ellos en cuestión de días.
La noche en Kingville era fría, y el viento, constante y veloz, producía un distintivo silbido, al tiempo que parecía cortar la poca piel expuesta de los vigías.
Dave se encontraba tiritando a pesar de los pesados abrigos que tenía, y sin embargo Bill Kiddman, aquel anciano con sus grises bigotes manchados de tabaco, permanecía inmutable, con la mirada clavada en la oscuridad. El viejo estaba tan quieto que, por momentos, a Dave se le antojaba que ni siquiera estaba respirando, lo que francamente lo alteraba un poco.
El joven Veder comprobó el peso del arma en sus manos. Como todos en Kingville, él había tenido que ir a cazar apenas entrado en la adolescencia. Su padre, borracho como siempre, intentó darle las lecciones básicas, y cuando él no pudo seguirlas, lo golpeó un poco. En ese entonces él era un niño, para él eso había sido normal, y sin embargo una fugaz duda se instaló en su mente, ¿no había deseado dispararle en aquel entonces? Recordaba el frío que hacía ese día, haber caminado por la nieve, ver un pequeño zorro y un venado, al cual le dispararon, recordaba la sensación de los golpes de su padre, y verlo alejarse de él, dándole la espalda mientras él tenía el arma en sus pequeñas manos.
A pesar de los mejores intentos de su padre, él nunca había sido un buen tirador. Ocasionalmente podía disparar a una lata, después de varios intentos, pero jamás a algo vivo. El haber disparado a ese chico en la biblioteca lo había trastornado, aunque hacía posible por no mostrarlo. Pasó largos minutos en el baño, tratando de quitarse hasta la última mancha de sangre de su piel, y sin embargo aún se sentía sucio. Hacía lo posible por anteponer las palabras del Sheriff a su profundo sentimiento de culpa, se repetía una y otra vez que aquel chico no era realmente una persona, pero los sentimientos luchaban por salir a flor de piel, y él debía luchar constantemente por mantenerlos enterrados.
—Jefe —dijo de repente Bill, llamando la atención de todos los presentes y sobresaltando a Dave, quien se encontraba perdido en sus propios pensamientos.
Habían pasado alrededor de una hora desde que habían entrado en su turno, y todos los presentes se habían mantenido en silencio hasta ese momento.
Phil y Noah compartieron una breve mirada, y pronto se unieron al anciano y a Dave, que ya tenían su mirada clavada en el oscuro horizonte.
—¿Qué pasa, Bill? —inquirió el sheriff.
—Allí, hay un resplandor en el bosque —anunció el viejo, señalando con el dedo.
Dave intentó, pero no pudo distinguir nada, y Phil, que a pesar de su edad mantenía una visión casi perfecta, tampoco pudo penetrar en la profunda oscuridad de la noche.
Sin embargo, al alzar sus binoculares, no tuvo ningún problema en comprender a lo que se refería Bill Kiddman, aunque todavía no podía llegar a comprender cómo era que había logrado percibirlo. Lo cierto era que el anciano tenía razón: allí, en la profundidad del bosque, un tenue brillo resaltaba entre los árboles.
—¿Me permite? —dijo Noah, tendiendo su mano hacia el Sheriff, que sin dudarlo le dio los visores.
Con aquellos instrumentos, el joven licántropo pudo ver mejor de lo que se trataba. Y tras comprobar sus sospechas, dio los binoculares a Dave para que sacie su curiosidad, lo que hizo casi de inmediato.
—Están haciendo un funeral —sentenció Noah sin más.
—¿Y el resplandor? —inquirió Phil.
—Una fogata, están quemando los cuerpos.
Dave, tras haber ubicado el punto señalado por el viejo Kiddman, bajó los binoculares y se los devolvió al sheriff, y no puedo evitar imaginarse el cuerpo del chico que él había asesinado siendo consumido por las llamas en la profundidad del bosque.
En ese momento, un sonoro aullido llegó a los oídos de todos los presentes en esa azotea, e inmediatamente fue seguido por otros, que aumentaron la intensidad del primero hasta hacerlo parecer que estaba sonando a penas a metros del bar.
En Las Siete Rosas, todos se estremecieron y temieron lo peor. Aquellos que iban armados se abrazaron a sus instrumentos de muerte, Alan apretó la mano de su novia, y Kim dirigió instintivamente la mirada al techo, preocupada por su hermano.
—¿Su campamento estará cerca de ese lugar? —inquirió Phil, tratando de sonar calmado.
—Probablemente, pero mañana lo moverán sin lugar a dudas, no van a cometer errores, no después de lo de hoy —contestó Noah.
—De todas formas, mañana deberíamos acercarnos y comprobar las cercanías, tal vez podamos... —empezó a decir Phil.
—No —lo cortó en seco Noah—. No mañana.
Las miradas de todos los vigías se clavaron en el joven, y finalmente Dave se atrevió a hacer la pregunta que todos tenían en mente.
—¿Por qué mañana no?
—Porque mañana hay luna llena —agregó Bill Kiddman, sin despegar la mirada de Noah.
La noche pasó sin mayores eventualidades, pero lo cierto era que Phil sabía que la situación estaba a punto de empeorar y mucho. La luna llena estaba sobre ellos, y de acuerdo con Noah, ese era el día más peligroso para estar cerca de aquellas criaturas.
Cuando llegó el día, la gente aprovechó para descansar un poco, pero no podían quedarse quietos, había muchos preparativos que hacer.
Mientras los sobrevivientes revisaban que los refuerzos colocados el día anterior en puertas y ventanas se encontraran en óptimas condiciones, Dave, Phil, Kim, Alan y Noah se reunían en la que se había convertido en la oficina del Sheriff dentro del bar para discutir los procedimientos al anochecer.
—Si esta noche son solo animales rabiosos, podremos combatir más fácilmente —sugirió Alan, mirando a su jefe—. Es la parte humana en ellos la que los hace peligrosos, los vuelve inteligentes.
—Esta noche van a estar más descontrolados, eso es verdad, pero no quiere decir que se olviden de su furia hacia ustedes —replicó Noah—. Si no lo hicieron anoche, tengan por seguro que vendrán hoy, y serán más fuertes que nunca.
—¿Crees que las puertas aguanten? —inquirió Dave.
—Reforzadas como están, y si son defendidas de manera apropiada, deberían soportar el ataque hasta que llegue el amanecer, pero no creo que quede mucho de ellas para mañana —argumentó el licántropo.
—Bien, agregaremos todo lo que podamos para evitar que esos bastardos pasen, pero tenemos que ponernos a trabajar ahora mismo —dijo Phil, y se levantó del asiento, dispuesto a poner manos a la obra de inmediato.
—Todavía queda un problema por resolver —dijo Noah, cortando el movimiento de todos los presentes—. Ya hay un licántropo aquí dentro.
—Sí, pero tú puedes controlarlo, ¿verdad? —preguntó Alan, algo nervioso al recordar la condición del muchacho que se encontraba a su lado.
—Hasta cierto nivel —respondió Noah—. Nunca probé carne humana, y eso evita que me vuelva adicto, pero durante la luna llena debo tomar precauciones.
—¿Qué tipo de precauciones? —inquirió Kim.
—Mantenerme lejos de las personas, encerrarme solo en una habitación, y de ser posible encadenarme —respondió él de forma tajante.
—Podemos despejar un sitio en el sótano y... —empezó a decir Phil, pero se vio interrumpido de inmediato.
—No. Tengo que salir de aquí antes del anochecer y permanecer lejos de toda esta gente.
—¿Qué tal la comisaría? —sugirió Dave.
Por un segundo, el silencio se instaló en todos los presentes, la idea no era mala, pero a Phil no le gustaba mucho. Debía de decidir entre proteger el bar, o dejar que Noah se vaya y permanezca solo encerrado en la comisaría, y sabía que si perdían a aquel muchacho, nada evitaría que Marko aniquile a todos los sobrevivientes que quedaban.
—El lugar es pequeño y fácil de defender, definitivamente podría funcionar —agregó Noah, que había estado sopesando la sugerencia durante los últimos segundos—. Creo que va a ser lo mejor.
—Noah, no podemos dejarte solo —replicó Phil—. Si Marko o alguno de los otros te encuentra, estarás acabado, y nosotros también.
—Si me dejan aquí, también estarán acabados. Esta noche la criatura va a tomar el control, y no puedo dejar que lastime a nadie, o me volveré como ellos.
—Phil, yo puedo ir a cuidarlo —agregó Dave.
La sugerencia tomó a todos por sorpresa, sobre todo a su hermana menor.
—¿Perdiste la razón? —preguntó ella—. Apenas y sabes disparar un arma, no puedes hacer esto.
—Alguien tiene que hacerlo —respondió él—. De lo contrario, estoy seguro que a Noah no le importará hacerlo solo.
—Lo sé —se lamentó Kim, y tomó una gran bocanada de aire—. Y por eso voy contigo.
—De ninguna... —empezó a protestar su hermano.
—Si vas a hacer esto, conmigo es la única manera —lo detuvo ella en seco.
Dave suspiró, había olvidado lo obstinada que podía ser su hermana. Cuando ella ponía su mente en algo, no había forma de que no lo consiguiera, era por eso que él siempre supo que ella iba a triunfar en la vida, que iba a ser alguien importante.
—No tenemos tiempo para discusiones —intervino Phil—. Si Noah no puede quedarse, alguien va a tener que ir a cuidarlo, pero no puedo dejar este lugar desprotegido, no lo haré, así que necesito que me digan quienes van a ayudarlo.
Los hermanos Veder compartieron una mirada y asintieron. Noah escuchó toda la conversación con la ceja alzada, esperando que se dieran cuenta de que él no necesitaba ayuda, pero si los hacía sentir más seguros, entonces él lo aceptaría, además de que encerrarse en una celda de la comisaría le aseguraría que no lastimaría a ninguno de los dos.
—Bien, pero hasta entonces, tenemos que ponernos a trabajar —anunció el sheriff, viendo que la decisión ya había sido tomada.
Alrededor de las seis de la tarde, los sobrevivientes de Las Siete Rosas ayudaron a liberar una puerta por la cual Noah, Dave y Kim salieron. Todos habían sido informados de la situación, y estuvieron de acuerdo con la decisión tomada por el grupo. De todas formas no les importaba en lo más mínimo la vida de aquellos tres sujetos.
Phil les entregó un manojo de llaves y les dio todas las explicaciones necesarias. Con ellas podrían abrir las celdas, las esposas, cerrar las puertas de la estación, y, algo sumamente importante, tener acceso al modesto arsenal, algo que sin lugar a dudas tendrían que utilizar esa noche.
Los tres jóvenes se alejaron de Las Siete Rosas, mirando a su alrededor en caso de que la gente de Marko los estuviera vigilando, pero Kingville permanecía tan silenciosa y muerta como el día de ayer.
Sin embargo, más por precaución que por el hecho de sentir la presencia de enemigos a su alrededor, el reducido grupo cruzó la distancia que separaba el bar de la estación en cuestión de una hora, algo que bajo diferentes circunstancias a penas y les hubiera llevado veinte minutos. Las trampas estaban por todos lados, y debieron detenerse muchas veces para desactivarlas y evitar problemas. Noah aprovechó la situación para indicarles a Kim y a Dave cómo desactivarlas, y los hermanos comprendieron el procedimiento de inmediato, de forma que no les costó desactivar los pequeños explosivos colocados en la puerta de la comisaria.
Una vez que estuvieron dentro, pudieron comprobar al desastre que era el lugar. Con la poca luz solar que quedaba, podían apreciar que la recepción, donde días atrás habrían encontrado a Nancy sentada y hablándoles con su nasal voz, estaba absolutamente desierta; había algunas manchas de sangre en el lugar, y marcas de garras, y Noah sabía muy bien a qué se debían.
—Continuemos —dijo el joven licántropo, dándose cuenta de que el sol estaba a punto de ocultarse, y aún tenían bastante trabajo que hacer.
Los hermanos Veder cerraron la puerta de entrada detrás de ellos, y colocaron algunos bancos que había en la recepción contra ella, aunque estaban seguros de que no aguantaría mucho.
Los tres se dividieron, y en cuestión de minutos comprobaron cada posible entrada y salida del lugar. La estación estaba en pobres condiciones, pero por lo menos se mantenía en pie, y tenía los suficientes muebles dentro como para colocar una barrera de refuerzo en cada sitio que necesitaba defenderse.
Cuando se aseguraron de que todo estuviera bajo control, se dirigieron hacia la parte trasera y abrieron el arsenal. No había mucho, algunas carabinas, dos escopetas, y tres pistolas, además de algunas cajas de munición y los chalecos antibalas.
Siendo que ni Kim ni Dave eran expertos tiradores, decidieron tomar las escopetas, y una pistola cada uno. Ofrecieron armas a Noah, pero él las rechazó de inmediato, asegurando que él no la necesitaría.
Los hermanos Veder se miraron y se encogieron de hombros.
—Vengan conmigo —dijo Noah.
Ellos, sin dudarlo un segundo, lo siguieron hasta la zona de celdas. El lugar estaba en tinieblas, pero alcanzaban a distinguir bien lo que había allí. Tres celdas pequeñas, con baño, una cama, y bancos en cada una de ellas. Solo una se encontraba abierta de par en par, aquella en la que Phil había encerrado a Noah ni bien lo había encontrado.
Noah se adentró en la misma, y sacó un par de esposas, que tendió hacia los hermanos.
—Voy a necesitar que me las pongan —dijo él—. No van a resistir, pero van a servir para retrasarme un poco.
—¿La celda va a ser suficiente? —inquirió Dave.
—Voy a intentar destruirla, sin lugar a dudas, pero debería resistir bastante bien —respondió Noah.
—Bien, siéntate, vamos a atarte a la cama. —Kim se adentró en la celda con seguridad.
—No aún, debo quitarme la ropa —anunció Noah, para sorpresa de los hermanos—. Es esto o que mañana tengan que verme caminar desnudo por las calles de Kingville.
Dave y Kim salieron de la celda y dieron la espalda a Noah, quien procedió a despojarse de sus prendas para evitar destrozarlas durante la transformación.
—Listo —anunció él.
Algo avergonzados, los dos hermanos volvieron a entrar, y colocaron las esposas a aquel pobre diablo, que se dedicó a mirar al vacío durante todo el proceso. La oscuridad en aquel lugar impedía que pudieran ver bien, pero aun así, pudieron distinguir con claridad varias cicatrices en el cuerpo del licántropo, sin embargo no emitieron comentarios sobre ellas.
Cuando todo estuvo en su lugar, ellos se retiraron, y utilizando las llaves proporcionadas por Phil, cerraron la celda detrás de ellos.
—Escúchenme bien, Marko y los demás seguramente descargaran toda su ira contra el bar, saben que están ocultos allí, de eso no cabe duda, pero hasta el más mínimo sonido podría atraer su atención hacia nosotros, y si no rodean, estaremos acabados —explicó Noah, sentado en la oscuridad de su celda—. Van a tener que permanecer en silencio, y sólo pueden utilizar esas armas en caso de emergencia, ¿entendido?
Los hermanos Veder asintieron. No tenían ningún deseo de cruzarse con aquellas criaturas durante la noche, y harían todo lo posible por evitarlo, así que Noah sabía que iban a seguir sus instrucciones al pie de la letra.
Ya con Noah aprisionado, Kim y Dave decidieron separarse para chequear una vez más cada puerta de la estación, asegurarse de que no se les había pasado nada por alto, pero el trabajo les llevó menos de quince minutos, así que decidieron tirar sus bolsas de dormir en una habitación contigua a la zona de celdas, y esperar allí el anochecer.
Mientras veían la luz desvanecerse segundo a segundo, ellos intentaron ponerse al día. Hablaron de lo que hicieron desde la última vez que se vieron, hacía poco menos de un año, y sin embargo, ninguno de los dos se sentía cómodo con esa plática. Los pequeños problemas de oficina, las luchas entre maestros, las promociones, las citas, todo había quedado en segundo plano debido a la situación en la que se encontraban. No se sentía natural hablar de esas cosas, no cuando había un grupo de monstruos, que hasta el día anterior hubieran jurado que no existían, acechando en las sombras, justo afuera de donde estaban, así que finalmente optaron por el silencio.
Viendo que faltaban algunas horas para la media noche, momento cuando tendría lugar la transformación de acuerdo a Noah, ellos se recostaron, y, confiando en la revisión que habían hecho de los accesos a la comisaría, no tardaron en caer rendidos frente al cansancio.
Sus ensoñaciones estuvieron repletas de pesadillas, y sin embargo, fueron los aterradores gritos de dolor provenientes de la zona de celdas lo que despertó a los hermanos Veder.
La luz de la luna apenas y podía penetrar en la habitación en la que se encontraban debido a la cantidad de protección que habían puesto en la ventana, de forma que Dave, casi instintivamente, encendió la linterna. Los gritos continuaron. Ambos compartieron una mirada.
De un momento a otro, Kim se levantó y empezó a dirigirse hacia la puerta. Ella sabía perfectamente de lo que se trataba, sabía que del otro lado del umbral solo encontraría a Noah tendido en su celda, sufriendo y retorciéndose de dolor, pero ella tenía que ver.
—Kim, detente —susurró Dave.
—Tengo que verlo, Dave, tengo que hacerlo.
Ella cruzó la puerta, y él, maldiciendo entre dientes, se levantó y la siguió, con la linterna en la mano.
Sin embargo, ninguno de los dos estaba preparado para lo que verían allí esa noche.
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