Una nueva promesa
Jin Young era el rey de Yurchen. Era un sujeto ruin y cruel, despreciable. Tenía un rostro de facciones déspotas, sumado a una sonrisita cruel que en esos momentos adornaba su rostro.
Jin Young se había auto nombrado el nuevo rey de Kaesong. Su ejército había arrasado en pocos días con los Kaesonginos y el poder de la piedra que se hallaba entre sus manos, lo convertiría pronto en el monarca absoluto de los cinco reinos.
Ayudar a Hyo Seop fue el mejor negoció que hubiese realizado jamás, pensaba en esos momentos. Por fin, su pueblo podría salir de esa tierra congelada a donde el gran pacto los había arrojado. Sus antepasados podían haber aceptado aquel trato, pero él no. Con el poder de la amatista de plata, Yurchen saldría de su tumba de hielo y por fin brillaría como el reino grande y poderoso que era. El territorio de los cinco reinos se repartiría nuevamente. No, no se repartiría de nuevo, todos se arrodillarían ante él.
Recordó el día en que vio a Hyo Seop por primera vez, luego de que éste hubiera revivido. El doncel era sobrino suyo por segunda línea de sangre, hijo de un primo por parte de padre. Sin embargo, Jin Young sabía que había muerto hacía más de veinte años en Jaén. No podía ser posible que lo estuviese buscando ¡Tenía que ser una absurda broma!.
Cuando Hyo Seop se presentó ante él, con la amatista de plata, la joya que lo había devuelto a la vida, colapsó, pero luego se rindió ante el poder de esa piedra. Jin Young se había unido a Hyo Seop y juntos planeaban crear un nuevo mundo, uno donde ambos pudieran reinar.
Ahora, la amatista de plata reposaba en sus manos. Hyo Seop se la había dado, como pago por su lealtad y su ayuda para ayudarle a encontrar el libro de las diosas.
Jin Young sonrió.
El poder absoluto era una sensación tan cercana al éxtasis, y él podía sentirla, podía palparla entre sus dedos.
—¿Cómo va la búsqueda del libro de las Diosas? —preguntó Hyo Seop, que se encontraba a su lado. Estaban tirados en el suelo sobre unos almohadones de hilo y unos tapetes cálidos de gruesa fibra. A los Kaesonginos les gustaba mucho tirarse en medio de los suaves tapetes, y ahora descubría, el por qué. El suelo de aquél reino era cálido. Tan diferente a Yurchen que se sentía como la muerte, tan frío...
—Aún no tengo nada, ni la más ligera pista. Pero eso va a cambiar. Apenas llegue “El tesoro de SiKje”, estoy seguro de que Hyung Sik me dirá donde está. Pronto tendremos la dicha de ver en persona al famosísimo rey Jungkook. ¿Qué te parece?
Jin Young hizo un gesto vulgar de desprecio. Odiaba con todas sus fuerzas a Jungkook y a Joseon. Los Joseonanos de la época del gran pacto habían sido los culpables de despojar a Yurchen de sus tierras más fértiles, habían sido los culpables de que todo el esplendor y la vida de Yurchen quedara muerta y congelada en aquellas tierras de hielo. Los Joseonanos eran un pueblo maldito y despreciable. ¡Debían desaparecer!
—¿Cuándo podré usar la amatista de plata? —preguntó. —¿Cuándo podré constatar su poder?
—En un mes —le mintió con una inocente sonrisa pintada en los labios. —Solo hasta dentro de un mes, cuando la piedra haya recuperado la energía que perdió al devolverme la vida.
Hyo Seop sonrió de nuevo. En su bolsillo se encontraba la verdadera amatista de plata. Engañar a ese rey estúpido había sido aburridamente fácil; la ambición le había cegado y lo había vuelto increíblemente confiado. Le había entregado la falsificación, la replica que el joyero de Joseon le había fabricado.
No pensaba entregarle la amatista de plata por nada del mundo. Según sus planes, una vez que se convirtiera en Dios, y ascendiera al paraíso de las Diosas, debía destruirla. No podía correr el riesgo de que alguien con sus mismas ansias de poder, se le ocurriera arrebatarle su reinado eterno.
Un sirviente se acercó y volvió a llenar sus copas. La brisa ligeramente caldeada por el clima Kaesongino, mecía ligeramente las cortinas de aquel salón.
Hyo Seop, sin embargo, estaba bastante molesto por los inconvenientes que habían tenido sus hombres para llegar hasta Kaesong. Estaban tardando mucho en regresar con Jungkook, y eso no le gustaba nada.
Si supuestamente, estaba en poder de los suyos, no entendía cómo podía haber dado la orden de cerrar las fronteras. Aunque pensándolo bien, la orden podía haber sido dada por sus concejeros, para evitar que sacaran a su rey del país.
Suspiró, bebiendo un sorbo de vino. Mejor no se dejaba ganar por la desesperación. Esa debilidad le había costado caro en el pasado, la primera vez que había tratado de robar la amatista de plata.
“Maldito, Jin Goo. ¡Tú me traicionaste!” —pensó, recordando aquellas épocas. “Me traicionaste a pesar de que eras mi amante, me traicionaste a pesar de saber que eres el padre de Yoongi, mi primogénito. ¿Dónde estarás ahora? ¿Aún pensarás en mí?” se estiró sobre los almohadones y cerró los ojos. Pronto sabría de todos y de todo.
Para un Dios, no había nada oculto.
Para Hyunjin el palacio lucia muy vació ahora que todos se habían ido. La compañía de Seokjin le había ayudado a vencer la soledad y la angustia, era su amigo, su mayor consuelo. Se había dado cuenta de los sentimientos que Seokjin depositaba en Namjoon; los comprendía, y agradecía que hiciera hasta lo imposible por no incomodarlo con sus pretensiones.
Seokjin no podía evitar que a veces los sentimientos lo traicionaran, no podía evitar sentir un golpe de celos, que se hacía manifiesto en algún gesto huraño o alguna palabra de más. Hyunjin lo comprendía y trataba de evitar cualquier confrontación entre él y Namjoon, se hacía el tonto y Seokjin lo intentaba también. Hasta el momento, aquello parecía funcionar medianamente bien.
En otras circunstancias, tal vez, aquella situación le habría resultado incluso divertida. Por lo menos, interesante. Pero las circunstancias habían cambiado, todo en general era diferente.
Nunca más volvería a ver a Yoongi, nunca más estaría en su amado Jaen. El mar, el calor y la humedad del viento, los atardeceres anaranjados y las noches plateadas. Todo se había ido, se había esfumado para siempre.
“¿Qué será de mi ahora? ¿Qué me espera en este lugar?” se preguntó mientras entraba de nuevo a la habitación del rey consorte Woo Seok y varios donceles le ayudaban a preparar el ritual de purificación.
“Namjoon, lo tengo a él,” se dijo a si mismo mientras separaba las esencias. Durante aquellas semanas, siguieron teniendo intimidad, como si estuvieran casados. Namjoon lo buscaba al llegar a palacio, cuando volvía de sus exploraciones en búsqueda de Taehyung, desahogando con él la amargura de no encontrar a su hermano. Lo llevaba a ese cuarto que tenía junto a los jardines y lo desnudaba en cuestión de segundos para luego hacerle el amor.
El doncel era incapaz de negarse, de escapar a esos brazos que le arrastraba tan lejos, y lo hacían sentir como si estuviera volando entre las nubes.
Retozaban juntos en medio de la penumbra de aquella habitación sencilla y cálida. En la hamaca se mecían hasta que se quedaban dormidos y luego siempre despertaba solo, pero en su cuerpo quedaban siempre las huellas de Namjoon .
“Ya no siento ni siquiera ganas de beber” pensó, sonrojándose. Ahora sus deseos se habían centrado en el placer de estar entre aquellos brazos, sobre o debajo de aquél cuerpo. A veces, cuando se tardaba más de la cuenta en ir a buscarle, se descubría a sí mismo, ansiándolo, esperando agitado su llegada. Namjoon era más embriagante que el licor y más dulce que la mejor ambrosía.
—¿Será suficiente con esto, Alteza? —preguntó uno de los sirvientes. Hyunjin asintió y al girar la cabeza, sus ojos se encontraron con un espejo que le devolvió su reflejo: Estaba un poco pálido y ojeroso, también había adelgazado.
“¿Me iré a enfermar?” Se cuestionó en silencio. En ese momento el reloj dio cinco campanadas. Era la hora exacta del ritual.
Hyunjin y sus sirvientes escucharon un ruido en el otro extremo de la habitación y corrieron a mirar.
—Lo siento, era mi florero favorito —dijo Woo Seok, sentado sobre la cama.
Hyunjin dejó caer el frasco que tenía en las manos. Uno de los sirvientes se desmayó.
—Por fin desperté —sonrió el rey consorte.
En Joseon existían dos supersticiones muy populares acerca de la mala fortuna: “Cuando los gorriones cantan durante la noche, los males llegan a las casas como la más mortífera de las pestes.” “Cuando un cuchillo se cae de la mesa es mejor ir preparando el velorio”
Jungkook tembló, recordado aquello al oír el gorjeo de los gorriones en el jardín. Al mismo tiempo observó, con sus ojos, ahora claros por la pérdida energética del embarazo, el brillo metálico del cuchillo tirado a sus pies.
Sentado a la mesa, con las lámparas de cristal labrado iluminando sobre las copas y la loza, comía en soledad. Desde hacía muchos años, incluso antes de que partiera Jin Goo, solía comer solo, disfrutando apenas con la compañía de los sirvientes que se paraban en cada esquina de la habitación, custodiando las puertas o sirviendo la mesa.
El cuadro de SiKje, la omnipotente, la benefactora Diosa de Joseon, lo miraba de frente. Desde el óleo, aquellos ojos negros, brillantes como una noche estrellada, caían sobre él, destilando misterio y ambigüedad; la boca de labios jugosos, que no se sabía si sonreían con benevolencia o con burla, parecían más rojos aquella noche.
Fue justamente en ese instante, al percatarse de ese detalle, de esa siniestra sonrisa, cuando había dejado caer el cuchillo y oído el canto de los gorriones. La sensación de un dedo helado acariciándole el cuello le paralizó en el acto. Aquello se sintió tan real y tan poderoso, que también se le había helado la sangre.
Se paró de la mesa y caminó hasta el fondo del salón. Junto al retrato de SiKje había otro óleo importante y muy familiar para él. Un cuadro de su familia, enmarcado en oro. En el se veía a su mamá, sentado en la sala del trono, cargandolo sobre sus piernas. Al lado de ambos se hallaba su padre, el rey predecesor. Jungkook se observó a sí mismo en la pintura. No era mentira la sonrisa que lucía en sus labios, ni tampoco, el brillo vivaz en su mirada.
“En esos tiempos realmente era feliz” pensó. La cinta dorada que cubría la marca de su consagración, con la leyenda que lo marcaba como un objeto prohibido para los hombres, ya estaba sobre su frente. Pero en aquella época, bajo la inocencia bendita de la infancia, esa promesa no era algo que tuviese el poder de borrarle la sonrisa ni oscurecerle la mirada.
Con una inclinación de cabeza, notó entonces que la felicidad le restaba belleza, y comprendió que fue solo después de ser consciente de lo que estaba obligado a padecer y cuando su rostro se cubrió de esa desconsoladora tristeza que se convirtió en un ser exquisitamente bello. Al parecer la fuente de su extraordinaria belleza no era otra que la tristeza infinita de su alma.
Esos eran los pensamientos que sacudían la cabeza de Jungkook cuando dos de sus ministros ingresaron al salón. Al verlos, supo de inmediato de qué se trataba el asunto que traía a aquellos hombres a su presencia.
—¿Ya están aquí?
Uno de los ministros asintió.
—Ya han llegado, Majestad. Cómo era de esperarse, quieren verle esta misma noche.
Jungkook asintió y dio un rodeo por el comedor hasta detenerse junto al cuchillo que se había caído de la mesa. Se agachó y lo recogió, colocándolo sobre el mantel, miró el cuadro de SiKje por última vez, y finalmente miró a sus ministros.
—Reúnan a la corte antes de la media noche —ordenó.
—Hagan pasar a todos a la sala del trono. Esta noche será decisiva.
Detrás de una cortina de color blanco perlado, que clausuraba el trono real, se encontraba Jungkook. Estaba cubierto con un aterciopelado abrigo de piel que le arrastraba unos dos metros sobre el suelo; sus cabellos negros, recogidos en una larga trenza, a la usanza de todo doncel que se encontraba embarazado, daría más de que hablar, pero había querido llevarlo así, en parte, en homenaje a Taehyung.
Para completar el atuendo, en su cabeza, lucía una corona de cuatro dedos de alto, con pedrería tan fina que por cada diamante valía la pena hasta matar. De igual manera se decía que por tratar de robar la turquesa del collar que colgaba de su cuello, muchos ladrones habían perdido las manos.
A una orden suya, las cortinas se desvelaron, y entonces, frente a él, la corte se postró de rodillas.
—¡Su Majestad, Jungkook, Rey de Joseon, primer doncel real y Tesoro de SiKje —pregonó el guardia real.
La corte se apresuró en responder.
—¡SiKje bendiga al rey! ¡SiKje bendiga a su tesoro!
—¡¿Entonces, cree usted que podrá seguir siendo el tesoro de SiKje, Majestad?! —Jungkook alzó la vista hacía la puerta que acababa de abrirse. La corte murmuró mientras un grupo de cinco donceles atravesaba el salón por todo el centro; iban vestidos con sus túnicas sacerdotales cubriéndolos de pies a cabeza, atravesaron el salón y se quedaron de pie a pocos metros de las escalinatas del trono.
Ninguno se arrodilló ante el rey.
Jungkook los miró uno por uno. Sus rostros bellos, como delicadas azucenas, no mostraban ni un solo atisbo de amabilidad; sus cuerpos virginales, escondidos tras esos mantos de algodón, que se anudaban a la cintura con gruesas cuerdas, estaban rígidos y altivos. Las miradas de todos ellos mostraban reprobación y censura; aquellos cinco donceles eran los sacerdotes de SiKje, la peor pesadilla de Jungkook.
El rey observó a aquellos hombres sin musitar palabra. Los sacerdotes hablaron después de un rato de guardar silencio.
—Usted tendrá que disculparnos, Majestad —habló el líder. El mismo que había hablado antes. —Pero no nos arrodillamos ante los traidores a SiKje.
Un nuevo e incomodó murmullo se extendió a lo largo de la sala ante la brusquedad de aquellas palabras. La insolencia de esos religiosos no podía ser perdonada ni siquiera por sus cargos en el clérigo. Después de unos segundos, la gente comenzó a murmurar, en un tono cada vez más alto, un sinfín de opiniones. Al parecer, la mayor parte de los presentes fingían estar de acuerdo con Jungkook, y aseguraban estar complacidos por su embarazo, pero no se podía saber a ciencia cierta cuantas casas nobles lo apoyaban realmente.
Quizás todo era una estrategia, pues era bien sabido que los herederos de las casas más importantes de Joseon esperaban que sus familias fueran las favorecidas con el ascenso al trono, ante la imposibilidad de Jungkook para tener descendencia. Ahora, con este nuevo suceso, las cosas podían ponerse muy tensas.
Tras el regreso de Jungkook a Joseon, no había lugar en el reino donde la comidilla central de las reuniones de aristócratas no fuese el retorno del rey, tan repentino y misterioso como su desaparición, y el hecho de que no luciera más la cinta que siempre llevaba sobre la frente.
Cuando sus donceles y concejeros más cercanos se percataron del cambio de color de sus ojos, fue solo cuestión de horas para que no hubiera un solo noble en Joseon que desconociera la futura maternidad del rey.
Al mismo tiempo, no existía un solo Joseoneano que se atreviera a asegurar quién era el padre del futuro heredero al trono. Por lo tanto, las especulaciones se bifurcaron en dos posibles candidatos: Por un lado, muchos apostaban a que el padre del niño era el príncipe Taehyung, quién siempre había mostrado públicamente interés por Jungkook, pero otros, más incrédulos y escépticos, creían que era Yeo Jin Goo, antiguo regente de Joseon, y quién también había regresado repentinamente junto al rey.
Jungkook sabía todas esas cosas, y que los sacerdotes de SiKje también las sabían.
Con elegancia y delicadeza se puso de pie, y sin mostrar un mínimo de rencor por las fuertes palabras que le habían dirigido minutos antes, ni sintiéndose amedrentado por los cuchicheos de los cuales era centro de atención, bajó del trono. Sus botas negras, descendieron por las escalinatas hasta llegar a la altura de los sacerdotes. Su belleza sublime, dejaba sin aliento a aquellos que tenían la fortuna de verlo de cerca por primera vez.
Los sacerdotes estaban confundidos, temerosos por su actitud, pero no bajaron la mirada ni retrocedieron un solo paso cuando lo vieron dirigirse a ellos. No importaba si tenían que morir por su osadía. Era su deber reclamar lo que consideraban un acto de deslealtad contra SiKje, la misericordiosa.
Pero Jungkook sorprendió a todos los presentes.
—Tienen razón —exclamó cuando estuvo frente a ellos. Los sacerdotes lo miraban con expectación, algunos con algo de temor, mismos que luego se convirtieron en estupefacción cuando se hincó ante ellos y bajó la cabeza.
El líder de los sacerdotes tembló. —Majestad.
—Ustedes solo hablan con la verdad —dijo Jungkook en voz alta, su cuerpo también temblaba un poco.
—Ustedes son fieles a SiKje, sus más aguerridos soldados, han hecho bien y yo mal, tienen todo el derecho a estar indignados.
En un solo movimiento, giró y comenzó a caminar por el salón, señalando a los sacerdotes ante la corte. Todo el mundo guardaba silencio.
—Un hombre solo se puede considerar grande cuando reconoce lo que es superior a él —continuó el rey, —y estos hombres, estos puros y castos donceles, son superiores a mí. Ellos prefieren la verdad a la hipocresía, prefieren la lealtad a la traición, prefieren la muerte y el orgullo al deshonor. ¡Estos hombres son dignos de la Diosa! Me siento conmovido. ¡SiKje bendiga a sus fieles sacerdotes!
—¡SiKje bendiga a sus fieles sacerdotes! La corte toda coreo con emoción, Jungkook sonrió al ver logrado su objetivo.
Los sacerdotes no acababan de salir de su estupor, pero Jungkook no les dio ni tiempo de reaccionar cuando con dos palmadas ya estaba llamando a uno de sus sirvientes. Enseguida, un muchacho vestido todo de blanco, se acercó; en sus manos reposaba una pequeña tinaja de agua que brillaba como la plata.
De repente, Jungkook sacó una pequeña daga de uno de los bolsillos internos de su capa y desnudó su brazo izquierdo. Los sacerdotes de SiKje, respingaron con horror.
—Majestad, no tiene que hacer esto —afirmó el líder, su mandíbula temblaba. Era obvio que sabía lo que pensaba hacer.
Sin embargo, no hubo forma de remediar aquello. Jungkook acercó la daga a su mano y con un profundo corte se cortó la palma. La sangre emanó de la mano hacia el agua que había en la tinaja y el agua se tiñó de rojo.
—Cómo ya saben, este es un pacto de vida. El agua de esta tinaja es la misma agua con la que fui bautizado, así que haré una nueva promesa.
— Pero ¿Por qué? —preguntó un sacerdote alarmado.
Jungkook sonrió.
—¿Sabes por qué fui consagrado a SiKje?
—Por supuesto —se apresuró a responder el religioso. —Sus amados padres eran estériles. La misericordiosa SiKje los bendijo con su nacimiento y ellos, en agradecimiento, lo ofrecieron a ella. ¡Alabada sea!
—¡Alabada sea! —respondió Jungkook, —pero esa no fue la causa de mi consagración.
—¿Cómo?
Los sacerdotes se miraron unos a otros. Los cortesanos volvieron a cuchichear. Jungkook recitó una oración y al término de ésta otro sirviente se apresuró en envolverle en gaza la mano herida para detener la hemorragia. El chico que sostenía la vasija con el agua subió al trono y la depositó junto a un pequeño altar. Después de eso, se retiró. Jungkook subió al trono y se sentó, se había mareado un poco.
Los religiosos no comprendían cuál podía ser el verdadero motivo que había llevado al rey a convertirse en un ungido. Al contrario de ellos, Jungkook llevaba una consagración impuesta, obligada. Ellos no eran ungidos; sus votos perpetuos de castidad, obediencia y en algunos casos, de silencio, eran totalmente voluntarios. Habían realizado sus votos a una edad adulta, de forma plenamente espontanea.
Desde su asiento, el rey también estudió sus rostros y examinó los gestos de cada uno. Por lo pronto, no le parecía que esos hombres tuvieran algo que ver en el robo de la amatista de plata. Parecían realmente sorprendidos por lo que habían oído.
—Majestad, díganos entonces ¿por qué es usted un ungido? —se atrevió a preguntar el líder, tomando de nuevo la palabra.
—El motivo de mi consagración es muy fácil —dijo con seguridad. —Yo no debí nacer —afirmó. —Por una razón que ahora no les puedo aclarar, SiKje me dejó claro que no pertenezco a este mundo.
Ahora sí que la corte y el resto de los presentes estallaron en comentarios a todo volumen. La gente estaba realmente alarmada. Los sacerdotes de SiKje estaban pálidos, como muertos.
—Pero este trono —apuntó Jungkook con voz firme,
—este trono de mis padres seguirá en manos de mi familia. Yo vine a este mundo por algo, y por algo, otra vida yace dentro de mí. Este trono lleva más de trescientos años perteneciendo a mi familia, y así seguirá siendo —acarició con su mano la superficie de madera de su asiento y apretó fuerte el brazo. —Mi linaje seguirá resguardando este trono —aseguró, mirando a los sacerdotes de SiKje. —Al igual que Junghyun IV, quien lo mandó a construir, seguiremos reinando. Mi tatarabuelo así lo predijo. Mi ancestro, mejor conocido como “El martillo de SiKJe”, por su implacable sentido de la justicia y del deber, mandó a construir este trono tras su ascenso al poder. Ese hombre, al que no le importó mandar a desenterrar a su propio padre, y luego, arrastrar su cadáver por las principales aldeas de Joseon, se sentó por primera vez aquí. Él no aceptó sentarse en el mismo asiento de su padre que era un hombre hedonista y extravagante que casi lleva a Joseon a la ruina. Muchos pensaron que conmigo, nuestro linaje se extinguiría, pero yo no dejaré que eso pase. Contrario a la voluntad de SiKje, y del destino, yo existo, y ahora también existe mi hijo.
Pasado el mareo, Jungkook se puso de nuevo de pie. Con su diestra señaló la vasija de agua que estaba en el altar y sus ojos buscaron a los del líder de los sacerdotes.
—Esta agua fue bendecida por la misma SiKje el día de mi bautizo, y ahora esa agua lleva mi sangre. Si lo que SiKje me dijo es cierto, si es verdad que no debo estar en este mundo, prometo que en cuatro meses, cuando se cumpla un aniversario más de mi bautizo, tanto el hijo que espero como yo, moriremos. —Una exclamación general sacudió el recinto. —Pero si SiKje me mintió —continuo, como si hablara de alguna superficialidad, —entonces estaré absuelto de cualquier castigo por haber incumplido mi promesa. Si me salvo, tanto yo como mi descendencia seremos libres.
—¿Por qué piensa que la benignísima SiKje le ha mentido, Majestad? —preguntó el sacerdote con voz grave.
—Porque ya lo hizo una vez —respondió Jungkook volviendo a su asiento.
—Tal vez, las Diosas se han cansado de su papel de meras observadoras y quizás, se han cansado también de nuestra servil obediencia.
El sacerdote trató de replicarle, pero en ese momento, tras un movimiento de la diestra de Jungkook, las cortinas que ocultaban el trono se cerraron, y el rey regresó a sus aposentos donde, temblando un poco por lo que acababa de hacer y decir, volvió a sentir las náuseas que lo habían abandonado desde hacía dos días.
Jungkook pasó gran parte de la noche vomitando, preso de la angustia. Ya no podía arrepentirse de nada; lo hecho, hecho estaba. Si se equivocaba, tendría que acabar con su vida y la de la criatura que llevaba en su vientre. Pero él estaba casi seguro de no estar equivocado, estaba convencido de que SiKje no le había contado toda la verdad acerca de su nacimiento y de la razón por la que estaba en el mundo. Estaba seguro de que tras el misterio de su nacimiento y consagración había otra gran y terrible verdad, una que tarde o temprano debía descubrir.
Tratando de no pensar más en ello, se recostó entre los mullidos almohadones de su cama, intentado conciliar el sueño. No quería morir, y tampoco quería negarle a ese pequeño, engendrado con tanto amor, el derecho de nacer. Pero la realidad era inexcapable. Si era cierto que él era una aberración del destino, y que su presencia en el mundo había desequilibrado lo escrito por las Diosas antes de que el mundo fuera mundo, entonces no tenía opción. Por más que le doliese, por más terrible que fuera, debía volver a ese plano astral del que nunca debió salir… y tendría que llevarse a su hijo consigo.
—Si todo lo dicho por SiKje es cierto, ambos moriremos —lloró acariciándose el vientre de poco más de tres semanas de gestación. —No quiero que tú también tengas que ser un ungido. No quiero eso para ti. Taehyung… cuanto te necesito —lloró aún más fuerte.
Entonces, otro doncel, tan embarazado como él, le hizo recostarse sobre las colchas y le soltó la trenza. Luego, buscó una tina y le lavó la cara. Jungkook aprovechó para enjuagarse la boca otra vez, apartando el sabor de la bilis que había quedado en su boca tras vomitar.
Cuando se hubo despejado, el doncel que le atendía lo ayudó a desvestirse y le colocó unas prendas holgadas para dormir. Jungkook acarició el vientre de su sirviente y sintió una patadita de parte del bebé. Ambos donceles sonrieron encantados y el sirviente se sonrojó.
—¿Cuándo das a luz? —preguntó Jungkook, acomodándose entre los almohadones. El otro joven titubeó un poco antes de responder, pues no recordaba que su rey fuera tan hablador en el pasado. Durante muchos años le había servido, pero era la primera vez que el rey le hablaba de una forma tan personal. No sabía lo que había sucedido con su señor durante el tiempo que éste se mantuvo fuera de Joseon, y tampoco se atrevería a preguntárselo jamás, pero fuera lo que fuera, el hombre que tenía ahora frente a él era diferente al que había conocido antes, se había vuelto más dulce, más humano y eso lo alegraba.
—Dentro de un mes Majestad, si la alabada SiKje así lo quiere —respondió entonces con una gran sonrisa.
—SiKJe así lo querrá —afirmó Jungkook acariciándole de nuevo el vientre.
Cuando los sirvientes salieron, apagando los velones y dejando la habitación alumbrada por el fuego de una gran chimenea, trató de conciliar el sueño rápidamente. Había dado órdenes para que sólo lo dejaran dormir cuatro horas, las suficientes para reposar todo los ajetreos del día y quedar listo para ponerse manos a la obra en su siguiente movimiento.
En menos de veinticuatro horas tenía que levantar la orden de cierre de las fronteras. Cuando esto pasara, la esperanza de rescatar a Taehyung sano y salvo se consumiría como los leños que ardían ante sus ojos. Tendría las horas contadas para actuar, si quería obtener buenos resultados. Todo en su vida parecía tener el tiempo milimétricamente medido.
Las fiestas del arroz eran una celebración típica del reino de Koryo. Se llevaban a cabo cada año a mediados del otoño, con motivo de la última recolección de las cosechas, y también en agradecimiento a las Diosas por la fertilidad de las tierras durante el año.
Ese año, las fiestas del arroz fueron canceladas. Los cinco días de jolgorio popular, de comparsas y celebraciones al ritmo de flautas se vieron ensombrecidos y fulminados por el ambiente de tensión que se vivía en el palacio tras el rapto de Taehyung.
Por aquellos días, los altares en honor a Johari, que los aldeanos levantaban en sus casas, y sobre los cuales colocaban ofrendas, lucian lúgubres y escasos. La gente no se reunió en las callejuelas a danzar y a lanzar arroz y flores; la llamada "lluvia blanca", nombre que los aldeanos le daban a ese festin, no se celebró y por las aldeas de Koryo no se escuchó ni música ni bailes, solo reinaban el silencio, la oración, el recogimiento y la pesadumbre.
Woo Seok era uno de los primeros en arreglar su altar cada año, Junto a su corte de donceles, en el salón. principal de la mansión central, el rey consorte adornaba el óleo de Johari, rodeandola con cadenetas de rosas rojas acompañadas de manojos de trigo. Su altar era tan esplendoroso y magnífico que atraía siempre las miradas de todos los nobles del reino, algunos incluso, viajaban desde lugares muy alejados del reino con tal de alabar el buen gusto de su señor.
Woo Seok no solo adornaba el palacio para aquellas fiestas; durante muchos años, las fiestas populares se habían convertido en su principal diversión y él participaba de ellas encabezando los festejos y compartiendo de cerca la alegría de su pueblo.
Pero este año, el salón principal de la mansión central estaba desierto. El lugar que anualmente ocupaba el altar yacía vacio; el caminito de faroles que hacía un pasaje luminoso hasta llegar al sagrario, no estaba; el alfombrado de rosas que siempre solía perfumar el salón, no sé veía, y las rosas en origami, que el propio rey consorte hacía a mano para adornar el altar, hacían falta.
Woo Seok estaba de pie en el sitio donde debía haber estado el altar. La tez de su rostro lucía pálida; sus ojos tenían ojeras y su contextura se había vuelto preocupantemente delgada.
Bebía un vaso de vino. Lo hacía en los ratos en que lograba escapar de los ojos atentos de Hyunjin y Seokjin, quienes vivían muy pendientes de su salud. Se sentía acosado por ese par, y a ratos se iba a los jardines o simplemente se encerraba en alguna torre lejana. Ya había bebido la cuarta copa de vino del día, todo un lujo teniendo en cuenta que sus médicos le habían prohibido beber. La última gota de vino tocó su boca cuando Hyunjin llegó, soltó la copa con hastío y se exaltó.
—¡No lo digo en broma! O me dejan en paz por un buen rato o te juro que yo también les haré un examen médico a cada uno de ustedes. Les tomaré la temperatura y lo haré por el sitio más incómodo posible.
—Pero, Majestad. Si solo lo hacemos por su bien. —Hyunjin despidió a dos sirvientes que habían llegado con él y cerró la puerta de aquel salón a sus espaldas. Woo Seok miraba el sitio donde tendría que haber estado el altar.
—No quiero más revisiones por el día de hoy —Hyunjin asintió colocándose a su lado. Él también miró el altar.
—Sé que lo que sucede con Taehyung es muy fuerte, pero debe ser fuerte. Yo sé que...
—¡Tú no sabes nada! —Woo Seok lo interrumpió con brusquedad, pero enseguida lo miró con afecto. —Tú no eres madre, pequeño. No sabes cómo me siento, aunque bueno —sonrió con picardía, —si Namjoon y tú siguen a ese ritmo, muy pronto tendrás la panza llena de... mucho amor.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! —Las mejillas de Hyunjin se pusieron rojas. El muchacho se avergonzó mucho y bajó la mirada. Woo Seok se echó a reír. Era la primera vez que lo hacía luego de su recuperación.
—Ay, muchacho ¿De veras creías que no me había dado cuenta? —dijo con algo de retorcida satisfacción mientras tomaba asiento en uno de los muebles del salón. Hyunjin lo siguió, su cara seguía muy roja pero su mirada parecía sonreir.
—Él está comprometido conmigo —explicó, tratando quizás de justificarse.
—Pero le juro que no ha sido mi intención ofenderlo con mi conducta, Majestad. Le ruego que me perdone, por favor.
Al oir aquello, Woo Seok sólo se rio más fuerte. Ese niño era una dulzura, le recordaba mucho a su Jimin.
—Cariño, tú no has hecho nada que me ofenda. Es solo que te conocí siendo un niño y ahora te encuentro convertido en todo un doncel. Ven, siéntate a mi lado —Hyunjin obedeció quedando junto al rey. Woo Seok lo tomó del mentón y lo examinó. —Querido, cuando un doncel conoce varón, se le nota. Tu mirada se ha vuelto más viva, brillante; tu cuerpo, tu piel, todo cambió y sobre juzgarte, no voy a hacerlo. No juzgué a ninguno de mis hijos, ni siquiera a Jimin, y tampoco lo haré contigo.
—¿Eso significa que usted aprueba mi compromiso con Namjoon, Majestad? —La mirada de Hyunjin se clavó en la de Woo Seok. Durante los días que llevaba en Koryo, había sentido mucha vergüenza con aquel doncel. No era fácil convivir con él sabiendo que era el hijo ilegítimo de su esposo.
Woo Seok no le guardaba ningún rencor. Desde su despertar, y luego, en su posterior duelo por el rapto de Taehyung, había sido como otro hijo para él. Le había ayudado mucho en muchos sentidos, le estaba agradecido.
—Querido, estoy muy feliz de que Namjoon haya puesto sus ojos en ti —le dijo con dulzura. —Al principio, creí que era con Seokjin con quien habías perdido tu virginidad. Pero hace unos días, cuando vi la forma como lo recibías, tras su llegada de Jaén, supe que Namjoon era tu hombre y no te preocupes por tu intimidad con él; van a casarse y son jóvenes. Solo deben mantener un perfil bajo, pero no por mí, sino por los cortesanos venenosos que nos rodean. Lo mismo le advertí a Jimin antes de su unión con Yoongi. Hace años tuve un escándalo terrible gracias a Taehyung. El muy tonto le importó poco todo y no tuvo reparos en follarse al hijo de un conde en la misma alcoba nupcial donde Jung Hyung y yo consumamos nuestra boda. Luego tuvimos ese escándalo con Namjoon y tu amigo Seokjin, y lo de Jimin y Yoongi, lo sabes mejor que yo.
—¿Namjoon ha vivido muchos años aquí, verdad? —preguntó Hyunjin.
Woo Seok asintió. —Desde los catorce años. Ya era todo un adolescente bello y lleno de energía cuando llegó aquí. A él no tuve que enseñarle muchas cosas en materia de donceles —rio bajito. —Llegó más recorrido que la carretera principal de Koryo.
—¡Por las Diosas! —Hyunjin se sonrojó de nuevo, pero compartió la carcajada de Woo Seok recordando la anécdota que el mismo Namjoon le había contado la tarde en que jugaron al juego de la verdad o se atreve, en los jardines de Jaén. Woo Seok dejó escapar un largo suspiro.
—Hemos vivido tantas cosas en este lugar. Tantos recuerdos maravillosos, tantas cosas que no quiero perder. Quiero a mi Taehyung de vuelta. ¡Lo quiero de regreso! Mi hermoso y temerario niño, ¡Quiero que me lo regresen sano y salvo!
Con estas palabras, el rey consorte rompió en llanto. Hyunjin lo consoló entre sus brazos mientras éste se desahogaba. Luego, el chico limpió las lágrimas del doncel mayor y le tomó de las manos.
—Taehyung regresará. Yo lo sé, Majestad. Por favor, no pierda la fé.
—Johari te escuche y Ditzha nos ampare.
—Que así sea.
En ese momento, un sonido tenue se oyó en la puerta. Cuando ésta se abrió, Namjoon y Seokjin se encontraban en el umbral. Aún había roces entre ellos, pero por lo menos ya se hablaban con decencia, sin ironías ni sarcasmos. Además, desde su regreso a Koryo, Namjoon se venía sintiendo mal. En las mañanas sobre todo, unas molestas náuseas lo acosaban, vomitaba casi todos los días al despertar, a veces de forma tan persistente que se sentía deshidratado. Seokjin lo había revisado sin encontrarle nada malo, por eso atribuía los malestares a la ansiedad por el secuestro de Taehyung.
Aquel día, sin embargo, había llegado a ponerse peor. Al llegar al salón en compañía de Seokjin, lucía realmente mal; su piel estaba amarillenta y sus ojos hundidos, Woo Seok alzó una ceja al verlo. Había presentido algo.
—¡Namjoon, debes reposar! ¡Es una orden! —le decía Seokjin, entrando también al salón. Pero no parecía tener intenciones de obedecer, simplemente se echó sobre el sofá que estaba frente al de Hyunjin y Woo Seok, y se recostó poniéndose las manos en la cabeza.
—Me siento fatal —dijo con un hilo de voz. —Realmente fatal.
—Es por eso que debes reposar. ¡Te lo he advertido! —repitió Seokjin.
Namjoon bufó de nuevo.
—Estamos en un momento crítico. No puedo colapsar ahora. El reino está en mis manos ¿Es que no lo comprendes?
—¿Pero qué es lo que te sucede? —Hyunjin se puso de pie y se sentó a su lado, tratando de encontrar, por medio de su bioenergía curativa, la razón del malestar que acosaba al otro príncipe. No sintió nada. Por lo menos, nada malo.
Entonces, Woo Seok se incorporó un poco en su asiento. Sus ojos suspicaces, miraron a su hijo, reparándolo con detenimiento.
—¿Tienes a algún amante embarazado?
—¡¿Qué?! —Aquella pregunta sorprendió a todos, pero Hyunjin pareció ser el más afectado. Al oír aquello, sus ojos buscaron los de Namjoon con estupefacción y, para su propia sorpresa, con muchísimo reproche.
—¿Eso es cierto? —le preguntó en un tono que apestaba a celos.
Namjoon negó con la cabeza de inmediato.
—¡No! ¡Por supuesto que no! ¿Cómo crees?
Hyunjin suspiró y miró a Woo Seok. Luego, sus ojos se volvieron hacía Namjoon y le miraron con discreción. Sus mejillas estaban sonrojadas de nuevo.
—Tu mamá ya sabe lo nuestro. Lo siento.
—¿En serio? —Los ojos de Namjoon se alzaron mirando a Woo Seok. Este le sonreía con amabilidad
—¿No te molesta que esté con él? —preguntó entonces, un poco atemorizado —¿aunque él sea...?
Woo Seok negó con la cabeza. Sus labios no dejaban de sonreir, ya todos sabían que Hyunjin era realmente. hijo del rey Jung Hyung. Woo Seok estaba enterado de que todos lo sabían. Por eso era necesario dejar de fingir y comenzar a sincerarse entre ellos.
—Estoy muy complacido por lo de ustedes —aseguró el rey consorte, —y estaré más complacido si resulta ser cierto lo que estoy pensando.
—¿Qué es lo que estas pensando? —preguntó Namjoon.
Woo Seok sonrió mirando a Seokjin. El médico entendió enseguida a que se refería el otro hombre y dio un respingo.
—Majestad ¿Usted cree que...? —Woo Seok asintió.
—Si, creo que este niño está embarazado.
Hyunjin se puso rígido cuando vio que lo señalaba. Namjoon se incorporó por completo sobre su asiento. Seokjin se acercó a Hyunjin y bruscamente retiró el talismán que éste llevaba colgado del cuello.
—Ahora veremos qué pasa.
Casi de inmediato, Hyunjin sintió que un fuerte mareo lo sacudía; su cuerpo cayó laxo sobre el sofá, encima de las piernas de Namjoon. Al verlo caer, Seokjin llegó hasta su lado y le examinó los ojos, habían cambiado de color.
—¡Lo sabía! —exclamó Woo Seok triunfante. —Lo mismo le pasó a Jung Hyung cuando me embaracé de Taehyung. Algunas veces los varones son los que sienten los malestares de los donceles. Es algo muy adorable.
—Parece que era por culpa del talismán que su bioenergía se había mantenido estable y sus ojos no habían cambiado de color —agregó Seokjin, sin poder evitar que su voz sonara dolida. —Felicitaciones, Namjoon. Serás padre.
—Y yo abuelo —se alegró Woo Seok. —Tanto de tu lado cómo por el de Taehyung, Jungkook... me gustaría verlo.
—Eso será complicado, usted no debe hacer viajes largos Majestad —Seokjin dejó a Hyunjin en brazos de Namjoon y se incorporó. Realmente lucía muy afectado por lo que se acababa de descubrir, no era fácil aceptar que el hombre que amaba iba a ser padre del hijo de alguien más.
—Seokjin... —susurro Namjoon con algo de inquietud, pero el médico solo le dio la espalda y no se detuvo hasta llegar al umbral de la puerta.
—Con el permiso de todos me retiro. Namjoon, será mejor que reposes unos días. Cuando Hyunjin despierte dile que venga a verme. Checaré su estado.
Diciendo esto, se retiró del salón dejando a los demás en absoluto mutismo. Al cabo de unos momentos, Woo Seok se acercó a Namjoon y acarició la cabeza de Hyunjin, quien dormía entre los brazos del varón.
Mientras reposaba, Woo Seok abrazó con fuerza a su hijo. —Querido, no juzgues a Seokjin. No es fácil para él, pero lo entenderá.
—Mamá, perdóname por haberlo escogido a él —pidió Namjoon echando una mirada sobre Hyunjin, quien se removió un poco entre sus brazos. —Si hubiera sabido que era hijo de...
—Todo habría sido igual —replicó Woo Seok con lagrimas en los ojos.
—Querido, las Diosas juegan con los hombres de forma cruel. Eso es algo que he aprendido de muchas formas.
—¿Crees que jugaron contigo cuando pediste aquel deseo a la amatista de plata?
La pregunta que durante todos aquellos días se había estado aplazando llegó por fin. Namjoon habia estado deseando poder interrogar a su mamá sobre lo acontecido en el templo de SiKje el día en que él y Yoongi entraron a robar la amatista de plata.
Sin embargo, Seokjin y Hyunjin habían temido que aquellos recuerdos intranquilizaran al rey consorte y le hicieran colapsar de nuevo. Por eso, el tema se había mantenido en el aire. Sin embargo, ahora parecía el momento ideal para hablar de ello.
—Creo que las Diosas juegan con todos los hombres —respondió, mirando todo lo ancho de aquel solitario salón.
—Sobre mis motivos para usar la amatista de plata, ya te los contaré. Pero ahora no, ahora no quiero hablar de ello.
—Está bien —Namjoon se puso de pie, alzando a Hyunjin entre sus brazos. Antes de salir, se detuvo un instante en la puerta y observó la figura de Woo Seok mirando hacía el jardín.
—No voy a permitir que las Diosas jueguen más con nosotros, mamá —aseguró con una sonrisa. —Voy a traerte a Taehyung de regreso, lo juro.
Con estas palabras se alejó de alli. Woo Seok, mientras tanto, volvió su vista al jardin. Las hojas marchitas decoraban el suelo, los colores ocres y rojos parecían traer un mal presagio.
“Diosas... Por favor les ruego, regresenme a mi hijo” rezó en su mente, y enseguida rompió a llorar de nuevo.
Continuará....
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