La Diosa SiKje
Sumido en el mayor dolor que hubiese sentido jamás, Jungkook escuchó finalmente el llanto de su primogénito. La culpa y la angustia le carcomían tan adentro que podía sentir, incluso, como si aquella espada que había puesto fin a los días de Jin Goo, realmente estuviese clavada en su pecho. Sollozó largo y tendido casi que ni dándose cuenta de que Jimin era quién frotaba su cabello, como un año atrás lo consolara él cuando el entonces príncipe Koryano, le confesara asustado a Namjoon lo que Yoongi le había hecho.
Cuando su hijo finalmente fue desprendido de su cuerpo por completo, alzó su cabeza recibiéndolo entre sus brazos. El dolor en su corazón se hizo más fuerte porque ahora también sentía pena por su pequeño retoño y por el hecho de nunca haber mostrado un sentimiento maternal hacia él.
Recordó cómo durante toda su gestación se había arriesgado en multitud de ocasiones sin importarle realmente que algo pudiese sucederle. Incluso, su nueva promesa a la Diosa SiKje, lo había puesto en riesgo de morir junto a su hijo y en ningún momento sintió remordimiento por apostar la vida de su bebé; aunque por suerte, su pequeño había nacido apenas unos pocos días antes de que se cumpliera un aniversario más de su bautizo. No entendía por qué sentía tan poco apego por un ser que llevaba no sólo su sangre sino también la sangre del ser que mas amaba.
Su sangre y la sangre del hombre que más amaba.
Sangre... No, ese niño no tenía su sangre.
¡Por las Diosas!
Jungkook se sintió morir. ¡Eso era! Semejante descubrimiento le hizo dar un respingo. Espantado miró al bebé y entonces pareció comprenderlo todo.
Algo mágico e inexplicable sucedió, sus ojos se abrieron y pudo ver aquello que un ser humano normal no podría ver. Se concentró en el pequeño recién nacido y vió el alma en el interior de aquel pequeño bebé y no era otra que la del hijo no nacido de Woo Seok.
Una lágrima cálida, humana, divina, brillante resbaló por su mejilla y Jungkook sintió como si los oídos se le abrieran, como si delante de sus ojos un gran telón se levantase, como si no fuese aquella pequeña criatura entre sus brazos sino él mismo quién acabara de nacer.
Sin importarle que aún estuviera sangrando, llegó hasta el espejo con el niño en brazos y se miró en el. Ahora se veía tal cual era, el reflejo que le devolvía aquel cristal no era el mismo que llevaba viendo por años. ¡Era otro! ¡Era un cuerpo femenino!
Retrocediendo un paso, apresó más fuerte a su bebé. El cuerpo parecía habérsele quedado congelado de la impresión y el grito que quería salir de su garganta quedó apresado en ésta, a causa del horror. No tuvo fuerzas para nada más, excepto para ver la entrada ansiosa de Taehyung, irrumpiendo en su recamara sin poder soportar un momento más la espera. El príncipe Koryano entró justo a tiempo, ya que no fue más que pusiera un pie dentro de aquella recamara para que viera enseguida como Jungkook caía desmayado de forma estrepitosa y pesada sobre el tapete.
Los días subsecuentes al nacimiento de Yeonyun, heredero en primera línea al trono de Joseon, pasaron con exasperarte lentitud. Ya se habían realizado los rituales correspondientes, tanto al entierro de Jin Goo como al bautizo del príncipe y, sin embargo, todo parecía haberse quedado estático, como congelado en el tiempo.
La gente no entendía del todo qué iba a ocurrir ahora que el rey consorte había muerto y que los Koryanos y Kaesonginos seguían invadiendo sus tierras. Fue por eso que aquella mañana, Jungkook decidió retomar las riendas de su reino. Le habría encantado poder seguir allí encerrado, sufriendo en soledad, pero ya era hora de dar la cara. Por días enteros se había negado a salir de aquel lugar permitiendo sólo la entrada del niñero del pequeño príncipe, que por razones de fuerza mayor debía entrar diariamente a ayudarle con su hijo.
Justamente, en ese momento, aquel doncel se hallaba a su lado y el niño se hallaba pegado a su pecho alimentandose. Sonrió, acariciando la cabecita calva con el pulgar mientras la criatura succionaba golosa su leche. ¡Qué hermoso era! Con esos ojos tan brillantes como los de su padre y su mirada dulce y serena. No había querido alejar a Taehyung tan cobardemente pero necesitaba tiempo para meditar muchas cosas; aún no sentía las fuerzas suficientes para verle sin terminar cediendo a sus deseos. Lo amaba demasiado y ahora, con aquel fruto de su amor entre sus brazos, iba a ser incapaz de decirle que lo de ellos era imposible.
Precisamente se hallaba pensando estas cosas cuando la puerta se abrió súbitamente. Igual a como había sucedido el día del nacimiento de Yeonyun, Taehyung, sin permisos ni miramientos, entró en la habitación y sin muchos reparos tomó al doncel de compañía de un brazo exhortándolo a dejarle solo con su señor.
—¡Taehyung! —exclamó Jungkook viendo cómo, luego de cerrar la puerta, el susodicho se le metía en el lecho —¡Te has vuelto loco!
—¡Por supuesto! —replicó éste abrazándolo fuertemente junto al niño. —Yo estoy loco desde el día en que te conocí.
—¡Ya basta de esto, Taehyung! —volvió a hablar Jungkook. —¿Hasta cuándo vas a entender que ésto nunca podrá ser?
—No lo entenderé nunca, tesoro. Eres la única razón por la que respiro, lo único por lo que lucho y lo único en lo que creo.
—¡Oh, Taehyung! A mi también me vuelves loco.
Tal como lo había predicho, no pudo contenerse. Con furia pasó su brazo libre por el cuello del otro hombre y lo besó sin más contratiempos. No supo por qué pero sintió que toda su vida se resumía en ese momento, que todo lo que había sufrido y pasado estaba bien pagado por poder estar viviendo aquella felicidad. ¡Taehyung había vuelto junto a él! ¡Podía besarlo de nuevo, sentirlo respirar, llorar, jadear y suspirar!
—No llores, amor mío —pidió Taehyung secándole las lagrimas, sin caer en cuenta de que él también lloraba. Jungkook sonrió mostrándole de nuevo al niño, sabía que él ya lo había visto pero quería asegurarse de que supiera que era su hijo.
—Este es Yeonyun, es un doncel como yo, aunque se parece más a su padre que a mí —susurró despegando al pequeño de su pecho para ponerlo en brazos de su padre, —es tu hijo, Taehyung —remató con una mirada anhelante.
—Lo sé, —fue lo único que respondió el príncipe Koryano. —Sin necesidad de que me lo digas ya sabía que este pequeño es hijo mío. Tiene mis ojos —sonrió, —y tiene tu belleza.
—¿Mi belleza? —preguntó entonces Jungkook entristeciendo la expresión. Sin embargo, Taehyung notó su cambio de animo y lo abrazó enseguida.
—Tu belleza no es una maldición, tesoro. —le dijo suavemente. —Es quizás algo divino que sobrepasa el entendimiento de los hombres, igual que lo es el amor... el verdadero amor.
Sonriendo por aquellas palabras, Jungkook abrazó a su príncipe. La inocencia y la pureza del alma de Taehyung, su amor tan puro, parecían algo que realmente era incapaz de corromperse. Sin embargo, él ya no podía arriesgarlo; era demasiado su amor por él y demasiado el riesgo que corrían. Noches atrás lo había descubierto, luego de hablar con el príncipe Hyung Nil.
Sólo dos días después del nacimiento de Yeonyun, Hyung Nil había conseguido entrar a hurtadillas a la habitación de Jungkook. El rey yacía sobre su cama, abrumado y sollozante, pálido como un muerto y extrañamente aturdido.
“Ya lo sabe”, pensó entonces Hyung Nil al verle. Finalmente el rey Jungkook se había percatado de quién era realmente y aquello le había supuesto un trauma tan intenso que quizás hubiese perdido la razón para siempre. Aún así, prefirió no especular locamente; era mejor confirmar con sus propios ojos qué era lo que pasaba por la cabeza de ese hombre, corroborar si la última visión que había tenido era cierta y si él podría ayudarle a resolver sus conflictos y dudas.
—Su Majestad Jungkook —susurró despacio parándose junto a la cama, esperando por una respuesta que nunca llegó. El rey Joseonano parecía estar abstraído de toda realidad y de todo estimulo y lucía como un despojo humano.
Pero Hyung Nil no se rindió.
Quizás sería un poco rudo lo que iba a hacer pero sintió que no le quedaba otra opción para hacerlo reaccionar. Avanzando un paso más llegó junto al lecho del monarca, esta vez lo llamó usando otro apelativo, uno con el cual Jungkook, al escucharlo, si reaccionó.
—¡SiKje! ¡Diosa SiKje! ¿Estás allí?
Jungkook se incorporó de un santiamén sobre el lecho al oir aquel nombre con que era llamado y a Hyung Nil no le quedaron dudas entonces de que estaba ante la presencia de una de las Diosas.
—¡Vaya! —susurró anonadado mirándo fijamente al otro hombre.
—Finalmente lo has descubierto.
—No... —Jungkook se negó a creerlo llorando con increíble desazón y tristeza. Eso que había visto en el espejo aquella noche tenía que ser una alucinación, fruto del dolor y la angustia. ¡Aquello no podía ser cierto! ¡Él no podía ser ella!
—Se que piensas que no es real —le dijo entonces Hyung Nil para su desconcierto, casi como si pudiera leerle los pensamientos. —Yo tampoco lo podía creer cuando tuve la visión, sin embargo, ahora sabes que es real.
Jungkook lo miró fijamente por algunos instantes; luego, desesperado, salió del lecho e hizo lo que durante dos días temió hacer de nuevo, con todo el cuerpo tembloroso, volvió a verse al espejo.
Requirió un gran y apabullante esfuerzo de su parte hacerlo, pero lo logró. Jungkook se ubicó juntó al brillante espejo de cristal, de cuerpo entero que tenía en el fondo de su habitación y se desnudó. Entonces, no pudo reprimir el llanto ante la imagen que vio.
Frente a él no estaba el cuerpo del doncel esbelto y bello que había dominado los cinco reinos, con su mortal sensualidad. Frente a él estaba un ser igual de bello pero bastante opuesto. Frente a él había un ser de caderas más anchas, espalda y cintura más estrechas y pechos más sobresalientes y puntiagudos. Frente a él estaba el cuerpo de una mujer. ¡Frente a él estaba la Diosa SiKje! ¡La Diosa a la que por años le había rendido culto!
Con un gemido se llevó ambas manos a la boca, sollozando de nuevo al ver que la imagen del espejo hacía lo mismo. ¡Aquello tenía que ser un hechizo! ¡o un sueño! ¡Una pesadilla!
—Oh, Hyung Nil, oráculo de Lattifa, dime que no he enloquecido —suplicó temblando de pies a cabeza. —¡Dímelo!
—¡Calma! —Hyung Nil se posó frente a él sujetándolo y justo después se hincó a sus pies empezando a llorar también. —Mi Diosa —comenzó a decir con voz quebrada, —me arrodillo ante ti para dar cumplimiento a la visión que tuve dos días después de la muerte de mi gemelo, en esa visión me veía arrodillado a tus pies y sólo
hasta hace unos días pude entender cómo era posible que me arrodillara ante el asesino de mi hermano.
—¡Oh, Hyung Nil! —Al escuchar aquello, Jungkook se agachó al lado de su acompañante. Juntos lloraron largamente hasta que sintieron sus corazones en calma. Inmediatamente después, Jungkook le pidió ayuda para salir del palacio; debía ir al templo de SiKje lo antes posible. ¡Ya era hora de aclarar las cosas de una buena vez! Fuese lo que fuese que estuviera sucediendo necesitaba una respuesta enseguida; su corazón y su cordura ya no soportaban más sinsabores. Sin importar el riesgo que corriera, sabía que debía salir de sus dudas esa misma noche y así lo hizo.
Hyung Nil logró ayudarlo para que atravesara los patios de armas sin ser visto, pero el resto corrió por cuenta de Jungkook; algo que no le supuso gran problema puesto que conocía perfectamente las salidas secretas de su castillo. No necesitó mucho tiempo para hacerse con un caballo y en cuestión de horas estaba de pie frente a las puertas de su templo.
Jungkook miró el cielo y pausadamente caminó por la nieve que tapizaba el suelo colindante al templo. La noche estaba clara, iluminada por la luna llena, pero también bastante helada. Se arropó con su manto mientras pensaba en si era capaz de hacer aquello. Durante el trayecto hasta allí había meditado bastante y un pequeño dato en el libro de las Diosas le había hecho caer en cuenta de algo, algo que se disponía a confirmar en ese momento.
—¡SiKje, Diosa mía! —exclamó entonces en voz alta una vez que estuvo ante las altas puertas de madera del templo,
—Jungkook tu humilde servidor viene a verte, a pesar de ser tan indigno de ti.
Justo como sucedía cada vez que decía aquella frase, las puertas del templo se abrieron y el brillo enceguecedor de aquella fortificación le iluminó como una revelación.
Jungkook atravesó el umbral llegando hasta el altar donde solía estar la amatista de plata y se postró de rodillas delante del cuadro de SiKje, mostrando su habitual respeto. Estaba tan asustado que cuando ya pensaba que no encontraría fuerzas para hacer aquello, de repente una estocada de indignación y algo de rebeldía invadió su voluntad haciéndole soltar todo lo que llevaba en el corazón.
—¡Ditzha! —exclamó por fin como si hablase con su ultima exhalación.
—Ditzha aparece, pues ya sé que eres tú quien se esconde en este templo. ¡Revélate ante mí! ¡Revélate ante tu hermana SiKje!
Jungkook se puso de pie y esperó, aunque no por mucho tiempo, cabe anotar. A los pocos instantes, igual que como había sucedido la vez en que fueron Woo Seok y Yoongi al templo, el día en que robaron la amatista, el lugar comenzó a llenarse de un polvo amarillo, casi dorado, brillo del cual comenzaron a brotar por cientos y cientos, montones y montones de mariposas amarillas.
“¡Ese era el detalle!” pensó Jungkook al verlas, comenzando a llorar al sentir que algo muy parecido a la nostalgia le llenaba el corazón. Durante los días en que estudió el libro de las Diosas, había leído que la Diosa Ditzha siempre se revelaba físicamente en forma de mariposas amarillas. En ese momento había pasado por alto el detalle y no lo había tomado a consideración. Sin embargo, en ese momento, atando cabos sueltos, dándose cuenta de quién era él y recordando que en la versión de Woo Seok, SiKje se les había presentado en esta misma forma, ya no necesitó pensar más. La Diosa a la que le había rendido culto por años y que se había hecho pasar por SiKje era realmente Ditzha, por eso habían ocurrido tantas tragedias en Jaén, su Diosa estaba ausente, escondida en el templo de SiKje.
—Hasta que finalmente lo has descubierto, mi querida hermana SiKje —La voz dulce y melódica de la otra Diosa se dejo oir por todo el templo. Jungkook daba vueltas en torno a las mariposas que le rodeaban, ahora, lleno de un extraño sentimiento de tranquilidad. Ya no tenía dudas, había reconocido plenamente su divinidad y se congraciaba con ella. No entendía todavía qué razones pudo haber tendido para volverse un humano, pero por lo menos ya no sentia la ansiedad que le producía el no saber quién era.
—Ditzha —dijo en ese momento, acercándose de nuevo al altar —¿Por qué soy un humano? —preguntó así sin más. —¿Por qué bajé a Joseon?
Por toda respuesta, la risa delicada de la otra Diosa se hizo sentir.
—Eso es algo que tú misma deberás descubrir, querida hermana —le respondió la Deidad. —Debes recordar por qué lo hiciste para que puedas recuperar tu divinidad.
—¿Recuperar mi divinidad? —se extrañó Jungkook.
—Así es, SiKje. Jungkook es un ser sin alma, un cuerpo vacío que no debió nacer y altera el mundo de los humanos. Él debe morir y tú debes volver a ser la Diosa SiKje y debes volver con nosotras al paraíso.
—Pero...
—Pero nada —le interrumpió la Diosa.
—Escucha, SiKje o mejor dicho, Jungkook; en este momento, como el humano que eres, no tienes derecho a elegir. Tu destino está escrito a fuego en las estrellas. Desde el día en que decidiste volverte un humano te volviste una ficha más del juego del destino y no tienes opción, debes morir junto a Joseon.
—Pero ¿y el libre albedrío que tienen los humanos?
Ditzha se río casi con condescendencia.
—No tengo que responder eso, pero recuerda que tú no eres un humano —se excusó comenzando a retirarse poco a poco, haciendo que las mariposas fueran aminorando hasta que no quedó ninguna en el amplio salón. —Recuerda por que lo hiciste, SiKje —fue todo lo que añadió a modo de despedida. —No es nada personal, él tiene dueña.
—¡Ditzha, espera! —Jungkook abrió muchos los ojos, al escuchar aquellas palabras, esa era una frase que recordaba usar frecuentemente en sus épocas de Diosa y ahora sabía que Ditzha la había cambiado para despistarlo.
¿Quién era el que tenía dueña y quién era la dueña?
¡Rayos! ¿Por qué sentía tanta paz sabiendo que aún había muchas cosas inconclusas que no podía entender? Tenía que encontrar ese motivo por el cual había abandonado el paraíso de las Diosas y tenía que evitar que Hyo Seop se convirtiera en un Dios.
—¡No puede ser! —exclamó de repente, corriendo de vuelta a la salida del templo. Miró entonces al cielo y no le quedaron dudas en lo que estaba pensando: en quince días exactos se daría el segundo requisito que se necesitaba para el "Rito de sangre" habría luna nueva.
Quince días parecía un tiempo más que suficiente para encontrar las últimas respuestas que le faltaban para resolver el enigma de su conversión a humano. Por lo menos ya empezaba a entender muchas cosas inexplicables de su pasado, pero, ¿queria realmente recuperar su divinidad?
—Taehyung —susurró, sintiendo inquietud de nuevo. Pensar en vivir una eternidad sin él era tan mortificante como la idea de saber que vivió una vida que no le correspondía vivir, que era un elemento extraño en un mundo al que no pertenecía. ¿De veras él mismo había planeado un juego en el que había resultado ser una victima? Resultaba algo demasiado retorcido y escabroso, algo demasiado turbio para ser real.
Sin pensar más en ello, esa noche regresó a Joseon, lugar donde al día siguiente encontró otra de las respuestas que le faltaban.
Y esa respuesta dormía en ese momento entre sus brazos; el pequeño Yeonyun era de aquello de lo que hablaba el reverso de su cinta. "Cuando lo divino y lo humano se mezclen se reescribirá el destino". Justo así sería. Aquella frase no hablaba de un humano convirtiéndose en un Dios, ni de una Diosa volviéndose humana, hablaba de la unión de dos mundos, de la mezcla prohibida que había logrado que por una vez en la historia del universo, el destino se reescribiera, Yeonyun era la reencarnación del hijo no nacido de Woo Seok, un regalo de la Diosa Johary y que él llevo en su vientre como un favor especial a su hermana y ahora el destino se había reescrito convirtiéndolo en la salvación de Joseon.
—Yeonyun —Jungkook acarició a su hijo, sonriéndole a Taehyung.
—Me gusta mucho su nombre, es perfecto para él, este pequeño era nuestro destino. —agregó Taehyung.
—Si, lo era, ahora sé que lo era —suspiró Jungkook.
—No me arrepiento de nada de lo que hice por ti, Taehyung; debería, pero no me arrepiento y no te preocupes, ya veremos la manera de recuperar el libro de las Diosas. Lo importante ahora es que estás vivo de nuevo.
"Vivo de nuevo". Al oir aquello, Taehyung carraspeó. Aún no le había contado a su tesoro que realmente él nunca había muerto y que la amatista no lo revivió porque la piedra que tenía Hyo Seop no era más que una falsificación.
—Mi tesoro, verás... yo...
—balbuceó en ese instante, tratando de encontrar la manera de empezar a contar aquello. Jungkook lo miró arqueando una ceja.
¿Qué le pasaba?
—Tesoro, —continuó el príncipe bajando la cabeza. —No fue la amatista de plata la que me trajo a la vida —dijo finalmente.
—Esa piedra no me revivió como piensas.
—¿Qué! —La confesión produjo un respingo de asombro en Jungkook. El doncel se puso frío y de la impresión casi suelta al bebe. —¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo que la amatista de plata no te revivió? —se agitó. —¡Yo vi con mis propios ojos como Hyo Seop pidió el deseo y luego tú apareciste! ¡Yo lo vi!
—Esa no era la verdadera amatista —explicó Taehyung, dejando boquiabierto a Jungkook.
—La verdadera amatista terminó en manos de Hyunjin y sólo él sabrá a quién se la dio. El mismo Hyo Seop me lo dijo cuando lo tuve cautivo. Yo no fui revivido por esa piedra, tesoro. Estoy seguro de eso.
—No puede ser.
—Hyo Seop había mandado a hacer una falsificación de la auténtica amatista, —continuó Taehyung, —y esa fue la que usó anoche para tratar de confundirnos.
—Y seguramente, esa piedra falsa fue la que le dió Hyo Seop al difunto rey Jin Young, para obtener su apoyo, —completo Jungkook estupefacto, —y también es muy probable que la haya recuperado el día de mi banquete de boda, cuando se armó todo ese desastre.
Taehyung asintió comprendiendo el desconcierto de su interlocutor.
—Asi es, mi tesoro —dijo finalmente frotándole una sonrosada mejilla. —Es por eso que te digo que no fui revivido con esa piedra.
—Aun así. —Jungkook se paró de la cama enojado, dejando al bebé a un lado de sus almohadones.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¡Hyo Seop es una rata mentirosa! Puede que nunca se haya desecho de la joya, puede que Hyunjin ni siquiera la hubiese tenido nunca en sus manos.
—Bueno, pues....
—¡Taehyung! —volvió a estremecerse Jungkook, mirando al varón con ojos escrutadores —¿Cómo puedes estar tan seguro de que la amatista no te revivió? ¿Cómo? ¿o acaso hay algo más que me estás ocultando?
—¡Jungkook!
—¡Habla, Taehyung!
—¡Yo nunca estuve muerto, tesoro! —confesó finalmente. —Hyung Nil y sus hombres me rescataron de manos de los Yurchianos y cuidaron de mis heridas. Yo no morí. Todo este tiempo estuve con vida. Lo siento, tesoro. Pero no podía decírtelo, Hyung Nil me...
Taehyung guardó silencio al notar que los ojos de Jungkook le atravesaban como puñales. Un estremecimiento le recorrió de pies a cabeza y por primera vez sintió miedo del hombre que estaba en frente de él.
En contra de todo lo que hubiese podido imaginar, Jungkook no decía nada, sólo estaba allí, frente a él, mirándolo con una ferocidad comparable a la que tenía el día de su secuestro, aunque más siniestra; mucho más aterradora.
Tenía el rostro congestionado de una ira que parecía no encontrar vía de escape. Un torbellino de rabia y dolor que le golpeaba el pecho con fuerza. Sin embargo, ese sentimiento de impotencia no duró por siempre. A los pocos minutos, Taehyung vio como su tesoro se desplazaba hacía una esquina de la habitación y, tomando una fusta empolvada que reposaba sobre la pared, avanzaba hacia él atemorizantemente calmado.
—¿Te... tesoro? —jadeó el Koryano comenzando a sentir una extraña sensación de pánico. —¿Qué vas a hacer? —pregunto aferrándose con fuerza al marco de la cama.
Por toda respuesta, Jungkook le sonrió malévolamente mientras acariciaba su fusta.
—¿Qué voy a hacer, preguntas? —le respondió entonces sin dejar de sonreír ni de avanzar. —Te voy a demostrar como se siente realmente la furia de una Diosa.
Jungkook estaba verdaderamente furioso, apenas si había hecho salir al bebé de la habitación, cuando comenzó el desastre. Todo el dolor que había sentido aquellos meses pensando en que Taehyung estaba muerto, todas sus penurias y los riesgos que corrió para devolverle la vida le parecieron otra gran burla del destino... la ultima y la más cruel.
Aturdido de ira avanzó al lado de Taehyung, con fusta en mano, y sin pensárselo mucho comenzó a descargar, contra todo a su alrededor, toda su rabia y frustración. Cada latigazo era una retaliación a cada una de sus lágrimas y con cada golpe sentía una extraña sanación de poder.
Por culpa de aquella mentira se había casado con un hombre al que no amaba, había arriesgado su vida, había perdido un libro sagrado que podía poner en riesgo el futuro de la humanidad y por último: la vida de su querido Jin Goo, un hombre que no había hecho más que amarlo, había terminado cegada.
“¡Maldito fuera el mentiroso de Taehyung! ¡Maldito fuera por haberlo engañado!” pensaba sin compasión mientras volvía jirones la ropa de los armarios, a punta de latigazos. Algunos habían dado sin querer en el torso del príncipe y la sangre le corria a gotas junto a un rictus de agonía, sufrimiento, culpa y dolor.
Pero Jungkook siguió acabando con todo.
Era demasiada la ira que cargaba y también era enorme la culpa que sentía. En el fondo sabía que era tan culpable como Taehyung o incluso más. Él era un ser que no pertenecía a ese mundo y que con su llegada lo había alterado todo, muchos humanos habían sufrido y hasta muerto por su culpa.
¡Debía encontrar la razón por la que había bajado al mundo terrenal! ¡Debía encontrarla rápido!
Loco de ira y sin ningún sentimiento de piedad, arrojó a Taehyung al lecho, dejándolo sólo a pocos centímetros del borde. No entendía por qué iba a hacer aquello, pero no podía evitarlo. Seguía amando a ese desgraciado que lo había engañado, seguía queriendo dar su vida por él a pesar de que merecía que lo matara allí mismo. No quería escuchar ninguna explicación, ninguna era aceptable. Sólo quería volver a poseerlo por última vez, enseñarle mediante la dominación y el dolor que él era su dueño, su Dios y a quien le pertenecia.
Con su látigo amarró el cuello de Taehyung, cortándole la respiración mientras se posaba sobre él, mirándolo con sus ojos centellantes de ira. Taehyung solo se dejaba hacer, sollozante y temeroso; seguramente, lleno también de culpa y dolor. No esquivó ninguno de los golpes que cayeron sobre él y tampoco detuvo las manos agiles y decididas que bajaron sus pantalones hasta la altura de sus muslos y que con un solo movimiento brusco terminaron de arrancarle la chaqueta y la camisa. No impidió nada de esto, ni siquiera la invasión brusca y rápida en su interior y que pareció partirlo en dos, dejándolo ahogado y sin respiración sobre la cama.
Jungkook entró en él con ardorosa furia, con rabia, con deseo, con la intención de marcarlo. Quería que Taehyung sintiera en sus entrañas el mismo dolor que él había padecido todos esos meses creyéndolo muerto; el dolor que sentía ahora sabiendo que sólo lo recuperaba para perderlo de nuevo.
Quería verlo llorar de dolor y placer, verlo extraviado en ese umbral extraño que no diferenciaba el bien del mal, lo mezquino de lo elevado, lo dulce de lo amargo, quería verlo cruzar esa fina línea que existía entre el dolor y el inmenso placer.
Se empujó mas fuerte en su interior, gimiendo de placer, dolor, angustia y rabia. Taehyung bajo él, gemía como un atormentado, pero no impidió nada, dejándose tan sólo hacer, usando su cuerpo como una ofrenda para un Dios.
—¡Tu no debiste mentirme! —exclamó Jungkook sobre él. Sentía que el calor de sus paredes anales, lo cubría en cada empujón, deleitándose entre su carne húmeda y estrecha. —Tú no debiste mentirle a tu tesoro.
—Amor mio.
—¡Yo soy tu dueño, Taehyung! —volvió a decir, esta vez separándole los muslos con impetu mientras le besaba el hombro. —Yo soy tu señor.
Al sentir aquellos labios acariciandole la piel, Taehyung gimió más fuerte. Jungkook tomó aquello como un gesto de sumisión total y entonces dio rienda suelta a toda su pasión. Se echó por completo sobre su príncipe y no dudo en darle con toda su intensidad, como si no existiera un mañana para
su amor y es que realmente así era, no existiria una mañana para ellos.
—Amor mío —Taehyung lloró entonces abrazándolo contra su pecho. —Aunque me mataras ahora, moriría dichoso entre tus brazos —dijo apretando los dientes por el placer que sentía.
Jungkook le sonrió desde arriba.
—Yo no quiero matarte —le informó tironeando de su cabello. —Quiero que sientas todo el dolor que sentí al creerte muerto y que pagues por tu engaño.
—Por favor, perdóname —suplicó.
—¡No! —replicó el rey, y al hacerlo llevó su boca hasta los labios temblorosos de Taehyung dándole un beso lleno de pasión y dolor. Lo lamió, mordiendo suavemente sus labios, aspirando su aroma para quedarse con el prendido a su nariz, para conservar su recuerdo en su piel.
Taehyung mientras tanto lo aferró por las caderas, para sentirlo definitivamente dentro de él. No sabía por qué pero había empezado a presentir que aquello era una despedida, la última vez que estarían juntos de aquella manera, como si aquella tarde fría y nevada ellos danzaran para el viento que silbaba tras los ventanales por última vez; como si el mañana fuese a llegar para separarlos para siempre.
Aturdido de placer, Taehyung se dejó caer, rendido del todo y sintiéndose sin fuerzas ladeó su rostro y vio a Jungkook quien se perdía más y más entre sus piernas.
Siempre había sido así,
Siempre había sido Jungkook su verdadero dueño; le había pertenecido siempre, desde la primera vez que lo había visto y nunca había dejado de ser así. Podía hacer con él lo que quisiera, podía matarlo, humillarlo y torturarlo y no dejaría de ser así. Jungkook no era su tesoro... Él era su Dios.
—Mi tesoro, mi Dios... —fue lo último que dijo antes de cerrar sus ojos y abrir las piernas por completo. No necesitaba decir más ni suplicar más. Estaba perdido en un mar de sensaciones que no se sentían terrenales, aquellas sensaciones eran algo más... Un placer que solo una Diosa podría otorgar.
Continuará...
2
Hola gente bonita ¿cómo están?
Quiero preguntarles ¿Se esperaban que Jungkook fuera la Diosa SiKje?
Según creo si debería ser así pues desde el primer capítulo estaba escrito que todo ocurrió porque la Diosa se enamoró de un alma humana.
Me gustaría saber sus opiniones en comentarios por favor. El próximo, será el capítulo final y después viene el epílogo y recuerden: si no es feliz, nunca es el final. 😉
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