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Ingredientes para una guerra

Advertencia ⚠️: Este capítulo contiene escenas 🔞 no consensuadas, no es mi intención como escritora romantizar ninguno de los actos de mis personajes, solo es un recurso literario utilizado como desencadenante de un evento futuro en la historia.  

Jimin llegó a palacio justo en el momento en que la comitiva de Jaen empezaba a hacerse evidente desde el horizonte. Se extrañó mucho pues sus padres se hallaban de visita en Kaesong y no esperaban a ningún invitado en palacio. Trato por tanto de distinguir los escudos de armas que portaban los abanderados que abrían el cortejo, pero la distancia era aun muy grande para divisarlos correctamente.

Divisó entonces al guardia de la garita más cercana a las puertas de la muralla preguntándole al respecto. Pero la vista de este tampoco lograba discernir nada. El hombre se excusó con una negación de cabeza y Jimin decidió mandar a un grupo de hombres por si acaso.

—Acérquense con precaución y si vienen en paz, escóltenlos hasta aquí —pidió a uno de los jefes de la guardia.

El hombre asintió y sin más demora se fue con varios de sus hombres rumbo a la comitiva que se acercaba. Las puertas volvieron a abrirse para darles paso y volvieron a cerrarse tras la partida de ellos.

Jimin se quedó aun un rato más a las puertas de la muralla. No tenía necesidad de quedarse allí pero prefirió hacerlo. Tenía el presentimiento de que aquella visita inesperada no traería nada bueno.

Media hora más tarde, sus especulaciones quedaron satisfechas a medias. Cuando la comitiva ya estaba lo suficientemente cerca de las murallas del castillo, el soldado de la garita, quien ya no tenía duda de quienes se trataban los visitantes, le gritó desde arriba.

—¡Los visitantes viene de Jaen, Alteza! —aseguró reconociendo el escudo de armas Jaeniano.

Jimin no pudo evitar una mueca de consternación. Las visitas de los miembros de aquel reino nunca eran por cortesía; los reinos de Jaen y Koryo llevaban años en disputas fronterizas y tensiones diplomáticas que los habían tenido muchas veces a las puertas de la guerra. Solo las leyes de "El gran pacto", los obligaban a detenerse, y parecía que estas cada vez lo lograban con menos éxito. Frunció el rostro y ordenó la entrada de los visitantes. Mientras estos terminaban de llegar se retiró a sus aposentos y se cambió de ropa. Cuando volvió a la planta baja del palacio, los jefes del concejo ya habían reunido a los invitados en uno de los salones principales.

Yoongi continuaba tan guapo y serio como Jimin lo recordaba. Llevaba más de un año sin verlo, contabilizó mentalmente. Sin embargo, cada mínimo detalle de su anatomía seguía grabada a fuego en su mente. Desde que era solo un adolescente ese hombre era el único que ocupaba un lugar en su corazón, por eso jamás pensó que fuese el mismo príncipe en persona el que se fuese a presentar en su casa, pero sin duda aquello lo había sorprendido de muy grata manera.

Se sonrojó un poco pensando en ello mientras avanzaba por la enorme alfombra que cubría desde la entrada de la sala hasta la enorme mesa del fondo, donde se encontraban sus consejeros y ministros junto a los Jaenianos.

Jimin hizo una reverencia escoltado por su cortejo una vez estuvo frente a Yoongi.

—Es un placer tenerlo en nuestro reino, Alteza —le dijo tratando de ocultar su turbación ante él. —Sin embargo, nos sorprende mucho esta repentina visita.

Yoongi, que se había puesto de pie ante la entrada del otro principe, respondió a la reverencia con otra muy respetuosa y formal. Luego, avanzando un par de pasos, presentó sus disculpas.

—Comprendo perfectamente el motivo de su sorpresa, Alteza —se excusó. —Lamento enormemente este atrevimiento, pero mis motivos son urgentes. Necesito entrevistarme con su hermano, el príncipe Taehyung, lo más rápido posible.

Jimin asintió levemente, suponiéndolo. Sin embargo tuvo que ser él quien ahora se excusara.

—Comprendo su apremio, Alteza —le respondió, invitándolo de nuevo a tomar asiento, —pero mi hermano no se encuentra. No sé a dónde ha partido ni cuánto tardará. Si gusta usted esperarle.

—Si, quiero hacerlo —aseguró Yoongi, ensombreciendo el gesto.
—No tengo prisa y estoy seguro que su compañía me será muy grata —intentó sonreír y Jimin al que solo le bastaba un pequeño gesto de aquel sujeto para derretirse como un trozo de hielo Yurchiano en verano, solo pudo sonreír tontamente y sentarse a su lado.

La tarde fue amena. Después de los protocolos de llegada, ambos decidieron dar un paseo por los jardines de palacio. Degustaron pastelillos al aire libre justo a la sombra de varios sauces que se hallaban junto al lago del castillo. Jimin recordó en ese momento un suceso acontecido años atrás, siendo aun él un pequeño niño, durante otra de las visitas de los príncipes Jaeníanos a Koryo.

Había sucedido hace aproximadamente quince años antes, durante la fiesta de cumpleaños de su padre.

En aquella ocasión, Yoongi y Hyunjin habían ido juntos y se habían alojado como huéspedes reales en la torre principal del castillo de Koryo. Durante los días que duraron alli, los dos pequeños donceles, Hyunjin y Jimin, eran sacados a los jardines por sus cuidadores para que jugaran juntos. Para que, según los mayores, empezaran a cultivar una amistad que lograra romper tensiones entre ambos reinos. Sin embargo, los buenos deseos no se quedaron más que en eso.

Al tercer día de juegos, el carácter de los niños estalló sin contemplaciones y la visita real de los Jaeníanos se suspendió abruptamente.

La culpa había sido de Hyunjin. Egoísta y mimado como era, a pesar de solo contar con seis años, se negó a compartir un juguete con el otro príncipe. Jimin, como venganza, le quító uno de los que le había prestado antes: un hermoso caballo tallado en madera que se mecía en la base. Hyunjin había alzado el rostro cuando se vio sin él, y con un mohín de disgusto había exigido su regreso.

—Si yo no puedo jugar con tus juguetes, tú tampoco podrás usar los míos. —Era lo que había contestado Jimin, recogiendo todo lo que le pertenecía.

Hyunjin se puso rojo de la ira. Por años su hermano le había dicho que los Koryanos se sentían superiores a ellos, que los consideraban inferiores y una gentuza; que gozaban humillándolos y restregándoles sus victorias en la cara.

—Pues en primer lugar yo no te pedí que me los prestaras —replicó orgulloso. —Fuiste tú mismo quien me los ofreció, igual que tu padre nos ofreció su hospitalidad. Quizás esa sea la naturaleza de los Koryanos, ofrecerse al mejor postor como las prostitutas.

Pálido de incredulidad y rabia por aquellas palabras,  Jimin no pudo evitar hacer lo que hizo. Temblando de pura indignación se puso de pie y antes que sus cuidadores lo pudieran evitar, o que los de Hyunjin lo pudieran detener, el principe Koryano soltó una fuerte bofetada sobre la mejilla del otro chiquillo.

Hyunjin grító, sintiéndose muy humillado. No estaba acostumbrado a que la gente respondiera a sus ofensas. Se llevó la mano a la cara, dolorido, y casi al instante, luego de estudiar con sus ojos el rostro congestionado de Jimin, se abalanzó sobre él, tirando de sus cabellos. En cuestión de minutos los pequeños príncipes se encontraban enzarzados en una batalla de arañazos y golpes.

Yoongi se había aparecido justo cuando los sirvientes los separaban. Incluso el mismo rey de Koryo había llegado atraído por los gritos. De inmediato, el principe heredero de Jaén había alzado a su hermano en brazos y se habían marchado sin mediar palabra. El padre de Jimin tampoco dijo nada, les dejó marchar sin problemas y sin la escolta que Yoongi rechazó.

Justo antes de la partida, el rey vio a lo lejos a Hyunjin, a esa criatura de cabellos lacios y ojos llenos de maldad. Su corazón pareció apretujarse contra su pecho ante el recuerdo del otro rey que había dado vida a aquella criatura. Ese ser que a pesar de los años, en su alma, aun parecía seguir vivo y que era la madre de Hyunjin, el hijo bastardo del rey de Koryo.

Concluida la anécdota, Jimin sonrió. Según Yoongi, Hyunjin ya no recordaba aquello, y tampoco sentía resentimientos hacia Koryo ni hacia él. Todo lo contrario, a él le fascinaba Koryo y sus leyendas. Gozaba con sus compendios de magia y los interesantes libros que muchas veces le obsequiaban los ministros Koryanos durante las visitas reales.

En el fondo Yoongi se sentia feliz de que el odio que él y su padre le profesaban a aquel reino, no hubiese dado fruto en el corazón de Hyunjin. Era mejor así, consideraba él, era mejor que el corazón de su hermano estuviese libre de odio hacia la tierra de su padre biológico.

Pero no le comentó nada de esto a Jimin. Guardo todo aquello en su corazón mientras reparaba en su anfitrión. Había crecido mucho y se había convertido en un adulto muy bello; era raro que no hubiesen anunciado ya su compromiso con Namjoon. A pesar de que mucha gente aseguraba lo contrario, Yoongi estaba seguro que los reyes de Koryo casarian a su hijo menor con el campesino huérfano que habían criado. No era lo normal dentro de una corte real, pero recoger a un plebeyo y darle el título de príncipe sin segundas intenciones, tampoco lo era.

—¿Quiere ver las criptas? —invitó de repente Jimin. Ya entraba la tarde y francamente ya no encontraba con que entretener a su invitado. Si su madre estuviese presente seguro se le ocurririan millones de cosas, pero él era muy malo como anfitrión y no prestaba mucha atención cuando su maestro de etiqueta le hablaba. Se estaba lamentando de aquello cuando Yoongi sonrió después de terminado el ultimo trozo de pastel.

—Está bien —dijo este aceptando la invitación.
—Vayamos a las criptas.

Las criptas estaban al otro lado del castillo, debajo de unas paredes viejas y medio desplomadas a las que ya no acudía nadie. Estaban llenas de maleza y humedad, y ahora solo eran la guarida de aves y de ciertas alimañas rastreras.

—A Namjoon casi lo muerde una vibora el año pasado —comentó Jimin, arrepintiéndose en el acto. —Lo siento, no debí traerlo a este lugar —se excusó, esquivando unas raíces.

Pero en lugar de sentirse intimidado, Yoongi sonrió. Era raro pero junto a Jimin se sentía bien. La tensión y el odio se disolvían de manera extraña al verle sonreír y al escuchar su voz dulce, dulce como el cantar de un pajarito.

Lo tomó del brazo y lo escoltó adentro. —No le tengo miedo a las viboras —apuntó mientras avanzaban. —Existen seres más peligrosos, seres que no se arrastran ni muerden pero que hacen mucho más daño.

Sin entender muy bien a que podía estarse refiriendo su acompañante, Jimin se dejó llevar. Era casi un sueño lo que estaba sucediendo; estaba paseando del brazo de ese apuesto príncipe.

Jimin no entendía por qué Taehyung y él tenían que llevarse tan mal si ambos se parecían tanto; los dos eran honorables, espadachines talentosos y grandes lideres. Tampoco comprendía como un hombre como Yoongi podía ser hermano de un ser tan repulsivo y desagradable como Hyunjin.

A pesar de lo dicho por Yoongi durante el té, él si seguía considerando a su hermano, un presumido y un hipócrita. No iba a decírselo a su invitado pero a él aun le desagradaba mucho. Entonces, en aquel momento, el graznar de varios cuervos se oyó a la distancia. Los príncipes dieron un rodeo por las ruinas de una antigua capilla hasta quedar finalmente de pie frente a la pared más alta de aquella zona.

—¿Se da cuenta de lo alta que era esa pared, Alteza? —suspiró Jimin emocionado. —Dicen que desde allí fue que se lanzó el príncipe Khaelis, el de la leyenda Koryana, loco de amor por su propio hermano. —Hizo una pausa en ese momento, mirando a Yoongi que se había quedado como de piedra con los ojos fijos hacia la torre. —¿Qué desagradable, no? —continuó Jimin.
—Enamorarse de su propio hermano.

Yoongi agachó la cabeza pensando en Hyunjin que estaba en esa misma situación y con brusquedad lo miró fijamente. De repente toda aquella paz que había sentido durante aquellas horas en compañía de Jimin parecía haberse deshecho como una pared de arcilla golpeada por un martillo de hierro. Sus facciones se tensionaron y su respiración se hizo más fuerte y rápida.

Jimin notó como el color se acrecentaba en su rostro y las venas que se le lograban ver por encima del cuello de su camisa, se dibujaban sobre su piel. Sintió miedo al verle así. No sabía que había dicho o hecho para ponerle en ese estado, pero sin duda había sido algo grave.

—¿Dije algo malo, Alteza? —preguntó, dubitativo. Pero Yoongi negó con la cabeza luego de una breve pausa. A medias esbozó una sonrisa y su rostro se serenó un poco. No del todo pero si se relajo un poco más.

—Vayamos a la cripta —propuso intentando relajarse y tomando de nuevo el brazo de su anfitrión  descendieron por los estrechos túneles de piedra que los llevaron hasta unas bóvedas bajo la tierra.

Eran estrechos, fríos, húmedos y muy oscuros. Habían sido por muchos años las tumbas de las familias reales Koryanas. Pero un siglo antes, durante el reinado de los abuelos de Taehyung y Jimin, aquellas tumbas fueron vaciadas y las reliquias enviadas a una nueva cripta ubicada al oeste del castillo. Aquella zona había quedado abandonada desde entonces y ya no reposaban muertos alli. Sin embargo, los tallados sobre la roca y las magistrales pinturas sobre las paredes eran aun motivo de recreo.

Jimin hizo un alto en el camino para ingresar por un túnel muy angosto. Pidió a su escolta detenerse alli y esperarlos; iban a ingresar a una pequeña sala de embalsamamiento que hacía años no funcionaba como tal, pero que a pesar de ello, no era lugar para soldados y plebeyos.

La cueva estaba muy oscura. Era cuadrada y algo pequeña, totalmente cerrada a excepción del gran túnel por el que se entraba. Las arañas habían hecho ya enormes redes en las esquinas y en el enorme altar del centro. Jimin tomó la antorcha que llevaba en la mano y con ella prendió los cuatro grandes cirios que se hallaban en cada esquina, apagando luego la antorcha y dejándola a un lado.

Cuando la luz se hizo en el reciento, Yoongi pudo ver las enormes manchas de sangre y el hongo verdoso que cubrían el altar donde acostaban a los muertos. Los años no habían logrado borrar por completo las huellas de muerte en aquel lugar, como tampoco lograban a veces quitar ciertos sentimientos del alma.

Fue en ese momento también, que Jimin decidió confrontar a su invitado.

—Alteza —dijo con tono firme y claro a pesar de su nerviosismo, —dígame realmente qué ha venido a hacer hoy aquí. ¿Qué sucede con Taehyung?

Yoongi lo miró fijamente. Por un momento aquel doncel pareció crecer diez años ante sus ojos y el brillo de sus ojos realmente pareció traspasarlo. Avanzó un par de pasos hasta él, devolviéndole la mirada.

—Necesito ver a Taehyung. Necesito hablarle de algo muy serio.

—¿Necesita hablarle de Hyunjin? —La pregunta fue hecha sin ningún tono en especial a pesar de la animadversión de Jimin por el principe menor de Jaén. Sin embargo a Yoongi, le pareció cargada de desprecio. Avanzó un par de pasos más, quedando tan cerca de Jimin que este podia escuchar de nuevo su respiración superficial y rápida, cosa que lo asustó, pero no le hizo alejarse.

—¿Por qué cree usted que Hyunjin es el motivo de mi visita? —Yoongi se sentía intranquilo, demasiado ansioso para su gusto. Algo en aquella plática que empezaba no le gustaba en lo absoluto.

Pero Jimin insistió.
—Yoongi, no quiero parecer atrevido, pero considero que es mejor que usted persuada a su hermano de dejar a Taehyung en paz. Él no lo ama, y las intensiones de su hermano solo lo incomodan y lo ponen en aprietos.

Los ojos de Yoongi relampaguearon con furia. Definitivamente lo que presentía era cierto, su ira se estaba desbocando.
—¿Usted piensa que mi hermano no es digno del suyo? —Avanzó aun más, ya casi que pegado al cuerpo del otro príncipe. —¿Usted piensa que  Hyunjin no es digno de Taehyung?

—¡No! ¡Yo no he dicho eso! —Jimin comenzó a sentir mucho miedo. El presentimiento de que aquella conversación estaba derivando hacia algo muy malo comenzó a carcomerlo también. Desvió la mirada del hombre mayor, pero Yoongi lo tomó del mentón obligando a mirarle.

—¿Dónde está tu hermano? —susurró de forma tan fiera que Jimin sintió que sus palabras cortaban. Tragó saliva pesadamente y decidió que lo mejor era responder sinceramente.

—Mi hermano esta en busca del hombre que ama de verdad. Está en busca del rey Jungkook.

Yoongi dejó escapar un gruñido casi asesino ante aquella respuesta. Tal como había imaginado, Hyunjin solo había sido un desfogue para Taehyung, un premio de consolación mientras este conseguía lo que realmente quería. La sangre comenzó a hervirle al pensar que su querido hermano, el niño con el que había crecido solo, tras la muerte de su madre y la depresión de su padre, había sido usado como puto de cantina; envilecido por un extranjero infeliz, ¡Un Koryano! ¡Un maldito Koryano! Un hombre que además era... era... Su medio hermano... no podia ni pensarlo.

Ciego de ira se abalanzó sobre lo único que tenía a la mano. Jimin vio el cambio tan terrible que había sufrido su invitado y presintió lo peor. Lleno de pánico trató de escabullirse hasta la entrada del túnel. Su guardia estaba a más cuatrocientos metros desde donde se hallaban; por más que gritara no iba a ser escuchado. Incluso, a pesar de la resonancia que produjera la voz, no le iban a oír más que ligeros ecos. Sin embargo, en aquel momento tenía que echar mano de todos sus recursos.

—¡Auxilio! —gritó a todo pulmón intentando alcanzar el túnel. Pero Yoongi más ágil y fuerte, lo agarró por el largo y sedoso cabello poniéndolo de nuevo a su altura. Una sonrisa macabra y furiosa adornaba su rostro desencajado de ira.

—Tú y tu familia siempre nos han considerado inferiores. Se han burlado de nosotros y de nuestro honor por años.

—¡No alteza! ¡No es cierto! —Lloriqueaba Jimin, pálido de pavor; medio encorvado tratando de soltar la mano que como garra se aferraba a su cabellera.
—Nosotros....

—¡Cállate! —Yoongi lo interrumpió tirando más de su cabello. Se acercó completamente a su rostro mirándole con un sentimiento mezcla de odio, ira y lascivia. Con un movimiento brusco estrelló al doncel contra la pared y aplastándolo entre esta y su cuerpo sonrió malicioso.
—Yo le mostraré a Taehyung el dolor de ver mancillado a un ser amado —pronunció como una promesa.

Por un instante Jimin no pareció comprender el significado de aquellas palabras, pero una vez lo hizo, sus ojos se abrieron como dos lunas llenas, brillantes de pánico y locos de desesperación. Trató de proferir un grito en aquel momento, pero sabiendo que lo haría, Yoongi le cubrió la boca mientras buscaba la forma de deshacer los nudos de sus pantalones.

Jimin se retorció preso de un pánico incontrolable. Sus manos rasgaban la pared haciéndose daño, mientras con sus piernas pataleaba tratando de zafarse o desestabilizar a su atacante. No dio resultado. Yoongi, parecía estar hecho de la misma piedra de aquel lugar.

—Taehyung va a matarte por esto —logró decir durante un momento. Pero eso fue aun peor. El nombre de su hermano pareció reavivar las llamas que se agitaban furiosas en el espíritu de Yoongi, y este loco de rabia lo arrastró más hacia una esquina, logrando en ese momento desatarle el pantalón.

Entonces, justo por un instante, Jimin vio la antorcha suspendida en un aro justo al lado suyo. Creyéndola su única salvación intento tomarla velozmente y defenderse con ella.

Lo logró.

Mientras Yoongi le soltaba una mano para bajarse sus propios pantalones, aprovecho para estirarse un poco y hacerse con el cirio. Yoongi retrocedió un poco cuando vio y sintió las llamas frente a su rostro y a Jimin con toda la intención de quemarle.

—No vas a escapar le advirtió rodeándole mientras Jimin usaba el altar de aquella cripta como escudo.

—¡Déjeme pasar! —ordenó temblando cual hoja, sin dejar de sostener el cirio que se balanceaba en su mano, Yoongi sonrió entonces avanzando hasta él, sabiendo lo asustado que estaba.

Jimin intento de nuevo llamar a su guardia una vez más, pero de nuevo fue inútil. Entonces, sin más opciones volvió a intentar correr a toda prisa hasta el inicio del túnel, pero con tan mala fortuna que en su huida se le enredaron los pies y sus manos se quemaron con la llama ardiente del cirio.

Lo soltó de un grito mirándose las manos heridas y sangrantes. Yoongi lo volvió a capturar levantándole del piso con violencia y llevándolo a rastras hacia la pared donde lo acorraló de espaldas a él. Jimin volvió a resistirse con furia, pero esta vez el dolor y las heridas en sus manos no le dejaban pelar con igual libertad. Su boca fue cubierta por completo por la mano de Yoongi, y sus pantalones bajados hasta sus rodillas. Yoongi separó los muslos del principe usando su propia pierna mientras con la zurda le sujetaba ambas manos por encima de la cabeza.

Jimin lloraba mientras buscaba en su mente todas las oraciones a Johary que podía recordar, pero ninguna pareció servir. Su boca fue descubierta unos instantes, pero solo para ser cubierta de nuevo y tapar el grito que se ahogó en su garganta cuando algo duro, húmedo y caliente atravesó sus entrañas con la fuerza y la furia de un puñal.

Yoongi se estremeció ante la estrechez de aquel muchacho e incluso él también sintió dolor. Pensaba que los rumores del pueblo eran ciertos y que el muchacho se apareaba con su hermano adoptivo; ese campesino venido a más, llamado Namjoon. En ese momento estaba comprobando que aquello no era verdad y que el doncel estaba siendo tomado por primera vez, usado y envilecido como Taehyung había hecho con Hyunjin.

Contento por esto, se hundió aun más entre esas carnes, contemplando ese par de glúteos que durante toda la tarde y en especial durante el recorrido a las criptas no había podido dejar de ver con interés. Eran grandes y mullidos, como dos colchones, pero lo mejor estaba dentro de ellos; en ese agujero que en ese momento le absorbía hasta el alma.

Mientras tanto, Jimin gemía de labios para adentro. El dolor que estaba sintiendo era indescriptible e intenso. Y no solo era dolor en el cuerpo, le ardía el alma por estar enamorado de quien lo estaba rompiendo de esa manera.

Con cada embestida sus ojos parecían querer salirse de sus cuencas y su cuerpo parecía que iba a abrirse en dos en cualquier instante. Pensaba que iba a desmayarse pero la conciencia no parecía dispuesta a dejarle; el cuerpo de Yoongi lo aplastaba contra la dura roca, lastimándole la cara, y sus manos ardían con tenacidad.

Yoongi lo miraba usando una maldad que hasta ese momento no sabía ni que existía dentro de él. —Se como me miras —le dijo mientras el placer comenzaba a invadirlo por completo. —Sé que te gusto. ¿Te gusto, verdad?

Pero Jimin, llorando a lágrima viva solo pudo gemir de dolor sobre la mano del jaeniano. Yoongi sonrió de nuevo, impulsándose otra vez en su macabra cabalgata. El placer estaba allí en su vientre a punto de explotar, más intenso que nunca. Generalmente no era muy elocuente en el lecho, pero en ese momento sus gemidos se alzaban junto a sus jadeos ahogados. Ese doncel le estaba brindando el placer más indescriptible que hubiese tenido antes y eso le confundía un poco.

Finalmente estalló. Las entrañas de Jimin quedaron invadidas por su simiente y Yoongi complacido y exhausto se desprendió de su cuerpo acomodándose los pantalones. Jimin, tembloroso y sollozante, resbaló por la pared dejándola manchada con la sangre de sus manos. Yoongi miró su cuerpo encogido y espástico caer al suelo, entre jadeos sordos y pequeños gemidos.

Solo en ese momento pareció comprender la magnitud de lo que había hecho y la forma tan visceral y desquiciada como la ira lo había vencido. Consciente de ello sintió como la bilis subía por su garganta y volteándose hasta el otro lado vormitó entre fuertes arcadas. Terminado esto, volvió a mirar a Jimin que no había abandonado su posición y parecía no tener intención de hacerlo nunca.

Desorientado y sin saber bien que había sucedido, se volvió hacia la boca del túnel haciéndose primero con la antorcha que antes había quemado a Jimin, y que seguía chisporroteando en el suelo. Cuando llegó hasta el lugar donde habían dejado a la guardia, lo único que se le ocurrió decir fue que su anfitrión se había quedo orando un rato más y él tenía que marcharse.

No supo si los guardias le creyeron o no. No supo tampoco sí el chico dijo algo de lo ocurrido o si lo descubrieron luego; teniendo en cuenta que de haberse dado la alarma, él nunca hubiese podido salir con vida de aquel lugar.

No sabía que había sucedido, por qué había hecho aquello y qué clase de extraña suerte le había cobijado para que pudiese salir de aquel castillo sin que nadie se diera cuenta, pero si sabía que había provocado un incendio cuyas llamas, tarde o temprano, lo alcanzarían.
Su única certeza era que sus acciones eran el ingrediente perfecto para que se cocinara una futura guerra entre Jaén y Koryo.

Taehyung cabalgaba sin prisa, alejándose cada vez más de las tierras pertenecientes al reino de Joseon para adentrarse de nuevo en sus territorios. Casi no se lo creía, su tesoro por fin entre sus brazos; le parecía increíble tener a ese sueño de criatura inconsciente al lado suyo. Lo llevaba en su cabalgadura tomado por la cintura y dejándolo reposar sobre su pecho. Sentía su respiración tan cerca, su dulce aliento, el roce de su suave piel; podía sentir el aroma de sus cabellos.

De repente, vio como se comenzaba a remover, inquieto y tirando de las riendas, paró por un momento su montura para tomar delicadamente el rostro del rey. Le rozó suavemente una mejilla con su pulgar, y en un movimiento más delicado que la brisa que los acariciaba, avanzó despacio hasta su boca, rozándola levemente con sus propios labios.

—Despierta, mi amor —dijo, separándose levemente.

El tesoro de SiKje abrió los ojos lentamente ante aquella melodiosa voz que pareció arrullarlo y observo con sus bellos ojos, los de Taehyung que lo miraban con pasión. Aturdido, como si estuviese dentro de un sueño, sintió como esos dulces labios se acercaban de nuevo a su boca, y vacilando un poco primero, pero luego sin tantos reparos, respondió al cálido beso que le brindaban.

Taehyung había soñado mil veces con besarlo. Pero sus fantasías se habían quedado cortas. Esa boca era más suave y cálida de lo esperado; el fino temblor en esos labios le hicieron confirmar que era el primero en besarlos.

Por un instante se sintió desfallecer. No podía concebir que un solo roce lo llegase a poner así, no podía imaginar entonces qué pasaría cuando tuviera todo ese cuerpo completamente desnudo bajo el suyo, absorbiendo su aroma virginal, su calor; adentrándose en los secretos de aquella anatomía nunca antes explorada.

En aquel momento, Jungkook cerró los ojos nuevamente, adormilado por el galope del caballo que había reanudado la marcha. Taehyung agradeció en parte que esto sucediera, porque se estaba avergonzando un poco por la forma en que sus guardias observaban y cuchichiaban entre sí.

Sonrió por lo bajo antes de reanudar la marcha a toda velocidad, pensando que era mejor llegar a palacio antes de que su nuevo rehén despertase en serio. Su corazón estaba hinchado de orgullo y felicidad, sin sospechar ni siquiera del terrible suceso que había sucedido con su hermano.

Continuará...

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