La transformación de Ethan
Gente de Lima Perú. Este libro está a la venta en la Feria Internacional del Libro de Lima. En el stand de la Embajada de Bolivia. Llevaron muy pocas copias y será su única oportunidad en el año para comprarlo. :D
La piel nunca se le había erizado de aquella forma, y su corazón no había latido tan rápido ni el más extenuante día de caminata. Los dragas se acercaban con sigilo, casi a gachas, preocupados por no perder la presa; no porque ésta tuviese la más mínima escapatoria, sino, para adueñarse de ella en el momento más inesperado, agarrándola primero y evitando que otra criatura la ganase.
—Ethan... —reclamó en un hilo de voz, jamás se había topado con una de esas criaturas tan de cerca, menos con veinte.
La sangre se helaba en sus venas, las silenciosas criaturas nocturnas la acechaban con tanta lentitud que hubiese preferido que de una vez brincasen sobre ella y la despedazasen en lugar de hacerla esperar tanto.
—Te dije que no usaras magia, pero eres terca, caprichosa y crees que lo sabes todo, por eso detesto a los adolescentes. Un niño me habría hecho caso. —Ethan la observaba desde la otra orilla del río, calmado, apoyando ambos brazos en la empuñadura de su espada.
—Sí, lo siento, luego podrás detestarme todo lo que quieras, ahora ayúdame —le susurró, no quería alterar a los dragas.
Ethan le sonrió torcidamente, se incorporó y regresó la espada a su lugar.
—Tú los llamaste, tú te las arreglas, al fin puedo deshacerme de ti. Que Aion se apiade de tu alma. —Finalizó con una reverencia, antes de darle la espalda.
Charleen no se lo creía; Ethan bromeaba en un momento así... ¿o no bromeaba? Su corazón frenó el incesante palpitar cuando el guerrero desapareció en la oscuridad de la noche. Solo un segundo después, los dragas se cansaron de esperar y uno saltó desde la distancia. La chica se cubrió el rostro con ambos brazos, en un insulso intento por defenderse ante la imparable caída de la criatura sobre su cuerpo.
Un espeso y oscuro líquido cayó sobre ella. Notó con impresión que se trataba de la sangre y entrañas de la criatura, que había sido despedazada en el aire. Ethan estaba a su lado, sonriendo de forma macabra, pero con fascinación. Su espada en mano, en un ángulo horizontal, delataba que él era el causante del desmembramiento de aquel temible ser. Charleen estaba indecisa entre asombrarse por la magistral forma en que se había deshecho del draga, o la velocidad con la que Ethan había cruzado el río.
—Mantente atrás y no estorbes —le ordenó, mas no con preocupación ni temor al enfrentarse a tantos seres, más bien, Ethan no abandonaba la fascinación y el brillo de emoción. Por fin después de días, algo emocionante sucedía, y su espada, ansiosa por ser desenvainada, recibía su recompensa.
Se dio el lujo de contar a los seres con escrutinio, sin preocuparse por el número; mientras más mejor. No era prudente pelear contra tantos, ni tampoco los hubiese invocado a propósito, menos estando con la muchacha, pero una vez frente a la situación, la adrenalina mandaba más que su cerebro, o su instinto de supervivencia.
La joven cayó sentada en el agua, asombrada. Retrocedió dándole a Ethan el espacio que consideraba suficiente para que blandiera su espada, y después, todo pareció una escena tan surrealista y poética que bien podía haber sido escrita en los libros que rescataba. La luz de luna hacía brillar sus marcas y remarcaba en la penumbra los musculosos brazos del guerrero. Su espada penetrando y partiendo los enormes cuerpos de las criaturas que arremetían contra él se movía grácil y majestuosa, con la misma elegancia y agilidad de los movimientos del guerrero.
Para nada era igual a los soldados que había visto pelear en el campo de entrenamiento. En comparación, los soldados de Fiso eran lentos, torpes y sus espadas no daban la impresión de ser una extensión más de su cuerpo. Nada parecía real, ni en Ethan, ni en su espada, todo era sobrenatural en él.
Los dragas ya no le preocupaban, su atención se centraba en la sublime figura de Ethan. Hasta ese momento le había provocado cierta intimidación, causando una especie de bruma que había impedido que viese lo excelso que era. Su rostro, su cuerpo, su mirada penetrante; nunca había visto un ser así, menos un hombre, que lograse deslumbrarla de esa manera.
Ethan disfrutaba con cada corte, cada movimiento, cada estocada. Su sangre hervía más con la pasión de la batalla, encerrando su raciocinio, volviéndolo una criatura irracional dedicada a la batalla. Charleen salió de su ensueño en cuanto Ethan mató a la última criatura. Aún parecía ansioso, apretando impaciente la empuñadura de su espada, esperando otro contrincante.
—Ethan, creo que ya no hay más. —Exhaló levantándose. El embeleso se transformaba en temor. Ethan tenía el mismo semblante que un draga al acecho.
—¡No son todos! —gruñó sobresaltando a la joven—. ¡Maldita sea! ¡Vengan! —gritó furioso.
Eso fue suficiente para espantar del todo a Charleen. Ethan no parecía él. Tenía el mismo brillo macabro que cuando había estado a punto de asesinar a uno de los bandidos días atrás. Enfadado, golpeó el agua con su espada, levantando gotas entremezcladas con sangre. Su batalla, si bien emocionante, había resultado corta. Necesitaba más. Esta vez guardó el arma en el porta espadas de su espalda y pronunciando una palabras que parecían ser en el mismo idioma que el libro de hechizos despedazado por los dragas, una figura se formó bajo sus pies. Por un momento el río ebulló como si estuviese hirviendo, el guerrero se elevó unos milímetros sobre el agua y la figura tomó fuerza. Un precioso y extraño mandala con símbolos dorados brilló entre el agua y sus pies.
—Ethan, no es buena idea usar magia —le advirtió Charleen, mas él la ignoró.
En sus manos formó una esfera de luz azul, que parecía ser un simple cúmulo de energía mágica, pero brillaba con tanta intensidad que bien podría atraer a cualquier draga a cien kilómetros de distancia. Ethan no pensaba, era un ser irracional en ese momento y Charleen supo que debía estar preparada, ya fuera para pelear o huir. Corrió hacia la roca donde reposaba su nueva daga y realizó un segundo intento por llamar la atención del guerrero.
—¡Ethan! ¿Qué pretendes? Vendrán más. Yo llamé a veinte con un patético hechizo, tú traerás a toda una colonia.
—No estorbes —masculló y la sonrisa regresó a su rostro. Cientos de esas criaturas llegaron a paso veloz y caminaron lentamente en cuanto divisaron a su presa. Un exquisito manjar sin duda; aquel hombre representaba una gran fuente de magia.
Esperanzado, Emmet dejó la guardia de aquella noche y regresó al cuartel, donde, según le habían informado, tenían al guerrero unua que posiblemente conocía el paradero de Charleen.
Abrió la puerta de sopetón, de espaldas a él un joven y fuerte hombre miraba por la ventana, con su espada envainada acomodada detrás de su nuca. Con desgana se dio vuelta al sentir la presencia del General. Emmet soltó un gruñido de frustración, no era quien pensaba, y sus incompetentes soldados no habían detectado la presencia de dos guerreros extraños en sus tierras. Tal vez no era el guerrero de ojos negros, pero conocía a ese hombre y cabía la posibilidad de que sí fuese quien acompañaba a Charleen en el bar.
—¿Debo mostrar resistencia? ¿Matarlos a todos y escapar? ¿O ésta es una invitación pacífica? —mordazmente habló el guerrero, quien no tenía reparo en cumplir su amenaza si buscaban condenarlo.
—No, lo lamento —Emmet se disculpó con una ligera inclinación de cabeza.
—A ti te conozco. —El guerrero le dio poca importancia a la diplomacia de Emmet—. Te salve el trasero en Ithia hace cuatro años. No eras General en ese entonces.
—No, yo también te recuerdo y siempre estaré agradecido por tu ayuda —realizó una nueva inclinación, esta vez más respetuosa. Cómo olvidar al guerrero que lo había salvado a él y a un reducido grupo de jóvenes soldados de morir en manos de un gran ejército enemigo—. Liaw, no podría olvidarte.
—Ya... ¿Me llamaste para una declaración de amor o qué?
—No —reaccionó, dándose cuenta que empezaba deshacerse en alabanzas y perdía el rumbo de la reunión—. Sólo necesitaba preguntarte algo. Hace unos días me dijeron que te vieron con una joven, la estoy buscando.
—He estado en Fiso por una semana y he estado con muchas jóvenes. —Relajado tomó asiento y puso los pies sobre el escritorio del cuarto de interrogaciones, balanceándose en la silla sin prestarle demasiada importancia al General.
—Los unuas tienen una magnífica memoria, seguro recordarás a esta muchacha en específico. Es delgada, de aproximadamente un metro sesenta y cinco de estatura, ojos color miel, cabello claro y muy largo. Se llama Charleen. —La describió, aunque desde el principio supuso que Liaw sabía exactamente a quien se refería.
—Ah sí, linda chica, me invitó unos tragos. —Rio recordando cómo se había aprovechado de la ingenua muchachita—, pero después no la volví a ver. —Encogió los hombros.
—Demonios —murmuró, como suponía, Charleen ya estaba muy lejos de Fiso—. ¿No te dijo hacia dónde iba? ¿O qué planes tenía? Sé que quiere ir a Ithia, pero no estoy seguro de la ruta que tomó, lo más probable es que fuese hacia Biero.
—No me dijo nada, si estás tan seguro ¿Por qué no fuiste ya a buscarla? —Se levantó suponiendo que el interrogatorio se daba por concluido.
—No puedo salir de la ciudad, estoy a cargo de la seguridad. Necesito encontrarla y pronto —explicó con firmeza, no veía necesario darle más detalles.
—Si se fue sola hasta Biero no cuentes con encontrarla; o, tal vez si buscas en el bosque la encuentres... en piezas. —Sonrió de forma espeluznante e intentó salir de la habitación. Emmet le cortó el paso con un brazo.
—Yo no puedo salir, pero tú sí. Supongo que ya debes partir hacia Ithia, junio se avecina, y es posible que te la cruces en el camino. De ser así no creo que traerla te suponga mucho retraso, considerando la velocidad con la que debes moverte.
—Suponiendo que me la encuentro en el camino ¿para qué te la traería? Tú eres quien me debe la vida, que recuerde no tengo ninguna deuda contigo.
—No la tienes, pero una recompensa no te vendría mal ¿o me equivoco? —Captó la atención del guerrero, quien tomando asiento nuevamente le dio pie para que continuase—. ¿Diez mil piezas serían suficientes?
—¿Diez mil? —Enarcó una ceja—. Debes tener mucho interés en esa muchachita.
—Eso no te incumbe. —Dejó la diplomacia de lado, sabía cómo debía tratar con él, y confesarle la verdadera relación que tenía con la joven solo serviría para que el guerrero se aprovechase y le cobrase mucho más.
—Bien. —Curvó los labios con arrogancia—, si la encuentro viva te la traigo. Pero, ¿si encuentro solo un brazo o la cabeza cuánto me pagas? —preguntó con sadismo. Según como lo veía, a menos que Charleen hubiese encontrado al guerrero que buscaba con ahínco, no existía ni la más remota posibilidad de que hubiese logrado atravesar el bosque con vida. Aunque valía la pena hacer un mínimo esfuerzo por encontrarla, el dinero nunca venía mal, una curiosa lección que había aprendido de los humanos.
Charleen decidió que era hora de hacer algo además de presenciar cómo Ethan los condenaba a muerte. Al parecer, el guerrero sí había llamado a toda una colonia de dragas. Los árboles se tumbaban al paso de la manada y las criaturas arremetían salvajemente entre ellas.
La muchacha cruzó el río, los dragas estaban entretenidos peleando entre ellos o esperando ansiosos por atacar a Ethan. Trepó a un árbol para evaluar la situación. Ethan flotaba en medio del río, y las criaturas se arremolinaban como un enjambre. La batalla había comenzado de nuevo; el guerrero esquivaba con destreza a los dragas, moviéndose a una impresionante velocidad, sin darles la más mínima oportunidad de defenderse. Tal vez sí podría hacerse cargo de todos ellos. Pero Charleen vio con horror que el espacio alrededor del guerrero era cada vez más reducido. Los dragas eran tantos, que no le permitirían espacio para moverse, y todavía llegaban más.
Con desesperación pensó qué podía hacer, en algún momento el número sería tan impresionante que no importaría qué tan fuerte y poderoso fuese su compañero de viaje, lo despedazarían sin duda y se alimentarían de la impresionante cantidad de magia que emanaba.
—Piensa, ¿a qué le temen? —dijo en voz alta—. No salen de día. Genial, falta demasiado para que amanezca. El fuego... —consideró, al igual que cualquier ser vivo, el fuego los lastimaba y de seguro era un disuasivo. Al menos en su pueblo, solían rodear las proximidades del bosque con antorchas, para que a esas criaturas no se les ocurriese invadirlos.
Se imaginó convocando el hechizo de fuego y creando una enorme flama capaz de llegar al otro extremo y crea un gran incendio, luego recordó que debía pisar la realidad. Bajó del árbol y volvió a cruzar al otro lado.
—Farjo —pronunció intentando prenderle fuego a una rama seca—. ¡Vamos! Se supone que en momentos así debo descubrir mi increíble poder... —rezongó—. Farjo —intentó de nuevo y una pequeña flama, no superior a ninguna que hubiese creado antes, se formó y duró lo suficiente para encender la rama y crear una antorcha improvisada.
Dispuesta a incendiar algún arbusto se acercó al lugar de la batalla y en seguida dos dragas le cubrieron el paso. Su magia los había alertado. Movió la rama de un lado al otro, intentando alejarlos. Las criaturas se acercaban con cautela, el fuego no era suficiente para asustarlos. Con la mano libre desenvainó su daga y se mantuvo lista para atacar. Un draga la sorprendió lanzándole un zarpazo con su garra envenenada, pero antes de recibir el golpe, Charleen se defendió con su arma. La criatura soltó un silencioso alarido de dolor, una ronca queja apenas audible, puesto que esos seres no emitían sonidos.
Le llegó un nuevo intento de zarpazo, mas ella volvió a esquivarlo. La presencia del fuego parecía entorpecer a esas criaturas, la luz los lastimaba y cegaba. Una tercera criatura llegó cuando el fuego casi se consumía.
—Maldito Ethan, vaya guardaespaldas resultaste —protestó furiosa.
En un tercer ataque retrocedió de espaldas, tropezando y cayendo al suelo. Pensó que de nuevo la mala suerte la atacaba, pero, en cuanto su antorcha cayó cerca a los arbustos y estos se encendieron enseguida, cambió de parecer. Alguna fuerza divina o la misma suerte, habían decidido llenarla de bendiciones.
El fuego se propagó entre las hojas y troncos, provocando un incendio que se extendió por la orilla del río. Los dragas retrocedieron, el calor y la luz eran demasiado para ellos. Charleen aprovechó de correr hacia Ethan, quien peleaba varios metros más abajo.
Ethan sentía una explosión de emoción en sus entrañas. El panorama se tornaba más peligroso y eso lo excitaba. Los dragas no paraban de llegar, se encontraba en peligro mortal. Cien metros a su redonda, todo era un inmenso cementerio de dragas. Las criaturas que había matado, se apilaban sobre el río, contaminando el agua con su sangre y veneno. En un momento tuvo una ligera preocupación. Eran demasiadas criaturas y se encontraba rodeado. Aun escapando sobre ellas, no lograría salir con vida. Eran más de las que esperaba. "Genial" pensó entusiasmado. Cambió de mano para blandir la espada y cortó la cabeza de un draga más pequeño, pero veloz que el resto. Mientras atacaba al siguiente, sintió una presencia a sus espaldas.
—¡Mierda! —gritó, en un descuido no se había percatado de las criaturas detrás de él. Los seres oscuros formaban un circulo a su alrededor. Cuatro saltaron al mismo tiempo sobre él. En un solo movimiento, cortó a tres; pero el cuarto logró desgarrarle el músculo del hombro derecho con sus garras envenenadas.
Olvidando el dolor y el veneno que surtía efecto a mucha velocidad, siguió defendiéndose. Sus movimientos se ralentizaron, el veneno casi lo cegaba y la debilidad lo invadía. Tal vez había cometido el acto más estúpido de su vida y moriría de forma patética. Con lo último de fuerza que le quedaba blandió su espada, hasta que todo comenzó a oscurecerse y sintió su pesado cuerpo caer sobre el agua.
—Ethan, no puedo cargarte. Por favor dime qué hago. —Escuchó una voz femenina que parecía lejana. Al recuperar algo de su consciencia reconoció a Charleen, quien llorosa, le suplicaba que le dijese la forma de curarlo, o al menos le asegurase que estaría bien, que era inmortal o inmune al veneno. Lastimosamente no podía darle la respuesta que quería. Haciendo uso de la fuerza que le quedaba se levantó del agua y caminó a la orilla opuesta.
—Mi morral, tráelo —le ordenó.
Charleen no replicó y corrió río abajo, antes de que el fuego llegase a su campamento.
El fuego ya estaba próximo al lugar donde habían dejado el equipaje. Colgó su bolso en un hombro y levantó el de Ethan. Era demasiado pesado así que lo cargó con ambas manos, casi arrastrándolo por el suelo. En cuanto se acercó a la orilla, algo que parecía un pañuelo de seda blanco pasó frente a su rostro, y varios más se unieron. Olvidando momentáneamente su deber, contempló con asombro como cientas y cientas de criaturas fantasmales rodearon el bosque, paseándose grácilmente entre los árboles y apagando el fuego a su paso.
Se maravilló ante tal visión. Supuso que se trataba de espíritus de los bosques. En su pueblo se debatían la existencia de esos seres, supuestos guardianes de la naturaleza, que actuaban en circunstancias como esa para evitar que la tierra fuese dañada nuevamente. Esos seres de luz que parecían cúmulos de bruma blanca, se paseaban juguetonas, danzaban entre ellas y regeneraban la vegetación consumida por el fuego.
Charleen despejó su mente y volvió a correr. Los espíritus le quitaban un peso de encima, no solo apagaban el incendio que ella había provocado, también limpiaban el agua contaminada con los cientos de nauseabundos cadáveres de las criaturas que habían atacado a Ethan.
—Dime qué hago, ya lo la traje.
Ethan estaba semi sentado, apoyado en una roca. Charleen se arrodilló a su lado. Le quitó la bolsa y buscó en el fondo, donde llevaba una pequeña y elegante caja de metal. En su interior, guardaba ampolletas de un extraño material, transparente, mas no parecía vidrio o plástico, sino agua en un extraño estado de plasma. Ethan tomó una jeringa, fabricada con el mismo material, y la utilizó para inyectarse la sustancia en el brazo.
Ethan cayó dormido después de recibir el antídoto. Charleen se encargó de recuperar su espada y encender una fogata cerca de ellos, la cual fue tres veces apagada por un espíritu del bosque, temeroso de otro incendio. La cuarta vez que Charleen encendió la fogata, espantó al pequeño ser, puesto que ya le resultaba irritante.
Se mantuvo en guardia toda la noche, esperando que los dragas no volviesen a aparecer. Intentando quitarse la tensión, respiró hondo y vigiló a su compañero. Era la primera vez que lo veía dormir tan profundo y echado. Bajo la luz de la luna y el fuego, sus marcas brillaban ligeramente. Aprovechando que el guerrero se encontraba inconsciente, pasó el dedo índice por su pecho, delineando cada una de esas figuras. La que le gustó más fue la que tenía en el pectoral izquierdo, justo a la altura del corazón. Era una figura esquemática, pero entrecerrando los ojos, le daba la impresión de ser un dragón, o al menos eso quería imaginar que era.
*marca de Ethan
—Yo no te manoseo mientras duermes —dijo Ethan, todavía con los ojos cerrados.
—¡No te manoseaba! —Se alejó de inmediato y cruzó los brazos—. No deberías levantarte —recomendó a regañadientes, mientras Ethan se incorporaba.
—Ya estoy bien y debo vigilar que no vuelvan.
—Yo ya me encargo de eso —habló tajante, enojada por la falta de confianza y por supuesto, rabiosa con él por hacer que casi los matasen.
—Me siento tan seguro —ironizó—. ¿Si vuelve uno qué harás? ¿Servirle de bocadillo mientras yo escapo?
—No, estar alerta para correr y tener ventaja mientras a ti te despedaza. ¡Casi nos matan por tu culpa!
—¿Mi culpa? tú no me hiciste caso y los llamaste.
—Sí, pero fue un accidente y traje a unos cuantos, ¡tú trajiste más a propósito! ¡Si yo no hubiese incendiado el bosque ya te habrían matado! Me debes la vida.
—No te debo nada, yo te salvé más veces; y no tenías por qué meterte. Nunca vuelvas a entrometerte en mis peleas —la amenazó enfadado, acercándose mucho a ella y provocándole temor e ira al mismo tiempo. Ella lo había salvado y él no podía darle ni las gracias.
—¿Qué estilo de pelea es en el que caes al suelo inconsciente? ¡Eres un imbécil egocéntrico! Estaré más segura viajando sola. —Se levantó y guardó sus cosas, dispuesta a partir esa misma noche.
—No seas estúpida. —Le arrebató el equipaje—. Duerme y deja de irritarme —ordenó lanzando el bolso a un lado y sentándose con dificultad. El veneno aún corría por su sistema, y si bien no iba a matarlo, pasarían días antes de que recuperase la movilidad normal de sus articulaciones.
Charleen se percató de aquello, y aunque estaba llena de ira contra el orgulloso guerrero, se tumbó en el suelo de mala gana. Por algún motivo no quería dejarlo solo, sentía que él la necesitaba, y no al revés como antes.
El sol se vislumbraba entre las montañas cuando lo sintió levantarse. Ethan aprovechaba que ella dormía para caminar con notoria dificultad hacia donde cientos de cuerpos descuartizados reposaban. Charleen se sentó y lo observó con curiosidad. Ethan sacaba una daga y cortaba uno de los cadáveres. Luego regresó con un buen trozo de carne.
—¡Qué diablos haces! —gritó la chica.
—El desayuno —respondió.
La joven abrió la boca con espanto y no contuvo las náuseas.
—No me digas que todo este tiempo estuvimos comiendo carne de esas cosas —preguntó mientras devolvía la cena entre unos arbustos.
—¿De dónde crees que la consigo? —preguntó serio, aunque por dentro reía.
—No sé ¿vacas?
—Claro... —Volcó los ojos con sarcasmo—, hay cientos de ellas en el bosque, viven en mandas y son extremadamente rápidas...
—Bueno, no vacas, pero venados, conejos, patos, yo que sé. Esto es repulsivo. —Contuvo las ganas de vomitar nuevamente mientras Ethan atravesaba un buen trozo con una vara.
—Si no te gusta busca tu propio alimento. —Curvó los labios, vería cuánto tiempo aguantaba la muchacha con su asqueo.
Charleen se limpió y volcó la vista para no presenciar como el guerrero engullía con gusto el nauseabundo alimento.
—¿Te asustaste anoche? —Ethan rompió el silencio tras un par de minutos.
—No, para nada —ironizó—. Todos los días me enfrento a una colonia de dragas, son como tiernos gatitos cargados de amor.
—Me refería a mí —bufó y luego preguntó serio. No recordaba demasiado, solo escenas confusas de la batalla. Había perdido la consciencia de nuevo, y puesto en un peligro su vida y de quien lo acompañaba.
—No —mintió.
—A veces me pasa, lo siento —dijo en voz baja, apagando la fogata.
Charleen esperó haber escuchado bien ¿Ethan se disculpaba? Que le pasase a menudo no le sorprendía, para ella, el guerrero tenía serios problemas para controlar su temperamento y carecía de instintos de supervivencia.
—Apúrate Ethan. Me retrasas. Eres un mocoso lento. Si no me sigues el ritmo te abandonaré aquí para que te coman los animales. —Charleen caminaba airosa, aprovechando de vengarse de Ethan repitiéndole las mismas frases que él le dedicaba cuando caminaban. Ahora, era él el lento, quien no podía seguirle el paso a la enérgica muchacha.
El veneno atrofiaba sus articulaciones y ardía en sus músculos. Situación que pasaría al cabo de varios días. Mientras tanto, su orgullo era el más herido.
—Calla o te corto el cuello.
—¿Tú y que ejercito? —Caminó de espaldas, mirándolo mordaz.
Iban por el sendero, ya no quedaba mucho para llegar a Biero; su destino, donde Charleen decidiría si continuar su viaje o regresar a Fiso. Aún mantenía la esperanza de que Ethan cambiase de opinión y la acompañase. Podía ser arrogante y desagradecido, pero al pasar los días, se había dado cuenta que más que protección quería compañía. No se imaginaba viajando sola, tampoco sonaba divertido.
Detrás del guerrero una pequeña figura se fue acercando. La muchacha se detuvo al ver un perro blanco, lanudo y muy sucio corriendo hacia ellos.
—Mira qué lindo —exclamó acariciando al animal, quien le mostraba su alegría moviendo la cola—. ¿Tienes hambre? —le preguntó con cariño.
—No hagas eso, luego va a seguirnos —reclamó Ethan.
Charleen no le hizo caso y con cinismo le arrebató su bolsa, donde guardaba trozos de carne para el viaje.
—Supongo que a ti no va a importarte comer esto. Mejor no te digo de qué es —le habló al perro.
Ethan refunfuñó y aprovechó de adelantarse un poco, antes de que la muchacha tomase la delantera y comenzara a molestarlo. Ella se levantó, feliz por haber ayudado al can. Intentó darle alcance al guerrero, pero se vio impedida. El perro sujetaba su bolsa bordada, en busca de más alimento.
—No tengo más, menos ahí —dijo jalando sus pertenecías de vuelta. El animal no se dio por vencido.
Ethan volteó para ver por qué Charleen se retrasaba. Rio al verla en una lucha con el can. La joven jalaba su bolsa y el perro intentaba arrebatársela. Finalmente, la muchacha jaló con toda sus fuerzas, perdiendo el equilibrio y haciendo que la bolsa se abriese. Todos sus objetos volaron por el aire y cayeron al piso. Ethan rio con más ganas. El perro, al ver que no había nada que le interesase, continuó su camino.
—Perro mal agradecido, eres igual que Ethan —protestó en voz baja, mientras volvía a recoger sus pertenecías.
Riendo todavía, Ethan se agachó a recoger un par de libros, aguantándose el dolor muscular. Levantó la bitácora de Charleen y un libro de cubierta dorada. No había visto a la joven manipularlo antes y abrió los ojos con inmenso asombro al leer el título: "Stelaro". Entusiasmado, ojeó hoja tras hoja.
—¿Dónde conseguiste un Stelaro ? —le preguntó a la joven, sin quitar la vista del libro.
—Lo encontré. —Intentó arrebatárselo, pero él elevó los brazos, dejándolo fuera de su alcance.
—Lo dudo mucho, es imposible solo encontrarse uno.
—¿Qué sabes sobre él? —Charleen dejó de brincar para llegar a la altura del guerrero y recuperar su libro. Ethan sabía algo sobre ese impresionante libro.
—Te muestra toda la galaxia en tiempo real, es como una ventana. Los crea un sujeto llamado Biako, solo hace uno cada cincuenta años, es el tiempo que le cuesta producirlos. Sabía de la existencia de cuatro de estos libros, el quinto estará terminado en veinticinco años.
—Eso es imposible —determinó Charleen, haciendo cuentas en su cabeza—. Si ese sujeto hace uno cada cincuenta años y hay cuatro de esos libros; debería tener mucho más de doscientos años.
—Creo que tiene como cuatrocientos —dijo con desinterés, el que su compañera no compartió.
¿Es un hechicero algo así?
—Algo así... mira, si me das el libro te acompaño hasta Ithia.
Charleen se asombró, por fin Ethan se ofrecía a acompañarla, aunque con un precio alto. Pasó la mirada del libro al guerrero ¿Cuál elegiría? El Stelaro había resultado más especial de lo que imaginaba, tanto, que Ethan parecía dispuesto a acceder a todo con tal de poseerlo.
—Lo voy a pensar —respondió, realmente necesitaba meditarlo. No quería viajar sola, menos regresar a Fiso, pero tampoco quería deshacerse de lo que parecía un tesoro invaluable. En Biero tomaría una decisión.
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Hola!!! actualizaré rápido, ahora me tardé por el tema del concurso, que por cierto les puse un video donde pueden verme en todo mi esplendor explicando las bases, pero al parecer poca gente lo vio o se dio cuenta que está ahi XD se los puse en la parte de multimedia de este capi, es decir arriba al inicio de todo. Y ya saben quienes viven en Lima! pueden compar este libro original y completo en la feria.
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