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La derrota de Joseon

Seonghwa dio a luz una fría mañana. Tuvo una labor de parto, de sólo un par de horas, luego de las cuales, vio resbalar por entre sus piernas a un varón rozagante.  A los tres días lo bautizó con el nombre de Beomgyu y lo presentó en el templo de Ditzha.   

Para su fortuna, Yoongi aún no regresaba de Kaesong y Jimin tampoco volvía de Koryo. Por lo menos de esa forma no tendría que dar explicaciones a nadie por su partida, y agradeció a las Diosas que la seguridad en palacio estuviese algo floja por aquellos días.

Empacó pocas cosas, unos pañales para el bebé, algunas prendas de vestir para él y algunas hierbas analgésicas que robó de los viveros de los magos. No podía quedarse ni un minuto más en Jaén.

Yoongi estaba metido en la boca del lobo y nadie sabía si en esos momentos aún estaba con vida. Las cosas en Jaén estaban mal, la gente enloqueció cuando los Yurchianos entraron a tomar el control de las vías  marítimas y el caos reinaba por doquier.

Jaén no iba a soportar las consecuencias de una guerra. Apenas medio se sostenía en pie después del huracán  y ahora también enfrentaba una epidemia de cólera que se estaba expandiendo como plaga. Varios esclavos habían muerto aquellos días y desde las zonas más altas del palacio, Seonghwa había podido ver grandes pilas de cadáveres siendo quemados a orillas del mar.

Decidió entonces que partiría a Koryo. Aquél era el único reino que aún se mantenía en pie.

La resistencia de los Koryanos era fenomenal. Namjoon, como líder del ejército había sido el único que no había perdido ni un milímetro de sus tierras. El príncipe adoptivo de Koryo se estaba convirtiendo en una leyenda viviente: “El guerrero dorado”, aquel del cual decían, había jurado antes de una de sus batallas que cortaría tantos cuellos Yurchianos como hebras de cabello tenía su marido.

—Su Alteza Namjoon nos ayudará —dijo en ese momento a su recién nacido, dormido entre sus brazos.  —Yo le ayude para que tuviera al príncipe Hyunjin. Estoy seguro de que nos ayudara, pequeño mío.

Con lágrimas en sus ojos y desde el borde de un gran acantilado, vio por última vez el mar que tanto amaba. Recordó los tiempos en los que vivía en los alrededores del muelle, la vida de mierda que había llevado y la vida de mierda que llevaba ahora. Pensó en que por lo menos su anterior vida  había sido su elección, pero la actual no lo era. No había elegido que un huracán acabase con todo lo que había considerado un hogar, tampoco que la guerra amenazara su reino, ni que el padre de su hijo pudiese estar muerto, y mucho menos que la única persona que le quedara estuviese al otro lado de la frontera, resistiendo tenazmente la batalla.

De esta forma, y con lo poco que se llevaba de su antigua vida, espoleó su caballo y ya no quiso mirar más atrás. Con algo de suerte y de prisa llegaría a Koryo con el alba. A esa hora sería más fácil encontrar una aldea donde le dieran algo de comer a él y al caballo, y si las Diosas eran misericordiosas se encontraría con algún soldado que lo llevara junto a Namjoon.

Con este pensamiento salió de Jaén y llegó a Koryo, justo con el canto de los gallos. Se arrepintió de haber llevado tan pocas ropas porque el frío era espantoso y a medio camino, en una de las aldeas cercanas, tuvo que desprenderse de un cobertor de lana que llevaba para arropar a su hijo que no dejaba de llorar. La situación se estaba poniendo cada vez peor y llegó a temer por su vida. Por su vida y por la de su hijo.

Pero las Diosas fueron misericordiosas, y se acordaron de él. Justo cuando empezaba a sentir todo perdido, el doncel divisó a lo lejos un reten de soldados Koryanos que prestaban guardia. Sintió que el corazón dejaba de latirle de la emoción.

¡Estaban salvados!

Galopó más rápido, hasta encontrarse frente a ellos. Los hombres se pusieron en guardia al ver el caballo que se acercaba a toda prisa.

—¡Alto! —gritó uno de los uniformados sosteniendo las riendas del caballo de Seonghwa. El animal relinchó un poco pero se detuvo finalmente.

—Mis señores, por favor, no me lastimen. No soy enemigo —aclaró el doncel mientras trataba de hacer calmar a su bebé.

—¿Quién eres? —preguntó entonces otro de los soldados, el que parecía el más viejo. —No pareces Koryano.

—No lo soy. Vengo de Jaén. Huyo de la disentería.

—¿No estarás enfermo, verdad? —Los ojos del soldado más viejo lo recorrieron de pies a cabeza. —Si estás enfermo no podemos dejarte entrar, lo último que necesitamos es una epidemia.

Seonghwa negó con la cabeza

—Mis señores, estoy sano y mi hijo también lo está —aseguró descubriendo al bebé. —Mírenlo, ustedes mismos. Diganme si no tiene buen semblante.

Los soldados le dieron la razón luego de ver al niño. Esa forma de chillar no era la de un niño enfermo, y Seonghwa por su parte también lucía saludable a pesar de haber perdido algo de peso. El soldado más viejo suspiró entonces. No tenía motivos para negarle el paso a ese par de refugiados.

—¿Tienes a alguien en Koryo? ¿Algún familiar?

—No, mi señor. —Seonghwa negó con sinceridad
—Pero… — rebuscó entre su mochila y sacó una hoja de pergamino con un sello real, —tengo esto. Viví en el palacio de Jaén. Era un sirviente allí.

—¿Eres un esclavo? —El soldado viejo frunció el ceño —¿Acaso te fugaste?

—No soy un esclavo. Soy un hombre libre. He venido a Koryo en busca de su Alteza Namjoon. El me conoce. Necesito verlo.

Los soldados estudiaron el pergamino sellado, corroborando su autenticidad. No era falso, porque Seonghwa había logrado hacerse con el sello real para firmar aquella nota. Quería tener algún papel que mostrar en caso de ser detenido, y que bien que lo había hecho.

—Muy bien —respondió finalmente uno de los uniformados.

—¿Entonces, ustedes saben donde se encuentra el príncipe? ¿Me llevarán con él?

—Calma, muchacho —le tranquilizó el soldado más viejo, devolviéndole el pergamino. —Ese niño necesita un baño caliente y tú necesitas dormir un poco y alimentarlo después. Te daremos un poco de comida, ropas limpias y más abrigadas para ti y para el pequeño.

Seonghwa le agradeció con la mejor de sus sonrisas y marchó con ellos. Lo llevaron a una aldea, a la casa de un viejo lavandero que cuidaba un montón de chiquillos escandalosos que se aglomeraron junto a ellos apenas hubieron desmontado. El hombre los recibió y les dio comida a todos a cambio de algunas monedas de oro. A Seonghwa le hizo tomar un baño mientras él se ocupó de asear al niño. Luego tomaron una pequeña siesta y antes del medio día retomaron el camino.

A las afueras de la aldea se encontraron con una inmensa aglomeración de gente, la mayoría donceles. Un soldado en una tarima pregonaba a viva voz los nombres  escritos en un largo pergamino. A cada nombre exclamado, un grito de dolor se alzaba entre la multitud.

—Es la lista de bajas —respondió el soldado a la pregunta que ya se estaba formulando Seonghwa.
—Cada tres días sale una nueva y cada vez es más larga.

Seonghwa no dijo nada. Instintivamente acurrucó a su bebé y su mirada se detuvo en un doncel que lloraba mientras abrazaba a sus tres pequeños hijos.

—Y eso que aquí la guerra no llega del todo —señaló esta vez el soldado más joven. —Joseon sí que es un infierno sobre la tierra.

—Es cierto. Escuche que su Majestad Jungkook y su esposo están desaparecidos. Que el palacio ha sido tomado por los Yurchianos. Este seguramente será el fin de su reino.

Pero el soldado mayor no pareció estar de acuerdo con estas palabras.

—No puedo decir que estén derrotados. El rey Jungkook no es tan fácil de vencer y su ejército está dando una gran batalla. Aún falta mucho para decir que Joseon está perdido.

—¿Estarán refugiado en los bosques? Tanto en Koryo como en Joseon hay muchas zonas boscosas perfectas para camuflarse —intervino de nuevo el soldado más joven.

—No lo creo —contestó el mayor. —Los bosques, en estos momentos son la guarida de los desertores. Meterse allí es una muerte segura. Ni el rey Jungkook, ni su esposo, son tan tontos como para hacer algo así.

Seonghwa meditó sobre estas palabras. Podía ser esa la razón por la que Yoongi no regresaba aún a Jaén. Quizás era muy difícil pasar por Joseon para llegar a Jaén. Esperaba que así fuese, que las Diosas lo estuvieran protegiendo.

Miró a su bebé, dormía de nuevo. ¡Pobrecito!, nacer en semejantes tiempos,  verse obligado a realizar un viaje tan peligroso con solo unos cuantos días de vida. ¡No era justo! ¡La vida no era justa!

Cabalgaron por cerca de una hora más.

Las montañas de Joseon ya se podían ver y también las laderas de una colina. Seonghwa afinó su vista detallando las carpas que se apiñaban en las faldas de aquel cerro. Era un punto estratégicamente perfecto ya que desde las zonas más altas de la colina se podían ver muy bien sitios importantes de Joseon.

—Es el campamento de su Alteza —le indicó el soldado más viejo. —No podemos estar seguros de que acceda a verte, pero le informaremos de tu presencia.

Seonghwa asintió y luego sonrió. Estaba seguro de que Namjoon lo atendería.

En los días anteriores se habían librado intensos combates en la frontera. Los  Yurchianos fueron frenados en la gran llanura donde se ubicaba el templo de SiKje.  Por desgracia, Namjoon, que hasta ese momento no había resultado herido, terminó con una flecha, enterrada en su pierna derecha. Hyunjin lo había examinado y concluyó que no era una herida grave. Por suerte, la flecha no estaba envenenada ni muy enterrada. Laceró piel y músculo, pero no alcanzó tendones, ni vasos sanguíneos importantes.

—¿Te parece inapropiado que te diga que me excita mucho que te acerques a mí con esa hoja afilada? —preguntó Namjoon a su esposo, que en ese momento le realizaba una curación usando una pequeña cuchilla filosa.

—Me parece completamente inapropiado, pero excitante —le contestó este sin poder evitar la risa. Namjoon esperó a que le vendara el muslo lastimado y cuando su esposo le dio la espalda para enjuagarse las manos, lo agarró por la cintura acercándolo a él.

—Te amo, ¿lo sabes? —dijo el príncipe Koryano con los brazos rodeando al hermoso doncel. —Cada vez que estoy en batalla sólo puedo pensar en que tal vez no vuelva a verte.

—¡Oh! No digas eso —replicó Hyunjin, colocando su índice derecho sobre los labios de su marido. —Es de mal agüero decir esas cosas en plena guerra.

Namjoon tomó su mano y la besó.

—Lo sé. Sé que no debo hablar así, pero debo saber algo. ¿Te dolería si algo me pasara? ¿Sufrirías por mi ausencia?

—Nada va a pasarte. —La mano delicada de Hyunjin acarició el muslo herido del varón. Sus ojos resplandecían con una ternura magnífica. —Yo no permitiré que nada te pase, te curaré cuantas veces haga falta y ya no quiero que sigas hablando así. No me gusta.

Namjoon sonrió. La idea de que Hyunjin no soportara pensar en perderlo le hacía sentir maravillosamente complacido.

—Perdóname. No quise entristecerte —dijo entonces, acariciando la mejilla del doncel. —Nadie va a morir. Entre nosotros sólo hay vida.

 —Sí, sólo vida. —Hyunjin sonrió cuando Namjoon colocó una mano sobre su vientre, su embarazo había avanzado bastante y se preguntaba si quizás lo mejor sería mandarlo de nuevo a Palacio.

A pesar de eso, evaluando la situación, era evidente que la presencia de Hyunjin era importante. Sus conocimientos y su poder curativo tenían, a gran parte del ejército aún de pie, y muchos triunfos no hubieran sido posibles sin su ayuda. Lo mejor era dejarlo en el campamento aunque fuera por unos días más.

Además, Namjoon sabía que no iba a irse sin noticias de su hermano. Yoongi no regresaba a Jaén aún y los espías Koryanos habían perdido su rastro. De Hyo Seop, en cambio, se sabía que estaba en Joseon, en algún lugar de las montañas. Sería cuestión de tiempo para atraparlo por fin.

—¿Te preocupa Yoongi, verdad? —preguntó, notando la preocupación de Hyunjin. —¿Crees que siga en Kaesong?

Hyunjin se frotó las sienes con gesto cansado.

—No lo sé —admitió con los ojos aguados. —Pero esto no me gusta nada. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento de todo esto.

—Encanto, no llores —pidió entonces Namjoon al verlo llorar, y se apresuró a consolarlo. —Vamos a encontrar la solución a esto. Lo juro.

—Lo sé, no me hagas caso. Solo estoy nostálgico —Hyunjin sonrió, recuperando el aplomo. Sus ojos volvieron a iluminarse.

—¿Extrañas Jaén?

—No te lo negare —confesó el príncipe secándose las lagrimas. —Quisiera volver a ver el mar aunque fuera una última vez.

—Encanto, si estuviera en mis manos.

—¡Oh! No te sientas mal, por favor. Tengo lo que merezco. Es más, tengo más de lo que merezco. No te merezco a ti.

—No digas eso, por favor. Yo te amo con locura.

—Precisamente por eso. Eres el hombre más maravilloso que he conocido. Tan apuesto, gallardo y noble. Eres un príncipe… eres mi príncipe.

Ante esas palabras, Namjoon lo estrechó más fuerte y lo besó. Le hubiera gustado poder llevárselo de allí en ese mismo instante, a un lugar donde estuviera a salvo de todo peligro. Que no tuviera que pasarse todo el día entre sangre, vendas y malos olores. Le habría gustado llevarlo al mar y cumplirle su sueño y dar con el paradero de Yoongi para devolverle la tranquilidad.

Pero la vida no era tan fácil como soñar.

—Disculpen, Altezas. —El beso terminó con la llegada de un soldado. —Afuera hay un hombre que trae una nota con el sello real de Jaén, insiste en verlo a usted, mi Señor Namjoon.

No fue necesario decir más. En cuestión de segundos, estaban fuera de la tienda encontrándose con Seonghwa. La sorpresa fue general. Nadie se imaginaba que fuese justamente él quien se apareciera allí y menos con un recién nacido en brazos.

Hyunjin se sorprendió muchísimo cuando se enteró de que aquel niño era hijo de Yoongi. En cambio Jimin, que ya lo sabía, no dio muestra de mayor interés.

Al principio, sí le había dolido un poco la noticia, pero con el pasar de los días había terminado por aceptarlo, y en esos momentos, con tantas otras cosas en mente, aquello era un asunto que no le hacía perder el sueño.

Antes del medio día tanto Seonghwa como su hijo fueron ubicados en una tienda dentro del campamento. Aunque sólo lo hicieron después de que Hyunjin constatara que ninguno de los dos tenía signos de cólera ni de ninguna otra epidemia. Seonghwa aprovechó entonces para pedirle perdón por el juego donde lo había dejado sin voz, sin saber que el príncipe estaba más bien agradecido de que las cosas hubiesen terminado de esa forma.

A la hora del almuerzo se reunieron todos delante de la fogata, la olla y el asado. Jimin y Namjoon se alejaron un poco a propósito porque necesitaban hablar. Era hora de aclarar ciertos asuntos.

—¿Te sientes bien? ¿Te molesta que le haya dado mi protección? —preguntó refiriéndose a Seonghwa.

Jimin hizo un gesto de desdén.

—No me interesa realmente. Pero creo que hay que poner al corriente a Yoongi sobre esto.

—Por supuesto. Los tendré conmigo mientras tu esposo aparece. Luego, él decidirá sobre ellos.

Jimin asintió, la mirada de Namjoon lo escrutaba y ello lo hacía sentirse un poco nervioso. Ya sabía lo que vendría.

—Te das cuenta de  que ese niño es el primogénito de Yoongi, ¿verdad? —dijo estrechando más sus preciosos ojos. —Seonghwa no es un esclavo, así que su hijo es el heredero a la corona de Jaén. ¿Sabes eso, verdad?

—Sí, lo sé y eso tampoco me preocupa, no me desvela en lo absoluto.

—¿Qué? —Namjoon no se lo podía creer. ¿De qué estaba hablando su hermano? ¿Acaso había perdido el juicio? —¿Cómo que no? ¿Y tus hijos qué? —cuestionó tomándolo de los hombros —¿Qué pasará con tu primer hijo? Eres el esposo legítimo de Yoongi. No puedes permitir que tu descendencia pierda el trono. ¿No has pensado en eso?

—No sé si pueda tener hijos.

—¿Cómo dices?

—¡Qué no sé si pueda tener hijos! —Jimin se sonrojó hasta las orejas y bajó la mirada avergonzado.
—Yoongi y yo… él y yo… bueno, Yoongi y yo nunca…

—¡Sé de lo que estás hablando! —se ofuscó Namjoon molestandole mucho que para unas cosas decidiera ser como un varón y para otras siguiera comportándose como un doncel de doce años.
—Yoongi y tú no toman precauciones y aún así no has quedado embarazado. ¿Es eso lo que quieres decirme?

Jimin asintó.

—¡Joder! ¿Y por qué no me lo habías dicho antes? Somos hermanos y siempre nos hemos tenido mucha confianza. Puedo pedirle a Hyunjin que te cure y te devuelva la fertilidad.

—No quiero que me cure y tampoco quiero seguir discutiendo de estas cosas contigo. No es apropiado.

—Apropiados, mis cojones.

—¡No te metas en esto! —replicó Jimin. —No quiero tener hijos, —confesó finalmente. —La verdad es que estoy feliz de no poder concebir y espero nunca hacerlo. No quiero tener hijos. No quiero ser madre.

Jimin calló cuando vio la cara de horror que se le formaba a Namjoon. Para él, un doncel que no quería tener hijos era algo completamente inconcebible. Simplemente, no lo comprendía.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó casi en susurro.

—Sí —respondió Jimin.
—Hablo completamente en serio.

—¡Por Johari! ¿Qué cosas dices? ¡Eres un rey consorte! Es tu obligación darle un heredero a Jaén.

—Pues lo siento, pero no tengo ese… ya sabes, instinto materno. No siento que la maternidad haga parte de mi naturaleza.

—¡Pero eres un doncel! —replicó Namjoon. —La maternidad es tu naturaleza.

—¡No lo es! —se enojó Jimin —¡En ninguna parte está escrito que por ser un doncel estoy obligado a ser madre y si de eso se trata ser uno, entonces odio serlo! Quisiera ser un varón y que me dejaras ir contigo al frente de batalla. ¡Quiero luchar, no parir!

—Ah, ya veo. Con que de esto se trataba. —Namjoon se llevó las manos a la cabeza y suspiró profundamente mientras comenzaba a caminar en círculos.

Con que en eso iba a desembocar aquella charla: en el capricho de Jimin queriendo tomar acción en la batalla. Jimin, por su parte, se dio cuenta de la actitud de su hermano y arrugó el ceño. Odiaba que se negara a dejarlo entrar en acción.

—¡No me menosprecies! —chilló entonces atrayendo de nuevo la atención de su hermano. —¡Tú me entrenaste desde muy chico! ¡Sabes que soy bueno! ¡No lo niegues!

—¡No compares las situaciones! ¡Por las Diosas, esto es la guerra! ¡No jugamos! Hemos perdido muchas vidas aquí.

—¿Crees que no lo sé? —replicó el príncipe menor. —Perdimos a Taehyung —le recordó con los ojos llenos de lágrimas y el rostro rojo de ira. —Quiero alzar mi espada frente a los asesinos de mi hermano. ¡Tengo derecho a hacerlo! ¡Es lo justo!

—¡Lo justo es que tomes el papel que te corresponde en este mundo! —dijo Namjoon mirándolo a los ojos. —Yoongi necesita a un esposo, no a otro guerrero. ¿Por qué no aceptas lo que eres y te comportas como tal? Es posible que ello te devuelva la paz que has perdido.

Jimin le devolvió la mirada a su hermano y sus ojos brillaron de rabia. Que su querido Namjoon lo tratara con tanta condescendencia, con la misma con la que solia tratarlo su padre Jung Hyung, le dolía mucho. Necesitaba dejar de ser el chico mancillado y humillado; la sombra de sus hermanos mayores, como siempre se había sentido. Necesitaba llenarse de valentía como fuese. Necesitaba ser como Jungkook.

—¡Eres un maldito hipócrita, ¿lo sabías?! —dijo finalmente dándole la espalda a Namjoon.

—¿Qué?

—¡Qué eres un hipócrita! —repitió Jimin sin volverse a mirarlo, —Seokjin también ha querido siempre ser lo que no es, pero en él eso no te parecía mal. Más bien, te encantaba.

—¿Qué quieres decir con eso? —gruñó Namjoon perdiendo de nuevo su tono amable.

—Qué si no te gusta la gente que no sigue a la naturaleza, entonces deberías sentir por tu antiguo amante la misma repulsión que pareces sentir por mi, —respondió el doncel.

—¡Vuelve aquí! —ordenó Namjoon viendo como su hermano se envolvía en su abrigo y descendía a toda prisa por el monticulo sobre el que se hallaban, retomando el rumbo hacia el campamento.

Jimin empezó a llorar, más de rabia que de dolor. Creía que Namjoon lo comprendía, pero no era así. Seguía tratándolo como un niño al que había que mimar y proteger. No lo tomaba en serio y nunca lo haría. Tenía que hacer algo por su propia cuenta para ver si de una vez por todas dejaba de ser un cero a la izquierda.

Mientras tanto, Namjoon se quedó pensando en todo aquello y consideró que tal vez Jimin tuviera razón. Lo estaba tratando como a un niño siendo que ya su hermano era un hombre adulto, y no estaba considerando sus sentimientos y su forma de ver la vida.

Decidió que esa misma noche, cuando los ánimos se hubieran calmado, le pediría perdón. Intentaría buscar la forma de dejarlo participar en la batalla sin exponerlo demasiado. Le daría la oportunidad de demostrar que era hábil y que podía ser un doncel diferente a los demás. Después de todo, Jungkook era un claro ejemplo de ello. Él no era y no había sido nunca, un doncel acorde a la naturaleza.

Una semana completa, tras la llegada de Seonghwa transcurrió con rapidez. Hyunjin y Jimin estaban aliviados con las buenas nuevas traídas por dos hombres de Hyung Nil: Yoongi había sido visto en Joseon y se encontraba sano y salvo.

Seokjin también había escrito desde Joseon. Contaba en su carta que estaba alli ayudando a los soldados heridos que se hallaban en un hospital de caridad y que en dos días a más tardar llegaría con una sorpresa.

Taehyung era el único que parecía estar absorto en la desesperación. Desde que se había enterado de que Jungkook había tenido que huir de su propio palacio luego de que éste hubiera sido tomado por los Yurchianos, no tenía paz. No comía, no dormía y durante la lucha Namjoon había tenido que intervenir varias veces en su ayuda. Estaba consumido en su angustia y por momentos, su hermano temía que estuviese perdiendo la razón.

Lo peor era que los combates se habían reanudado. Namjoon decidió que el campamento donde se hallaban quedara como punto de inteligencia, pero la mayoría de las tropas debían moverse más al oeste. Era necesario tener un lugar más grande donde atender a los heridos. Hyunjin consideró que de colocarse un albergue propiamente dicho, él ya no podría solo con todo el trabajo, así que solicitó que todos los médicos de las aldeas cercanas se hicieran presentes. Que se quedaran dos, máximo tres en cada aldea y que los demás se trasladaran a la frontera a ayudar so pena de prisión para los que desobedecieran.

Así se hizo entonces, y el albergue comenzó a funcionar con eficiencia y en dos días estaba repleto de pacientes.

Fue entonces que llegó el día en que Seokjin se unió al campamento. Hyunjin estaba a punto de amputar la pierna de un soldado cuando lo vio entrar a la pequeña cámara de cirugía. De inmediato, una sonrisa se formó en su rostro. Se sintió feliz de verlo; feliz y aliviado.

—Seokjin. ¡Oh, Diosas! Qué bueno que estás aquí.

—¡Pequeño mío! —contestó sin poder creer lo que veían sus ojos: Hyunjin, otrora el niño más distinguido de Jaén, ahora con el pelo recogido por encima del cuello, mechones desordenados cayendo. sobre su rostro, vestido de criado y salpicado de sangre.

—¡Ha sido horrible! —dijo Hyunjin apartándolo un poco para darle paso a una camilla con un nuevo herido. —Siento que las Diosas nos han abandonado.

—Esto es el cielo en comparación a Joseon, créeme —replicó Seokjin.
—En las fronteras hay incendios por doquier y saqueos. Los Yurchianos han tomado el reino y su Majestad Jungkook...

—¿Jungkook? —Hyunjin se llevó una mano al pecho. ¿Lo has visto? —preguntó alarmado.

Seokjin asintió con una sonrisa. En ese momento, un doncel se acercó señalándoles a uno de los pacientes. Hyunjin se acercó hasta la camilla y miró fijamente el cuerpo tendido sobre ella.

—Está muerto —resopló finalmente. —Desocúpala.

—No lo puedo creer —dijo entonces Seokjin, notando por primera vez que Hyunjin llevaba las riendas de aquel lugar. —Cuanto has madurado.

—Tuve el mejor maestro y ahora ayúdame un poco, por favor. Namjoon regresará hoy.

En efecto, llegó pocas horas después del arribo de Seokjin. Ambos se lanzaron a sus brazos al verlo descabalgar. Verlo llegar entero y sin heridas graves, era cada vez más milagroso. Taehyung también venía junto a él, estaba cubierto y guardando la distancia. Ese día estaba más animado porque no sólo habían impedido que los Yurchianos avanzaran, sino que finalmente habían logrado liberar una de las más importantes aldeas Joseoneanas. La que disponía de los mejores caminos para llegar al corazón de Joseon.

—Me alegra mucho que hayan conseguido este importante triunfo —se alegró Seokjin felicitando a Namjoon. —Sera de gran alegría para la gente que traje conmigo.

—¿Son soldados? —preguntó Namjoon  lavándose la cara. —No me importa tener más gente que alimentar si son brazos que luchen.

—La mayoría lo son —respondió Seokjin.
—Algunos están heridos pero en pocos días podrán ir al frente de nuevo. Se pondrán a tus órdenes. No lo dudes.

—Perfecto. —Namjoon sonrió. Esas eran buenas noticias, sin embargo no todo eran buenas nuevas. Hyunjin y Seokjin se miraron. Namjoon se debía enterar de lo que sucedía. No podían ocultárselo.

—Hay algo más que debes saber, mejor dicho, ver. Ven con nosotros.

Namjoon los siguió y llegaron hasta una de las tiendas. Varios hombres, Joseoneanos todos, custodiaban la entrada. Al verlos llegar, se apartaron permitiéndoles pasar. Namjoon se quedó frío al ver lo que había en el interior. No lo podía creer.

—¡Por las Diosas! ¡Están vivos!

Jin Goo se puso de pie entonces y se aproximó a él. Ambos hombres estrecharon sus manos en absoluto mutismo, como si pudieran expresarse todo lo que sentían sin necesidad de palabras. Entonces Namjoon miró por encima del hombro de Jin Goo y pudo ver con claridad la figura recostada en el lecho, en una esquina de la carpa.

—El rey Jungkook —susurró incrédulo.

—Está gravemente herido —intervino Seokjin acercándose al enfermo. Jungkook titiritaba de fiebre y tenía una palidez mortal.

—Ha sido envenenado con una flecha —explicó Jin Goo yendo también a su lado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y todo su cuerpo tembló. —Fue hace tres días. Ya estábamos a punto de llegar aquí cuando fuimos emboscados.
—Sálvenlo por favor. ¡Por las Diosas, se los ruego, sálvenlo!

Cualquiera que hubiese visto llorar a Jin Goo de aquella forma se habría conmovido. Todos guardaron un respetuoso silencio ante su llanto. Sólo hubo otra persona que se puso igual o peor que él al enterarse del estado de Jungkook y esa otra persona fue Taehyung.

La aldea de Jinju había sido liberada. Esa era la última noticia que Yoongi había recibido antes de embarcarse en la costa Jaeniana del sur, rumbo al norte donde se encontraba su palacio. Salir de Joseon no había sido una labor sencilla, y menos con esos bosques repletos de desertores que atacaban a cualquiera que se les cruzara.

Demoró quince dias para atravesarlos, perdiendo hombres importantes en la travesía, pero gracias a las Diosas, su odisea había terminado, y justamente, el primer día de invierno había logrado dejar atrás la espesura del bosque y ver el mar tranquilo de olas mansas que rebotaban en los espolones cerca al muelle de Jaén.

Se preguntó entonces por Seonghwa mientras observaba un banco de pececillos que nadaba a unos milímetros por delante de la embarcación. Era posible que su hijo ya hubiese nacido y hasta sido bautizado. Esperaba que todo hubiera salido bien tanto para la madre como para la criatura, y que el doncel comprendiera sin problemas que sólo tendría al niño hasta el destete. Después debería entregarlo y dejarlo bajo su tutela para que fuese criado como el príncipe heredero que era. Eso era lo correcto.

“Será ese niño quien perpetuará el linaje real de Jaén”, se dijo a sí mismo en ese momento. Estaba seguro ya de que Jimin no quería darle hijos y él no pensaba obligarlo a hacerlo. Fuese que su esposo se estuviera cuidando a sus espaldas para no concebir, o que de veras fuera infértil, no importaba. Si Jimin no pretendía llevar a una criatura en su vientre con verdadero deseo, entonces no valía la pena.

Sonrió para sus adentros. El tampoco quería más hijos. De haber sido posible no hubiese tenido ninguno y habría dejado aquella tarea en manos de Hyunjin, para que fuese el primogénito de éste quien heredara la corona.

Para Yoongi, Hyunjin había sido como un hijo, uno con el cual había cometido infinidad de equivocaciones, la mayoría de ellas imposibles de enmendar.

—Hyunjin —susurró entonces, y su aliento salió como humo helado por su boca. —¿Dónde estarás ahora, mi vida? ¿Pensarás en mí?

Yoongi tenía inmensas ganas de volver a ver a su hermano. Se imaginaba que debía estar bellísimo en su estado. Se moría por abrazarlo, besarlo, pedirle perdón por haberlo abandonado en Koryo y haberlo casado con un hombre al que no amaba.

En medio de estas cavilaciones sacó un cigarro y lo encendió. Pronto podría hacerlo. Si la estrategia que él y su mamá habían planeado salía bien, Seria raptado del campamento donde estaba y en unos días estaría con ellos en Jaén.

Sin embargo, tenía que admitir que aquella idea del rapto no lo dejaba totalmente satisfecho. Su sentido del honor le estaba reclamando por algo que en el fondo consideraba desleal. Namjoon había demostrado ser un hombre de gran valía y no merecía que su esposo e hijo le fueran arrebatados de aquella forma. Se sentía mal por él pero de momento no tenía más opción. No quería que Hyunjin tuviese que seguir pagando por sus errores como lo había hecho en el pasado siendo maltratado por In Guk. En aquellas épocas no había encontrado el valor para defenderlo como merecía, no había sido capaz de matar a su padre como tanto se especulaba. Ahora sería diferente; nuevamente la vida le daba la oportunidad de ayudar a su querido hermano y esta vez no la dejaría pasar.

Se levantó entonces de su posición, descendiendo a su camarote; encendió una pequeña lámpara de gas y se desvistió para dormir.

Hacia frío, así que se colocó unos pantalones de pana y una camisa de lana. Había adelgazado un poco en esos días, pues notó que las prendas le quedaban algo flojas. En ese momento recordó aquella marca de nacimiento que tenía en la base de la espalda y la tocó. Según su mamá, su padre Jin Goo tenía una igual. Esa era la prueba fehaciente de que eran padre e hijo, la marca de que llevaban la misma sangre.

“Definitivamente tendré que reunirme con ese hombre” pensó entonces. Tenía que reunirse con él, escuchar su versión de los hechos y aclarar qué fue lo que realmente pasó aquella mañana, hacía veintiun años atrás, cuando vio a su mamá salir a solas del palacio para reunirse con ese sujeto.

Si, ahora Yoongi sabia que había sido con Yeo Jin Goo y no con Jung Hyung con quien se había reunido Hyo Seop el día que murió. Su madre le había contado todo en aquel oasis donde se reencontraron, aunque él se cuidó muy bien de no decirle que también había estado alli en esa ocasión, siendo sólo un niño, espiándolo a lo lejos.

Era por esa razón que sabia que una parte de la historia contada por su mamá no era cierta. Eso de que había ido a aquel encuentro amenazado y precavido era una completa mentira. Lo que él había visto esa mañana tenia un nombre claro: Pelea de amantes.

Suspiró profundo, apagó la lámpara de gas y cerró los ojos. De momento no haría nada más con respecto a sus dudas, solo esperaría. Una vez tuviera a Hyunjin consigo vería qué hacer. Sentia que algo no cuadraba en todo eso, que algo turbio estaba a punto de descubrirse.

Acurrucándose en la cama pensó que la vida era extraña. Tantos años había anhelado ver de nuevo a su mamá y ahora que lo tenía de nuevo consigo sentía que aquello no estaba bien. Por muchos años se había hecho tantas preguntas que parecían no tener respuesta y ahora que las encontraba se preguntaba si tal vez era mejor no haber llegado a resolverlas jamás. Empezaba a creer que era cierto aquel dicho que decía: "No hagas preguntas si no quieres saber las respuestas".

Taehyung y Namjoon estaban preocupados. El invierno había llegado y amenazaba con ser uno de los más crudos de las últimas décadas. Aquello no les convenía en lo absoluto, pues para los Yurchianos el frío era su mejor aliado; vivían la mayor parte del año con ese ambiente y sabían cómo manejarse entre la nieve y soportar el inclemente clima.

Tenían entonces que tratar de acercarlos un poco más a Koryo; alejarlos de las montañas donde se habían aglomerado durante esa última semana y atraerlos de nuevo a la planicie. Alli hacia un poco mas de calor y tendrían ventaja. Les urgía hacer esto ya que el ejercito Koryano estaba empezando a perder terreno desde que la batalla había salido del valle para avanzar a zonas altas y escarpadas, donde no les estaba yendo muy bien.

—Esta es la frontera. Aquí estamos ubicados nosotros y aquí están los Yurchianos ahora. —Namjoon había extendido el mapa del reino sobre una mesa. A su alrededor varios rostros serios lo miraban.
—Traerlos más al norte será lo mejor en estos momentos. Es lo que pienso.

—¿Estás loco? —Pero no todos opinaban igual. Hyung Nil, oponiéndose a la idea, se puso de pie en el acto —¿Quieres meter a nuestros enemigos en Koryo? —exclamó disgustado. —¿Acaso has perdido el juicio?

—No es una idea descabellada —le replicó Namjoon. —Luchamos mejor en la planicie, ya lo hemos demostrado. ¿O es que acaso has tenido alguna premonición?

—No, no he tenido ninguna, pero de todas formas la idea me parece muy arriesgada.

—Pues yo no veo otra salida, por lo menos, no de momento. —Namjoon suspiro cansado y tomó una silla para sentarse. —Tú siempre has peleado en terreno escarpado y tus hombres lo hacen maravillosamente —dijo dirigiéndose al príncipe Hyung Nil, —pero por desgracia los míos no. Mis hombres se aturden en lo alto.

—Los Yurchianos tampoco son expertos en las alturas. —La voz de Jin Goo se alzó fuerte y clara; no así su rostro, que lucía cansado y sombrío. —Sin embargo, por esta vez, estoy de acuerdo con su Alteza Namjoon. Tal vez los Yurchianos no sean muy buenos peleando en las montañas pero es que los Koryanos simplemente apestan.

—Entonces ¿aprueban mi idea? —Namjoon sonrió ligeramente. Si Jin Goo aprobaba su idea, Hyung Nil y los demás seguramente cederían.

—Yo si —dijo Jimin brillando su casco, feliz de que por fin le estuvieran dejando luchar.

—Yo también —afirmó Hyunjin.

—Ya conocen mi opinión —dijo Jin Goo. —Les aseguró que Jungkook estaría de acuerdo también —sonrió con tristeza. —Y de no estarlo, tendría una idea mejor.

—Entonces no hay nada más que hablar, —dijo Hyung Nil poniéndose de pie, tomando su espada y su casco. —Se hará como ustedes digan.

—Perfecto —se regocijó Namjoon dando por concluida la reunión. El resto de los presentes siguió a Hyung Nil y abandonaron la carpa, dejando adentro a Namjoon, quien se dedicó a escoger algunas armas que tenían aprovisionadas alli.

Justo estaba probando el filo de una espada cuando Taehyung entró de repente. Su rostro estaba lleno de expectación y tensión. Sus hombros estaban contraídos.

—¿Qué decidieron? —preguntó echándole una ojeada al mapa donde Namjoon había trazado enormes circulos —¿Les pareció buena mi idea?

Namjoon se sentó de nuevo sobre su silla, puso una espada sobre la mesa y sonrió torcidamente.

—La aprobaron por unanimidad y debo decirte que quien más concordó con el plan fue Jin Goo.

—¿Me estás jodiendo?

—¡Ah, no! ¡No me mires así! Yo no tengo la culpa de lo que está sucediendo, —se quejó con un puchero. —No tengo la culpa de que el maridito de tu tesorito sea un hombre razonable.

Taehyung bufó fastidiado y tomó asiento también; subió los pies a la mesa y comenzó a mecerse con las patas traseras de la silla. Parecía un niño pequeño molesto.

—Ya lo sé —se excusó entonces. —Pero no puedo evitarlo. Los celos me están matando.

—Pues, contrólalos. Además, te tengo buenas noticias —sonrio cómplice. —Por si no te has enterado, Jin Goo partirá mañana a Joseon y dejará a tu "Tesoro" a mi cargo, aqui, en este mismo campamento... Oye! ¿Qué haces, Taehyung?... ¡Por las Diosas!

Al escuchar la noticia que le acababan de dar, Taehyung saltó de su asiento y ahora abrazaba a su hermano con todas sus fuerzas. Sentia que no cabía de dicha. Por fin, después de tantos días de desasosiego encontraba un poco de piedad de parte de las Diosas.

—Namjoon, ¿no me estas mintiendo? ¿No me estás engañando? —preguntó con lagrimas en los ojos. Su hermano negó con la cabeza. —¡Qué felicidad siento! Estoy tan feliz que si no fueras mi hermano te besaría.

—Te suplico que no lo hagas —sonrió Namjoon devolviéndolo el abrazo. Se alegraba de verlo de nuevo feliz después de tantos días de amargura.

—¿Por qué se marchará? —Preguntó Taehyung retomando la compostura. —¿Qué piensa hacer? ¿A dónde piensa ir?

—Eso no me lo dijo —respondió Namjoon frunciendo el ceño, luego tomó un vaso y se sirvió un poco de vino. —Solo sé que está planeando algo. Es un hombre muy misterioso.

—Sí, y un gran estratega de guerra también —opinó Taehyung. —Por más que me cueste aceptarlo, es un digno rival.

Taehyung volvió a tomar asiento y Namjoon asintió. Ambos concordaban en que Jin Goo mostraba signos claros de ya no ser sólo un tutor para Jungkook. Algo le había pasado en las últimas semanas que le había cambiado el corazón, convirtiéndolo en un hombre perdidamente enamorado.

Esto preocupaba mucho a Taehyung, quien temía que se fuera a repetir la historia de Hyung Sik y los antiguos pretendientes. Por eso estaba tan complacido con la idea de que se alejara. Había estado temiendo que ahora que Jungkook y el bebé estaban fuera de peligro, el hombre decidiera llevárselos también. Gracias a Johary no había sido así y había decidido marcharse solo.

—Por cierto, ¿es verdad que mandarás a Hyunjin al palacio mañana temprano? —preguntó de repente Taehyung tomando él también una copa de vino.

—Asi es, —respondió Namjoon. —Su embarazo está muy avanzado y le cuesta moverse con soltura. Creo que es lo mejor.

Taehyung estuvo de acuerdo. Desde que se había enterado que Hyunjin era su medio hermano se preocupaba mucho por él. Le habría gustado que se criara junto a él y Jimin y ahora se sentía muy feliz de que estuviese con ellos en Koryo. Además, reconocía el gran cambio que había sufrido el muchacho en los últimos meses y entendía por qué Namjoon se había enamorado de él. Hyunjin tenía un carisma excepcional, un coraje único y una dulzura inigualable.

—Entonces ¿te quedaras sin uno de tus chicos? —preguntó, haciendo lo posible por no reirse.

—No te comprendo —respondió Namjoon enarcando una ceja.

—¿El nombre de Seokjin si lo comprendes? —replicó Taehyung. —¿O tal vez comprendas mejor la palabra trío?

Namjoon se quedó mudo y entonces Taehyung ya no pudo contener la risa.

—Hace un par de noches me desvelé y pude ver que a eso de la media noche, tu antiguo amante se deslizaba a escondidas en la carpa donde duermes con Hyunjin y no salió hasta muy pasada el alba —explicó el príncipe.

—Yo pues...

—¡Eres un pervertido Namjoon! —Taehyung puso una falsa cara de indignación burlándose de su hermano que estaba rojo de la vergüenza. —¡Y estas pervirtiendo a mi hermanito Hyunjin!

—No es así, no es cómo crees —intentó explicar Namjoon. —¡No es como tú piensas!

—¿Qué es lo que, según tú, estoy pensando?

—Algo muy malo, seguramente —contestó Namjoon haciendo un puchero.

—Pues no es así, —replicó Taehyung con una pícara sonrisa. —Al contrario, lo que estoy pensando es muy bueno.

—¿Y me llamas a mi pervertido? —le reclamó Namjoon empujándolo levemente. Taehyung se carcajeó de nuevo y luego, miró a su hermano con rostro serio. —Es broma Namu, hasta me das envidia. Si los quieres a ambos y eres bien correspondido, no voy a censurar que hayas decidido volver a tomar a Seokjin como amante, ni que tú y Hyunjin compartan placeres con él. Pero hay que cuidarse bien de que esto no llegue a oídos de la corte. A nuestro padre le daría un soponcio.

—Padre ya va a matarme cuando sepa que embaracé a su hijito menor —suspiró Namjoon rodando los ojos.

—Eso no es cierto. Nuestro padre estaba de acuerdo con esa boda. Recuerda que la primera vez que pediste la mano de Hyunjin, él te representó ante Yoongi.

—Eso es verdad —reflexionó mejor Namjoon poniéndose muy serio de repente. —Temo mucho por nuestro padre —dijo de repente. —Hace días le escribí. Me dije a mi mismo que si no obtenía respuesta iría por él pero no esperaba que la guerra nos alcanzara tan rápido. No sé qué pensar.

—¿Crees que haya sido capturado? —cuestionó Taehyung tomando otra copa de vino. —Tal vez sólo este bloqueado por los disturbios. Los correos tienen dificultades para llevar los mensajes. Sus hombres no le habrán dejado exponerse, ¿no crees?

—Espero que así sea realmente eso espero. —Namjoon le dio la razón a Taehyung y suplicó a las Diosas por su padre.

Desde que se habían enterado de todo lo ocurrido entre Jung Hyung y Hyo Seop, Taehyung se sentía decepcionado de su padre; sin embargo Namjoon no se sentía igual en lo que respectaba a Jung Hyung. El agradecimiento que tenía para con ese hombre era infinito y a prueba de todo y eso no cambiaría por nada ni por nadie.

De esta forma, ambos hermanos continuaron hablando hasta muy entrada la noche, y cada uno se retiró a dormir a su respectiva tienda.

Un día nuevo llegaría. Un día que traería asombrosas noticias... noticias que no serían necesariamente buenas.

Continuará...

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