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Cumplir la misión

Los sonido de gritos y sollozos en medio de la oscuridad de la noche le indicaron a Charleen que había llegado tarde. Los enemigos eran tantos que mitad de Ithia había sido tomada en menos de cinco horas. Algunos soldados peleaban inefectivamente todavía y sonidos de disparos arremetían en de cuando en cuando.

Los negocios eran saqueados por salvajes y cuerpos inertes bañados de sangre se encontraban desparramados por las calles.

Soltó las riendas del caballo, le ordenó al animal volver hacia Selo y caminó sigilosamente aprovechando la oscuridad.

El olor a sangre era intenso y el corazón se le hacía un nudo cuando veía el cadáver de un soldado uniformado, imaginado que entre esos cuerpos podía encontrarse el de Kennan.

Era imposible que hubiesen asesinado a todos en tan poco tiempo, mantenía la esperanza de que la gente se encontrara escondida en refugios seguros y que parte del ejército aún estuviese acuartelado.

Con el manto de oscuridad como aliado y caminando con sigilo, se dirigió hacia los cuarteles. Cerraba los ojos y aguantaba las ganas de intervenir cuando veía alguna víctima siendo atacada. Recordaba las palabras de Ethan una y otra vez, no debía involucrarse en ninguna pelea. Tenía una misión que cumplir: encontrar a Kennan y trasladar cuanta gente pudiese hacia el escudo de Selo, mientras los unuas libraban su propia batalla defendiendo su ciudad.

Una cosa debía hacerse a la vez. Su instinto la guiaba, sabía que su hermano seguía con vida y una voz interior la llevaba hacia los campos de entrenamiento.

Luces de antorchas estaban encendidas, demostrando que había gente en el interior del coliseo. Cautelosamente observo semi escondida detrás de una pared. Enemigos rodeaban el lugar. Apretó con furia la mandíbula; desde aquella vez que había presenciado como esos salvajes incendiaban y saqueaban una aldea campesina, que el odio hacia ellos había incrementado. Era curioso de todas maneras, notar el uniforme que portaban. No tenían ese aspecto grotesco y desalineado que esperaba. Sus pecheras eran de metal y manejaban las armas con experticia. No parecían el mismo tipo de personas que Charleen había visto en la aldea.

"Ideas, ideas, ideas" pensó. Debía llegar al cuartel sin ser vista y sin iniciar una pelea. En esos momentos más conocimiento en magia le habría venido perfectamente. Lo único que le salía bien era incendiar arbustos y crear esferas de luz para iluminar su camino.

Aprovechó la segunda habilidad. Pronunció el hechizo numerosas veces, creando cientas de esferas luminosas que comenzaban a elevarse hacia el cielo, flotando y meciéndose con el aire.

Un soldado le dijo a su compañero palabras en un idioma que Charleen nunca había escuchado. Los hombres se alejaron a vigilar qué sucedía, mientras Charleen, silenciosa y ágil, pegó su espalda contra el muro y atravesó la puerta.

El corazón le bombeaba con fuerza, temerosa por ser descubierta. Civiles de Ithia hacían una cadena, pasándose costales con las provisiones del ejército y acomodándolas en un enorme transporte de metal, rectangular en la parte posterior y una cabina de metal con ventanas en la delantera, similar a las carrosas que había visto en Kupro.

Los soldados les prestaban toda su atención, vigilando que sus prisioneros hicieran el trabajo y ninguno intentara escapar.

La joven recorrió el lugar con la mirada. En el campo de entrenamiento, justo al centro, había un coliseo subterráneo. Las ventanas que daban al exterior brillaban y la puerta de ingreso estaba bien custodiada. Corrió hacia una de las ventanas y como había imaginado, dentro se encontraban alguno civiles junto a los miembros más jóvenes del ejército. Guardias armados deambulaban entre las personas, amenazando de cuando en cuando en su idioma inentendible a quienes hablaban en susurros. Entre la multitud de personas agachadas en el suelo, temblando por la incertidumbre, busco a Kennan. Por la altura no distinguía los rostros de ningún rehén. Mas estuviese ahí o no el muchacho, debía rescatar a esas personas; posiblemente los únicos sobrevivientes de la ciudad.

¿Qué podía hacer ella sola frente a un grupo tan grande de enemigos que ni el mismo ejército había podido derrotar?

Ir sola tal vez no había sido una buena idea. Respiró profundo y pensó cuáles eran sus ventajas. A diferencia de los rehenes ella estaba armada. Pero dos pistolas no serían suficientes. También tenía su daga y a Nathe.

—Estoy jodida —murmuró defraudada. A tan poca distancia de su objetivo y no había nada que pudiera hacer para llegar hasta él.

Nathe se movió inquieta en la bolsa, sacó el corazón de la manzana y miró a su ama lanzando un agudo quejido, esperando más alimento. Eso dio a Charleen una idea.

La pelea con Dante ya llevaba largo rato. Hacía demasiado tiempo que Liaw no disfrutaba tanto de una batalla. El mindag era un guerrero de mucha más edad y experticia, si hubiese pertenecido alguna nación, era más que seguro que habría sido miembro de la Legión. Sus habilidades no tenían nada que envidiar a Ethan, de hecho las superaba.

Enra no perdía detalle de la batalla. Aprendía mucho observando a los guerreros, sus ataques, sus movimientos, el brillo refulgente de sus espadas que parecían plumas en manos de ambos por la majestuosidad y facilidad con que las movían.

Se alejaron varios metros dejando marcado el arrastre de sus pies y se retaron con la mirada, sin abandonar esa sonrisa de inmensa satisfacción.

El draga de Dante esperaba impaciente mientras su amo le ordenaba mantenerse quieto. La magia que radiaba de las armas y los hechizos eventuales de ataque y defensa que se lanzaban alteraban su insaciable hambre.

Liaw se inclinó hacia adelante con la intención de atacar de nuevo. Dante hizo aparecer de sus muñecas dos largas cadenas que se estiraron y rodearon el cuerpo de Liaw como un par de serpientes; agarrándolas jaló con fuerza haciendo caer a su oponente al suelo, aún sujeto e indefenso.

Sveni —dijo Liaw y las cadenas se convirtieron en tierra.

Se levantó de inmediato y un mandala se formó bajo sus pies. Enseguida el suelo se resquebrajó y varias rocas se movieron como proyectiles hacia Dante.

El mindag creó un escudo luminoso y cubrió el ataque para lanzárselo como arma. Liaw lo esquivó agachándose.

— ¡Oye! —protestó, sin considerarlo justo.

Con malicia Dante creó otro, lanzándoselo de nuevo. Quitándole tiempo para volver a quejarse, hizo aparecer cientos de círculos luminosos que brillaron con intensidad y cierta belleza contra el trasfondo oscuro provocado por la noche. Liaw inclinó la cabeza, curioso, no había visto algo así antes, pero sin duda no era bueno.

Las luces flotaron y se aproximaron lentamente, de golpe se dispersaron y lo rodearon, estallando a su alrededor, dejándolo sin posibilidad de escape. Las explosiones rasgaron su piel y la regeneración comenzó paulatinamente.

—Imbécil —murmuró tratando de elevar su espada.

—Esto se está extendiendo —dijo Dante, bajando su espada—. Los salvajes ya deben haber tomado la ciudad y Aishla querrá iniciar el Bati.

—Sí, acabemos con esto de una vez. —Liaw disfrutaba el combate, pero debía terminar. Tenía otros oponentes que enfrentar y Orietta seguramente estaba demasiado desconcertada con todo lo que sucedía; era mejor no dejarla esperando demasiado.

En el largo combate había analizado a fondo las debilidades de Dante. Casi desfallecía por el cansancio. Las heridas ardían y la espada comenzaba a pesarle. Dante se sentía de la misma forma. Hacía mucho que no tenía un combate de ese calibre y lamentaba realmente que esa fuera su última batalla con Liaw.

Spirito vidas, gi liberigas la tre de Rei.l—Liaw colocó su arma de forma vertical e invocó un viejo hechizo para optimizarla. Agarró por sorpresa a Dante cuando la espada Reil, arrebatada por Liaw a su propio padre, comenzó a brillar y pareció encenderse en llamas.

No hubo nada que pudiera hacer contra esa asombrosa arma. Su defensa había sido inútil. Dante vio anonadado como mitad del filo de su espada salía disparada por su lado, clavándose en tierra, dejándolo con la empuñadora y un trozo inservible de metal en mano. Con otro movimiento Liaw intentó dar un segundo golpe, el fatal. Pero fue detenido por un escudo que Dante no había invocado. Sorprendido volteó. Enra, el joven guerrero que lo había ayudado hacía poco, juntaba las manos e invocaba el hechizo, con una sinuosa sonrisa esbozada en su joven y apuesto rostro.

Regresó violentamente la atención hacia Dante. Solo ese segundo de distracción había sido suficiente para que el mindag hubiese desenvainado una segunda arma.

La joven Vade entonaba una dulce melodía, tan arrulladora como el pacífico timbre de su voz. Eso la ayudaba a mantener la concentración mientras poco a poco expandía el escudo. Orietta había caído presa del sueño, un sobresalto la hizo despertarse.

El ambiente le pareció cambiar de pronto. Se tornó pesado. Y a través del agua, distinguiendo entre las estrellas del cielo nocturno y su propio reflejo, Abby observaba a los dos guerreros jóvenes que sus hermanos mayores le habían enviado.

—Liaw, no lo siento —dijo Orietta, la marca que llevaba en el pecho se opacó de pronto, perdiendo ese alucinante brillo tornasolado de siempre.

Los jóvenes guerreros tomaron eso como una señal, lo que su maestro les había ordenado esperar.

Abby dejó de cantar y de inmediato creó un haz de luz circular con ornamentos en matices dorados, justo frente a la humana, manteniendo alejados a los muchachos.

— ¡Son mindag! —le advirtió, dejando de lado la concentración y corriendo hacia Orietta. A su paso el mismo círculo de luz se movía protegiéndola. Tomó a Orietta de la mano y se aproximó a la salida. Los guerreros no podían acercarse por el hechizo de protección de la muchacha.

— ¡Kreskas stono!

La pared antes destruida para crear un ingreso al templo se armó de nuevo, adhiriendo los escombros como un rustico rompecabezas. Jalando a la mujer se aproximó hacia uno de los arcos y concentrándose con la palma contra el mármol, hizo parecer una antigua y enorme puerta que dirigía a un templo antiguo, del cual solo la Vade tenía conocimiento. Ese era un buen lugar para ocultarse y mantener el escudo.

— ¿Abby que significa esto? —Desesperada, Orietta le pidió explicaciones a la muchacha, señalando su marca.

Abby trató de esquivarla. En ese momento no podía pensar en nada más que su misión.

—Liaw debe estar lejos. Qué importa. Hay infiltrados y algo no está bien. Siento demasiadas presencias. Los mindag no son tantos. Y es absurdo que Aishla haya iniciado un ataque frontal, sabe que los superamos en número. Es imposible que gane. Es... demasiado confuso.

—Tal vez intenta distraerlos. —Orietta mencionó lo primero que se le vino a la cabeza.

—Es lo más seguro. Sin embargo... ¿Cómo es que tiene tantas tropas? Algo está mal.

—Al venir hacia acá Liaw me mencionó que ese sujeto Aishla tiene seguidores en todas las naciones —su voz tembló, hablaba por inercia. No creía las palabras de Abby. Antes había estado demasiado lejos de Liaw y la marca no se había opacado de esa manera.

—Aun así. Nosotros somos cincuenta mil en la ciudad. Los mindag no son más de mil. Te aseguro que siento muchísimas más auras que solo cincuenta y un mil. Ellos nos igualen en número, o nos superan, eso es imposible. A menos que sean auras falsas. —Se le iluminó. Mientras mantenía el escudo que lo había pensado, pero recién ahora recordaba algo de lo que su madre le había hablado. Un hechizo que solo alguien tan hábil como ella, Freya o Valia eran capaces de realizar—. Es como crear un alma artificial y otorgársela a un objeto. Pero para darle una apariencia unua se debe usar un segundo hechizo, otro también muy avanzado. ¡Maldita sea! ¡Esas viejas son demasiado poderosas! ¡Yo no sé crear hechizos tan poderosos, menos dos al mismo tiempo! —protestó jalándose el cabello. Enfadada porque no podría aprender nunca algo tan complicado puesto que las únicas maestras capaces de conseguirlo eran sus enemigas.

Orietta no aguantó más. La preocupación y los nervios la tenían al borde de un colapso, incluso la criatura de su vientre parecía inquieta. Se desvaneció de pronto y Abby la sostuvo antes que cayera.

—Este es un lugar seguro. Permanece aquí yo debo avisarle a Ethan. No podré crear hechizos de ese calibre, pero creo que puedo desvanecerlo —le explicó mientras la mujer rubia abría nuevamente los ojos.

Caminó hacia una salida lateral y la observó con algo de pena. Su corazón se afligió de golpe. No solo perdía a su madre ese día, también a uno de sus hermanos, mas se repetía una y otra vez que era una guerrera y que la victoria frente a la invasión dependía de ella.

Bue.... cosas de la vida, aveces te mueres :v

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