El intruso Yurchiano
Jungkook se arropó con una gruesa capa afelpada y salió de la recamara. Luego de su conversación con Taehyung este le había dejado sin cerrojo en la puerta, y los guardias nunca le impedían el paso si quería salir.
Era obvio que ese absurdo principe estaba tan confiado en que no escaparía que ya ni siquiera lo vigilaba. Las llaves que le había enseñado aquella tarde solo eran una metáfora. Taehyung lo tenía amarrado con unas cadenas mucho más difíciles de soltar que las de hierro.
Optó por tomar un poco de aire desde el balcón que se hallaba más cerca a los jardines centrales. Debía analizar detenidamente los giros que la vida le había dado en tan escasos tres días y que en aquel momento lo tenían más que mareado.
El roció de la noche le sentaría bien, pensó mientras bajaba de la torre y decidía que haría con la bendita propuesta de Taehyung. Tenía claro eso sí, que jamás se dejaría arrastrar por los tormentosos deseos de ese degenerado. Pero era mejor manejarlo con inteligencia, jugar bajo sus reglas, pues ese príncipe daba muestras de tener el control en todos los sentidos. Era indiscutible que lo tenía agarrado por donde más le dolía: en su reputación.
Durante años, Jungkook había construido un palacio más fuerte que su mismo castillo, una fortaleza labrada con los principios de moral más estrictos, y que exhibía con orgullo en todos los confines de Joseon. Por ello no podía permitir que ahora una pasión malsana y mundana lo derribase como si estuviese hecho de arena.
Por mucho tiempo no había entendido cual era su empeño en mantener esa falsa dignidad, pero tras la partida de su tutor, tres años atrás, lo había comprendido a la perfección: Esa fachada de espiritualidad inquebrantable era lo único que lo hacía sentirse vivo de alguna forma; era como un tesoro precioso sepultado en lo más profundo de una isla desierta, tan sola y vacía como su vida.
Reflexionando sobre ello, bajó por completo hasta el inicio del jardín, y cruzando un pequeño caminito pedregoso entró en la fachada y se sentó en una banquita. La brisa de la noche lo golpeó ligeramente y se llevó el abrigo a la cara captando el delicioso perfume que de este emanaba.
Enseguida recordó que aquellas ropas le pertenecían a Taehyung, porque las que en principio iba a prestarle, le quedaron pequeñas. Resopló, alejando el acolchado tejido de su cara.
¿Por qué Taehyung le hacía eso?, se preguntó, ¿Por qué le producía tanto placer arrebatarle lo único de lo que verdaderamente se sentía orgulloso? No parecía una persona que necesitase algo, ni parecía tan desquiciado como sus anteriores pretendientes. Todo lo contrario, se le antojaba un hombre valiente, cortés, formal y con mucho sentido común. Daba la impresión de tenerlo todo bajo el control de su mano; era como si manejase cualquier cosa con solo espabilar y Jungkook lo notó durante la mañana, cuando al salir un momento hacia los patios de armas, pudo observar su entrenamiento con los soldados de la guardia.
Entonces... ¿Qué era lo que sucedía? ¿Por qué ese hombre tan cabal actuaba tan fuera de juicio con respecto a él? ¿Qué era lo que había en él que llevaba a los hombres a asumir semejantes comportamientos? ¿Qué los hacía desvariar así? ¿Y por qué Taehyung parecía tan impulsado por el mismo deseo que sus anteriores pretendientes pero al mismo tiempo actuaba tan diferente? no podía estar seguro, pero presentía que de haber caído en manos de algún otro pretendiente, este ya lo habría hecho suyo a la fuerza. Taehyung por el contrario, si, lo había besado a la fuerza y demás, pero en ningún momento sintió que se fuera a propasar con él más allá de forma violenta.
—Maldita belleza —susurró para si. Esa parecía ser la respuesta a todas las preguntas que se planteaba. Esa magnífica aura embrujante que cautivaba con solo una mirada, había sido su perdición.
Había escuchado una vez que su tremenda belleza había cobrado su primera víctima cuando él tan solo tenía siete años. Se trataba de un obrero de palacio que se había ahorcado en los establos, desesperado de amor. Jungkook nunca supo si aquella historia era cierta o no, pero de lo que no tuvo dudas era que había algo muy inquietante en su belleza. Definitivamente lo suyo no era una belleza natural y meramente física; había algo más en el fondo, algo dado por esa piedra que había contribuido a su nacimiento y que sin duda le había pasado algo de su maldición. Se volvió a arropar con su abrigo pensando en aquella piedra maldita y pensando en que él también lo estaba. Maldito por esa piedra que lo había convertido en su esclavo.
"La amatista de plata", penso. Y de repente un escalofrió horrible lo sacudió entero; una sensación muy extraña, como de querer recordar algo y no poder hacerlo. Inquieto por tales pensamientos decidió que lo mejor era volver a su habitación; se puso de pie para hacerlo, pero justo en ese mismo momento las vio.
—No puede ser —dijo, acercándose a ellas con una ligera sonrisa. —Mis rosas negras.
En efecto lo eran: rosas negras, sus flores favoritas; aquellas que habían tratado sin éxito de cultivar en Joseon. Por mucho que había intentado hacerlas crecer en su invernadero privado, no lo había logrado en lo absoluto. Las muy caprichosas parecían odiar la tierra; casi nunca crecían y de hacerlo se secaban en pocos días como si el mismo suelo las envenenara. Por eso Jungkook había desistido de cultivarlas y se había conformado con otro tipo de flores. Sin embargo, nunca dejaba de pensar en sus queridas rosas negras, tan preciosas y caprichosas.
Emocionado, se acercó entonces a mirarlas más de cerca. Con mucho cuidado para no pincharse con ninguna espina, ingresó al rosal y tomó una entre sus manos absorbiendo su aroma perfumado. El olor ingresó por su nariz y hasta su alma pareció alegrarse. Esas flores sin duda, le traian felicidad.
Namjoon dormía en una habitación cercana a los patios. Nunca, desde que había llegado a palacio, los reyes habían logrado hacerle ocupar la alcoba que tenía en la mansión central por más de una noche. El muchacho aseguraba que era muy fría, muy húmeda y que el silbido del viento no le dejaba dormir. Las primeras semanas de su arribo al castillo hubo que sedarlo para que durmiera, pero con el paso de las semanas Jung Hyung consideró que mantenerlo bajo drogas era peligroso y prefirió acondicionarle una antigua alcoba en la planta baja que funcionaba como desván.
Recordaba también como había diseñado y tejido con sus propias manos una sabana larga de grueso hilo que, atada con gruesos cáñamos a dos de las vigas de su recamara, pendulaba en el aire y lo mecía al dormir. Taehyung y Jimin decían que era como dormir en una canoa en el mar, pero Namjoon solo sonreía y asentía y no es que no tuviera una muy buena cama adoselada en aquel cuarto, era solo que algunas noches cuando sentía más punzante la melancolia en su corazón le gustaba rememorar sus años como campesino y esta, era una de esas noches.
Kim Namjoon, su nombre original, había nacido veintinueve años atrás, en una de las aldeas más lejanas de Koryo; un poblado campesino y agrícola limítrofe con Jaén. Sus padres, un curandero y un agricultor, y sus hermanos menores, habían muerto en un incendio cuando él tenía catorce años y por azares del destino, su nuevo padre, el rey Jung Hyung, le había tomado un genuino aprecio y había convencido a su consorte para tenerlo como hijo adoptivo. El concejo había enmudecido, la corte habia reclamado y el pueblo había enloquecido de júbilo. Pero, sin importar ni lo uno ni lo otro, el rey había nombrado al chico principe en tercera línea de sucesión de Koryo y le había concedido varios títulos de nobleza.
De esta forma, Namjoon se convirtió en un príncipe más, y aunque no había renunciado a su antiguo apellido ni olvidado sus raíces, había encontrado en la familia real una calidez tan grande y preciosa como la que tuvo con los de su propia sangre. El príncipe Namjoon era muy amado por sus padres y hermanos adoptivos.
Sin embargo aquella noche, Namjoon, pese a estar arrullándose en su hamaca, se sentía intranquilo. Había dejado los portones abiertos y la suave brisa de principios de otoño junto al canto de los grillos llegaban hasta él.
Estaba ebrio.
Había celebrado con los soldados y con Taehyung la victoria de este último, y en pocas horas habían consumido muchas jarras de vino junto a un licor fuerte sacado de la caña que los soldados trajeron de Joseon. Taehyung era el que más había bebido y sin embargo, era el que mejor parado se encontraba cuando se fueron a dormir. Él en cambio estaba completamente borracho, sentía como si todo pasara muy lento ante sus ojos. Era la primera vez que tomaba ese licor Joseano y le había caído un poco mal.
Decidió entonces que era mejor tomar un pequeño paseo por las cercanías. Tomar algo de aire y
desentumir el cuerpo quizás le hicieran bien y le ayudaran a despejarse un poco. Lo hizo de esta manera y haciéndose con su abrigo salió de su recamara. La brisa un tanto fría de la noche le sentó de maravilla. En solo un par de minutos sintió que volvía a recobrar sus reflejos; tanto asi, que no le pasó desapercibido el movimiento entre los matorrales del último jardin que limitaba con los patios.
¿Quién rayos podia ser a semejantes horas?, se preguntó. A esas horas los sirvientes dormian y los miembros de la guardia que pasaban ronda no tenían nada que hacer entre los arbustos. Tampoco podían ser los perros, porque estos se soltaban mucho más próximos a las murallas y nunca tan cerca de la familia real.
De repente, hubo un nuevo movimiento, y ya con eso, Namjoon no tuvo dudas de que había un intruso cerca. Podía ser un ladrón, pensó. A veces los esclavos de las caballerizas se acercaban al ala principal del castillo y escudriñaban en busca de algo de valor que robar. Nunca lograban llevarse nada realmente importante, pero Namjoon odiaba a los ladrones.
Una mueca retorcida adornó su boca mientras desenfundaba su daga. Dudaba que alguien se atreviera a atacarlo allí dentro de palacio, pero en medio de la noche y con tanta soledad nunca podía dar nada por sentado. Además, si era un ladronzuelo lo que había detrás de aquellos arbustos, iba a ser muy divertido darle una pequeña lección.
¿Y ahora qué? Se preguntaba Hyunjin, escondido entre unos arbustos y mimetizado con su capa negra. Finalmente había logrado su objetivo y casi que no se podía creer que todo le hubiese resultado como calculó. Cuando él y su esclavo llegaron, se encontraron con una caravana que justamente sería la última en ingresar a palacio aquella noche. Era un desfile de carromatos que se había atrasado y llevaba vivieres para las cocinas reales. Hyunjin dio gracias a las Diosas por esa casualidad y muchas monedas al mercader que le dejó subir a su carromato y esconderse entre las verduras junto a su esclavo. El hombre se había puesto un poco quisquilloso con la propuesta, pero dejó de pensárselo mucho cuando sostuvo casi medio kilo en monedas de oro en sus manos.
Así, había entrado al palacio, y también por bendición de Ditzha había logrado avanzar más allá de los patios sin ser visto. Le había pedido al esclavo que lo esperara dentro del carromato, mismo con el que saldrían del castillo al amanecer y recordando algunos datos que le había dado Taehyung sobre la mansión central en algunas de sus pláticas, logró tener idea del sitio exacto donde se hallaba la habitación de Jimin.
—-Mi hermanito duerme muy cerca de Johari, —recordaba haberle escuchado alguna vez y por eso, cuando vio aquella fuente de mármol con la estatua de la Diosa, no tuvo dudas que la habitación frente a esta era la de Jimin.
Luego de esto, solo le tocó trepar un gran árbol para llegar hasta el balcón. Por fortuna estaba en un tercer piso, y por fortuna también, él sabía trepar con bastante soltura. Desde muy chico se le había dado muy bien, especialmente cuando queria escapar lejos de muchas cosas y estar solo. Trepaba a un gran árbol que había ceca del patio de las albercas de su palacio y se quedaba por horas en la rama más alta, hasta que bajaba solo, o algún miembro de la guardia subía por él.
En fin, su misión había terminado y su entrevista con Jimin estaba finiticada. Tenía que darle gracias a las diosas de que no hubiese dado la alarma cuando lo sorprendió en su habitación, y tenía que agradecer también que no hubiese contado nada aun sobre lo que Yoongi le hizo, Gracias a ello era más fácil solucionarlo todo, y por lo que acababa de notar en la charla que acababan de tener, Jimin estaba más dolido que furioso y hasta estupefacción y algo de compresión notó en su mirada cuando le contó la razón que había llevado a Yoongi a hacer lo que hizo. Por ello, estaba seguro ahora, que si se comprometía en reparar su honor tratándolo como un prometido y llevándolo al altar, los sentimientos heridos de Jimin podrían repararse.
En esas estaba, de regreso a las caballerizas cuando el sonido de pasos lo alertó. Rápidamente buscó refugio entre los matorrales, viendo por un pequeño espacio entre las ramas la figura de un hombre alto enfundado en una capa de terciopelo negro con el escudo de armas de Koryo bordado en plata. Por un momento creyó que se trataba de Taehyung y el corazón le saltó de júbilo, pero cuando la silueta de aquel sujeto se acercó más, pudo constatar, gracias a la larga y espesa cabellera oscura, de quien se trataba realmente... ¡Era el rey Jungkook!
Sonrojado de la ira, Hyunjin enfoco de nuevo la mirada, frotándose antes los ojos para constatar que lo que estos le mostraban no era una visión producto de su cansancio. Pero justamente, aquello no era una visión; era una humillante realidad. Jungkook estaba allí, tan certero como él mismo. ¿Entonces lo dicho por Yoongi era cierto? Taehyung lo había capturado. Taehyung y él...
Apretó los puños con fuerza. Era un tonto, un idiota, un niño iluso. ¿Pero acaso no lo sabía ya? El propio Taehyung se lo había dicho en su propia cara miles de veces; le había dicho que estaba enamorado del infeliz ese, del rey Jungkook y él por su maldito orgullo no había sido capaz de aceptarlo.
Ahora veía lo equivocado que estaba. La presencia de Jungkook en aquel sitio le dejaba claro que ya no le quedaba ninguna oportunidad con Taehyung. Podían decirle lo que quisieran pero resultaba muy obvio que no era ningún rehén. Un rehén no se pasearía tan plácidamente por los jardines de su captor ni sonreiría de esa forma mientras acariciaba unas rosas.
Que engañado tenía aquel hombre a su pueblo, pensó Hyunjin en aquel instante. Se mostraba como un dechado de moral y virtud ante ellos cuando no era más que un hipócrita y un traidor a SiKje.
El "Tesoro de SiKje", si. Ya no le quedaba duda de que ese hombre era una total joyita, un prostituto que se acostaba con un extranjero, mientras a su gente le exigía estricta rectitud. Le quedaba muy claro ahora el porqué Taehyung lo había rechazado siempre: era obvio que le importaba poco el corazón de un príncipe cuando el cuerpo de un rey calentaba su cama.
Las lagrimas comenzaron a agolparse en sus ojos y en pocos instantes calentaron sus mejillas. Se las secó con un pliegue de su capa, arrugando el ceño al recordar de donde provenían esas ropas. Pero de inmediato se recompuso y le dio la espalda a su cruda realidad. No quería mirar más hacia atrás. Taehyung había sido su primer amor y lo habia traicionado; así que no merecía que llorara por él. Además, tenía demasiadas cosas por resolver como para perder el tiempo llorando por alguien que no merecía sus lágrimas.
Se perdió así entre los matorrales, y camino sigiloso entre ellos como si fuera un gato. A lo lejos veía ya las caballerizas. Eso significaba que se encontraba ya en los jardines más traseros. Respiró hondo dispuesto a salir, y entonces...
—Vaya, vaya, vaya... pero ¿Qué tenemos aquí? —Hyunjin sintió como un fuerte brazo tiraba de él. De un solo movimiento fue sacado de los matorrales y lo siguiente que vio fue la punta de una filosa daga cerca, muy cerca de su rostro. Sintió unas ganas increíbles de llorar, pero no le salían las lágrimas. Tenía tanto miedo que no podía ni hablar. Entonces alzó la vista lentamente, y sus ojos, se posaron sobre aquel hombre.
Era alto, corpulento y muy atractivo; Tenía cabellos castaños y espesos hasta un poco más arriba de la cintura, revueltos y un poco ondulados en las puntas. Su rostro era de facciones fuertes. Tenía labios delgados, un poco más sobresaliente el inferior, y sus ojos eran tan hermosos como los jades que vendían en el puerto de Jaén.
—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí, muchacho? —le dijo aquel sujeto examinándolo con detenimiento. Lo sostuvo un poco más fuerte al ver que no le respondía y en ese momento la capucha de la capa que el príncipe llevaba resbaló de su cabeza, dejando escapar sus cabellos. A pesar del salitre del mar y de lo enredados que estaban, las hebras resplandecían ante los rayos de luna.
Namjoon miró también esos enormes y asustados ojos que le devolvían el gesto suplicantes... y perdió el aliento.
Nunca había visto a aquel chico antes; de haberlo visto lo recordaría.
Era imposible olvidar tal belleza.
Un rostro como ese no se olvidaba, se quedaba como un tatuaje grabado en la mente con el mismo fuego que desprendían aquellos ojos. Definitivamente nunca lo había visto, pero él sabía que a palacio llegaban esclavos casi todas las semanas, así que era probable que se tratara de un chico nuevo. Sin embargo, tampoco parecía Koryano, al menos no por sus facciones. Aquel chico parecía un Yurchiano de pura cepa; aunque también podía haber nacido en Jaén, donde habitaba una importante población de Yurchianos, la mayoria, administradores de burdeles en el puerto.
—¡Te he preguntado quien eres y qué haces por este lado del palacio! —Tiró de nuevo del muchacho, esta vez sin el filo ameazante de su daga. Al darse cuenta de que el chico se trataba de un doncel había enfundado su arma Pero su clemencia no había sido tan grande como para dejarlo ir tan fácilmente.
Hyunjin volvió a mirarlo. El aliento de ese hombre olía a alcohol y sus ojos podían estar algo rojos por la embriaguez, pero aun así su agarre era firme y su presencia amenazante. Parecía un capataz de los establos por la pinta que llevaba: una camisa amarrada con cordones hacía adelante, desencajada sobre unos pantalones de pana gris oscura y unas botas sucias y altas hasta media rodilla; sobre esto llevaba también un abrigo muy grueso de hilo negro, y la filosa daga en el cinto.
—¿No vas a hablar? ¿Eh? ¿Es que acaso no entiendes hangul? —Esa era una probabilidad, estaba pensando Namjoon. Si el chico era un Yurchiano que había llegado recientemente a Koryo, entonces la posibilidad de que no entendiera la lengua común era alta.
Muchos Yurchianos, los más pobres y olvidados de aquel reino, solo hablaban Céfilus, la lengua original de Yurchen. Pero entonces, cuando empezaba a pensar que estaba en lo correcto, por fin el chico abrió la boca. Dijo algo ininteligible al principio, por culpa de los nervios, pero luego, su segunda frase fue mucho más clara y firme.
—Si hablo hangul y solo estoy perdido ¡Suélteme, por favor!
—¿Crees que soy tonto? —Namjoon lo apretó de nuevo, esta vez acercándolo mucho a su cara. Era obvio que el licor se le estaba volviendo a subir a la cabeza y los labios de aquel doncel no contribuían en ayudarle a mantener el control. —Estabas tratando de ver que podías robar ¿Verdad? A los esclavos novatos siempre les gusta tentar a la suerte, especialmente a los jovencitos.
—¡Yo no soy un ladrón! —Hyunjin se encolerizó. Se arrepintió en el acto de su impulsividad pero no pudo evitarlo. Él era un príncipe y le daba mucha rabia que ese capataz lo estuviera tratando de aquella forma. —Suélteme por favor, señor capataz —susurró entonces más dócil. Sin embargo, al instante, alzó la vista confundido viendo como aquel hombre reía casi a carcajadas.
—¿Capataz? —repitió Namjoon controlando la risa. Ahora no le cabía duda de que aquel chico era nuevo en el palacio. Solo los esclavos más novatos lo confundían al principio con un trabajador más por la forma como casi siempre iba vestido. Divertido por esto consideró que no lo sacaría de su error.
Hyunjin volvió a retorcerse.
—Déjeme ir por favor, ya le he dicho que estaba extraviado.
—¡No! —Namjoon lo volvió a apresar con fuerza. —No hasta que te requise y constate que no te has llevado nada. —Acercó la oreja derecha de Hyunjin hasta su boca y le susurró: —Odio a los ladrones intrusos.
—¡Pero yo no soy un ladrón, ya se lo he dicho! —se volvió a crispar el jaeniano tratando de alejarse. Pero su resistencia no le fue suficiente para evitar que el otro hombre lo acorralara contra un muro y le recorriera integro con sus manos. Finalmente, cuando Namjoon dio con el reloj de cristal que el doncel guardaba entre sus ropas, lo soltó un poco revisando el objeto.
—¡Eso es mío! —chilló Hyunjin, dando un salto para tratar de recuperarlo. Pero Namjoon lo alejó con su mano, examinándolo a la luz de la luna.
—Es cierto, parece que no has mentido —dijo finalmente devolviéndoselo. —Ese cristal Yurchiano, no se consigue en Koryo.
—¿Lo ve? —Hyunjin, indignado, hizo un pucherito que Namjoon consideró tremendamente adorable. De un movimiento volvió a acorralarlo contra el muro y haciéndose con una de las hebras del cabello del chico, comenzó a desenredarla con su dedo.
—Veo que es verdad lo que me dices —le habló acercándose peligrosamente a su cara
—¿Hace cuanto estás en palacio? No te había visto.
Hyunjin respiraba agitadamente; se había quedado estático sin poder entender siquiera sus pensamientos. El aliento de aquel sujeto lo tenía embriagado y su porte tan viril y tan cercano a su cuerpo le causaba un extraño estremecimiento que nunca había sentido antes. Sin embargo, haciendo acopio de todas sus fuerzas respondió.
—Llegué hace unos días a palacio, mi señor. Vengo de Yurchen —mintió.
—¿Y cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Viniste con tu familia? —Namjoon lo volvió a arrinconar con sus preguntas. Pero esta vez Hyunjin solo negó con la cabeza. —¿Te he hecho muchas preguntas, verdad? Lo siento —sonrió el Koryano. Su mano se alzó ligeramente y se llevó hasta la nariz la hebra de cabello que había desenredado con sus dedos. —Eres muy hermoso —le confesó, mirándolo con lascivia.
Hyunjin no tuvo tiempo de replicar nada. Los labios de Namjoon buscaron su boca, y para el doncel aquello fue tan repentino y suave que sin darse cuenta estaba respondiendo al beso. La boca de Namjoon sabía a un extraño licor, fuerte y amargo, que no había probado antes y su cuerpo estaba cálido como un abrigo de terciopelo. Se sentía cómodo entre los brazos que estrechaban su cintura, se le antojaban extrañamente confortables y seguros.
De manera que lo dejó avanzar un poco más.
Después de un rato los labios de Namjoon abandonaron su boca y se desplazaron por su cuello, introdujo una mano entre la capa del doncel y tanteó un pezón por encima de la camisa de dril. Hyunjin dejó escapar un suspiro y su rostro se puso tan rojo como una cereza.
—No... —se quejó con un débil susurro nada convincente, y como respuesta Namjoon volvió a tomar su boca. Hyunjin respondió más ferozmente esta vez. Sus brazos se alzaron y le rodearon el cuello, mientras sus piernas no mostraron resistencia cuando este las separó ubicándose entre ellas.
—Eres un encanto —le susurró el Koryano, buscando de nuevo su cuello. Volvió a tantear con sus manos, esta vez debajo de las ropas del muchacho, sintiendo ahora directamente la erección y la dureza de aquellos pezones junto a la suavidad de una piel que parecía de porcelana.
Pero en ese momento Hyunjin pareció reaccionar. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué permitía tales cosas? ¿Cómo era que estaba permitiendo que ese sucio peón lo tocara de aquella forma? El era de la realeza, un príncipe, un señorito de alto linaje, por sus venas corría sangre azul; era demasiado para permitir que un sucio capataz lo tocase y se extralimitase de aquella forma.
—¡No, sueltame! —dijo esta vez con mayor convicción apartando a Namjoon de un fuerte manotazo.
—¿Pero qué pasa? —Anonadado, el otro hombre intentó sujetarlo de nuevo. Pero Hyunjin alzó rápidamente la rodilla y con fuerza le descargó un golpe en los bajos.
—¡Ay, Diosas! —maldijo Namjoon adolorido, sin poder evitar que el doncel se le escurriera de los brazos. Pero aquel golpe le habia sacado por completo de la embriaguez; así que no sin algo de esfuerzo logró darle alcance antes de que huyera y de una zancadilla logró derribarlo sin mucho esfuerzo.
—¡No, suéltame, suéltame! ¡Por favor! —Hyunjin pataleaba y palmoteaba con violencia hasta que Namjoon sujetó sus dos manos.
—¿Qué rayos te pasa? ¿Por qué has hecho eso? —le riñó, bastante molesto. Sin embargo, viendo que los ojos del chico se aguaban, su rabia comenzó a disolverse. —Tranquilo, no te haré daño. —Su tonó se suavizó perceptiblemente. —Lo vas a disfrutar mucho, te lo juro —le sonrió pícaro.
Pero Hyunjin seguía remilgoso.
—No, no entiendes. No puedo.
—Necesitaras protección dentro de este palacio —Namjoon no pareció escucharlo. De nuevo se acercó a su cuello absorbiendo el olor y el sabor salado que provenía de su piel. Un olor que le hacía olvidar que su capa no olía nada bien. —Te prometo que seré suave contigo aunque no seas virgen. Ningún esclavo lo es, así que ni pienses en mentirme. Pero si prefieres que te trate como a un virginal doncel, lo haré. Además, cuando en palacio se enteren que te he tomado como amante recibirás mejor trato, mejor comida y nadie más te tocará sin mi consentimiento... y créeme, no dejaré que nadie más te toque.
Entonces lo volvió a besar. Hyunjin pareció resignado otra vez y se quedó quieto, perdido de nuevo entre tantas sensaciones. Su razón quedaba completamente anulada ante el toque de aquel hombre, ante su mirada tan profunda como un bosque y su insípida barba de un par de días, que le hacía deliciosas cosquillas en las mejillas.
Suspiró fuerte cuando las manos de Namjoon le alzaron la camisa y acariciaron su ombligo. A pesar de la oscuridad él notó el tatuaje en forma de sol que tenía en torno a este. Sonrió. Pintarse la piel era muy típico de los Jaenianos, incluso entre cortesanos y nobles y aunque ese chico no fuera un noble, su piel era tan suave como la de un principe.
Dejó su boca y besó su ombligo por todo el contorno del tatuaje. Hyunjin dio un respingo pero no se apartó, por el contrario, hundió sus dedos entre los cabellos del supuesto capataz, y gimió cuando su lengua le acarició dentro de este.
Por varios minutos, para ambos, no pareció existir más mundo que sus caricias, ni más sensaciones que las provocadas por sus cuerpos acalorados. Sin embargo, las Diosas parecían tener otros planes para ellos aquella noche, y de un momento a otro la magia se rompió.
—¡Por las Diosas! —Una voz alarmada se alzó por encima de los suspiros de los amantes. Hyunjin y Namjoon se separaron en el acto poniéndose de pie. El primero recomponia sus ropas con prontitud y tuvo la agilidad de subir la capucha de su capa antes que Jungkook lo reconociera.
Jungkook estaba frente a ellos, con el rostro sonrojado y casi tan asustado como los sorprendidos in fraganti. Desvió la vista a un lado antes de siquiera interesarse por reparar en el acompañante del hermano de Taehyung y apenas sus piernas recuperaron el control, se echó a correr con rumbo a su habitación.
Hyunjin aprovechó el momento de confusión e hizo lo mismo. Las Diosas habían castigado su lascivia haciendo que el hombre que más odiaba lo hubiese salvado de cometer una locura. Escuchó que aquel capataz le gritaba que volviera, pero él no hizo caso. Se perdió entre los matorrales con rumbo a las caballerizas y la oscuridad lo protegió.
Namjoon suspiró, pero no tuvo más opción que dejarlo ir. Al día siguiente lo buscaría en los patios y en esa ocasión no se le escaparía. Por lo pronto tenía que ir junto a Jungkook y darle una explicación. No quería tener problemas con Taehyung por algo así. De esta forma se terminó de acomodar la ropa y se sacudió el polvo que había quedado en estas y justo cuando estaba a punto de dar media vuelta y marcharse de alli, el reflejo de algo brillante en el suelo atrajo su atención.
Lentamente se acercó y lo recogió. Una sonrisa asomó a sus labios cuando lo reconoció: era el reloj de cristal de aquel chico. Hyunjin no se había dado cuenta, pero cuando Namjoon le regresó el reloj después de la requisa, se lo había metido en el otro bolsillo de sus pantalones; uno que estaba roto y del cual se le salió cuando echó a correr.
—Vaya, pues va a ser que después de todo si me diste algo tuyo esta noche... —susurró el Koryano, recordando que el chico finalmente no le había dicho su nombre. No había problema, pensó... ya lo averiguaría.
Continuará...
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