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Secretos

Taehyung dejó el área de las caballerizas y se adentró hasta los patios de armas. Namjoon le vio acercarse con paso rápido y rostro adusto. Llevaba en las manos la daga que le había regalado su padre el día que cumplió la mayoría de edad; la blandía con fuerza haciendo que las gotas de sangre que manchaban su hoja, cayeran a tierra.  

Namjoon se puso de pie para recibirlo cuando lo tuvo cerca. Los soldados que se encontraban jugando dados a su lado también lo hicieron, sumando a sus respetos una reverencia cortés.

Taehyung los despidió con un gesto de mano, y la banca que estaba frente a Namjoon quedó vacía para él.

Se sentó.

—¿Lo mataste? —Namjoon se sentó también y siguió echando los dados sobre la mesa que tenía frente a él. Preguntó aquello sin levantar siquiera la vista.

Taehyung guardó silencio viendo el movimiento de los dados. Se entretuvo un rato mientras uno de los lados se decidía a caer. Cuando el numero dos quedó boca arriba, finalmente respondió.

—Era necesario. Si no lo hubiese hecho yo, lo habría hecho nuestro padre a su regreso. A pesar de todo era un ser noble, merecía morir por una mano noble.

Namjoon asintió, estando de acuerdo. Sin embargo, algo en todo aquello no estaba bien.

Algo no encajaba.

—¿Cómo crees que lo tome Jimin? —inquirió instantes después recogiendo sus dados y guardándoselos en los bolsillos. Taehyung solo se encogió de hombros.

—No lo sé —respondió finalmente. —No creo que bien. A pesar de todo, nuestro hermano le guardaba un gran aprecio desde niño.

—¿Cómo pudo hacer algo así? —Namjoon preguntó eso más para sí que para Taehyung. Estaban consternados, no podían creer lo que había sucedido, especialmente el principe. No podía creer que su día feliz se hubiese estropeado de aquella forma. ¡No era justo! Al parecer ambos pensaban lo mismo, ya que los dos guardaron silencio por un rato. Namjoon sacó unas hojas de tabaco del interior de su abrigo y las comenzó a mascar. Pasó unas a Taehyung, pero este solo se dedicó a juguetear con ellas entre los dedos.

—Yo tampoco lo comprendo —dijo luego de un rato. —Yo tampoco lo comprendo.

En aquel momento un soldado cruzó ante ellos por un lado de la mesa,  y saludando con una reverencia preguntó:
—¿Qué haremos con el cadáver, alteza? ¿Dónde lo pondremos?

—Sácalo rápido antes de que Jimin se percate de la situación —respondió Taehyung con la vista baja. Se llevó las manos al rostro. Repentinamente se sentía muy cansado. —Y lava esto —agregó entregándole la daga.

El soldado tomó el arma y se inclinó levemente antes de partir. Taehyung suspiró acostándose por completo sobre la banca. Tanto él como Namjoon se habían quedado anonadados.

Tras su regreso de Joseon, con su preciado rehén a bordo, se habían encontrado con la noticia de que Jimin, durante su paseo matutino, había caído estrepitosamente de su caballo y se había herido seriamente. Ambos hermanos se habían apresurado en ir a verle, incluso Taehyung se olvidó por algunos instantes de su querido “Tesoro” para velar por la salud de su hermano.

Pero Jimin no se había dejado ver de nadie. Gritó como un loco cubriéndose con los gruesos edredones de su cama cuando sus hermanos hicieron el intento de traspasar el umbral de su recamara. Luego de eso, Taehyung se había entrevistado con el jefe de la guardia de Jimin, pero este solo le había dicho lo mismo que decían todos: que el príncipe había caído de su corcel. Finalmente, no les quedó más remedio que aceptar esa versión, pero en el fondo, ambos presentían que algo más había ocurrido aquella tarde en ausencia de ellos, en especial Namjoon, que conocía muy bien a Jimin y sabía que era un experto jinete.

—¿Y qué harás ahora con el rey Jungkook? —le preguntó el príncipe adoptivo a su hermano poniéndose de pie. Estaba cansado y quería retirarse lejos de allí.

Por toda respuesta Taehyung solo sonrió fugazmente, más concentrado en la bóveda celeste cuyas estrellas comenzaba a encenderse en el firmamento. Al día siguiente regresarían sus padres de Kaesong y él tendría que explicar qué rayos hacía el rey de Joseon en Koryo. No sabía cómo tomarían sus padres aquello, pero por lo menos esperaba que lo hicieran mucho mejor que el primer ministro. Al pobre hombre le había dado un soponcio cuando lo vio llegar con “El tesoro de SiKje” en brazos. No lo había seguido pero sus hombres le contaron que le habían visto tirado en la capilla central rezando a Johary en todos los dialectos de Koryo.

Que rezara todo lo que quisiera, pensó Taehyung en ese momento. El no le tenía miedo a Johary, no le tenía miedo a SiKje; solo le tenía miedo a una cosa y esa cosa era morir sin su “Tesoro”. Volteó la vista hacía el lugar que antes ocupaba su hermano, pero la encontró vacía. Entonces volvió la vista al cielo y volvió a sonreír.

El viejo médico se encontraba trabajando sobre el cuerpo maltrecho de Jimin. Había pedido que le dejaran a solas con su paciente para trabajar mejor. Era un viejo doncel que había servido a la familia real por años y que había visto nacer a los dos príncipes.


Mientras curaba las heridas del doncel, enjuagándolas con vinagre y especias hervidas, se iba dando cuenta de que la versión que daba el muchacho sobre lo ocurrido no encajaba con el estado en el que se encontraba su cuerpo.

Encorvado por los años y apartando un grueso mechón canoso de su cabellera, empapó unas gasas en un ungüento mentolado que frotó en las manos en carne viva de Jimin. Se sentó sobre la cama con la confianza que le daba su estatus, y con esa misma confianza se atrevió a buscar la verdad.

—¿Me contará que pasó realmente esta tarde, Alteza? —preguntó buscando alguna pista en aquellos ojos vacíos. Pero Jimin no le respondió. Su cara inflamada por los moretones y los raspones estaba fría e inaccesible, como un trozo de hielo Yurchiano.

El galeno suspiró y le limpió las heridas de la cara, aplicando luego la misma pomada que le había untado en las manos. Con delicadeza le alzó el camisón por encima de sus piernas y vio grandes moretones también entre los muslos. Un presentimiento horrible lo invadió, y sin evitar una mueca de disgusto separó las piernas del príncipe, escudriñando entre sus glúteos.

Jimin se resistió un poco pero sabía que debía dejarse revisar. Confiaba en aquel viejo hombre y en su silencio; y además, necesitaba que le ayudara a evitar que concibiera. De solo pensar en algo así, las nauseas subían a su garganta y le agriaban el paladar. Fue por eso que a pesar del pudor y de la vergüenza abrió sus piernas por completo y la evidencia de lo realmente ocurrido se abrió ante los ojos del galeno.

—¡Por las Diosas! —gimió el pobre anciano con cara de espanto. —Hijo mío… ¿Qué te han hecho?

El dolor genuino del médico conmovió a Jimin. El príncipe comenzó a sollozar con descontrol mientras el otro hombre lo cobijaba entre sus brazos, como cuando era un niño pequeño y debía convencerlo para darle las medicinas. Después de un rato, se paró y buscó unas gasas limpias con las que le curó los desgarros dejados por el ultraje. Jimin apretaba fuerte los ojos por la sensación de ardor que producía el vinagre en sus heridas abiertas. Le dolía muchísimo mantenerse boca abajo y no quería imaginar cómo sería cuando tuviera que hacer sus necesidades.

—Creo que ya sería demasiado osado preguntar quién le ha hecho esto, Alteza —habló de nuevo el viejo una vez terminó la curación. —Aun así déjeme aconsejarle que lo cuente a sus padres.

—¡No! —Jimin abrió la boca después de muchas horas. Su cuerpo volvió a temblar ante la idea de que sus padres o hermanos se enteraran de lo ocurrido. Sentía que de hacerlo no podría verles más nunca a la cara. La vergüenza lo consumía. —¡No! —repitió de nuevo, esta vez haciéndose con las manos del facultativo.
—Prométame que no contará nada, ¡Prométamelo! —comenzó a sollozar casi histérico.

El viejo doncel se quedó dubitativo, pero finalmente accedió con un asentimiento de cabeza. Su voto de oficio era sagrado, y si su paciente no quería revelar nada él no podía contradecirlo, incluso, por más terrible que le pareciera guardar silencio.

—Gracias —sonrió Jimin levemente tumbándose otra vez sobre sus mullidos almohadones. Terminada por completo la curación, bebió como si fuese un antídoto la pócima que el galeno le ofreció. Rezó a Johari con todas sus fuerzas por que esta fuera tan buena como el médico le decía, y que su vientre no acogiera ni diera fruto la semilla del infeliz de Yoongi. Había tenido que hacer de tripas corazón para engañar a su guardia. Tras su salida de las criptas, sus guardias un tanto  mosqueados habían ido a buscarle.

Jimin escuchó los pasos que se acercaban y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban se había puesto de pie y había arreglado sus ropas, segundos antes de que estos alcanzaran la boca del túnel. “Alto”, les había gritado antes de que entraran y de inmediato solicitó la presencia de sus donceles.

Estos lo llevaron a sus aposentos por unos pasajes secretos y de esta forma nadie pudo ver sus heridas. Antes de la llegada de sus hermanos, Jimin ya había encontrado la mentira perfecta para cubrir todo aquello y el jefe de la guardia y el líder de su corte no tuvieron más opción que ayudarlo a esgrimirla.

El castillo del reino de Joseon no solo se hallaba bajo las sombras de las ominosas nubes que amenazaban con dejar caer una de las últimas tormentas del verano que terminaba, sino también, bajo la oscuridad de la incertidumbre. Las horas transcurrían  de una forma más lenta de lo habitual; tanto, que parecían burlarse de la angustia que dejaban a su paso al no traer noticias sobre el rey del lugar.

—¡Mi señor, Eun Woo! ¡Mi señor, Eun Woo! —gritaba un esclavo, entrando a toda prisa hasta la sala del trono. Los guardias de la entrada le cerraron el paso al verlo harapiento, descalzo y sudoroso. Pero Eun Woo, como segundo hombre más importante dentro de aquel palacio, hizo un gesto con su mano permitiéndole la entrada. El esclavo se apresuró a su encuentro, echándose a sus pies bajo las escalinatas del trono.

—¡Habla! —dijo con un tono petulante. —¿Traes noticias de nuestro rey? ¿Lo han encontrado?

El esclavo negó con la cabeza.

—Solo su caballo, mi señor. “Lucero negro” regresó hasta el castillo; los hombres de la guardia lo llevaron a los establos… pero…

—¿Pero qué?

Poniendo cara de aflicción, el esclavo alzó el rostro mirando a su señor.

—De nuestro amadísimo rey no sabemos nada mi señor —respondió, con la misma aflicción en la voz. —No hay rastro de él.

Eun Woo sonrió imperceptiblemente. Sabia de sobra el paradero de su señor, y el nombre del que con toda seguridad lo tenía bajo su poder. “Veo que mi ayuda le fue útil, príncipe Taehyung”, pensó para sí, poniendo ahora un rostro compungido con el cual disimular el goce interno que se arremolinaba en su espíritu. Bajó totalmente las escalinatas del trono y se acercó al esclavo.

—Ponte de pie —ordenó, echando un vistazo sobre el sirviente. Estaba sucio pero era robusto y fuerte; podría resistir un largo viaje. Además, recordaba haberle visto con varios niños en días pasados, probablemente fuesen sus hermanos. Así que regresaría, muy posiblemente.

—Ve al reino de Yurchen —le dijo entonces, entregándole un sobre lacrado con el mismísimo sello del rey. —Busca a un hombre llamado Yeo Jin Goo; háblale sobre lo sucedido y enséñale esta enmienda. Vendrá de inmediato, te lo aseguro —sonrió, altanero.

El joven asintió saliendo del lugar con presteza para llevar a cabo su misión. Encontraría a ese sujeto aunque se escondiera debajo de la tierra.

Mientras tanto, Eun Woo se encaminó hacia sus habitaciones. Todo le estaba saliendo a la perfección. Los días que Yeo Jin Goo tardase en llegar a Joseon le darían el tiempo exacto para realizar la segunda parte de su plan. 

La noche era perfecta, digna de un gran espectáculo solemne para su victoria. Eun Woo se miró al espejo, sus cabellos, su cabeza ovalada y fina, y sus ojos sedientos de poder eran perfectos para el cargo que en poco tiempo asumiría. Los otros concejeros reales lo escuchaban en todo y le dejarían tomar todas las decisiones importantes. No empezarían un conflicto con Koryo sin su consentimiento y por supuesto, él no pensaba consentir eso. Por lo menos no hasta que estuviese sentado en el trono que antes ocupara su señor; el trono que por años había soñado… el trono que aquella joya misteriosa que Jungkook guardaba en el templo de SiKje le concedería.

A la mañana siguiente, un poco antes del desayuno, los reyes Koryanos hicieron su arribo a las murallas de la ciudad, y media hora más tarde se enteraban de todo lo ocurrido en su ausencia.

Jung Hyung se había puesto lívido al enterarse que su homologo, el rey de Joseon había sido llevado a palacio en brazos de Taehyung. Pero luego, al ver a su hijo con cara de regocijo, no pudo hacer otra cosa que abrazarlo fuerte y felicitarlo por su victoria.

Los ministros seguían pensando que era una locura y que los problemas con Joseon no tardarían en llegar, pero Taehyung y Jung Hyung coincidían en que al aceptar el reto de sus pretendientes también debía aceptar las consecuencias de su derrota. Así que Taehyung no estaba haciendo nada malo, solo tomando lo que por derecho le correspondía.

Mientras tanto el rey consorte  había subido a las habitaciones de Jimin. El muchacho tampoco había querido recibirlo, por lo menos no hasta que terminara la revisión de la mañana que en ese momento realizaba el médico. Jung Hyung se le unió minutos más tarde en los corredores que daban a la habitación; su marido permanecía de pie junto a la puerta, con mirada preocupada y rostro expectante, se le acercó un par de pasos y le habló.

—¿Cómo se encuentra Jimin? No puedo creer que ese animal lo tirase. Siempre fue una bestia muy dócil. Aunque bueno, después de todo era solo un animal.

—Hay animales más de fiar que ciertos humanos. —Woo Seok lo miró secamente por varios  instantes, volviendo luego la vista a la puerta cerrada de la recamara de su hijo. Jung Hyung comprendió aquellas palabras y suspiró.

—¿Aun estás enojado por lo que sucedió en Kaesong? —preguntó socarrón. —Ya te he pedido disculpas. Fue una tontería.

Pero entonces, Woo Seok, esbozando una ligera sonrisa, volvió a mirarlo con resentimiento.

—No, cariño mío —dijo con un tono mordaz y frio. —Yo no estoy enojado por lo de Kaesong… Tú sabes muy bien que estoy acostumbrado.

Jung Hyung carraspeó incomodo siendo salvado por las puertas de la recamará de Jimin que se acababan de abrir. El viejo facultativo apareció ante ellos con uno de sus ayudantes escoltándole. Antes de que las preguntas de sus señores se hicieran presentes, él mismo se apresuró en responder.

—Estará bien. Solo tiene algunas contusiones y otras heridas que ya suture. Dentro de pocos días, con el reposo adecuado, estará como nuevo. —Con una respetuosa reverencia, se marchó.

Jungkook despertó a media mañana. Habían trascurrido solo quince horas desde su rapto, pero para él había pasado casi un siglo. Sentía la mente sumamente embotada y el cuerpo muy pesado; estaba acostado sobre una cama con dosel, cuyo mosquitero se cerraba en torno a él. Se incorporó totalmente y miró todo a su alrededor, explorando con su mirada inquisidora aquel lugar.

Era una habitación grande, fue lo primero de lo que se percató. La paredes eran de una piedra gruesa muy bien pulida, y las cortinas purpura le daban, a pesar de la claridad del sol que ya se filtraba a medias, un aspecto sombrío. Jungkook se levantó corriendo el mosquitero para salir. La herida de su brazo punzó, pero ya no sangraba…alguien la había curado. Notó también que tenía la misma ropa que llevaba puesta en el momento de su rapto y ni siquiera le habían quitado las botas.

Con sigilo avanzó lentamente por todo lo ancho de la habitación. Lo primero que había hecho naturalmente había sido buscar la puerta, pero esta, como ya se esperaba, se encontraba cerrada por fuera. Sin más que hacer por el momento, se puso entonces a mirar los recovecos de aquel lugar.

Había baúles apostados en las esquinas, con grandes candados sellándolos; había una mesa de noche cerca a la gran cama, un mantel pequeño y un jarrón con un vaso para el agua. Miró esta última con algo de duda, se moría de la sed pero no se atrevía a tocar nada de aquel lugar; por lo menos no hasta hablar con ese degenerado, atrevido, del príncipe Taehyung.

Justo en ese momento, como convocado por sus pensamientos, las puertas de aquella recamara se abrieron y la silueta erguida, esplendida y orgullosa del príncipe de Koryo apareció en todo el umbral de estas.

—Majestad —saludó con un tono y una sonrisa que su invitado consideró burlona.  —Me alegra que haya despertado. Sea bienvenido.

Jungkook lo fulminó con la mirada. Los hombres de la guardia volvieron a cerrar las puertas tras el paso de su príncipe, y este avanzó con pasos seguros hasta la altura de su tesoro.

— ¡No se acerque un paso más! —Jungkook lo amenazó con furia sin retroceder  ni un ápice. No traía ni su espada ni ninguna otra arma, pero sus palabras fueron suficientes para detener a Taehyung. Respiró profundo para llenarse de tranquilidad, permitirse lucir alterado era algo que no quería ni debía mostrar. Entonces lo vio caminar hacía dos sillones que reposaban en el otro extremo de la habitación. El príncipe llegó hasta ellos y de un solo movimiento se echó sobre uno; estiró una mano ofreciéndole el otro, pero Jungkook ofendido y soberbio guardó su posición.

—Creo que podemos resolver esto de una forma diplomática. —Taehyung sacó unas llaves del interior de su abrigo y comenzó a juguetear con ellas. Jungkook las miró comprendiendo lo que significaban.

—La única diplomacia que yo tendré con usted, sera dejar su cabeza colgada de la muralla más alta de Joseon —respondió, seco y rudo como el desierto de Kaesong.

Taehyung hizo un gesto de dolor con todo el sarcasmo posible.

—Eso no me gustaría —apuntó, sobando su cuello.  —Me gusta mi cabeza donde está y además, prefiero contemplar a Joseon desde la terraza de su habitación.

—Pero… ¿Qué dice? ¡Maldito, sinvergüenza! —Jungkook perdió el aliento mientras se sonrojaba hasta las orejas. El descaro de ese miserable no dejaba de sorprenderlo. Apartó la mirada apretando sus manos con rabia. Taehyung seguía jugueteando con sus llaves, produciendo un suave tintineo que lo exasperaba.

—Esto le traerá problemas con Joseon —susurró el rey finalmente, una vez recuperó la compostura.
—Mis ministros no toleraran esta falta de respeto.

—Otros reinos, incluido Koryo, han tolerado que usted haya matado a fuertes y valientes caballeros —replicó Taehyung, mirándolo serio esta vez.
—Le recuerdo que usted acepta de mucho agrado los retos de sus pretendientes, los asesina sin piedad y nadie le ha dicho nada por ello.

—¡Eso no es cierto! ¡Yo nunca he retado a ninguno de eso infelices! ¡Ni lo rete a usted tampoco!

—Cabalgar por Joseon sin escolta me parece a mí una provocación muy clara, Majestad. —Taehyung se puso de nuevo de pie y se acercó hasta las ventanas de la habitación, descorriéndolas.

El brillo del sol iluminó por completo la recamara, y cuando abrió las puertas que daban a la terraza, la brisa suave de fines de verano inundó la estancia.

—Usted ha aceptado los retos de sus pretendientes desde hace muchos años y eso todo Corea lo sabe —volvió a hablar, acercándose lentamente a Jungkook. —Usted nunca buscó ponerle alto a su leyenda, y gozaba matandolos tras sus victorias. Por eso me parece que ahora debe asumir las consecuencias de su derrota.

—¡Yo no fui derrotado! —Jungkook miró con altanería el talismán que adornaba su muñeca.
—Usted ganó por esto.

Taehyung alzó una ceja.

—¿En serio? Pues yo no lo creo —avanzó dos pasos más. Esta vez Taehyung si retrocedió. —Recuerdo haberle vencido limpiamente antes de colocarle ese talismán. Eso solo se lo puse para poder traerlo hasta aquí sin necesidad de lastimarlo.

Jungkook bajó el rostro avergonzado. Por más que le doliera, aquello era verdad. Con un suspiro se acercó hasta las puertas de la terraza desde donde se podían ver las inmensas colinas que rodeaban el castillo.

—Es obvio que sé cuáles son sus intensiones, principe Taehyung —habló con aplomo, luego de varios minutos. Su mirada parecía ausente e indiferente. —En verdad tengo que darle crédito por haber logrado llegar hasta este punto. Usted es el único que lo ha logrado. Pero también es cierto que aqui no acaba la historia. El hecho de que me tenga oculto en sus predios y que me haya capturado de una forma bastante... ingeniosa miró el brazalete de nuevo, no significa que usted tenga algún poder sobre mí, ni que yo tenga que acceder a sus deseos. Yo nunca hago esa clase de convenios. Además ¿Cómo le piensa comunicar a sus padres que me tiene prisionero en su palacio? No creo que a ellos les agrade saber que su hijo mayor se dedica como deporte a secuestrar reyes —hizo una pausa tras la cual, obsequió a Taehyung  una sonrisa altanera.
—Ellos a diferencia suya si parecen ser personas decentes, aunque quien quita; tal vez sean una familia de desvergonzados y este ridículo comportamiento le venga de cuna.

Habiéndolo escuchado atentamente, Taehyung esbozo una sonrisa tras el término de aquel breve monologo y acto seguido, le dedicó una mirada que se debatia entre el sarcasmo y la lujuria. Jungkook pensó por un momento, cuando lo observo erguirse de la pared en la que se había recostado minutos antes, que se le lanzaría encima. Sin embargo, Taehyung solo volvió hasta el asiento que antes ocupara, dejándose caer en el con todo su peso.

—Tengo que enfatizarle que soy el único miembro de la familia involucrado en esto,  —comentó a continuación a modo de información. Aunque aquello no fuese del todo cierto: Namjoon estaba al corriente.

Pero a Jungkook no le interesaba realmente si el resto de los Koryanos apoyaban o no aquello. La rabia que se empezaba a despertar en su corazón le preocupaba mucho más.

Por años pensaba haber puesto sus sentimientos en un lugar recondito de su corazón, y ahora de repente, el sello bajo el que los había guardado había sido roto; todo su trabajo se quebraba, como un templo antiguo y sagrado destruido por el ataque de una catapulta.

No podía soportarlo.

En ese momento Taehyung volvió a sonreír en su asiento, como si desde allí estuviese leyendo los pensamientos de su "tesoro". Este se sobrecogió un poco pensando en aquella posibilidad, pero rápidamente esquivó tales ideas.

—Escúchame tesoro —habló Taehyung, tuteándolo por primera vez. —Yo sé bien que no eres ningún tonto, y que sabes bien lo que quiero. Has comprobado también que he adquirido con los años habilidades especiales. para el rapto,
—sonrió socarrón, —pero mis habilidades no terminan alli. También con los años me he vuelto muy bueno en el espionaje y espero que también me haya vuelto bueno en el chantaje.

—¿Chantaje? —Jungkook volvió a mirario fijamente, con esos ojos oscuros como la noche. —¿De qué forma podría usted chantajearme? —preguntó, no sin algo de temor. La idea de que ese hombre supiera algo de la amatista de plata llegó por un instante a su mente, pero él decidió quedarse callado. Esperar.

—Digamos que todos tenemos un lado oscuro, mi tesoro y yo conozco el tuyo.

Jungkook pasó saliva pesadamente. Taehyung lo notó y volvió a sonreír.

—No, no se preocupe, mi bella obsesión —le calmó.
—Todos tenemos un lado oscuro. El mío —le miró con lascivia... —es usted.

—¡Desvergonzado...!

—Si, quizás, —Taehyung se acomodó en el asiento, cruzando una de sus largas piernas. Pero no más que usted. ¿Quiere oír por qué? —preguntó luego con un largo suspiro que pareció más de placer que de cansancio.

Inquieto por aquella pregunta, y por supuesto, aun más por la respuesta, Jungkook se vio a si mismo asintiendo y entonces sin más dilación, Taehyung empezó su relato sobre un suceso acaecido meses atras:

Jungkook llevaba varios meses sin salir del castillo. Las causas eran desconocidas para Taehyung, quien se encontraba en un estado muy parecido al de un alcohólico en abstinencia y para el cual, estas podían deberse a alguna enfermedad.

Aterrado, escribió una apresurada nota al que por años se había convertido en su más preciado ayudante dentro de aquel castillo: Chá Eun Woo, el consejero y mano derecha de Jungkook. Taehyung no sabía por qué aquel hombre había decidido ayudarle, aunque lo presentía. Sin embargo, de momento contar con su ayuda era vital y no iba a desaprovecharlo; luego, si aquel hombre traicionaba a su "tesoro" ya se las vería bien con él.

Sus manos temblaban al escribir la enmienda que iba a enviarle. Estaba tan ansioso que la caligrafía le salía chueca y en ciertos trazos la tinta se choreaba estropeando el pergamino. Después de nueve intentos por fin tuvo algo medianamente presentable.

"Apreciado Eun Woo", comenzaba diciendo aquel mensaje; y luego, continuaba: "Sé de sobra que no he hecho más que abusar de tu gran solidaridad para conmigo. Sin embargo, debo decirte que llevo muchos meses sin la medicina para mi corazón. Bien sabes tú, que sin ella, mis días en este mundo están contados. Me apena mucho incomodarte por lo que enviaré personalmente a recogerla; espero te encuentres atento, Con aprecio: Tu amado padre.

Al término de aquella lectura, Eun Woo había sonreído. Le causaba mucha gracia las palabras con las que aquel principe, loco de amor, se las arreglaba para camuflar sus mensajes en caso de que fueran leídos por ojos indiscretos. En el fondo sentía pena por él y su corazón enfermo de amor, tal cual lo decía en aquella carta. Esa misma noche quemó la carta en la lumbre de la chimenea de su recamara y arregló todo para que Taehyung pudiese entrar al castillo en total anonimato.

Taehyung había llegado con la caída de la noche. Camuflado en una gruesa capa negra se había adelantado hacia los jardines, esperando la llegada de Jungkook. Eun Woo le había dicho que justamente, su señor, se recuperaba de una caída sufrida meses atrás y que una pierna y un brazo rotos le impedían cabalgar aún; era por eso que no había abandonado el castillo por tanto tiempo. Aquello era verdad, y Taehyung lo comprobó instantes después cuando unos sonidos se hicieron audibles hasta el lugar donde se hallaba: el tronco de un alto y robusto sauce.

Jungkook apareció por el recodo de un largo corredor situado al lado de los jardines. Iba seguido de su escolta, cojeaba, y su brazo derecho se sostenía en un cabestrillo. Los ojos de Taehyung se cerraron con fuerza. No soportaba ver a su dulce amor, herido ni maltrecho, aunque esto no le robara atractivo a su presencia. A pesar de las heridas y de la marcha vacilante, Jungkook lucía tan hermoso e imponente como siempre. Vestia de negro, su color habitual, un traje de grueso lino con bordados en oro de figuras tribales. Su cabello pendía lacio por la falta de brisa de aquella noche, mientras la cinta de su frente brillaba con la luz de las opacas lámparas apostadas por todo lo largo de aquel corredor.

Caminó por todo aquel pasillo seguido a pocos metros por Taehyung. Durante un momento se detuvo y vio como despedía a su guardia para subir por las pedregosas escaleras que daban hacía una torre. Se perdió por la inmensa oscuridad de aquellas escalinatas y por un rato, Taehyung pensó que no volvería a verlo más aquella noche. Sin embargo, Jungkook apareció pasada aproximadamente media hora y tomó un camino distinto a sus habitaciones; posiblemente, tratando de evitar a algún miembro de la corte que se hallara aun despierto a esas horas, pensó Taehyung y no se equivocó.

Jungkook tomó la ruta de las cámaras de los esclavos. Era muy tarde, casi la media noche y los corredores se hallaban desiertos y oscuros. Algunas luces, calibradas a lo mínimo de brillo a aquellas horas, era la poca luz que expandía por aquellos corredores, pero aun así el rey parecía conocerse de memoria aquel camino. Seguro lo usaba con más frecuencia de lo que creía, pensó Taehyung, sonriendo. Le encantaba cuando descubría alguna particularidad de su tesoro.

De repente algo interrumpió la marcha de Jungkook. Algún sonido pareció atraer su atención, pues el rey había girado su cuerpo en un ángulo perfecto para luego dirigirse hacia el umbral de lo que parecía ser una pequeña habitación en penumbras. Taehyung se estiró un poco más desde su escondite para percatarse mejor de lo que sucedía. Por lo que alcanzaba a ver, Jungkook veía algo por la rendija de la puerta de aquella recamara. Con sus dedos sigilosos, había empujado un poco más la puerta para que su espacio de visión se hiciera mayor, y al parecer, lo que había encontrado dentro de aquel cuarto parecía ser muy interesante a juzgar por la cara de sorpresa que tenía. En ese momento Taehyung pensó que daría tres dedos por saber que estaba mirando su tesoro con tanto fervor, pero de repente, Jungkook se llevó las manos a la boca y se alejó de la puerta varios pasos. Taehyung lo vio jadeante y con el rostro sonrojado. Ahora pensaba que daría su mano entera para saber que estaba pasando, y por qué Jungkook, luego de quedarse mirando aquella puerta como si hubiese algo demoniaco dentro, había avanzado de nuevo hasta ella con pasos sigilosos.

—¿Qué sucede tesoro? —se preguntó, con un susurro casi inaudible y la respuesta, clara y rotunda llegó minutos después.

Sonrojado y ansioso, Jungkook había dejado reposar su cuerpo sobre el arco de piedra que hacía las veces de umbral. Había empujado todavía un poco más la puerta, hasta que Taehyung, estirándose todo lo que le daba el cuerpo, fue capaz de ver a medias lo que a su "tesoro" tenía tan admirado: Se trataba de una pareja de esclavos; desnudos, sudorosos y tirados sobre un catre sucio y largo en todo el centro de aquel salón, iluminados por una pequeña lámpara de aceite que tenían a su lado. Los jóvenes muchachos copulaban como bestias en un establo, y sus gemidos atravesaban el silencio de la noche, el canto de los grillos, y los pregones de algún juglar a los lejos, para llegar hasta ellos claros y apasionados.

El esclavo doncel hablaba en un dialecto Yurchiano bastante enrevesado, pero a pesar de esto resultaba claro en ciertas partes lo que estaba diciendo: —"Munikif, munikif fan arti" (Tomame, tómame más fuerte). Y cuando lo decía, su compañero se empujaba más dentro de él, tomándolo por detrás como lo hacían los animales.

Una sonrisa, adornó los labios de Taehyung. Era lasciva y divertida. Gozaba sabiendo que Jungkook sucumbia a los deseos prohibidos de la carne al quedarse contemplando a sus dos esclavos en plena copula. Sabía que su "tesoro" luchaba contra sus deseos pero no que estos le estaban venciendo, haciéndole permanecer alli, espiando aquello. Su sonrisa se ensancho aun más cuando un movimiento de Jungkook y la posterior posición que adoptó, mostraron claramente lo que estaba haciendo.

Mirando a todos lados hasta asegurarse de estar solo, el rey optó por recostarse contra el umbral de piedra y lentamente bajar su mano hasta su entrepierna, buscando por los pliegues de su ropa su pene que estaba duro y palpitante. Llevaba la mano hasta él y luego la retiraba bruscamente, cerrando fuerte los ojos, así varias veces hasta que se rindió. Cuando el esclavo que estaba siendo penetrado empezó a gemir con todas sus fuerzas, Jungkook ya no se contuvo más y metiendo la mano por completo entre las capas de ropa que llevaba encima, tomó su miembro con fuerza para darse placer. Nunca lo había hecho antes, pero como pudo comprobar, había cosas a las que solo guiaba el instinto.

Desde su distancia, Taehyung le vio reclinarse y comenzar a darse placer. El gemido que salió de su garganta casi lo hizo delatarse, pero alcanzó a llevar la mano a su boca y acallarlo. Era alucinate lo que sucedía; ver a su "tesoro" asi, tan transparente, tan perdido en sí mismo, no como el rey de Joseon, no como el tesoro de SiKje, solo como un hombre igual a todos, como Jungkook, como su tesoro. Se inclinó también sobre el árbol que lo escondia y siguió mirándolo imperturbable. Los gemidos sofocados de Jungkook, su boca resoplando, sus ojos abiertos por momentos y por otros, fuertemente apretados y la mano entre sus ropas subiendo y bajando. Aquello era lo más bello que Taehyung hubiese visto jamás. Disfrutaba aquel instante con el pensamiento de ser él quien un día fuese responsable de darle aquel placer; de la idea de que fuese su boca la que le hiciese estallar en un placentero orgasmo y tal como pensaba, sucedió. Jungkook estalló finalmente en un orgasmo único y potente que le dejó la mano pegajosa y el corazón aturdido por la culpa. Taehyung vio que tras el orgasmo se separaba bruscamente de aquel cuarto y con el rostro pálido, mirando su mano como si fuese algún demonio maligno, se echaba a correr lejos de alli.

Ya no lo siguió más. Había visto más de lo que hubiera soñado jamás y se sentía satisfecho. Ahora estaba seguro de que Jungkook no era el ser de piedra ni de hierro del que hablaba el pueblo. Había un corazón dentro de aquel pecho, corazón que sentía y que latía con pasión. Se echó sobre la tierra del jardín para calmar su espíritu y reposar un poco. Había humedad en medio de sus piernas, pues por primera y única vez, se había venido sin ni siquiera tocarse.

Pero esta última parte del relato, no se la contó a Jungkook. El pobre ya estaba más colorado que un carbón dentro de una hornilla y había tenido que buscar asiento en la cama donde había despertado. Por primera vez desde que empezara aquello, se sentía al borde de las lágrimas, y su orgullo estaba tan lastimado como un florero roto.

—¿Qué cree que piense la nobleza de los diferentes reinos, su corte y el pueblo en general, cuando se enteren que su máximo ejemplo de recato, pudor y castidad, es un pervertido que se masturba mirando esclavos copulando? —Taehyung tenía el rostro lleno de jubillo. La palidez que su pregunta había generado en su acompañante era algo de enmarcar.

—Usted... usted... usted ¡No se atreverá! —Jungkook brincó de la cama a pesar de que sus piernas temblaban. —¡Usted no tiene pruebas sobre lo que vio!

—¿Quién necesita pruebas con los sacerdotes de SiKje? —replicó el Koryano, triunfante. —Se cuanto te acosan y te vigilan esos hombres, siempre comprobando que cumplas tu promesa. Fue una suerte que ninguno de sus espías estuviese vigilándote aquella noche.

Una lágrima se escapó del ojo derecho de Jungkook. Este se apresuró en secarla lo antes posible. Para su desgracia todo aquello era verdad; los sacerdotes de SiKje eran su sombra y sus jueces más estrictos. No era necesario que el príncipe Taehyung presentara ninguna prueba en su contra, solo con el hecho de hacer correr un rumor de tal magnitud, podía darse por perdido.

Su leyenda, todo lo que había construido por años caería como un castillo de arena, y su dignidad quedaría totalmente mancillada; los sacerdotes de SiKje no le perderían ni pie ni pisada y su vida se convertiría en un infierno. Alzó el rostro compungido, luego de meditar en ello, y miró a su anfitrión, sentado, feliz, luciendo esa sonrisa que ya empezaba a odiar.

En casi cuatro pasos llegó hasta él y de un solo movimiento se la borró de una bofetada. Estaba tan encolerizado y se dejó llevar tanto por la rabia que no tuvo tiempo de responder cuando Taehyung se levantó bruscamente y tomándolo en brazos le sorprendió con un beso.

Jungkook luchó por deshacerse de su abrazo, viró la cabeza liberándose momentáneamente de los labios del príncipe, pero el talisman aun lo tenía débil y lento por lo que no pudo resistirse mucho tiempo antes de que su boca fuese tomada de nuevo.

Taehyung lo besó con ansias, un beso muy diferente al que le dio de camino a palacio; lo tenía completamente pegado a su cuerpo y su diestra se perdia entre el manto de cabellos azabaches. Entonces, de repente, cuando su lengua trataba de avanzar dentro de su boca, Jungkook se prendió de él con todo lo que le daba su furia y terminó el beso con un mordisco áspero y cruel que desgarró el labio del príncipe, dejando su boca sucia de sangre. Escupió al piso cuando Taehyung lo liberó y fue su turno de sonreír mientras este se limpiaba la sangre con la manga de su camisa.

—Acepto que me tiene en sus manos, Alteza —le dijo, volviendo a la cama resignado. Taehyung lo miraba fijamente. —El problema será ahora... qué tan bien podrá lidiar con una presa tan salvaje como yo.

Continuará...

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