9. Hija de Aslan
Diago me ofreció su mano para ayudarme a bajar del carruaje y le agradecí con una sonrisa.
-Espero no tardar mucho querida- me entrego una bolsa llena de monedas de oro. -Compra lo que quieras- me dio un corto beso en los labios, se alejó y se perdió entre la multitud del pueblo.
-Álvaro- llamé al cochero. -Quiero que vayas al mercado y compres lo que quieras- dije y le entregue una buena cantidad de las monedas que me había dado Diago.
-Pero...
-No acepto un no por respuesta- dije adivinando que se opondría y sonriéndole divertida. -Llévale algo lindo a tu esposa.
Sus ojos brillaron.
-Muchas gracias mi lady- hizo una pequeña reverencia y se adentró al pueblo.
Solté un suspiro y miré al corcel que nos había traído, le di unas palmaditas en su lomo como indicando "pórtate bien" y me adentré al pueblo en busca del mercado.
Cuando llegué a un puesto de frutas, compré varias moras, fresas y algunas naranjas. Estaba por recibirlas, pero mi vista se nubló y escuché unas voces dentro de mi cabeza.
"¿Una profecía?
Jadis está de vuelta.
Sólo tu sangre podrá acabar con tu vida y cuando uno de los corazones deje de latir, el cristal se romperá para siempre."
-Lady Edith ¿se encuentra bien? -el vendedor me miraba con preocupación. Un dolor intenso recorrió mi cabeza y mi abdomen.
-Por favor, busqué a mi prometido- pedí y salió corriendo en busca de Diago.
Como pude caminé hacia una pared para sostenerme de ella un poco.
- ¿Edith? - levanté la mirada y frente a mí vi a un chico alto y delgado, su cabello era rubio y su rostro estaba lleno de pecas. Era uno de los amigos de Edmund.
-Eustace- recordé su nombre- Sácame de aquí- supliqué.
Me miró asustado.
- ¿Te sientes bien? - negué. -Claro, que estúpido- se regaño a sí mismo.
- ¡¿Eustace?! – maldije por lo bajo al reconocer su voz.
- ¡Ed! Algo malo le sucede a Edith- dijo apresurado y traté de erguir mi postura para demostrar que no era nada grave.
-Estoy bien chicos, no se preocupen- mi voz salió temblorosa.
-Estás pálida.
-Diago vendrá pronto por mí- dije y eso pareció molestarle a Edmund.
-No me importa, vendrás conmigo- dijo autoritario mientras me tomaba en sus brazos y me llevaba a una choza que estaba cerca y se encontraba llena de pacas de paja. Me dejó encima de una y miró al rubio quien venía detrás de nosotros.
-Ve por Lucy, necesitamos un poco de su poción- hizo una mueca luego de pensar por un momento. -Espero que por lo menos alivie su malestar.
El rubio salió corriendo.
Podía sentir el peso de su mirada en mí y yo no hacía nada más que removerme incómoda.
- ¿Te duele algo? - se agachó a mi altura. Su cabello se encontraba un poco despeinado, dándole un toque coqueto a su presencia, sus pecas le daban singularidad a su rostro, sus labios pedían ser besados.
Asentí.
Lo miré fijo a los ojos y el dolor que sentía iba disminuyendo de a poco. Era increíble el poder que tenía sobre mí, era como estar en paz, estar en calma, pero a la vez era adrenalina pura, era como embarcarse a una de las mejores aventuras.
Su mano acarició una de mis mejillas, cerré los ojos disfrutando de su tacto.
-Ayer te soñé- confesó y mis ojos se abrieron por la sorpresa. -Y ahora estás aquí.
- ¡Edmund! – Lucy entró a la choza junto con Peter y Eustace.
-Hola- saludó el rubio mayor.
-Hola Peter- le sonreí. Noté que Lucy dudó antes de hablar.
-Sólo una gota bastará para que te sientas mejor- me acercó un pequeño frasco con un líquido rojo.
Pasaban los segundos y todos tenían puestos sus ojos en mí, como esperando un milagro, pero el dolor no se iba.
-Me siento mucho mejor- mentí. -Gracias.
Me sonrieron.
-Los dejaremos para que hablen a solas- Peter me dedico una última mirada y salió juntos con los demás.
- ¿Ya puedes ponerte de pie? – cuestionó el azabache aún preocupado.
-Si- susurré.
Una de sus manos se posicionó en mi cintura para sostenerme.
-Edith...
-Edmund- no dejé que terminara de hablar. Esto era más difícil de lo que pensé. -Creo que ya no debemos vernos.
- ¿Qué? - su ceño se frunció.
-No es prudente- sentí que me faltaba el aire. Trató de decir algo, pero no lo dejé. -Tú estás aquí buscando a tu chica...
-Pero...
- ¡Voy a casarme Edmund! - dije y mi voz se quebró.
Me miró dolido.
-Aunque no fue mucho el tiempo que compartimos, no voy a olvidar que me hiciste sentir más viva que nunca- confesé y junté nuestras frentes para después alejarme de él y caminar a la salida de la choza.
Pero antes de salir por completo, regresé con él para tomarlo de la nuca y juntar nuestros labios. Sus brazos rodearon mi cintura atrayéndome más a él y mis manos jugueteaban con su cabello. Su lengua me invadió y comenzó una guerra con la mía. Sus labios sabían a gloria y el beso cada vez subía de intensidad.
Un sentimiento de familiaridad me invadió y me separé de él un poco asustada.
Me miró extrañado.
-Tengo que irme.
No esperé respuesta y salí huyendo como una cobarde.
Me recosté cerca de la puerta y solté un largo suspiro. Me sobresalté cuando Edmund salió de la choza como alma que lleva el diablo y se acercó a sus amigos.
-¿Edith?- mi cabeza giró hacia la voz que me llamaba. Diago corría hacia donde me encontraba junto con el vendedor de fruta.
Tomó mi rostro entre sus manos y me inspeccionó.
-Te llevaré de regreso a la mansión para que descanses- hice una mueca. -No quiero que nada malo te suceda ¿de acuerdo? - sonreí a medias.
-De acuerdo- susurré.
Con los ojos de Edmund puestos en mí, caminamos fuera del pueblo para buscar el carruaje e irnos.
(...)
Me encontraba recostada en mi cama cuando llamaron a la puerta y sin permiso alguno, el rostro de Diago se asomó con una sonrisa.
-Ordené a las mucamas que te preparen un baño caliente cariño- dijo y se sentó junto a mí.
-Gracias- sonreí sin mostrar mis dientes.
-Debo regresar al pueblo- avisó. -Aún tengo asuntos pendientes con Guzmán.
- ¿Regresarás pronto?
-Estaré de vuelta un poco después del anochecer ¿de acuerdo?
Asentí.
Una de sus manos acarició mi mejilla y poco a poco se fue acercando para juntar nuestros labios. Fue un beso un poco largo pero lo único que Diago despertó en mí, fue incomodidad.
Y sabía que la razón tenía nombre y apellido.
Edmund Pevensie había llegado a mi vida para descontrolarlo todo.
Me regañé en silencio cuando Diago rompió el beso.
Cuando por fin me encontraba sola, pasé mis manos sobre mi rostro con frustración y enojo.
Iba a casarme con un hombre al que no amo y el hombre que sí amo, está enamorado de otra chica.
Esto del amor si que es una mierda.
Decidí que recorrería la mansión antes de tomar el baño. Aún quedaban pasillos que no había explorado.
Me metí a uno que se encontraba cerca de la habitación de Diago, éste daba tope a una sola puerta. La curiosidad me ganó y la abrí con facilidad, miré hacia atrás esperando no ser descubierta y entré a la habitación. Me llevé una gran decepción al notar que era una pequeña bodega que estaba llena de polvo y telarañas, creí que encontraría algo más interesante. La habitación estaba llena de muebles viejos, libros, pergaminos y plumas tirados por todas partes.
Un libro logró llamar mi atención, era grande y su pasta era de color negro con la imagen de un león dorado en su portada, su título escrito en letra cursiva decía "La historia de Narnia". Lo dejé en una pequeña mesa para apartarlo y llevarlo conmigo para leerlo.
Estaba por retirarme cuando mi mirada cayó en un cofre grande de madera, el polvo me rodeó cuando quité algunos libros que descansaban en él. Al abrirlo me encontré con mas libros y pergaminos, al mirar bien, entre ellos se encontraba una espada. Dudé un poco, pero la tomé y al sacarla de su funda quedé maravillada al ver tan hermosa arma. El mango era de color dorado y la hoja era de cristal, sin duda, era una espada digna de admirar. La dejé en su lugar para seguir inspeccionando el contenido del cofre y me encontré con un pequeño cofre de metal, fue fácil abrirlo y mi ceño se frunció cuando vi que en su interior había un anillo de bodas. Lo tomé y un cosquilleo me recorrió la espalda, al leer la inscripción, mi corazón latió con fuerza, mis ojos amenazaban con soltar lágrimas y mi respiración se hacía pesada.
"Edmund, el justo".
Varios recuerdos comenzaron a golpearme.
*
Edmund se encontraba frente a mí con un elegante traje negro y dorado, mientras yo vestía un hermoso vestido blanco, nuestras manos se encontraban entrelazadas y en ellas, puestos los anillos de bodas.
-Rey Edmund, el justo, ¿aceptas como esposa a Kayla, para amarla y cuidarla hasta que la última estrella del cielo desaparezca?
-Acepto.
-Reina Kayla, tesoro de Narnia, ¿aceptas como esposo a Edmund, para amarlo y cuidarlo hasta que el último mar se seque?
-Acepto.
Sonreímos y unimos nuestros labios en un tierno beso mientras todos los presentes vitoreaban de alegría.
(...)
Me encontraba en una habitación discutiendo con Edmund.
-Eres un desgraciado.
-Pero bien que te gusta como te coge este desgraciado.
-Te odio.
(...)
-Yo misma iré a buscar a mi hermano Will.
-No puedes dejar solo el reino.
-Es hora de que Santiago asuma su puesto como rey, ya es tiempo de vivir con mi esposo en su mundo ¿no crees?
William me miraba triste.
(...)
Estaba en una playa junto a un chico más o menos de mi edad.
-Un muchacho que no tiene sangre real, es adoptado por el gran Aslan, se convierte en príncipe y ahora será coronado rey de Narnia.
-Tu corazón te hace digno.
(...)
En la misma playa varios hombres nos atacaban, tratábamos de defendernos, pero nos ganaban en número.
Uno de ellos me tomó por la espalda y me obligó a tomar el líquido de un pequeño frasco.
- ¿Estás bien?
-Mis poderes, ya no están.
Por la distracción los hombres lograron separarnos y encadenarnos.
(...)
-Toma las pociones o tu hermano sufrirá las consecuencias.
-No hagas nada de lo que te diga Kay.
-Si bebo esto ¿prometes que no le harás daño a mi hermano?
-Lo prometo mi reina.
-Perdóname Edmund.
*
Tomé una gran bocanada de aire cuando los recuerdos terminaron de pasearse por mi cabeza, mis piernas fallaron y caí de rodillas al suelo. No pude evitar soltar un sollozo y las lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas. Traté de controlar mi llanto, pero me era imposible.
El efecto de la poción se había ido y yo, lo recordaba todo.
Mi nombre no es Edith; es Kayla, soy hija de Aslan, reina de Narnia y lo más importante, soy esposa del rey Edmund, el justo.
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