Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Promesa rota

El rey Jungkook, último miembro de la casa real del esplendoroso reino de Joseon, surcaba la explanada con la sencillez y el afán de un plebeyo. Las ráfagas de viento golpeaban sin misericordia la pálida tez de su rostro y agitaban los pliegues de su ropa oscura, mientras sus cabellos trataban de llevarle el ritmo al resto de su cuerpo, separados éstos como un abanico agitado por el viento.  

La cinta de su frente estaba más radiante bajo los destellos del sol de la tarde; la inscripción en letras doradas y lenguaje divino se resaltaba soberbia ante cualquiera que pudiese verla y comprenderla. Sin embargo, en aquel momento, desde aquella meseta  infinita y silenciosa, no se divisaba ninguna otra presencia además de la suya.

En ese momento, la agonía y el miedo acrecentaban la hermosura de sus facciones, y sus cejas, se levantaban unos milímetros más de lo habitual cuando el doncel entrecerraba los ojos para evitar los rayos de sol. El silencioso trayecto, lejos de tranquilizarlo, imprimió mas inquietud en su ya de por sí aturdido espíritu. Bien sabía él, por experiencia propia, que las aguas mansas solo eran el preludio de la más furiosa de las tormentas.

Aferró un poco más las riendas del caballo y meditó a profundidad acerca de lo que estaba haciendo. ¿Qué sentido tenía todo aquello? ¿Por qué apenas enterarse de que Taehyung podía encontrarse en peligro había salido disparado como loco en su búsqueda? ¿Acaso así solían actuar los enamorados? ¿Era requisito del amor hacer perder la razón a sus víctimas?

Recordó, como un lejano sueño, el día en que fue informado de la partida de Jin Goo. Recordó que al principio solo le había parecido una broma de mal gusto, pero recordó también  que después de confirmar que, en efecto, la partida de su mentor era una realidad, su corazón se había estremecido de pena y dolor. Recordó que había dolido mucho, pero recordó también que en aquella ocasión nunca pasó por su mente, ni por un instante, la idea de salir a buscarle.

Entonces ¿Por qué con este príncipe loco solo le bastó oír las noticias de ese esclavo para no dudar en robar uno de los caballos de los establos y salir a prisa en su búsqueda? ¿Por qué la idea de perderlo le era mil veces peor que la certeza de haber perdido a Jin Goo años atrás?

Tocó su pecho en ese sitio donde los Joseonanos decían que se encontraba el alma. Sintió su corazón galopar a la misma velocidad que el corcel sobre el que iba montado. Era la primera vez que latía a un ritmo semejante, y también era la primera ocasión que sentía que estaba a punto de saltarle fuera del pecho.

Taehyung se hacía llamar su esclavo, sin embargo para él, en aquel momento, su adorado príncipe era un Dios en el cual desbordaba toda su fidelidad y sumisión. Por fin había encontrado un nuevo dueño, un ser que pudiera devolverle los sentimientos que en él depositara.

No era justo pasar su vida sirviendo a una Diosa y a una piedra que no lo veían más que como a un prisionero. Toda su vida fue un monarca sometido bajo el yugo de un cruel destino no elegido, y así lo había aceptado y lo había seguido sin rechistar.

Pero ya no más.

De ahora en adelante, él decidiría el rumbo que tomaría su existencia. Taehyung le había hecho conocer un sentimiento al cual no estaba dispuesto a renunciar, porque no era lo mismo aceptar ser ciego cuando se nacía sin el don de la vista, que cuando se tenía la dicha de ver, aunque fuera por pocos instantes, la belleza de los colores.

Jungkook había visto la belleza del amor, uno al cual no pensaba ni quería renunciar. Nunca más.

¿Qué pasaría ahora con su promesa? ¿Cómo se tomaría SiKje su rebeldía? Se preguntó, sin embargo ¿Habría algún castigo para él, o peor aún, para su amado Taehyung? Según el libre albedrio no, pero también era cierto que cada acto tenía sus consecuencias y eso era algo a lo que ni el más grande soberano podía escapar. ¿Cuál sería la consecuencia de incumplir con su promesa?

Frenó en seco y comenzó a llorar ¿Qué promesa? Se preguntó a sí mismo. Él nunca había prometido nada. A él solo se le había participado de ello cuando tuvo la edad suficiente para comprenderlo. Nadie le preguntó su opinión, no le dieron la posibilidad de negarse; no tuvo alternativa. Era una orden divina dada directamente por la Deidad más sagrada y eso era suficiente para cortar sus alas de raíz sin importar el hacerlo sangrar de por vida.

Con el dorso de su mano secó sus lágrimas y alzó la cabeza divisando ya la fachada poderosa de la morada de su cruel dueña: la Diosa SiKje.

Por muchos años, había considerado a aquella Diosa una Deidad magnánima y justa, pero en su última visita al templo, el día de su secuestro, cuando le confesó que solo lo había mantenido casto para evitar que tuviera descendencia y poder acabar con su pueblo, la odió; la despreció como a nadie y aunque su inmenso sentido del respeto a lo sagrado le reñía por tan infames pensamientos, como humano, no había podido evitar flaquear ante la rabia, ¿Qué culpa tenía su pueblo en todo esto?

Elevó un poco más el mentón mirando la cúpula del templo en cuya punta se alzaba una luna menguante. La fase de la luna representaba a la perfección la forma como se apagaba definitivamente la fe ciega que durante tantos años había avivado.


El esclavo terminó de acomodarle los almohadones. Jimin se vio por fin enfundado en su disfraz de doncel embarazado. El atuendo consistía en una camisa holgada hasta la cintura, mangas largas y puños cerrados. Sobre la camisa se ajustaba una especie de mameluco largo, con tiro ancho, sujeto en los hombros por dos delgadas correas. El tejido de lana de la camisa y la pana del mameluco debían ser suficientes para mantenerlo resguardado del viento frio que el otoño sembraba en Joseon con más intensidad que en Koryo.

—Luce usted convincente, alteza —sonrió el sirviente con una mueca cómplice en su boca. Jimin miró el falso vientre disimulando una mueca de desagrado. De forma casi juguetona palpaba la barriga, constatando que estuviera lo suficientemente tensa como para no ser descubierto en caso de que algún osado, de esos que nunca faltaban, se le diera por acariciarle el vientre. Se miró al espejo colocándose de medio lado. Se notaba mucho más el simulado estado con ese ángulo. Pensó por un momento que su barriga era real y se estremeció de disgusto. La sensación que le brindo el pensamiento de estar embarazado fue absolutamente desagradable.

—¿Se siente cómodo, mi señor? —preguntó el esclavo. Jimin se apartó del espejo y asintió. Si debía usar ese disfraz para poder acompañar a Yoongi a Joseon, lo haría. Se aguantaría la incomodidad tanto física como moral que ese atuendo le ocasionaba.

Después de haber decidido acompañar a Yoongi en su tarea de espionaje, no le fue tan fácil convencer  a su padre y a Namjoon.  La verdad era que aun no los había convencido del todo. Al rey Jung Hyung solo lo satisfizo el hecho de que Jin Goo resolvió a última hora viajar con la pareja, mientras Namjoon, a quien ni Yoongi, ni Jin Goo le despertaban confianza, optó por ensañarse con su recamara destrozándola por completo.

Fue Jin Goo quien en últimas tuvo que intervenir para frenar la pataleta del príncipe.

“En vez de hacer chiquilladas deberías estudiar para incrementar tus poderes legeremanticos” le había aconsejado, agachándose para recoger uno de los libros que yacían desparramados por el suelo. “Estoy seguro que pronto ese poder tuyo nos será de gran ayuda”.

Gracias a las diosas, Namjoon decidió escuchar las palabras del Joseoneano. Una vez enfriados sus nervios, retomó sus estudios atrasados desde hacía meses a causa de sus andadas con Taehyung. Por más tedio que le diera ponerse a leer manuscritos antiguos, debía reconocer que la legeremancia podía ayudar muchísimo en caso de que se comprobara que la guerra se avecinaba, y él era el más aventajado en esa facultad, sería de gran utilidad para su reino que pudiera leer la mente del enemigo.

Varias horas más tarde, Jung Hyung y los demás se reunieron de nuevo en la sala del concejo. Jimin había llegado luciendo su disfraz y muriendo de vergüenza ante lo ridículo que se sentía. Lo intentó, pero le fue imposible no sonrojarse hasta las orejas cuando los ojos de Yoongi se fijaron en su vientre.

—Te luce —se atrevió incluso a decirle a su ahora esposo, para su mayor vergüenza  y para total disgusto de Namjoon y de su padre.

Hacía apenas un par de horas, Jimin y Yoongi se habían casado. Realmente no fue una boda, solo la redacción de un contrato matrimonial que ambos novios, un par de testigos y Jung Hyung firmaron apresuradamente ante el escriba y el sacerdote real.

Lo poco romántico de la ceremonia no logró amedrentar la resolución de los contrayentes, quienes apenas mostraron un poco de nerviosismo al estampar sus nombres con letra temblorosa. La promesa de una celebración por todo lo alto, una vez que todo aquello se estabilizara, no suscitó mayores emociones en los recién casados, o por lo menos, eso era lo que los nuevos esposos creyeron ver el uno en el otro.

—Ojalá que muy pronto las Diosas los bendigan y sea un bebé de verdad lo que tengas en tu vientre —dijo Hyunjin con una sonrisa. A Jimin, sin embargo, no le cayó en gracia el comentario y lo devolvió con acidez.

—Yo espero que tú seas el bendecido, a mi no me interesa la maternidad.

Aquello no hubiese tenido nada de raro. Una vez casados, los donceles podían acudir a sus facultativos para tomar precauciones o aumentar la fertilidad. Por lo general, los consortes reales descansaban luego de sus primeros dos partos, pero había quienes a pedido de sus propios esposos, decidían no parir el primer año de matrimonio.

El problema era que Hyunjin, no estaba casado aún con Namjoon. No se vería bien que un jovencito soltero estuviese tomando medidas de ese tipo cuando se suponía debía estar viviendo en castidad. Pero a Hyunjin no le importaba eso. Él sabía cómo preparar esas pociones o conseguirlas por medio de Seokjin. Si no se había cuidado, ni lo pensaba hacer, era porque ya había llegado a un acuerdo con Namjoon. Serían como esposos incluso antes de casarse, pues la recién terminada menarquía de Hyunjin le imponía una espera de varias semanas antes de poder ir al altar.

Fue por este motivo que Namjoon y Hyunjin no pudieron casarse ese día, al tiempo que lo hacían Jimin y Yoongi. Sin embargo, quedó claro para todos que ambos ya eran como esposos; solo faltaba que Namjoon cumpliera su promesa desposando a Hyunjin cuando se cumpliera el tiempo estipulado por los sacerdotes.

—¿Qué pasa? Te has quedado muy callado —preguntó Jimin.

—No pasa nada —respondió  Hyunjin y se sentó en la mesa del concejo junto a su hermano. En ese momento, Seokjin se dispuso a hablarles a todos. Hyunjin, con un asentimiento de cabeza, lo autorizó a contar lo que ambos habían descubierto.

—Antes de que Su majestad Yoongi y su Alteza Jimin partan con rumbo a Joseon, hay algo que queremos compartir con ustedes —anunció de forma lúgubre. —Si bien, es sabido por todos ustedes que Su Majestad Woo Seok aún no despierta, hay algo que a Hyunjin y a mí nos ha dejado muy intrigados.

—Por la gracia de Johary, ten la bondad de decirnos de que se trata —suplicó Jung Hyung.

—Por favor, ¡Habla! —le apoyó Namjoon.

Seokjin asintió.

—Hay una frase misteriosa que su Majestad no deja de repetir en medio de sus delirios. La dice cada vez que entramos a revisarlo, y cada vez con más angustia.

—“Yoongi, Yoongi ¿Qué hemos hecho?” —Hyunjin miró inquisitivamente al mencionado. —Eso es lo que Su Majestad no deja de decir.

El salón quedó en silencio.

Yoongi estaba tieso como una estatua. Namjoon y Jung Hyung lo miraban con interrogación.

—¿Mi mamá conocé a algún otro Yoongi, padre? —le preguntó Namjoon a Jung Hyung.

—Lo dudo —respondió este, mirando de nuevo al Jaeniano. —Yoongi, explícate.

Todos los rostros viraron sobre él, exigiendo una explicación. Yoongi miró uno a uno los rostros que le escrutaban; sus manos sudaban copiosamente. De inmediato, recordó aquel horroroso día; había intentado ocultar aquello por todos los medios pero no lo había logrado. No estaba seguro, pero presentía que la violencia del huracán, la enfermedad del rey consorte Woo Seok y la invasión a Kaesong eran resultado de la horrenda noche en que él y Woo Seok osaron desafiar a SiKje.

—Nosotros… Su Majestad Woo Seok y yo…

—¿Fueron ustedes, verdad? ¿Ustedes la robaron, cierto? ¡Hable, Majestad! —Jin Goo  tomó la palabra para asombro de todos. Su rostro lucía enojado, las facciones que hasta el momento se había cuidado en ocultar tras una mascarada de cordialidad, se habían deformado ahora.

Yoongi se aventuró hacia la ventana, respirando a bocanadas. Los recuerdos de aquella noche lo golpeaban como la espada al escudo antes de la batalla y ahora Jin Goo, y muy seguramente Jungkook, lo sabían todo. Aunque el primero hablaba de un robo.

¿Cuál robo?

—No sé. ¡No sé de qué están hablando todos ustedes! —trató de eludirse. Pero fue inútil. Jin Goo se paró de su asiento y en tres zancadas estuvo a su lado tomándolo por los hombros.

—¡No mienta! ¡Usted no puede engañarme! ¡Hable! ¡Cuente como es que usted y el rey consorte, robaron la amatista de plata! ¡Cuente como supieron de la existencia de esa terrible piedra!

Yoongi se echó a temblar. A leguas se notaba que los únicos que seguían el hilo de esa conversación eran él y Jin Goo; el resto de los presentes esperaban una explicación pronto.

—No robamos la piedra —aseguró casi sin voz. —Su majestad Woo Seok llegó a tenerla en sus manos pero nunca  la sacó del templo. Ni yo tampoco. ¡Lo juro!

—Pero ¿cómo es posible? —Con un gemido, Jin Goo soltó a Yoongi. Por más extraño que le pareciese aquello, algo en la mirada del muchacho le decía que no mentía. —Hable —pidió entonces. —Tenga la bondad de explicar a detalle todo lo que ocurrió aquella noche, sin omitir detalle. Hable porque quizás en sus labios pueda estar la salvación de su Majestad Woo Seok, y sabrán las Diosas de cuantos más.

 Yoongi asintió y ambos volvieron a tomar asiento.

—El rey Woo Seok me pidió ayuda —comenzó a narrar el Jaeniano luego de pasar un trago de vino. —Él me escribió a Jaen. En ese momento no me encontraba en el palacio real, pero uno de mis concejeros envió la carta hasta la residencia donde me encontraba.

—¿Ayuda para qué? —preguntó Jung Hyung.

—Ayuda para vengarse —respondió Yoongi con firmeza, —vengarse de usted.

Jung Hyung palideció. No era nuevo para él descubrir el resentimiento que su marido le guardaba, pero jamás hubiera pensado que tal rencor hiciese a Woo Seok perder la cabeza de esa manera. De Yoongi, en cambio, sí podía creerlo. Él lo odiaba por el romance que había mantenido con su mamá, y su odio era palpable en cada mirada.

—¿Vengarse de mí? —preguntó entonces con un extraño temblor. Pero Jin Goo cortó aquel asunto pasando al punto que le interesaba.

—Díganos cómo supo el rey Woo Seok acerca de la amatista de plata. ¿Cómo se enteró de eso?

Yoongi se encogió de hombros. —Eso no lo sé ¡Lo juro! Su Majestad Woo Seok nunca me contó eso. Yo mismo no supe de esa piedra hasta cuando la vi con mis propios ojos.

—¿Está diciendo que se apresuró a ayudar a su Majestad Woo Seok, sin conocer sus planes ? ¿Solo porque sí? —interrogó Jin Goo.

—Así es —esta vez Yoongi contestó sin dudar. —El odio que Woo Seok siente por Jung Hyung es compartido por mí. Ambos lo odiamos infinitamente.

Un montón de voces se alzaron en el salón.

 —¿Cómo? ¡¿Qué es esto?! —exclamó Jimin.

—¿Qué está sucediendo aquí? —se ofuscó Namjoon. —¡Dejen de hablar entre líneas!

—¡Ya basta! —gritó Jung Hyung. Su copa de vino quedó volcada sobre la mesa y el rey se puso de pie, rígido de exaltación.

—¿Conspiraste contra mí con ayuda de mi marido? —cuestionó señalando ferozmente a Yoongi.

—Así es —respondió él. —Woo Seok dijo que tenía la forma de hacerle pagar por todas sus culpas, Majestad. Que por fin había llegado el día de la venganza.

Jung Hyung cayó pesadamente sobre su asiento. Parecía un fantasma.

Jin Goo tomó la palabra de nuevo. —Ya veo —frunció el entrecejo cayendo en cuenta de algo. —El robo de la amatista coincidió con el rapto de Jungkook. Así que lo que Su Majestad Woo Seok esperaba era que Jungkook estuviera fuera del juego para poder robar la piedra.

—Sí, así fue —aseguró Yoongi. —Pero repito… nosotros no la sacamos nunca del templo.

—¿El príncipe Taehyung tiene algo que ver en todo esto? —quiso saber Jin Goo.

—No —negó Yoongi.
—Ahora permítanme, les contaré todo con lujo de detalles. Necesito aliviar mi conciencia. 

La noche del secuestro de Jungkook era el día clave para que se realizara el robo de la amatista. Woo Seok no sabía con exactitud cuántos días lograría Taehyung tener en sus predios al rey Joseoneano, así que era mejor no desperdiciar ni un segundo.

Escribió rápidamente un recado a Yoongi citándolo en las fronteras con Joseon, a pocos kilómetros del templo de SiKje. En su mensaje eran poco explicitas las intenciones de ese encuentro, pero la seductora propuesta de destruir a un enemigo en común, sumada a la culpabilidad que sentía Yoongi por lo sucedido con Jimin, fueron decisivas para que el entonces futuro rey de Jaén aceptara la propuesta de entrevistarse con aquel rey extranjero.

Se encontraron a la hora estipulada en las afueras del templo. Luego de las explicaciones pertinentes, Yoongi tuvo claro que Woo Seok odiaba a Jung Hyung tanto como él, y por tal motivo no dudaría en ayudarle; aunque fuese realizando un acto vandálico en un templo sagrado.

Sin embargo, las cosas no serían tan fáciles. Cuando se disponían a entrar, un jinete, camuflado por todas las ventajas que la noche proporciona, se precipitó hacia ellos.

Como ambos habían ido sin guardia, rápidamente lograron esconderse tras unos arbustos muy bien poblados, y desde allí vieron a un hombre descender de la cabalgadura y dirigirse a las puertas del templo. Minutos más tarde, las puertas de la edificación volaban en mil pedazos, hasta el punto de que varios fragmentos incandescentes llegarán a pocos metros de donde ellos se refugiaban. Entonces, vieron al hombre desaparecer tras el umbral y adentrarse en lo profundo del templo.

Solo cuando estuvieron seguros de no ser vistos, salieron de los matorrales.

—¿Quién es ese sujeto? —preguntó Woo Seok, alterado. La presencia de ese hombre no estaba en sus planes.

Es Eun Woo, uno de los concejeros reales del rey Jungkook —respondió Yoongi quien reconoció al hombre tras haberlo visto en varias reuniones políticas celebradas en el palacio de Joseon.

Pues más le vale que venga a rezar, porque si viene a lo mismo que nosotros entonces, muy pronto, se reunirá con SiKjeSin más dilaciones, Woo Seok sacó un puñal plateado del interior de su capa. Yoongi se sorprendió tratando de arrebatárselo, pero el otro hombre no se lo permitió, oponiendo resistencia.

—¡Déjeme, Yoongi! He llegado demasiado lejos ya como para retroceder. Además, si ese hombre piensa robarle a su propio rey, considero que no es alguien que merezca nuestra piedad.

Por unos instantes Yoongi lo miró dubitativo. Su mano apresaba la muñeca del doncel, pero los ojos de éste mostraban tal resolución que el varón optó por liberarlo y dejarlo actuar a placer.

Se asomaron cuidadosamente, observando el esplendor del templo. Al igual que a Eun Woo, la solemnidad de aquel lugar los embrujó algunos instantes, desplazándolos a un universo de magia y luz; un mundo irreal, muy lejos de la oscuridad de sus corazones.

Era un lugar divino, se repitieron mentalmente; un sitio indigno de personas corruptas como ellos. Pero en esos momentos, ninguno de los dos tenía la intención de imitar a seres supremos. Solo querían dejar fluir sus deseos mundanos para encontrar, a medias, un atisbo de paz, misma que solo podía proporcionarles la revancha.

Con sigilo, entraron despacio; cuidándose bien de no ser vistos por el concejero de Joseon. En ese momento, una ventisca helada los estremeció, llegando también hasta donde se hallaba Eun Woo. Woo Seok miró de soslayo a Yoongi, éste asintió levemente, dando con ese gesto su consentimiento de atacar.

Entonces, Woo Seok lo hizo: perfiló su diestra, agudizó su puntería y sincronizó su lanzamiento con el momento justo en que Eun Woo giró su cuerpo en dirección a ellos.

El puñal giró y giró a través del silencio del templo, perforando el pecho de aquel infeliz. Eun Woo cayó al suelo sin tener la satisfacción de ver quién había osado arrebatarle la felicidad. Su mano, perdió el control que momentos antes tuvo sobre su amado tesoro y la amatista rodó.

Woo Seok se aproximo a recogerla con su mano enguantada, cuidándose muy bien de no ser visto. Sintió pena por el codicioso concejero que ahogándose en su sangre contemplaba la pintura de la cúpula.

Era una pintura hermosa: Las Diosas llorando en una noche sin estrellas, y sus lágrimas convirtiéndose en humanos. “Diabólicamente sincero es aquel cuadro” pensó Woo Seok en ese momento. Los hombres estaban hechos de sufrimiento.

No es nada... comenzó a decir, pero en ese instante una risa suave que parecía brotar de todos lados sacudió al templo.

—No es nada personal, tengo dueña —dijo SiKje.

El aleteo de miles de mariposas comenzó a resonar. Fue el momento exacto en el que Eun Woo murió. Yoongi y Woo Seok comenzaron a temblar.

—¿Era eso lo que ibas a decir? Querías que pensara que fue Jungkook  ¿Verdad? —preguntó la Diosa.

SiKje —jadeo Yoongi, muriendo de miedo.

—¿SiKje? —se estremeció Woo Seok. Sin embargo, su mano no dejaba de apresar la amatista como si toda la vida hubiese sido suya.

SiKje volvió a reír.

Si, humanos. Soy la Diosa SiKje. ¿Qué hacen en mi templo?

Yoongi y Woo Seok cayeron de rodillas. Las leyendas sobre que Jungkook se comunicaba directamente con SiKje; al igual que lo hacían sus padres, de que la marca en su frente era de procedencia divina, y otras tantas más, parecían imposibles hasta ese momento. Lo que hasta entonces solo había sido considerado por los extranjeros como "arrebatos místicos" de los nobles de Joseon, se volvía en ese momento una aplastante realidad.

—¿Están asustados? —preguntó entonces la Diosa. El batir de alas se volvió una realidad cuando miles de mariposas amarillas salidas de la nada comenzaron a invadir el templo. Yoongi y Woo Seok comenzaron a llorar como niños pequeños. La dulce voz de SiKje los consoló.

Ustedes los hombres, son muy extraños —dijo la Diosa.Me temen a mi cuando a lo que deben temer es a ustedes mismos. A ustedes y a sus rencores. ¿No es así, Woo Seok?

El aludido alzó su rostro bañado en lágrimas. El retrato de SiKje brillaba y de él descendía una luz blanca que se posaba sobre la figura del doncel. Una fuerza interior pareció invadirlo.

Tus rencores son muy fuertes, criatura —dictaminó SiKje; —has matado con tal de satisfacerlos. Dime ahora. ¿Serías capaz de morir por tu venganza?

Yoongi se crispó mirando con horror a Woo Seok. El doncel, a diferencia suya, parecía lleno de una infinita paz.

Si, lo soy.

—Entonces ¿qué pasó? —quiso saber Jin Goo. El relato de Yoongi había terminado y ese punto había quedado en el aire.

—No lo sé ¡Maldición! —se ofuscó frotándose la cabeza. —Después de eso, Su Majestad Woo Seok pareció caer preso de un arrebato místico. Yo traté varias veces de sacarlo de su trance pero fue inútil. Hasta que la luz que salía del cuadro de SiKje no se disolvió, y ese montón de mariposas desapareció, Su Majestad Woo Seok no reaccionó.

—¿Qué dijo cuando salió de ese estado? —preguntó Jimin.

—Dijo "Ya está hecho".

Yoongi se encogió de hombros.

—¿"Ya está hecho"? ¿Solo eso? —preguntó Namjoon.

—Sí, solo dijo eso —afirmó Yoongi. —Después de eso nos fuimos. No me importó saber nada más sobre eso. Supuse que Su Majestad estaba en shock y yo solo quería huir de alli. Cuando finalmente pudimos hablar de nuevo, él me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara, me sonrió y se alejó en su caballo. No volvimos a vernos hasta los funerales de mi padre.

—Eso significa que mi mamá mintió. Nunca fue a ver a ningún pariente moribundo. Fue a reunirse contigo. —La conclusión de Namjoon los sorprendió a todos. Nadie había caído en cuenta de eso pero era verdad.

—¡Es cierto! ¡Es verdad! —señaló Jimin. —Eso fue el mismo día en que volvió de Kaesong. Después de mi supuesto accidente. Mamá supo que Taehyung había capturado a Jungkook y no perdió el tiempo.

El silencio se hizo por breves instantes. Todo el mundo parecía atar cabos. De repente, Jung Hyung se levantó de su asiento y su mirada se clavó en Yoongi. Jimin saltó de su silla.

—Padre... ¡Exijo que expliques por qué mi mamá quería vengarse de tí! ¿Qué le hiciste?

—¡Calla! ¡Insolente! —La voz de Jung Hyung se escuchó como un trueno.
—Y a ti, Yoongi —le señaló lleno de ira. —La sangre que corre por tus venas, la sangre de tu mamá, el único hombre que he amado, me impide colgarte de la muralla más alta del palacio. He cometido tantos errores, irreparables todos, ahora me doy cuenta. Toma a tu esposo, mi hijo y sellemos con él una tregua definitiva entre nuestros reinos. Las Diosas han querido que paguemos nuestros pecados: los míos, con la conspiración de mi propio marido y la deshonra de mi hijo, y los tuyos, con la pérdida de tu hermano. Ahora, vete de mi reino. Sigue odiándome si quieres, pero lejos de aquí. Que no vuelva a ver tu rostro porque soy capaz de matarte.

De esta forma Jung Hyung se retiró. Su marcha al partir era tambaleante, como la de un soldado herido a punto de caer en el campo de batalla. Cuando se hubo retirado, Jin Goo, que era el más consciente de todo lo que sucedía, tomó otra vez la palabra.

—La amatista de plata es una piedra maldita anunció con la solemnidad de un juramento.

—¿Qué? —jadeó Namjoon mirando fijamente al hombre. —¿Qué es lo que ha dicho?

—He dicho que la amatista de plata es una joya maldita —susurró Jin Goo. —Su Majestad Woo Seok está condenado a morir.

Jimin y Namjoon palidecieron a la vez. Jimin se acercó hasta Hyunjin. Parecía un poseso.

—¡Tú lo salvaras! ¡Tú lo salvaras! —gritaba estremeciéndolo. Namjoon lo apartó de su prometido y lo obligó a sentarse, dándole un poco de vino. Jimin se estremeció en brazos de su hermano y un llanto desconsolado lo apresó.

—Tenemos que unirnos y encontrar la amatista de plata —dijo Jin Goo. —Su Majestad Yoongi, usted dice que la piedra nunca fue sacada ni por usted, ni por su Majestad Woo Seok del templo, ¿verdad?

—Así es —afirmó Yoongi.
—Después de salir del trance, Su Majestad Woo Seok colocó la piedra en una cajita de cristal que reposaba bajo el altar mayor. “No la necesitamos” me dijo. “Ya todo está hecho”.

—Entiendo y le creo.

Para sorpresa de todos, Jin Goo los reunió de nuevo en un círculo cerrado junto a la mesa del concejo, acto seguido, les contó con detalle todo lo referente a la amatista de plata.

—Ustedes serán a partir de ahora los aliados de mi rey y señor, Jungkook —afirmó. —Le suplicaré piedad por usted, Majestad Yoongi, a cambio de su servicio por esta causa. Al igual que solicito la ayuda de todos ustedes.

La audiencia afirmó.

—La amatista de plata fue robada, fue sacada del templo —contó Jin Goo.
—Ahora han ocurrido cosas horribles. No puedo estar seguro, pero creo que un ser de corazón oscuro y alma corrupta ha robado la amatista de plata. Creo que la invasión a Kaesong es producto de un deseo concedido por esa joya maldita... y creo también que los demás reinos serán los siguientes en ser invadidos.

Todo el mundo escuchó con atención a Jin Goo. Sus corazones no querían creerlo pero todo aquello tenía mucho sentido. Pactaron en ese momento unirse por esa misión: encontrar la amatista de plata y a su ladrón.

Un rato después, Jin Goo acudió a las caballerizas. Hongjoon, el esclavo que había dejado en Jaén, había regresado. Jin Goo presentía que aquello sería un nuevo problema y no se equivocó.

Con un sonido seco las botas de Jungkook tocaron el árido suelo que rodeaba los alrededores del templo. Ya más cerca, se podía escuchar el sonido de los saltos que en pocos meses estarían congelados.

Entonces lo vio.

Se llevó las manos a la boca, atónito, nada más ver el estado en el que había quedado el templo luego de aquella sacrilega invasión por el robo de la amatista. Aún se veían los restos de madera calcinados de lo que fuera la soberbia puerta del templo más importante de Joseon y la fachada estaba toda arruinada.

Caminó un poco más, con mucha cautela. Tanto silencio no le gustaba para nada, y más al no ver por ningún lado el caballo de Taehyung.

“¿Aun permanecería por esos lares?” Se preguntó. ¿Acaso ya habría regresado al palacio? Había podido tomar otra ruta aunque fuese más larga y por eso no tropezaron. ¿O tal vez...?

Jungkook sujeto con fuerza las solapas de su camisa. No quería ni pensar en que a Taehyung le hubiese pasado algo malo. Detenidamente estudió cada palmo del terreno, milímetro a milímetro, roca por roca, hasta que sus ojos se fueron a estrellar contra un montón de tierra recientemente removida.

“¿Una tumba?” se estremeció, acercándose con paso vacilante.

—Teliref af rin, boricochana piru Joseon, dinjan um gortrai (Aquí yace el traidor de Joseon, descansa en paz, hijo de puta) —leyó en perfecto saguay, por lo que supo que el autor de aquél epitafio no era un campesino. Sonrió cuando descubrió que se trataba de la tumba de Eun Woo y que muy seguramente Jin Goo había sido quien había escrito aquello. Escupió sobre la tumba del traidor y arrugó el ceño; la certeza de una sombra le hizo girarse con premura. Pero fue inútil, no había nadie alli.

Caminó de nuevo hacia el templo. Lo hacía con el sigilo de un felino y siempre con la mano cerca a la espada que colgaba de su cintura. Antes de salir del palacio de Koryo había robado una de los patios de armas, y aunque su nueva arma no tenía una empuñadura de oro, el acero de su filo si que era igual al de la suya.

—Uno... dos... tres —contaba en susurros. El sonido de los saltos mermaba el crujir de las hojas secas bajo sus pies, —cuatro... cinco... —Jungkook volteó. De nuevo vió aquella sombra, estaba seguro. Su corazón saltó en su pecho. —Seis... siete...

El grito de Jungkook quedó ahogado por la mano que cubrió su boca. Se retorció desenfundando su espada, pero la voz, dulce y suave de Taehyung, lo calmó.

—¿No dejas de ser una fierecilla, verdad? Aunque parece que soy el único que te puede capturar.

—¡Taehyung! —Jungkook saltó a los brazos de su amado apenas éste lo soltó. No pudo evitar que se le saltasen algunas lágrimas por la dicha de verlo en una sola pieza. —¿Estás bien?

—Aquí no, no es seguro, entremos —le respondió el Koryano tomándolo de la mano. Rápidamente entraron al templo y una vez allí, besó los labios de Jungkook con intensa premura.

—Tesoro... mi amor ¿viniste a buscarme, no es verdad?

—Taehyung, han sucedido muchas cosas horribles —informó rozando las sonrosadas mejillas de su principe. —Es peligroso estar aquí.

Con cuidado, Taehyung se separó del abrazo de Jungkook, un suspiro profundo salió de su pecho y pareció hacerle trastabillar un poco.

—Lo sé —dijo instantes después, con la preocupación clavada en la voz. —Sé que los Yurchianos han invadido a Kaesong, unos campesinos me lo dijeron cuando pasé camino al templo. Pero eso no es lo peor.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —Jungkook no entendió la gravedad de las palabras de Taehyung hasta que vio como el Koryano cojeaba hasta sentarse de espaldas contra una de las vigas del templo. Ahora veía que una de sus piernas sangraba y una tira de tela le detenía la hemorragia.

—Jungkook.

—¡Por las Diosas, estás herido! —exclamó el susodicho sentándose junto a él. —Déjame ver eso —pidió destapando la herida. No era muy profunda y la hemorragia se había detenido, pero se veía bastante fea.

—¿Jungkook, me amas? —preguntó Taehyung tomando al doncel del mentón. Jungkook notó la turbación en su mirada, junto a un brillo anhelante, sin embargo, prefirió resistirse a la caricia.

—Este no es momento.

—No. Este es justo el momento perfecto —el príncipe sacó un trozo de papiro del bolsillo de su camisa. —Este mensaje estaba clavado junto a un árbol en mitad del camino. Creo que los Yurchianos están dejando mensajes por los caminos. Esta nota está escrita en Yurchiano antiguo, me lastimé la pierna mientras la desprendía a galope del árbol donde estaba clavada.

Jungkook tomó la nota pero no entendió ni una sola palabra.

—¡Malditos Yurchianos! —se ofuzcó —¿Qué es lo que pretenden?

—¿Crees que son los ladrones de la amatista de plata? —preguntó Taehyung, quien ya sabía todo lo concerniente a esa piedra por boca del mismo Jungkook.

—Estoy seguro —respondió el rey. —Pero no se qué más quieren ahora. —Jungkook echó un vistazo hacia la caja vacia donde otrora permanecia la amatista. Se paró y se dirigió hacia ella, mirando el oleo de SiKje en lo alto del altar. Miró a su Diosa sin el vehemente misticismo de antaño, pero con igual aprehensión. Después de comprobar que la joya, en efecto, ya no estaba allí, volvió junto a Taehyung.

Fue en ese instante cuando los oyeron.

—¡Por las Diosas! ¡Vienen hacia nosotros! —Jungkook y Taehyung escucharon lo que parecía ser un pequeño batallón que se acercaba al templo. De prisa, Jungkook ayudó a Taehyung a ponerse de pie y lo sostuvo por la cintura.

—¡Escóndete, mi tesoro! —suplicó Taehyung.

—No voy a dejarte —jadeó Jungkook prácticamente arrastrándolo. Al final ambos lograron refugiarse tras una pared que consideraron segura. —Aquí estaremos a salvo —dijo Jungkook escuchando como la tropa entraba al templo.

Los Yurchianos entraron revisándolo todo y acercándose hasta el altar que prácticamente destrozaron.

Uno de los soldados dijo el nombre de una aldea de Joseon, la más cercana al templo donde se hallaban. El pavor de Jungkook al escuchar el nombre de su aldea fue tanta, que sin querer dio un respingo lastimando la herida de Taehyung.

—¡Ay! —se quejó éste alertando a los intrusos. Jungkook detuvo la respiración pegando su rostro al de Taehyung; sus alientos chocaban y sus labios se rozaban. Dos Yurchianos pasaron a escasos pasos de ellos, pero no los vieron. Tal como había asegurado, aquel refugio era muy seguro.

Por casi veinte minutos los Yurchianos recorrieron el templo buscando algo que no encontraron. Pasado ese tiempo se largaron y el silencio volvió a hacerse presente en la edificación. Jungkook y Taehyung respiraron de nuevo y salieron del escondite.

—¡Por las Diosas! ¡Debo alertar a mi aldea! ¡Esos hombres planean atacarla! Van a invadir a Joseon tal como hicieron con Kaesong.

—¡Jungkook, espera! —Taehyung lo tomó del brazo y le detuvo.

—¡Pero, Taehyung!

—¡Pero nada! Tesoro, ¿no lo acabas de ver? Los Yurchianos han entrado a nuestros reinos. Si vas allí ¿cuáles crees que sean las posibilidades de que llegues vivo? Te matarán antes de que cruces la frontera.

—¡Pero, mi gente! —Jungkook sentía tanta impotencia que resoplaba. Taehyung lo tomó entre sus brazos y lo arrulló; la herida de su pierna volvió a punzar con violencia por lo que Jungkook lo sentó con cuidado, esta vez junto a la pila bautismal donde lo habían consagrado a SiKje.

—Déjame ver —solicitó quitándole la camisa para cambiar el vendaje mojado por uno nuevo. Una vez listo, Taehyung lo recostó sobre su pecho, entre sus piernas y lo consoló.

—Tienes un gran ejercito, tesoro. Estoy seguro de que tus hombres podrán defenderse bien de la invasión, mientras tu tomas el control de nuevo. No es seguro que abandonemos el templo antes del anochecer, la oscuridad nos ayudará a camuflarnos y tomaremos un atajo que conozco.

—¿El atajo que tomaste el día que me capturaste? —Jungkook lo miró. No habia reproche en sus palabras, solo curiosidad.

—Ese mismo —sonrió Taehyung. —No dejaré que te pase nada, mi vida. Lo prometo.

No se necesitaron más palabras. Los labios de Taehyung impactaron con templada violencia sobre los de Jungkook, sus cuerpos reaccionaron de forma inmediata; la mirada del doncel, llena de expectación, era igual a la que siempre ponía cuando sembraba sus rosas negras en el jardín de Joseon; era el mismo gesto lleno de esperanza e ilusión, mismo que mutaba a la decepción al verlas reacias y obstinadas en no crecer.

Pero ahora era distinto. Con Taehyung, todo sería distinto, pensaba él. Su príncipe no iba a pasmarse a mitad de camino, el amor que sentían, floreceria para no marchitarse jamás. Los inviernos de soledad habían terminado; a su corazón por fin llegaba la primavera.

—¡Taehyung, estamos en el templo! —recordó entonces con horror, asustado ante lo inevitable. Sin embargo, Taehyung no iba a ceder esta vez. ¡Ya no más!

—No tengo miedo de SiKje —dijo recostandolo sobre la piedra caliza —Si SiKje te llevará al paraíso, hasta allá iría para arrancarte de sus brazos.

—¡Calla, maldito blasfemo! —jadeó Jungkook mientras su corazón latía con violencia.

Taehyung calló, pero lo hizo porque su boca fue apresada por un beso. Jungkook ya no quería luchar más contra aquello que sentía por su príncipe. Si seguía pensando, si seguía temiendo, iba a ser siempre un cobarde. Aquello estaba mal, estaba rematadamente mal, pero por una vez en su vida era así como quería hacer las cosas.

En pocos minutos estuvieron desnudos. Taehyung besaba los delgados labios de Jungkook bajando hasta su mentón y hundiéndose en el ángulo de su cuello; un hilo de saliva se deslizó por la comisura de sus labios, mojando la piedra, se acomodó entre las piernas del doncel, separándolas con suavidad; su lengua experta castigaba los pezones erectos. Notó entonces una humedad entre sus piernas.

—Estas mojado —le dijo después de un lánguido beso. Su mano se deslizó sobre el terso abdomen y palpó entre los muslos de su amante. Jungkook dio un respingo.

—Tú también —sonrió llevando su mano hasta el miembro de Taehyung. Sus mejillas estaban tan rojas como una flama y sentía su piel hervir.

—Mi amor... te amo tanto.

Taehyung agachó la cabeza y la metió en la zona de la humedad. Su boca y su lengua se enredaron en ese
miembro a medias erguido y le acariciaron en toda su extensión. Jungkook jadeo con fuerza, su espalda se separó de la piedra y su mirada se nubló. El placer era tan fuerte que sentía como si le dieran latigazos. Si el precio de su deleite iba a ser proporcional a su gozo, le esperaba una agonía muy intensa.

—¡Taehyung! —exclamó en un sollozo. La boca que le poseía era cálida y atenta; sutil y delicada como el rocío. —¡Taehyung! —volvió a exclamar, y esta vez su esencia más íntima llenó la boca del varón. Taehyung se apresuró en volver hasta su altura obsequiándole un beso húmedo y amargo, tal cual era él.

—Tu sabor me enloquece —admitió. —Eres adictivo.

—Pero soy amargo —replicó Jungkook. —Cómo un veneno.

—El que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe dulce —contestó el príncipe.

Se volvieron a besar. Entonces, Jungkook se puso sobre Taehyung y se ubicó entre sus piernas. Él pensó que su tesoro quería volver a tomarlo como siempre pasaba, pero esta vez algo diferente sucedió. Sin pensarlo siquiera, Jungkook se metió entre las piernas de Taehyung, temblaba pero no se echaría para atrás; quería ser suyo, suyo por completo.

—Tesoro —susurró Taehyung, aturdido. La boca de Jungkook capturó su miembro, erguido como un pilar de aquel templo profanado. Taehyung se recostó dejando que explorara por su cuenta; empezó a sudar a pesar del frio que se filtraba por las paredes a medida que el sol se ocultaba, sus dedos se enredaron en la cabellera negra y tiraron un poco de ella. Se sentía en la gloria.

—¡Oh, diosas! —blasfemó. Los labios de Jungkook temblaban y dudaban pero eran suaves como el pétalo de una flor, y su boca. ¡Diosas, su boca! —Tesoro, estoy a punto de...  —advirtió, pero Jungkook no lo escuchó o hizo como si no lo escuchara, pues no retiró su boca del miembro que apresaba, y la esencia, dulce y cálida de Taehyung, se escurrió en su boca.

—Sabes a miel —dijo instantes después, incorporándose. Taehyung lo recibió entre sus brazos y se volvieron a besar.

El resto de la tarde lo dedicaron al placer.

Taehyung se propuso a conciencia preparar bien el cuerpo de Jungkook. En medio de aquel lugar sagrado lo acarició, descubrió de nuevo cada centimetro de su piel, bebiéndolo palmo a palmo con los ojos y con la boca.

—Taehyung, no quiero perderte nunca. Te amo.

—Y yo a ti, tesoro de SiKje.

Jungkook suspiró profundo al sentir la mano de Taehyung alcanzando ese lugar entre sus piernas. El Koryano escupió sobre su mano y humedeció su miembro. Estaba listo de nuevo, listo para el momento para el cual sentia que había nacido.

El cuerpo de Jungkook estaba listo y anhelante. Con cuidado, Taehyung se acomodó y se empujó dentro de el. El doncel lo mordió en el lóbulo de la oreja y ambos gritaron.

—Calma, —gimió Taehyung, controlando su ansiedad.
—Hemos nacido para este momento, mi vida —dijo antes de empujarse por completo en su interior.

Sus cuerpos quedaron unidos del todo. Una lágrima resbaló por la mejilla de Jungkook pero Taehyung la bebió antes de que cayera a tierra. Jungkook levantó una pierna con cuidado de no lastimar la herida de su pierna, quien se había resentido varias veces por el dolor. Taehyung le besó el cuello y los labios. La humedad de sus caricias era totalmente lasciva.

—Duele... pero es tan delicioso... —sollozo Jungkook, lleno de deseo.
—¡Oh, Taehyung!

Entonces, Taehyung se entregó por completo a una cabalgata imparable. Jungkook se arqueó de forma instintiva y los jadeos de ambos llenaron el templo. El roce de sus pieles era tan fuerte como el ácido, el calor era abrasante, el deseo era implacable, todo era absolutamente abrumador.

Taehyung mordió un muslo tenso y besó los labios húmedos y jadeantes de Jungkook y él le mordió los labios y le apretó el trasero. El dolor que sentían se justificaba con creces, pues detrás de él se hallaba el paraíso, un increible paraíso de éxtasis.

Sus bocas se unieron de nuevo, y se besaron con desespero. Taehyung atrapó el miembro punzante de Jungkook y lo acarició. El doncel se arqueó de nuevo, con el placer poseyéndolo por todos lados, como un feroz enemigo.

Jadeo alto, como un moribundo y entonces estalló. Taehyung le tomó del mentón y lo beso. Su orgasmo también llegó al momento, tórrido y brutal.

Las sensaciones en su piel eran tan intensas que Jungkook pasó por inadvertido aquel calor en su frente, el tatuaje que había puesto allí la Diosa SiKje como una marca de su propiedad, se había desvanecido, la promesa estaba rota, Jungkook ya no era el tesoro de SiKje.

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro