Guerra perdida
—¡Esto es, una maldita pesadilla! —rugió el Yurchiano que antes conducía la carreta. Se bajó la capucha y tiró a Taehyung sobre un catre. Sus cabellos brillaron por la luz de un candil que estaba encendido sobre una mesa. Era un hombre alto y robusto, y sus ojos tenían un brillo tenebroso y hostil.
Los otros tres hombres caminaban por todo lo ancho de la desalojada cabaña, moviéndose entre las penumbras ahogadas de aquel recinto. Todos eran varones y vestían unas gruesas caperuzas cafés por encima de unos mantos blancos, ceñidos por cáñamos a la cintura junto a unas botas de felpa beige que les cubrían hasta las rodillas.
Eran Yurchianos puros, hombres letales y fríos como el hielo, y leales y protectores entre ellos como una manada de lobos.
—¿Quién mató a Jisung? —preguntó uno de ellos. Jisung era el nombre del Yurchiano que había caído durante la persecución.
—No lo sé. No alcancé a verlo —respondió otro, uno al que le faltaba un ojo.
—Pues esto no tiene buena pinta —agregó un tercero, el que parecía ser el más joven. —Esa trampa que nos tendieron es un grandioso truco de bioenergía ¿Ustedes conocen ese truco verdad?
Los otros tres hombres asintieron. Conocían a la perfección el truco que habían usado los Joseonanos para descubrirlos en medio de las caravanas, pero pese a ello, había algo que no cuadraba.
Uno de ellos, el tuerto, se inclinó sobre Taehyung, descubriéndolo para examinarlo con cuidado. Un extraño presentimiento le empezó a carcomer las entrañas y repentinamente el hombre sintió muchas ganas de vomitar.
—El truco de bioenergía que usaron se llama "Hechizo de sangre" ¿no es verdad? —preguntó casi en susurró. Al levantar la cabeza para mirar a sus compañeros, la escasa luz le concedió un aspecto sombrío.
Otro de los Yurchianos asintió.
—Tengo entendido que ese truco sólo puede hacerse con la sangre de un familiar de primer grado ¿o me equivoco?
—¿A dónde quieres llegar con esto? —El Yurchiano más joven avanzó unos pasos y también se inclinó para mirar a Taehyung. El tuerto volvió a hablar.
—¿Es que aún no lo comprenden? —preguntó comenzando a temblar visiblemente. —El rey Jungkook no tiene parientes vivos en primera línea. No tiene padres, ni abuelos, ni hermanos, ni hijos. Pero las monedas brillaron cuando estuvieron cerca de él —culminó señalando el cuerpo de Taehyung —¡¿Por qué?!
Los cuatro sujetos guardaron silencio. El hechizo de la sangre era un truco de bioenergía que se usaba para encontrar personas extraviadas. Para que funcionara, debía usarse la sangre de un familiar en primera linea, un padre, hermano, abuelo o hijo de la persona desaparecida. Luego, había que mezclar dicha sangre en agua y rociar con ella algún objeto metálico que brillara con gran intensidad. Dicho objeto brillaría sólo cuando estuviera cerca de la persona extraviada. Era como si la sangre llamara a su propia sangre y usaban este hechizo para buscar a niños perdidos en los bosques.
Jungkook había usado la sangre de Jimin para rociar todas las monedas de oro que entregaron aquella tarde y el truco habia funcionado.
—Entonces, si este hombre no es el rey Jungkook. ¡¿Quién rayos es?! —exclamó el Yurchiano que había conducido la carreta.
—¡No lo sé! —gritó el tuerto. —¡Pero míralo! ¿Te parece que luce como un doncel? ¡Yo lo dije, desde la misma noche que lo capturamos: "Este hombre no parece un doncel"!
—¡Pero tiene la maldita cinta sobre la frente! —exclamo el Yurchiano que había hablado primero, el que había preguntado por el asesino de Jisung. —Esa fue la maldita señal que nos dieron: "El rey Jungkook es el que siempre lleva una cinta dorada sobre la frente".
—¿Qué vamos a hacer? —cuestionó el tuerto dando un puñetazo sobre la mesa.
Pero la respuesta no llegó.
Justo en ese instante, un rayo de luz atravesó una de las ventanas de la cabaña, haciendo añicos parte de la fachada.
Los Yurchianos se alteraron. El hombre tuerto llegó hasta la ventana destruida, asomándose cuidadosamente, y entonces, pudo ver a un grupo de soldados parados a pocos metros de la entrada.
Sudando de miedo, miró a sus compañeros con su único ojo y sacó un cuchillo de su bota.
—Estamos rodeados —les dijo y entonces todos supieron que no saldrían con vida de allí.
Cuando Yoongi vio cómo aquella cabaña explotaba frente a sus ojos, pensó que aquello tenía que ser una estúpida broma.
Conocía a la raza Yurchiana, él mismo era de ascendencia Yurchiana por parte de su madre, y por eso sabía hasta dónde eran capaces de llegar esos hombres cuando querían algo.
Sin embargo, recorrer todo ese camino, arriesgar tanto sólo para terminar suicidándose todos en aquella pocilga, no parecía tener ningún sentido. Era algo que iba contra toda lógica o sentido común.
Para Yoongi, alguien tenía que haber estado esperando a esos hombres dentro de aquella cabaña, en medio de las sombras, y ese alguien había sido el detonante final de toda esa tragedia que ahora contemplaban sus ojos.
El fuego que consumía la cabaña crepitaba en sus oídos y se reflejaba en sus ojos. El humo que salía de ese pequeño infierno, viajaba hasta la noche estrellada de Joseon y empañaba la luna creciente de aquella noche.
Se bajó de su caballo y desenvainó su espada, alzándola por encima de su cabeza. Luego besó la empuñadura y clavó el arma en la tierra, realizando una respetuosa genuflexión.
Taehyung nunca había sido su amigo, todo lo contrario, habían tenido momentos de profunda rivalidad. Sin embargo, en su mente, siempre había sido un hombre honorable, muy distinto a su padre Jung Hyung, pese al parecido físico entre ambos.
Taehyung no merecía morir de esa forma, pensó el Jaeniano en ese momento, y con fuerza se aferró a la empuñadura de su espada, recitando en Céfilus, lengua natal de los asesinos; el juramento de que Yurchen entera pagaría por aquella atrocidad, aunque fuera lo último que hiciera en su vida.
—Los responsables de esto lo pagarán con sus vidas —juró sosteniendo la espada. Pero no terminaba de ponerse de pie cuando un grito lo sorprendió a sus espaldas.
—Dime... dime que Taehyung no estaba allí —gimió Jimin, con la mandíbula agarrotada de tensión —¡Dímelo!
—Lo siento... lo siento tanto.
—No... no... ¡No! —gritó el doncel, agitando la cabeza; su rostro se cubrió de lágrimas. Loco de dolor, se lanzó en dirección a la cabaña, pero antes de lograr alcanzar el peligro, los brazos de Yoongi lograron retenerlo, quedando, aún así, lo suficientemente cerca como para sentir el calor de las llamas.
—Lo siento, ya no hay nada que hacer, seguramente los cuerpos ya están carbonizados —le dijo mientras lo sostenía entre sus brazos y consolaba su llanto desesperado.
Jimin se había quedado rezagado junto a otros miembros de la guardia, al tratar de abrirse paso en medio de la turba que se había formado junto al puesto de frontera. Le había pedido a Yoongi que se adelantara y ayudara a su hermano, pero él también había llegado demasiado tarde. —Lo siento —repitió una última vez y se encogió sobre Jimin.
Nunca antes se sintieron tan unidos.
Cuando Jungkook, Jin Goo y los demás hombres llegaron al lugar dónde estaba la cabaña, Jimin y Yoongi seguían tirados en el piso, mirando como hechizados las llamas. Jungkook traía el talismán fuera de su muñeca; a mitad del camino se le había desprendido y se le había caído.
Por eso, sabía casi con certeza que al llegar allí iba a encontrarse con algo horrible y no se equivocó. Cuando el talismán cayó de su muñeca, sintió que el corazón se le detenía y cuando paró su montura para recogerlo, supo con dolor que todo había terminado, que SiKje lo había castigado llevándose lo que más amaba, y que había perdido la guerra.
Sin embargo, se obligó a cabalgar y se obligó a conservar un poco de fé. Debía ver con sus propios ojos su derrota, para poder creerla, para poder asimilara. Además, Taehyung merecía que él conservara el valor.
Por eso estaba allí ahora, frente a ese fuego infinito que parecía tocar el cielo y por eso no lloraba, ni gritaba, ni se lamentaba; sólo miraba la espada que Yoongi había enterrado en la tierra y minutos después, tomando la suya, la clavó también en la tierra, justo al lado de la del Jaeniano.
—He perdido esta guerra —dijo entonces, con una voz tan firme que escandalizaba, —pero iniciaré otra, y si también la pierdo, iniciaré otra y luego otra. Tantas cómo sean necesarias para vengar tu muerte, mi amado, Juro que no quedara un Yurchiano sobre la faz de esta tierra.
—diciendo esto retiró su espada, la colocó en su cinto, subió a su caballo y partió.
No tuvo palabras de consuelo para Jimin, ni esperó tampoco frases de pésame para él. Una vez estuvo sobre el lomo de su corcel dio media vuelta y se marchó.
Jungkook no miró hacia atrás ni una sola vez, en su mente y en su corazón solo había sed de venganza.
Jungkook permaneció siete días completos con sus noches recluido en el templo de SiKje. Durante ese tiempo, un único doncel entraba en la sagrada edificación para ayudarle con el aseo de su cuerpo y llevarle comida; aunque los primeros días, se había negado a comer considerando que un ayuno prolongado calmaría la ira de SiKje.
Jungkook estaba convencido de que la muerte de Taehyung era un castigo de las Diosas por su pecado y esperaba que con su inanición, tal penitencia no se extendiera a su hijo.
—¡De todas formas lo matarás de hambre! —le había gritado Jin Goo durante el tercer día de ayuno, desde las afueras del templo donde se encontraba en vigilia junto a la guardia personal del rey. Se lastimó la garganta forzando su voz para conseguir ser escuchado a través de las gruesas puertas de madera que días atrás habían sido reparadas. Gracias a esto, aceptó tomar una comida al día.
A su regreso a palacio, después de un lento viaje bajo un crepúsculo naranja, los hombres que originaron la revuelta en el fuerte de Cheongug, fueron llamados a su presencia; media hora más tarde, sus cabezas adornaban las murallas que rodeaban el castillo, treinta de ellos en total.
A su vez, Jin Goo se encargó de guardar el oro que no alcanzó a ser repartido, y al día siguiente fue el encargado de despedir a Yoongi y a Jimin, quienes habían permanecido hospedados en los predios de Jungkook durante el tiempo en que éste se mantuvo en oración.
Jimin había partido muy enojado después de una terrible pelea con Jungkook. Fue necesario incluso, apartarlos, pues llegaron a las manos. Jimin llegó a abofetear a Jungkook y lo llamó asesino. Para él, era el directo responsable de la muerte de Taehyung. ¡Y ese miserable no había derramado ni una lágrima por él!
—Jimin tiene razón —dijo Jungkook mientras se estiraba sobre la mullida cama de su recamara donde se encontraba ahora.
—Todo esto ha sido mi culpa.
—Eso no es verdad —replicó Jin Goo, de pie, recostado en el dosel negro que Jungkook había mandado a colocar con motivo de su duelo.
Jungkook lo miró desde su postura y se hizo un ovillo sobre los edredones bordados en plata. Uno de sus donceles de compañía le tejía una trenza mientras otro le enjuagaba los pies con un agua perfumada a rosas, bajó su mirada y observó, por encima de su ancho camisón, el vientre que ya empezaba a insinuarse.
—En dos semanas más empezará a moverse —le dijo Jin Goo con una cálida sonrisa. —¿Qué has pensado sobre lo que te propuse? Sobre hacerme cargo de…
Antes de que terminara de hablar, Jungkook apartó su cabello de las manos de su sirviente, recogió sus piernas y con un movimiento ordenó que le dejaran a solas con él.
—Durante esta semana, ése ha sido uno de los principales puntos sobre los que he meditado —contestó una vez que estuvieron solos.
—¿Y qué has decidido? —
Jungkook se incorporó hasta quedar sentado y sus ojos se posaron como puñales sobre Jin Goo. Sus mejillas se tiñeron de rojo, pero su expresión era dura y tensa.
—Antes de responder a eso, necesito saber si estás consciente de que no será posible fingir un matrimonio falso. Tú mejor que nadie sabes que los sacerdotes de SiKje tienen ojos y oídos dentro de este palacio, espías que los mantienen al tanto de todo lo que sucede entre estos muros. No podremos engañarlos fingiendo que eres mi marido sin serlo ¿Comprendes a lo que me refiero?
—Lo comprendo perfectamente —Jin Goo le sostuvo la mirada y éste se sonrojó un poco más, pero tampoco perdió su expresión dura —Te crie como a un hijo —dijo el varón, —pero soy consciente de que no llevas mi sangre, y también soy consciente de tu apabullante belleza. Hace un tiempo en Koryo, cuando intentaste seducirme, me dije a mi mismo que haría lo que fuera por ti, aún en contra de mis propios sentimientos y principios. Pues bien, creo que ha llegado la hora de probarlo. Te crié como a mi hijo, pero a parte de eso eres mi rey y si tú lo ordenas, seré tu marido. Lo seré en todo el sentido de la palabra.
Jungkook se turbó mucho ante esas palabras y bajó la mirada, tratando de ocultar su estupefacción. Realmente había llegado a pensar que su advertencia lo detendría, o por lo menos, lo haría dudar. Pero no había conseguido amedrentarle. ¿Por qué? Una horrible inquietud se asentó en su pecho en ese momento, y punzó con advertencia cuando él se acercó, tomándole del mentón, comenzaba a creer que tenía razón, entre más tristeza guardara en su alma, más se incrementaba su belleza y con ella el terrible hechizo que embrujaba a todos los varones a su alrededor.
—Seré un padre para tu hijo y un marido para ti —repitió el hombre.
—No necesito tanto un marido —respondió entonces Jungkook, apartándose para ponerse de pie. —Lo que más necesito es un aliado y nada mejor que un cónyuge en el que pueda confiar.
—¿Un aliado? —preguntó Jin Goo, frunciendo el entrecejo. —¿Un aliado para qué?
—Un aliado para la guerra, por supuesto —respondió Jungkook sin el menor atisbo de duda. —La muerte de Taehyung no va a quedar impune. Los Yurchianos van a pagar por cada gota de su sangre.
Los ojos de Jin Goo se abrieron de par en par. ¡Jungkook había perdido el juicio! Acercándose de nuevo, lo tomó de ambos brazos y lo encaró. ¡Debía detenerlo!
—¡¿Te has vuelto loco?!
—Aún no, para mi desgracia y para la fortuna de mis enemigos —respondió el doncel.
—¡Rayos! Nunca debí mostrarte esa carta —dijo refiriéndose a una misiva que había llegado al palacio durante la semana de clausura de Jungkook. Era una carta sellada y firmada por el príncipe Hyung Nil. —Jungkook, no puedes empezar una guerra con Yurchen por la muerte de Taehyung. En todo caso, son los Koryanos quienes deberían reclamar por su muerte no nosotros.
—¡La carta de Hyung Nil no tiene nada que ver con mi decisión! —Jungkook se apartó bruscamente y comenzó a pasearse por su recamara. —¿Es qué no te das cuenta? Los Yurchianos no solo mataron vilmente a Taehyung, también es casi seguro que son ellos quienes tienen la amatista de plata. Es cosa de tiempo para que intenten algo contra Joseon y contra los demás reinos. Llevan siglos envenenados de odio contra nosotros. ¡Nunca han olvidado todo lo que perdieron durante la última gran guerra anterior al Gran Pacto! Llevaban generaciones alimentando un fuego que ahora por fin ha estallado. ¡No se detendrán si no los detenemos!
Jin Goo resopló y se llevó las manos a la cabeza. Jungkook le sonrió con tristeza.
—Hyung Nil sospecha lo mismo que yo. Piensa que el invasor de Kaesong busca el libro de las Diosas, y tal parece que su hermano Hyung Sik es el único que sabe donde está sepultado ese misterioso libro.
Jin Goo se colocó junto a él cuando éste levantó una loza de la pared y extrajo la mencionada carta, la leyó por encima de su hombro y esa cercanía le permitió quedar a pocos centímetros de su piel.
Jungkook olía a rosas y claveles, también había aumentado un poco de peso a pesar de sus días de ayuno, y su piel tenía un brillo perlado que le asemejaba a una estatua de mármol, como esas que solían adornar los templos Yurchianos.
—Ahora entiendo porqué me querían a mi —dijo Jungkook con un suspiro. A sus espaldas, la respiración de Jin Goo se empezó a sobresaltar. —Estoy seguro de que Hyung Sik me pidió como trueque para revelar la ubicación del libro. ¿Me estas escuchando?
—¿Eh?… Por supuesto.
Jungkook dio media vuelta y vio que Jin Goo estaba sonrojado y le evadía la mirada. Nunca le había visto así antes y le extrañaba mucho esa actitud. Aún así, no hizo ningún comentario al respecto.
—Te decía que solo Hyung Sik sabe el paradero del libro de las Diosas y es justo por la razón que Hyung Nil específica aquí —agregó entonces, guardando de nuevo la carta bajo la loza.
—Yo no entiendo para qué puede querer el ladrón de la amatista el libro de las Diosas —se preguntó Jin Goo, retomando su compostura ahora que Jungkook ya no estaba tan cerca de él. —¿Por qué no se ahorra todo ese esfuerzo y pide su deseo de tener el libro y ya?
—Porque el libro de las Diosas es mucho más poderoso que la amatista —explicó Jungkook, viendo consumirse los troncos en la chimenea frente a él. —Sólo el libro de las Diosas puede invocarlas y convertir a un humano en Dios. Es un libro asquerosamente blasfemo y la amatista no puede rastrearlo porque sobrepasa su poder. Hyung Sik tiene el don de ver el pasado a diferencia de su hermano, quien ve el futuro. Por eso sólo él puede saber cuál fue el sitio donde se extravió ese libro. Es lo que nos dice Hyung Nil en su carta.
—Aun no podemos estar seguros de que el mismo ladrón de la amatista sea el que está detrás de la invasión de Kaesong; ni que en efecto, tal ladrón esté planeando encontrar el libro de las Diosas. No sabemos si Hyo Seop realmente está vivo de nuevo gracias al poder de la amatista y si es él, el responsable de todo esto.
Jin Goo se frotó la cara y se sentó sobre el borde de la cama de Jungkook. Este miró su actitud apesadumbrada y se sentó en un taburete junto a él.
—No, pero es la teoría que mas sentido tiene. Jin Goo, me contaste que Yoongi estaba contigo la noche que entraron en la joyería del hombre que hizo la réplica de la amatista, ¿verdad? —Jin Goo asintió. —Dime una cosa. ¿También reconoció aquella letra?
Jin Goo negó con la cabeza.
—Yoongi era todavía un niño cuando Hyo Seop murió. No creo que pueda acordarse de un detalle así.
—¿No estuviste atento por si tenía alguna reacción ante tu descubrimiento?
—¡Por supuesto! Pero no hubo ninguna reacción en él aquella noche; ningún gesto por el que debamos pensar que él haya reconocido aquella caligrafía del mismo modo en que lo hice yo.
—Perfecto —Jungkook tomó su cabello y terminó de tejer la trenza que su sirviente había dejado a medias.
—Entre menos personas sepan esto mejor.
—Aun así, esto sigue siendo casi un disparate, o sea, hablamos de un hombre que lleva más de veinte años muerto. ¡Es casi ridículo que lo estemos siquiera considerando!
—¡Pues tú fuiste el primero en considerarlo! —le recordó a Jin Goo —Yo también lo considero así. Son demasiadas coincidencias para que sean sólo eso. Además… hay algo más.
—¿Algo más? —Jin Goo frunció el ceño con tenacidad. Jungkook asintió.
—Namjoon ha escrito también. El rey consorte Woo Seok despertó y está absolutamente recuperado.
—¡¿Cómo?! —Eso sí que no se lo esperaba. Los padres de Jungkook nunca se habían podido poner en pie luego de que la maldición de la amatista los llevara a la cama. ¡Era increíble que Woo Seok se hubiese recuperado en tan corto tiempo!
—Parece ser que Seokjin tenía razón y el príncipe Hyunjin es increíblemente poderoso. Debemos tener a ese muchacho muy presente en nuestros planes.
—Por supuesto. Es impresionante lo que me cuentas.
—Pues eso no es todo —Jungkook trazó una inquietante sonrisa y ató el extremo de su trenza con un pequeño listón. —Su Majestad Woo Seok ha confesado lo mismo que Yoongi. Ellos robaron la amatista de plata.
—Pero eso ya lo sabíamos —resopló Jin Goo con algo de petulancia.
—Sí, pero ha agregado los detalles que faltaban en el relato de Yoongi. Según él, el deseo que le pidió a la amatista de plata fue: “Quiero que Jung Hyung sufra lo mismo que yo he sufrido”
—¡¿Qué?! —Jin Goo se puso de pie y recorrió de extremo a extremo la habitación. Jungkook lo miró con atención.
—Jung Hyung estaba, y puede que aún lo esté, perdidamente enamorado de Hyo Seop, ¿no es verdad? —Jin Goo posó sus ojos en él y asintió ligeramente.
—Pues bien. Puede que de alguna manera, una forma retorcida, la amatista de plata considerase que su sufrimiento debía darse a manos del hombre que más había amado ¿o no? ¿Te parece ahora que todo tiene más sentido?
—¡Por las Diosas, lo tiene! —Jin Goo regresó a la cama y se volvió a sentar. ¡Todo tenía sentido! ¡De una manera terrible y macabra, pero lo tenía!
—Pues yo también pienso que tiene sentido. Son demasiados cabos sueltos que no pueden unirse con una teoría diferente a la que tenemos ahora. Por lo menos, yo no lo veo de otra forma.
—¡Por las Diosas!
—Jin Goo, tú conociste a Hyo Seop durante muchos años. ¿Hay algo sobre ese hombre que yo debería saber?
“¡Que fuimos amantes y que yo soy el padre de Yoongi!” pensó Jin Goo, pero ese no era el momento para soltar aquellas revelaciones.
—Nada —mintió entonces, sintiendo que comenzaba a jadear. Jungkook se puso de pie.
—Jin Goo, escúchame, te he escogido como esposo porque eres la persona en la que más puedo confiar. Voy a casarme contigo y ser un esposo en todos los sentidos, pero necesito que me respaldes y me ayudes en todo. Necesitamos, sacar al príncipe Hyung Sik de Kaesong y traerlo aquí con vida. Necesito verlo en persona. Haré que ese hombre me diga a mí dónde está el libro de las Diosas.
—Jungkook ¿qué es lo que planeas? —Jin Goo temblaba entero. El toque de aquellas manos y el poder de aquellos ojos lo tenían casi sin habla.
—Haré lo que sea necesario por derrotar a los Yurchianos ¿Estás conmigo?
—Lo estoy —Jin Goo se puso de rodillas y besó las manos de Jungkook. Cuando se puso de pie, sus brazos sujetaron con premura la cintura del doncel y lo abrazó con una ansiedad y una necesidad que no había experimentado jamás. Cuando lo soltó, Jin Goo jadeaba y la expresión de Jungkook era estupefacta.
—Estoy contigo en todo lo que me pidas. Mandaré un recado a Su Majestad Jung Hyung. Él y su ejército están camuflados en Kaesong y como sabes, han entrado incluso en el palacio de ese reino. Pediré que rescaten a su Alteza Hyung Sik y lo envíen a Joseon.
—Perfecto —balbuceó Jungkook, aún aturdido.
—Pero diles que no se apresuren. Si todo sale como planeo, que por SiKje espero que esta vez sea así, aprovecharemos la confusión que se va a armar cuando todos en los cinco reinos, se entere de que Jungkook, el rey condenado a vivir en castidad perpetua, se va a desposar con su antiguo tutor y regente del reino.
Jin Goo asintió, estupefacto ante la sonrisa que despuntó de los labios de Jungkook tras decir aquello. Era una sonrisa tan bella e inquietante, que le pareció digna de ser plasmada en un retrato. Una sonrisa muy parecida a la que la mismísima SiKje lucía en el óleo que adornaba el salón comedor del palacio.
Varios minutos después, abandonó la recamara de Jungkook con la intención de entrevistarse con los altos mandos del ejército.
Jin Goo no se reconocía a sí mismo. Hasta hacía unos cuantos días, Jungkook era como un hijo para él, ahora en cambio… “¿Qué es lo que me está sucediendo?”, se preguntó azorado mientras bajaba las escaleras con rumbo a las torres centrales “¿Por qué rayos me estoy comportando de esa forma? ¿Por qué estoy sintiendo este terrible deseo?”
Jin Goo no lo sabía en ese momento, pero a pesar de haber sido por muchos años inmune a sus encantos, finalmente había caído rendido bajo el embrujo del “Tesoro de SiKje”.
—¡Maldito y desgraciado seas Jungkook! ¡Deseo que las Diosas me permitan bailar sobre tu tumba y embriagarme de dicha el día de tu entierro! ¡Qué Johary te expulse del paraíso! ¡Que tus enemigos usen tus ojos de cuentas y se bañen en tu sangre!
Los gritos de Jimin se escuchaban por toda la segunda planta del castillo de Jaén, alertando a casi todos los donceles del servicio doméstico y provocando que Yoongi suspendiese una reunión que mantenía con sus concejeros para atenderle en persona.
Estaba recién llegado a Jaen. A diferencia de Yoongi, el Koryano hizo una pequeña escala en Koryo para ver a su madre y llevarles la terrible noticia de la muerte de Taehyung. El impacto había sido como el de una roca envuelta en fuego. Seokjin había tenido que sedar al rey consorte que había estado a punto de volverse loco.
A Jimin le hubiese encantado quedarse unos días más en Koryo, pasanso el duelo con su familia, pero no le fue posible. Esa misma tarde por fin se llevaría a cabo la ceremonia de coronación de Yoongi como rey de Jaén y él debía estar a su lado, como su esposo. Los religiosos de Jaén los bendecirían como pareja en el ritual de nupcias Jaeniano y Jimin también sería coronado bajo el título de rey consorte.
Yoongi entró a la recamara de Jimin después de que un doncel de compañía le avisase que su esposo había perdido los nervios luego de leer una carta proveniente de Joseon.
Al entrar a la recamara conyugal, se topó de frente con la imagen de Jimin tirado sobre las sábanas, llorando al lado de unos trozos de pergamino. Con cautela se acercó, recibiendo de costado los rayos de sol que entraban por los ventanales que conducían al balcón. Estaba escrupulosamente vestido de nuevo, con la cara recién afeitada y su cabello emparejado por encima de la cintura. Lucía una versión en blanco de su uniforme militar para acompañar el duelo de su marido; las botas inmaculadas también crujían en el piso de roca previniendo de su llegada a Jimin, quien se incorporó de prisa, con el rostro envuelto en lágrimas al verlo llegar.
—¡Mira esto! —le extendió la causa de su llanto. Eran los trozos de la esquela que había recibido al llegar a Jaén. Yoongi tomó las piezas, las reunió y las armó sobre una mesa. Los trozos reunidos permitieron vislumbrar los nombres de dos conocidos, anunciando un enlace matrimonial que se concretaría en cuatro días.
—¡No había visto un matrimonio más escandaloso desde que él vizconde de Bacorf, se casara con su propio hermano! —dijo el Koryano, rompiendo en llanto de nuevo.
—No lo puedo creer —susurró Yoongi estupefacto.
—¡Pues yo sí! —replicó Jimin. —Espero lo que sea de ese miserable traidor. Ni siquiera esperó a que termináramos el novenario de mi hermano y ya está anunciando con bombos y platillos que se casa con otro. ¡Mi pobre hermano! ¡Seguro solo fue un juego para él!
—Creo que es mejor analizar esto con calma —Yoongi avanzó, sentándose en la cama. Con cuidado secó las lágrimas de Jimin y lo tomó por el mentón
—Escucha. Jungkook es un rey y está embarazado. Creo que, tal vez, sólo quiere darle un padre a su hijo y, ¿quién mejor que el hombre que fue como un padre para él?
—¿Padre? —Jimin se echó a reír con un tono de mordaz ironía. Su rostro estaba congestionado de ira. —¡Yo no creo nada de eso! Quién sabe desde hace cuanto ese par son amantes. Ahora hasta me atrevo a dudar de que el hijo que espera ese canalla sea en verdad hijo de Taehyung.
—¡No hables tan a la ligera! Yo pienso que el rey Jungkook sí está sufriendo con la muerte de tu hermano.
—¡Pues yo no lo creo! —Echándose de nuevo sobre el lecho, Jimin apretó fuerte las cobijas. —Jungkook nunca amó a Taehyung —aseguró gimoteando entre lágrimas. —¿Acaso no viste cómo se marchó cuando llegó a la cabaña ese día? Y luego, ¿qué hizo luego? ¡Pues encerrarse en su templo dizque a meditar! ¡¿A meditar qué?! ¡¿Qué rayos debía meditar?! ¡La muerte de Taehyung fue su culpa y no le vi derramar ni una sola lágrima por él! ¡Ni una miserable lágrima para el hombre que lo amo más que a su vida!
Al ver a Jimin tan alterado, Yoongi se apresuró a envolverlo entre sus brazos, dejándolo desahogarse. Por un rato, sólo estuvieron abrazados en silencio. Jimin lloraba con desazón mientras Yoongi le acunaba tiernamente.
—Yo sigo pensando que el rey Jungkook está pasando un mal rato —dijo Yoongi cuando el llanto de Jimin se aplacó.
—¿De veras lo crees?
—Así es, él es un hombre que no sabe expresar sus sentimientos, pero yo creo que si sufre. Sufre mucho.
—Ya veo. —Con un poco de brusquedad, Jimin se apartó de su abrazo y se puso de pie. Sus ojos cayeron sobre él con rencor y desdén.
—¿Qué pasa? —preguntó Yoongi. Jimin sonrió con maldad.
—No pasa nada. Es sólo que ya creo entender por qué defiendes tanto al miserable de Jungkook.
—¿Qué quieres decir? —Yoongi lo miró con el ceño fruncido. El tono de su esposo no le gustaba nada.
—Quiero decir que tú eres igual que él —le increpó con molestia. —Ambos tienen el corazón tan marchito como higos secos. A Jungkook, lo marchitó esa promesa a SiKje, pero a ti… ¿a ti qué te marchitó? ¿Acaso fue la muerte de tu mamá?, ¿acaso fue ese rencor rancio por mi padre y la muerte de Hyo Seop?
—¡Calla! —La respiración de Yoongi se volvió espesa. Él también se puso de pie. No iba a permitir que ese niño le hablara de esa forma. ¡No iba a permitirlo!
—¿Qué pasa? ¿Acaso he dado en el clavo? ¡La muerte de tu mamá te marchitó, ¿verdad?! Estoy en lo cierto ¡No vives más que para tu maldito rencor!—Jimin metió más el dedo en la herida.
—¡Que te calles! —gritó Yoongi, y alzó su mano diestra, sosteniéndola en el aire por una fracción de segundos. Jimin se crispó pero mantuvo el desafío guardando su posición.
—¿Vas a pegarme?
—No puedes hablarme así. Soy tu marido —La voz de Yoongi pareció quebrarse. Su mano se cerró en puño pero sólo para estrellarse contra su propio rostro en un gesto de terrible frustración.
Jimin avanzó hacia él y lo tomó por el talle. Nuevamente era testigo de la fragilidad de ese hombre. Por años, había sido para él un epítome de rudeza y templanza. Era de esa imagen de la que se había enamorado. Sin embargo, ahora, después de todo lo ocurrido, se daba cuenta de que su fantasía de niño había sido sólo un espejismo. Su antigua imagen de Yoongi se había destruido pero gracias a ello, ahora podía ver al verdadero hombre tras la máscara, al hombre del que no estaba enamorado como un niño soñador. Yoongi era ahora un hombre de carne y hueso, no una idea ilusa e infantil, era un hombre débil y destruido, el hombre que empezaba a amar de verdad.
—Tú no eres mi marido, Yoongi. Por lo menos no en la práctica. Estás tan muerto aquí adentro —señaló su pecho, —que me sorprende que aún no lo estés aquí también.
La mano de Jimin bajó por el abdomen de Yoongi y se cerró sobre su entrepierna. Este dio un respingo y de improviso tomó a Jimin para de un solo movimiento caer ambos sobre la cama. El choque de ambos cuerpos fue tan fuerte que hicieron vibrar el dosel. Las cortinas bailaban al compás de la brisa matinal, trayendo consigo el canto de las golondrinas.
Yoongi y Jimin luchaban en un lecho que en más de cuatrocientos siglos no había conocido tanta pasión. Era seguro que los rostros enmarcados en los óleos que colgaban en aquella habitación, nunca antes habían gozado de un espectáculo similar.
—¿Qué pasa? ¿Acaso piensas tomarme a la fuerza otra vez? ¿Es la violencia lo único que habla por ti? —riñó Jimin forcejeando entre los brazos de su esposo.
—¡Basta! —gruñó Yoongi sujetándolo por las manos.
—¿Qué pasa? —Jimin se detuvo y miró al varón a los ojos. —¿Te molesta escuchar la verdad? Dime una cosa. Ese tal Seonghwa, el que parirá a tu bastardo, ¿a él también lo forzaste o ese prostituto si te abría las piernas por placer?
—¡Tú también me has abierto las piernas por placer! —Yoongi lo tomó de las manos y las presionó sobre la cama, a ambos lados del cuerpo del doncel. —También se las abriste al chico de la posada.
—¿Celoso?
Una mueca cínica se dibujo en el rostro de Jimin. Sin más aviso Yoongi bajó su rostro y lo besó, fue un beso demandante, furioso y apasionado. Las manos de Yoongi soltaron las de Jimin y se ensañaron con su túnica, desgarrándola hasta dejarle hombros y pezones al descubierto. Cuando el beso terminó, su boca se perdió en el cuello de Jimin.
—No fui yo quien abrió las piernas esa noche. El hijo del posadero se entregó a mí y yo lo tomé como si fuese un varón.
—¿Y te gustó? —Yoongi sacó su rostro del cuello de Jimin y lo miró fijamente. Sus pupilas eran como un mar agitado.
—Me gustó mucho. Tanto que desde ese día no pienso en otra cosa que no sea en hacerte lo mismo a ti.
Un silencio sobrecogedor cayó sobre ellos, ambos hombres se miraban como dos enemigos a punto de empezar un duelo; respiraban agitados y habían empezado a transpirar. El pecho de Jimin subía y bajaba. Estaba tan excitado que sus pezones estaban erguidos como dos montañitas.
Entonces, de repente, Yoongi dio media vuelta y quedó boca arriba sobre el lecho. Sin mediar una sola palabra más, comenzó a desabrochar su camisa, hasta dejar su pecho descubierto.
—Si tanto lo deseas, ven y toma lo que quieres —fue todo lo que dijo tras desnudarse. Jimin dudó por varios segundos pero luego se incorporó, colocándose sobre su esposo.
—Tienes razón —habló Yoongi de nuevo, con una voz que empezaba a ser jadeante. —Todos estos años he estado marchito. Pero quiero creer que puedo renacer bajo tus manos. Necesito creerlo.
—Renacerás bajo mis manos —prometió Jimin y lo besó; Maldito fuera Yoongi, por encerrarlo en esa telaraña mortal.
“No sé si pueda hacerte renacer, pero si no lo logro, sólo quiero que sepas que me marchitaré contigo”.
Jimin jadeaba mientras una de las manos de Yoongi acaparaba casi por completo la longitud de su miembro, deslizándose de abajo hacia arriba, haciéndolo olvidar hasta de su propio nombre.
Yoongi lo tomó de los brazos y acercó sus labios. Se besaron con lentitud, saboreando el placer. Poco a poco, el miembro de Jimin pareció convertirse en un diamante por la dureza que adquirió y por los fluidos que brillaban a la luz de la mañana.
Al sentirlo totalmente preparado, y sin romper los cálidos besos, Yoongi guió aquella virilidad dentro de sus muslos y la ensartó en ese espacio que nunca antes había usado para el amor. Un gemido salió de su boca y un extraño goce se posó dentro de su cuerpo. Gozar con la posición en la que lo hacían los donceles era aberrante para él. ¡Pero qué bien se sentía!
Jimin jadeó también. A medida que ganaba profundidad, podía darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba en el sitio más cálido que tenía Yoongi, ese hombre que todo el tiempo parecía un glaciar.
¡Por las Diosas, aquello era el paraíso!
Casi no pudo contenerse para empezar a moverse, pero la agonía del rostro de Yoongi le dijo que no fuera tan goloso. Esperó un par de minutos y cuando por fin sintió que las gruesas fibras que atrapaban su miembro empezaban a ceder, no dudó en iniciar un suave vaivén que le hizo recordar cómo se bendecía a Johary en la versión más primitiva de la lengua madre Koryana.
Yoongi mordió las sábanas para conservar la tranquilidad que brindaba el silencio. No quería manchar con obscenidades las paredes que por muchos años vivieron del mutismo de las parejas que solo habían copulado para procrear. Jimin sudaba, y se apoyaba en los hombros de Yoongi para impulsarse en ese agujero sin final. Con cada embiste dejaba caer gotas de sudor sobre el pecho del varón.
El sol estaba muy en lo alto, la recamara estaba caldeada y las golondrinas lejanas encontraban otra primavera. Yoongi y Jimin se recostaron sobre las colchas para dormir los rezagos de su clímax. Ahora eran esposos y renacerían juntos.
Renacerían juntos o se marchitarían los dos.
Tenía un sabor muy desagradable en la boca, aunque eso era lo de menos en esos momentos. Taehyung no sabía cuánto tiempo había estado dormido, ni siquiera estaba seguro de no seguir dormido en esos momentos. Frente a sus ojos se movían las imágenes borrosas de personas que caminaban de un lado a otro. Había gente descalza, donceles y varones por igual, niños y ancianos. Algunos de ellos se detenían frente a él y lo miraban desde arriba.
“¿Dónde estoy?” se preguntó entonces, dándose cuenta de que estaba tirado en un catre sobre el suelo. Trató de incorporarse pero aquello no resultó ser una buena idea. Al instante, una terrible punzada en el hombro le sobrevino y un mareo casi le cuesta la conciencia de nuevo.
Quedándose quieto, intentó comprender su entorno a través de los sonidos que llegaban hasta sus oídos.
Escuchó retazos de conversaciones.
Algunas personas hablaban en Hangul, otras en la lengua natal de los Kaesonginos y otras en dialectos que no supo identificar. Alguien, posiblemente un doncel, a juzgar por el tono suave de su voz, suplicaba a las Diosas por más provisiones.
Otra persona, también doncel, le contestaba que con la boda real todo iría a peor. Taehyung sintió un extraño malestar cuando escuchó eso de “boda real”, pero en esos momentos era incapaz de comprender el alcance de tales palabras.
—Tesoro, mi tesoro, ¿dónde estás? —susurró levemente. En ese momento, el rostro de un hombre de gran sonrisa se coló ante sus ojos.
—Vaya, veo que ya has despertado por fin —se alegró el sujeto. —Bienvenido, Taehyung. Las Diosas te bendigan.
Taehyung observó al hombre y lentamente, sus ojos se fueron abriendo de par en par. ¡No podía ser posible! Ese hombre era…
—¡Hyung Sik! —exclamó con todo lo que daba su voz en ese momento. El otro hombre sonrió de nuevo y lo corrigió —Soy Hyung Nil en realidad, —entonces Taehyung cayó inconsciente otra vez.
Continuará....
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