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El soplo de la muerte


El colorido y la exaltación popular lo invadían todo durante las fiestas en honor al "Gran Pacto". Todos los reinos las celebraban a su modo anualmente, pero sin duda era Jaén el reino donde los festejos cobraban más vida y color. El espíritu del pueblo, alegre y un tanto excesivo, enardecía por completo en esos días, y el número de eventos que departían a lo largo y ancho del reino era tan incontable como las olas del mar.   

El mar Jaeniano se engalanaba como escenario principal de las festividades, meciendo en su superficie los incontables desfiles que se celebran durante los cinco días que duraban las fiestas.

Un festín de alegría, lascivia y belleza, donde el recato definitivamente no era un invitado de honor. Los donceles que desfilaban podían desnudarse montados en pequeñas barquitas a lo largo del mar, y sin correr el riesgo de ser llamados prostitutos, podían exponer su belleza a todo el que quisiera verla. Luego, se escogía uno de entre todos y se le coronaba como el más bello durante todo un año.

Hyunjin había soñado durante mucho tiempo con ver aquellos desfiles pero su hermano nunca se lo había permitido. Estaba muy pequeño aun, solo tienes diez años, le decía, y podía resultar peligroso que se acercaran tanto al pueblo.

Sin embargo, entre suplicas y lloriqueos el pequeño príncipe había conseguido que por primera vez le dejasen asistir al desfile principal que recorría una de las más importantes aldeas de Jaén, y su alegría era tan grande que quería ponerse a saltar. Así que subido en un pony blanco miraba todo embelesado.

Las comparsas que se desplazaban por las callejuelas eran de un colorido y una pomposidad tan fastuosa que no había visto algo parecido ni siquiera de lejos en los bailes más excéntricos de la corte; los donceles iban casi desnudos y cubrían sus cuerpos con materiales que brillaban tanto o más que si fuesen de plata o de oro, mientras la gente, agolpada en las calles, gritaban vítores al paso de las carrozas y lanzaban a los chicos flores perfumadas.

El sonido de fuegos artificiales, esas luces brillantes que traían de Koryo, iluminó la noche que empezaba a caer. Los haces de color rojo, que brillaban gloriosos en el cielo despejado de estrellas, parecían como lluvia cayendo sobre la gente.

Hyunjin alzó el rostro y vio aquellas luces sin parpadear; era como si pequeñas gotas cayeran sobre ellos, gotas rojas e incandescentes, lluvia escarlata, lluvia de sangre.

Lluvia de sangre, pensó. Y tal pensamiento lo sobresaltó. En aquel momento no supo porque, pero un extraño presentimiento lo invadió. La certeza de la muerte, de la sangre, la sangre y la muerte cayendo sobre él y sobre todo su pueblo comenzó a rondar por su mente, inquietando su espíritu.

Entonces, el sonido de una comparsa lo alertó, haciendo que desviara su atención de las luces artificiales.

Una danza extraña llamaba ahora su atención. Un hombre vestido por completo con una gran capucha negra movía su cuerpo al ritmo de los tambores, a un compás fuerte. Frente a él un grupo de chicos descalzos y semidesnudos bailaban despreocupados también y cuando aquel hombre misterioso y cubierto se acercaba a ellos tocándolos con una guadaña que llevaba en su diestra, los muchachos iban cayendo uno a uno, como tocados por la muerte.

—¿Qué significa ese baile, hermano? —preguntó a Yoongi, el cual se encontraba a su lado. Este le miró por unos instantes y luego sonrió.

—Significa la muerte, vida mía —le contestó. —La muerte que siempre está cerca, rondando, acechando, hasta que un día finalmente llega hasta nosotros y nos elige.

—Ya veo. —Hyunjin asintió espoleando su montura.

—¡No te separes de mí! —le advirtió Yoongi, pero el chico apartándose de él y del resto de los guardias se perdió entre la muchedumbre y las comparsas, tratando de seguir a aquel hombre encapuchado.

Vio como el sujeto misterioso se perdía entre laberintos de calles solitarias y pestilentes. No le gustaba nada estarse alejando tanto de su hermano pero si ese hombre encapuchado era la muerte entonces había sido él quien se había llevado a su mamá. De manera que tenía que encontrarlo, hablarle y rogarle que se lo devolviera con vida. Si lo hacía, por fin su padre lo querría y Yoongi ya nunca más estaría triste.

Serían una familia de nuevo.

Con este pensamiento siguió su camino. Las comparsas habían quedado a lo lejos y el sonido de los tambores y los juegos artificiales se iban haciendo cada vez más imperceptibles. Ahora era el sonido de las olas lo que llegaba hasta sus oídos, combinado con el silbar del viento y el ladrido de perros a la distancia.

El hombre encapuchado giró por un recoveco del camino y Hyunjin lo vio entrar en una casucha de tablas reforzadas. Afuera, unos niños pequeños jugaban saltando sobre la arena, y en ese momento el príncipe se dio cuenta de que había llegado a la playa. Entonces, descabalgó y lentamente se acercó a la pequeña estancia. Con cuidado abrió la pequeña puerta que rechinó ante el empuje, y cuando la pequeña lucecita del candil que se mecía sobre la única mesa de aquel lugar le recibió, sintió un desagradable olor a pescado podrido que parecía cocinarse en una olla que ese extraño sujeto calentaba sobre un horno de leña.

No hubo ninguna palabra entre ellos. Hyunjin quiso abrir la boca y hacerle a ese hombre misterioso la petición que estaba anhelando, pero no pudo articular ninguna palabra cuando lo tuvo frente a él. Aquel sitio parecía tener en su interior todo el frío que albergaba Yurchen, y el aire putrefacto y hediondo que se expandía cada vez más parecía quererlo ahogar.

—¿Quieres un poco de mi guisado? —Entonces aquel hombre volteó a mirarlo aun con la capucha de su capa cubriéndole el rostro.
—Cómetelo pronto porque ya casi no queda tiempo —dijo extendiéndole  un cuenco lleno de guiso. —El príncipe tomó el guisado con sus manos y al mirarlo vio espantado como un corazón putrefacto lleno de gusanos se movía en el caldo sanguinolento y pestilente. Con un gritó soltó aquel cuenco y en ese momento el hombre misterioso se bajó la capucha y su rostro quedó al descubierto frente a él.

Otro grito más abandonó la boca de Hyunjin cuando vio de quien se trataba. El hombre le sonreía y sus largos cabellos le daban más frialdad a sus ojos. Su mamá Hyo Seop, era quien se encontraba frente a él, con un rostro más frio y más aterrador que el de la misma muerte... Hyo Seop era la misma muerte.

Aterrado y temeroso, Hyunjin despertó de su sueño encontrándose con que otros ojos también lo miraban desde las sombras en el mundo real. Su corazón se estremeció y de un salto quiso apartarse y llamar a sus guardias, pero aquel sujeto lo apresó antes de que tuviese tiempo de hacer nada y con un solo movimiento le cubrió la boca y se amarró a su cintura.

Se removió intentando escapar de aquellos brazos pero aquel sujeto era muy fuerte y podía dominarlo sin problemas.

—Tranquilo, encanto —escuchó que le decía aquel hombre y entonces no tuvo dudas de quién se trataba. —Tú y yo tenemos algunas cuentas pendientes, y es hora de que las saldemos.

¿Pero... cómo era posible que ese hombre estuviera allí? ¿Sus hormonas de la menarquía... Por qué no lo afectaban?

Sin embargo no tuvo mucho tiempo de buscar respuesta a sus preguntas. Una caricia en la palma de su mano lo alertó, como un llamado de atención a sus sentidos. Aquel toque, tan suave, tan sutil era a la vez demasiado íntimo para pasarse por alto. Era lo que Woo Seok, el rey consorte de Koryo, le había advertido horas antes. Ese hombre del pasado había vuelto, como una burla de las Diosas, como un castigo más... como otra pesadilla.

Mientras tanto, Namjoon comenzó a olisquearle los cabellos. A pesar de todos los frutos que había comido, las hormonas de esa criatura eran tan fuertes que se sentía un poco adormilado. Pero no se dejó envolver por el sueño; con sus labios rozó los hombros desnudos de Hyunjin, recibiendo el penetrante perfume a vainilla que brotaba de sus poros. Le dio un corto beso en la espalda tersa, rozándola luego con su nariz hasta regresar a su cuello. ¡Diosas!. Era casi una blasfemia desear a alguien a tal nivel.

—¿Si te descubro la boca... prometes no gritar? —le preguntó entonces, tratando de recuperar los estribos. Hyunjin asintió con la cabeza y a pesar de sus antecedentes, Namjoon tuvo la sensación de que esta vez no mentía. Lentamente fue retirando su mano y cuando el doncel se vio libre del todo se apartó rápidamente, saliendo a toda prisa de la cama.

—¿Quién es usted? —Los ojos de Hyunjin temblaban mientras los de Namjoon se embelesaban con su magnífica desnudez alumbrada por la luz de la luna. —¿Cómo hizo para llegar hasta mis aposentos? —preguntó aturdido. —¿Y por qué mis hormonas no lo aturden? ¿No es acaso usted un varón?

Namjoon sonrió, y saliendo también del lecho se puso de pie. Esta vez sí vestía con la elegancia y la solemnidad de un príncipe, pero en cada uno de sus movimientos seguía implícita la tosquedad del campesino que tanto confundía a Hyunjin.

—Por supuesto que soy un varón —respondió acercándose varios pasos. —¿O acaso tienes dudas de ello?

Ante aquella pregunta y el tono juguetón de Namjoon al decirla, Hyunjin no pudo evitar sonrojarse con violencia.

—Atrevido —replicó esquivando aquellos penetrantes ojos. —No sé cómo ha logrado llegar hasta aquí pero no me interesa. Haga el favor de marcharse inmediatamente o llamaré a mi guardia.

—¿Entonces aun no sabes quién soy? —La nueva pregunta de Namjoon hizo que Hyunjin entornara los ojos hacia él. ¿Acaso lo tomaba por tonto?

—¡Por supuesto que lo he reconocido! —apuntó con tono indignado. —Usted es aquel hombre que conocí en Koryo... aquel... el de las caballerizas.

—Aquel al que engañaste haciéndote pasar por un esclavo, y al que no tuviste reparos en besar.

—Me vi obligado por las circunstancias.

—¿En serio? —Namjoon avanzó dos pasos más haciendo a Hyunjin retroceder la misma distancia. —¿Y se puede saber cuáles eran esas circunstancias? —agregó, ahora con un tono más serio. —¿Tenían algo que ver acaso con tu hermano y lo que este le hizo al mío?

—¿Con tu hermano? —El rostro de Hyunjin se tensó, su corazón comenzó a latir con violencia, tanto que podía escucharlo en sus oídos.

—Así es —remarcó Namjoon sonriendo maliciosamente. —Jimin es mi hermano... Yo soy el PRÍN-CI-PE Namjoon de Koryo. —Se presentó, remarcando las silabas de su título para dejarle en claro que no lo podía tratar como un inferior.

Pasada la media noche, Jimin sintió mucha hambre. Desde que había llegado a Jaén había tenido fuertes nauseas y no soportaba nada en el estomago. Se sentía mal, sucio, hundido, como si hubiese caído en un lago empantanado del cual le era imposible salir. Podía casi que oler la pestilencia, sentirla sobre su piel, en su vientre, en el deseo que se movía en su interior cuando pensaba en el hombre que le había deshonrado, y el cual, a pesar de ello, conseguía humedecerle cual prostituto de burdel, con solo un pensamiento.

Con la calma y la impunidad que le proporcionaban las sombras de la noche, salió de la recamara que le habían acondicionado junto a sus padres y avanzó por los largos corredores que se extendían de norte a sur del castillo. El lugar estaba muy silencioso, e incluso los guardias recostados sobre las puertas lucían tan sombríos que parecían más prolongaciones de las paredes cubiertas de metal que seres de carne y hueso.

Cuando el rumor de las olas estrellándose contra el acantilado sobre el que se asentaba aquella fortificación llegó hasta sus oídos, Jimin vio una larga y ancha escalera que lo condujo hacia otro pasadizo cuyo final eran unas grandes y gruesas puertas enchapadas en oro, que estaban abiertas de par en par.

Al no ver guardias resguardando el sitio, pensó que podía tratarse de algún salón de oración, solitario a esas horas, así que intrigado decidió entrar. Sin embargo, el recinto que lo acogió a pesar de grande, sombrío e inquiétate, no era para nada un lugar de oración. Desde la parte más alta de las paredes se desprendían largos velones blancos que se mecían al compas del viento; hacía el ala del acantilado se veía a través de la tela translúcida de las cortinas, la luz del faro más importante de Jaén junto a los haces plateados de la luna que, en lo alto del firmamento, se veía como si fuera de seda.

Jimin avanzó un poco más en el recinto y vio una mesa larga recostada sobre una pared con varias sillas de cobre alrededor. Al fondo, la oscuridad no permitía ver nada, sin embargo un extraño presentimiento le hacía sentir como si alguien o algo lo mirase desde las sombras. De repente, el sonido de unos sirvientes pasando por el corredor le hizo volverse y ver como un par de donceles le hacían una reverencia antes de seguir su camino.

Entonces, de pie frente a la pared frontal de aquel salón, observó en lo alto, colgado en un pequeño altar, el lienzo de un doncel bellísimo, de largos cabellos que enmarcaban unos ojos brillantes. Acercándose un poco más, hasta un punto en el que la luz de la luna le dejaba contemplar mejor el retrato, se percató de quién era la persona plasmada en él.

—El rey consorte Hyo Seop —susurró para sí. Pero en medio de aquel silencio sepulcral sus palabras fueron oídas por alguien más.

—El mismo —dijo Yoongi prendiendo una pequeña lamparita que iluminó a medias su figura. Jimin giró sobre sus talones, sobresaltado, y reparó de inmediato en la figura del hombre mirándolo desde la distancia. —¿Sabías que mi mamá fue uno de los sanadores que trató de salvar la vida de los reyes de Joseon?—preguntó con tono de abandono. —Quizás hubiese logrado salvarlos de no haber muerto.

Un largo suspiró abandonó su boca. El ahora rey de Jaén estaba sentado en un gran sillón recostado al otro extremo de donde se hallaba Jimin; de su mano diestra se mecía un vaso de aluminio con incrustaciones de rubíes y en la mesa que estaba a su lado había una botella de licor casi del todo vacía. Era obvio que había bebido mucho y Jimin sintió un poco de miedo al notarlo.

—Acércate. —pidió entonces, con un tono tan serio que para el doncel sonó como una orden. Temeroso pero obediente, Jimin caminó hacia él, primero dudoso, pero luego con pasos más firmes y confiados. Cuando finalmente se halló frente a él, Yoongi lo tomó con su mano y de un solo movimiento lo sentó en sus piernas.

Lo contempló en silencio, viendo sus ojitos temblorosos, su boquita seca. Vio la túnica delgada que cubría su cuerpo y sonrió, pasando una mano por esos cabellos cortos que le hacían lucir más maduro y bello. Removió un dedo en su bebida y alzando su mano lo introdujo despacio entre los labios del príncipe.

Jimin, abrió la boca y degustó aquel licor. Era fuerte y amargo, diferente a los vinos de Koryo, aunque para él resultó casi como una caricia. Caricia que se hizo evidente cuando Yoongi sacó aquel dedo de su boca y con él comenzó a delinear sus labios, su mentón, su cuello y poco a poco fue descendiendo hasta tirar de los cordones de su túnica, haciéndola caer hasta sus caderas.

Un suspiró brotó de la garganta seca de Jimin, y sus ojos se cerraron con fuerza mientras sentía como Yoongi comenzaba a besar su hombro derecho. La mano que este había usado para desvestirlo se hallaba ahora acariciando su espalda, y su aliento cálido y alicorado se desplazaba cada vez más cerca a su boca.

Cuando Jimin sintió aquellos labios subiendo por su mentón, se rindió del todo a las caricias y su cuerpo cayó sobre el pecho de Yoongi quedando expuesto del todo a sus besos y a sus caricias.

Nuevamente había caído rendido a sus pies, pensaba mientras veía a su acompañante vaciar de un solo trago su vaso, dejándolo luego sobre la mesa. Después de eso, los labios de Yoongi se apoderaron de los suyos y Jimin sintió por completo el sabor amargo de la bebida inundando su paladar. Afuera, el rumor del mar traía un sonido sereno y casual pero para ellos solo eran perceptibles los ruidos fervorosos que manaban de sus gargantas.

Después de varios minutos de ardoroso contacto entre sus bocas, Yoongi hizo parar a Jimin frente a él. Lentamente le comenzó a alzar la túnica hasta introducir sus manos debajo de la suave tela. Los muslos de Jimin, sedosos y mullidos, recibieron el calor de aquellas manos fuertes y traviesas que sondeaban entre ellos con lascivia y curiosidad.

—¿Que me has hecho? ¿Qué le has hecho a mi corazón?   —Yoongi alzó la vista y sus ojos empañados de tristeza se clavaron en los de Jimin. Suavemente deslizó el pantaloncito interior del muchacho y alzándole la túnica por completo deslizó su mano por su sexo, tierno y suculento, el cual comenzó a humedecerse a su contacto.

Jimin sintió que todo su cuerpo temblaba mientras Yoongi lo tocaba en aquel lugar. Avanzando un paso, colocó sus manos sobre los hombros del varón en busca de apoyo y en ese momento la mano de Yoongi se desplazó un poco más atrás mientras su boca ascendía hasta lamerle ligeramente la punta del pene.

—Ah... —Jimin se estremeció agitándose con brusquedad.

—¿No te han hecho esto antes? —preguntó Yoongi separándose de su miembro. Un hilo de saliva corrió por su mentón mientras Jimin negaba con la cabeza. —¿Entonces los rumores entre tú y tu hermano no son ciertos? ¿Nunca has tenido nada que ver con Namjoon?

—Namjoon es mi hermano —respondió molesto. Siempre le había disgustado que algunos cortesanos indiscretos le hicieran a veces esa pregunta. Pero ahora, en labios de Yoongi, aquel rumor le pesaba más y le hacía desear con todo su corazón desmentirlo.
—¿No me crees?

Yoongi guardó silencio. Sus ojos intensos y fríos siempre hablaban por él. Sin embargo, al ver la carita suplicante de Jimin, parecieron volverse un poco más cálidos y confiados.

—Te creo —respondió finalmente volviendo a su tarea. Su boca volvió a abrirse y a cobijar con ella el sexo húmedo y erecto que tenía frente a él. Las rodillas de Jimin temblaron, sintiendo la lujuria recorrerle todo el cuerpo. Metió su mano entre los cabellos castaños de Yoongi empujando levemente su cabeza para sutilmente imponer el ritmo, pero la experiencia de este le hizo darse cuenta de lo que el doncel le pedía y ciñendo su cintura lo atrajo más hacia él; separándose momentaneamente del manjar que degustaba con su boca para volver a servirse un poco de licor y remojar en este su dedo índice.

Jimin miró sin parpadear todo lo que hacía Yoongi. Cuando la mano diestra de este se perdió de nuevo entre su retaguardia, sondeando entre sus apetitosos y generosos glúteos, el principe tuvo que retener el aliento por varios instantes para no caer desmayado ante la deliciosa y lasciva invasión; y su boca, soltando un gemido, se abrió por completo como si fuese la de un moribundo en busca de aliento.

La noche siguió su curso, los velones seguían iluminando con cadenciosa sensualidad mientras ellos continuaban el fantástico frenesí del sexo oral.

La lengua de Yoongi, cual serpiente, envolvía el pene del doncel mientras el dedo invasor, grueso y largo como una pequeña estaca, sondeaba entre sus nalgas.

Jimin sentía que el placer lo abrasaba como una flama, volviéndolo polvo entre aquellos brazos. Sentía que todo su cuerpo era como una lava que se derretía sobre la piedra firme que era el cuerpo de aquel hombre; un remolino de éxtasis, deseo y pasión.

Yoongi se obligó a aumentar el ritmo, embriagado por el olor húmedo de aquel pene y por la presión rugosa y febril de aquel agujero. Abriendo del todo su boca, trago por completo el miembro de Jimin, el cual, al sentir la intensificación de los movimientos y la succión enloquecedora de aquellos labios, no pudo evitar dejar salir su simiente, espesa y abundante tras un largo y espástico jadeo.

El dedo dentro de su cuerpo quedó apresado por su culo, rígido por el orgasmo y Yoongi sintió aquella presión como señal de satisfacción. Sonriente, sorbió toda la esencia que lleno su boca y al desprenderse de aquel miembro ya flácido y de aquel agujero estrecho, repasó sus propios labios con su lengua mirando a Jimin con fascinación.

—¿Quieres probar? —le preguntó. Pero antes de que Jimin lograra siquiera responder ya lo había hecho sentarse de nuevo sobre sus piernas y le daba un beso suave haciéndolo degustar su propia esencia. —Mira como me pones —le dijo un momento después, rompiendo el beso. Había tomado la mano de Jimin con la suya y besándole la oreja la había llevado hasta su entrepierna. —La tengo tan dura que me duele.

—Yo... —Jimin intentó contestar pero antes de concretar una respuesta como tal, Yoongi ya se había parado de su asiento colocándolo ahora a él de rodillas sobre el mueble. Con esa posición Jimin quedó de espaldas a él y este alzándole del todo la túnica observó aquel mullido y respingado trasero en todo su esplendor.

—Tienes el culo más perfecto de los cinco reinos ¿Lo sabías? —le dijo, acariciándoselo suavemente, y Jimin se preguntó si estando sobrio,  se atrevería también a decirle aquellas cosas. Se respondió mentalmente que no, mientras sentía como aquella pelvis se restregaba sedosamente contra sus glúteos.

—Yoongi...

—Tienes el mismo trasero de tu mamá... Tú mamá también está bien bueno... Las Diosas lo bendigan por heredarte ese trasero tan hermoso... —Sí,  definitivamente Yoongi no diría eso estando sobrio. Jimin estaba anonadado por lo que oía y lo estuvo más cuando otra voz interrumpió sus ahogados jadeos.

—Honor que me hace jovencito... Y coincido con usted, un trasero bonito es una bendición de las Diosas. —Woo Seok estaba de pie justo en frente a las puertas de aquel recinto. Cuando Jimin y Yoongi repararon en su presencia, ambos dieron un respingo. Yoongi sintió que la embriaguez abandonaba por completo su cuerpo, mientras que Jimin se acomodaba las ropas con el corazón casi en la boca.

—Mamá...

—¡A tu habitación de inmediato, pequeño sinvergüenza! —exclamó Woo Seok irritado. —¡Y que te hayas dormido para cuando suba a verte! Y en cuanto usted Yoongi —dijo bajando el tono de voz pero mirando al rey con mayor intensidad, —haga algo con eso —pidió señalándole la entrepierna. —Y luego vuelva aquí... Debo hablar con usted.

Los más jóvenes obedecieron sin ninguna replica. Jimin se limpió a medias con sus propias ropas antes de subir corriendo hacia su recamara. Tenía unas ganas increíbles de que la tierra se lo tragase y de esa forma no tener que darle la cara a su mamá, luego.

Por su parte, Yoongi también salió del recinto a buscar alivio en un sitio más privado. No podía creer lo que había dicho y la forma como ese doncel le hacía perder la cabeza de semejante manera.

Al rato regresó, y justo como había prometido, Woo Seok se encontraba esperándolo en aquella habitación. Cuando entró, el doncel Koryano miraba el retrato del fallecido consorte de Jaén, con una mirada tan intensa que parecía atravesar la tela de aquel lienzo.

—Disculpe... Majestad... sobre lo que acaba de pasar... —Yoongi intentó romper la tensión con una disculpa, sin embargo, como respuesta, la mano de Woo Seok se alzó  y sus ojos concentrados en el retrato giraron lentamente hasta caer sobre él.

—Te queda prohibido volver a ver a mi hijo antes de la boda... Apenas despunte el alba me lo llevo para Koryo.

—Majestad... escuche...

—¡No soy un mojigato, muchacho! —Woo Seok se abrió paso y salió al balcón de aquella terraza. Yoongi lo siguió. —Pero no quiero que  Jimin sea de nuevo la comidilla de la corte, —explicó ya más sereno. —Si durante años tú y él se dedicaron a follar como conejos en el monte, no tengo problemas al respecto teniendo en cuenta que van a casarse. Pero la corte de Koryo no es tan comprensiva como yo. Jimin ya ha padecido demasiado con esos rumores sobre él y Namjoon. —Yoongi asintió. —Así que no quiero ver su nombre envuelto de nuevo en escándalos.

—Comprendo, majestad... Se hará como usted desee.

—¡Por supuesto que se hará como yo deseo! Hasta que te cases con él no tienes voz ni voto al respecto. —Los ojos de Woo Seok brillaron con intensidad contra la noche y sus cabellos se revolvieron ante el ataque de la brisa marina.  —No es por lo que ví y escuché, por lo que lo he citado aquí, Majestad. Es sobre otra cosa que quiero hablarle.

Yoongi asintió, intuyendo de que podía tratarse y no se equivocó.

—Yo se que Hyunjin es hijo de mi marido Jung Hyung —soltó Woo Seok y aquellas palabas tuvieron sobre su acompañante el efecto de una flecha envenenada.

—Hyunjin es mi hijo —respondió este con la mandíbula crispada de la ira. —Tal vez no fue mi simiente la que lo engendró ni le dio la vida pero fueron mis brazos los que lo cuidaron cuando mi mamá murió y mi padre lo rechazó. ¡¿Dónde estaba el rey Jung Hyung el día en qué mi mamá murió?! ¡¿Dónde estuvo todos esos años en que yo defendía a mi hermano a capa y espada de los malos tratos de mi padre?! ¡¿Todos esos años en qué rogaba a las Diosas porque al despertar mi padre no hubiera lanzado a mi hermano por el acantilado?! ¡¿Dónde estuvo todas esas noches en las que no dormía pensando en que al despertar, me dirían que los asesinos a sueldo del reino habían entrado a matar a Hyunjin por ordenes de mi padre?! ¡¿Dónde estuvo su marido todo ese tiempo, Majestad?! ¡¿Donde?! —Al término de aquellas palabras los ojos de Yoongi habían quedado húmedos por las lágrimas y su aliento saltaba en su pecho. Woo Seok estiró su mano y le acarició el rostro con dulzura, sus ojos también estaban húmedos por las lágrimas, su corazón se partió al escuchar de labios de Yoongi, los sufrimientos que habían pasado ese par de muchachos, las víctimas inocentes de la traición de su marido con Hyo Seop.

—Tu también has sido una víctima más de todo esto... ¿Verdad, muchacho? —No era aquello una pregunta. —Pero tu hermano y tú no han sido las únicas víctimas —apuntó dejando sus lagrimas salir por completo. —El niño que murió en mi vientre... ese que nunca vio la luz del día también fue otra víctima y es hora de que reclame la justa venganza por los tres.

—Mi mamá también fue una víctima —reclamó Yoongi.

—Pues yo no le veo así —replicó Woo Seok mirando hacia el faro. —Sin embargo entiendo que defiendas al hombre que te dio la vida... Además, ya está muerto... Una muerte que Jung Hyung lamentó más que la de su propio hijo. Recuerdo que estábamos en Kaesong para el día que murió Hyo Seop; cuando volvimos y nos enteramos de su muerte, Jung Hyung no tuvo reparos en llorarlo como si hubiese sido su verdadero esposo quien murió.

—¿Cómo? ¿Qué es lo que ha dicho, majestad? —Los ojos de Yoongi se abrieron de par en par. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Dije que a mi marido le importó más la muerte de tu mamá que la...

—No, eso no —Yoongi lo interrumpió con toda la cortesía que le permitieron sus nervios. —Hablo de estar en Kaesong el día de la muerte de mi mamá. ¿Está seguro de eso?

—Por supuesto —respondió Woo Seok mirando a Yoongi con duda. —El día de la muerte de Hyo Seop siempre ha coincidido con el cumpleaños del rey consorte de Kaesong. Ese año estábamos en los banquetes que se celebraron en su honor.

—¿Está seguro de que el rey Jung Hyung estuvo en Kaesong durante todo ese día?

—Si, estoy seguro. Recuerdo que durante ese día estuvimos debatiendo el ceder o no unas tierras fronterizas en la península, y en la noche, Jung Hyung estuvo a mi lado todo el tiempo. Ese día estaba muy feliz porque le había contado que tendríamos otro hijo y él no dejó de celebrar conmigo todo el rato... Esa fue la última vez que nos besamos con amor.

Con un suspiro, Woo Seok dejó escapar la nostalgia de sus palabras. El mar recogió el eco de su voz y Yoongi pasmado a su lado se perdió como un niño en la incertidumbre. Si Jung Hyung se encontraba en Kaesong el día en que su mamá había fallecido, entonces ¿Quién había sido el hombre con el que lo había visto conversando horas antes de su muerte? ¿Quién era el hombre que había visto junto a él aquella mañana? ¿El hombre que le había besado y dejado tirado en el suelo? ¿El hombre por el que se había suicidado?

Durante años Yoongi había estado seguro de que el hombre con el que se había reunido su mamá aquel día era su amante, el rey Jung Hyung... Ahora sabía que no era así y que al parecer su mamá había tenido más de un amante.

El reino de Joseon lucia muy cambiado luego de tantos años de ausencia, pensaba aquel hombre mientras recorría, cobijado bajo su capucha, las calles de aquella aldea. El mercado popular no se hallaba ya en el lugar en donde lo había visto por última vez, ahora estaba más cerca del palacio, el cual, se podía vislumbrar, en lo alto de la meseta. Con una sonrisa recordó los años en los que había estado dentro de él tratando en vano de curar a los antiguos reyes, los padres del rey Jungkook, esos pobres infelices que murieron bajo el poder de aquella terrible maldición.

Un corrillo de niños que correteaban una gallina casi  tropezaron con él, y el hombre encapuchado tuvo que esquivarlos apresuradamente para no caer. Había pasado demasiados años en la oscuridad, pensó al sentir aun el entumecimiento de su cuerpo, la extraña sensación de libertad y de vida que ahora corría por su cuerpo. La brisa fresca y traviesa volvía a enredarse por su piel, recordándole épocas que parecían tan lejanas, mientras su mente volvía a recuperar todos los recuerdos perdidos por las sombras.

Pensaba en esto cuando vio por fin el sitio que buscaba. El local estaba casi vacío a aquellas horas de la tarde y solo unas pocas personas rondaban alrededor. El sujeto se acercó todo lo que pudo a una estantería algo desvencijada y un hombre gordo y maltrecho salió a su encuentro.

—¿Qué pudo hacer por usted buen hombre? —preguntó con una sonrisa bonachona mientras se rascaba la gorda barriga. El sujeto de la capucha esperó a que los otros clientes salieran, y entonces, rebuscando algo entre sus ropas, sacó un pequeño paño que colocó sobre la palma de su mano.

El dueño del lugar miraba atento hasta que el paño fue desdoblado y una pequeña piedrecita insignificante quedó a su vista.

—¿Una amatista? —preguntó alzando una ceja. —¿Quiere venderme esto?

—No. —La voz del sujeto encapuchado se dejó oír por primera vez; era suave como el canto de un ruiseñor, y tenía un acento extranjero que parecía Yurchiano. —Solo quiero que haga una réplica exacta de ella —pidió sacando también de su túnica unas monedas de plata. —Pagaré muy bien por ello.

—¿Pagará tanto dinero por algo tan insulso como una amatista? —preguntó el joyero incrédulo. —Si desea yo puedo mostrarle joyas mucho más valiosas que tengo a la venta — le ofreció. Pero el otro sujeto negó con la cabeza.

—Quiero tenerla en cuatro días —pidió ahora en un tono frio que estremeció al sujeto rechoncho. —La necesito pronto.

—En ese caso deberá dejármela —replicó el artesano. —Ya sabe, para no perder ningún detalle.

El sujeto frente a él negó de inmediato con la cabeza.

—Es imposible, no puedo dejársela —replicó— ¿Existe otra opción?

El hombre gordo se encogió de hombres.

—Si me permite puedo hacer un dibujo de la piedra. No hay nada que le quede grande al mejor orfebre de Joseon —dijo regodeándose mientras inflaba el pecho de orgullo como una paloma. —¿Me permite?

El sujeto de la capucha pareció pensárselo, pero finalmente aceptó. Igual, era mejor eso, a correr el riesgo de tener una réplica mal hecha. De esta forma, una hora después, abandonó el local con la promesa de volver en cuatro días por su pedido.

Al salir del local, la brisa fuerte que empezaba a ondear con la llegada de la noche, hizo caer su capucha haciendo que sus cabellos brillaran con el fuego de las linternas que los aldeanos empezaban a encender por las calles. De un solo movimiento el hombre la volvió a colocar y escurriéndose entre la gente se perdió entre las calles en penumbras.

No se preocupó por aquel pequeño impase. Estaba seguro de que habían pasado demasiados años para que alguien lo reconociera, en especial, aquellos aldeanos que nunca lo habían visto.

“Habían pasado demasiados años”, pensó.

Demasiados años en que ningún reino había vuelto a contemplar la esplendorosa figura de Hyo Seop, el rey consorte de Jaén. Porque justamente era él el hombre encapuchado que deambulaba por Joseon...

Hyo Seop, había regresado de la muerte para reclamar lo que le pertenecía, eso incluía el trono de Jaén, y lo lograría aunque tuviera que arrebatarselo a su hijo Yoongi.

Continuara....

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