La biblioteca central
27 de abril, año 415 d.r
1:40 a.m
Escribo sólo porque estoy ansiosa. No puedo esperar para conocer a Biako y por otro lado, esta ciudad comienza a desagradarme. No hay aire puro, ni siquiera puedes ver las estrellas de noche o las nubes durante el día. Mi habitación parece un cubículo de metal y las paredes se cierran a mi alrededor. Debo salir cada cinco minutos al pasillo porque siento que se acaba el aire. Las yemas de mis dedos me molestan e incluso el cuero cabelludo me duele por el estrés. Lo peor es que mientras más escribo sobre esto peor me siento.
Charleen salió de nuevo al pasillo. Se le ocurrió que tal vez había sido claustrofóbica toda su vida y recién en una situación extrema como esa caía en cuenta. Le encantaba dormir bajo la luz de las estrellas, o por lo menos en alguna posada con ventanas y la seguridad de que afuera la esperaba el sol y el aire puro. Siendo Kupro una ciudad subterránea, que la puerta principal pudiese cerrarse y ella se quedase atrapada ahí para siempre era un temor latente.
Inhaló tres veces, el pasillo tampoco era un lugar amplio y agradable. Debía distraerse, había pensado escribir en su bitácora, sin embargo, solo podía describir lo mal que se sentía. Cambió sus pensamientos como si pasara la página de un libro, pensó en Biako y el Stelaro y con eso fijo en mente regresó a echarse de estómago sobre la cama para escribir.
Me pregunto cómo será Biako. Ethan me dijo una vez que ese unua tenía más de cuatrocientos años de vida ¿será un anciano? Tal vez no, supuestamente los unuas viven mucho tiempo y envejecen a un paso lento, demasiado lento; lo que me lleva a pensar ¿Qué edad tiene Ethan?, parece que ha vivido mucho y ha logrado demasiadas cosas... ¿tendrá más de cien años? En apariencia no parece tener más de veinte... ¿tendrá demasiados años y por eso me trata como una mocosa? Tal vez soy solo una niña para él, aunque eso no le importó cuando tuvimos relaciones.
¡Maldito Ethan! Me gustaría saber qué piensa sobre mí o por lo menos dejar de comportarme como una idiota enamorada. Hice lo que no debí hacer: enamorarme de mi compañero de viaje. Las reglas al partir de mi pueblo eran claras, pero como siempre debo romper las reglas... ¿y en qué situación te encuentras ahora Charleen? Enamorada de un guerrero que posiblemente no siente nada por ti y a quien no volverás a ver nunca una vez que llegues a Ithia. Te casarás con Emmet y vivirás suspirando y recordando al guerrero con quien perdiste tu virginidad por no pensar con la cabeza y dejarte seducir con sus caricias. ¡¡¡Idiota, idiota, idiota!!!
Escribió con fuerza, perforando el papel, cada segundo se enfadaba más con ella misma, por no entender lo que sentía, por no poder poner en orden sus sentimientos, sobre todo por no saber qué había en la cabeza de Ethan.
— ¡Eres una idiota Charleen! —gritó lanzando su bitácora hacia la puerta, dándole a Ethan en el pecho, quien la había estado observando en silencio desde hacía unos segundos.
Se cubrió la cara con las manos en señal de vergüenza y se apresuró a recoger la bitácora del suelo. Ethan la ignoró y aún sin pronunciar palabra se metió a la habitación de al lado. Manteniendo la puerta abierta, Charleen se recostó en la cama. Ya era casi de madrugada y no quería caer rendida a los pies de Biako al momento de conocerlo.
No necesitaron ayuda para despertar en la mañana. El sol no ascendió lentamente por el horizonte, más bien, una intensa luz brillante provocada por la luminaria principal del techo se encendió de golpe. Gracias a ello, Charleen descubrió el alto e imponente edificio que sobresalía como una inmensa columna por encima del resto de construcciones. Era de metal color cobrizo, como todo en Kupro; la infraestructura daba la sensación de haber sido construida en espiral y el último piso se conectaba directamente con el techo de piedra. Esa era la biblioteca central, la más grande de la ciudad, donde vivía Biako.
El tren los dejó en el atrio de la biblioteca. Era amplio y el suelo de un metal tan liso que reflejaba con la misma nitidez de un espejo.
La joven temblaba de la emoción; abrazó su bolsa, comprobando que el Stelaro se encontraba dentro.
—Necesitamos ver a Biako —dijo Ethan autoritariamente a la recepcionista.
Charleen aprovechó de dar una vuelta por la sala principal. Como la fachada, tenía forma circular, justo al centro estaba la mesa de recepción y alrededor varias puertas, todas cerradas. Contra las paredes desocupadas, se exhibían diferentes objetos y libros, resguardados dentro de cajas de cristal. Unos discos planos y negros se colocaban ordenadamente junto a lo que parecía un enorme megáfono. En un letrero pequeño de metal estaba escrito el nombre y la fecha de tal aparato: Vitrola, siglo XIX.
Tocó el vidrio con un dedo y de inmediato el grito de la recepcionista la hizo detenerse.
— ¡No toques! Ven aquí, las manos donde pueda verlas.
Asustada, Charleen corrió junto a sus amigos.
—Ustedes pueden pasar, ella no, a Biako no le agradan los humanos —les avisó volcando la atención a sus anotaciones.
—Bien, la dejaremos en la puerta. Dígame dónde lo encuentro.
— ¡No vas a dejarme abajo como un perro! — protestó al humana.
La recepcionista volcó los ojos y por debajo de su escritorio apretó un botón. Una de las puertas se abrió automáticamente.
—Suban por las escaleras al último piso.
Liaw agradeció cínicamente y cargó a Charleen por la cintura.
— ¡Oigan dije que ella no! —La mujer intentó cerrar la puerta nuevamente. Ya era tarde, los guerreros y la humana ya la habían traspasado y subían por unos escalones.
Las escaleras de caracol parecían no tener fin. Charleen se agotaba. Estaba acostumbrada a caminar por días y días, pero esas escaleras parecían consumirle la energía a cada paso. Miró hacia arriba, el final no se veía.
Tras una hora de trepar, la puerta al final de las escaleras se abrió en cuanto pisaron el último escalón. El lugar era tan grande que ocupaba todo el último piso. Inmensos estantes de libros revestían las paredes, tomando la misma forma circular para calzar perfectamente y el suelo era de madera. Todo estaba en impecable orden, la sala vacía y en el medio un atril sostenía un grueso libro, cuyas páginas parecían tener movimiento propio. Charleen corrió a inspeccionarlo. Una hermosa constelación de estrellas se movía pausadamente en la página. Era un Stelaro, más nuevo, y según le pareció, más moderno que el de ella.
—No toques —le ordenó una gruesa voz desconocida.
Junto a ella se hallaba un alto y delgado hombre de edad media, cabello plateado y unos ojos oscuros y centellantes.
—Hola —lo saludó Liaw de manera informal. El hombre no cambió su inexpresivo rostro.
— ¿Ustedes son hijos de Sahori no es así? el catorceavo y el quinceavo hijo —afirmó—. Los sentí llegar a la ciudad ayer, ¿por qué tardaron?
—La humana nos retrasa —explicó Ethan, ganándose una mirada de odio de Charleen.
— ¿Usted es Biako? —preguntó la humana con ilusión.
—Sí. ¿Qué hace este ser aquí? —les preguntó a los jóvenes señalando a la muchacha con un dedo.
— ¡No soy un ser!... bueno sí lo soy, pero no me hable de forma despectiva, tengo algo que seguro va a interesarle, pero si me trata de esa forma no voy a mostrárselo.
— ¿Siempre habla tanto?
—Sí —respondieron al unísono.
— ¿Qué quieren? —elegantemente se sentó en un mullido sillón y con una mano les hizo una seña para que lo imitaran, acomodándose en los asientos del frente.
—Ethan quiere preguntarte... —Liaw, fue callado por un golpe de su hermano.
—Esos son asuntos personales que yo hablaré contigo luego, por ahora queremos mostrarte algo que Charleen encontró. —Con los ojos le indicó que sacara el Stelaro de su bolsa.
Liaw y Biako se sorprendieron al reconocer la portada dorada.
— ¡¿Tienen un Stelaro?! ¡¿Todo este tiempo tuvieron uno y no me avisaron?! —les reclamó —. Pudimos haberlo vendido. —Se reclinó en el asiento, frunciendo los labios.
Los otros tres lo miraron como si hubiese dicho una blasfemia. Decidido a ignorarlo, Biako inspeccionó el libro.
—Este no lo hice yo, lo hizo mi padre, es uno de sus primeros ejemplares —les avisó tras haberlo ojeado—. Debiste encontrarlo en el barco.
— ¡Sí! fue en un barco hundido que hay en las costas de mi pueblo, recuperé muchísimos libros de ahí, creo que todos son unuas. Nadie sabe cómo es que ese barco está ahí... tampoco es que le interese a nadie, en mi pueblo solo se preocupan por celebrar matrimonios y no por la cultura.
Biako le hizo con la mano un gesto para que cerrara la boca, comenzaba a marearlo.
—Hablaremos luego, es hora de la comida. —Se levantó—, supongo que van a aquedarse aquí, tengo cosas que tratar con ustedes —dijo serio.
Una bella mujer alquimista apareció entonces. Biako la presentó, era Sabrina, su pareja, y ella fue quien guió a Charleen y a Liaw hacia unas habitaciones; Ethan permaneció con Biako a solas, tenía la esperanza de que el anciano pudiese resolverle sus dudas.
— ¿Vas a tomar a esa muchachita humana como tu pareja? —Biako se fue sin preámbulos, ya fuera por curiosidad o porque intuía lo que Ethan quería preguntarle.
—Posiblemente. —Encogió los hombros.
—Ella tiene un alma tan vieja como la tuya —consideró, Ethan le prestó toda su atención—. La legión está muy interesada en ella y los mindag también. Increíble como una humana puede jugar un papel tan importante en nuestro futuro.
— ¿De qué diablos hablas? ¡Tú lo sabes todo y vas a contármelo! Ya intentaron matarla varias veces ¿Qué tiene Charleen de especial?
—Hasta la más insignificante persona es especial para alguien, ¿no te has puesto a pensar que Charleen es sólo especial para ti?
—Sí, lo he pensado —respondió malhumorado—, ¿pero eso qué tiene que ver? ¿O mi vida personal pasó a ser interés público? Y no solo eso, no es que quiera a Charleen de la noche a la mañana, puedo compartir sentimientos con ella, igual que si le hubiera dado mi marca o hubiéramos hecho el rito de unión. ¿Cómo es posible?
Biako sonrió contemplando un estante de libros.
—Es posible que le hayas dado tu marca en vidas pasadas.
— ¿No me digas que tú también crees en esas estupideces? —Resopló cruzando los brazos, esperaba una respuesta más concreta y realista por parte Biako; pero él no hacía más que dar vueltas al asunto y darle respuestas ambiguas.
— ¿Qué tú no? Ten, algo de lectura para la noche. —Le extendió un libro y se retiró hacia el comedor.
Charleen brincaba sobre la inmensa y mullida cama de forma circular sobre la que pasaría la noche. Esa era la mejor habitación en que había estado. Ni toda su vida le habría alcanzado para leer los libros de los estantes. El exterior no se hacía extrañar gracias a una ventana situada en el techo, que le permitía ver el cielo. Desde la superficie, esas ventanas eran invisibles y desde el interior de la biblioteca, permanentemente les mostraba el exterior.
Era de día y podía distinguir los copos de nieve cayendo y desapareciendo al entrar en contacto con la ventana. Se quedó disfrutándolo hasta que le informaron que acudiese a comer.
El comedor era lo menos convencional que había visto. No había una mesa central, solo una pequeña a un costado donde se encontraban los platos de comida, y dispuestos en la habitación, mullidos y cómodos cojines. Ethan y Liaw se sentaron en el piso, como si estuvieran acostumbrados, Biako y Sabrina los imitaron y la puerta se abrió dando paso a una nueva invitada.
Charleen hizo un aspaviento al verla. Hundiendo sus hoyuelos y sonriendo dulcemente, Terry entró a hacerles compañía.
—Ella es Terry, también se quedará con nosotros unos días mientras recolecta información de unos libros —dijo Sabrina.
—Ya la conocemos —farfulló Charleen.
Liaw le abrió un espacio a su lado a la alquimista y compartieron un delicioso banquete.
—La tormenta ha empeorado y la puerta principal está bloqueada —avisó Terry en un momento en el que nadie hablaba.
Charleen empalideció, como temía, estaba atrapada en ese lugar. Dejó su plato de comida en el suelo y comenzó a hiperventilar.
— ¡No podemos quedarnos aquí para siempre!
—Ya pasará —la animó Sabrina—. Sucede siempre, no te preocupes. Las tormentas duran de dos a seis semanas.
Los guerreros se unieron al espanto, no podían quedarse ahí tanto tiempo. Les faltaba al menos un mes de viaje para llegar a Ithia.
Tras unos momentos de alboroto, Biako regresó la calma; Ethan protestaba todavía, Charleen respiraba entrecortadamente y Liaw abandonó su preocupación al ver a Terry, tenía más tiempo para estar con ella y con suerte lograr algo. No había más opción, deberían quedarse el tiempo necesario hasta que la puerta fuese desbloqueada. Abrirla a la fuerza resultaba peligroso para la ciudad y Ethan tenía plena consciencia que una tormenta de esa intensidad podía acabar con la vida de cualquier ser humano. No importaba cuánto procurase proteger a Charleen, ella no lo aguantaría.
—Humana debilucha —pensó en voz alta.
—Charleen —intervino Biako antes que la humana protestara y la paz volviese a ser aniquilada—. ¿Qué tal si el tiempo que estás aquí me ayudas con labores de la biblioteca?, puedo pagarte con libros, además —miró a Ethan, buscando su aprobación —, necesitarás saber sobre nosotros, nuestra historia y costumbres para que puedas adecuarte.
Charleen no comprendió a dónde quería llegar con la última parte, pero ante la sola idea de ayudar en esa biblioteca y recibir libros a cambio, sus ojos se iluminaron y se abalanzó hacia Biako para aceptar la propuesta como si él fuse a cambiar de opinión. Por primera vez en su vida mostró entusiasmo y ganas por trabajar. Esa misma tarde acompañó a Biako a sus actividades.
Hola! les recuerdo que me encanta leer sus comentarios :) y que estaré el sábado en la FIL de Cochabamba, daré una conferencia y presentaré mi libro Quimérica realidad. Ojalá vayan!
Me olvidaba decirles! en la versión primera de este libro habían algunas escenas que tuve que retirar en la versión final que se publicó. Entre estos capítulos hay una suprimida dle cumpleaños de Ethan XD quisieran que lo ponga como un extra?
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