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Emboscada


El palacio de Kaesong sufría la invasión Yurchiana con ferocidad. La familia real estaba bajo la custodia de los invasores, presos en su propio castillo, como ratas. 

Hyo Seop estaba feliz. Sus planes le estaban saliendo a la perfección. Haber vuelto a la vida, a través del poder de la amatista de plata, había sido más divertido de lo que había pensado. Ahora necesitaba encontrar ese libro... ese maldito libro que no aparecía por ningún lado y sin el cual haber revivido no le serviría de nada.

Las puertas del salón del trono se abrieron y el prisionero fue colocado a los pies de Hyo Seop. Era el príncipe Hyung Sik, principe heredero de Kaesong. Los días de cautiverio habian hecho mella en él. Estaba pálido y sucio, pero totalmente lúcido.

—Hyung Sik —dijo Hyo Seop mirándolo desde el trono donde estaba sentado. ¿Sabes quién soy?

Hyung Sik negó con la cabeza. Era casi un niño en la época que murió, y pocas veces lo había visto. No lo recordaba.

Hyo Seop sonrió y se paró del asiento que usurpaba. Sus hombres pusieron de pie a Hyung Sik y lo acercaron hasta su señor. Hyo Seop lo tomó del mentón y lo miró fijamente.

—¿Por qué hacen esto, Yurchianos? Mi patria es amable y pacifica. ¡¿En que los ofendimos?!

—No nos han ofendido en nada. Por lo menos no a mi —sonrió con maldad. —Yo busco algo que usted, Alteza, puede ayudarme a encontrar.

Hyung Sik alzó sus ojos y miró fijamente al doncel que le hablaba. La duda bailoteaba en sus ojos.

—¿Qué buscan?

Hyo Seop sonrió. Su sonrisa era mordaz y tenebrosa. De repente comenzó a carcajearse, como un loco, y cuando el ataque de risa pasó volvió a mirar a Hyung Sik con total seriedad, como si nunca hubiera ni siquiera sonreido.

—Quiero el libro de las Diosas, niño. Tú sabes dónde está y quiero que me lo digas.

¡Con que era eso! Hyung Sik arrugó el ceño. A diferencia de su hermano Hyung Nil, quien tenia el poder de ver y alterar el futuro, a él se le daba bien ver el pasado. Era por eso que tenía el poder de traer objetos del pasado o cambiar hechos, por supuesto ninguno de los gemelos usaba sus poderes ya que cambiar el presente o el pasado podría tener horribles consecuencias.

"El libro de las Diosas" era un libro antiquisimo que había sido abandonado en un lugar muy especial antes de las guerras que precedieron al "Gran Pacto". Se hablaba de que era un libro prohibido, herético y blasfemo. Un libro aberrante.

—¿Quieres el libro de las Diosas?

—Así es —respondió Hyo Seop.

—¿Qué me darás a cambio?

—¿Qué quieres? —Hyo Seop sintió ganas de degollarlo en ese mismo instante, sin embargo, se contuvo. Si ese hombre podía ayudarlo a encontrar el libro, cumplirle un deseo podía ser mejor que torturarlo quien sabe por cuantos días. A pesar de esto, el doncel se quedó de piedra al escuchar el pedido de su prisionero. Aquello si que no se lo esperaba.

—Quiero a Jungkook, el rey de Joseon —respondió Hyung Sik, con resolución. —Entrégamelo y te daré el libro que quieres.

Eso había sido todo. Estos acontecimientos sucedieron casi un día antes de que Jungkook y Taehyung se encontraran en el templo de SiKje.

Hyo Seop dio la orden de encontrar vivo a Jungkook y llevarlo a Kaesong. De inmediato, sus soldados repartieron notas de aviso, dejándolas regadas por todos los bosques de Joseon. Una de esas notas fue la recogida por Taehyung, esa que ni él ni Jungkook pudieron entender. Era por eso que sin saberlo, en ese momento, era el hombre más buscado de los cinco reinos.

Hyo Seop sonrió, ahora desde una de las grandes terrazas del palacio de Kaesong. “Jungkook”, pensó. “Con que ahora le llamaban "El tesoro de SiKje" y había toda una leyenda alrededor de su gran belleza. "Es casi divino" Le había oído decir a algunos.”

La última vez que lo vio, éste no era más que un niñito, lindo sin duda, pero tampoco nada fuera de lo común. ¿Qué habría pasado? “¿Acaso era la magia de la amatista de plata lo que aquellos hombres percibían y lo que los llevaba a ese grado de locura y fascinación?” Se preguntó, de pie junto al balcón. Sus cabellos brillaban bajo la luna, combinando a la perfección con el afelpado abrigo que llevaba puesto.

La verdad fuera dicha, tantos rumores sobre la belleza de Jungkook ya empezaban a despertar su malsana curiosidad. Le estaban entrando muchas ganas de conocerlo y constatar con sus propios ojos si su belleza realmente merecía el calificativo de "Divina". Si sus soldados eran tan eficientes como habían sido hasta ahora, no tendría que esperar mucho. Pronto, Jungkook y él se verían frente a frente.

Jungkook se había quedado dormido entre los brazos de Taehyung. Tuvo un sueño corto pero muy reparador. Taehyung, por su parte, había aprovechado para velar su sueño y constatar que el desflore no lo hubiera lastimado demasiado. Se alegró al ver que estaba bien.

—Buenas noches —le besó nada más verlo despertar. —¿Dormiste bien?

Jungkook asintió respondiendo al beso..

—Ya ha anochecido —dijo viendo la oscuridad que asolaba el lugar. La plata del recinto los iluminaba por dentro, pues su brillo nunca se apagaba, pero afuera reinaba la noche.
—Creo que es hora de irnos.

—Bien.

Se pusieron de pie dispuestos a vestirse. El silencio del lugar estremecía. Entonces, la cinta de la frente de Jungkook brilló fugazmente. El doncel sintió un calor extraño y fuerte quermándole la frente y se quejó. Cuando Taehyung llegó hasta su lado para ver que ocurría, el dolor había pasado, la cinta se había desprendido de la frente del rey y la marca en ella se había desvanecido.

—¡Por las Diosas! ¿Te la has quitado? —preguntó Taehyung.

Jungkook negó.

—No, no se puede quitar a voluntad. Se ha borrado, mi promesa se ha roto.

El temblor que lo invadió hizo que Taehyung lo abrasara fuertemente. El príncipe le quitó la cinta y la míró. La inscripción de la parte frontal desapareció, pero al otro lado de la cinta, otra inscripción se hizo visible. También estaba escrita en lenguaje divino.

"Cuando lo humano y lo divino se mezclen, se reescribirá el destino" —leyó, sin entender qué podría significar aquello. Taehyung tomó la cinta y se la colocó en su frente.

—No importa lo que esto signifique. Ahora yo soy tuyo y tú eres mío. Es lo único que importa.

—¡Oh, Taehyung! deseó tanto que tengas razón —lo estrechó entre sus brazos y lo besó. Terminaron de vestirse en silencio y antes de partir, Jungkook echo un último vistazo sobre el oleo de SiKje.

“¿Podrás perdonarme?” se preguntó, y de inmediato, casi como una revelación terrible, sus ojos se volvieron hacia la pila bautismal; en ella había una grabado que le hizo recordar algo horrible. Ahora muchas cosas cobraban sentido.

—¡Taehyung ven!

—¿Qué pasa? —Taehyung se apresuró a ir junto a él. Este le enseñó el grabado que había en la base de la pila: era una imagen de SiKje sosteniendo un libro. "El libro de las Diosas" decía la pequeña inscripción que podía leerse sobre el mármol.

—Yoongi dijo que posiblemente la invasión a Kaesong se debía a que éstos buscaban algo. Pues bien, hay leyendas que dicen que el libro de las Diosas, un libro horrible y prohibido, fue visto por última vez en el reino de Kaesong. —dijó el doncel con horror. —¡Creo que el  ladrón de la amatista de plata quiere el libro de las Diosas y creo que lo quiere para convertirse en un Dios!

Hongjoon esperaba la llegada de Jin Goo.  Una vez lo identificó, sus ojos destellaron y sus labios curvaron una gran sonrisa.


—Mi señor, imaginé que aún estaba en Koryo. Me he enterado de que nuestro señor Jungkook aún no regresa a Joseon. ¿Ha sucedido algo, mi señor?

—¡¿Por qué rayos regresaste, idiota?!       

 —¿Eh? —El tono agresivo de Jin Goo lo asustó. Cuando un esclavo era abandonado en otro reino rara vez regresaba. Tal vez Hongjoon no lo sabía, pero en Jaén comprar la libertad era mucho más fácil que en Joseon.

—Pregunté el motivo por el que regresaste —repitió Jin Goo. —¿Acaso eres un idiota?

 —¿Uhm? —Sí, definitivamente Hongjoon seguía sin comprender. Sin embargo, hizo caso omiso a las palabras de Jin Goo y volvió a sonreír. Sus ojos relampaguearon con un brillo genuino e inocente.

—Me gusta Joseon, mi señor —dijo finalmente. —Es la única tierra que conozco y mi señor Jungkook es el único rey al que quiero servir. No importa si nunca soy libre, quiero morir en la tierra que me vio nacer.

La ceja derecha de Jin Goo se levantó. Sin duda ese chico era un idiota. Si eso quería, perfecto, lo llevaría de regreso a Joseon. Llamó a unos esclavos y pidió que lo recibieran y le dieran algo de comer, pero antes de partir, Hongjoon volvió a hablar.

—Mi señor… ¿Por qué usted y el rey Yoongi tienen una marca de nacimiento idéntica en la espalda? —La pregunta fue hecha con un tono tan calmado que Jin Goo sintió que se le congelaba la sangre. Su rostro palideció, y de un movimiento lo tomó de un brazo y lo arrastró junto a unos arbustos, muy lejos del bullicio de los esclavos y los soldados que prestaban guardia.

—¿Qué has dicho? —le preguntó una vez que lo tuvo acorralado.
—¡Repítelo!

—Cuando viajamos desde Yurchen, un día nos bañamos en un rio y yo vi que usted tenía una marca en la espalda, una marca bastante grande y visible —Hongjoon comenzó a garabatear con sus manos tratando de dibujar la imagen en el aire. De repente, se sentía muy nervioso. —Luego, en Jaén, durante un incidente que hubo en los patios, yo vi esa misma marca en el mismo sitio de la espalda del rey Yoongi. Era la misma, estoy seguro.

El silencio de Jin Goo era sobrecogedor. Hongjoon sintió que empezaba a sudar, Jin Goo lo mantenía sujeto del brazo y no parecía tener intenciones de soltarle.

—¿Le has contado esto a alguien más? —preguntó finalmente. Hongjoon negó con la cabeza.

—Si mi señor no quiere que cuente esto, juro que no se lo contaré  nunca a nadie —jadeó. Jin Goo sonrió de forma escalofriante.

—Me aseguraré de ello.

La tarde terminó de caer sobre Koryo.

Hongjoon fue colocado en brazos de un soldado que lo llevaría a Joseon, y lo dejaría a salvo en alguna aldea cercana. Entre sus cosas, Jin Goo colocó un saquito lleno de oro. Con ese dinero, podría comprar su libertad y la de toda una familia si eso quería. A cambio, el muchacho había quedado mudo para siempre. Jin Goo le había sacado la lengua él mismo, y luego había pedido a uno de los médicos del palacio que lo sedara y le cicatrizara la herida.

 Hongjoon yacía dormido en brazos del soldado que lo llevaría a Joseon. Jin Goo lo miró por última vez y suspiró… Nuevamente su más grande secreto había estado a punto de descubrirse y todos sabrían que el rey Yoongi era su hijo.

Jungkook decidió que debía regresar lo antes posible a Koryo para contarle a Jin Goo sobre sus últimos descubrimientos. Estaba casi seguro de que fuese quien fuese el ladrón de la amatista de plata, también estaba detrás de la invasión de Kaesong, y lo más probable, tras la búsqueda del libro de las Diosas.

Taehyung también se había terminado de vestir. Ahora era él quien llevaba la antigua cinta dorada de Jungkook, cubriéndole la frente. “Quiero que sea el símbolo de que ahora te pertenezco”, le había dicho sonriente mientras la ataba a su cabeza. Jungkook se sentía más feliz de lo que pudiera recordar y tanta felicidad lo hacía sentirse aturdido.

—¿Tesoro, pasa algo? —le preguntó Taehyung mientras buscaban sus cabalgaduras. Jungkook negó con la cabeza y emprendieron el regreso.

Cabalgaban despacio. Pensaban que lo mejor era ir en calma para no alertar a cualquier posible espía que se hallara en el área. Sin embargo, todo parecía estar en calma, demasiado para su gusto, a decir verdad.

—¿En qué piensas, Tesoro? —Jungkook negó con la cabeza. Pensaba en muchas cosas realmente, pero antes de hablar al respecto debía ordenar sus ideas. Taehyung asintió en silencio y siguieron la marcha. Habían decidido volver por el mismo camino que el doncel había usado en su último viaje, y Taehyung estuvo de acuerdo. Atravesar la llanura Koryana era más fácil que meterse por los espesos bosques de Joseon, demasiado oscuros y fríos en época de otoño; habría demasiada neblina también.

Llevaban ya medio camino hecho cuando se encontraron con aquello: Un ejército armado les esperaba.

—Son mis hombres —tranquilizó Taehyung, antes de que Jungkook desenfundara su espada. Los había reconocido por los escudos. —Seguramente mi padre los envió en nuestra búsqueda.

No se equivocó. Cuando estuvieron mucho más cerca, los soldados se inclinaron ante su príncipe y los escoltaron por ambos flancos.  El viaje se volvió mucho más relajado debido a esto, y Jungkook relajó la tensión que había estado sintiendo durante casi todo el camino. Taehyung iba al lado del líder de sus hombres; se estaban poniendo al día sobre los últimos acontecimientos.

Pero entonces, cuando faltaban pocos kilómetros para llegar a Koryo e incluso, ya se podían ver las murallas del inmenso palacio, algo sucedió.

Fue todo tan rápido y repentino que algunos solo sintieron todo cómo un mal sueño.

Una bengala azul, que estalló como una lluvia, iluminó el cielo. Inmediatamente después, un sinfín de fuegos pirotécnicos bañaron el firmamento Koryano, compitiendo con las estrellas que esa noche se alzaban en lo alto.

Por la cercanía del sonido, era claro que estaban siendo lanzadas desde Koryo, aunque muy lejos de cualquier aldea. Taehyung conocía todas las celebraciones de su reino, y sabía que para la más cercana, faltaba poco más de dos meses. ¡Esas luces eran una trampa!

—¡Nos atacan! —gritó, interponiéndose para cubrir a Jungkook. Tal como había presentido, un ejército se acercaba a ellos. ¡Los habían estado esperando!

Un grupo de soldados Koryanos cayó en la primera arremetida; el resto creó un surco dentro del cual quedaron resguardados Jungkook y Taehyung. Los escudos los protegían de las flechas que caían sobre ellos, pero les restringían el ataque. Los soldados se juntaron formando una gruesa coraza que impedía el paso de cualquier elemento que viniese por el aire, pero por desgracia, les franqueaba la vista hacia el enemigo.

Nadie pudo percatarse del avance progresivo y demoledor de los Yurchianos, nadie lo hizo hasta que fue muy tarde.

La ofensiva por aire no mermaba, el grupo de soldados cabalgaba tan rápido como podían; intentaban llegar lo más rápido posible al interior de los terrenos surcados por las murallas, pero el hecho de tener que huir y al mismo tiempo tratar de proteger sus vidas, les hacía el andar más lento. 

Cuando el ataque se incrementó, el número de flechas creció, como un enjambre de abejas. La oscuridad hacía más difícil identificar los ataques, y los soldados Koryanos no tuvieron más opción que agruparse aún más, con el fin dejar menos huecos en la defensa. La aglomeración de monturas y escudos se volvió casi un nudo. Escapar se hizo una tarea imposible.

—¡Jungkook! —exclamó Taehyung tratando de mantener a su tesoro lo más cerca posible. En medio del gentío de humanos y caballos se sentían sofocados.

La situación era una verdadera pesadilla y la angustia del batallón, que a cada paso perdía varios hombres, los hizo temer seriamente por sus vidas. Se tomaron fuertemente de las manos. Pasara lo que pasara se quedarían juntos. Entre los gritos de los soldados y los empujones sintieron que de repente  algo andaba muy mal.

Una espada atravesó de lado a lado a uno de los soldados. Jungkook vio al hombre caer y ahogó un lamento. Sus ojos se encontraron de frente con el asesino, quien sonreía mientras agitaba su espada ensangrentada. Tenía los cabellos platinados y una horrible mirada. Era un Yurchiano.

—¡Están dentro! —gritó empuñando con más fuerza su espada. El Yurchiano que acababa de mirar a los ojos se abalanzó sobre él, con el acero filoso destellando bajo la luz de la luna. Jungkook tomó aire y contuvo el golpe de su oponente. El Yurchiano pareció confundido por la inesperada fuerza de ese doncel, y después de un zumbido, cortesía de la espada de Jungkook, la cabeza de cabellera platinada terminó extraviándose entre los cascos de los caballos.

 —¿Estás bien? —preguntó Taehyung, sudando frio.

 —Sí, pero no creo que ese haya sido el único —contestó, casi resoplando—. Deben haber más. Tenemos que estar muy atentos.

 —Bien —Taehyung asintió. —No te separes de mi lado —Acababa de constatar las palabras de Jungkook, al observar que otros hombres de apariencia Yurchiana. cruzaban velozmente ante sus ojos.

El enemigo había penetrado el cerco humano, los muy miserables atacaban por cielo y tierra a sabiendas de que podían herir a sus propios compañeros. Definitivamente estaban ante enemigos que no parecían tener escrúpulos ante nada y que salía al campo de batalla sin miedo a la muerte, era un enemigo que tenía la mitad de la batalla ganada. 

Taehyung también había sacado su espada. Cada vez eran más y más los Yurchianos que incursionaban dentro del campo de lucha; parecían incluso estar igualados en número con los soldados Koryanos.

En el suelo, un montón de cuerpos caídos creaban un tapiz macabro. Caer, aún estando vivo, significaba el fin; los asustados caballos terminaban pisoteando a todo aquel que se interpusiera en sus caminos.

En medio de aquella locura, Jungkook se encontró de nuevo en medio de la lucha. Con su espada realizó un profundo tajo en el brazo de un Yurchiano; el hombre bramó como fiera herida soltando su espada, y su estomago fue abierto a gran profundidad. Cuando el infeliz trató de devolver las vísceras a su lugar, cayó estrepitosamente de su montura y un remolino de cascos lo terminaron de destrozar.

—Maldito bastardo —resopló Jungkook, al verlo caer. Dio un giro a su montura y trató de volver al lado de Taehyung pero no le fue posible.

Una flecha, que logró atravesar los escudos, rompió la manga de su traje, hiriéndole el hombro. Jungkook miró por instinto hacia su brazo lastimado e hizo un gesto de dolor. Taehyung percibió tal gesto y se acercó asustado.

 —¡Tesoro, por las Diosas! ¡¿Estás bien?! ¡Déjame ver!

—¡Si, no te preocupes! —dejó que examinara su herida, pero no permitió que le colocara nada. No era una herida profunda. Lo que sí hizo fue examinar las facciones de Taehyung. El varón lucía preocupado, con una expresión que no le había visto nunca. Sudaba. Era el miedo deslizándose por su piel, podía palparlo, sentirlo.

—Taehyung —susurró, extendiendo la zurda para acariciarle la mejilla. Intentó decir algo más, pero en ese justo momento, sus ojos vieron que algo se acercaba hacía ellos.
—¡Cuidado! —exclamó apartando a Taehyung, y de inmediato se abalanzó sobre el Yurchiano, clavándole la espada.

—¡Tesoro! —gritó Taehyung. El ataque de ese hombre había hecho que él y Jungkook se alejaran mucho. No iba a llegar a tiempo. Aún así, mató al sujeto atravesándole con su espada, sin embargo, no fue capaz de sacársela a tiempo y el sujeto cayó llevándose el arma con él.

Jungkook se estremeció. ¡Estaba desarmado en plena batalla!

—¡Rayos, rayos! ¡Maldita sea! —vociferó aturdido. Taehyung galopaba a toda prisa para tratar de pasarlo a su montura, pero la distancia que los separaba parecía extenderse cada vez más.

—¡Cuidado, tesoro! —gritó al ver que otro Yurchiano lo atacaba. Este, desarmado, no tuvo más opción que interponer sus manos y sostener las muñecas de su atacante, usando toda la fuerza de sus brazos.

Taehyung cabalgó a toda prisa, esquivando todo lo que se interponía en su camino. Sus ojos no dejaban de ver a Jungkook y la forma como éste se resistía al ataque.

—Resiste, tesoro. —se agitó Taehyung, desesperado. Dos hombres, Yurchianos también, se atravesaron en su camino, pero los mató de un solo tajo, sin el menor miramiento. Cuando finalmente llegó hasta el lado de Jungkook, su espada no tuvo reparos en enterrarse en el cuello de su atacante. El  rey quedó medio cubierto de sangre, pero el alivio de ver a Taehyung era superior a cualquier otra molestia.

—¡Muere, infeliz! —gritó Taehyung tirando el cadáver del hombre con una patada. —Nadie toca a mi tesoro. 

—¡Taehyung! ¡Estamos rodeados! —se estremeció Jungkook. Pero no tuvo tiempo de decir más. Taehyung lo tomó de la cintura y lo sentó junto a él en su montura. Jungkook miró a ambos lados y se dio cuenta de que los soldados Koryanos disminuían cada vez más, mientras que los Yurchianos se multiplicaban como hormigas.

Por un rato más, Taehyung se enfrentó a varios hombres, cubriendo siempre a Jungkook con su cuerpo. Fue en ese momento que él se dio cuenta de que los hombres que atacaban a Taehyung parecían poco dispuestos a matarlo. Eso le pareció extraño, muy extraño.

—Parece que no quieren matarte, ¿Por qué? —le preguntó en un momento de descanso. Los gritos y el choque de espadas se escuchaban por doquier, pero aún así, Taehyung lo oyó perfectamente.

—No lo sé —respondió, poniéndose de nuevo en guardia. Jungkook lo tomó del cuello e intentó besarlo, pero cuando ya estaban a punto de rozar sus labios, un enemigo salido de la nada lo tomó por los cabellos y lo zarandeó.

—¡Suéltame, bastardo! ¡Suéltame! —chilló Jungkook, pero fue inútil. El Yurchiano tiraba de él con la fuerza de una garra, se aferró a la montura con una mano y con la otra detuvo la espada que bajaba hacia él.

—¡Jungkook! —gritó Taehyung, y lo tomó de la cintura. Un par de hombres armados se acercaron también, y no tuvo más opción que soltarlo para defenderse.

A partir de ese momento, todo aquello se convirtió en una serie de sucesos horribles que varios días después, a Jungkook le sería imposible recordar del todo.

Cuando Taehyung lo soltó, éste terminó cediendo al ataque del Yurchiano que le sostenía del cabello, y terminó finalmente por caer del caballo. No recordaba bien que había sentido en ese instante, pero sí recordaba el grito de Taehyung y la mano extendida con la que aquel intentó desesperadamente rescatarlo.

Pero nada se pudo hacer.

Desde el suelo, con el horrible sonido de cascos rodeándole, alcanzó a ver cómo una flecha se clavaba en la espalda de Taehyung. De inmediato, un grupo de hombres lo rodearon e intentaron apresarlo. El principe se defendió todo lo que pudo, incluso usando su poder y creando ecos bioenergéticos, osea copias de si mismo, pero estaba en franca desventaja, además de exhausto por lo que las copias se desvanecían instantáneamente.

—¡Taehyung! —alcanzó a gritar con desesperación; tanta, que sintió que su garganta se desgarraba. —¡Taehyung! —exclamó una vez más, viendo como aquellos hombres finalmente lograban darle captura y dejarlo inconsciente en su caballo.

Taehyung fue separado de su montura. Un Yurchiano, uno robusto y fuerte, lo tomó en brazos y se alejó a toda prisa. Jungkook sintió un dolor tan fuerte que le parecía tener una espada incrustada en el pecho. Angustiado, se puso en pie, centenares de caballos lo rodeaban, se sentía sumergido en un mar de locura y desesperación; todo lo que veía eran cuerpos ensangrentados o lo que quedaba de ellos; brillos de metal entre chocando, y un desquiciante panorama de muerte.

Corrió, trataba de encontrar un caballo sin jinete; quería ver si aún podía alcanzar al captor de Taehyung, pero no encontró nada.

Todo era locura y caos.

Entonces, un caballo lo tropezó, cayó y cuando alzó la cabeza para mirar hacia el frente, sus ojos se abrieron de par en par. La muerte cabalgaba hacia él en forma de un caballo desbocado que iba a arrollarlo.

Dos semanas enteras transcurrieron con pesada lentitud; quince terribles días sin noticias de Taehyung. Jungkook se la pasaba absorto mirando las rosas negras que aún quedaban en el  jardín principal mientras acariciaba su vientre.

Desde el quinto día, luego de aquella pesadilla, había estado sintiendo fuertes malestares, pero solo hasta esa mañana sus ojos finalmente le habían confirmado sus sospechas. Esperaba un hijo.

Los primeros días fue una verdadera hazaña mantenerlo en cama. Era necesario que reposara para que sus heridas sanaran. La fractura de su brazo izquierdo y un flechazo en la pierna no eran un asunto complicado, pero podían ser fatales si no se les daban los cuidados adecuados. Jin Goo pensaba lo mismo, y por lo tanto, autorizó a los médicos para que lo mantuvieran sedado.

De esta manera, por cuatro días, se mantuvo en cama. El quinto día, el día en que empezaron los malestares de su embarazo, no hicieron falta más drogas. El estomago de Jungkook no le dio tregua, y había momentos en que no retenía ni el agua. También se mareaba mucho. La primera semana no pudo caminar más de veinte pasos sin trastabillar, teniendo que ser ayudado muchas veces por los sirvientes o por Jin Goo, quien no lo dejaba solo casi nunca.

 Ahora, estaba allí, viendo desde la ventana del salón principal la figura de Jungkook. El  doncel yacía recostado en una banca del jardín, mirando las rosas.

Lo había rescatado hecho prácticamente un despojo. Había sido arrollado por un caballo y resultaba milagroso que solo se hubiese roto un hueso y un par de costillas. Era increíble también que el bebé en su vientre continuara con vida, realmente increíble.

Jin Goo había salido aquella noche junto a otro grupo de soldados que decidieron ir en apoyo de la guardia de Taehyung. Pensando sobre los últimos acontecimientos en Kaesong, Namjoon decidió que era mejor que sobraran hombres y no que faltasen, y por lo tanto envió otro grupo adicional para escoltar a su hermano.

Jin Goo decidió acompañarlos y casi media hora después se encontraba de frente con aquella batalla que se libraba cerca a las murallas del palacio, encontró a Jungkook inconsciente, tirado junto a un caballo muerto. Su corazón se turbó con horror y pensó que lo encontraría sin vida.

Cuando llegaron al palacio y  fue examinado con rigor, no podía creer que solo tuviera heridas menores y una sola fractura seria. Realmente, era un muchacho muy resistente, pensó en aquel momento. Aunque lo más sorprendente para él fue no verle la cinta dorada en la frente.

Sus sospechas se confirmaron cuando Jungkook comenzó a vomitar y a marearse. No se había equivocado, su pupilo estaba embarazado.

“¿Qué va a pasar ahora contigo?” Se preguntó mientras seguía observándolo por la ventana. En ese momento, Hyunjin se acercó y se sentó junto a él.

Jin Goo se retiró de la ventana. Necesitaba pensar.

—El frio te puede hacer daño —dijo Hyunjin. —A ti y a tu bebé.

Durante aquellos días, había sido el encargado de atender todo lo referente al embarazo de Jungkook. Seokjin lo guiaba y vigilaba, pero era el poder de sanación de Hyunjin, el que había hecho posible que el bebé se mantuviera a salvo a pesar de sus heridas. Los recientes acontecimientos habían limado las asperezas entre ambos, y Hyunjin veía ahora a Jungkook con un poco de lástima y lo trataba con dulzura; respetaba su dolor, su pérdida.

—Jungkook, está haciendo mucho frio.

Jungkook lo miró. Había escuchado el consejo pero no parecía querer ponerlo en práctica. Hyunjin se sentó a su lado.

—Son muy lindas —señaló, refiriéndose a las rosas.  

—Él las cultivó para mí —respondió Jungkook. Su voz era casi un susurró. —Son mis flores favoritas.

—Pues son muy lindas —Hyunjin sonrió. Sus mejillas estaban sonrojadas por el frio. —Pero es una lástima que ya se estén marchitando. Se verían preciosas en invierno.

Jungkook asintió y sus ojos buscaron los del otro doncel.

—¿Tú estabas enamorado de Taehyung, no es verdad? —le preguntó de repente, sin ánimos de reclamar, solo de curiosidad. Sin embargo, se encontró con la negación de Hyunjin.

—Yo nunca lo amé. —afirmó éste. —Lo mío solo fue un capricho. Después de todo lo que ha pasado, finalmente lo he comprendido. En cambió tú,  —le estrechó las manos. —Lo que hiciste ese día fue increíble. Estoy seguro de que morías de dolor y aún así, tú… fue increíble.

Jungkook suspiró. Cuando despertó aquella noche y recordó con espanto que Taehyung había sido capturado por los Yurchianos, había tratado de escapar en su búsqueda. Estaba mugroso de pies a cabeza y tenía múltiples heridas, sin embargo, su único pensamiento había sido encontrarlo, lo buscaría en los mismísimos infiernos si era preciso.

Jin Goo logró detenerlo antes de que lograra su objetivo, y los médicos lo sedaron. Aún así, Hyunjin, que había sido testigo de todo aquello, había quedado francamente admirado.

—Fue increíble. Yo solo haría algo así por mi hermano Yoongi. De hecho, una vez lo hice, aunque no estaba herido ni embarazado. Pero una estaca se me clavó en el pie.

Jungkook sonrió y acarició la cabellera de Hyunjin. Esos cabellos le recordaban a los Yurchianos y le producían una repulsión terrible cada vez que pensaba en ellos. Sin embargo, él era, en el fondo, un muchachito encantador. Le había atendido con esmero y había cuidado del hijo que crecía en su vientre. Hyunjin era diferente a esos bastardos.

Hyunjin nunca había sido el enemigo.

Los donceles se tomaron de las manos y abandonaron el jardín. Para Jungkook, era hora de pensar en sus verdaderos enemigos.   

En el salón privado del rey Jung Hyung, Namjoon, Jin Goo, Jungkook y el mismo rey Jung Hyung, volvieron a repasar el plan por decimocuarta vez.

Estaban seguros de que Taehyung permanecía en Joseon. No podía ser de otra manera. Gracias a la astucia de Jin Goo, quien al día siguiente, tras su rapto, envió con palomas mensajeras la orden de cerrar por completo las fronteras de Joseon con Kaesong, el reino quedó prácticamente aislado; su idea puso en una especie de cuarentena a los Joseonanos, los cercó por todo el norte,  pero fue lo único que se le ocurrió en aquel momento. Si los Yurchianos lograban llegar con él a Kaesong, rescatarlo sería casi imposible.

Ahora, con el bloqueo de los límites fronterizos, los Yurchianos no tenían más opción que esperar dentro de Joseon, donde era más que seguro que se encontraban atrapados. La otra opción que tenían, era devolverse  hasta los límites con Koryo y tomar una ruta que conducía hasta la zona este de Yurchen. Tal vía era un tanto engorrosa, teniendo en cuenta que para cruzar por ella debían pasar obligadamente por Jaén, justo por una zona que, tras el paso del huracán, se encontraba aún inundada, manteniendo al reino incomunicado con la zona norte.

En pocas palabras: O pasaban por Joseon o se arriesgaban a morir ahogados en Jaén. Para Jungkook era obvio que esas ratas no iban a arriesgarse tanto. Estaba seguro de que seguían en Joseon.

Jungkook no temía invasión alguna sobre su reino. Ya estaba más que visto que los  Yurchianos solo pretendían someter a Kaesong en busca del libro de las Diosas.

Estaba seguro de que los hombres que habían secuestrado a Taehyung realmente iban por él, pero cometieron un grave error: Taehyung llevaba aquella noche la cinta dorada sobre su frente. Jungkook estaba seguro de que ese detalle había confundido a los Yurchianos, y por ello se lo habían llevado confundiéndolo con él. Le comentó esto a Jin Goo, Jung Hyung y Namjoon, y ellos lo vieron lógico.

Los Yurchianos no deberían tener nada en contra de Taehyung, pero Jungkook era harina de otro costal. Quizás lo querían para sacarle información acerca de la amatista de plata.

—¿Cree que mi hijo siga con vida, Yeo Jin Goo? —La pregunta de Jung Hyung produjo fuertes espasmos en el pecho de Jungkook; sus nervios a flor de piel colapsaron y le hicieron  sentirse mareado. Jin Goo llegó hasta su lado y le colocó una mano en el hombro. Inmediatamente después, respondió a la pregunta.

—Estoy convencido de ello. Es un sujeto astuto, no sacará a los Yurchianos de su error. Si sabe que lo han confundido con Jungkook, no dirá nada, y hará hasta lo imposible por saber que pretenden esos hombres. Por nada del mundo expondrá la verdad. Si lo hace, sabe que podrían matarlo, y Jungkook estaría en peligro de nuevo.

Jungkook y los demás asintieron esperanzados. Namjoon y Jung Hyung habían organizado bloques de búsqueda, liderando personalmente cada una de las expediciones. Pero los días pasaban y las esperanzas se iban volviendo cada vez más sombrías.

—Mis concejeros me informaron que ya se están presentando revueltas en las aldeas. La gente protesta por el cierre de las fronteras —comentó Jungkook, recuperando la compostura. Aunque aún se encontraba en Koryo, sus concejeros estaban al tanto de sus órdenes y mantenían comunicación permanente con él y con Jin Goo a través de los mensajes que llevaban las palomas.

 —¿Cuántos días más cree que pueda mantener el bloqueo de las fronteras, Majestad? —preguntó Namjoon, frotándose las sienes. Llevaba quince días forzando al máximo su telepatía, tratando de lograr comunicación psíquica con Taehyung, pero había sido inútil. Estaba bastante lejos y el poder de Namjoon aún no era tan fuerte.

—Cinco días como mucho —respondió Jungkook. —No creo que pueda extender por más tiempo el bloqueo.

—Perfecto —apunto entonces Jung Hyung. —En ese caso, no tenemos tiempo que perder.

Las funciones quedaron claramente repartidas: Namjoon viajaría a Jaén para reclutar soldados que pudieran enlistarse en las filas de Koryo, en miras a una futura confrontación. Debía hacer un frente de guerra tan amplio que pudiera defender a ambos reinos, usando hombres fuertes y hábiles con la espada. Contaba solo con siete días para la selección, a sabiendas de que también debía dejar un buen numero de Jaenianos concentrados en las tareas de reconstrucción del reino.

Jin Goo y Jungkook regresarían a Joseon. Jungkook haría trabajo de inteligencia desde su palacio, tratando de no exponerse demasiado al medio exterior, y no solo por su nuevo estado, sino porque Jin Goo estaba seguro de que si los Yurchianos se percataban finalmente de su error, intentarían por todos los medios atraparlo.

No le agradaba saber que estaría encerrado en su palacio mientras Taehyung estaba corriendo peligro, pero por el momento aún se sentía muy débil.

Por su parte, Jin Goo lideraría el grupo de soldados camuflados como civiles, entre los cuales se hallaban Jimin y Yoongi, quienes ya completaban dos semanas en Joseon, iba a acompañarlos desde un principio, pero debido a lo ocurrido frente a las murallas Koryanas, tuvo que quedarse junto a Jungkook.

Por último, Jung Hyung tomaría la misión más peligrosa. Con un grupo reducido pero hábil de hombres, ingresaría hasta la mismísima Kaesong. Él y sus hombres se camuflarían en el mismo corazón de sus enemigos y atacarían desde adentro. Con ciertos químicos que se usaban en Koryo, sería fácil cambiar el color de sus cabellos, mimetizándose como Yurchianos. Mientras estuviera fuera del reino, y con Taehyung fuera de circulación, Namjoon sería momentáneamente el rey de Koryo.

El tenso estado de sitio tenía a los Joseonanos bastante inquietos. Los soldados del ejército les decían que no había nada de qué preocuparse, y al mismo tiempo realizaban requisas arbitrarias cada vez que se les venía en gana.

Los Joseonanos llevaban dos semanas de cierre fronterizo con Kaesong. La economía empezaba a resentirse; pequeñas revueltas comenzaban a surgir en las fronteras, donde los mercaderes se surtían y los aldeanos encontraban casi siempre muy buenas ofertas. Los soldados habían controlado por el momento a los insurrectos, pero si el rey no retiraba pronto esa exagerada orden, las cosas comenzarían a ponerse realmente feas.

Jimin y Yoongi escucharon éstas y algunas noticias más de boca del dueño de la pensión donde estaban viviendo. El falso embarazo de Jimin era la estratagema perfecta para pasar desapercibidos: nadie sospechaba que un matrimonio joven en espera de su primer hijo, fuese realmente una pareja de reyes extranjeros. Jimin, el ahora rey consorte de Jaén, se erizaba cada vez que alguien le tocaba la panza, pero hasta ahora nadie se había percatado de la mentira.

—Me dijeron que buscaban una joyería —preguntó en ese momento el casero. Las habitaciones de aquella pensión eran individuales, pero el comedor era comunitario, así que estaban sentados en una mesa larga de roble con más de veinte personas a lado y lado.

Yoongi arrugó el ceño, ofuscado. Cuando le había preguntado al casero acerca de las joyerías más importantes de la aldea, le había pedido discreción, pero ahora ese doncel había convertido el asunto en el tema central del almuerzo.

—Así es —respondió entonces, fulminando al hombre con la mirada.
—Quería darle una sorpresa a mi esposo —apuntó mientras Jimin le servía un plato de guiso. —Sorpresa que ahora usted ha arruinado.

El rollizo hombre se sonrojó, bajando la mirada. No había querido ser indiscreto pero no le había parecido malo hacer el comentario. El asunto del cierre de las fronteras tenía muy nerviosos a sus inquilinos y quería cambiar de tema para variar.

—¿Me compraras una joya? —preguntó entonces Jimin, rompiendo la tensión; evitando darle importancia al asunto para evitar sospechas. Su rostro fingió una emoción infinita y enseguida tomó asiento junto a su esposo para empezar a comer.

Yoongi le retribuyó la sonrisa y le dedicó una pequeña caricia. Estaba sorprendido, Jimin  había resultado ser un magnifico actor. Ante la vista de todos, ambos parecían una perfecta pareja de enamorados a punto de convertirse en padres. No escatimaban en gestos y frases empalagosas típicas de recién casados, y Jimin aceptaba perfectamente cualquier gesto público de afecto que les ayudara en ese montaje que representaban.

Yoongi  alargó su mano y le acarició el cuello. —No existe una joya más bella que tú, esposo mío —le dijo, ante la mirada atenta del resto de los comensales.
—Pero deseo cubrirte con prendas que resalten tu hermosura.

La mayor parte de los donceles que estaban en la mesa, suspiraron; el resto torció el gesto con antipatía. Los varones más viejos parecían estar pensando: “Que habrá hecho este tonto para tener que comprarle una joya a su marido”. Jimin simplemente parecía decir con los ojos: “No te imaginaba tan bufón”. Yoongi pareció poder leer aquello a la perfección en la mirada de su esposo, y una sonrisa genuina adornó su rostro. Realmente se estaba divirtiendo mucho.

“¿Será posible que todo este teatro nos ayude a ser un poco más nosotros mismos” se preguntó en ese instante. Miró a Jimin. Quizás él también se preguntaba lo mismo.

Dos horas después, estaban apostados a las puertas de la casa del joyero más importante de esa aldea. Varios mostradores, repletos de piedras preciosas, tentaban la vista de los curiosos, en especial a los amigos de lo ajeno. Jimin y Yoongi entraron al amplio recibidor, era la joyería más grande a la que habían entrado hasta ahora. Las anteriores eran pequeños comercios llenos de baratijas de mala calidad.

—¿En qué les puedo servir, mis señores? —El dueño del local se adelantó hacia ellos. Detrás de él apareció un hombre corpulento y altísimo. En ese momento, se dieron cuenta de que más hombres como aquel protegían el lugar. Sin duda era una joyería importante. Quizás esta vez sí tuvieran suerte.

—Busco algo que pueda adornar el cuello de mi marido —dijo Yoongi, señalando a Jimin. —Algo fino y hermoso.

—Ya veo —El vendedor sonrió y sacó de una de las vitrinas un tablón forrado en seda. Sobre él se hallaba una colección invaluable de las más hermosas esmeraldas. —Estoy seguro de que combinaran a la perfección con los hermosos ojos de su esposo, mi señor  —dijo el hombre. —Si me permite el atrevimiento.

Jimin hizo un mohín desinteresado. Necesitaban disimular pero al mismo tiempo preguntar por lo que realmente les importaba.

—No sé, no sé —suspiró con desencanto. —Tenía pensado algo menos llamativo. ¡Una amatista! Por ejemplo. ¿Recuerdas, cariño?  ¿La que perdí en nuestro viaje de bodas? ¿La que tenía un hermoso marco de plata?

—¿Una amatista con borde de plata? —Al escuchar las palabras de Jimin, el joyero arrugó el ceño. Se notaba que había recordado algo.

 Jimin asintió y estrechó disimuladamente la mano de Yoongi.

—Sí. Así es. Yo tenía una amatista con un borde de plata, pero por desgracia la perdí en mi viaje de bodas. Fue un regalo de mi mamá. Fue horrible perderla. ¡¿Usted tendrá algo parecido, mi señor?! —preguntó tornándose ahora vivamente emocionado.
—Sería magnífico si la consiguiera.

El hombre se llevó la mano derecha al mentón y se rascó la barba. Parecía absorto en sus pensamientos.

“¡Por las Diosas! ¡Este hombre ha visto la amatista de plata! ¡Estoy seguro!” pensó Jimin.

—No. Realmente no tengo algo así —respondió el vendedor finalmente.
—Pero una joya similar estuvo en mis manos hace algunas semanas.

El hombre se perdió tras unas cortinas mientras sus vigilantes se quedaban en la galería de los mostradores, pendientes de cada movimiento de Jimin y Yoongi. La pareja no necesitaba hablar para trasmitirse sus pensamientos. Estaban seguros de estar más cerca que nunca de la amatista de plata.

Cuando el hombre regreso, sintieron que sus gargantas se secaban y sus lenguas raspaban como lijas. El joyero extendió un dibujo sobre uno de los mostradores, dejaron de respirar por un instante. ¡Era un dibujo de la amatista de plata! Yoongi la había visto y estaba seguro.

—Es esta. ¡Es igualita a la que perdió mi esposo! ¡¿Cómo es posible?!

El vendedor arrugó el ceño.

—A mí solo me parece una vulgar amatista —opinó con desdén. —El hombre que me pagó por copiarla también parecía muy interesado en ella. De hecho, no quiso dejármela, solo me hizo este dibujo y me pidió trabajar sobre él.

—¿Cómo? ¿Qué un hombre le pagó para que hiciera una réplica de esta piedra? —preguntó Yoongi agitado.

—Así es —contestó el vendedor. —Era un sujeto muy extraño. Parecía extranjero.

—¿Y quién era ese hombre? ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo lucía? —Yoongi se estaba agitando más de lo normal. Jimin le apretó la mano y sonrió.

—Es que mi esposo quiere tanto complacerme —dijo, calmando al joyero. Con una sonrisa se recostó sobre el pecho de Yoongi y suspiró—Si pudiésemos ver a ese hombre y ofrecerle un buen precio por esa joya. Para mi tiene un significado sentimental y como usted mismo lo dijo, no es más que una vulgar amatista. Sin embargo, quisiera tanto volver a tener una igual.

—Comprendo —El joyero se encogió de hombros. No podía hacer más nada. —Si ese hombre fuera un cliente habitual me comunicaría con él y les hablaría de su oferta —dijo apenado,
—pero ese hombre no regresó nunca más a mi local. Recogió el duplicado de la amatista que me pidió y nunca más lo he vuelto a ver.

Sin poder hacer más nada, asintieron. Como agradecimiento al hombre, Yoongi compró un hermoso rubí para Jimin, y ambos abandonaron la joyería.

Tenían que regresar allí. En algún registro de aquella tienda tenía que hallarse el nombre del sujeto que había pedido hacer una falsificación de la amatista de plata. Era la única pista que tenían.

No podían dejarla escapar.

Continuará…

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