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El robo

Un día después de su partida de Koryo, Yoongi regresó a Jaen. Había vuelto a tomar la vía al mar, pues, si en su viaje de ida se consideraba apresurado, ni que decir en el de regreso.  

Hyunjin lo esperaba ansioso por buenas noticias. Pero incluso él, tuvo que esperar hasta la mañana siguiente para entrevistarse con su hermano. Yoongi había llegado y se había encerrado en sus habitaciones sin saludar a nadie. Hyunjin, considerando que su viaje a Koryo tuvo que ser muy desagradable, decidió no acosarlo y esperar a que este lo buscara.

Efectivamente, lo buscó no más despuntó la mañana. Hyunjin estaba a punto de entrar a la gran alberca que tenía justo al lado de su recamara para tomar el baño que le estaban preparando sus donceles de compañía, cuando la gran puerta de esta se abrió y uno de los guardias apostado en ella anunció la llegada de su hermano.

—Pónganme la bata de seda y déjenme a solas con mi hermano —ordenó. —Vayan preparando mientras las esencias de baño y entibiando el agua.

Los donceles asintieron; vistieron al príncipe, y luego se perdieron detrás de las cortinas que separaban la recamara del baño. A los pocos instantes Yoongi entró y el rostro de Hyunjin se iluminó.

—Hermano mío ¿Cómo estuvo tu viaje? —saludó, apresurándose en acercarse y besarle la mano. Pero el rostro de Yoongi parecía un muro infranqueable.
—¿Qué pasó? ¿Qué sucede? ¡Por las Diosas, responde! —suplicó casi jadeante.

Pero Yoongi solo salió hasta la terraza de la habitación, recibiendo la brisa del mar y echándose sobre un pequeño muro pedregoso. Hyunjin lo siguió consternado.

—Hermano… ¿Qué ha sucedido? —inquirió con el corazón casi en la boca. Algo no estaba bien. —Dime que pasó en Koryo.

—No habrá boda —soltó de repente, sin mirarlo, sin prepararlo. —Tú no te puedes casar con el príncipe Taehyung.

El corazón de Hyunjin, que había estado latiendo furioso durante todo ese tiempo, pareció detenerse bruscamente, y un suspiro ahogado brotó de su garganta.

—¿Cómo? —preguntó casi sin voz. —¿Qué has dicho?

Yoongi suspiró, acariciándose bruscamente las sienes. Tenía una expresión tan sombría que parecía haber envejecido diez años en solo un par de días.

—He lavado tu honor —habló un instante después con la mirada clavada en el mar Jaeniano. Su hermano lo miraba con lágrimas en los ojos, esperando una aclaración. Temía lo peor.

—¿Lavado mi honor? —preguntó entonces abalanzándose a los pies de Yoongi. Ahora sí que estaba completamente desesperado. ¿Sería posible qué…? —Por favor dime que no has lastimado a Taehyung —suplicó casi con agonía. —¡Por favor dime que no le has hecho nada! ¡Dímelo!

—No le he hecho nada a tu precioso Taehyung. —Yoongi se zafó del agarre de su hermano casi con violencia. —No es a él a quien he lastimado. Por lo menos no directamente —aclaró.

Lívido de horror, Hyunjin se puso de pie. Aturdido siguió a su hermano hasta el otro extremo de la terraza a donde se dirigía ahora.

—He cobrado oro con oro y plata con plata —decía este, evocando un antiguo adagio popular. —He lavado tu deshonra con deshonra —remató, dando media vuelta, mirando a su hermano a los ojos por primera vez. —Mancillé la pureza del príncipe Jimin… en su propio castillo.

Hyunjin quedó rígido como una estatua y se llevó ambas manos a la boca, gimiendo con espanto. Por un momento le pareció que aquel hombre frente a él no era su adorado hermano, y que todo aquello no era más que una cruel broma. Pero la expresión sombría y rígida de Yoongi le mostró que este no mentía y que una terrible desgracia se avecinaba.  Temblando como una pequeña rama en medio de un vendaval, buscó asiento en el muro que antes usara su hermano. No encontraba palabras en aquel momento, sentía un nudo horrible en la garganta y solo podía hipar con descontrol.

—No llores. —Yoongi se acercó hasta él, sentándose a su lado para tomarlo de los hombros. —Eso era lo que esa gente se merecía, cuando llegué a Koryo… ¿Sabes dónde estaba tu adorado Taehyung? —preguntó, obligando a su hermano a mirarle. Hyunjin alzó la vista intimidado.

—¿Donde?

—Estaba en Joseon…buscando al rey Jungkook ¡Taehyung se burlo de ti! ¿Es que no lo entiendes? —gritó furioso, estremeciendo a Hyunjin. —Ese miserable solo te usó… ¡Te trató como a su puto!

—¡No! —Fue ahora el turno de Hyunjin para zafarse bruscamente del amarre de su hermano. Se alejó varios pasos dándole la espalda.
—¡No! —repitió más fuerte, histérico. —¡Taehyung no me uso como su puto! —sollozó con un fuerte espasmo. —Taehyung nunca me ha tocado. Nunca…

—¿Qué? —Yoongi se puso de pie de un solo movimiento. Su rostro antes rojo de la rabia se puso tan blanco como la nieve en un solo instante.

—Taehyung nunca me ha tocado. —Hyunjin cayó sobre el suelo de la terraza sollozando, aturdido de angustia. —¡Yo mentí! —dijo con el poco aire que aun tenía. —¡Mentí! ¡Taehyung nunca me ha tocado! ¡Yo mentí!

—Mentiste… —Yoongi repitió aquello como un autómata. Su rostro había pasado de la estupefacción a algo muy parecido a la obnubilación. Hyunjin subió la mirada por unos instantes y cuando sus ojos se encontraron con los de su hermano, vio en ellos tanto vació y tristeza que cuando este caminó hasta él con pasos retraidos, creyó que lo tiraría por el balcón. Pero Yoongi solo pasó por su lado, ignorándolo, sin mirarlo siquiera y como si fuese solo un cuerpo arrastrado por la inercia, abandonó la habitación.

El puerto de Jaen estaba ubicado en toda la capital del reino. Todos los días enormes y pequeñas embarcaciones llegaban provenientes de diferentes puntos del país en busca de provisiones, comercio de esclavos, o, a pesar de los controles del estado, contrabando. El bullicio de aquella zona era eterno; había ventas en las callejuelas arenosas, tráfico de víveres y metales preciosos, subastas de esclavos y por supuesto, desfiles incontables de prostitutos en busca de bolsillos generosos que quisieran vaciarse entre sus piernas.

Yoongi observaba todo aquello desde  el balcón de una fortaleza cercana. Había decidido trasladarse allí por algunos días, pues de quedarse en el castillo principal cerca de Hyunjin, estaba seguro que hubiese podido cometer otra locura. ¿Cómo había sido capaz su hermano de mentirle de aquella manera? ¿Cómo había podido orillarlo a cometer un acto tan asqueroso y repudiable? ¿Y ahora que iba a hacer? Había mancillado el honor de Jimin de una manera horrible e irreparable y no podría detener al rey Jung Hyung y a Taehyung si estos pedían una reparación de los daños, exigiéndole a su padre que lo entregase a la justicia de Koryo.

Con un suspiro miró de nuevo hacia el puerto. El inmenso mar de Jaen, anaranjado por la luz del ocaso, le brindaba algo de la paz que necesitaba. Pero aun así no era suficiente para que olvidara que estaba metido dentro de las fauces de una enorme bestia salvaje y que no habría escapatoria para él y ahora, un poco más despejado, sabía que no podía culpar del todo a Hyunjin.

El odio que él y su padre sentían hacía los Koryanos venía desde mucho antes, y lo sucedido con Jimin había sido más culpa de tanto odio acumulado que de la mentira de su hermano.

Entonces, mientras pensaba en ello, buscó por debajo de la camisa que vestía,  y extrajo de debajo de este un relicario de oro donde llevaba el retraso de su fallecida madre, el rey consorte Hyo Seop. Lo contemplaba desde aquel retrato con una sonrisa, misma que Yoongi llevaba extrañando desde hacía muchos años, y que siempre lograba hacerle sentirse seguro por más duros que fueran los problemas.

—Mamá, mamá, si siguieras conmigo —susurró a la imagen, besándola. —Tú no me dejarías ser tan torpe. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué de esa forma? —No pudo evitar que se le salieran las lagrimas. Se recostó sobre el muro adyacente al balcón y sin reparos sollozó al amparo de la brisa vespertina. Extrañaba demasiado a su mamá.

Pasado un rato, un guardia tocó a su puerta. Yoongi se secó las lágrimas apresuradamente y le invitó a pasar. El soldado se acercó con una bandeja de plata sobre la que se hallaba un pequeño sobre sellado.

—Llegó al castillo principal esta tarde, Alteza —comunicó el guardia con la cabeza baja. —El concejero de palacio considero que podía ser urgente y solicito que un sirviente lo trajera hasta aquí. Acaba de llegar.

—Muy bien, puedes retirarte —Yoongi esperó a que el guardia se retirara y entonces sí abrió el sobre. Había reconocido el sello y sabía de dónde provenía…

Venía de Koryo.

Aquella tarde, a varios kilómetros de donde se hallaba Yoongi, otros ojos contemplaban el mismo retrato que este guardaba en su relicario. Para Hyunjin, la persona que se hallaba plasmada en el enorme retrato colocado en la pared principal de la sala del concejo, no era más que un completo desconocido. Su mamá, había muerto mientras lo daba a luz y él nunca lo había conocido; no lo echaba de menos como su hermano, y lo más importante, no le generaba ningún sentimiento. Era inquietante, puesto que su mamá había muerto para que él viviera, pensaba, pero ni siquiera este pensamiento lograba generarle ni la más mínima empatía. Volvió a mirarlo de pie frente al oleo y por un momento se estremeció: cada vez se parecían más, el mismo perfil delicado y aguileño, los mismos labios finos, el mentón angular, las orejas pequeñas, y los ojos… solo estos eran diferentes. Los ojos de Hyo Seop eran como dos estrellas brillantes y  refulgentes mientras los de Hyunjin eran dos fervientes hoyos negros, que en ese momento, estaban rojos aun a causa del llanto. Se secó los restos de lágrimas a toda prisa y salió de aquel salón. Lo había decidido… salvaría a su hermano de una muerte segura a manos de los Koryanos.

El crepúsculo había caído por completo en Jaen. La luz naranja del sol agonizante bañaba con sus últimos rezagos las habitaciones del menor de los príncipes quien se encontraba extrañamente agitado. Se encontraba caminando de extremo a extremo de su habitación, inquieto, mientras el doncel de compañía que se hallaba a su lado esperaba de pie en una esquina con la cabeza gacha. De repente, el sonido de la puerta los sorprendió a ambos e hizo detenerse a Hyunjin.

—Alteza, un esclavo de los establos viene con uno de sus donceles —dijo uno de los guardias desde el otro lado, —dice que usted ha solicitado su presencia.

—Déjenlo pasar. —Hyunjin se apresuró en recibirle de pie junto a la puerta. El esclavo ingresó solo y los guardias volvieron a cerrar las puertas. Una vez frente al príncipe el chico, casi un muchachito, de cabellos cortos y ojos castaños, se inclinó respetuoso.

Hyunjin se molestó un poco… el esclavo olía espantoso.

—Dicen mis donceles que conoces un camino a través del cual se llega a Koryo más rápido que con cualquier otro camino —le dijo, alejándose un poco.
—¿Es eso cierto?

—Si, Alteza. —El esclavo asintió temeroso, agachando la mirada. —“El camino de las agujas” lo llaman. Toma solo cuatro horas estar en la aldea más cercana al castillo de Koryo.

—Perfecto. ¿Entonces crees que podrías guiarme?

Ambos, tanto esclavo como doncel de compañía, quedaron estupefactos con aquel pedido. Alguno de los dos trató de replicar, pero Hyunjin se adelantó hablando de nuevo.

—Necesito llegar a Koryo con la caída de la noche, necesito entrar a Palacio y estar aquí para mañana, y necesito que me ayuden.

—Pero… Alteza, —Ahora sí que el esclavo replicó. — “El camino de las agujas” es terriblemente peligroso —informó. —Es un camino lleno de ladrones y malhechores, por eso casi nadie lo usa… menos un príncipe.

—Exacto. —Hyunjin sonrió. No era un sonrisa como tal, era más una mueca divertida; miró de nuevo al esclavo, esta vez reparándolo de pies a cabeza, y luego de unos instantes se acercó por completo pasando un dedo por sus ropas olorosas y hediondas. —Si el camino de las agujas es un camino no apto para un príncipe —dijo, convencido, —entonces tendré que dejar de ser un príncipe por esta noche. ¿Tienes otras ropas cómo esta que me prestes? Y te agradecería si no estuvieran tan sucias —añadió, con burla.

El esclavo asintió anonadado y el doncel de compañía fue enviado por las prendas. Aquello era una locura, pensaban ambos sirvientes. Pero no les había quedado más opción que obedecer a su joven señor. Al cabo de un cuarto de hora, Hyunjin se miró en el espejo de cuerpo entero asintiendo a su reflejo con aprobación.

—Perfecto —anotó, reparando en las telas rasposas de grueso dril, la correa oxidada que amarraba su cintura, la capa hedionda de hilo y el dedo gordo del pie derecho que se asomaba por la bota percudida y rota. Todo parecía estar en orden con excepción de un detalle.

—Tendremos que hacer algo con su cabello, Alteza —opinó el esclavo. —Se ve demasiado cuidado para ser el de un esclavo.

—Es cierto. —Hyunjin convino mirando su mata de cabellos más brillantes que la luna. —Y este olor a lavanda. Esto me delatará.

—¿Y si al salir del castillo lo lava en el mar, Alteza? —propuso el doncel de compañía, aun muy nervioso por todo aquello. Pero para su sorpresa, Hyunjin pareció encantado con su propuesta.

—¡Claro! —sonrió, feliz.
—¡Eres un genio, chico! Lo lavaré en el mar y también mi cuerpo. El salitre despejará un poco el olor acido de estas ropas pero me darán un aspecto sucio.

Diciendo esto, se prepararon para partir. Hyunjin amarró a una bolsa percudida, un pequeño saquito con un montón de monedas de oro, y le ofreció al esclavo darle tres más de esas al regreso si no lo mataba en el camino para robársela. No sería la primera vez que un esclavo mataba a su amo durante un viaje para robarle, y eso lo sabía muy bien. También se había guardado un pequeño reloj de cristal en uno de los bolsillos de sus pantalones, para que la brújula que este traía les sirviera de guía en caso de extravío. Por último, se dirigió a la pared izquierda de su recamara; con cuidado quitó un pequeño cuadro tras el que se hallaba una pequeña palanca y la giró. Un sonido rocoso y áspero hizo eco en la habitación, y luego de ello, un muro que parecía solido e infranqueable, comenzó a virar lentamente hasta mostrar un pasadizo secreto, oscuro y húmedo como una tumba.

—Saldremos por aquí —anunció, haciéndose con una lámpara que se hallaba en su recamara. —Este túnel termina del otro lado de las murallas del castillo y así no seré visto por nadie en palacio. Hasta mañana y que las Diosas nos acompañen.

Pero en ese momento, el doncel de compañía pareció perder los nervios por completo, y echándose a los pies de Hyunjin comenzó a sollozar.

—¡Por favor, Alteza! ¡Por favor, detenga esta locura! ¡Si alguien descubre esto, o si a usted le pasa algo, yo moriré!

—En ese caso, —Hyunjin se agachó hasta él apresándolo fuerte del mentón. No había ni un atisbo de compasión en su mirada. —Será mejor que te asegures bien que nadie se entere de mi partida. Tu vida, mi querido niño no depende de mí —le sonrió de forma escalofriante, tirándolo más fuerte del mentón,
—depende de que tan hábil seas para encubrirme… de lo contrario, ruega porque me pase algo en el camino… tendrás una muerte más misericordiosa a manos de Yoongi.

Mientras su doncel quedaba temblando como una hoja, partió con el esclavo entrando a aquel tenebroso túnel. Había tenido momentos muy amargos a lo largo de su vida, pero nunca se había sentido tan resuelto a hacer algo, como en ese instante.

“El camino de las agujas” resultó más pesado de lo que Hyunjin se imaginó en un principio. Sabía que no sería un camino de seda y menos con ese nombre, pero no pensó que tanto. Habían conseguido monturas en Jaen, en la aldea más cercana del castillo. Allí usaron las primeras dos monedas de oro y luego, de acuerdo al plan, se había dado un baño de mar que le dejó el pelo tieso como la paja, y la piel percudida del salitre y la arena. Ahora, con la noche ya sobre ellos, atravesaban, con la lámpara a punto de apagarse, un camino pedregoso y empinado cada vez más espeso.

—Aquí dejamos las monturas, Alteza —informó el esclavo bajando de la suya. —Debemos seguir a pie.

Hyunjin no supo si sentirse aliviado o no. Nunca había cabalgado tanto en su vida y la rasposa tela de sus pantalones mas el trote de la cabalgata le había escaldado la piel de los muslos. Sin embargo, el camino que se alzaba no parecía mejorar; era como una gruesa y gigantesca red de hiedra que se le antojaba imposible de cruzar. Su esclavo le ayudó a bajar del corcel y luego sacó un largo machete de la bolsa de viaje que había colgado de su hombro.

—Tendremos que irnos abriendo paso por algunos lugares —advirtió, agudizando la mirada.
—También nos servirá contra algún ladrón.

—Está bien —Hyunjin asintió, dócil. Estaba demasiado nervioso para ponerse remilgoso.

Comenzaron a avanzar despacio y en silencio. La lámpara titilaba en las manos del príncipe hasta que finalmente se apagó. El esclavo la tomó y la echó a un lado del camino. Había sido lo mejor, le dijo. De esta forma llamarían menos la atención aunque tuviesen que guiarse ahora por la luz de la luna, que aquella noche casualmente estaba llena.

De esta forma siguieron avanzando hasta que un sonido los alertó. Parecían voces bajas y gruesas, y risas roncas, muy asperas. El esclavo agarró bruscamente a Hyunjin y lo escondió detrás de unos arbustos mientras él se refugiaba a su lado. Entonces, vieron como una pequeña tropa de forajidos pasaba muy cerca de ellos; estaban armados con hachas, machetes y mazas y parecían estar bastante ebrios. Hyunjin y su esclavo prácticamente dejaron de respirar mientras los sujetos se alejaban jocosos. Cuando la caravana se alejó lo suficiente para ya no ser vista ni odia, ambos resoplaron con fuerza.

—Eso estuvo cerca —comentó el esclavo poniéndose de pie y ayudando luego a Hyunjin a incorporarse. —Sera mejor que ahora sigamos por aquí —señaló un sendero más al oriente. —Es preferible que tomemos un camino diferente al de esos forajidos, si no queremos volver a toparnos con ellos.

—Pues tú sabrás. —Hyunjin se quitó unas ramas que habían quedado clavadas en su cabello ya totalmente seco y reanudó la marcha detrás de su esclavo. Por momentos se sentía muy nervioso por no tener idea de cuánto faltaba o de donde se encontraba. Era posible que hubiera andado en círculos y no se hubiese percatado; todo era perturbadoramente igual, abrumadoramente confuso.

En tres ocasiones más se habían topado con pequeños grupos de forajidos, pero gracias a las Diosas nunca habían sido descubiertos; sentía que los pies le ardían, las botas gastadas que tenían no eran suficientes para protegerlo de la maleza punzante que sobresalía por el camino y que punzaba como agujas. Empezaba a entender ahora porque ese camino se llamaba así. De la inmensa vegetación, camuflada entre aquella oscuridad, sobresalían ramas tan filosas como una espada, tan punzantes que le habían herido el rostro y los brazos en varias oportunidades.

Se sintió patético en aquel momento. Odió por un instante haber nacido tan privilegiado y desconocer tantas cosas rudimentarias; detestaba que algo le quedara grande, no poder lograr un objetivo, resultar incompetente.  Pero para salvar la vida de Yoongi debía tragarse su orgullo, su hermano lo valía; de nada le serviría a este su arrogancia y desdén si los Koryanos llegaban a pedir su cabeza. Una extraña determinación comenzó a surgir en su interior, rara en él que estaba más acostumbrado a huir ante los problemas que a darles la cara. Sin embargo, ahora el más afectado por su imprudencia y su mal juicio podía ser la persona que más amaba: su precioso hermano mayor, y por esto no podía permitirse ser cobarde. Esta vez tenía que salir de su caparazón y enfrentar la situación.

—¿Cuánto falta? —preguntó a su guía justo en el momento en que salían a un pequeño claro de luna. El otro muchacho miró a ambos lados y por un momento pareció confundido.

—¿Me presta su reloj, Alteza? —pidió estirando la mano.

Hyunjin lo miró sospechosamente antes de entregárselo.

—¿Estamos perdidos? —quiso saber, sin poder evitar estremecerse un poco. Pero su esclavo sonriente de nuevo negó con la cabeza.

—Para nada —le aseguró,
—solo quiero constatar algo.

Mientras lo hacía, Hyunjin aprovechó para tomar un poco de agua y preguntarse si su doncel había logrado mantener en secreto su fuga. A los pocos minutos el esclavo le devolvió el reloj y reanudaron la marcha; ya solo faltaban dos horas para la media noche y debían darse prisa en llegar a la aldea Koryana. Mientras terminaban de avanzar por aquel agreste camino, Hyunjin se preguntó qué iba a decirle al príncipe Jimin cuando lo tuviera cara a cara. Sí era que lograba llegar hasta él y no lo arrestaban a mitad de camino, claro. Nunca había tenido una buena relación con el hermano de Taehyung y sabía que este tampoco le tenía en muy alta estima. Así que dudaba incluso que lo dejara explicarse; solo esperaba entonces que por lo menos la edad más madura de ambos hubiese mermado un poco su animadversión y que por lo menos le dejara hablar y contarle que todo lo ocurrido había sido culpa de su mentira y que por ello, su hermano había actuado de aquella forma.

Esto no remediaría mucho las cosas, estaba seguro, pero también sabía que Jimin gustaba de Yoongi. Lo había notado en las fiestas en las que se habían topado y eso podía ser una ventaja. Quizás con la promesa de una reparación en el altar las cosas pudiesen solucionarse.

Resopló.

Definitivamente su doncel de compañía había tenido razón: A toda vista lo que se disponía a hacer era una tontería a gritos. Pero por lo menos tenía que intentarlo; tenía que al menos intentar reparar en parte el desastre que había causado.

—Hemos llegado, Alteza. —Su esclavo interrumpió sus pensamientos tomándolo de la mano para llevarlo hasta el final de aquel camino. Hyunjin abrió la boca anonadado contemplando la aldea desde el pequeño risco donde se hallaban.

La aldea aun tenia bastante movimiento pese a la hora, y hasta ellos llegaba incluso el bullicio de los mercaderes de la plaza rematando sus últimos víveres del día. Los carromatos. comenzaban a movilizarse de regreso a las casas y se veían aun las luces de algunas casitas apiñadas entre las callejuelas, y el humo de chimeneas ascendiendo juguetón hacia el cielo.

Luego, al final de aquel pequeño valle, se alzaba otro montículo de mediana altura; una meseta árida y firme sobre la que se asentaba la ciudadela real: Un castillo enorme de piedra, imponente y orgulloso; rodeado de unas murallas soberbias, vigiladas por tres magníficos fuertes.

—El castillo de Koryo —suspiró Hyunjin, mirándolo como embrujado. De repente la certeza de estar en las fauces de un lobo se le hizo tan certera que le dolió el estomago. Pero de inmediato se recompuso mirando de nuevo a la aldea. —¿Cuánto tiempo nos tomará llegar al castillo? —preguntó entonces. El esclavo se lo pensó un momento.

—Posiblemente la hora que falta para que llegue la media noche, Alteza —respondió finalmente.
—Pero, yo me pregunto... ¿Mi señor tiene un plan para entrar al castillo?

—Así es. —Hyunjin no dudó en responder. —Ese es el motivo por el que he traído todo este oro —le dijo haciéndose con el saquito de las monedas. —Habrá que comprar algunas conciencias para traspasar esas murallas, chico. Pero... ¿Ya ves? Eso no será un problema —sonrió y con esa certeza, comenzaron a descender, rumbo al castillo Koryano.

La luna brillaba redonda y sublime para alguien más aquella noche. Eun Woo había tenido que aplazar su visita al templo de SiKje durante dos días, los cuales, duró poniendo calma a los ciudadanos en Joseon y convenciendo a los concejeros de esperar la llegada del tutor del rey Jungkook, antiguo regente del reino.

Para su fortuna, los honorables señores habían aceptado sus disposiciones. Todos juraron mantener a raya a los vasallos de las diferentes casas feudales para que no fuesen a levantar armas contra Koryo y mantener también bajo estricto silencio la desaparición del rey. Habían llegado a la conclusión, que era mejor no alarmar al pueblo.

Con estos pensamientos descabalgó y amarró su montura cerca de las cataratas. Su guardia había quedado a poco menos de un kilometro de distancia, lejos, donde no pudieran intervenir, donde no pudieran arruinarle los planes. Sonriente y lleno de júbilo se acercó hasta el camino estrecho que conducía al templo, alzó la vista y quedó extasiado.

La visión que le mostraban sus ojos, además de majestuosa e imponente, era su futuro mismo. Se sentía feliz de que por fin tantos años de servilismo exagerado se viesen recompensados de verdad. No era que el rey Jungkook le hubiese tratado mal. No, todo lo contrario; había sido un excelente y honorable monarca. Sin embargo, esto no le era suficiente; se sentía demasiado importante para pasarse el resto de la vida cuidándole las espaldas a un hombre que se defendía mejor que muchos caballeros juramentados y que seguro, después de su rapto, tendría que romper esa tonta promesa que guardaba y casarse con el príncipe heredero de Koryo para salvaguardar su honra.

En cambio para él se abría todo un mundo nuevo. Por fin tenía la oportunidad de conseguir aquel tesoro que le permitiese hacer lo que quisiese, con quien quisiese, cuando quisiese y donde quisiese; estaba al corriente de las consecuencias de esto, pero preferia vivir diez años con poder y gloria que quien sabe cuánto tiempo en la simplicidad del anonimato.

Se paró por contados minutos frente a las puertas del templo, dejando que unas facciones de absoluto cinismo se apoderaran de su rostro. Un escalofrío de satisfacción recorría cada uno de sus nervios al pensar en la cara del tutor del rey cuando llegara a palacio y él le mostrara la amatista de plata, luciéndola en su cuello de monarca; diciéndole que a partir de ahora era el nuevo rey de Joseon.

Su rostro se iluminaba de placer de solo pensarlo. Definitivamente haria pagar a ese mal nacido todas y cada unas de la humillaciones a las que lo había sometido años atrás cuando se creía la máxima autoridad de Joseon porque poseía la tutoría de Jungkook tras la muerte de los antiguos reyes. Esa era en definitiva una de sus principales prioridades.

De esta forma, terminó de recorrer el camino hacia el templo. Su mano cálida, tocó ligeramente la gruesa puerta de roble; habia estudiado aquel truco durante años y estaba seguro que resultaría a la perfección.

No se equivocó.

La energía, concentrada en su mano por varios minutos, fluyó hacia la madera; el inmenso portal del templo comenzó a brillar destellante como un sol, y entonces Eun Woo dio unos contados pasos hacia un lado, contando mentalmente los segundos que le tomaría a su molesto obstáculo volar en mil pedazos.

Mientras esto sucedía en la entrada del templo, a unos cuentos metros de alli, perfectamente camuflados entre las maleza del bosque que rodeaba las cataratas, dos cuerpos muy atentos a todo lo que pasaba observaron como una increíble explosión acaba con la entrada del templo más importante de Joseon. El estallido fue tal, que incluso, algunos fragmentos incandescentes llegaron hasta escasos pasos de donde ellos se hallaban.

Pero Eun Woo estaba muy lejos de imaginar que estaba siendo espiado. El brillo de las inmensas paredes del reciento lo cegó luego de aquella explosión; sus ojos acostumbrados a la penumbra que reinaba desde hacia varias horas, necesitaron la protección de sus manos para someterse al casi irreal despliegue de luz. Finalmente, con pasos firmes, y cuando sus ojos ya no sufrían por los brillos plateados, se atrevió por fin a entrar al templo. Jamás, en todos sus años había contemplado tal esplendor.

Caminaba muy sigilosamente, temeroso, reparando cada detalle con minucioso detenimiento. Vio la pila bautismal de finísimo mármol donde habían bautizado a generaciones enteras de reyes. Metió su mano y comprobó que de momento no tenia agua y tampoco tenía rastros de humedad; era evidente que llevaba años sin ser usada, de seguro desde el bautismo de Jungkook.

Entonces se colocó en cuclillas para observar su base de más o menos un metro de altura, donde la figura de la Diosa sobresalía en alto relieve, portando un libro antiguo con una inscripción en saguay: "Boricochanas lasmi, Boricochanas filmar" (Hijos del agua, Hijos de la luz), rezaba la leyenda que absorto miraba, y de inmediato recordó como su papá le obligaba de niño ha aprender la lengua original de Joseon. Recordó también que siempre le pareció una gran pérdida de tiempo hacerlo: con el cese de las guerras los diferentes reinos pactaron educar a los habitantes bajo el hangul, dialecto comercial hablado en los cinco reinos, y que se había convertido desde El gran pacto en el idioma oficial de todo el país.

Ahora se encontraba feliz de haberle hecho caso a su papá y haber aprendido bien el saguay. A medida que se desplazaba por la amplia habitación, muchas más frases como esta aparecían a su vista; algunas labradas en finos hilos de plata sobre los pilares centrales, y otras que parecían salir de los muros por encima de hermosos cuadros con los retratos de las cinco Diosas, mostrando su lema representativo.

SiKje, sentada en un trono de piedra, semidesnuda y cubierta con una seda transparente aparecía en el vitral enorme ubicado en lo más alto del altar mayor del templo; en su cabeza llevaba una corona de fuego, y sobre los cristales teñidos del vitral se alzaba el lema de Joseon: "Blesforantes" (sabiduría). En la pared lateral izquierda, diagonal al vitral principal, primera de afuera hacia dentro, Johari aparecía en un gigantesco oleo, montada en un Winaliu: (criatura mitológica con forma de un delfin alado y con cola de
dragón). En su mano, agitándola por encima de su cabeza, portaba una espada sin filo, mostrando que el lema de Koryo  "Timporus" ( Honor) en la guerra, consistía en el valor  y en el honor mostrado en batalla más que en la victoria.

Frente a ella, justo encima de la pila bautismal se dejaba ver Ditzha. Cubriéndose solo por su larga melena roja, la Diosa del amor se arrancaba el corazón regalándoselo a los humanos para que aprendiesen a amar con total y absoluta "Marfurie" (Pasión) ese era su lema, mientras Latiffa en el cuadro de al lado, iba envuelta con un ropaje grueso y negro, dejando solo a la vista sus ojos llenos de  "Esratus" (Coraje) su lema.

Por último, frente a ella, se hallaba Philania. La Diosa de los Yurchianos, era inmortalizada en la pintura, encadenada a un acantilado en la alta marea; resignada a su suerte lloraba su condena mientras entregaba su vida como prueba de "Sindelas" (amor incondicional) el lema de los Yurchianos.

Eun Woo espabiló, trayendo de nuevo su mente a la realidad. Por un momento no había podido escapar de la magia de esas bellas criaturas que eran adoradas como deidades. Ese templo era sin duda tan increíble y espectacular que no podía apartar la necesidad de estudiar hasta sus más finos detalles. A pesar de esto y en contra de su voluntad, el tiempo apremiaba. En pocas horas el sol volvería a aparecer en lo alto y él no debía ser visto por nadie saliendo de aquel lugar.

Fue entonces cuando avanzando del todo pudo verla finalmente. Ante sus ojos estaba aquella piedra fantástica, la amatista de plata, esa joya mágica que podía conceder todo lo que se le pidiese y a cambio solo pedía la vida, diez años después de concedido el deseo. A él le parecía un trueque fabuloso. Si a fin de cuentas la muerte era el fin de todos los humanos, usasen la amatista o no, por lo menos él llegaría a tal final cubierto de riquezas y gloria.

Extasiado, subió los cinco escalones que lo ponían delante de la pequeña caja de cristal que la contenía en su interior. Ya estaba a punto de tocarla cuando de repente un extraño presentimiento le hizo detenerse un instante.

¿De veras era tan fácil?, penso. ¿Realmente solo debía alzar la caja y sacar la piedra? Y SiKje ¿Lo castigaría? ¿Intentaría detenerlo?

Apretó los labios con fuerza y entrelazó las manos bajo su mentón, paseando la cabeza en diferentes ángulos que le permitiesen ver si aquel aparentemente inofensivo estuche lo era en realidad. En efecto no parecía estar sujeto a ningún hilo que activase un mecanismo de dagas voladoras ni artefactos explosivos. Pero no podía predecir nada. También pudiese ser que fuese la gema misma la que se auto defendiera hiriendo al ladrón o quemándole las manos... que iba a saber él.

Lo poco que tenía claro sobre ese misterioso objeto era que tenía un poder único que podía conceder cualquier deseo que se le pidiese, y que si se usaba con fines personales como él pretendía hacerlo, el final de su vida llegaría en diez años. Esa escasa información fue lo único que pudo rescatar de la conversación entre los agonizantes padres de Jungkook y su tutor; la cual escuchó por mera casualidad años atrás, cuando estos, moribundos en su lecho de muerte, se confesaban ante el antiguo regente y le entregaban la custodia de su único hijo.

Desde ese momento supo, en el fondo de su retorcida mente, que algún día estaría en el lugar donde ahora se encontraba. Por lo tanto, ya estaba bien de tanta duda; tomaría la joya fuese como fuese. Con esta idea en mente, se incorporó lentamente y luego dobló un poco las piernas para quedar a la misma altura que la pequeña cajita, suspiró pesadamente empañando ligeramente los relucientes cristales de esta. Había que darle crédito a que sus manos solo temblasen ligeramente teniendo en cuanta la delicada situación en la que se encontraba. Y así, poco a poco, con el corazón mostrando la ansiedad que el resto de su cuerpo callaba, fue retirando la única protección que rodeó por años al que consideraba ya, su tesoro.

Permaneció con ella por contadas fracciones de segundos, sujetándola en el aire, realizando inspiraciones profundas; esperando ver si algo sucedía. Miró a ambos lados, adelante y atrás, pero no había nada, no sucedía nada; todo parecía inalterable. Entonces, de un solo movimiento retiró la cobertura totalmente y se arrojó al suelo... por si las dudas, en caso de que algún mecanismo secreto de filosas chuchillas lo decapitaran o algún veneno mortifero saliera de algún agujero cercano a la piedra. Pero nada de esto ocurrió y la ridícula posición en la que se encontraba solo le hizo soltar una risa.

Suspiró, y un poco más calmado, se puso de pie de nuevo dejando la caja de cristal en el piso. Ahora nada lo separaba de su amatista; ya la podía ver en un collar que no se quitaría nunca, siendo la esclava de todos sus caprichos. Era preciosa, una diminuta, redonda, violeta y mortal tentación envuelta en un marco de plata.

No necesitaba protección de trampas, ella misma lo era; una letal trampa que consumiría su cuerpo poco a poco mientras satisfacía sus más oscuras extravagancias.

De repente, Eun Woo sintió una ventisca que entraba por la puerta destruida. No podía ser por otro sitio, pues aquel lugar no poseía ventanas. Aun así no permitió que esto lo distrajese; apretó con fuerza los ojos y alargó su mano, temeroso de nuevo ante la aun posibilidad de que la piedra lo quemase o le hiciese algo. Sin embargo, volvió a equivocarse.

Primero fue un leve roce, luego sus dedos la apresaban por completo; ahora era su nuevo dueño, la tenía totalmente en su poder... Y la piedra no le había hecho nada. No le había lanzado lejos de forma sobrenatural, no le había vuelto polvo, ni siquiera le había quemado la mano. Sonrió. La "amatista de plata" por fin era suya. Pronto todos sus sueños se harian realidad y el sería rey de Joseon.

Pero entonces, justo en ese instante, el ahora ladrón, volvió a sentir una brisa tan helada que parecía digna de porvenir de Yurchen. Sorprendido por esta extraña sensación, volteó su cuerpo por completo hacia el sitio de donde supuestamente provenía la ventisca y lejos de la brisa helada o la soledad que esperaba encontrar, sus ojos lograron ver despavoridos el brillo de un puñal que cortaba el aire a gran velocidad y que sin contemplaciones se incrustó en su pecho.

Eun Woo cayó estrepitosamente, sintiendo un fuerte sabor metálico en la boca y un líquido espeso manchar sus labios. La sangre salía a borbotones de su pecho y las punzadas álgidas de su carne le quitaban el aliento. Sin embargo, para él, aquel dolor no tenía punto de compasión con el que sentía al ver la amatista que momentos antes sostenía con poder, rodar con un sonido ligero muy lejos de su alcance.

Boca arriba como se encontraba pudo contemplar entonces algo que no había vislumbrado antes: En la cúpula de aquel templo, un hermoso vitral mostraba a las Diosas en una noche sin estrellas, llorando desconsoladas, tomadas de la mano en una montaña mientras sus lágrimas caían en tierra convirtiéndose en humanos.

"Vikasus boricochanas hitnez" (Bellos hijos del dolor), leyó en un susurro antes de percibir unos pasos que se acercaban, y ver la mano enguantada que recogía la gema. Quiso subir la mirada y descubrir quien había osado arrebatarle la felicidad, pero solo logró sumergirse en un dulce y eterno sueño mientras escuchaba una frase muy familiar:

—No es nada personal, tengo dueña.

Continuara...

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