Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El aliado desconocido

El embarazo había convertido a Hyunjin en un muchacho increíblemente dócil. Desde que tomara conciencia de su nueva situación y descubriera aquellos terribles sucesos que rodearon su pasado, parecía otro. 

Por fuera seguía siendo el mismo chico estilizado e infantil, ese al cual las hormonas no le habían causado ni el más ligero cambio. Sólo su vientre, ahora del tamaño y la circunferencia de un melón, daba muestra de su estado. Era en él más notoria la gravidez que en Jungkook; tal vez por ser más delgado que éste último.

Se le veía contento a pesar de las circunstancias y los recientes acontecimientos. Pasaba muchas horas en la biblioteca privada del rey Jung Hyung, la cual le gustaba más porque tenía vista a las colinas y mejor iluminación que la de los escribas.

En ella pasaba días enteros leyendo tratados insultantemente voluminosos de medicina antigua y pociones curativas. A veces empezaba su lectura un poco después del alba y sólo volvía al mundo ordinario cuando Seokjin o Namjoon entraban a buscarlo para merendar.

Estaba fascinado con el arte de los sanadores, una magia que parecía más cosa de Diosas que de humanos. Comprender el cuerpo, sus mecanismos y los misterios que éste encerraba era tan apasionante y divertido.

La vida toda era un maravilloso enigma, un acertijo encantador. Sólo había algo que le maravillaba aún más que todo aquello; algo que le estremecía el alma cada vez que lo sentía, y eso era el movimiento de su hijo. Estaba fascinado con la indescriptible sensación que era sentir otra vida creciendo dentro de su cuerpo. Era una sensación que ningún libro podía expresar.

Namjoon, por su parte, estaba más que satisfecho con la conducta de su ahora esposo. Le había sorprendido gratamente verlo aceptar sin rechistar la orden dada por Yoongi sobre bendecir su relación. La mañana de la boda, a pocas horas del matrimonio de Jungkook y Jin Goo, se levantó muy temprano y por primera vez en todos esos días dejó aparte sus estudios para permitirle a sus donceles prepararlo para el ritual.

Resultó ser todo un experto en las tradiciones de su pueblo, pues recitó la oración a Ditzha en Yurchiano antiguo con la misma fluidez y precisión que si lo hubiese hecho en Hangul, y supo hacer con absoluta certeza el nudo del lazo que debía atar en la cintura de Namjoon.

La boda fue sólo una mera formalidad porque desde que se había enterado de su embarazo, Hyunjin se había estado comportando como un fiel y amante esposo. Tanto así, que Namjoon se había quedado congelado la primera vez que le escuchó responderle con un respetuoso: "Si, Namjoon", acompañado de un suave asentimiento de cabeza. No podía recordar ni siquiera cuál había sido su orden, pero aquella respuesta jamás la olvidaría.

Era como si el príncipe hubiera reaccionado a alguna especie de estimulo biológico que le decía que aquel al que tantas veces había mirado por encima del hombro era su marido y como tal le debía respeto.

Tampoco formó algarabia cuando supo que no asistiría a la boda de Jungkook. El pacto hecho con Jimin le impedía salir de Koryo, por lo tanto aguardó las noticias con paciencia y permaneció encerrado junto a sus libros mientras el resto de la familia real se encaminaba con rumbo a Joseon.

Ni siquiera aceptó que Seokjin se quedará acompañándolo. Todo lo contrario. Le pidió medio en broma, medio en serio que asistiera como compañía personal de Namjoon y que impidiera que coquetos cortesanos se le acercaran.

Ya habían pasado dos días y sólo faltaba uno para que finalizaran los banquetes de boda de Jungkook y Jin Goo, y Namjoon y compañía regresarían a palacio. El estudio de la botánica útil para la anestesia lo había mantenido entretenido, aunque no dejaba de preguntarse qué habría pasado en aquellos dos días. ¿Los Yurchianos se habrian presentado? ¿La boda se habría llevado a cabo sin inconvenientes? ¿Yoongi habria asistido?

Agobiado por las dudas, abandonó la biblioteca buscando aire. Además, ya había oscurecido y no le gustaba leer al amparo de velas. Subió las escaleras y llegó hasta la habitación que compartía con Namjoon. Las puertas de la terraza estaban abiertas y, entrando a ella, se posó en el balcón justo en el momento en que se activaban las fuentes.

El agua cristalina subía en un chorro potente para descender luego como una regadera de siete metros de altura. La fuente principal, situada en el centro de una gran alberca, se encendió primero junto con las luces bajo el agua. Luego, las fuentecillas con forma de cabezas de león, que en tierra firme rodeaban la piscina, se activaron con un hermoso efecto dominó. Hyunjin quedó tan admirado que la criatura saltó en su vientre y él sonrió contemplando el espectáculo de la luna en cuarto creciente reflejándose en el estanque junto a las estrellas de una constelación milenaria.

Recordó de inmediato a Namjoon y tembló de deseo. Varias semanas atrás salió con él de paseo y conoció un lugar ubicado a considerable distancia del castillo. Era un lago escondido detrás de un bosque espeso. Entrar era complicado por la abundante maleza, pero una vez allí todo era mágico.

Había escuchado muchas historias Jaenianas sobre monstruos marinos y leyendas del mar, pero ninguna le había maravillado tanto como las historias contadas por Namjoon sobre los espíritus del bosque.

Caminaron un rato por los alrededores, llegando hasta la abadia donde había vivido Jimin durante casi cinco años. Después volvieron al lago y se bañaron desnudos bajo el sol del ocaso. Hicieron el amor dentro del agua y fuera de ella, siendo aquella vez el momento en el que Hyunjin descubrió lo erótico que era el sexo al aire libre.

Volvieron a ir a aquel lago dos días antes de casarse, y ese día durante las pausas del amor, volvió a preguntarle a Namjoon sobre su pasado.

Por un momento, cuando lo vio mirarle serio, creyó que nuevamente se negaria a responderle, como sucedió aquella vez en Jaén, durante el juego donde perdió la voz. Sin embargo, esta vez, dejándose caer sobre sus espaldas, le contó su historia con lujo de detalles.

Recuerdo a recuerdo.

Fue hermoso conocer de sus propios labios aquella historia. Era triste, como lo son todas las bellas historias, pero las Diosas habían querido que así sucediese.

Antes de convertirse en príncipe de Koryo, Namjoon fue un campesino de las llanuras, hijo mayor de un agricultor y un sanador ilegal que sufría constantes persecuciones por parte de los médicos certificados por la corona.

El entonces adolescente odiaba a todos los que consideraran a su mamá un
curandero de poca monta y un vulgar hierbatero, y pensaba que el rey era el responsable de perseguir cruelmente a los médicos que consideraban la medicina a base de plantas más eficaz que la basada en cristales.

La madre de Namjoon fue encarcelado en varias ocasiones, acusado de practicar ilegalmente la medicina. En una ocasión, incluso, un falso testigo lo acusó de crear pociones para abortar. Esa vez estuvo en un juicio encabezado por el mismísimo Duque de Hirtz, el padre de Seokjin, quien en esa época lideraba el gremio médico de la corona Koryana en el ducado de Hirtz.

Namjoon temió de veras por la cabeza de su mamá, pero gracias a Johary las cosas resultaron favorables para su familia, y su mamá junto al entonces duque de Hirtz, terminaron trazando una fuerte amistad que se extendió a sus hijos.

Un año más tarde, cuando por fin el rey había accedido a dar el aval al médico campesino para que practicara su arte sin trabas burocráticas, la muerte sobrevino al humilde hogar en forma de un fuego abrasador que consumió por completo la modesta casita donde vivía la familia.

Namjoon perdió en una noche a sus padres y sus dos hermanos pequeños. El fuego comenzó en los cultivos de arroz, cuando un par de ladronzuelos dejaron caer una antorcha en medio de su fuga. Rápidamente, las llamas se extendieron por toda la plantación hasta alcanzar la vivienda de madera y palma donde la familia dormía.

La habitación de Namjoon estaba sola porque al muchacho le gustaba dormir afuera durante el verano, pero sus padres y sus hermanos, se hallaban dentro de la casa.

A media noche, lo despertó el humo y los gritos de algunos vecinos, a quienes la lumbre fosforescente de las llamas había alarmado. Asustado, intentó entrar por la puerta trasera, la cual no había alcanzado el fuego; sin embargo, una viga ardiendo le cerró el paso.

Se quemó las manos tratando de quitarla de su camino y para cuando vio que aquel esfuerzo era inútil y que era mejor buscar otra entrada, ya estaba rodeado por las llamas.

Se desesperó observando las lenguas de fuego que intentaban enlazarlo y daba un brinco angustiado cada vez que un fogonazo le rozaba. El calor era abrumador y el humo lo enceguecia por completo. Entonces, se dio cuenta que dentro de su hogar no se escuchaban gritos ni golpes, y que sólo el crepitar de las llamas y la algarabía de los vecinos acompañaba los latidos de su corazón martilleando en sus oídos.

Cayó sobre la tierra aturdido de dolor. Aquel silencio en su vivienda sólo podía significar lo peor. Su familia había muerto asfixiada, quizá mucho antes de que él mismo se percatara del incendio. Se tumbó del todo esperando igual destino, aguardando la muerte, pero fue la salvación la que llegó a él en la figura más increíble que se hubiera podido imaginar.

Una ráfaga de viento, creada con la más espectacular bioenergía, rompió las llamas y creó un túnel por el que ingreso su salvador. El hombre, con un brillo sublime dado por el fuego, llegó hasta él, alzándolo en brazos hasta ponerlo a salvo.

Cuando volvió a reaccionar estaba sobre el caballo de su héroe, aferrado a su espalda. Entonces, el rey Jung Hyung giró su rostro sucio de hollín y le miró de pies a cabeza. El general de la guardia real negaba con la cabeza, acostumbrado ya a las acciones temerarias del rey.

Namjoon lo miró estupefacto y éste le correspondió con una mirada inquisidora. El rey tuvo que ver en los ojos del muchacho algo que le agradó, pues no dudó en llevarlo a palacio consigo y nombrarlo a los pocos días hijo por adopción.

El nuevo príncipe, sin embargo, no fue acogido de forma inmediata por la nobleza. El propio Woo Seok, a diferencia de sus hijos, se mostró renuente a aceptarlo en su familia, y no fue hasta que vio al chico por primera vez, con las manos heridas, el cabello chamuscado y esa mirada altiva y sincera, que reconoció en él a un noble innato.

Cuando Namjoon vio a Woo Seok por primera vez, inclinándose respetuosamente, el rey consorte dejó de lado su orgullo y sentándose a su lado lo ayudó a curar sus heridas.

Así fue como se convirtió en un miembro más de la familia real de Koryo. Con el paso de los meses fue sacudiéndose la timidez inicial, mostrando finalmente su carácter curioso y risueño. Hizo gran amistad con Taehyung y le juró una lealtad eterna a Jung Hyung. También amo entrañablemente a Woo Seok, aunque fue Jimin el que más se ganó su corazón.

Desde el instante mismo en que vio al pequeño príncipe, reconoció en él a sus hermanitos perdidos, y por eso le promulgó de inmediato el mismo afecto que había tenido para con sus consanguíneos.

Cuando llegó la adolescencia de Jimin, y con ella los malintencionados rumores de que mantenía una relación licenciosa con su hermano adoptivo, se alejó un poco de él por respeto a su pudor, entablando, casi de inmediato, una relación pública con Seokjin.

El resultado fue el esperado. A los pocos días de haber sido vistos besándose durante una fiesta en palacio, los antiguos rumores se evaporaron como lluvia al sol y la nueva víctima de la comidilla de la corte y el pueblo pasó a ser el actual duque de Hirtz.

Hyunjin suspiró, mirando la noche. Namjoon le había confesado que amó a Seokjin con todo su corazón, y que no lo había usado vilmente para callar los rumores sobre Jimin; sólo había cometido el error de tratar de usar la situación a su favor.

Sin embargo, Seokjin no lo vio así al principio, y al enterarse de aquellos rumores sintió tanta rabia que no dudó en avergonzarlo públicamente, engañándolo con uno de los comandantes del ejército que Namjoon mismo entrenaba.

El asunto llegó a volverse tan escandaloso que Taehyung en persona tomó cartas en el asunto, degradando al uniformado aún en contra de la voluntad de su hermano, e inmediatamente después, redactó una consigna, apoyado por su padre, en la que rompían lazos de amistad con el ducado de Hirtz.

Avergonzado por su tonto y precipitado actuar, Seokjin trató de arreglar las cosas, pero Namjoon ya no le aceptó de vuelta. Tres días después, el médico se marchó a Jaén pues ya no tenía cara para mirar a su padre de nuevo, y allí, en el reino del mar, obtuvo un importante cargo como médico real. El duque trabajaba todavía en palacio a la muerte del rey In Guk, y Hyunjin confió en su palabra cuando éste le dijo que su padre había fallecido por causas naturales de un ataque al corazón.

Yoongi le había dado la misma versión luego de los funerales, pero ya no creía ni una sola palabra de su hermano.

Al caer definitivamente la noche, Hyunjin entró de nuevo a su habitación y encendió un pequeño candil. No quiso llamar a ningún sirviente para que le ayudara a desvestirse, porque prefería estar solo. En momentos como aquellos siempre lo había acompañado la bebida, pero desde que había llegado a Koryo ya no sentía ganas de beber. Parecía como si esas ansias se hubieran quedado en Jaén, reposando junto a sus padres.

Ahora, concentraba sus deseos en otro punto. Se sentía hervir cada vez que pensaba en su esposo, en todas las cosas que le había enseñado en solo unos meses; en la forma como lo poseía, haciéndole sentir como un indefenso pajarillo en las garras de un tigre. Namjoon lo había convertido en hombre, su fiereza natural lo había deshojado como una margarita y le había quebrado la vanidad.

Sin embargo, a pesar de todo, lo que más le hacía sonreír era el gran amor, que sabía que Namjoon sentía por él y por el hijo que esperaban. En las noches, mientras dormía, lo escuchaba hablarle a su vientre y cantarle al ser que aún no nacía.

La criatura parecía responderle, porque se movía con violencia al punto de que algunas noches lograba despertarlo. Hyunjin se quedaba quieto, haciéndose el dormido, mientras sonreía internamente. Le gustaba sentirse amado y atendido, y aunque extrañaba en demasía a su querido hermano tenía que reconocer que en toda su vida nunca había sido tan feliz.

Inmediatamente después del espectáculo de los danzarines, que divirtieron con su baile entre flamas de fuego, el salón quedó en medio de un silencio expectante.

El guardia anunció la entrada de los recién llegados, mientras otros dos más, hacían lo propio abriendo las pesadas puertas.

Jungkook y Jin Goo, desde sus asientos, contuvieron la respiración al ver a los primeros miembros de la comitiva Yurchiana ingresando caballerescos y elegantes, reverenciándolos al tiempo que les ofrecían los regalos.

Uno  de los obsequios era un finísimo collar de oro tejido con una preciosa filigrana que un vasallo acercó hasta el recién casado. Jungkook lo observó con meticulosidad y luego de un breve espacio de tiempo asintió, permitiendo que su criado levantase un poco su cabello y le colocara el obsequio.

Cuando un noble Yurchiano terminó de ennumerar los presentes, los reyes anfitriones agradecieron y los esclavos desocuparon de nuevo la sala. Entonces, el rey de Yurchen apareció en el umbral junto a su misterioso acompañante. Una extraña aura pareció apoderarse del lugar y todo se volvió confuso, cuando del brazo del rey Jin Young vieron entrar a Hyo Seop.

No muchos lograron reconocerlo de inmediato, a causa del olvido dejado por el paso de los años. Sin embargo, debido a todo el tiempo en que había estado visitando a Joseon como sanador de los antiguos reyes, sí fue reconocido con asombro y terror por aquellos nobles que superaban los cuarenta años de edad.

El primer rumor se oyó como un murmullo apagado, pero a medida que el rostro ovalado y hermoso se hacía más visible gracias a la luz de las arañas que colgaban del techo y le iluminaban a su paso, aquello se convirtió en una agitación casi ensordecedora.

 “¡Esto es obra de los demonios!” gritaba la gente “¡Ninguna magia del bien comulga con tamaña aberración!” decían los sacerdotes, “¡Yurchianos brujos!” se atrevieron a murmurar algunos cortesanos.

Jungkook y Jin Goo se pusieron de pie mientras se hacía el caos dentro del salón. Más de uno cayó desmayado al ver a Hyo Seop y Jin Young terminar de recorrer la alfombra que terminaba a los pies del trono. Jungkook se sostuvo de la mano de Jin Goo a pesar de que aquel también temblaba y parecía a punto de desvanecerse. El antiguo regente estaba frio, pálido como nunca antes se le hubiera visto; miraba a Hyo Seop con ojos desorbitados como cuando se mira a la muerte misma.

—Mil felicidades, Sus Majestades —habló Jin Young mirando complacido el efecto de su arribo al llegar acompañado de un “muerto”. —Espero puedan disculpar nuestro retraso.

Jungkook tragó saliva con dificultad y recuperó el aplomo. Soltó la mano de Jin Goo y descendió dos escalones.

—Sean bienvenidos, vecinos de Yurchen. Su Majestad Jin Young, no tenga vergüenza por su llegada a destiempo. Imagino que asesinar inocentes y violar niños le roba mucho tiempo.

Jin Young se crispó por la brutal sinceridad de su homologo, el rey de Joseon. Sabía que aquello no sería una invitación amistosa, pero no esperaba tampoco que dejara ver sus cartas tan pronto. Aún así, recompuso su expresión y esbozó una nueva sonrisa.

—¿Por qué me has invitado aquí, “Tesoro de SiKje”?. No, espera. Creo que será mejor llamarte, “La perra de SiKje”.  —masculló entonces el rey Yurchiano perdiendo las formas. —¡Maldito hipócrita! Te atreves a juzgarme cuando es obvio quién ha traicionado aquí a las Diosas.

Jin Goo intentó intervenir, pero Jungkook lo detuvo con una señal de su mano. Los hombres de la guardia de Joseon desenfundaron sus espadas y los Yurchianos las suyas. Los cortesanos retuvieron la respiración. La hostilidad crecía como crecían las sombras en la noche.

—¡No quiero sangre en mi boda! —habló Jungkook. De inmediato, todos sus hombres se detuvieron.

Los Yurchianos por su parte se mantuvieron a raya también. Un movimiento en falso y todo terminaría en tragedia.

Jin Young sonrió con malicia, y con un gesto ordenó a sus hombres enfundar de nuevo sus armas. Una confrontación no era lo planeado. No quería matar a Jungkook en un vulgar asalto el día de su boda. Pretendía arrinconarlo como a una rata, verlo morir de forma miserable y lleno de ruina; violarlo en el mismo templo donde tanto le oraba a su Diosa.

 Hyo Seop, por su parte, disfrutaba todo aquello como hacía mucho tiempo no gozaba algo. Tantos años en un limbo permanente, donde no había sensaciones de ningún tipo, le habían hecho añorar cualquier tipo de frenesí. Miraba a Jungkook con mucho detenimiento, estudiándolo a profundidad. Se dio cuenta de inmediato de cuán lejos había quedado ese niño asustadizo que lloraba al ver a sus padres moribundos, y que le suplicó tantas veces, con los ojos aguados, una esperanza. Lo que tenía ahora frente a él, era a un hombre decidido, tenaz, agudo y suspicaz. Tenía que andarse con cuidado, pues con apenas una mirada logró darse cuenta de que ese hermoso muchacho había construido su leyenda a base de eficacia y sangre. Jungkook era una leyenda hecha carne, y él debía aplastar esa leyenda.

—No es en vano su leyenda, Majestad… Es usted el hombre más bello que jamás hayan visto mis ojos.

Su voz era igual de serena como solía ser, pensó Jin Goo al oírle hablar por primera vez. Hyo Seop estaba vivo por el poder de la amatista de plata, ahora estaba seguro de eso. Era obvio también que el deseo de Woo Seok, de alguna forma,  lo había revivido. ¿Cómo era posible? ¿Cuál había sido el deseo exacto? ¿Qué había pedido ese doncel para que la amatista le hubiese respondido trayendo de regreso a la vida al hombre que destruyó su matrimonio?

Jin Goo se estremeció.

Todo aquello no tenía ningún sentido, y sin embargo, al mismo tiempo,  todo se empezaba a hilar de forma macabra, como una araña tejiendo su mortal telaraña.

Jungkook miró a Hyo Seop y lo midió de palmo a palmo; justo como media a sus oponentes en la lucha armada. Era muy parecido a su hijo menor, pero mucho más siniestro en presencia. Tenía un aura de maldad innata que le hacía diferente de su hijo, y le atribuía a la vez, un cariz demoniaco, especialmente cuando sonreía. Esa horrible sonrisa que le había mostrado al halagarlo.

—Yo sé qué clase de magia ha logrado esto —dijo entonces señalando a Hyo Seop. Sin embargo, sus ojos no miraban al doncel, tan sólo se concentraban en la expresión de desdén de Jin Young.

—¿En serio? —replicó burlón el rey Yurchiano.

—Sí. Yo he conocido esa magia, la he resguardado por años. Sé que ahora está en poder suyo y por lo tanto usted me la devolverá.

—¿En serio? ¿Y por qué está tan seguro, Majestad? Usted no está en condiciones de exigir nada. —Hyo Seop estaba furioso con su actitud. No le gustaba que ese miserable le ignorara como si él fuese un objeto inexistente.

Jungkook sentía a Hyo Seop como un intruso, como algo que no debía estar respirando; algo sucio y demoníaco a lo cual no quería ni siquiera dirigirse.

—Ustedes nos han robado —intervino Jin Goo colocándose a la altura de su esposo. A diferencia de Jungkook, él no despegaba sus ojos de Hyo Seop. —Esto que hacen es un insulto a las Diosas. Aun están a tiempo de arrepentirse.

Hyo Seop se echo a reír, con ese matiz sarcástico que le imprimía más oscuridad. Jin Goo tembló un poco cuando el doncel  lo miró y se acercó un paso. Era obvio que la situación le divertía horrores.

—Yeo Jin Goo. Mi querido, Jin Goo. ¿Puedo seguir llamándote así o prefieres que ahora me dirija a ti como “Su Majestad”?

Al escuchar sus palabras, Jungkook los miró confundido. ¿Por qué trataba a Jin Goo con esa confianza? Era consciente de que durante su regencia, ese par se habían conocido, pero nunca pensó que hubiesen sido tan cercanos.

—Una vez, pagaste con tu vida tu ambición, —susurró Jin Goo sobresaltado. Sus ojos estaban llenos de una terrible desazón. —No cometas el mismo error esta vez.

—Es raro que seas precisamente tú quien me diga eso —replicó Hyo Seop, volviendo a sonreír. —Qué bueno que volví a la vida porque siempre he tenido una duda, ¿sabes?

—¡¿Y cuál sería esa duda?! ¡¿Te preguntas acaso cuan miserable, puto y ruin se puede llegar a ser?! ¡¿Es esa acaso tu duda, maldito infeliz?!

Todos los rostros viraron hacia la voz que acababa de insultar a Hyo Seop. La silueta, delicada y esbelta, se movió entre la multitud, avanzando sin prisa. Finalmente, cuando el hombre salió y se colocó frente al trono, a varios metros de distancia de los Yurchianos, todo el mundo pudo ver que se trataba de Woo Seok, el rey consorte de Koryo.

Parecía como si los años no le hubiesen  pasado, porque lucía tan joven y  bello como Hyo Seop lo recordaba. Ya no era el muchacho alegre con el que se topaba en los bailes o alguna que otra asamblea de estado, sin embargo, todo el dolor y madurez que emanaban de su persona, le hacían ver maravillosamente majestuoso.

—Woo Seok —sonrió Hyo Seop olvidándose por un momento de Jin Goo.
—Quiero darle las gracias Majestad. ¿Qué fue lo que pidió a la amatista de plata para qué esa piedra me devolviera a la vida?

Woo Seok no respondió, pero en ese momento deseó con todas sus fuerzas escupir a ese miserable, matarlo. A pesar de ello se controló porque su rabia iba mucho más allá de satisfacer un simple impulso. Al parecer, el destino y la amatista de plata le habían dado la oportunidad de vengarse de los dos seres que le traicionaron, y ambos pagarían.

Tal parecía que la amatista de plata consideraba que, de alguna forma, el regresar a Hyo Seop a la vida suponía, el  sufrimiento de Jung Hyung, y por tanto su venganza. Woo Seok lo entendió así y lo aceptó con apenas verlo. La visión de ese hombre le produjo un impacto brutal, pero instantes después fue cómo si una suerte de sabiduría le ayudara a comprender que así era como el destino tenía dispuesta su venganza y ello lo consoló. Se dispuso entonces a esperar por lo que sucedería, aunque eso supusiera tener que ver a ese miserable con vida.

No había revivido a Hyo Seop por su voluntad, sólo había respondido “Sí” cuando SiKje le preguntó si quería su venganza al costo que fuese. Por su mente jamás había pasado la idea de traer de vuelta al mundo de los vivos al antiguo amante de su marido. Pero las Diosas lo habían querido así o mejor dicho, “La amatista de plata”.

—Su Majestad Jungkook —Woo Seok se inclinó, ignorando del todo a Hyo Seop. —Yo usé la amatista de plata y mi deseo hizo posible que esta aberración sucediera; hizo posible que este hombre, que estaba ya lejos de nuestro mundo, volviera a él. Debería estar arrepentido por esto, pero no lo estoy.

 Jungkook lo observó por varios instantes y lo reparó a detalle. Luego,  descendiendo los últimos peldaños de las escalinatas del trono, llegó hasta donde éste se encontraba y lo tomó de las manos, conduciéndolo hasta el trono. Para él no era un secreto que Woo Seok había usado la joya, aunque no sabía exactamente con qué propósito. Ahora, en los ojos de ese hombre desesperado y lleno de dolor, no encontraba intenciones perversas como en Hyo Seop, más bien lo que veía era una profunda tristeza. Sintió que al igual que él, sólo había sido objeto del juego de las Diosas.

—La amatista de plata es un objeto peligroso, cumple los deseos de las personas de formas misteriosas.

—Ya lo sabré yo —contestó Woo Seok. —Le pedí venganza y la amatista trajo de vuelta a mi enemigo. Ahora sé que mi deseo será cumplido sin importar cómo.

—En ese caso que así sea y en lo posible, yo ayudaré ¡Tráiganla! —Jungkook exclamó la orden a sus sirvientes y casi al instante, dos esclavos  se apresuraron a empujar la mesa que sostenía la vasija.

—Yo también les tengo un regalo.

La multitud de invitados avanzó formando un círculo más estrecho alrededor de los reyes de Joseon, Koryo y Yurchen. Uno de los esclavos metió ambas manos en la vasija de barro y extrajo lo que en ella se hallaba.

Woo Seok escondió su rostro en la espalda de Jin Goo, por ser éste el varón que más cerca se hallaba. Namjoon, Seokjin y Van Zhann, en primera línea del círculo, se estremecieron también. A Hyo Seop y Jin Young se les descompuso el rostro. El resto de la corte gritó con alarma.

Colocaron aquello en una bandeja de plata. La piel estaba marchita y verdosa, los ojos desorbitados, mostraban la agonía terrible de una muerte dolorosa, pero pese al estado del cadáver, se podía reconocer de quien pertenecía dicha cabeza. Los cabellos seguían fuertemente adheridos al cráneo y las facciones estaban conservadas.

El horrible obsequio, colocado sobre una bandeja de plata, era la cabeza de alguno de los príncipes gemelos del desaparecido reino de Kaesong. Hyo Seop y Jin Young estaban seguros de que se trataba de Hyung Sik. Jungkook y Jin Goo también lo estaban. El resto de los presentes no tenía forma de saberlo.

—Así terminan mis enemigos.

 —El libro… Hyung Sik… él era el único que sabía dónde está. ¡Eres un maldito! —Hyo Seop estaba al borde del colapso. Sin él, el hallazgo del libro de las Diosas era prácticamente imposible. Ni siquiera siete vidas le alcanzarían para encontrarlo.

El ataque no tomó por sorpresa a Jungkook, incluso antes de que Jin Goo o sus hombres reaccionaran, él ya tenía la punta de su espada punzando sobre la garganta del Yurchiano. Sus ojos lo miraban con la más terrible de las iras. Algunas voces pidieron que le degollara allí mismo, que acabara con aquel sacrilegio viviente; pero hizo oídos sordos y de un solo movimiento retiró el arma.

—Veo que la muerte de su antiguo prisionero le ha afectado mucho, ¿Se puede saber por qué? —preguntó con una sonrisa. —Aunque una cosa le diré antes de que conteste. Si me juzga tan tonto como para creer que no lo sé, entonces no es usted el astuto hombre por quién lo tomé —remató abrochándose la capa que el ágil movimiento de esgrima le había hecho resbalar de los hombros. Al instante, la expresión de Hyo Seop cambió; su mirada se tornó precavida, recelosa.

— Blisferius SiKje (Alabada SiKje), creo que, en efecto, he atinado.

 Muy complacido por lo logrado, Jungkook se retiró un poco y Jin Goo se acercó en su lugar, dejando a Woo Seok más tranquilo. Se dirigió a Hyo Seop, esta vez sin temor, y le habló claro desde el principio. Era hora de negociar.

—La magia que te trajo a la vida a cambio del libro. Tú nos das la amatista de plata y nosotros te entregamos el libro de las Diosas.

—¿Se han vuelto locos?

Jin Young miró a Hyo Seop. A él no le importaba en lo absoluto el dichoso libro de las Diosas, lo que sí tenía claro era que no iba a entregar la amatista de plata por nada del mundo. Planeaba usar la joya de los deseos, como solía llamarla,  para convertirse en monarca absoluto de todos los reinos y lo que pasara con los demás no le importaba en lo absoluto. Estaba convencido de tener en su poder la amatista real, y no la burda falsificación, que en realidad tenía.

Hyo Seop, por su parte, estaba entre la espada y la pared. Si consentía el intercambio de la amatista, perdería el apoyo de Jin Young y por ende, de toda Yurchen, pero de no aceptar el trato nunca obtendría el libro.

Su encrucijada era terrible y Jungkook lo sabía. Los ojos del “Tesoro de SiKje” lo miraban ahora, con absoluta superioridad. Odio esa mirada y quiso arrancar esos ojos de sus cuencas. Jungkook era más terrible de lo que había escuchado, y ahora lo sabía.

Pero el destino podía ser tan mezquino como dadivoso, y en esta ocasión, pese a tener todo en contra, el destino decidió ser dadivoso con Hyo Seop. Su terrible encrucijada terminó cuando un horrible alarido sacudió el salón, y de repente, en contra de la voluntad de Jungkook acerca de no querer sangre el día de su boda, el primer muerto cayó.

La cabeza de uno de los guardias rodó por los suelos y el chillido de un doncel atrajo la atención de todos.

Como un enjambre de langostas aparecieron en escena hombres cubiertos de pies a cabeza con mantos que protegían sus identidades. Los intrusos salieron a borbotones de los pasajes secretos de la cámara, por detrás de falsas paredes, y atacaron sin piedad a todo aquel que se atreviera a retarlos.

El pánico se expandió rápidamente.

Hyo Seop y Jin Young fueron rodeados por sus hombres mientras Jungkook, Jin Goo y Woo Seok  subían hasta el trono. Desde allí, los tres hombres observaron a la multitud correr despavorida, agolpándose en la puerta que había sido cerrada desde afuera.

Jungkook pensó que todo aquello debía ser un truco de los Yurchianos, pero aquella idea se desvaneció al ver como éstos eran justamente a quienes los intrusos atacaban. Los destripaban sin piedad, con placer. Algunos de los encapuchados conservaban un pedazo de cabello o les extraían un ojo como trofeo en medio de alaridos de triunfo.

Pero todo ese baño de sangre no fue lo peor. En medio de la algarabía, Jin Young perdió el control. Se convenció de que había caído en una trampa y su sangre febril exigió venganza.

 — ¡Asesinen al rey de Joseon! —explotó con un jadeo de ira. —¡Tráiganme su cabeza! —ordenó a sus hombres.

Los soldados no dudaron en obedecer. Estaban reducidos en número y si se retiraban su rey quedaría indefenso en medio de los enemigos. Pero Jin Young volvió a exigirles la cabeza de Jungkook y entonces doce de sus mejores guardias partieron a satisfacer la petición.

—Parecen estar de nuestro lado —concluyó Jungkook en ese mismo momento, examinando la batalla.
—¿Quienes podrán ser? — preguntó sin notar aún que los hombres de Jin Young se acercaban con toda intención de decapitarlo.

Jin Goo se encogió de hombros. Realmente no tenía claro de quiénes podía tratarse, aunque sí tenía sus sospechas. Sabía que habían facciones armadas de soldados Koryanos que se habían empezado a levantar en contra de la invasión a Kaesong, aunque no sabía a ciencia cierta si alguna de esas facciones estaba siendo liderada por el príncipe Hyung Nil en persona.

Reflexionaba sobre ello cuando dos hombres armados del ejército Yurchiano los atacaron de improviso, tratando de lastimar a Jungkook a toda costa. Los vio de reojo cuando entraban por el flanco derecho, aprovechando que el rey les daba la espalda. Reaccionó rápido, logrando detener a uno de los sujetos con un golpe seco que lo tumbó de bruces en el suelo. El soldado se recompuso con agilidad y retomó la lucha mientras el otro se apresuraba en atacar a Jungkook y Woo Seok.

Jin Goo casi grita de horror al ver la espada del soldado levantarse en el aire, para luego dejarse caer con un golpe seco sobre Jungkook, pero al instante, suspiró aliviado cuando vio la barrera que Woo Seok colocó en medio de ellos.

El soldado Yurchiano voló por los aires a causa de la poderosa defensa de la barrera bioenergética, mientras Jungkook y Woo Seok sonreían satisfechos.

—Gracias, Majestad —agradeció Jungkook sonriendo. —Me ha salvado la vida.

—No solo a ti, también a mi nieto, no tengo ninguna duda de que ese bebé en tu vientre es hijo de Taehyung. —respondió el Koryano devolviendo la sonrisa.

Los donceles se abrazaron justo en el momento en que la voz ansiosa de Namjoon comenzó a llamarlos a gritos mientras con uno de sus brazos sostenía a Seokjin. El médico sangraba copiosamente por una herida en su costado izquierdo. Jungkook hizo un gesto a Woo Seok y lo apuró a marcharse junto a su hijo. Los vio por última vez mientras escapaban, deslizándose por uno de los pocos pasajes que aún eran seguros, y rogó a las Diosas porque lograran llegar sanos y salvos al exterior.

—SiKje, protégelos —dijo justo en el momento en que otro soldado Yurchiano, logrando burlar a sus hombres, se le acercó y lo atacó.

El tipo era un buen espadachín, pero aun así logró mantenerlo más a la defensiva que a la ofensiva por un buen rato. Se empezaban a agotar cuando el Yurchiano, al intentar adelantar dos pasos y sorprenderlo por arriba, descuidó el lado izquierdo de su pecho, y entonces él, frio y preciso como siempre, se lo atravesó sin contemplaciones.

El cuerpo cayó pesadamente bajo su mirada inexpresiva, justo en el instante en que una ráfaga de viento le movió la capa. Volteó rápidamente, pero sólo alcanzó a ver el destello encandilador de un metal que se dirigía a su cuello. Cerró los ojos como acto reflejo. Ni siquiera pensó en la muerte, pues todo aquello fue tan rápido que no le dejó tiempo a pensar en nada en lo absoluto.

Algunos segundos después, al abrir de nuevo sus ojos y ver que uno de esos hombres misteriosos y arropados por completo se encontraba frente a él, reaccionó. El sujeto lo protegía, interponiendo su espada contra la del soldado Yurchiano, impidiendo el ataque. Jungkook pestañeó incrédulo. Estaba anonadado. Por apenas algunas fracciones de segundo, ese sujeto le había salvado la vida.

Asombrado, vio entonces a su misterioso salvador intercambiar magistrales estocadas que terminaron en una apresurada victoria a su favor. Luego de esto, el hombre, se volvió a mirarlo y él, apretando su espada, se colocó en posición de combate.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué nos ayudan? ¿Quién los ha enviado? —preguntó atropelladamente pero con voz firme.

Como respuesta, el sujeto, que no dejaba de mirarlo con intensidad, y sin importarle su defensa, avanzó con la espada en su mano, y al llegar a su altura estiró su diestra, acariciándole con suavidad el vientre.

Jungkook abrió los ojos, estupefacto, y retuvo el aliento cuando los ojos de aquel hombre lo miraron con lo que parecía ser un profundo cariño. El tiempo pareció congelarse y los sonidos alrededor se hicieron lejanos.

—¡No lo toques, desgraciado! —exclamó Jin Goo de repente, rompiendo la magia. Tanto Jungkook como el otro sujeto parecieron reaccionar y voltearon a mirarle. Jin Goo apartó a su esposo. Entonces, un resplandor cayó sobre sus ojos y un brillo muy agudo los cegó por varios instantes. Cuando volvieron a recuperar la visión, el misterioso hombre había desaparecido.

Jin Young no fue consciente del grave error que había cometido hasta que vio ese par de ojos enloquecidos mirándolo con rencor, y sintió esa mano rasposa como garra, levantándolo hasta estrujarlo contra la pared.

El rey Yurchiano conocía el odio, la rabia, el rencor; los conocía tan bien que no necesitó traducir las palabras en lengua extranjera dichas por su agresor, para saber que éste lo estaba maldiciendo. Con horror miró hacia ambos lados sólo para darse cuenta de que los pocos hombres que aún no habían caido derrotados por los misteriosos enemigos, estaban ocupados dando batalla a varios metros de él.

—Te llegó la hora, miserable asesino —le amenazó el hombre esta vez en Hangul.

La mano del sujeto se cerró aun más contra la tráquea de Jin Young. Al rey le costaba respirar y empezó a sentirse mareado. Temblando de terror vio cómo su atacante sacó una navaja brillante y filosa y la acercó a su rostro.

En ese mismo momento, Hyo Seop apareció tras la espalda del misterioso agresor y lo miró. Jin Young se revolvió con un gruñido ahogado y con una mirada de pavor le suplicó ayuda, pero lo único que recibió por respuesta fue una sonrisa retorcida y maquiavélica, acompañada de un gesto de despedida con la mano.

Después de ver como el asesino de su pueblo se desangraba ante él, Hyung Nil se topó de frente con Hyo Seop. El hombre parecía estar disfrutando de la muerte del rey Yurchiano, pues no sólo no había movido un solo dedo en ayudarle, sino que además no ocultaba su sonrisa de satisfacción.

Hyung Nil sintió miedo al verle. Ese hombre, hermoso y siniestro, era casi un demonio; uno de los más crueles y perversos. De repente, todas sus horribles visiones, llegaron como un relámpago, y preso de un pavor incalculable intentó atacarle. Fue una mala idea porque en su defensa, Hyo Seop convocó su magia y le detuvo con un hechizo prohibido.

Hyung Nil cayó al suelo aullando de dolor. Rápidamente se examinó, dándose cuenta de que estaba cubierto de llagas. Se quító el manto buscando alivio del dolor y entonces Hyo Seop, lo tomó y se camufló entre los hombres encapuchados, huyendo presuroso.

A los pocos minutos, Taehyung llegó hasta su lado y lo ayudó a incorporarse. Usando de nuevo el truco bionergetico para cegar a sus oponentes, el Koryano convocó una luz brillante e intensa que dejó momentáneamente ciegos a todos los presentes, permitiéndoles huir.

Todo aquello había salido a medias. Si bien habían logrado asesinar al desgraciado del rey Yurchiano, el otro enemigo, había escapado y Hyung Nil estaba mal herido.

Taehyung no podía creer que Hyo Seop estuviera vivo, y que su mamá fuera el responsable de ello. Lo había visto y oído todo desde su escondite, mientras esperaba el momento del ataque.

Había sido él quien planeara todo aquello, junto a un grupo de soldados Koryanos, enviados por Namjoon, pues en sus épocas de espionaje a  Jungkook se había aprendido de memoria la ubicación de cada pedazo de piedra de ese castillo. Ahora se sentía impotente y con un gran desasosiego. Había cosas que hubiese preferido no saber nunca.

Tenía miedo; uno que no se podía comparar a ningún otro miedo que hubiera sentido antes. Un ser tan poderoso como Hyo Seop iba a ser difícil de vencer, y ahora más, después de haber sido humillado y retado.

Ahora las visiones de Hyung Nil si coincidían.

Ahora el ser sin rostro que el príncipe de la desaparecida  Kaesong, decía haber visto durante sus delirios místicos tenía identidad y lo peor de todo aquello era que él sabía que el objetivo primordial de ese ambicioso y vil ser, era su amado tesoro y por ende, su pequeño e indefenso hijo aún no nacido.

Poco a poco la calma se apoderó de nuevo del salón del trono de Joseon. Una vez desvanecido por completo el molesto brillo producido por el truco de Taehyung, los pocos Yurchianos que seguían con vida fueron reducidos sin problema.

De los hombres encapuchados, sin embargo, no quedaba ni el rastro, y la mayor parte de los nobles que no habían alcanzado a huir, sólo se habían llevado un gran susto. Algunos pocos, que resultaron heridos por accidente, fueron atendidos de inmediato por los médicos de palacio, y enseguida se decretó un toque de queda para los días siguientes.

El castillo fue registrado palmo a palmo, pero no se encontró rastro de Hyo Seop ni de los hombres misteriosos. Woo Seok y los demás escribieron de inmediato una vez llegaron a Koryo. Por fortuna, la herida de Seokjin no había sido muy profunda y Hyunjin había logrado curarla fácilmente.

A la mañana siguiente, como un gesto de gallardia, Jungkook mandó el cadáver de Jin Young en compañía de los Yurchianos que fueron apresados y por unas semanas reinó una tensa calma. En los momentos de descanso, sin embargo, Jungkook salía un rato a los jardines a tomar aire fresco y a pensar en ese aliado desconocido, cuyos ojos amables lo veían con amor y le había salvado la vida.

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro