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Los planes de Valia

Liaw daba vueltas sin rumbo por la ciudad. Afuera todo transcurría con normalidad, nada perturbaba la rutina diaria de los alquimistas.

Por el sector "D", el más alejado de todos, se encontraba el lugar que no había revisado con Kari todavía: la armería. Era lógico si lo pensaba, Biako sabía bastante sobre armas tanto humanas como unuas y siempre aportaba con nuevos diseños.

Dos guardias le impidieron la entrada, no quiso causar problemas entrando por la fuerza. Debía averiguar si Biako se encontraba ahí, se negaba a suponer que el anciano estuviese de lado de los mindag y que todo ese tiempo supiera los planes de Valia; mas resultaba imposible que no hubiese notado que Terry era Valia disfrazada.

Rodeó la gran infraestructura de metal. Buscando una entrada. Una imperceptible compuerta trasera estaba vigilada. Se acercó con las manos en los bolsillos hacia un joven vestido con armadura, y de pronto, golpeó su cabeza contra la pared, abollándola y dejando al joven inconsciente. Pasivamente abrió la puerta e ingresó al recinto.

El calor era insoportable por las fraguas y el ruido metálico resultaba molesto hasta que uno se acostumbraba a él. Miró en todas direcciones y luego cerró los ojos, intentando percibir la presencia de Biako, o de su pareja, quien había desaparecido junto con él. La sintió tenue, y otra energía se interpuso. Reconoció ambas auras, eran Valia y Dante, esta vez no ocultaban su presencia.

Veloz y silencioso se dirigió a su encuentro. Desde un barandal miró hacia abajo. Dante estaba sentado frente a una fragua, con su draga echado a sus pies, como un perro frente a una fogata.

Valia se apoyaba en el respaldar del asiento, jugando coquetamente con un mechón de cabello. Cerca de ellos, de pie, estaban Biako y Sabrina. Todos en completo silencio observaban cómo un grupo de alquimistas cerraban grandes contenedores de armas, listos para ser enviados al exterior.

Liaw apretó la baranda hasta torcer el metal. Reunían armas, seguramente para los mindag y Biako estaba con ellos. Con la presencia oculta los espió un par de minutos. De pronto pudo observar con más detalle, no eran armas unuas, eran armas de fuego.

Entonces lo recordó. Con el entusiasmo de Charleen por conocer a Biako, y el suyo por estar con Terry, habían dejado de lado la investigación sobre el grupo de salvajes que habían llegado a una aldea próxima bajo las narices de los alquimistas. Era Kupro quien los había provisto de armas y seguramente los mindag usarían humanos del exterior del continente a su favor.

Debía avisarle a Ethan, salir de esa ciudad y advertirlo a las tres naciones. Ese era muy probablemente el inicio de una nueva guerra.

Charleen ya había visualizado en esos dos días un sin fin de posibles futuros que se barajaban entre una vida pacífica y feliz con Emmet y otra peligrosa y llena de adversidades con Ethan. Eran tan vívidas, que no podía asegurar que se trataban de un producto de su imaginación, un sueño o un espejismo causado por las altas temperaturas de su cuerpo.

Nuevamente empezaba una visión diferente. Esta vez se encontraba en un precioso lugar: Una selva de altos arboles de hojas inmensas y flores silvestres de magníficos colores.

Frente a ella, Ethan la observaba amenazante, con la espada en su mano, como si estuviera listo para atacarla. Ella mantenía la mano sobre su pecho, sintiendo el fuerte palpitar de su corazón. De pronto un brillo plateado se desvaneció en su mano y Ethan cayó inerte a sus pies.

Llorando amargamente se arrodilló frente a él y le dio un último beso en la frente. Aturdida y sin poder pensar claramente, caminó por inercia hacia un acantilado.

La voz de su madre retumbó en ese momento en su cabeza: Nunca le entregues tu corazón a nadie. Eso es como dejar de ser dueña de tu vida y terminas haciendo cosas estúpidas por amor.

Sintió en ese momento que las palabras de su madre iban cargadas de verdad. Intentó evitar lo que sucedía, pero no era más que una espectadora de sus propias acciones. Se puso de espaldas al borde del acantilado y dejó caer su cuerpo hacia las rocas golpeadas por las olas del mar.

Todo pareció acabar ahí. No sentía calor, ni frío, absolutamente nada. No se vislumbraba ni luz ni oscuridad, solo un espacio vacío, incoloro y libre de sensaciones.

Sahori consumió en sus manos el haz de luz de su conjuro, desvaneciéndolo en partículas plateadas que se diseminaron con la suave brisa que se colaba por los arcos de la habitación.

Curvó los labios y se tumbó sobre los elegantes cojines bordados con hilos de plata, esperando que Abby, su hija más pequeña, se reuniera con ella.

Una joven adolescente de cabello plateado ingresó cruzando los brazos y haciendo un puchero. Enfadada, se tumbó frente a su madre, esquivándole la mirada.

— ¿Lo trajiste? —le preguntó Sahori.

—No —respondió entre dientes—. Freya se dio cuenta, dice que no me envíes a robarle cosas o va a tomarse una muy larga vacación y a dejarnos a nosotras a cargo del templo... lo siento —se disculpó con franqueza.

—No importa, tengo lo que necesito. ¿Al menos pudiste ver cuántas nuevas alternativas hay?

—Sí —dijo abriendo los ojos a modo de preocupación y sorpresa —. ¡Son cientos! ni revisándolas durante mil años acabarías. Con la posible muerte de Charleen se crearon veinte futuros alternos, y de esos veinte se crearon como veinte más de cada uno.

Sahori suspiró, era la respuesta que esperaba. Poner a Charleen al borde de la muerte creaba distintas posibilidades. Siendo Ethan tan impredecible, Valia aprovechaba de confundirlas. Con tantos futuros alternos por revisar, era imposible saber cuáles eran los verdaderos planes de los mindag. Tener tantas posibilidades era igual a no ver nada. Perdería su tiempo si continuaba mandando a Kari y a Abby a robar predicciones. Las claves ya estaban en poder de Valia, el resto, eran como simples alucinaciones: frágiles e irrelevantes.

—Debemos dejar que todo siga su curso, al final de cuentas, quienes ordenan qué acciones realizar son Ethan y Liaw. Cuando lleguen tomaremos una decisión —dijo Sahori.

—Pero ¿Qué tal si Ethan mata a Charleen antes de llegar, o se une a Aishla?

—Eso no pasará —respondió con una sonrisa—. De momento Valia necesita viva a Charleen, para seguir creando posibilidades que nos confundan. Ethan tampoco le hará nada, no tiene motivos. Los mindag sólo lograron enfurecerlo, en este momento es su enemigo. Realmente no sé qué es lo que Valia pretende.

Desconfiada, Abby regresó a sus labores. Por más que lo intentaba, no comprendía a qué jugaban su madre, Freya y Valia. Ya había cumplido con sus misiones asignadas, así que se olvidaría del asunto y continuaría con su vida hasta que Ethan regresara.

Liaw permaneció unos momentos más, quería saber cuál era el papel de Biako en todo eso y de paso estar seguro de sus planes.

Un grupo de alquimistas bajo la mirada angustiosa de Sabrina, cerraban otro contenedor.

—Es curioso —habló Dante, pasando a mirada de la alquimista a Valia—. Tienes una madrastra que es como cien años más joven que tú —dijo burlonamente.

Valia realizó una mueca y dejó el mechón de su cabello con el que jugaba.

—Idiota, ¿Por qué la elegiste a ella? —se dirigió a Biako.

Él se limitó a esquivar la mirada, era difícil verla a los ojos.

Liaw entornó los ojos y de pronto lo comprendió. Biako se comportaba más tontamente que Ethan, dejando que su sentimentalismo interfiriera en su toma de decisiones.

Ethan puso la mano sobre la frente de Charleen. Se acomodó mejor en la nieve y palpó el resto de su cuerpo. El alivio lo corroyó. Lentamente la temperatura bajaba y ya no sentía el dolor de la muchacha. Ella ya no sufría, el veneno había sido neutralizado en su cuerpo.

Relajado la abrazó, su mente ya estaba más clara. Salió de la bañera y secó su pecho con una toalla, dejando que Charleen recuperase su temperatura corporal normal.

— ¿Cómo está? —preguntó Kari

—Mejor, la temperatura baja y ya no le duele.

Kari sintió menos preocupada, una escena exactamente igual era la que había visto en una de las predicciones.

—Por más que lo pienso no lo entiendo —le dijo a Ethan—. ¿Cuál era el sentido de todo esto? Hay formas más rápidas y efectivas de matar a Charleen, con las serpientes hay altas probabilidades de sobrevivir. Y cuando uno de los sirvientes de Valia le cortó la yugular también era posible que Gael lo impidiera.

—Nos estuvieron distrayendo —afirmó Ethan—. Lo hicieron para mantenerme aquí cuidando de ella. Los primeros ataques a Charleen fueron claramente planificados por Aishla y Dante, ese es su estilo. Pero los siguientes son planes de Valia, ella busca algo diferente. Cambiaron de opinión... ¿algo que vieron en las predicciones tal vez?

—Es lo más seguro. —Kari encogió los hombros—. La teoría de Sahori es que Valia pone a Charleen en peligro de muerte para crear futuros alternos y confundirnos. Tienes razón, seguro nos estuvieron distrayendo estos dos días, y estoy segura que Biako estaba al tanto de todo, por eso desapareció misteriosamente.

—Biako estuvo al tanto desde el principio. —Apareció Liaw, algo cansado por realizar el recorrido a su máxima velocidad—. Ya lo encontré, los alquimistas están facilitándoles armas a los salvajes de afuera del continente.

Ethan se aseguró que Charleen estuviera en una posición cómoda y salió con sus compañeros para discutir afuera.

Podían haber pasado minutos, o años, Charleen no lo habría distinguido. En ese espacio oscuro donde se encontraba, el tiempo no transcurría, mas las sensaciones volvieron a aflorar. Primero fue soledad, nadie la acompañaba, no sentía la misma presencia fortalecedora de antes. Luego fue frío, una sensación totalmente opuesta a la anterior, a la que la calcinaba.

Temblaba, por fin sentía algún tipo de movimiento producido por su propio cuerpo. Se sentó de un tirón, como si hubiese resucitado de pronto. Movió los brazos desesperada, intentando sacar su cuerpo de la nieve. Salió a tropezones, cayendo contra el suelo de baldosas, que pese a estar frío, resultaba agradable en comparación a la helada bañera.

Con escalofríos abrazó su cuerpo desnudo, miró a su alrededor y cogió una toalla que Kari había dejado lista sobre una silla. Se abrazó y permaneció inmóvil, con ganas de llorar. Había pasado los momentos más horribles de su vida, tanto con un dolor físico implacable como uno psíquico. Todas esas visiones la habían alterado, sobre todo la última, que le había permitido saborear la amargura de la muerte por unos instantes.

Tampoco había nadie a su alrededor. Se creyó ilusa al pensar por un momento que en instantes dolorosos como ese, Ethan estaría su lado. Esa era una muestra más de que al guerrero ella le importaba muy poco.

Gracias por leer! no se olviden a comentar. Hoy empezaré a distribuir los premios del concurso.

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