Invitaciones
Cuando de enemigos se trataba, a Hyo Seop le gustaban aquellos hombres que no temblaban ante el destello de la espada; esos que no huían al verse desarmados y que aún estando de rodillas miraban a su verdugo como si lo hiciesen desde arriba. Por enemigos como esos sí valía la pena ensuciarse las manos, y en aquellos momentos, Jungkook era uno de esos enemigos.
La oscuridad en las mazmorras del palacio Kaesongino era tan aguda como un grito al oído. Las antorchas que llevaban los soldados resultaban insuficientes para iluminar los rectilíneos y largos túneles, que parecían hacerse más tenebrosos y pestilentes a esas horas de la noche.
La piedra rugosa, sin pulir, con la que estaban construidas las gruesas paredes subterráneas, olía a humedad y desechos humanos. El aire era rancio, como si también llevase muchos años encerrado.
Hyo Seop caminaba tranquilo, escuchando los alaridos de los reos y el chirrido de las ratas apagando el repique de sus botas. Se dirigía a la sala de interrogaciones para encontrarse con el único prisionero capturado vivo durante el asedio a la prisión. Ya tan sólo estaba a escasos metros de su objetivo cuando se encontró con el espectáculo que decoraba el final del último túnel. Una mueca turbia adornó su bello rostro y luego, sus labios se torcieron en lo que pareció una sonrisa.
Cerca de una docena de guardias yacían muertos en el suelo pedregoso. La sangre se mezclaba con el agua que se filtraba por las fisuras del techo y corría como hilos escarlata por los desniveles.
Observó los cuerpos inertes de los suyos, aglomerados junto a unos pocos hombres del bando enemigo, los cuales, todavía se convulsionaban en espasmos agónicos mientras terminaban de desangrarse.
Con cuidado de no manchar sus ropas, el doncel cruzó entre los caídos y logró llegar en cortos pasos hasta el principal atractivo de esa macabra escena: se trataba de un soldado joven, de bajo rango; tenía el cabello rubio sobre la frente y unas gotas carmesí corrían por su faz hasta chorrear por su mentón, terminando en un espeso charco a sus pies. Estaba desnudo y amarrado de pies y manos a una de las columnas centrales del largo pasaje; le habían sacado los ojos y en la piel de su pecho lucía tallada, con fina daga, una frase en perfecto saguay que decía: "SiKje alpiheg" (La ira de SiKje).
—El toque de misticismo extra —susurró Hyo Seop, alargando su mano para tocar la sangre seca que resaltaba el mensaje escrito sobre la piel del soldado.
—Ya no me queda duda… Esto es obra tuya, "Tesoro de SiKje". Una invitación a la guerra. ¡Que divertido!
Con displicencia giró su cuerpo y se dirigió a la celda. Un soldado se adelantó para abrir el grueso candado mientras su compañero le acercaba una antorcha. Al abrirse la puerta, un chirrido hizo eco, rebotando por las paredes. En ese mismo instante, por todo el recinto se escuchó un grito espantoso y visceral, que venía desde dentro de aquella cámara. Hyo Seop sonrió imperceptiblemente. Adentro estaba el prisionero que iba a ver, y tal parecía que no estaba colaborando mucho.
Un olor a cera y carne podrida lo recibió al pasar. En el interior de la celda, el aire era todavía más espeso que en los pasajes, y se fundía con el olor a sangre, orines y cenizas, formando un aroma agrio y penetrante que resultaba del todo insoportable, arrugó su nariz, sacando sus sales aromáticas para contrastar el olor, y avanzó unos pasos sabiéndose protegido por el efecto de contraluz que le permitía observar a su “invitado” sin que éste lograse verlo a él.
Frente a él, la larga y macabra mesa de torturas, acogía a un hombre desnudo por completo. El sujeto estaba atado a los barrotes de la mesa por manos y pies; sus piernas estaban en carne viva y su rostro, cubierto de sombras, era irreconocible a la distancia. Las manos del reo estaban agarrotados como arañas, y los dedos de aquellas manos no tenían uñas. En ese instante, el pecho del hombre estaba siendo despellejado por una lija.
Hyo Seop detuvo al verdugo con un movimiento de su mano. Enseguida, aquel hombre, robusto y enmascarado, paró todo movimiento, dirigiéndole una respetuosa reverencia. En ese momento también, de entre las sombras, se hizo visible el confesor: un hombre menudo, de piel consumida como la de un reptil, y una gran joroba al mismo nivel de su cabeza. Sostenía entre su mano diestra y el muñón de la izquierda el pergamino en el que iba anotando todo lo que los reos decían durante los interrogatorios. Hyo Seop estiró una mano con desdén y el hombrecillo menudo le entregó el pergamino.
Estaba en blanco.
—Así que no ha dicho nada.
El confesor asintió despacio.
—Estos Joseonanos entran a la prisión camuflados como Yurchianos, sacan al preso más importante que tenía, el príncipe Hyung Sik. Luego, esos mismos hombres matan a los nuestros, los desnudan, les sacan los ojos, escriben sobre ellos una verborrea mística y ¡¿ustedes qué hacen?! —Hyo Seop palmeó furioso la mesa del confesor—¡Fallan! —les gritó con una cólera evidente.
—Fallaron en la misión de encontrar y traer al rey Jungkook, y ahora fallan al proteger a mi reo más importante.
—Señor, está equivocado —Un soldado, que tuvo la osadía de avanzar un paso mientras los ojos de Hyo Seop lo fulminaban, se atrevió a defender a los suyos. —Los hombres que nos atacaron no eran Joseonanos, eran Koryanos —dijo con seguridad, a pesar de que los nervios lo tenían temblando de pies a cabeza. —Los reconocimos por su acento al hablar. Fue por eso que se formó la batalla.
—¿Koryanos? —El tono de furia de Hyo Seop cambió a uno de preocupación.
—¿Estás seguro de lo que dices?
—Sí, mi señor —asintió el muchacho. —Uno de los hombres que estuvo a cargo de la misión de secuestrar al rey Jungkook llegó hace unas horas a Kaesong. Dijo que cometieron un error terrible y que en vez de secuestrar al rey, capturaron a alguien más.
—¿A quién capturaron entonces? —preguntó Hyo Seop con un hilo de voz.
—Capturaron al príncipe Taehyung, mi señor.
Hyo Seop sintió que el corazón se le pulverizaba como si lo tuviera hecho de granito. Un presentimiento se clavó en su pecho como lo hace una flecha certera.
—¿Taehyung?
—Así es, mi señor. El príncipe Taehyung murió en una explosión cuando los suyos trataron de rescatarlo. Esa debe ser la razón por la que los Koryanos se involucraron en esto y nos atacaron con tanta saña. El soldado que regresó dice que fue horrible, que los rodearon y no les dieron tiempo de nada, él escapó de milagro.
—Así que está muerto —Hyo Seop se volvió a mirar al prisionero que tenían sobre la mesa. Le temblaban las piernas, pero avanzaba sin pausa, acortando cada vez más la distancia que lo separaba de él. Al llegar hasta el lado del prisionero, al que hasta ese momento no había reconocido, jadeó con fuerza: el presentimiento ya era una certeza, pero aún así era difícil conservar la calma.
Estiró su mano y sacudió los cabellos decolorados, esos que escondían el color real de aquella cabellera; los mismos que años atrás había acariciado tantas veces entre sus manos. Hyo Seop delineó los labios de Jung Hyung, quebrados por la resequedad; y como un relámpago, el doncel recordó la humedad de sus antiguos besos, mirando ahora la fragilidad de su antiguo amante; deleitándose en la imagen de ese cuerpo torturado; ese que tantas veces hizo suyo, ese que durante los encuentros furtivos del adulterio siempre logró tocar.
—Taehyung es mi sol, mi cielo, el niño de mis ojos. Mis hijos son mi vida y sin ellos no soy nada —Hyo Seop comenzó a reír mientras rememoraba las palabras con las que Jung Hyung solía hablarle de sus hijos. —No bromeabas cuando me decías eso de tu primogénito, ¿verdad? —se burló todavía más, logrando que entonces, por fin, Jung Hyung abriera los ojos y lo mirara con una incredulidad y un pavor que cada vez se impregnaba más en sus facciones.
—Hyo Seop —susurró Jung Hyung, jadeando de dolor y de pánico. Pero el doncel sólo se burló más, apretando con saña las heridas de su pecho.
—Háganle hablar —ordenó mirando al verdugo y luego, salió de aquel lugar.
A pesar de que había asistido con aparente serenidad a todos los actos públicos que se celebraron en honor a su desaparecido hijo, lo que menos tenía en el corazón Woo Seok era resignación.
Durante el último ritual leyó el pasaje sagrado con el que se invocaba a los ángeles de la muerte para que brindaran custodia al difunto en la otra vida, y lo hizo con tal devoción, delante del pueblo reunido en la plaza mayor, que al término, la gente enardecida le gritaba consignas de duelo y de venganza.
Así era el inmenso amor que Taehyung despertaba entre su pueblo; tanto, que hasta un pequeño niño trovador, encaramado en brazos de su padre, alzó su diminuta voz para entonar una melodía suave y triste. Era tanta la aflicción con la que sus notas viajaban por el aire, que la gente poco a poco calló para que el rey consorte, desde el púlpito de la plaza, pudiera escuchar los ronroneos de aquel dulce ruiseñor.
Cuando el canto del niño terminó, Namjoon tuvo que ayudar a Woo Seok a bajar del escenario y subirse a su caballo, pues el rey consorte se había quedado estático contemplando al niño como hipnotizado.
Al volver a palacio, sólo fue cosa de que pusiera un pie sobre el suelo cuando el doncel ya estaba llamando a su presencia a todos los magos del reino. Por tres días, con sus noches incluidas, no había hecho otra cosa que exigir a sus hechiceros que encontraran la forma de traer a su hijo a la vida. Algo sobrenatural tenían que encontrar para lograr tal fin. La magia de Koryo era reconocida como una de las más poderosas y si la magia le había quitado a su hijo, la magia se lo devolvería.
Namjoon había permanecido muy atento a todo. No juzgó mal la momentánea locura de su mamá y dejó que intentara trucos con los magos a pesar de saber que no darían resultado. Esperaba que luego de que los conjuros resultaran infructuosos, superase la etapa de negación, pero ese momento nunca llegó, y no llegaría jamás, lo supo cuando escuchó un estruendo terrible en la capilla mayor del palacio.
Hyunjin, Seokjin y Namjoon llegaron a toda prisa. Los custodios les abrieron las puertas presurosos, justo en el momento en que Woo Seok le arrojaba un montón de agua a uno de los magos. La túnica del pobre infeliz quedó tiznada del achiote con el que, previamente, había teñido el agua para simular sangre. El rostro del rey consorte estaba rojo pero de la ira.
—¡¿Intentan verme la cara de idiota?! ¡Malditos aprendices! —explotó el rey consorte, haciendo temblar a los poderosos magos de Koryo. —¡Esto es magia básica! ¡Hasta un niño de pecho haría mejores trucos que ustedes! ¡Sabios de pacotilla! ¡Timadores de poca monta!
—Majestad, nosotros… —el mago intentó hablar pero fue interrumpido.
—¡Cállense! —replicó Woo Seok, a punto de golpear al hombre con su propia vara. Sin embargo, Namjoon llegó a tiempo para detener el ataque. Estaba desconcertado.
—¡Retírense todos! ¡Salgan de aquí ahora mismo! Sus servicios ya no son necesarios.
—Por supuesto que son requeridos —contradijo Woo Seok, reteniendo a los hechiceros. —¡Nadie se irá a ningún lado hasta que no hayan creado una piedra mágica que me devuelva a mi hijo! ¡Se quedarán hasta que yo tenga a mi niño de regreso!
—¡No, se irán ahora! —El grito de Namjoon los sorprendió a todos. Woo Seok, que se había quedado pálido y jadeante, comenzó a llorar.
Namjoon fue hasta él de inmediato y lo tomó entre sus brazos. —Los hechiceros se irán ahora, mamá. Ya ha sido suficiente. Ellos no te devolverán a Taehyung.
Entonces, el grupo de hechiceros aprovechó el momento y de esa forma, lograron salir a toda prisa del recinto, dejando al rey consorte en medio de un motón de tótems, yerbas y talismanes activos e inactivos. Namjoon avanzó arrastrando a Woo Seok consigo. El doncel lloraba entre sus brazos y se retorcía con el fin de negarse a abandonar el lugar. Por fin logró zafarse y devolverse hasta el altar del templo, secando sus lágrimas.
—No, no me iré. Si esos imbéciles no pudieron hacer nada para regresarme a mi hijo, yo mismo encontrare la manera de hacerlo. ¡Yeon Dul, pásame ese libro!
Namjoon suspiró y volvió sobre sus pasos. Con su mano detuvo a Yeon Dul, el doncel de compañía de Woo Seok, quien iba presuroso a entregarle el libro.
—¡Fuera de aquí tú también! ¡Fuera todos! —ordenó echando de allí a los demás sirvientes y cortesanos. Hyunjin y Seokjin esperaron en la entrada del templo. Estaban completamente sorprendidos.
—Namjoon, no vas a impedirme hacer lo que quiero —le dijo Woo Seok cuando lo vio dirigirse hacia él, pero Namjoon hizo caso omiso de la advertencia y llegando de nuevo hasta la altura de su mamá lo tomó de ambos hombros y lo zarandeó.
—-¡Mamá, ya basta! ¡En ausencia de Jung Hyung, estoy en la obligación de hacerte un llamado a la cordura!
—¡No quiero cordura, quiero a mi hijo! —se lamentó Woo Seok zafándose de nuevo, y yendo él mismo por el libro que Yeon Dul había dejado sobre una mesa del altar, abriéndolo para ojear sus amarillentas hojas.
—¡Rayos, no entiendo un comino! —blasfemó, viendo el lenguaje encriptado del voluminoso compendio de magia.
Namjoon volvió a suspirar, esta vez con la paciencia al borde. Su siguiente acción fue dirigirse al altar, enfrentar a Woo Seok, y zarandearlo, está vez con un poco más de fuerza.
—Namjoon…—susurró Woo Seok resoplando y con los ojos otra vez llenos de lágrimas.
—He dicho que basta, mamá —habló, arrebatándole el libro, y tirándolo lejos del altar.
—Ningún truco que hagas va a revivir a Taehyung, ¿comprendes? ¡Ninguno!
—Mi Taehyung, mi dulce niño. —Woo Seok se estremeció, pero por fin comprendió la magnitud de la locura que pretendía llevar a cabo y sus nervios terminaron por quebrarse, completamente destrozados, diluyéndose finalmente en un desgarrador llanto.
Namjoon se apresuró a tómarlo entre sus brazos y ambos terminaron tumbados a los pies de las escalinatas que conducían al altar mayor. El príncipe acarició los cabellos lacios y suaves del doncel mayor, alzándole el rostro para depositar un cálido y dulce beso en su frente.
—Nunca podre revivir a mi hijo —gimoteó Woo Seok.
—No, no podrás hacerlo —susurró Namjoon en su oído. —No podrás hacerlo porque Taehyung está vivo.
—¿Cómo? —Woo Seok lo miró con sus ojos abiertos como platos. La respiración se le había cortado por un instante. —¿Taehyung está vivo?
—Silencio —pidió Namjoon, colocándole un dedo sobre los labios. —No hables alto, ni cuentes esto a nadie más. Ni siquiera a Hyunjin o Seokjin. Taehyung no quiere que nadie ajeno a su familia se entere que está vivo. Ni siquiera su Majestad Jungkook.
—Pero ¿Por qué?
—No lo sé. Por fin pude ubicarlo con mi telepatía, y pude ver que está a salvo. Pero no podré estar seguro de nada hasta verle en persona.
—Pero ¿Está herido? ¿Está bien?
—Sí, está bien. Estuvo herido, por eso no podía comunicarme con él ya que estuvo inconsciente durante mucho tiempo, pero ya ha sanado. —Namjoon se incorporó tomando a Woo Seok de un brazo, llevándolo consigo.
Woo Seok se paró del suelo, apoyándose en su hijo, dispuesto a seguirle. —Mi legeremancia ha mejorado muchísimo gracias a los consejos de Yeo Jin Goo —continuó relatando el príncipe, dándose un golpecito en la cabeza mientras él y su mamá recorrían el camino de regreso al templo.
—¿Entonces, te reunirás con él pronto? —preguntó Woo Seok esperanzado, pero por desgracia Namjoon negó con la cabeza.
—De momento, no es seguro. Además, estoy preocupado por mi padre. Hace días perdí la conexión telepática con él. Pienso que es debido a lo lejos que está Kaesong. Aún no soy tan fuerte como para lograr comunicarme a tal distancia. Pero no estoy seguro, temo que le haya pasado algo malo.
—Pues tu padre me tiene completamente sin cuidado —señaló Woo Seok sin compasión. —Al único que quiero ver ahora es a mi hermoso Taehyung.
—Comprendo —Namjoon sonrió con amargura y prefirió no meter más el dedo en esa herida. Con cuidado metió una mano en el bolsillo de su camisa, extrayendo de ésta una invitación. —Llegó de Joseon —dijo, antes de extendérsela a su mamá. Woo Seok tomó la carta y la leyó, soltando un insulto que hubiese hecho sonrojar hasta a los prostitutos del puerto de Jaén.
—¿Es posible esto que leo? —preguntó estupefacto, sin despegar la vista de la invitación a la boda del rey Jungkook.
—Yo tampoco lo podía creer, pero si queremos ver a Taehyung, seguro lo veremos ese día. Creo que es imposible que falte.
Woo Seok asintió y junto a su hijo entró al templo. Seokjin y Hyunjin los recibieron en las puertas del recinto. Namjoon exhalo un largo suspiro y se fue con rumbo a los patios de armas. No sabía por qué, pero el otoño que se había instalado ya, parecía más sombrío, más triste, más lúgubre que otros años.
Jungkook se inclinó un poco para que le midieran el dobladillo del chaleco de su traje de matrimonio. Sus pajes se movían de un lado a otro, como hormiguitas en mudanza, obedeciendo a las órdenes de los costureros que no querían que quedara ni el más mínimo botón fuera de línea. Por fortuna para él, ese era el único trámite previo a la boda que tenía que soportar, y era sólo porque las medidas del traje se tomaban directo sobre su persona, a fin de que la moda resultara una exquisitez a la vista. Todo lo demás había sido delegado con gusto a sus padrinos, que como dignísimos miembros de la corte, estaban felices de estar todo el día metiendo sus narices en palacio.
Se miró al espejo de cuerpo entero, frente al que llevaba casi dos horas. Era muy raro verse vestido de blanco; ese color no le sentaba bien.
Realmente, se preguntaba si ese color le sentaba bien a alguien. A diferencia de su clásico negro, el blanco no mostraba nada; era tan neutro, tan aburrido, tan pálido. No entendía cómo era que había accedido a usarlo. Seguramente había sido porque el blanco era el color tradicional y él era un respetuoso de las costumbres. Sin embargo, ese color no le daba buena espina; todo lo contrario, le producía un extraño malestar en el estomago. Una extraña sensación de vacío.
A pesar de eso, en ese momento, estaba muy feliz. Por fin sus hombres habían escrito, anunciando que en muy poco tiempo, el príncipe Hyung Sik estaría en Joseon. La estrategia militar, que le tomó una noche entera, planear con ayuda de Jin Goo, había sido plenamente exitosa y por fin podría verse cara a cara con el único hombre que sabía cuál era el paradero del “Libro de las Diosas”.
Aunque le revolviera el estomago, debía hacer lo qué tenía pensado para que Hyung Sik le soltara aquella información, no tenía otra opción. Necesitaba encontrar ese libro, pues esa era la única forma de quedar definitivamente a la delantera de sus enemigos.
La sola idea de tener a los malditos Yurchianos en la palma de su mano era tan deliciosa que equiparaba cualquier sacrificio que tuviera que realizar para lograrlo. Por lograr su venganza, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa; con tal de pisarle la cabeza a esos blasfemos y miserables llegaría a los más exagerados extremos. Por volver a ver a Taehyung vivo, aunque fuese sólo para perderlo otra vez, era capaz de recorrer el mundo a pie, pisando sobre clavos ardientes.
Pero estas reflexiones quedaron suspendidas abruptamente. Mientras que terminaban de acomodarle el chaleco, alguien llamó a la puerta. Uno de los guardias de la recámara se apresuró a abrir y un soldado apareció en el umbral, solicitando audiencia. Jungkook lo miró y arrugó el ceño. Más le valía traer buenas noticias.
—Déjenlo pasar —ordenó bajando de una butaca de madera. Uno de los costureros quedó con la aguja lista para pegarle un broche en la capa de su chaleco.
El soldado se adelantó y respetuosamente se inclinó con una reverencia.
—Ya está aquí, Majestad —dijo con seriedad. —Mis superiores me han dado órdenes de venir en persona a avisarle. Acabamos de llegar.
—¿Eres Koryano? —Jungkook sonrió imperceptiblemente, pero interiormente estaba regocijado con esa noticia.
—Así es, Majestad —respondió el muchacho y se volvió a inclinar. —Pero mis superiores me ordenaron ponerme a sus servicios.
—¿Su Majestad Jung Hyung se encuentra bien? —preguntó Jungkook, pero el soldado negó con la cabeza, compungido.
—Lo siento, mi señor. No lo sé —respondió. —Yo no estaba con el grupo donde iba mi rey. Pero ruego a las Diosas porque mi señor esté a salvo.
—Comprendo. —Sin más que decir, Jungkook le sonrió al soldado y le hizo levantarse. —Haz hecho un buen trabajo, muchacho. Serás recompensado. ¿Has pensado seguir una carrera militar en Koryo? Porque puedo hablar con tus superiores para que empieces a ascender.
El joven soldado se sonrojó visiblemente ante esas palabras. Jungkook era el hombre más bello que había visto jamás. Era difícil conservar el buen juicio teniéndolo de frente. Sin embargo, el chico fue sincero y negó con la cabeza. Estar en la milicia no era su deseo.
—Realmente, y con todo el respeto que su majestad se merece, temo que no es mi deseo seguir la vida marcial, mi señor. Tengo planeado casarme con mi prometido el próximo mes, cuando termine mi servicio y con la ayuda de las Diosas, espero establecerme en el campo con él.
—Con ayuda de las Diosas y la mía —completó Jungkook con una sonrisa. —Haré que tú y tu futuro esposo tengan todo lo que necesitan y por cierto, dile a tu prometido que venga a verme cuando culminen los banquetes de mi boda. Le heredaré mi traje. Este mismo que estás viendo.
Aturdido de dicha, el joven soldado se inclinó y luego, con una inmensa sonrisa partió. Jungkook volvió a la butaca junto a los sastres y su sonrisa se convirtió ahora en un gesto de malicia. Hyung Sik había llegado por fin. Su victoria estaba a punto de asegurarse.
El muchacho, adolorido, mordía los almohadones para ahogar en éstos sus gritos destemplados. Había sido sacado de su propia cama a media noche, sin que su padre ni sus hermanos pudiesen hacer nada por ayudarle. Cuatro uniformados del ejército invasor lo montaron en el caballo del lider y se lo llevaron en medio de la niebla, sin hacer caso de los lamentos destemplados de su mamá. Sólo tenía dieciséis años y lo único que sabía del amor era lo que había escuchado de labios de sus amigos, un poco más maduros y experimentados. Sin embargo, aquellos pocos conocimientos le bastaban para saber que lo que aquel asqueroso hombre le estaba haciendo en ese momento, no era nada semejante al amor. No lo era, a pesar de que el sujeto le acariciaba, y a cada embestida le repetía con ronquidos lujuriosos, apasionados y sofocados: "Mi amor".
Ni siquiera le había quitado la ropa, pensó el pobre chico, tras un nuevo empujón contra sus entrañas. Ese Yurchiano inmundo sólo lo había sometido por la fuerza, bajo su peso, maniobrando las prendas de ambos, y después, tras haberle roto la nariz de un puñetazo limpio para que dejara de forcejar, lo había penetrado duro y profundo, apretándole los glúteos lascivamente y mientras le babeaba la cara.
Hyo Seop entró mientras Jin Young ultrajaba a aquel pobre infeliz y mientras esperaba a que el rey se vaciara en el interior del pequeño Kaesongino, se acomodó en otros almohadones cercanos, bebiendo una copa de vino.
Para cuando el infame rey de Yurchen finalmente logró alcanzar la satisfacción que le brindaba aquel sucio pecado, el jovencito ya había perdido la conciencia. Entonces, dejó que los guardias, que se habían estado conteniendo durante el espectáculo, se lo llevaran, y mientras, el rey se acomodó sus ropas, resoplando su orgasmo entre gimoteos de placer.
—No hay como la carne extranjera —rugió lascivamente el rey Yurchiano, guardándose su miembro aún goteante. Un esclavo se acercó y comenzó a asearlo.
—No sabía que le gustaran tan jovenes, Majestad —sonrió Hyo Seop, un poco asqueado por la visión del tan poco refinado rey.
—La carne es mejor entre más tierna esté —le contestó Jin Young con un gesto obsceno. —A propósito —¿Has visto a tu hijo Hyunjin últimamente? Siempre me interesó. Se lo pedí a Yoongi muchas veces para hacerlo mi esposo, pero el muy orgulloso de tu hijo mayor siempre me lo negó.
—¿Qué ha dicho usted? —Jin Young sonrió al ver cómo el bello rostro de Hyo Seop se contraia de furia.
—Hey, no te alteres ¿Acaso piensas que iba a tratar a tú hijo, un príncipe mitad Yurchiano, igual que como acabo de tratar a ese plebeyo extranjero?
“Sí, sí lo creo” pensó Hyo Seop, aunque prefirió no comentarlo en voz alta. Por más cómplice que fuese de Jin Young, el hombre seguía siendo su rey y tenía que llevar la fiesta en paz con él.
—Además ya no lo quiero. Ha crecido. Ya tiene veintiun años —se burló con una risotada grotesca.
Hyo Seop suspiró. Que ese hombre apestoso e imbécil no tuviese ya ojos para su niño lo tranquilizaba, ni en un millón de años le permitiría poner sus asquerosas manos en su pequeño Hyunjin.
Se concentró de nuevo en sus planes, era importante que pensaran en algo ahora que el príncipe Hyung Sik estaba en manos del rey Jungkook. Era importante que lo pensara y rápido.
—Nuestros planes penden de un hilo y su majestad se preocupa más por follarse mocosos —riñó entonces con un tono un poco ácido. —¡Hemos perdido a Hyung Sik!
—Ya lo sé —gruñó Jin Young cansado de que le recordaran ese fracaso.
—Pero te he dicho que impediremos que ellos encuentren primero el libro. Los vigilaremos, los acorralaremos y cuando encuentre ese dichoso libro se los quitaremos.
—¿Puedo confiar en usted esta vez, mi señor? —síseó Hyo Seop, sabiendo que se pasaba un poco de la raya. Sin embargo, no podía esperar más. Todos sus planes se estaban yendo por la borda y ahora que los Koryanos y los Joseonanos se habían unido, la cosa se ponía muy peligrosa.
Pero a pesar del tono amargo y desesperado de Hyo Seop, Jin Young solo sonrió. Tener al rey Jung Hyung con ellos era algo realmente bueno, y tanto él como Hyo Seop esperaban usar ese recurso en caso de que las cosas se pusieran muy feas.
—De momento, tenemos que esperar y mirar cómo va todo —dijo el rey, incorporándose sobre los almohadones en los que estaba acostado. Con soltura extendió su cuerpo hacia una mesa cercana y tomó un pergamino que estaba sobre ella.
—¿Qué es esto? —preguntó Hyo Seop con verdadero interés, tomando la invitación cuando Jin Young se la tendió y leyendo su contenido con los ojos cada vez más abiertos. —No puede ser.
—Jungkook ya sabe que yo estoy al frente de esta invasión. Estoy seguro —sonrió Jin Young, como si eso no le importara en lo absoluto.
—Y te invita a su boda para provocarte —concluyó Hyo Seop, concordando con su rey. —Esto es una trampa!
—Por supuesto que lo es —afirmó Jin Young, pero sus ojos brillaron de inmediato con una maldad terrible.
—Es por eso que iremos y le haremos caer en su propia red. Se va a mear encima cuando tú llegues conmigo a su boda. ¡El maldito adorador de SiKje se va a ir directo con su maldita Diosa apenas te vea!
—Sí, sería muy grosero rechazar su cordial invitación. Tiene usted razón, debemos ir a esa boda.
Con un asentimiento de cabeza, chocaron sus copas y brindaron. Hyo Seop tenía el corazón a mil, pero pensó que definitivamente esa boda era el momento perfecto para verse frente a frente con el rey de Joseon.
Ahora que Hyung Sik estaba en manos de los Joseonanos, sabía que su encuentro con su rey era cuestión de tiempo. ¿Y qué momento podía ser más perfecto que aquella boda?
Hubiese querido permanecer en las sombras, oculto hasta lograr su objetivo, pero esa opción ahora ya no era posible. No confiaba para nada en el Jin Young, y por lo tanto, si quería tener el "Libro de las Diosas", necesitaba negociar de tú a tú con Jungkook.
Si. Definitivamente, le cosquilleaba el estómago de sólo pensar en ese momento. No tenía más opción que descubrirse finalmente y enfrentarse con sus enemigos. Era eso o perder de nuevo y no, ésta vez no, ésta vez, ya no estaba dispuesto a perder. Además, quería ver la cara que pondría el traidor de Jin Goo al verle. Sería un momento sublime.
El coro de donceles que recitaba las letanias a Ditzha tuvo un susto de muerte cuando Yoongi ingresó a grandes zancadas por la capilla del castillo y llamó a todo pulmón al sacerdote que, dentro de una cámara subterránea a la cual sólo se permitía el ingreso de los religiosos, se encontraba en estado de embriaguez espiritual.
Al oir el llamado de su rey, el hombre musculoso, semidesnudo y con el tórax tatuado con anagramas divinos, salió de su estado de éxtasis y llegó hasta la capilla por una puerta lateral al altar mayor. La orden de su Majestad Yoongi era clara y simple: Partiría a Koryo y no volvería hasta traer una copia del contrato matrimonial entre Hyunjin y Namjoon.
Yoongi no iba a permitir que su único y amado hermano siguiera conviviendo en asqueroso concubinato, teniendo en cuenta que en unos meses sería madre. Que las Diosas le mandaran una enfermedad incurable si se quedaba de brazos cruzados dejando a su pequeño hermano tener un hijo bastardo.
Había sido Jimin quien le había dado la noticia de que Hyunjin esperaba un hijo; lo habia hecho varias horas atrás, poco antes del almuerzo; arruinándoselo, y por supuesto, esperando lo peor. Sin embargo, su reacción no había sido la que su esposo esperaba.
El hombre no había destrozado la habitación donde se hallaban, ni jurado cortar la cabeza de Namjoon, ni nada de eso. Todo lo contrario. Después de oír la noticia cayó sentado sobre su cama, como si su cuerpo se le hubiera llenado de plomo, y después de unos segundos de asimilación, lloró por casi una hora.
Al término de ese plazo, Jimin lo vio erguirse y recuperar de nuevo sus herméticas facciones. Lo siguió cuando lo vio ponerse en pie y salir de la habitación, temiendo que ahora sí viniese lo peor, pero luego de seguirlo por los pasillos del palacio hasta las torres donde vivían los sanadores, pudo ver que no tenía malas intenciones.
Yoongi indagó a los médicos, para total estupor de éstos, sobre los riesgos que podía correr un doncel que se embarazara recién iniciando la pubertad. Los sanadores, perplejos ante la pregunta, tranquilizaron a su rey buscando datos en numerosos tratados de medicina que se hallaban repartidos en dos grandes bibliotecas llenas de gruesos volúmenes empolvados y amarillentos.
La respuesta del gremio fue unánime: No existía un riesgo mayor para un doncel recién desarrollado en comparación a uno más maduro. La clave de un buen embarazo consistía en una sana alimentación, cuidados sanitarios básicos y pocos sobresaltos.
En Koryo, bajo la asistencia de Seokjin, el mejor sanador de Jaén y de Koryo, aquellos tres puntos podían subsanarse de forma satisfactoria.
Sintiéndose entonces más tranquilo, se concentró en sus actividades diarias, en especial, en todo lo referente a la boda del día siguiente.
Aún no convencía a Jimin de asistir con él a Joseon, pero sabía que si éste no aceptaba, debía obligarlo, cómo su rey y señor. Aquel sería el primer acto público al cuál asistirían como reyes de Jaén, y no iba a permitir que el capricho del Koryano fomentara habladurias entre el pueblo y en la corte sobre posibles inestabilidades conyugales.
La lengua del pueblo y de los mismos nobles era muy ágil a la hora de tejer falsas especulaciones, sobre todo cuando se veía a los reyes mostrarse en público sin sus parejas. En su. caso, su matrimonio con Jimin era todavía muy frágil, así que no podía dejar que ni su corte ni los extranjeros se percataran de ello. Además, su pueblo no estaba muy convencido de su decisión; no les gustaba la elección de un principe extranjero para ser rey consorte, más aún teniendo en cuenta de que el duque Jung Do de Ladrhis, un noble muy respetado en Jaén, siempre había sido el candidato más nombrado para ocupar la posición de la cual gozaba ahora Jimin.
Las malas lenguas decían que el Duque había sufrido un ataque de histeria al enterarse de que Yoongi había regresado a Jaén casado con el príncipe Koryano.
El rumor se había expandido tan rápido, que sólo dos días después de iniciado, llegó a oídos del mismísimo Hyunjin, exagerado con tintes sangrientos y demenciales.
Hyunjin se revolcaba de la risa imaginando al estúpido doncel tirado sobre un charco de sangre, con las venas abiertas mientras gemía en su agonía. Era algo tan escandaloso e improbable, que sabía que no era cierto, pero caricaturizar esa escena tan melodramática le resultaba divertidísimo.
La relación entre Hyunjin y el Duque siempre había sido muy tensa. Dos años atrás, había contratado a unos magos para que lanzaran una maldición al menor de los principes, y Hyunjin contrajo una terrible pediculosis que le obligó a raparse a ras de cráneo, su hermosa cabellera.
Como repuesta, Hyunjin lo invitó una tarde soleada de verano a tomar el té en los jardines de palacio, y le sirvió una torta que comió con calma, alabándola luego por su exquisitez.
Al término del postre, del cual Hyunjin no probó ni una cucharada, el príncipe reveló el ingrediente principal de la receta, lamentando que se hubiese agotado: "La torta que te acabas de comer, querido, se hizo con todos y cada uno de los piojos que me sacaron mis sirvientes", sonrió ante la mirada atónita de su invitado.
Cabe decir que el Duque nunca más aceptó una invitación al palacio y sus magos nunca más molestaron al príncipe.
Sentado bajo la sombra de un almendro, Taehyung tomó una decisión, una que no le gustaba, pero que debía aceptar.
Mientras meditaba al respecto, sintió las pisadas de Hyung Nil, quien venía acercándose a sus espaldas, haciendo crujir las hojas secas que dejaba aquel otoño.
El príncipe de Kaesong, al que en un principio confundió con su hermano gemelo, le había salvado la vida aquella noche en la cabaña.
Hyung Nil se había refugiado en Joseon desde la noche de la invasión a su reino, y desde las sombras, con la ayuda de los pocos hombres que habían huido con él, logró montar un intenso trabajo de espionaje contra los Yurchianos, logrando dar con aquella casucha abandonada.
Él y sus hombres se tomaron la precaria vivienda y cercaron a sus enemigos, ofreciéndoles piedad si se rendían. Pero los Yurchianos, leales y fieros en su misión, prefirieron morir, antes que entregarse como prisioneros de guerra e hicieron estallar la cabaña al verse acorralados y sin posibilidades de victoria.
Un solo Yurchiano logró sobrevivir, huyendo entre las sombras; y Taehyung, que se encontraba herido y desvalido, fue puesto a salvo por el poder de Hyung Nil, quien pese a estar fuera de la estancia en el momento de la explosión, logró envolver al Koryano en una capa de energía que le protegió de las llamas, desconectándolo al mismo
tiempo de todo vínculo mágico que tuviese o estuviese manejando.
Fue debido a esto, que la conexión mágica que mantenía con Jungkook a través del talismán que éste llevaba en la muñeca se vio momentáneamente interrumpida, y fue también por eso que el brazalete resbaló de su muñeca cuando iba de camino hacia la cabaña, haciéndole creer que Taehyung estaba muerto.
Taehyung era consciente de ello. Sabia que en esos momentos su tesoro lo creia muerto y que era ese el motivo por el que había tomado la decisión de casarse.
Tenía que ser eso.
Estaba seguro de que Jungkook había superado cualquier sentimiento amoroso con respecto a Jin Goo, y de que si ahora lo había escogido como esposo era sólo porque las cosas en Joseon se estaban empezando a nublar y necesitaba una mano confiable y segura sobre la cual apoyarse.
—Taehyung, hay algo que debes saber y que aún no te he contado, —La voz de Hyung Nil, quién se había sentado junto a él para descansar un poco mientras afilaba una daga sobre una roca, lo sacó de sus cavilaciones.
—Te escucho —le respondió Taehyung mirandolo con atención. El carácter del príncipe Hyung Nil había cambiado estrepitosamente. En cuestión de semanas habia pasado de ser el joven risueño, medio torpe y algo despistado que pretendiera a Jimin, a un hombre serio, dubitativo y por qué no decirlo, un tanto agresivo.
Su aspecto también había cambiado del cielo a la tierra. Ahora tenía el cabello largo y enredado; sus dedos vivían manchados con la tinta que usaba para escribir el montón de cartas que a diario enviaba a sus diversos contactos en Kaesong y Joseon, y lo mejor, tenía un plan entre ceja y ceja, unas ansias infinitas de cortarle el cuello al rey de Yurchen con la misma navaja que en esos momentos afilaba con tanto ahínco.
Según le había contado a Taehyung, estaba seguro de que ese desgraciado asistiría a la boda de Jungkook, y si todo salía como lo tenía planeado, esa misma noche tendría el
placer de sacarle los ojos a ese miserable Yurchiano.
Taehyung también había cambiado. La infección que había padecido y las noches febriles que había soportado, le habían quitado un tercio de su peso. Su rostro aristocrático y soberbio lucía ahora ajado y cansado; la ropa le quedaba dos tallas más grande, obligándolo a usar a veces ropa de doncel. Sin embargo, contrario a Hyung Nil, él si que se había cortado su cabello poniendo también especial esmero en cuidar su herida. Necesitaba recuperarse del todo para las cosas que vendrían.
Hyung Nil como oráculo las
había visto y aquellas visiones del futuro lo hacían sudar de pavor.
—Primero necesito que me jures que no harás una tonteria, —le advirtió antes de soltar el mensaje.
Taehyung asintió con la cabeza. Todo su cuerpo estaba en tensión.
Su Majestad Jungkook está embarazado. ¡Taehyung! Joder, ¡Espera! —Hyung Nil maldijo cuando vio a Taehyung ponerse en pie de un solo movimiento, y enfilarse hacia el campamento.
Él y su ejército se habían refugiado detrás de unas pequeñas colinas que limitaban con la muralla posterior del castillo de Joseon.
Desde ese pequeño valle se podían ver las torres más altas de la fortaleza Joseoneana, pudiéndose contemplar durante la madrugada los fuegos artificiales con los que se había inaugurado la llegada del equinoccio y celebrado
las visperas de la boda real.
—¡Que esperes! —bufó Hyung Nil dándole alcance a mitad de camino, obligándolo a girar hacia él.
Taehyung estaba todavía muy débil, mientras el Kaesingino era un hervidero de emociones que incrementaba su fuerza bruta —¡Prometiste que no harías una estupidez! —No actúes a la ligera!
—¡Ese niño es mío! —replicó Taehyung, resoplando de angustia. ¡Es mio!
—¿Cómo estás tan seguro de ello? Perfectamente podria ser hijo de Yeo Jin Goo, y ser
ese el motivo por el que se casan. ¿No te parece?
Los ojos de Taehyung se entornaron con violencia y Hyung Nil se sobrecogió un poco al verle esa mirada.
—¿Cuántos meses tiene? —preguntó el Koryano con un tono desesperado.
—Soy oráculo, no médico —le respondió el Kaesongino fastidiado, —No sé cuánto tiempo tiene. Pero algunos de mis hombres que han logrado verlo dicen que ya se le nota.
—Si ya se le nota debe tener más de tres meses —calculó Taehyung con los ojos llenos de lágrimas.
—Definitivamente, es mi bebé.
—¡Eso no cambia nada!
—¡Eso lo cambia todo! No dejare que Jungkook se case con otro esperando un hijo mio.
—¡Mi visiones no están sujetas a si ese niño es tuyo o no! —Hyung Nil apresó a Taehyung con sus manos y éste se revolvió. —No dejaré que estropees mis planes por tu absurdo juego romántico —le advirtió enseñándole el filo de su arma.
—No soy tu prisionero.
—Nunca te he tratado como uno —le recordó Hyung Nil, —ni quiero hacerlo. Pero si me obligas, te advierto que así cómo no dudé en salvarte la vida, no dudaré en quitártela. Mi familia y mi reino están en juego y no dejaré que nada me detenga.
Taehyung lo miró directo a los ojos y vio en ellos esa frialdad que le hizo confundirlo con Hyung Sik la primera vez que lo vio, luego de su rescate. Había resolución en esa mirada, fiereza, ira y un profundo odio; acompañados, sin embargo, por un matiz de comprensión y ternura.
—Yo también tengo una familia en juego, ahora lo sé. —Susurró entonces relajando su cuerpo, dejándose caer sobre la hierba seca.
—Precisamente por eso debes dejar de actuar como un necio. Ahora ya no es solo a tu tesoro a quien debes proteger —le sonrió Hyung Nil, acuclillándose para ponerse a su altura, colocándole la mano diestra sobre el hombro. —Ahora tienes una familia, un hijo que proteger. Eso es lo único en lo que debes pensar.
—Hyung Nil, ¿existe alguna posibilidad, aunque sea mínima, de que tus visiones estén equivocadas?
—¿Equivocadas? —La pregunta hizo que Hyung Nil sonriera y su rostro se serenara, mirando a Taehyung con infinita ternura. —Sí, es posible, —respondió finalmente. —Las Diosas son las únicas infalibles. Aunque te confieso que mis oráculos nunca me han traicionado y que yo creo en ellos.
—¿Apuestas tu vida en ello?
—Sí, lo hago, y ahora tú deberás decidir si también crees en ellos o no.
Hyung Nil dejó a Taehyung en medio del campamento, echado sobre la hierba. Durante una hora entera, el Koryano rezó entre llantos a Johary, pidiéndole paz y fuerza para el sacrificio que tendría que hacer.
Necesitaba mucho valor para aceptar el matrimonio de Jungkook con alguien diferente a él. Necesitaba llenarse de mucha fuerza para soportar la idea de que iba a estar en otros brazos, que sería besado por otros labios y acariciado por otras manos.
Era como si le martillaran el corazón. Sabía que eso era preferible a lo otro, a ese horrible destino que había visto Hyung Nil si la boda no se realizaba.
Mientras hubiese vida siempre existiría la posibilidad de recuperar a su amado, pensó para darse ánimos, en cambio, si la muerte caía sobre todos ellos y Yurchen ganaba la guerra, no habría esperanza.
“Lo siento, mi tesoro. Lo siento” lloró en voz baja. Alrededor suyo, todo el mundo empezó a prepararse para la gran noche: la boda real del rey Jungkook "El tesoro de SiKje".
Continuará...
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