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Capítulo Final: El verdadero enigma de la vida

Esta noche bailaremos como si no existiera un mañana....   

Varios días más tarde desde la terraza de su habitación, Jungkook miró el movimiento en los patios de armas. Los soldados se preparaban para la batalla donde pretendían expulsar a los pocos Yurchianos restantes, de todas las aldeas que aún siguieran en poder de estos.

Con el nacimiento de Yeonyun y la reaparición de Taehyung, la tensión entre Koryo y Joseon se había roto por completo y los ejércitos ahora eran de nuevo una sola alianza contra Yurchen.

Jimin había escuchado a su hermano y los ojos de su sobrino lo hicieron recapacitar. No confiaba del todo en Jungkook, pero Hyung Nil le había advertido que ya no debía irse más en su contra y él le creía. Después de lo acontecido con Hyunjin ya no se atrevia a dudar de las profecías del oráculo de Kaesong.

Suspirando, Jungkook miró el cielo con la luna nueva en lo alto, luego miró la cama donde Taehyung dormía y sonrió con tristeza.

No había podido escapar de su destino... nadie podía.

Haber roto su promesa había sumido los cinco reinos en la desgracia, le había hecho descubrir la horrible verdad sobre lo que realmente era y había acabado con la vida de muchos inocentes. Aunque no lo quisiera aceptar, lo que decían los sacerdotes de SiKje era verdad: nadie puede mirar dos caminos ni pretender caminar por dos sendas opuestas. El ser humano sólo tiene un corazón en el pecho y por lo tanto no puede vivir dos vidas.

En eso pensaba cuando Taehyung despertó. Su príncipe, su amor, caminó hasta él tirándose a sus pies para aferrarlo por la cintura. Aún desconocía el por qué, pero durante el transcurso de esos últimos días, no había dejado de tener aquel horrible presentimiento y esa noche queria detener el tiempo, hacer que el tic tac del reloj dejara de correr, que la luna reinara para siempre y que jamás amaneciera.

—No me dijes nunca, tesoro —sollozó a los pies de Jungkook, ahogado en lágrimas. El rey lo puso en pie tomándolo entre sus brazos y sin más esperas lo besó; le absorbió el aliento rodeándolo con sus brazos en una intimidad perfecta y sublime. Taehyung cerró sus ojos y lloró con fuerza. Ahora lo sabía con certeza: aquella sería su última noche juntos, sin embargo, lucharía hasta el final porque no fuese así, aunque algo en su interior le gritara que no ganaría esa pelea y la felicidad se escaparía de sus manos como si fuese arena y su tesoro se iría para siempre lejos de él.

Sonrió en medio del beso a pesar de su sufrimiento. Acababa de descubrir que Jungkook era tan testarudo como las rosas negras, aquellas que crecían cuando querían, donde querían y bajo las manos de quien querían, eran como las Diosas, dueñas de su propio destino.

—Quédate conmigo esta noche —pidió luego en un susurro casi agónico.
—Bailemos como si no existiera un mañana.

—¡Oh, Taehyung!

—¡Qué nada nos detenga esta noche! —insistió el Koryano —¡Qué por hoy nada esté prohibido!

—Amor de mi vida, —Jungkook suspiró. —Esta noche bailaremos sin que importe nada —aceptó, —esta noche te doy toda mi vida, esta noche tú serás el Dios y yo tu esclavo.

Y diciendo esto se amaron en medio de la oscuridad con besos ansiosos y caricias desmedidas, con los labios de Taehyung marcando cada poro del cuerpo de Jungkook a fuego lento. Cuando despuntara el sol volverían a ser esclavos de la vida pero por esa noche no. ¡Solo por esa noche serían libres! Dueños de sus actos y de su destino, regidores de sus vidas, sólo por esa noche no habrían guerras, ni reinos, ni Diosas. Solo por esa noche...

—Hazme tuyo, mi príncipe —pidió Jungkook al tirarse sobre las baldosas del balcón, con su cuerpo completamente desnudo. El frío infinito del ambiente parecía inasequible a su piel en esos momentos en los que ardía de pasión. Taehyung se arrojó entonces sobre él sin más dilaciones.

—¡Te adoro, mi tesoro! —le dijo antes de ubicarse entre sus piernas y hundirse en su cálido interior. Despacio lo arropó con el manto con que se cubría, quedando ambos cobijados por la gruesa tela.

Fue así como sólo al despuntar el alba dejaron de amarse.

Cuando los rayos de sol golpearon su cara, Taehyung despertó, dándose cuenta de que aún yacía desnudo en el balcón. No entendía cómo rayos había podido quedarse dormido en aquel lugar, sin ropa y ahora despertaba solo... ¡Solo!

Se estremeció buscando a Jungkook por todos lados. No estaba en la habitación ni tampoco con los soldados. El pequeño Yeonyun estaba bajo el cuidado de su doncel de crianza. Salió de su habitación en dirección a la de su hermano, pero Jimin tampoco sabía dónde estaba el rey.

—La última vez que lo ví, estaba junto a Hyung Nil. Conversaban sobre algo que no escuché, pero probablemente era acerca de nuestro viaje a Chigar —le dijo mientras alistaba su caballo. En pocos minutos partirían hacia aquella aldea, una de las últimas que faltaba por ser liberada y donde se rumoraba que se escondía Hyo Seop.

—¿Chigar? —repitió Taehyung casi para sí mismo, mientras miraba cómo se enfilaban las tropas para ir a la batalla.

Jimin asintió y miró a su hermano mientras acomodaba bien su montura, subiendo a ésta. Nuevamente sería el responsable de conducir los hilos del destino, aunque esta vez lo haría con plena conciencia. Hyung Nil ya le había contado su ultima visión y no podían fallar.

—¿Quieres venir? —preguntó entonces ofreciendo un caballo a Taehyung; éste lo miró por un par de instantes y enseguida confirmó su presentimiento.

—¡Tú sabes algo! ¿Qué es lo que sabes, Jimin? ¡Dímelo!

—¡Lo mismo que sabes tú y que no quieres aceptar! —le respondió el menor de sus hermanos bajando del caballo pues Taehyung tironeaba de él como un loco. —Escucha, hermano —pidió tomándolo de las solapas de su uniforme. —El rey Jungkook fue tu perdición y fue la perdición de muchos y él sabe que debe pagar por ello.

—¡No es cierto! ¡Jungkook no es el culpable de nada! Sólo fue una víctima más. ¡Dime dónde esta, Jimin! ¡Dímelo!

—¡Está bien! ¡Vamos!

Jimin volvió a su caballo esperando a que Taehyung se hiciera con otro. Cuando las tropas empezaron el desfile, ellos tomaron sus posiciones y partieron junto a los soldados. A Taehyung le temblaba todo el cuerpo. Aquel presentimiento, aquella zozobra era cada vez más intensa y difícil de soportar. Era verídico... el aire olía a fatalidad y a muerte.

La batalla en Chigar fue quizás la más impresionante que se hubiera peleado en esta guerra.

La escarpada montaña que colindaba la aldea se convirtió en la guarida de los enemigos y en la planicie se veía un tapiz de cuerpos que empezaban a entorpecer el paso.

Jungkook se encontraba liderando una de las tropas que buscaban a Hyo Seop. Sabía que esa rata infeliz lo estaba buscando y aquella sería la última noche de luna nueva y si la desperdiciaba no tendría más oportunidad para realizar aquel ritual que le devolvería su divinidad.

“¡Era perfecto!” pensó mientras escribía aquella nota desde su carpa.

Su ejército había recuperado casi toda la aldea y la resistencia Yurchiana que aún permanecía en pie podría ser sometida en cuestión de horas. Era por eso que los líderes de las tropas armadas que lo acompañaban no podían entender su repentina resolución de negociar con Hyo Seop. No entendían por qué su rey intentaba hacer un trueque con el enemigo si ya prácticamente lo tenía en sus manos.

—Mi señor, perdone mi atrevimiento, —dijo en ese momento uno de los jefes de la guardia. —Sé que no me está bien dado cuestionar sus resoluciones, pero no entiendo por qué vamos a pactar con esos canallas. Con nuestros hombres es seguro que para mañana a esta hora ya habremos acabado con todos los Yurchianos. ¿No confía en nosotros, mi señor?

—Es cierto —anotó otro de los soldados de menor rango. —Mi Señor, denos la oportunidad de demostrarle que esta vez no van a vencernos. No lo desfraudaremos.

—No. —Jungkook se puso de pie calmadamente. Era verdad, nadie tenía por qué cuestionar sus decisiones.
—Mi enmienda está escrita ya —apuntó sellando el sobre lacrado que amarró al cuello de uno de los Yurchianos apresados. —Yo subiré a la montaña si Hyo Seop retira a sus hombres por completo de nuestro territorio. Ese es el trato que hare con él. —culminó con absoluta seriedad.

—Pero, Mi Señor...

—Voy a subir a la montaña a ver a Hyo Seop y nadie me seguirá —continuó diciendo como si la voz del jefe de guardia no llegara a sus oídos. —¿Me han entendido? Es una orden.

—Lo hemos entendido, mi señor.

A regañadientes sus hombres asintieron. Todos ellos rogaban a todas las Diosas porque el príncipe  Taehyung llegara a tiempo y lograra detener ese desastre. A pesar de que se empezaba a sospechar que aquel príncipe extranjero era realmente el verdadero padre del príncipe Yeonyun y que sostenía una relación amorosa con el rey, el ejército lo admiraba.
Taehyung los había guiado y ayudado en las épocas en que se movía de incognito y era un hombre de valor. Ningún soldado olvidaría el nombre de Yeo Jin Goo, ni el gran respeto que le tenían, pero el príncipe  Taehyung también era un gran hombre que se había ganado a pulso la admiración y el respeto de todo Joseon.

—Se hará como usted diga, Mi Señor. Prepararemos su caballo —aceptó finalmente el jefe de la guardia postrándose con respeto ante su rey. —Usted subirá a la montaña apenas los Yurchianos se empiecen a retirar. Nadie lo seguirá ni se lo impedirá.

Jungkook asintió complacido y salió fuera de la carpa y miró hacia la montaña. Era una cumbre alta coronada de nieve, grandiosa y sublime. El lugar perfecto para morir.

No quería sentir miedo pero lo sentía. La cadena de probabilidades que regía el destino de los humanos parecia tan frágil pero realmente no lo era. La vida humana y el destino eran tan exactos como el algebra y la aritmética. No había posibilidades de error, nо  habían directrices falsas. Todo se trazaba en un único y determinado esquema asquerosamente milimétrico y espeluznantemente exacto. Las estrellas se movian en constantes únicas y bien definidas y los humanos estaban irremediablemente unidos a los hilos de su destino.

Acongojado de pena y sufrimiento, pensando en que ni siquiera por haber sido antes un ser divino, podía escapar de las temibles fauces del matemático universo, tomó su caballo y se apresuró en partir una vez que empezó a ver cómo los Yurchianos empezaban a abandonar la batalla y a replegarse en las laderas. Sabía que tenían órdenes de no lastimarlo puesto que Hyo Seop lo necesitaba vivo para realizar el ritual, así que no tuvo miedo una vez alcanzó la falda de la montaña.

Sonrió.

Tal vez iba a morir pero antes arruinaría los planes de ese desgraciado. No había nada más bello que morir matando y él moriría así. Quizás no pudiese matar a Hyo Seop pues parecía que por efecto de la  extraña magia de la amatista, aquel hombre poseía vida eterna. Sin embargo, arruinar sus planes significaban matarlo en vida y eso era más magnifico, aún más sublime, casi no podía esperar de la emoción.

En eso pensaba mientras comenzaba a hacer el ascenso por la montaña. Llegaría justo con la salida de la luna, la última luna que vería siendo Jungkook.

Hyo Seop se volvió loco de dicha al recibir aquel mensaje. ¡El mismísimo rey Jungkook iría hasta él! No tenía necesidad de ir a buscarlo ni traerlo por la fuerza, él mismo se presentaría. Seguramente estaba lleno de miedo al saberlo inmortal, sabiendo que hiciera lo que hiciera no podría contra él.

Por eso aceptó sacar a sus hombres de Joseon. No le interesaba un reino, por más magnifico que fuese, cuando la oportunidad de convertirse en un Dios estaba tan cerca de sus manos. Pronto su sueño sería una realidad y Jungkook estaría muerto. ¡Era increíble!

El tesoro de SiKje sería muerto como un cordero en sacrificio, su sangre sería el canal que lo conduciría a la divinidad y el hombre que había sido leyenda moriría como lo que realmente había sido siempre: una miserable ofrenda a las Diosas.

Estaba realmente feliz.

El sol comenzaba a ocultarse en el firmamento y el ocaso rondaba en el ambiente. Sería solo cuestión de horas para que Jungkook estuviera frente a él, sólo cuestión de horas para dejar de ser un insignificante y estúpido humano y convertirse en todo un Dios, en sólo cuestión de horas tendría la tan anhelada divinidad.

El ascenso por la escarpada montaña no fue tan difícil como pensó. Tal vez era su corazón nervioso y abrumado que no le dejaba sentir más sufrimiento que los que ya le acosaban, o tal vez fue lucero negro que ese día había decidió galopar mas suavemente y sin tanta prisa. Quizás el propio corcel sentía la desgracia de su amo y pretendía retrasarla todo lo que le fuera posible. Sin embargo, eso no ayudaba a Jungkook para nada; el realmente quería terminar con todo aquello lo antes posible. Ya no resistía más. ¡Ya queria que acabara!

Finalmente su deseo se cumplió. La tienda de Hyo Seop se abrió ante sus ojos y los dos Yurchianos que lo custodiaron durante todo el ascenso, le señalaron el lugar de reunión.

Jungkook descendió de su caballo escuchando el repique de sus botas a cada paso. En ese momento pensó en Yeonyun, su pequeño hijo que no lo conocería, no lo recordaría, pero sabria que su mamá había muerto por él y para evitar que Joseon desapareciera. Pensó también en Taehyung y en esos hermosos ojos que nunca olvidaría, pensó en su querido Jin Goo cuya muerte pensaba pagar con su sangre. Pensó en tantas cosas en ese momento; en su nacimiento, en su consagración, en la ruptura de su promesa de castidad, en su amor por Taehyung, en el desastre de la guerra, en su divinidad, en su hijo y finalmente en su cercana muerte.

A cada paso que daba, repasaba cada instante que su mente le dejaba recordar de lo que había sido su vida, pensando en cuan larga le parecía ahora. Parecía que el tiempo volaba y en realidad era como un suspiro en comparación al universo, la percepción del tiempo que tenían los humanos sólo era una ilusión. La vida era larga, llena de muchos momentos, buenos y malos, era como un pergamino extenso donde cada carácter era una huella que se dejaba en el tiempo. Tal vez no se había convertido en un humano para aprender sobre la vida, pero vaya que ésta le había enseñado mucho.

Le habría encantado poder seguir meditando algunas cosas más y quizás entre reflexión y reflexión toparse con esa respuesta que aún no hallaba. El por qué habia bajado al mundo humano renunciando a su divinidad. Por qué había renunciado a vivir en el paraíso de las Diosas para convertirse en un hombre más. Ese era el enigma de su vida, la respuesta que necesitaba hallar antes de que el tiempo de Jungkook se terminara y el acertijo lo devorase.

Sin embargo, no pudo seguir meditando sobre ello. Hyo Seop, mirándolo con gesto triunfante, había salido de su carpa y llegado a su encuentro. Finalmente había llegado la hora, la hora definitiva.

—¡Bendito seas, Tesoro de SiKje! —saludó el Yurchiano sonriendo. Lucía hermoso y majestuoso, mostrando en sus facciones la misma alegría que sentía en su espíritu.

Por toda respuesta, Jungkook escupió sobre la tierra, demostrándole el asco que le producía su presencia. Era terrible no poder acabar con ese infernal hombre para siempre, pero por lo menos algo haría para detenerlo. Por lo menos le borraría esa asquerosa sonrisa de su rostro.

—Hyo Seop, quiero decirte que el rito de sangre sólo funcionará cuando la luna esté completamente en lo alto —apuntó mirando el altar que ya estaba listo para recibir su sangre.

El rey Yurchiano asintió.

—Veo que has leído bien el ritual —sonrió acercándose muy desdeñosamente. —Yo también lo he leído todo, Tesoro de SiKje. Se exactamente lo que tengo que hacer.

Jungkook se crispó apartándose cuando la mano diestra de Hyo Seop intentó tocarlo.

—¡No me toques, infeliz! No hasta que sea el momento —le adviritíó. Hyo Seop se burló siendo coreado por los hombres que le acompañaban en la tienda, pero obedeció la orden.

Finalmente dio un rodeo ante la figura de Jungkook y con cuidado se acercó a su oído —¡Su Majestad Jungkook! ¿Quién iba a decir que el tesoro de SiKje iba a morir como un vil animal? ¿Lo ves? Finalmente fui yo quien venció, pequeño, finalmente fui yo quien acabó con tu leyenda.

—¡Tú no has acabado con nada! —replicó Jungkook sin atisbo de duda. Lentamente se alejó de aquellos hombres y se posó cerca a la piedra del altar, acariciándola como a un amante. —Mi leyenda nunca morirá. Por eso las leyendas son inmortales, pasan de generación en generación, de pueblo en pueblo y de oyente en oyente. El tiempo no acaba con ellas y son inmunes a la muerte. Son inmunes a la muerte y al tiempo, se replican una y otra vez hasta hacerse indestructibles.

—¡Eres un maldito!

—¡Igual que tú! Pero hoy solucionaremos ésto. Ni tu ni yo pertenecemos a este mundo y esta noche nos iremos ambos, tú como un Dios y yo como un muerto, pero nos iremos. Hacemos daño a este mundo y debemos irnos de él. Debemos partir.

Hyo Seop escuchó el discurso de Jungkook en silencio y se quedó muy serio. Tenía miedo, mucho miedo, pero no iba a permitir que se le notara.

—Yo estaré muy por encima de la muerte —soltó sin reparos.

—Yo también —contestó Jungkook. —Muy pronto tú sabrás quién verdaderamente soy yo y yo sabré lo que realmente eres tú.

—¿A qué te refieres?

—Ambos estamos por encima de la muerte, Hyo Seop especialmente yo, que siempre he tenido eso que tanto deseas alcanzar.

—¡Tú no eres nada! ¡No tienes nada! —Sintiéndose muy furioso, Hyo Seop lo tomó de los hombros, lanzándolo sobre el altar. La luna ya estaba casi en lo alto y no esperaría más por lo que le había costado dos vidas obtener. —Despídete de la vida, Jungkook —le dijo con verdadero odio.
—Tú no eres nada, niño estúpido. Toda tu vida te la pasaste sacrificado a una Diosa que ahora no hará nada por ti, y ahora moriras en su honor. Siéntete feliz, ahora verás el rostro de la Diosa SiKje.

En cuestión de instantes, Jungkook se vio rodeado por una circulo de Yurchianos que entonaba canticos paganos en torno suyo. “¡Qué asco tener que recuperar su divinidad en medio de esa raza pagana e impía!” fue su primer pensamiento.

—¡Malditos herejes! —gritó mientras los escuchaba cantar. —¡La ira de SiKje caerá sobre ustedes, sobre sus hijos y sobre los hijos de sus hijos y no quedara ni uno solo sobre la tierra!

—¡Cállate! —ordenó Hyo Seop impaciente, terminando de recitar la oración de conversión, la cual Jungkook se encargó de recitar entre labios también. —¡SiKje no es nada, yo seré un Dios más poderoso que ella! —se burló al terminar. —¡SiKje te abandonó!

—La ira de SiKje caerá sobre ti, Hyo Seop, caerá en este mismo momento.

Jungkook sonrió en aquel instante y de inmediato, por el norte, Hyung Nil y sus hombres comenzaron a salir como hormigas para sitiar el lugar.

—Porque yo soy la Diosa SiKje y ahora verás mi ira.

Rápidamente aquel sitio se convirtió realmente en un lugar de sacrificio. Los Yurchianos trataban a toda costa de detener el avance de las tropas de Kaesong, pero era inútil, los kaesonginos eran más y parecían cada vez más enojados, más furiosos, en cuestión de minutos los masacraron a todos.

—¡Eres un maldito, Jungkook! ¡Me engañaste! —exclamó Hyo Seop sacando un enorme puñal. “Es ahora o nunca”, pensó mientras se abalanzaba contra el otro doncel, intentando a toda costa terminar el ritual.

Pero la vida, por segunda vez, fue mezquina con él, arrebatándole su anhelo de ser un Dios, a manos de quien menos se lo espero. Justo cuando estaba a punto de alcanzar el pecho de Jungkook para clavarle el puñal, varias flechas que viajaron hacia él, se clavaron en su pecho impidiéndole realizar movimiento alguno.

Hyo Seop gritó de dolor.

Esas flechas no lo matarían, pero estaban envenenadas y el veneno era extremadamente doloroso, además de que lo dejarían fuera de circulación por varios instantes. El dolor de cada herida era fuerte, pero no era nada en comparación a la agonía que acudió a su pecho al darse cuenta de quién era la persona que se las había lanzado.

—Yoongi, hijo mio —susurró lleno de pavor viendo los ojos fríos de su hijo mayor mirándolo desde arriba, con un inmenso odio. —Yoongi, hijo mio —repitió creyendo que volvería a endulzar su corazón otra vez.

Pero ya no sería así. Ya no más. Yoongi era ahora un cuerpo vacio, su corazón se había muerto el día en que murió Hyunjin y cómo tal, nada podía conmoverlo ahora. No pronunció palabra alguna cuando se acercó hasta él tomándolo del cuello hasta meterlo por completo dentro de un enorme saco, para poder llevárselo a encerrarlo en Jaén.

Mientras tanto, Jungkook miró el cielo por última vez. Los gritos de muerte y espanto a sus espaldas no parecieron desconcentrarlo. Tomó el puñal que Hyo Seop había dejado cerca a él y mirando la noche estrellada pudo visualizar la silueta de Taehyung que se acercaba a toda prisa con el rostro lleno de desesperación. Sus miradas se cruzaron instantes antes de que aquello ocurriera y Jungkook pudo escuchar, pese a la distancia, el grito desgarrador de su príncipe antes de que se clavara el puñal, atravesando su pecho.

Entre lagrimas y mientras la vida se escapaba a borbotones por su pecho, Jungkook cayó sobre la piedra del altar descubriendo finalmente el enigma de su vida.

¡Era él! ¡Era Taehyung la razón de su encarnación como humano! Como un relámpago llegaron a su mente las imágenes de aquel día en el paraiso y todo pareció cobrar sentido en su mente.

Muchos eones atrás, cuando Joseon ni siquiera se llamaba así, SiKje había observado la creación del alma de Taehyung, era tan pura, tan hermosa y tan deslumbrante que no pudo evitar enamorarse. Después de eso, se vio así misma, observándolo por mucho tiempo, en el espejo del futuro de Ditzha, hasta que su amor por él se hizo tan grande que no pudo soportar más el estar lejos de aquella alma y fue así como decidió encarnarse en un humano.

Aún en contra de la voluntad de las otras Diosas, lanzó al mundo humano, la amatista de su collar sagrado y la piedra comenzó a prepararle el camino de su llegada. Vio el alma de Taehyung reencarnar una y otra vez, por cientos de años, hasta que el momento propicio llegó, todo fue planeado de forma tan milimétrica, tan ordenada, tan exacta, que el destino los había unido casi sin esfuerzo.

SiKje solo había necesitado hacer estériles a los que serían sus padres, no dejándole más opción que usar la piedra que sería su punto de conexión con el mundo humano, sin embargo, debido a que usaría a Woo Seok para pedir un deseo a la amatista cuando fuera su momento de regresar al paraíso de las Diosas, tendría que ocasionarle un gran dolor al doncel. Fue por ello que le prometió a su hermana Johary que llevaría en su vientre la reencarnación del hijo que le quitaría para así pagar su deuda con él.

Ahora entendía por qué esa piedra alteraba tanto el destino: era un objeto sagrado y mortal hecho para satisfacer los caprichos de una Diosa y castigar los caprichos de los hombres. Ahora todo tenía sentido; su nacimiento, la muerte de sus padres, su consagración, su promesa de castidad, esa fascinación macabra que despertaba en los hombres llevándolos a la muerte. El cuerpo de Jungkook estaba hecho solo para Taehyung, por eso nadie más podía tocarlo. Ahora sabía que sólo su amor por él lograría reconducirlo a su divinidad y a dónde pertenecía. Sabía que sólo Taehyung podría amarlo sin
corromperse pues su alma era sincera y su amor por él era enorme y poderoso. Sólo Taehyung podía estar con una Diosa porque él era su tesorо.

Era humillante. El amor por un humano le había hecho convertirse en una débil criatura sometida a las leyes del universo, un simple y mortal humano, le había hecho borrar de las estrellas el camino trazado para reescribirlo de nuevo. Eso era tan humillante, era realmente humillante que una Diosa, un ser Todopoderoso renunciara a todo solo por el amor de un simple humano. Todo ese desastre había sido ocasionado por un capricho del corazón de una Diosa. ¡Era increíble!

—Jungkook, tesoro, amor mío. ¿Qué es lo que has hecho?

Taehyung preso de una completa y absoluta desesperación llegó hasta el lado de Jungkook, tomándolo entre sus brazos. Llorando hasta casi no sentir aliento, presionó su pecho, intentando contener la hemorragia. Sin embargo, sabía que era inútil, su presentimiento había sido verdad y ahora veía con pena que había luchado en vano por algo que nunca estuvo en sus manos poder cambiar. Había podido luchar contra una promesa a una Diosa, había podido luchar contra un matrimonio, había podido luchar contra un esposo celoso, pero no había podido luchar contra el hombre que amaba más que a su vida y lograr que no lo abandonara.

Jungkook era un obstinado y él no había podido cambiarlo. Su amor no había sido suficiente para superar las barreras que los separaban y todos sus esfuerzos no habían logrado evitar que todo terminara en fatalidad.

¡La vida era tan cruel!

Te daba ilusiones y esperanzas para luego escupirte en la cara lo pequeño y frágil que eras. Te cumplía tus deseos por instantes para luego arrebatártelos sin compasión. Ese era el enigma de la vida, el enigma que no había logrado descifrar a tiempo y que lo había devorado también.

De esta forma, Taehyung permaneció sosteniendo el cuerpo inerte de Jungkook, mientras Joseon volvía a recuperar su libertad. La sangre de su tesoro, secándose lentamente en la roca, marcó el día de la victoria definitiva de los cuatro reinos sobre Yurchen, como si la sangre real y divina de Jungkook fuera el precio de su completa libertad.

—Ahora eres libre —susurró Taehyung mirando el rostro sereno de su amado que parecía más bien estar dormido.
—Descansa en paz, tesoro de SiKje, pronto estaré contigo....

Continuará...










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