A pesar del tiempo
https://youtu.be/lp-EO5I60KA
Esta historia está inspirada en la canción del video del encabezado. Es pura narración poética y está dedicado a todos los que han encontrado esa persona que saben que son la esencia de ellos mismos. Con todo cariño te lo dedico a ti que me estás leyendo.
Acababa de ponerse el sol y empezaba a lucir una impresionante luna llena que iluminaba, a través de los visillos de la ventana, las sábanas de la cama donde unos ancianos se encontraban tumbados. Luna que a través de todas sus vidas les había acompañado en sus sueños. Había albergado ilusiones que él no siempre había podido hacer realidad porque le faltaba toda otra vida para poder bajarle las estrellas a su amada, y hacerle con ellas, ese ramo que le prometió en su primer aniversario.
Él la miró a los ojos. Esos preciosos ojos castaños que siempre le habían vuelto loco. Su mirada era la misma, la misma que cuando la vio por primera vez. La misma que cuando la besó por vez primera bajo la brillante luz de miles de estrellas, consiguió transformarlo en lo que ahora era, un enamorado incondicional de todo lo que ella significaba.
De nuevo volvió a mirar en la profundidad de su mirada, esa que hacía cuarenta y tres cortos años le había regalado la vida, porque ella era su vida y sin ella no habría vida que vivir. Y como siempre que la miraba consiguió zambullirse en el mar de sus deseos y encontró en el fondo de ellos, uno de esos pequeños tesoros que sólo él había conseguido atesorar en su alma. Encontró la pequeña joya que consiguió hacerle sonreír...y recordó.
Recordó la primera vez que la vio en la fiesta de su veintitrés cumpleaños, esa en la que se besaron por primera vez. Porque desde que la descubrió entre la multitud lo supo, supo que amaría toda su vida esa sonrisa que desprendían sus ojos y que caminaría a su lado hasta que la intransigencia traidora de la muerte decidiera separarlos. Y aún en este momento, cuando no podía hacer otra cosa que esperar y darle paso, sabía que su amor no se acabaría, porque una vida no era suficiente para todo lo que quería vivir a su lado. Necesitaría la eternidad para demostrarle lo mucho que la amaba.
Y se lo había dicho constantemente, y se habían amado en cada momento, en cada situación, aún a pesar de las crudas tormentas que la vida les había deparado. Aún a pesar de esas noches donde la luna nueva no dejaba luz en el firmamento para encontrar el camino que habían emprendido. No había sido fácil, pero ahí estaban amándose aún, aún más si cabía que esa primera vez en la que el amor llenó su corazón y al compás de la canción de Ed Sheraan, "Thinking out loud", él la elevó hasta el firmamento para dibujar con su danza una estela que nunca se borraría.
Habían dibujado estrellas en su firmamento. Habían recogido las flores más bellas del jardín de sus sueños. Habían hecho realidad sus deseos, que no habían sido más que el poder recorrer juntos la vida cogidos de la mano. En los fríos inviernos él había sido lana sobre la piel de su amada, había sido la hoguera para entibiar la frialdad de esos momentos que si no se arropan y se bañan con el ardor de la pasión, son capaces de congelar los sentimientos. Y en los calurosos veranos, ella había sido la brisa que había refrescado su caminar, el oasis donde pudo descansar del árido sol y del fuego abrasador de la monotonía; solo ella pudo ayudarlo a no salirse del camino, con la frescura y la alegría que le caracterizaban. Y ahí estaba cogido de su mano y pensando en alto...recordando y sintiendo la pasión que siempre les había acompañado en su camino.
Si alguna vez dudó si con el paso del tiempo su amor seguiría vivo, si alguna vez pensó que a lo mejor la vejez podría desdibujar sus sonrisas, ahora lo sabía. Ahora no le cabía ninguna duda, porque con el paso del tiempo aprendió a amar cada poro de su piel y con el tiempo su esencia era el perfume balsámico que aportaba a su vida la paz que todos anhelan en la ancianidad.
Se la quedó mirando atónito, recorriendo con su mirada a la mujer que había compartido con él toda la vida. Sus labios nunca fueron tan tiernos. Su cabello nunca fue tan sedoso. Su cuerpo divino nunca le estremeció tanto...Aún a pesar de esos pequeños surcos que el paso del tiempo había dibujado en la tez de su rostro. Aún a pesar de que su melena fuera ahora plateada como la estela de luz que dibuja la luna en el mar. Aún a pesar de que ahora podía sentir como con cada respiración, su amada, se alejaba un poco más de él, aún a pesar de todo, su esencia y su belleza le seguían cautivando.
Y ella colocó su cabeza en su pecho, junto a su corazón. Sus lacios cabellos bañando sus senos, su apagada mirada intentando regalarle un haz de estrellas, su última sonrisa, aunque el brillo se fuera apagando, aunque su luz se fuera diluyendo con cada segundo.
Él, tampoco era ya aquel joven que componía melodías solo para ella, y que rasgando las cuerdas de su guitarra inventaba las canciones más bellas solo para decirle lo mucho que la amaba. Sus manos antes fuertes se dibujaban rugosas. Sus manos antes firmes se mostraban temblorosas. Su rostro había dibujado el paso del tiempo y había perdido sus cabellos en el camino, durante cada etapa de su vida. Él contaba orgulloso cómo había marcado con cada uno de ellos, cada uno de esos momentos encomiables que no quería olvidar, quizás por eso se reían a menudo juntos, se había quedado calvo.
Él había perdido la vitalidad con la que era capaz de arrastrarla a las aventuras más divertidas. Su cuerpo cansado hacía tiempo que tropezaba con la realidad del duro asfalto, cuando se daba cuenta que ya no podía dar volteretas en el cielo para hacer sonreír a su amada. Si alguna vez cantó en las mañanas regalándole los versos más dulces, ahora solo podía musitarle al oído con una voz quebrada y apagada, que tan apenas podía reconocer...cuánto la amaba. Pero hoy le regalaría su última canción, y su voz, quebrada por la emoción y áspera por la vejez, en un susurro, entonó su canción al compás de la melodía de la noche, mientras acercaba su boca a su oído:
....
Y estoy pensando en cómo
las personas se enamoran de maneras misteriosas,
tal vez sólo por el roce de una mano.
Oh, yo, me enamoro de ti todos los días
y simplemente quiero decirte que estoy enamorado
...
Ella sobre su pecho lo escuchaba mientras sentía el latir de su gastado corazón. Él la acogió tembloroso entre sus brazos, sintiendo como con cada aliento, se escapaba un poco la vida de su amada. Aún en ese momento encontraba el amor que siempre les había acompañado. Incluso en ese instante, en que la arbitrariedad de la vida había decidido que su camino tenía que continuar más allá de las nubes del cielo que conocían, más que nunca, encontró ese amor que muy pocos consiguen en la vida. Ella suspiraba tranquila exhalando las últimas gotas de aire que albergaban sus pulmones. Él inspiró su aliento queriendo retenerla dentro de su ser un poco más.
Siempre se habían amado, nunca habían dejado de hacerlo y seguirían amándose a pesar del paso del tiempo. A pesar del paso de la vida. Ella se miró en sus ojos por unos segundos, para luego cerrarlos llevándose con ella, para siempre, su mirada más tierna. Él dejó resbalar una lágrima por sus ojos, la apretó contra su pecho y quiso fundirse con su amada en esa última exhalación; su viejo corazón atropelló el aire, sus latidos compusieron para ella la última melodía y en un tranquilo compás lento y pausado simplemente dejó de latir.
Ella se durmió en el pecho de su amor escuchando el que sería su último latido, porque con su última exhalación él decidió acompañarla para seguir viviendo juntos su amor, por la eternidad.
Quizás ahora, él podría regalarle ese ramo de estrellas que le prometió en la otra vida porque ahora tenían toda una eternidad para poder ir eligiendo las más bellas para ella.
A través de los visillos de la ventana, la luna siguió iluminando las sábanas de una alcoba, de un cuarto piso, de una calle solitaria. En la alcoba, sobre el lecho en el que durante tantos años se habían compartido momentos de amor y desamor, dos cuerpos yacían abrazados. Ella con su cabeza apoyada en el pecho de él. Él abrigando con sus viejos brazos la esencia de una anciana que dibujaba en sus labios una sonrisa, mientras por la mejilla de él una lágrima corría, hasta desprenderse de su rostro y posarse en la mejilla de ella.
Abrazados, con la ternura que su historia había inspirado a todos los que les rodeaban, se despidieron de esta vida, para recorrer juntos mundos infinitos que la eternidad tenía preparados para ellos. En el cielo, junto a la luna un haz de luz recorrió el firmamento y se perdió entre las estrellas, mientras no se sabe de dónde se escuchó la melodía que les había acompañado toda su vida.
Ni el tiempo, ni la muerte, vencieron el amor que habían construido, porque solo el amor tiene el poder de teñir de inmortalidad la vida.
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